Una mujer contra los tabúes

21 mar. 2014 - Las narices se rebanan. La sospecha y la difamación como método. El estreno de El principio de. Arquímedes, la pieza teatral del catalán.
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Viernes 21 de marzo de 2014 | adn cultura | 3

CróniCas de la selva

Una mujer contra los tabúes La película sobre una escritora antaño famosa y una obra teatral permiten pensar acerca de la exposición de los cuerpos y el puritanismo de hoy Hugo Beccacece | para la nacion

E

n el ciclo de avant-premières del cine francés que terminó el miércoles, se proyectó Violette, el film de Martin Provost (Séraphine), sobre la vida de la escritora francesa Violette Leduc (1907-1962), hoy casi desconocida y poco leída. Violette Leduc escribió a partir de la década de 1930 una serie de libros de raíz autobiográfica (La asfixia, Estragos, La bastarda, La cacería del amor), que tocaron temas femeninos como el aborto, sobre los que ninguna mujer francesa se había atrevido a escribir en clave de confesión. Después de dieciocho años de publicar sin éxito obras que produjeron la admiración de dos grandes colegas malditos, Maurice Sachs (colaboracionista que terminó sus días en manos de los nazis) y Jean Genet, además de la pareja imperial de la literatura de posguerra, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, Leduc sólo alcanzó la fama y cierta holgura económica con La bastarda, publicado en la década de 1960. Su pico de celebridad entre los “progres” de la Argentina se dio a principios de los años 70. Las obras de Leduc tienen el valor agregado de revelar la intimidad de los escritores franceses más famosos desde la década de 1930 hasta la posguerra, de modo que uno puede enterarse de la vida de Maurice Sachs y Simone de Beauvoir (que protegió y mantuvo a Violette sin que ella lo supiera), no sólo por medio de las memorias de estos autores. Uno de los personajes que aparece en el film de Provost es el industrial del perfume y coleccionista Jacques Guérin (1902-2000). Éste, como Genet y Le Duc, era un bastardo, pero había heredado una gran fortuna de su madre (una self-made woman) y tenía un gusto exquisito. Fue Genet quien llevó a Guérin al pequeño studio donde vivía Leduc, en el número 20 de la rue Paul Bert. Apenas ella lo vio (Jacques era muy apuesto, a diferencia del actor que lo interpreta en el film), se enamoró de él. Amor imposible porque Jacques era homosexual. En su casa, Guérin tenía manuscritos de Victor Hugo, Rimbaud, Baudelaire, Cocteau, Picasso y Genet, además de haber rescatado

del fuego los manuscritos de En busca del tiempo perdido, de Proust, y los muebles del escritor. A esa colección de manuscritos, quiso agregar los de Leduc y lo logró. Como consejero histórico, Provost tuvo a Carlo Jansiti, autor de una biografía sobre Violette y muy amigo de Guérin durante los últimos años de éste. Jansiti no conoció a Leduc por una cuestión generacional. Compró de casualidad en Roma una traducción al italiano de La bastarda en la década de 1980. Quedó impresionado por la historia de marginalidad y los amores (no correspondidos) de Violette, que podía amar tanto a un hombre, aunque fuera homosexual (Sachs y Guérin), como a una mujer (Simone de Beauvoir). El estilo y la sinceridad literaria (un oxímoron) de Leduc lo llevaron a identificarse con ella. Violette siempre se consideró muy fea. Odiaba su nariz, del mismo modo que Jansiti odiaba la propia. Cuando éste leyó que Leduc se había operado su berenjena nasal, Jansiti se operó la suya. Esa intervención, según él, le cambió la vida. A veces, una nariz es una cordillera: de un lado, está la luz y la salvación; del otro, la sombra y la condena. Las cordilleras no se pueden abatir. Las narices se rebanan.

Durante los años de entreguerra, la novelista indagó en clave confesional temas poco tratados por entonces violette leduc Escritora francEsa

En El principio de arquímedes personifica a un profesor de natación para niños al que acusan de abuso Juan MinuJín

La sospecha y la difamación como método. El estreno de El principio de Arquímedes, la pieza teatral del catalán Josep Maria Miró, en el Teatro San Martín (muy bien la puesta en escena de Corina Fiorillo y la escenografía de Enric Planas), vuelve a poner el acento en dos temas que, en realidad, se convirtieron en obsesión: la pedofilia y el abuso sexual. En los últimos tiempos, hay varias piezas y películas sobre este asunto, entre otras, La cacería, reciente nominada al Oscar; La duda, en la que trabajaba el formidable Philip Seymour Hoffman, y El hombre del bosque, con una estupenda interpretación de Kevin Bacon. En la obra de Miró, el supuesto pederasta es un profesor de natación para niños, interpretado por Juan Minujín. Una niña lo acusa de haber abrazado y besado (en los labios) a un niño durante una clase, delante

actor

de todos. En la versión del profesor, el niño estaba aterrorizado por la mera idea de arrojarse al agua sin flotador. El profesor, para animarlo y consolarlo, lo había abrazado y lo había besado en la mejilla. De esa diferencia (boca y mejilla), surge el conflicto. Resultaba interesante escuchar los comentarios del público después de la representación. Se formaron varios grupos en los que se hablaba de casos parecidos en gimnasios, colegios (religiosos o laicos) y jardines de infantes. Precisamente los jardines de infantes y gimnasios eran sobre los que más se debatía. ¿Cómo no asistir a un chico que aún no controla con seguridad sus esfínteres y al que se debería tocar para higienizarlo? ¿Cómo enseñarle a flotar a un niño o a un adolescente sin ponerle nunca una mano en el cuerpo? Por cierto, la duda es imposible de erradicar. Pero lo más terrible es que, en la calle, cuando un adulto se muestra demasiado cariñoso con un menor que lo acompaña, los peatones, a veces, lo miran con desconfianza. ¿Serán padre e hija? Y si lo fueran, ¿acaso el padre o la madre estarían absueltos de toda sospecha? En una sociedad invadida por la representación erótica de cuerpos desnudos, el temor nos ha vuelto puritanos y distantes con los niños. En la magnífica biografía Britten’s Children, de John Bridcut, de 2006, el autor analiza la relación que el gran compositor británico tenía con los chicos que aún conservaban la voz blanca. Una buena parte de la mejor obra de Britten se basa en la fascinación y el afecto recíproco que existen entre un adulto y un niño: un afecto que no deja a un lado la expresión corporal. Hoy, dice Bridcut, ese tipo de vínculo entre un adulto y un menor sería impensable. El adulto iría a la cárcel de inmediato. Sin embargo, los padres de esos chicos admirados por Britten confiaban en el músico. De las atenciones, de una delicadeza extrema, de Britten hacia los hijos de sus amigos, surgían composiciones inspiradas por un amor sublimado. Un amor en el límite, en el peligroso límite. “Sus” niños lo adoraron hasta que fueron ancianos convertidos en abuelos. C