Urbanismo

descalzos y en paraguas. en una casa verde, la de la esquina ... les llaman casas mínimas a las casas de interés social con uno o dos cuartos .... masiado altas.
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#Urbanismo

Casa chica,

¿infi erno grande?

Por Paula de Anda @PaulaShan/ Karla Tinoco @KarlaSexenioNL • Fotografías: Claudio Lizárraga @ClavdioEle

● Con escasos metros de frente,

las casitas en Villas de San Juan se prolongan en cada calle y amontonan casi una encima de la otra.

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#Urbanismo Les llaman casas mínimas a las casas de interés social con uno o dos cuartos y el espacio justo para que viva una familia joven. Los expertos dicen que los espacios reducidos repercuten en la salud y las emociones. Los gobiernos escriben leyes que aseguran cierto confort y dignidad. Las constructoras venden casitas desde 270 mil pesos. Las casas mínimas se sobrepueblan. La familia que vive allí crece pero el tamaño del hogar sigue igual.

A

unque los humanos tenemos más o menos las mismas medidas, no todos necesitamos el mismo espacio. Un bebé árabe observa cómo conversan los adultos. Aprende que las cabezas de sus mayores están muy juntas cuando intercambian palabras. A medida que crece, incorpora esos hábitos. El muchacho árabe tendrá la oportunidad de cursar un año de su universidad en Estados Unidos. Le extrañará que en ese país sus compañeros se distancian tanto al conversar. ¿Por qué los estadounidenses se alejan para hablar mucho más que los árabes, los españoles o los latinoamericanos? por cultura. El problema es que esas diferencias culturales rara vez son tomadas en cuenta por las constructoras. Aunque los mexicanos tenemos un espacio vital más corto que los anglosajones, hay viviendas que ni con el espacio vital más reducido son suficientes para ostentar cierta comodidad. Los mexicanos solemos acercarnos mucho al hablar. “Tú y yo no nos conocemos y mira la distancia personal que tenemos. Esta distancia en la que estamos conversando sería tal vez inaceptable en Estados Unidos”, dice Benito Narváez Tijerina, doctor en arquitectura por la UNAM.

Casitas desmontables

Al escuchar hablar sobre el municipio de Juárez, un regiomontano podría pensar solo en tamales. Villa de San José y Villa de San Juan son dos colonias en ese municipio al este de Monterrey. Sus casas fueron construidas hace pocos años, allí viven los que trabajan en las fábricas y maquilas o son meseros o albañiles. Hoy llueve. En la colonia Villa de San José las casas lucen todas iguales. Son pequeñas, los árboles son todavía muy jóvenes, los niños visten uniforme escolar aunque son ya las seis de la tarde. Pese a la lluvia, en las calles hay movimiento, transeúntes descalzos y en paraguas. En una casa verde, la de la esquina, se improvisa una tiendita en la cochera. En el resto de la construcción viven una mujer y su esposo, el reportero de un diario de Juárez, y el hijo pequeño del matrimonio. Mientras el hombre trabaja fuera de casa, la mujer se queda a atender la tiendita acomodada en su cochera. La hija mayor del matrimonio vive a pocas calles de aquí. Esta tarde de lluvia y cielo gris, madre e hija se hacen compañía en la tiendita. Una niña con el uniforme puesto y los pies descalzos se acerca al 14 | SexenioNuevoLeon.com

mostrador y compra una sopa instantánea. Mientras atiende a su clienta, la mujer expresa que su casa le basta, que tiene el espacio justo para que quepan ella, su esposo, su hijo y la tiendita. A la hija mayor también le basta su propia casa, donde vive con sus dos hijos. Afuera de la tiendita hay un parque que no es parque sino un terreno diseñado para serlo; le faltan árboles, columpios, bancas, pasto. Está lleno de piedras blancas y maleza, quizá las piedras son blancas porque las pintó el ayuntamiento en una primera fase de acondicionamiento del espacio público. La segunda fase nunca llegó. La mayoría de estas casas están pagadas a medias. Cuando los inquilinos no pueden pagar, llega el banco o la constructora y los saca. Madre e hija vieron que en menos de ocho horas, la casa de un vecino quedó vacía luego de que sacaran a su residente y los demás vecinos se llevaran lo que él no pudo: la taza del baño, las ventanas, el cableado, la tubería. No hay rateros, aseguran las dos mujeres, pero a veces aparece uno que otro. La dueña de la tiendita cuenta que en Monterrey, la presencia de otra casa justo frente a la suya la angustiaba, la hacía sentirse apretada. Y aunque aquí desmantelan una casa en menos de ocho horas, a ella le impactó más el intento de robo de su casa en Monterrey. Por eso, entre otras cosas, se vino a Juárez. Aquí no se siente asfixiada. Además, la colonia tiene lo elemental para vivir: súper mercado, tiendita, escuela primaria, CONALEP y una farmacia. Allí, afuera de la farmacia, una mujer sentada detrás de un escritorio recluta a los residentes de Juárez para trabajar en las fábricas. “Yo también me siento a gusto”, asegura la hija. Explica que viven bien porque son solo tres en sus casas, pero allí a la vuelta hay una casa donde viven ocho, nueve, diez personas, quién sabe.

