La primavera roja de un daltónico empedernido

Sus pinturas colgaban en los museos más prestigiosos, su nombre se discutía en los círculos más altos del arte parisino y los establecimientos haute société competían para ... echar a la basura la opinión de quienes pintaban dentro de las líneas. En realidad, sentado en una colina, contemplando el serpenteante río valle ...
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La primavera roja de un daltónico empedernido De todos los artistas que Francia había contemplado, Monsieur Amédée indiscutiblemente era la boga de todos los tiempos. Sus pinturas colgaban en los museos más prestigiosos, su nombre se discutía en los círculos más altos del arte parisino y los establecimientos haute société competían para comisionar sus aclamados frescos. Muchos intentaron sin éxito imitar sus creaciones, pero sin la firma de Monsieur Amédée las obras parecían carecer significancia. Sin embargo, los estudiosos del arte no descubrían técnica alguna utilizada por el envejecido francés, que lo distinguiera de otros pintores paisajistas de talento módico. “Es su pasión”, concluyó un perito de la materia. “La pasión del hombre desborda del canvas. Solo Amédée puede decir tanto con solo un par de colores”. Y si bien existía algo que lo diferenciara de los demás pintores de su época, eran los limitados matices que utilizaba. Una variedad de magentas y azules. La razón por la escasa selección era muy aparente. Monsieur Amédée mismo había declarado, “yo pinto el mundo como lo veo. ¿No lo ven ustedes igual que yo?” Para todos, este excéntrico pintor tenía la audacia de romper con los paradigmas, pintar un mundo diferente al de otros y echar a la basura la opinión de quienes pintaban dentro de las líneas. En realidad, sentado en una colina, contemplando el serpenteante río valle abajo, Monsieur Amédée tomó su pincel y comenzó una nueva pieza, pintando exactamente los colores que veía.