La voz de un saboteador empedernido

11 oct. 2008 - homenaje a los 50 años de esa voz inédita en la poesía argentina, y el libro fue presentado por Ricardo Piglia,. Horacio González y Américo ...
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ENTREVISTA | LEÓNIDAS LAMBORGHINI

La voz de un saboteador empedernido El autor de Risa y tragedia en los poetas gauchescos (Emecé) y El solicitante

descolocado (Paradiso), habla de su vida, de sus reescrituras de Martín Fierro y La razón de mi vida, y de cómo cambió el tono poético de la literatura argentina POR PATRICIA SOMOZA Para La Nacion – Buenos Aires, 2008

L

amborghini se acomoda en el sillón del living de su casa, al lado de una biblioteca repleta de libros desordenados, buscando ponerse cómodo para la entrevista. Pero no logra sacarse ese aire de inquieta descolocación que lo caracteriza. Hace apenas dos meses la editorial Paradiso reeditó El solicitante descolocado, en homenaje a los 50 años de esa voz inédita en la poesía argentina, y el libro fue presentado por Ricardo Piglia, Horacio González y Américo Cristófalo, el editor. El homenaje, es cierto, estaba lejos de parecerlo: entre risas y carcajadas, los asistentes pedían poemas como los fans piden temas en el recital de su grupo preferido. Aunque Lamborghini no llena estadios, es evidente que el público se ha ampliado desde que rompió el campo elegíaco de la solemnidad con la primera versión de aquel largo poema que cruzaba a Hernández con Homero, Dante, Discépolo, Arlt y Joyce, y hablaba de los pesares colectivos en una lengua que, por fin, parecía de estas tierras. Con El saboteador arrepentido (1955) y Al público (1957), esos poemas que luego pasaron a formar parte del libro que acaba de reeditarse, Leónidas inventó una nueva manera de escribir y, de a poco, fue abriéndose un espacio para que su poesía pudiera ser leída. En el camino hizo de todo. Tiró piedras contra el poema lírico y apostó a una poesía dramática, de voces y personajes. Incorporó la risa al recinto sagrado de la gravedad; avanzó contra el lamento y la tragedia para dar lugar al canto y a la parodia, al jadeo y al verso entrecortado. Habló de la realidad argentina lejos de la mirada compasiva o redentorista de la poesía social, y de cualquier demagogia u oportunismo. Exploró como ninguno las posibilidades del habla rioplatense, tomando distancia del pintoresquismo y el coloquialismo ingenuos. Se apartó de la creencia de que cada poema inaugura un mundo, para pretender que todo estaba ya escrito y que lo único que se puede intentar son versiones que revelen lo incompleto o lo apenas audible en lo ya hecho. En ese recorrido, releyó y reescribió la gauchesca, poniendo en el centro una tradición a la que le hizo decir algo que nadie había dicho, arrebatándosela a los tradicionalistas para desacomodarla y volver revul-

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sivo lo que parecía hecho para aquietar. Lo mismo hizo con las letras de tango, la poesía clásica, el Himno Nacional, las palabras de Eva Perón. “Allí donde yo veía que el modelo se había vuelto un estereotipo esclerotizado, probaba reescribirlo.” También hubo, cómo no, momentos más clásicos o algo líricos, y otros demoledores al extremo, como cuando dinamitó la idea de sus propias obras completas reescribiendo y pulverizando sus propios textos en Carroña, última forma (2001). Es que Lamborghini se resiste al modelo, al suyo propio, e impide así la reverencia y el homenaje. Hoy, con ochenta y un años, no ha perdido un ápice el humor zumbón y la zorrería con la que desliza ironías en sus comentarios: “¡Ahora leen mis poemas a través de Derrida, dicen que soy deconstructor!”. –Cuéntenos, Leónidas, cómo empezó a escribir. –Empecé a los nueve años, más o menos. En tercer grado, en la escuelita de Villa del Parque tuvimos una maestra que creaba un espacio para contar y redactar alguna cosa que nos hubiera pasado en nuestra vida cotidiana. Después, en cuarto grado tuvimos un maestro que organizaba concursos de metáforas. –La escuela parece haberle abierto un camino… –Además, enfrente nuestro vivía un maestro que tuvo una influencia muy grande no sólo en mí sino en todos los chicos del barrio. Roberto Alamprese se llamaba, hacía libros de lectura y gracias a él por primera vez supe lo que era una aliteración. No la llamó así, claro, pero me decía: “Mirá lo que hace Lugones con los pajaritos: ‘Da sus silbos el zorzal’”. O el gorrión: “tritura el vidrio del trigo”. –¿Era su maestro en la escuela? –No; es que antes, en verano, la gente se reunía en la calle, y él nos quería mucho y nos reunía y nos contaba cosas. Nos decía, por ejemplo, cómo había que conquistar a una chica. Además había sido campeón intercolegial de boxeo y bailaba el tango como un dios, al piso. Y él me enseñó lo que era la aliteración. Y después, cuando nos fuimos para Constitución, fui a la escuela n° 1, donde hacían una revista y me publicaron un artículo que se llamaba, vaya casualidad, “El gaucho”. –¿”El gaucho”, se llamaba? Qué casualidad. –Sí, qué casualidad, pensé yo con el tiempo. Porque después uno fue ese lector que vio en los gauchescos

LEÓNIDAS LAMBORGHINI. En sus libros recreó la literatura gauchesca y la convirtió en “gauchesca urbana”

una pléyade extraordinaria que merecía ser resucitada de una manera extrema, haciendo una reescritura de ellos. De modo que así empecé a escribir. –¿Cómo siguió? –Siempre muy desorientado. A los trece años hacía poemitas de amor para dárselos a mi primera novia. Y después hice imitaciones de Almafuerte y no me acuerdo bien de qué otros. Pero no había una voz propia, que era lo que yo buscaba. –¿Cómo empezó a aparecer esa voz? –Y, en un momento me di cuenta de que no era cuestión de imitar los modelos del 40, u otros anteriores, como Lugones, que estaba solo y que tenía la necesidad o el deseo de traer esa voz. Yo no me animaba, porque era una voz distinta. La voz que después salió en Al público, y después se transformó en la voz de Las patas en las fuentes, La estatua de la libertad, las Diez escenas del paciente. Era una voz extraña, que traía una risa que entonces no se concebía y que expresaba un deseo que no tenía límites, una especie de deseo del deseo. Por eso le puse “El solicitante descolocado”. Porque es un suplicante, ahí está la cuestión del deseo. –¿Se refiere al personaje? –Sí, al personaje que apareció en Al público. El solicitante descolocado es un suplicante porque es un excluido, está al margen, critica la sociedad, pero al mismo tiempo quiere entrar, quiere ser incluido.