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Una familia muy poco normal Un fantástico viaje al país de la ...

7 ago. 2010 - Vuelve el ciclo Vamos a la. Orquesta, de la mano de la Orquesta de la Radio Televisión Pública. Con la conducción de Víctor Hugo Morales se.
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Espectáculos

Página 4/LA NACION

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Sábado 7 de agosto de 2010

TEATRO (Platea infantil)

Opinión

Por Juan Garff

Por Ernesto Schoo

Un fantástico viaje al país de la imaginación

Rodolfo Franco, maestro de maestros

Diego Ramos invita al juego en una puesta de raíz circense contemporánea basada en la obra de María Elena Walsh Excelente (((((

El cancionero de María Elena, en las mejores manos

Descubriendo al país de Nomeacuerdo. Autor: María Elena Walsh. Intérpretes: Diego Ramos, Analía Riamonde, Violeta Matorras, Tamara Tsinsinis, Ariadna Argitía, Andrés Kyle, Esteban Fiocca, Adrián Kiss y Facundo Cosentino. Música: Martín Bianchedi, sobre temas de M. E. Walsh. Coreografía: Carolina Pujal. Vestuario: Alejandrina Molinero Calderón. Iluminación: Fernando Di Yorio. Dirección: Juan Bautista Carreras. Teatro ND Ateneo, Paraguay 918. Entrada $ 40.

Las palabras juegan. Sobre el escenario se convierten en piruetas de saltimbanquis, en imágenes de sorprendente creatividad. El cancionero de María Elena Walsh reencuentra su veta profundamente innovadora a medio siglo de haber nacido, en una feliz conjunción con la estética del nuevo circo y una puesta en escena que saca provecho lúdico de cada verso. En Descubriendo el País de Nomeacuerdo, vuelve a protagonizar Diego Ramos una versión de la obra de la juglaresa de la infancia, para dar continuidad al hallazgo que fue la puesta de Doña Disparate y Bambuco durante la temporada pasada, en ambos casos con dirección de Juan Bautista Carreras. Alguna coincidencia con la estética del Cirque du Soleil, aunque fuera casual, es bienvenida en este caso. Un hombre aburrido, monocorde y monocromo sueña una vida distinta; sueña el circo. Es el País de Nomeacuerdo, en el que un gato puede pescar sombreros, mientras otros morrongos fracasan en un concurso de chacarera; donde la Luna suele bajar en camisón y la lluvia le pide al viento que no la despeine. La virtud de la puesta de Carreras está, ante todo, en no pretender ilustrar las letras de las canciones, sino en reflejar a través de saltos aéreos y gestos clownescos el espíritu poético y festivo de las canciones, más allá de algunas referencias temáticas ocasionales. La historia de los tres gatos en viaje a Tucumán puede pasar así por un magnífico juego de acrobacia sobre barras asimétricas. El vestuario, entre vistoso y estrafalario, de Alejandrina Molinero Calderón, le

pone el tono apropiado al movimiento sumamente preciso de la coreografía circense diseñada por Carolina Pujal para un elenco impecable. Diego Ramos oficia de versátil guía y presentador de este mundo onírico, con ductilidad para pasar del protagonismo, cantando un tema, a poner el hombro para armar la pirámide humana. Combina simpatía con expresión de asombro y

constante predisposición al juego para componer su personaje. Otorga así continuidad a una trama que en verdad no es más –ni menos, hay que decirlo en este caso– que la selección de buena cantidad de las canciones reunidas en El Reino del Revés, hilvanadas por breves diálogos, en parte también tomados de la obra de María Elena. Por momentos podría temerse que

las canciones –también por conocidas– pierdan algo de presencia frente al deslumbramiento del juego escénico. Pero sobre todo en la voz de Analía Riamonde, brillante partenaire de Ramos en su ir y venir entre el canto y el circo, se revaloriza la poesía de María Elena Walsh. Uno vuelve a escuchar las estrofas y les encuentra nuevas significaciones y matices, aunque la letra esté tan incorporada ya a la memoria colectiva como la de la tortuga Manuelita. Lo mismo vale para los arreglos y variaciones musicales de Martín Bianchedi, que recrea las melodías con el aporte de nuevas sonoridades. Descubriendo... es, en este sentido, fiel al universo de María Elena, al rehusar la reproducción con sabor a naftalina para sumarse a la inspirada invitación al juego desde la estética circense contemporánea. Logra, así, reafirmar la vigencia de la obra de la gran poetisa. Una pareja de clowns traza un puente de comicidad entre los números musicales con breves escenas frente al telón cerrado en la mejor tradición de la carpa circense, y da un respiro frente al vértigo que envuelve a la platea desde el escenario abierto. Un final de fiesta coloca una sonrisa en cada uno de los espectadores al abandonar la sala. El hombre aburrido ya no será el mismo al despertar de su sueño.

