7 «Señor, enséñanos a orar» uenta Esopo, el genial fabulista de la antigüedad, que una liebre era ferozmente perseguida por un águila. Al ver que no podía eludir la gran agilidad del ave, la liebre le pidió a su amigo el escarabajo que la salvara. El escarabajo se dirigió al águila y le suplicó que perdonara la vida de su amiga. Pero el águila, mirando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre delante del insecto. Desde entonces el escarabajo prometió vengar la muerte del lagomorfo y vivía acechando los lugares donde el águila ponía sus huevos y, cuando los encontraba, los tiraba y los rompía. Al darse cuenta de lo que hacía el escarabajo, el águila recurrió a Júpiter, el dios principal de la mitología romana, y le suplicó que le consiguiera un lugar seguro donde ella pudiera depositar los huevos. Júpiter le dijo que con toda confianza podía colocarlos en su regazo, puesto que allí estarían muy seguros. Cuando el ave puso los huevos allí, el escarabajo hizo una bola de estiércol y la tiró sobre el regazo de Júpiter, «el cual queriendo arrojar de sí aquella basura, sacudió el manto, dejando caer también los huevos del águila». 1 ¿Para qué orar y pedir la ayuda de un dios tan distraído como Júpiter? ¿Será posible confiarle nuestras más anhelantes súplicas a un dios así? Si el padre de los dioses no pudo proteger aquellos huevos, ¿podrá proteger a los seres humanos? Con razón no resulta una sorpresa que la oración haya sido objeto de burlas en el mundo grecorromano, y el tema de varias comedias griegas. Séneca, el filósofo, político y orador romano contemporáneo a Lucas, saca a relucir la poca utilidad que se le atribuía a la oración en aquellos tiempos al preguntarse: «¿Qué sentido tiene elevar las manos al cielo?». 2 Las corrientes filosóficas también proclamaban la ridiculez que implicaba orar a los dioses; por ejemplo, los estoicos y los epicúreos enseñaban a sus adhe-
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78 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA rentes que orar era una práctica inútil y carente de sentido. Como bien lo expresó un brillante expositor bíblico, en el mundo gentil se vivía «la muerte de la oración». 3 En el ámbito judío las cosas eran un tanto diferentes, por lo menos en cuanto a la forma. Para los descendientes de Abraham, la oración era una práctica tan rutinaria como el comer o el beber. Siguiendo el ejemplo del piadoso Daniel, los judíos solían orar por lo menos tres veces al día (Daniel 6:10). La primera oración del día comenzaba con la repetición de la Shemá de Deuteronomio 6:4, 5: «Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es. Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas».
Es innegable que esta oración constituye un excelente pasaje para dirigirnos a Dios e iniciar nuestro día en plena comunión con el cielo, pero lamentablemente los rabinos judíos se dedicaron a debatir cuál era el momento más propicio para elevar dicha plegaria y qué debía decirse antes y después de ella. Al hacer esto obviaban lo más importante del texto: su significado. En el tratado Berajot, de La Misná, encontramos un ejemplo concreto de lo que acabo de decir: «Por la mañana se dicen dos bendiciones antes del Oye Israel y una después. Por la tarde se dicen dos bendiciones antes y otras dos después; una es larga y otra es corta. En el lugar donde se ha ordenado recitar la larga no está permitido recitar la corta y, a la inversa, en el lugar donde se ha ordenado recitar la corta no está permitido recitar la larga. Asimismo, en el lugar donde se ha ordenado recitar la fórmula final no está permitido no decirla y donde se ha ordenado no recitarla no está permitido decirla». 4
En el mismo tratado se advierte que «si uno dice la oración y yerra, eso es un mal signo». 5 La repetición correcta de la deprecación era tan importante, que cuando le preguntaron al Rabí Janina la razón por la que cuando él oraba por los enfermos podía decir con toda seguridad que «este vivirá» o «este morirá», él respondió: «Si mi oración es fluida en mi boca, sé que es aceptada; si no, sé que es rechazada». 6 En este sentido, la eficacia de la oración dependía más de las destrezas comunicativas del orante que de la sinceridad de su alma. En el mundo judaico la oración devino en un rito mediante el cual se propiciaba el exhibicionismo insolente de una supuesta piedad. Jesús vino a www.escuela-sabatica.com
7. «Señor, enséñanos a orar» 79
contrarrestar esa práctica reduccionista de lo que significa entablar una conversación con el Rey del universo. Él vino a enseñamos a orar. Jesús, el hombre que sí era Dios (Juan 1:1-3) y que abrigaba en su cuerpo toda la «plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:9), se presentó a lo largo de su ministerio como un hombre de oración. Sí, es cierto que él era uno con el Padre (Juan 10:30; 16:32), pero fue la oración, su permanente comunicación con el que lo había enviado, lo que hizo que esa unidad se mantuviera intacta a pesar de sus arduos enfrentamientos contra las fuerzas del mal. El Evangelio de Lucas presenta —como no lo hace ningún otro escrito bíblico— que Jesús es tanto nuestro modelo como nuestro maestro en lo que a la oración se refiere. 7 El libro abre con la oración (Lucas 1:10, 13) y concluye con los creyentes «alabando y bendiciendo a Dios» en el templo, que era la casa de oración (Lucas 24:53). 8 Aunque tenemos a nuestro alcance muchos episodios sobre la oración que han quedado registrados en los tres Evangelios sinópticos, Lucas presenta siete encuentros entre Jesús y la oración que son exclusivos de su Evangelio. 9 Como bien lo dijo Wilhelm Ott, Lucas debe ser llamado «el evangelista de la oración». 10
