Jueves 18.04.19 IDEAL
MI PAPEL
Toda una mujer
Al día sig
ADELA TARIFA
ANDRÉS BOTELLA GIMÉNEZ
Tengo para mí que Guadalupe Ortiz de Landázuri fue una auténtica pionera que supo estar en la primera línea de la aventura de la vida
M
uchos la podríamos haber encontrado por la calle; y nos hubiera quedado la impresión de una mujer enteramente de nuestro tiempo. A quienes la conocían, les sorprendía su agradable presencia y abierta simpatía, sentido positivo y constante buen humor (plasmados habitualmente en una acogedora y contagiosa sonrisa). Su gran atractivo humano se conjugaba con un alto nivel intelectual y académico, que en nada disminuía su sencillez. Doctora en Ciencias Químicas (su tesis obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude) y Catedrática por oposición, ejerció la docencia e investigación con tanta brillantez y admiración de sus propios compañeros y alumnos, como cariño, orden y eficacia en el resto de otros arduos trabajos que hubo de asumir y conciliar. Guadalupe –así se llamaba- no tuvo una vida exenta de dificultades. Nacida en 12 de diciembre de 1916, día de Ntra. Señora de Guadalupe, en Madrid. Era hija del entonces Capitán de Artillería D. Manuel Ortiz y García y de Dª Eulogia Fernández-Heredia, que habían formado una familia muy unida, en un hogar hondamente cristiano. En 1922, su padre fue ascendido a Comandante y destinado a Larache, teniendo que vivir separado de su familia; y en 1926, fue condenado a cadena perpetua por un enfrentamiento entre la oficialidad del Cuerpo de Artillería y el Gobierno de Primo de Rivera, aunque más tarde se declararan extinguidas todas las responsabilidades al respecto. Sin embargo, en septiembre de 1936, el ya Teniente Coronel (que mandaba la Escuela de Tiro, en Madrid) fue condenado a muerte, no aceptando el indulto aprobado por el Jurado Mixto sólo para él, pero no para sus subordinados como había sido solicitado por su hijo. La muerte de D. Manuel y el comportamiento de su familia fueron realmente admirables; y no pasó desapercibida la gran serenidad de Guadalupe. Pese a todo, en 1940, reanuda su brillante carrera universitaria, interrumpida por la guerra civil. Si bien, antes de los 20 años pensaba en el matrimonio y llegó a salir con un amigo al que dejó pronto, en 1944 y durante una misa dominical en la que estuvo distraída, sintió vivamente la cercanía de Dios. Luego se informó sobre
un Sacerdote que le pudiera atender, visitando a D. Josemaría Escrivá, que accedió a prestarle su asistencia espiritual; cosa que realizó con pleno respeto a su libertad y a la acción de la gracia divina, ayudándole a descubrir que el trabajo profesional y la misma vida ordinaria son lugar de encuentro con Cristo. Cumplidos los 27 años, tras unos días de retiro, solicitó la admisión en el Opus Dei. Desde entonces su entrega a la vocación fue total y su actividad muy intensa. Se hubo de encargar de la administración de dos colegios mayores en Madrid y en Bilbao, de la dirección de una residencia de universitarias en Madrid; y en 1950, recibió el encargo de iniciar el trabajo apostólico de las mujeres del Opus Dei en México, lugar en el que también dirigió otra residencia para universitarias (a las que animó a ampliar su formación humana y cristiana, poniendo sus conocimientos al servicio de los demás); e igualmente colaboró con otras mujeres profesionales y madres de familia. En 1956, se trasladó a Roma, volviendo a España un año después, donde fue operada de una estenosis mitral; tras de lo cual, reemprendió su actividad académica, obteniendo el Premio de Investigación Juan de la Cierva, sin dejar de atender sus tareas formativas y de dirección en la Obra. El 16 de julio de 1975, día de la Virgen del Carmen, falleció en Pamplona con fama de santidad. Tras el correspondiente proceso diocesano, el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar los decretos sobre las virtudes de Guadalupe y sobre el milagro atribuido a su intercesión (la curación inexplicable de Antonio Jesús Sedano), con vistas a su próxima beatificación. Tengo para mí que Guadalupe Ortiz de Landázuri, fue una auténtica pionera que supo estar en la primera línea de la aventura de la vida, sin arredrarse ante la innovación o la dificultad, como un claro exponente de la libertad de amar, admirablemente ejercitada. Lo que se tradujo en un constante servicio, amasado con un trabajo acabado y una amistad bien humorada, desde el gozo sereno de saberse hija de Dios: un ejemplo practicable de lo que se suele llamar toda una mujer, a los ojos de Dios y de los hombres.