(Piedra libre) N Concierto. Vuelve el ciclo Vamos a la

Orquesta, de la mano de la Orquesta de la Radio Televisión Pública. Con la conducción de Víctor Hugo Morales se presentarán en forma didáctica fragmentos de obras de Beethoven, Grieg, Rossini, María Elena Walsh y Troilo para armar un rompecabezas musical interpretado con humor. C. C. Konex, Sarmiento 3131. Sábados, a las 16. $ 5.

N Música embrujada. La Banda del Musiquero Loco presenta su CD Travesura espeluznante, con temas sobre brujas, esqueletos y duendes. La Trastienda Club, Balcarce 460. Sábado, a las 16. Entrada: $ 40.

N Circo. La acrobacia convertida en

lenguaje poético en Grandes éxitos, de la troupe Circo Negro, dirigida por Mariana Sánchez. Club de Trapecistas Estrella del Centenario, Ferrari 252. Sábados y domingos, a las 19. Desde $ 20.

N Opera infantil. La Bella Durmiente

en el Bosque, compuesta para niños por Ottorino Respighi, sube a escena con textos en español. Teatro Roma, Sarmiento 109, Avellaneda. Sábado y domingo, a las 15. Entrada: $ 30.

N En el museo. Quinquela y los bar-

cos ofrece una introducción teatral a

la obra del pintor de La Boca, en una puesta en escena de Osvaldo Tesser. Museo Eduardo Sívori, Paseo de la Infanta 555, frente al Rosedal de Palermo. Domingo, a las 14.30. Gratis. N La Galera. Héctor Presa vuelve a en-

contrarle una vuelta de tuerca de humor a un clásico con El payaso de Oz. Teatro Larreta, Mendoza 2250. Sábado, a las 16, y a las 17.30; domingo, a las 17.30. Entrada: $ 30.

N Títeres. Sergio Ponce sube al retablo

tres breves obras para títeres de guante. Museo del Títere, Piedras 905. Sábado, a las 16, y a las 17.30. Entrada: $ 20.

Para un artista joven y talentoso, en 1908, ¿qué mejor sitio en el mundo para formarse en las distintas disciplinas de la plástica, que París? Mientras la mayoría de sus colegas y compatriotas se dirigían a Italia, Rodolfo Franco (Buenos Aires, 1889-1954) se instaló aquel año en la capital francesa, el faro cultural del mundo, por entonces. Además, y no es dato desdeñable, vivir en Francia era más barato que en la Argentina. “Rico como un argentino”, era casi un axioma para los franceses. Franco no era rico, pero era argentino, tenía talento, diecinueve años y estaba deslumbrado: Picasso y Braque ya andaban trastornando las nociones tradicionales del arte, con la entusiasta colaboración, cada uno en lo suyo, de Eric Satie, Apollinaire, Matisse… Al año siguiente, el 20 de febrero de 1909, el italiano Filippo Tommaso Marinetti enfurecería a muchos con el primer Manifiesto futurista, publicado en Le Figaro. Pintor, acuarelista, dibujante, ilustrador, grabador, decorador, muralista. Ninguna variedad de la plástica le fue ajena a Rodolfo Franco: algunas estaciones del subte porteño –Tribunales, Agüero, CateFueron sus dral– albergan murales cerámicos hechos según discípulos Saulo sus diseños. Pero la escenografía era su doBenavente, minio predilecto, y a ella su mayor tarea, Mario Vanarelli y consagró que consistió no sólo en ser durante muchos años Germen Gelpi el escenógrafo titular del Colón, sino también, y sobre todo, el creador de la cátedra de escenografía en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, donde formó a los mejores profesionales de la generación siguiente. Entre ellos, Saulo Benavente, Mario Vanarelli, Germen Gelpi, quienes a su vez transmitieron la enseñanza del maestro a sus sucesores. De Franco dijo su discípulo Saulo Benavente: “El artista que encaró por primera vez entre nosotros la escenografía como arte dramático, integradora de la creación en el indivisible complejo que forma la obra teatral”. En ocasión de la gran muestra consagrada a Franco en la galería Witcomb, al año de su muerte, José León Pagano destacó su ingente producción (se han contabilizado más de doscientas escenografías para el Colón, amén de las diseñadas para otros teatros, entre ellos los elencos franceses que venían al Odeón, y todavía falta completar la tarea) y “la alta ejemplaridad de su docencia”. Vanarelli, Gelpi y Benavente suscribieron por entonces una declaración afirmando: “Fuimos sus alumnos y guardamos por él la más grande admiración y la más profunda gratitud, pues, como muchos, todo lo aprendimos de él”. Tal vez sea una buena oportunidad de hacer hoy, con auspicio nacional o municipal, otra gran exposición de homenaje a Rodolfo Franco, maestro de maestros.

