Un cambio de aire en Ushuaia

23 oct. 2014 - de Richard Strauss (después de las tempranas Guntram y Feuers- ... que recurre Strauss barre con las contenciones del sistema to- nal, con ...
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espectáculos | 9

| Jueves 23 de octubre de 2014

Elena Roger, una de las protagonistas

andrés camacho

Un cambio de aire en Ushuaia Festival. Apuntes de la décima edición

del encuentro internacional de música clásica Pablo Kohan PARA LA NACION

USHUAIA.– Concluyente, categórico y musical, el poeta prescribe que la vida, el clima, el mundo, los modos de pensar y las situaciones cambian. Entre maximalista y filosófico, insiste en el “cambia, todo cambia”. A su manera y en sintonía con esta tesis, en Ushuaia, más concretamente, en el X Festival Internacional de Ushuaia, se han suscitado transformaciones, variantes y mudanzas, algunas obligadas, otras voluntarias. Y la resultante denota que los movimientos alteraron positivamente cierta rutina y que parecen consolidar algún futuro con buenas venturas. El cambio más palmario es el que se anticipó el año pasado, en la novena edición de este Festival que nació casi como una quijotada y que, con aciertos, marchas sinuosas y algunos zigzagueos ha demostrado una voluntad y una permanencia llamativas. Hasta 2012, si bien con algunas sedes alternativas dentro de la misma capital provincial, los conciertos,

casi todos vinculados con distintas variantes de la música académica, tenían lugar en el salón del hotel Las Hayas. Ahora, tal como sucedió tentativamente el año pasado y, al parecer, con destino definitivo, se desarrollan en el salón del imponente y bellísimo hotel Arakur. Este cambio de sitio no es un mero acontecimiento geográfico. Más allá de los ventanales que permiten observar y disfrutar de la ciudad y del Beagle y de sus propias bellezas arquitectónicas, el salón Magallanes del Arakur posee una acústica fenomenal que permite que todos los sonidos fluyan sin impedimentos hasta sus setecientas sillas que, en algunas ocasiones, fueron plenamente colmadas. Un detalle de pura física y música ni accesorio ni menor. El otro cambio, éste más profundo y, seguramente, meditado, es abrir el horizonte musical del Festival hacia otros terrenos musicales. Así, entre conciertos sinfónicos, solísticos y de cámara, aparecen artistas como Elena Roger, Ángel Mahler y Escalandrum, el sexteto de Pipi Piazzolla que, menester es decirlo, movieron a que centenares de fue-

guinos optaran por el largo ascenso hasta la montaña sobre la cual se erige el Arakur. Pero por fuera de este hotel, el Festival apostó fuerte a los conciertos populares en el Polideportivo de la ciudad. Con conjunto propio y con arreglos orquestales, Elena Roger presentó su nuevo disco y, en el mismo ámbito, Ángel Mahler montó el Drácula que pergeñó con Pepito Cibrián en lo que fue un espectáculo masivo que, en términos de porcentajes poblacionales, supera cualquier cálculo plausible: en una ciudad de setenta mil habitantes, para las dos presentaciones de Drácula se esperaban más de dos mil personas. Además, itinerante, el musical fue programado también para Tolhuin y Río Grande. En cuanto a la calidad musical, como en cualquier festival, las oscilaciones existen y, en algunos casos, de modo más que ostensible. Bruno Gelber, un evento trascendente en su primera visita a la ciudad de Ushuaia, interpretó el cuarto concierto para piano y orquesta de Beethoven muy lejos de lo que solía hacer en sus días de gloria. Elena Roger, en el Arakur, tomó la poco feliz idea de ofrecer un recorrido por parte de su frondosa historia sin micrófono, confiando en que la muy buena acústica del Arakur iba a aportar magias que, por cierto, no tuvieron lugar. Muy bien acompañada por Carlos Brítez, un muy correcto pianista, restringió sus capacidades expresivas y sus infinitas posibilidades musicales por esa osada idea de cantar como si fuera una mezzosoprano con una técnica vocal que no posee. De todos modos, a puro oficio y con una soltura admirable, se mostró dueña del escenario y hasta se rió de su decisión y buscó cierta complicidad en ese asunto del canto con volúmenes mínimos. Nadie puede prever qué sucederá en 2015, pero, sobre seguro, el Festival de Ushuaia tendrá lugar a lo largo de dos semanas que alterarán significativamente la vida de la ciudad y la de la provincia. Los habitantes acudirán gozosos y en masa, como siempre, habrá turistas que decidirán que bien vale la pena moverse hasta el Fin del Mundo para ver de qué se trata el asunto y artistas con diferentes capacidades y talentos pondrán sus cuerpos para darle forma y contenido. En ese momento, sabremos si los cambios introducidos serán mantenidos o profundizados o si la tónica será seguir apostando por más novedades.ß

