INFORMACION GENERAL
Miércoles 12 de octubre de 2011
La inmigración que llegó de Oriente
I
15
Nota III y última
El hito porteño de la cultura asiática
El barrio chino, una meca de contrastes Este rincón de Belgrano con planes de expansión encierra las tradiciones de la comunidad, que cuenta allí con todo tipo de servicios; la comida exótica es protagonista, pero los tenedores libres ahora dejan paso a restaurantes elegantes
Del conurbano a un restó de lujo en Puerto Madero
FRANCO VARISE LA NACION
FERNANDO MASSA LA NACION
Las regalerías, donde pueden encontrarse los productos más extraños son un clásico de China Town
Lixin Cai, uno de los dueños de Royal China
Cangrejos frescos en los supermercados del barrio FOTOS DE JORGE BOSCH
OPINION
"" "'"
#
! "% !
#
#
"
$" &
"%
"%
#
Cuando los palitos se sumaron al tenedor
#
( &
"%
! & "%
Aguas vivas frescas comestibles y huevos de patos negros; carcasas de ranas, cangrejos y patas de gallinas. El hito de la fabulosa inmigración china en la Argentina y, tal vez, su obra cultural más alucinante es el barrio chino de Belgrano, en Buenos Aires. En poco más de seis manzanas los taiwaneses y chinos continentales forjaron en los últimos 20 años un universo donde pueden hallarse desde los productos más kitsch y extraños –al menos para un occidental– hasta las combinaciones humanas del “futuro”, si es que se cumple aquello de que el porvenir encerrará un inexorable componente multicultural. El barrio chino comenzó a principios de la década del 80 como un enclave taiwanés circunscripto a unos pocos negocios y a instituciones de la colectividad. Poco a poco, ese microcosmos oriental fue creciendo comercialmente gracias al cada vez más importante interés de los porteños por la gastronomía asiática y los productos relacionados con la vida sana característicos de Oriente. A partir de los 90, los taiwaneses comenzaron a recibir a sus vecinos de China continental, sobre todo de la provincia de Fujián, localizada justo enfrente de Taiwan. Según cuentan los históricos de este microbarrio, los taiwaneses vendieron los fondos de comercio a sus “paisanos” chinos, que ampliaron la vida cultural y comercial. En este rincón de Buenos Aires pueden encontrarse casi todos los servicios para un chino que pretenda sentirse como en casa: peluquerías, videoclubes, librerías, supermercados específicos, estudios de fotos con paisajes de fondo, inmobiliarias, agencias de viajes y brillante ropa oriental. “Vengo a comer seguido con mi mamá para reencontrarme con las raíces de mi país”, explica Fernando Wu, un joven argentino de padres taiwaneses, de 22 años. Mientras encara con los palitos el plato de verduras y mariscos al wok, intercambia su experiencia como hijo de inmigrantes y la posibilidades del “China Town” como se bautizó a esta zona de la ciudad. “Cuando yo era chico, esta zona era mucho más pequeña; hoy hay de todo y me parece mucho mejor para todos porque a nosotros los porteños nos encanta la comida china. ¿O no?”, sostiene Fernando. En el barrio chino, los jóvenes, la segunda generación de esta inmigración bastante nueva, les han dado un toque aún más autóctono y actual a estas calles. En las peluquerías –el negocio de moda– los chicos prefieren los cortes al estilo de los personajes del Manga o el manhua chino, más corto por arriba que por abajo, de modo que la capa superior de pelo rodee la cabeza a la altura de los ojos. “Los chicos nos juntamos en karaokes –ubicados en el barrio coreano en Flores– con un salón privado donde cantamos lo que queremos con nuestro grupo; también están la fiestas Masomi K, para los jóvenes orientales, donde bailamos cachengue y reggaetón”, comenta Fernando, que estudia hotelería en la Universidad de Palermo. “No me escraches mal, eh”, pide. El barrio chino, además de un refugio privilegiado del acervo oriental, es uno de los paseos elegidos por los porteños y los turistas durante los fines de semana. Un domingo es casi imposible caminar por esas calles repletas de regalerías, megasupermercados, restaurantes y el extraño aroma de la comida cocida en base a algas de mar. El éxito es tan grande que la comunidad china proyecta expandir China Town porque quedó pequeño para albergar a todos los comerciantes. Los carteles de los helados coreanos Melona (“los helados frutales más ricos del mundo”) o el anuncio de “aquí conseguís la galletita de la fortuna” complementan los idiogramas chinos que aparecen en todas las marquesinas de los locales. Muchos comerciantes chinos viven esa dualidad: colocan un nombre en su lengua y otro en español. En general eligen figuras felices como la del restaurante Todos contentos o la casa de té Ciudad Exquisita. El tenedor libre ya no existe y, en cambio, hay restaurantes de mejor nivel, como China Rose o BBQ Town, entre otros. El especialista en herboristería, Carlos
#
#
PARA LA NACION
YU SHENG LIAO
Andrin, es uno de los argentinos que desde hace 20 años tiene su local en una galería sobre Arribeños, pleno corazón de China Town. “Es una experiencia muy interesante porque yo soy el extranjero acá; todo el día escuchás hablar en chino, su música y los olores... Es una relación muy acotada pero de mutuo respeto, al punto de que Mario [su vecino chino de local] dijo que yo soy más familia que sus parientes porque estoy más cerca”, relata Andrin. Caro Quevedo acaba de abrir su local especializado Punto Té, también en el barrio chino, donde antes había un videoclub oriental. “En los foros de Internet todos recomendaban comprar té acá y decidí abrir el local... Soy como una extranjera con una relación muy interesante, aunque tenés que caerles bien porque si no no te dan bolilla”, sintetizó.