La omisión de la familia Coleman cumple hoy 5 años en cartel

Marito, papel a cargo de Lautaro Perotti, uno de los personajes más entrañables de la obra

Una familia muy poco normal Comenzaron haciendo dos funciones semanales y ahora hacen 6 con igual éxito La información “oficial” del espectáculo teatral La omisión de la familia Coleman cuenta que la obra trata de “una familia viviendo al límite de la disolución”. En otro párrafo habla de “una convivencia imposible”. A la luz del tiempo transcurrido, parece un chiste. Es que los Coleman resisten, aguantan y superan barreras casi infranqueables dentro del esquema de producción y exhibición del circuito alternativo. De hecho, hoy, el espectáculo de Claudio Tolcachir festeja su quinto año de vida. Comenzaron el rito de contar la trama de esta familia al borde de la disolución permanente otro fin de semana de agosto de 2005. La función de aquel sábado fue a las 21, en un PH ubicado al fondo de un largo pasillo, en un departamento devenido sala teatral, que se llamó Timbre 4. Barrio de Boedo, para más datos. A poco de estrenarse, la obra comenzó a ganarse un lugar. A cinco años de aquella noche de estreno, La omisión de la familia

Coleman se convirtió en un fenómeno que pasó por 35 festivales internacionales, se presentó subtitulada en más de cinco idiomas; su texto tuvo dos ediciones que se evaporaron al poco tiempo; hizo dos temporadas en Madrid y hará otra en París y Barcelona; ganó 12 premios (entre nacionales e internacionales), y desde hace poco se mudó a la vuelta del viejo PH donde pasó de dos funciones semanales a las actuales seis en una nueva sala (una extensión de Timbre 4), que triplica la capacidad de aquel lugar donde nació la leyenda. Seguramente, para cada uno de los actores y para el mismo Tolcachir, la historia de esa familia implica, en términos artísticos y personales, un punto de inflexión. A lo largo de todos estos años, aunque ellos hayan anticipado que la convivencia en esa familia era imposible, en el elenco hubo un solo cambio. El resto sigue igual (igual de contundente, igual de desbocado, igual de violento y de patético en

un espectáculo con rasgos de un grotesco muy actual). En el mapa de la escena alternativa, son pocas las obras que logran una vida tan prolongada en el tiempo (Open House llegó a las ocho temporadas, pero con mucha intermitencia y haciendo una única función semanal). Cuando se estrenó Coleman, comenzaron su ruta otros 11 espectáculos. Como es lógico para la lógica del circuito alternativo, ninguno de ellos sobrevivió a nuestros días, aunque, entre esos montajes, estaba Los mansos, la creación de Alejandro Tantanian que perduró en cartel tres temporadas (la misma cantidad de años de vida que actualmente tiene Lote 77, el trabajo de Marcelo Mininno). Por eso mismo, la permanencia y éxito de La omisión de la familia Coleman se convierte en un signo para analizar que permitió al grupo una consolidación (aun en términos económicos) que nadie ni ellos mismos imaginaban hace cinco años.

Alejandro Cruz