Casas enanas

“¿Dónde crees que sea más caro vivir, en Guadalajara, Monterrey o el Distrito Federal?”, pregunta el arquitecto Narváez Tijerina y responde a su propia pregunta: en los meses de máximo calor, que comprenden de mayo a septiembre, vivir en Monterrey es mucho más caro. La temperatura de confort del sueño es de aproximadamente 25 grados centígrados. En los días más cálidos, Monterrey alcanza esa temperatura solo a las dos de la mañana. “Hay gente que moja la cama para poder estar fresca, he visto ese

tipo de prácticas en la ciudad”. Mientras menos altura tiene una casa, más caliente es. El aire se comporta igual en cualquier casa: el aire frío pesa más y el aire caliente pesa menos. Entonces el aire caliente sube y el aire frío baja. Si te subes a una escalera y pones la cabeza a la altura del techo, notarás que hace mucho calor allá arriba. El arquitecto asegura que de unos años para acá, las desarrolladoras le han quitado una franja horizontal de blocks a las casas mínimas para ahorrarse ese dinero y cobrar lo mismo. Así, en lugar de ser casas de 2,50 o 2,70 metros y asegurar cierto confort en cuanto al clima, miden 2,30 metros. En términos climáticos, son casas terribles. No sólo la altura de una casa impacta en el clima. La falta de espacios verdes y el pavimento también generan un mal bioclima; así les dicen los arquitectos al conjunto de factores climáticos que impactan en una casa o edificio. Narváez Tijerina cita el ejemplo de Nexxus, el conjunto de casas de interés medio realizado por la constructora Javer en Escobedo; cada casa tiene un patio en la parte trasera que viene pavimentado. En la parte delantera hay una cochera que se alinea a la calle y una banqueta de unos sesenta centímetros. Las familias que habitan en esas casas suelen tener dos coches, incluso tres cuando los niños crecen. “¿Y qué pasa? que no hay árboles… Como proyecto arquitectónico fallan muchísimo porque generan mal bioclima”. La ley exige que las constructoras cedan un terreno para la instalar un jardín en cada complejo residencial. El problema es que a veces el jardín queda a la orilla del complejo, lejos de todo, y solo las casas aledañas se benefician. O sucede que el terreno se queda vacío porque ni el municipio, ni las constructoras ni los vecinos se ocupan de plantarle árboles, como el supuesto parque ubicado frente a la casa de la tendera, en la colonia Villa de San José.

Dos amas de casa privilegiadas

Frente a la casa donde viven ocho, nueve o diez personas, dos señoras platican: Sandra y Erika. Aquí en Juárez parece haber comunidad, camaradería. Hay gente en las calles, en el porche de sus casas, los vecinos se saludan, se conocen. Las reporteras se incorporan a la conversación de las dos señoras. Las similitudes entre Sandra y Erika son numerosas. Ambas están casadas y viven con sus maridos, ambas son amas de casa y madres de dos niños. Sus hijos tienen casi las mismas edades, van al kínder y a la primaria. Las dos tienen seis años viviendo en esta colonia de Juárez, las dos pagaron entre 270 mil y 320 mil pesos por su casa. Ambas aseguran vivir muy a gusto aquí porque las paradas de los camiones son accesibles y es un barrio tranquilo. Sus casas tienen la misma hechura: un patio trasero, cochera al frente para el carro de la familia, dos recámaras, sala, comedor, cocina independiente, recalca una, “no como otras casas que estuve viendo que tenían la cocina pegada al comedor”. Las dos compraron su casa a conciencia; contrastaron, calcularon, no viven en el primer lugar que encontraron, comprar una casa es cosa seria, no es como comprar chicles o calzones. Las dos mujeres se sienten bien por ahora, pero saben que cuando sus hijos crezcan habrá que ampliar o mudarse. El esposo de Sandra es técnico, el de Érika es mesero. Conversan con las reporteras afuera de la casa de Sandra mientras los hijos juegan cerca, en la calle. La casa de Sandra luce bien: una pequeña fuente, reja blanca, suelo empedrado, figuras colgando de las paredes de la cochera. Aseguran que vivir en Juárez es más barato que en otras zonas del área metropolitana de Monterrey. Sandra cotizó casas en Guadalupe, allá estaban más caras, además la comida y los servicios son más baratos aquí.