Treinta años atrás, nadie sabía qué era la salsa de soja en la Argentina. Veinte años atrás, era difícil conseguir un tofu… Pero en 2000, en plena crisis económica, hubo un boom gastronómico inesperado y en el mercado empezaron a proliferar las revistas especializadas y los productos gourmet nacionales e importados. Había un interés por conocer más sobre la cocina y sofisticar la comida de todos los días. La gente estaba dispuesta a descubrir cosas nuevas, probarlas, experimentarlas. Para esa misma época, llegaron muchos inmigrantes chinos, en su gran mayoría provenientes de la República Popular China (los taiwaneses llegaron antes); todos trataron de insertarse y acomodarse en una Argentina donde los asiáticos conforman la nueva minoría. Y el primer problema en este encuentro de culturas es, obviamente, el idioma. Pasé prácticamente toda mi infancia acá. Recuerdo que cuando ganó Alfonsín, yo estaba con mi familia en un restaurante chino de la calle Moreno (hoy cerrado) junto con unos amigos argentinos. Comimos juntos unos pollos a los tres aromas,
tomamos una sopa y, juntos, festejamos el regreso de la democracia. Aun con diferencias culturales e idiomáticas, todos disfrutamos de la comida y la integración fue más que completa. Hoy, casi 30 años después, la historia sigue siendo la misma: la comida nos une, no importa de dónde y cuán diferente sea. La colectividad china es una de las que más creció en los últimos tiempos y su cultura fue introduciéndose de a poco, en especial desde la cocina. Hoy, el Barrio Chino de Belgrano explota, la salsa de soja ya está al lado del vinagre y todos tienen por lo menos un par de palitos chinos en su casa, que conviven junto con el tenedor, el cuchillo y las cucharas. Y el chino también se adaptó al argentino: el “che”, el mate, el asado. Cada vez que viajo a España o a países de habla hispana, la gente se sorprende al escucharme hablar como un argentino. Y me río. Y me siento orgulloso. Al asado se lo puede marinar con salsa de soja. Al arroz salteado no es pecado agregarle chimichurri. Pruébenlo, y así descubrirán un nuevo mundo integrado.
El autor es periodista especializado, docente y director de Chinabox y Revista U-Likeit!