H
ace poco asistí a una comida con amigas. Celebrábamos la jubilación de una de ellas. Lo pasarnos genial. Hoy jubilarse no recuerda la vejez, más bien tiene que ver con la etimología del término: júbilo. Sin embargo cada uno es cada uno. Y en esa comida me vino a la memoria mi último día de trabajo en el Instituto. Me puse melancólica en la comida, mientras acariciaba, entre copa y copa, la flor de un geranio que a nada olía. Llevaba preparando con calma mi despedida del trabajo. A ratos revisaba en rincones de la biblioteca, donde tantas horas pasé. Allí quedaron perdidos infinidad de papeles de las prácticas que hacía con mis alumnos de bachillerato para iniciarles en la investigación, o de cuando organizamos un Seminario sobre Constitución y constitucionalismo, que se recogió en un vídeo didáctico. Hoy algunos de aquellos alumnos peinan canas, y casi todos tienen ya hijos como yo los recuerdo a ellos, adolescentes. Otras veces, en horas de guardia y en huecos, vacié los recuerdos personales del Departamento; eran 30 años de proyectos y esfuerzo. Lo último que desalojé fue mi casilla de la sala de profesores. Allí guardaba lo de cada día; actas, carpeta de notas, apuntes y esquemas de clases, fotocopias para prácticas con comentarios de texto, mapas, gráficos de geografía, recortes de prensa, un par de bolígrafos para corregir cuadernos y exámenes, una gafas viejas, por si acaso; restos de informes para la tutoría, alguna revista del día de la clausura del curso con las orlas, y correspondencia trasnochada. No me apetecía nada la tradicional comida de despedida, y lo dije al claustro, aunque yo había asistido a muchas de mis compañeros. Lo último que deseaba ese día era alimentar la nostalgia y llamar a las lágrimas. Me jubilé anticipadamente y por voluntad propia de la profesión que más me gustaba. Volvería a elegirla, aunque los últimos años las secuelas de la dichosa LOGSE me dejaron heridas. Pero ninguna de ellas tenía que ver con el afecto y respeto hacia mis alumnos y hacia los compañeros del centro. Salí del instituto una mañana de sol, caminando con una bolsa de las del supermercado en la mano. Allí iban los últimos papeles de mi taquillón y el archivador de notas de ese curso, lleno de señales, de hojas gastadas por el uso. Lo conservo. Recorrí el jardín que me alejaba del lugar, que olía a verano y a celindos. En cinco minutos estaba en casa con la conciencia tranquila. Me había ganado a pulso la jubilación. Era consciente de que se abría la última puerta de mi vida. Pero quedaba tanto por hacer ese día... De momento no pondría más el dichoso despertador. Lo odiaba.
Al día siguiente est porque mi marido aú do. Al día siguiente des y en pijama y pude al cones llenos de revis día siguiente salí a co con placer lo que ante de mala manera. La m lando. La tarde era com vaba más de 20 años d vestigación y tenía u so. Ahora iba a escrib leer mucho, a echar m chivos, a largarme de esperar un permiso de de Educación que nu Ahora iba a disfrutar milia, a dedicar más char a mis amigas, Ah después, cuando me ib po. Ahí me equivocab Es que el tiempo n En mi caso jubilarme calada hacia otras ex me hacía falta vivir agotadoras. Pero a la teza de constatar qu dieran dos vidas, jam cer todo lo que me qu No me quejo. A quien eso somos afortunado damos a protestar p veces duele una rodil ra coges un trancazo Porque ya te tienes q esas tazas de café que una moto y pasar al a cafeinado. Porque la que tomarlas con cal sueño, ese que te m cansino en la juventu olvidado de ti. Porq