clásica

Strauss desafía el sistema tonal Pola Suárez Urtubey —PARA LA NACIÓN—

N

os preparamos, como venimos haciendo, para Elektra, la cuarta ópera de Richard Strauss (después de las tempranas Guntram y Feuersnot, seguidas por su primer gran aporte, Salome) que el Colón anuncia en cinco fechas, a partir del próximo martes. La obra, que fue conocida en esa misma sala hace noventa y un años dirigida por el propio compositor, nos trae esa perturbadora belleza de una música con la que el autor explora las oscuras cavernas del alma, al mostrar la venganza en sus niveles psicopáticos. Naturalmente, el lenguaje al que recurre Strauss barre con las contenciones del sistema tonal, con una agresividad extrema provocada por las disonancias, con una escritura que llega a los límites apenas admisibles en el tratamiento contrapuntístico y con una furia sonora que el autor obtiene a través de una provocativa fusión o enfrentamiento de timbres instrumentales.

Desde las primeras palabras que se escuchan en boca de una de las servidoras (¿Dónde está Elektra?) hasta las últimas de la protagonista (¡Callar y bailar!) y el grito de Crisotemis, la hermana de la protagonista (¡Orestes!, ¡Orestes!) con que se cierra la obra, la orquesta se mantiene con una vehemencia que deja al espectador, según mi experiencia, físicamente exhausto. Ese poderío sonoro cobra aún mayor intensidad por el hecho de que Strauss propone aquí un complejo contrapunto de Leimotive, procedimiento que provoca pasajes politonales o armonías de insospechada audacia, como recursos insoslayables del compositor para sonorizar la orgiástica embriaguez de las pasiones. *** El Colón la presentó en julio de 1923 dirigida, como ya dijo, por el propio Strauss. Luego vinieron grandes nombres al frente de la orquesta, como Erich Kleiber, Karl Bóhm, Lovro von Matacic,

Leopold Hager, Ferdinand Leitner y Klobucar, mientras en la dirección de escena empieza a aparecer, tras Gielen, Erhardt y Besch, el nombre de Roberto Oswald, primero como escenógrafo (1966) y luego como régisseur en las versiones de 1987 y 1995, con Aníbal Lápiz a cargo del vestuario. En cuanto a las protagonistas, por aquí pasaron Elsa Bland en la primera versión dirigida, como se dijo, por el autor, seguida por Rose Pauly, Christel Goltz, Gladys Kuchta, Daniza Mastilovic, Ute Vinzing e Hildegard Behrens. En 2007, hace siete años, el Colón volvió a presentarla desde el Teatro Coliseo, sede en esos momentos, por refacciones, de nuestro gran centro lírico. La dirigió Stefan Lano, con dirección escénica de María Pontiggia y Luana de Vol como protagonista. Transcurrido este lapso desde la anterior Elektra en Buenos Aires, es explicable la expectación con que la esperamos. Hasta pronto. ß

allegro

La nueva sangre de Alban Berg salud. A décadas de su fallecimiento, Alban Berg, así como Anton Webern, pareciera no poder desembarazarse de no ser sino el discípulo de Arnold Schoenberg. El gran compositor austríaco aceptó a aquellos dos talentosos muchachos como estudiantes y pareciera que ese estatus relacional es indefectible. Con todo, por donde se lo mire y escuche, Berg es un artista completo. En la mochila del eterno discípulo se encuentran, por ejemplo, Wozzeck y Lulu, dos de las óperas más notables y emblemáticas del siglo XX. Modernista y romántico, formalista y, a su modo, sensual, atonal o tradicional según las

ocasiones, Berg fue un compositor único, osado y no atenido a dogmas. Dentro del universo del expresionismo musical, supo elaborar una estética propia y un discurso altamente personal, inconfundible y, por cierto, muy diferente a los de Schoenberg y Webern. Mientras estaba escribiendo Lulu, interrumpió la tarea para componer su Concierto para violín y orquesta, sin lugar a dudas, uno de los más admirables y más interpretados de todos aquellos escritos en el siglo pasado. En 1935, posiblemente por las complicaciones derivadas de la picadura de un insecto, su salud comenzó a deteriorarse.

A tal punto que, apenas concluida la composición del concierto y mientras continuaba con su complejísima ópera, fue hospitalizado, sufrió intervenciones quirúrgicas y transfusiones de sangre. Siempre de buen humor, a pesar de que el quebranto avanzaba inexorable, quiso saber quién había sido el donante de esa sangre que contribuía a alguna mejoría. Resultó ser un joven vienés extremadamente sencillo. Pensando en el futuro, Berg, el gran experimentalista, irónico y esperanzado, se entusiasmó: “Bueno, tal vez ahora pueda componer una linda opereta”.ß Pablo Kohan