● Cuando las casas

terminan de alojar a las familias, son posecionarios o pandillas quienes las ocupan. Blanca Rosa, residente de Juárez, no se explica por qué los sacan de unas casas que luego quedarán a la merced del grafiti y los usuarios de drogas.

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● Esta madre de familia lamenta que su colonia no tenga espacios de esparcimiento. En las vacaciones de verano, su familia se recluye en casa y los columpios y las veredas son reemplazados por el televisor.

● Blanca Rosa, obrera como sus hijos, observa el vaivén de los ocupantes de las casas

vecinas abandonadas. Teme por sus hijos, quienes son testigos de los nidos de delincuencia en que se convierten esos inmuebles. ● A Evaristo le agobia la ausencia de árboles. Aunque no encontró la mejor vida en Villa de

Juárez, asegura que “ya no hay para dónde correr.

Cuentan que en los últimos años las colonias de Juárez han crecido. Los autobuses viajan cada vez más llenos. Aquí no es tan inseguro, es tranquilo. Se dicen privilegiadas porque en otras zonas de Juárez se vive peor.

Invasoras en la sala de una casa mínima

Sandra y Érika están convencidas de que en la casa de enfrente, donde viven ocho, nueve o diez personas, si están pero no abren la puerta por miedo a los cobradores. Sandra intercede por las reporteras, dice que conoce a la familia que vive allí, le llama a la señora de la casa, Julia, quien invita a las dos reporteras a pasar a su casa y las sienta en el sillón de la sala. Le habla a su hija, Beatriz Adriana, quien sale de su cuarto. Las cuatro mujeres se acomodan en la sala y conversan. La puerta de entrada, al abrirla, casi toca una cama acomodada entre la pared y uno de los dos sillones que forman la sala. Al lado de la sala está una mesa con algunas sillas. Sobre la mesa hay trastes sucios, papeles, dos botellas grandes de Big Cola. Pegado a la pared hay un librero alto, entre sus repisas descansa una plancha, trapos, artículos de esos que son comunes en todas las casas. Sobre la repisa más alta del librero hay una televisión de unas 30 pulgadas aparentemente nueva que permanece prendida durante la entrevista. Esta casa, como las otras de la colonia, tiene dos cuartos. Todas las noches, Julia, Beatriz Adriana y sus tres hijos duermen en una de las dos habitaciones. En el otro cuarto duerme el esposo de Julia y padre de Beatriz Adriana. En un sillón de la sala se acomoda el hijo menor de Julia; con él suman siete los inquilinos habituales de la casa. Pero luego están los que a veces llegan a dormir aquí. Julia les dice “los paracaidistas”: son sus otros hijos y nietos que ocupan los otros sillones de la sala. Cuando todos los paracaidistas coinciden, suman once personas viviendo en esta casa. 16 | SexenioNuevoLeon.com

Al final, la cifra de las vecinas no era del todo exagerada. ¿Cómo le hacen para vivir 11 personas en 30 metros cuadrados? Beatriz Adriana explica que rara vez coinciden todos porque su papá y su hermano trabajan todo el día. “Casi siempre estamos nomás mi mamá, yo y los niños, pero ellos casi siempre están afuera jugando. Solo el domingo estamos todos juntos; mi papá se pone a ver la tele en su cuarto, mi hermano ve la tele en la sala y nosotros nos ponemos a ver la tele en el otro cuarto”.