De impecable camisa a rayas y pantalón oscuro, uno de los dueños del restaurante Royal China, de Puerto Madero, cruza a paso rápido el vestíbulo del local, decorado con réplicas de soldados de terracota de la dinastía Qin, que fueron traídas en barco desde Asia. Su nombre es Lixin Cai. Saluda con suma cordialidad, da unas indicaciones a sus empleados y posa rápidamente para unas fotos. Consulta su reloj Breitling y se disculpa por tener un compromiso inevitable de índole familiar. Su asistente de confianza, Anabella Romero, se encarga de contar su historia y la del lujoso restaurante de comida china, primero de ese estilo en poner un pie en Puerto Madero, un año atrás. El periplo de la familia Cai comenzó mucho más lejos del centro porteño. Más precisamente, en el partido bonaerense de San Martín donde, recién llegados desde China, él se instaló junto a su esposa con la ayuda de algunos familiares. Primero fue a trabajar como empleado en un supermercado, y después llegó la apertura del primer tenedor libre, justo enfrente de la municipalidad. “Son personas que se hicieron de abajo, con mucho empeño y sacrificio. Les costó mucho adaptarse a las formas argentinas porque en China no saben lo que es un sindicato, ni vacaciones ni hay sistema jubilatorio”, cuenta Anabella. Con la ayuda de familiares, salieron adelante. Poco después del primer tenedor libre, junto a otros socios, llegó el segundo, Finca Gourmet, en San Miguel, y un tercero en Morón, Moon Plaza, “el tenedor libre más grande de Sudamérica”, con nada menos que 600 cubiertos. “Igualmente, nada que ver con Royal China”, apunta Anabella. Es que el de Puerto Madero es un restaurante a la carta, de comida cantonesa, con cuatro cocineros oriundos de Hong Kong, que se ocupan de las distintas especialidades que se sirven. Y donde aún asiste un 80% de comensales de la comunidad, muchos de ellos gente de “alto nivel” del país asiático, como embajadores, políticos o empresarios. “Querían un lugar más fino y llamativo situado en un lugar estratégico de Buenos Aires”, precisa Anabella. Lixin y su mujer tuvieron dos hijas en la Argentina: Sofía, de 11 años, y Valeria, de 4. La más chica está ahora en China, con sus abuelos, aprendiendo el idioma y absorbiendo la cultura de ese país. Pero en unos años ya estará de vuelta. Porque la familia Cai piensa mudarse de San Martín a algún barrio cerrado en el conurbano. Acá tienen su vida y este nuevo desafío: el restaurante chino que busca ganarse su lugar en uno de los polos gastronómicos más codiciados del país.
Investigan una muerte en Caballito Un comerciante de nacionalidad china murió de un balazo en la cabeza en el supermercado donde vivía, en el barrio porteño de Caballito. Los investigadores intentaban determinar ayer si se trató de un accidente al manipular su propia arma, de un suicidio o un homicidio. El hecho ocurrió anteanoche en Vallese al 800.
EN LA PARROQUIA SAN MARTIN DE PORRES, EN BELGRANO
Le roban a un sacerdote durante la misa El sacerdote José Luis Rey celebró la misa con normalidad, como lo hace todos los días. Después saludó a los fieles y se fue a la casa parroquial para terminar el domingo. Pero cuando llegó a su habitación advirtió que le habían robado su computadora portátil, un equipo de música y dinero que había en una billetera. Todo sucedió sin que nadie lo advirtiera. El hecho ocurrió el domingo pasado en la casa parroquial de la iglesia San Martín de Porres, situada en el barrio de Belgrano. Así lo informaron a LA NACION fuentes de la Policía Federal y un empleado de la secretaría parroquial. La misa comenzó a las 20.15, es decir que el robo tuvo que haber sido entre esa hora y la finalización
de la celebración del cura párroco, conjeturaron los investigadores. La parroquia está en Virrey Loreto 2161. La entrada de la casa donde vive el sacerdote queda por Arcos al 1500, a la vuelta de la iglesia. Al cierre de esta edición el cura párroco no había ratificado la denuncia en la comisaría 33a., con jurisdicción en la zona, que comenzó una investigación de oficio. “El cura advirtió los faltantes cuando regresó a su casa después de oficiar la misa”, sostuvo a LA NACION una fuente policial. Según una versión, los ladrones habrían llegado a la casa parroquial por un pasillo que nace en la entrada principal y después forzaron una ventana metálica. Pero una fuente parroquial negó esa versión y asegu-
ró a este diario que los delincuentes aprovecharon el horario de misa y directamente entraron en la casa del sacerdote por la puerta de la calle Arcos. LA NACION intentó comunicarse con el sacerdote, pero en la secretaría parroquial explicaron que estaba muy ocupado.
Otros hechos El robo en la parroquia San Martín de Porres es el quinto hecho delictivo ocurrido en un templo católico desde mayo pasado, cuando asaltantes sorprendieron a un cura de la Basílica de Santa Rosa de Lima, en Balvanera, donde obligaron a la víctima a recorrer la iglesia para maniatarla luego en su habitación, donde robaron computadoras y plata.
A principios de agosto pasado, delincuentes robaron en la iglesia de San Judas Tadeo, de Parque Chacabuco, de donde sustrajeron dinero y objetos de valor cuando un sacerdote oficiaba una misa y otro era distraído por dos personas en el confesionario. Pocos días después, otro ladrón robó pertenencias a fieles de la parroquia de San Vicente de Paul, en el barrio de Mataderos. El cuarto hecho sucedió cuando un delincuente armado asaltó la iglesia de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa en Parque Chacabuco, donde el asaltante amenazó con un arma de fuego a empleados de la santería y sustrajo dinero destinado al mantenimiento de ese templo.
SOLEDAD AZNAREZ
Al párroco le sustrajeron una computadora portátil y dinero