lación con Malba es óptima”, apunta Lombardi.
Menú artístico
Abaporu, de Tarsila do Amaral, antes de partir en calidad de préstamo a Itamaratí por pedido de Dilma Roussef GENTILEZA MALBA
Un espacio con voz propia POR MARCELO PACHECO Para La Nacion
8 Viernes 16 de septiembre de 2011
pág.
Eduardo Costantini prefiere definir Malba como un centro cultural. Las disciplinas de artes visuales, cine y literatura le dan a la institución una dinámica singular de funcionamiento interno y de presentación social. El modelo de gestión específico del museo surgió condicionado directamente por los cambios mundiales y locales provocados por la caída de las Torres Gemelas en Nueva York y la peor crisis de la Argentina iniciada en diciembre de 2001. Había que crear un sistema de piezas discursivas que, combinadas, hicieran del museo un actor visible en el medio porteño, relacionado con América latina y con presencia a nivel mundial, que enfrentara las incertidumbres de dos hechos que habían fracturado para siempre la historia social argentina y las relaciones internacionales. La principal herramienta de Malba era su colección. El montaje permanente de más de 180 obras, de las vanguardias de 1910 a las propuestas de los años 60 y 70, se constituyó en un atractivo único en la ciudad y excepcional en la región. La calidad de piezas y autores, y la narrativa y museografía creadas, resultaron un descubrimiento para espectadores, el medio cultural y los especialistas. La creación de un público local fiel a la institución fue una prioridad inicial. Malba se pensó como un espacio abierto de acciones cambiantes y sorpresivas. “¿Qué habrá hoy en Malba?”, debía ser la pregunta. Lugares de estar como galerías, terraza, bar restaurante y tienda contribuyeron a la imagen del museo como
punto de encuentro placentero. Difusión recreativa, conocimientos y ocio cultural se juntaban en la estructura que ofrecía la institución. El sistema se articuló sobre la rotación y simultaneidad de programas especiales y exposiciones temporarias, que alternan arte argentino, latinoamericano y mundial; proyectos populares y otros más dirigidos; producciones propias, coproducciones y “enlatados”; arte moderno y contemporáneo y todas sus disciplinas. Cada temporada confirma la intención de sugerir recorridos, abrir relaciones y seguir formulando preguntas sobre la historia del arte o la actualidad. Se crearon los programas Contemporáneo e Intervención, y el Programa de Adquisiciones, que gracias a la gestión de la Asociación Amigos de Malba y al aporte de privados duplicó el número de obras de la colección fundacional. También se creó un programa de edición de catálogos y otro de coedición para colaborar en la financiación de publicaciones de instituciones públicas. El modelo no estuvo completo hasta que se rodeó de cuatro áreas claves, que son las que ponen en acción sus contenidos e intenciones: los departamentos de Educación, Comunicación, Diseño y Museografía. Malba, centro cultural y museo, apostó a un modelo de gestión que asumiera su relación con la comunidad local, la regional y la internacional y que tratara de encontrar una voz propia que le permitiera participar de la escena artística globalizada desde su doble inscripción fundacional de institución localizada en Buenos Aires y dedicada al arte latinoamericano. El autor es curador jefe de Malba
El corazón de la propuesta de Malba está en su colección, única en el país, de arte latinoamericano y argentino del siglo XX y contemporáneo, que se muestra cada tanto con lecturas renovadas. Cada año, el museo organiza además cuatro muestras temporarias –una de un artista argentino, otra de un latinoamericano, otra de un norteamericano o europeo y una que repite alguna de esas categorías–. La más convocante en estos diez años fue la de Andy Warhol, en 2009 y 2010, que atrajo a 196.022 visitantes, seguida por la de Antonio Berni y sus contemporáneos, de 2005, con 110.681 visitantes, y con la colección de Dadá y surrealismo de Vera y Arturo Schwarz, en 2004, con 98.120 personas. El menú de exhibiciones revela las intenciones diversas de traer grandes nombres –Roy Lichtenstein, Hélio Oiticica, Frank Stella, Xul Solar, Tarsila do Amaral– y reponer y rescatar a artistas argentinos –Guttero, Yente y Lily Prati, Garabito, De la Vega, Grippo, Benedit–. Además, las exhibiciones se prolongan en sus espacios abiertos e internos, con puestas de curadores invitados o realizadas especialmente para exponer en el museo. “Malba es un lugar de encuentro para los artistas, que son seres aislados por naturaleza. Ahí uno siempre encuentra a alguien”, sintetiza Marta Minujín, cuya retrospectiva de 2010 y 2011 convocó a 90.780 personas, “el 40% extranjeros”, acota ella. Para Minujín, hay algo del espíritu del Di Tella en el museo. “En el Di Tella todos los días pasaban cosas, por eso había públicos distintos. Para que un lugar tenga habitués, tiene que haber propuestas en todos los campos de interés. Malba no tiene la velocidad del Di Tella, pero es el lugar en el que eso sucede con más frecuencia”, agrega. Para Kuitca, “Malba colocó la calidad de las exposiciones muy arriba. Hay muestras que se toleran en otros espacios y no se tolerarían allí. Todos sabemos el nivel de exigencia. Además, no es un museo exclusivamente local y eso es fundamental”, dice. Coincide con él Leo Battistelli, un artista rosarino que expuso en Malba en 2003. “Como artista puedo decir que Malba me ayudó a crecer, aprendí mucho. Siempre fue un museo con propuestas excelentes, pero además tiene un cuidado intensivo por los artistas que pasan por sus salas. Es uno de los pocos museos de América latina que muestra las artes generosamente”, afirma desde Río de Janeiro, donde vive. Otros artistas remarcan un dato no menor en el escenario local. “Malba es un lugar central porque alberga obra contemporánea, con una propuesta abarcativa. Pero además, compra obra”, señala Elba Bairon, cuyos trabajos integran la colec-