Las casas chicas enferman

La filosofía del diseño en el que se basan las viviendas mínimas tiene su origen en la arquitectura moderna, que a su vez tiene sus principales hitos en el periodo ubicado entre las dos guerras mundiales. Una de las bases más importantes detrás de esa filosofía es construir espacios racionales basados en las necesidades mínimas humanas para reducir los costos y hacer que el uso del espacio se vuelva más eficiente. Lo que se busca es reducir tiempos y movimientos tanto como sea posible. Una casa planeada bajo este esquema tendría todos los utensilios y espacios para cocinar a la mano. Acciones como almacenar, picar, procesar y calentar implicarían pocos movimientos. He aquí la crítica hacia el diseño de las casas mínimas: el uso eficiente del espacio crea, a la larga, costos graves. La propuesta entonces es producir espacios que provoquen grandes recorridos, pues por cada peso invertido en los diseños mínimos, en la reducción del tiempo y energía de desplazamiento, gastas otro más en seguridad social, consumo de medicinas y tratamiento de enfermedades, explica el arquitecto Narváez Tijerina. “Deberíamos revertir esa lógica de la arquitectura, las cosas deberían quedarnos lo más lejos posible para

movernos más. Imagínate el trajín que hace un ama de casa; si ese recorrido equivale a cien metros, debería convertirlo en un kilómetro. Eso cambiaría muchísimo el diseño de las viviendas”.

Comprar un terreno a 5 pesos y venderlo a 500

Mientras los adultos platican en la sala, los niños salen a jugar, como si no cupieran todos en esta casa que no es de Julia, aclara ella, sino de su hija, quien la compró hace tres años. Todas las quincenas le descuentan 400 pesos para pagarla. En el Infonavit le dijeron que durante los primeros cinco años el capital no bajaría porque sus abonos cubrirían el pago de intereses. Sospecha que el dinero que le descuentan para pagar su casa no es usado para ello, pero dice que no puede hacer mucho porque le da miedo perder su trabajo. Su madre cree que comprar esta casa fue un robo por cara, porque ni fregadero tiene. Se la dieron en 350 mil pesos. El crédito a su alcance era de 300 mil pesos, pero sus padres juntaron 50 mil más para que la comprara. Beatriz Adriana es madre soltera de tres niños. Trabaja seis días por semana haciendo galletas en una fábrica de Guadalupe, donde le pagan 168 pesos diarios. Tener un jardín o un camellón amplio frente a la casa, una calle ancha, un patio trasero con buen espacio y cochera, son costos que finalmente se le cargan al comprador. Si los costos se elevan entran en otro mercado, no del que puede pagar solo 350 mil pesos por una casa. Narváez Tijerina cree que el problema es que los desarrolladores tienen expectativas de ganancia demasiado altas. Para que una empresa venda casas a 350 mil pesos con dimensiones justas y buena planeación, se necesitaría una de dos cosas: o que la casa tenga un precio de venta mayor o que la expectativa de ganancia de la desarrolladora sea menor. Pero para que las casas cuesten más y puedan ser

● Cuando los pagos cesan, los desalojamientos son una práctica común en Juárez y dejan algunas calles prácticamente abandonadas. Blanca Rosa distingue estas viviendas cuando les hacen falta los medidores.

pagadas por el mercado para el que fueron planeadas, los ingresos de Beatriz Adriana y sus compañeras de trabajo tendrían que subir. La propuesta del arquitecto es implementar un mecanismo compensatorio que impida que las desarrolladoras especulen más allá de cierto límite. “Aquí en México tú puedes comprar un terreno a 5 pesos y venderlo a 500. Existen mecanismos compensatorios en Canadá y otros países, donde tienes chance de elevar el costo de adquisición hasta cinco veces, no 10 o 20 como aquí”. De vuelta en Juárez, todavía llueve y los vecinos siguen en las calles. En el patio delantero de una casa, un hombre escucha rap desde el estéreo de su auto. Más adelante, una mujer embarazada ve a los carros pasar. A la colonia San José la rodean colonias similares, los metros de frente de las casas distan poco. Más adelante están, ahora sí, las más chiquitas: apenas unos cuatro metros de frente. El arquitecto Benito Naváez Tijerina no mentía cuando afirmó: “Si quieres ver casas chiquitas, ve a Juárez”.

Las fotografías análogas de este reportaje fueron realizadas con óptica Canon y película negativa Fujicolor en 35 milímetros.

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