Jesús, un ejemplo de oración La intimidad que Jesús sostuvo con su Padre a través de la oración constituyó un aspecto fundamental de su obra mesiánica. De hecho, su ministerio terrenal comenzó con una oración. El tercer Evangelio dice que Jesús estaba orando cuando fue bautizado por Juan (Lucas 3:21). En el texto griego de Lucas 3:21 se presenta un contraste entre el participio pasado «bautizado» y el participo presente «se hallaba en oración» (BJ). Este contraste nos permite entrever que Jesús oró cuando fue bautizado y siguió orando cuando subió de las aguas. 11 Mientras el Señor continuaba con su oración, la respuesta del Padre no se hizo esperar: abrió los cielos y declaró a Jesús como su Hijo. Luis Alonso Schókel captó el sentido del original griego al traducir la última parte de Lucas 3:21 con estas palabras: «Mientras oraba, se abrió el cielo» (NBE). La oración desempeñó un papel vital en el proceso de confirmación de Jesús como el Mesías prometido. Además, al recibir el Espíritu como fruto de su oración, el Señor nos dejó un ejemplo fehaciente de lo que pasaría con sus seguidores cuando ellos también recibieran la presencia consoladora del EsRecursos Escuela Sabática ©
80 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA píritu como resultado de la fervorosa oración (Hechos 1, 2). Otra referencia a la vida de oración de Jesús la encontramos en Lucas 5:16: «Pero él se apartaba a lugares desiertos para orar». Algunas versiones dicen que se iba a «lugares donde no había nadie» (DHH), «donde podía estar solo» (PDT). Al decir que «se apartaba», tiempo imperfecto, Lucas está interesado en que sepamos que la oración era una práctica habitual en la experiencia religiosa de Jesús, y no un hecho esporádico o fortuito. Para poder superar la oposición que suscitarían sus palabras y acciones Jesús tenía que pasar tiempo con Dios (ver Lucas 5:17-39). 12 También antes de elegir a sus discípulos, el Señor «fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios» (Lucas 6:12). Lucas es el único Evangelio que vincula la elección de los doce con la vida de oración de Jesús. Marcos, por ejemplo, que menciona la estadía en el monte, no registra que el Señor hubiera pasado la noche entera orando. Si con la elección de los doce Cristo daría el primer paso para el establecimiento de su iglesia, una decisión de semejante trascendencia exigía que él, como fundador de la misma, encomendara esa decisión a la voluntad de su Padre. La iglesia nace en el corazón de un Jesús que ora por los que han de formar parte de ella. Así que, la oración no solo fue medular para la misión de Cristo, también lo es para la misión de la iglesia. Si Jesús oró por la iglesia, la iglesia ha de orar para cumplir con eficacia la misión que su fundador le ha asignado. Por otro lado, al orar antes de elegir a sus discípulos, Jesús está sometiendo su deseo a los designios divinos. Siendo que el Maestro conocía bien el carácter de los doce —quiénes eran, qué harían— ¿entonces por qué orar antes de elegirlos? Quizá dos ejemplos concretos expuestos por el mismo Lucas nos ayudarán a responder dicho interrogante. En el libro de los Hechos se describen dos ocasiones cuando la iglesia tuvo la necesidad de nombrar dirigentes. El primer relato es el nombramiento del sustituto de Judas. Antes de proceder con la designación, los discípulos oraron: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar» (Hechos 1:24, 25). Más adelante, al nombrar a Bernabé y a Pablo, los profetas y maestros habían estado ayunando y orando antes, durante y después de hacer la elección (Hechos 13:1-3). Jesús oró antes de escoger a sus discípulos, para que la iglesia siguiera su ejemplo y orara antes de escoger a sus líderes. Así lo hizo la iglesia del primer siglo. ¿No lo www.escuela-sabatica.com
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hará así la iglesia del siglo XXI? El Señor también apartaba momentos de su ajetreada agenda para disfrutar de la presencia del Padre en compañía de sus discípulos (Lucas 9:18, 28). En uno de esos días de confraternización espiritual por medio de la oración, Jesús les hizo dos preguntas a sus seguidores: «¿Quién dice la gente que soy yo?» y «Vosotros, ¿quién decís que soy? (Lucas 9:18, 20). Tanto Marcos como Mateo citan este incidente (Marcos 8:27-30; Mateo 16:13-20); pero Lucas es el único que lo asocia con la oración al declarar que «mientras Jesús oraba» los «discípulos estaban con él». Jesús no oró solo, los doce le acompañaron en esa edificante travesía espiritual. Esa estancia con el Señor en el monte capacitó a los discípulos para que pudieran responder la pregunta que les haría. Mientras que para el pueblo Jesús era Elías, luan Bautista o algún otro profeta; haber orado juntos preparó a Pedro para que supiera que Jesús era «el Cristo de Dios» (Lucas 9:20). La oración sirvió como un espacio en el cual la revelación del Padre se materializó en la vida de Pedro. Que la oración se convierte en un medio a través del cual somos instruidos por Dios se percibe en varios ejemplos lucanos. 13 Zacarías recibió la revelación del nacimiento de Juan el Bautista mientras realizaba el rito del incienso, que era el rito de la oración (Lucas 1:10, 11, 22); Pedro recibió la orden de predicar a los gentiles mientras oraba (Hechos 10:9-11). Cornelio, también mientras oraba, tuvo una visión (Hechos 10:30). Una experiencia similar la vivió el apóstol Pablo (Hechos 22:17). ¡Dios nos habla cuando oramos! Al orar somos partícipes de un diálogo que fluye en dos direcciones: hombre-Dios; Dios-hombre. En Lucas 9:28, 29 una vez más encontramos a Jesús en la montaña. En esta ocasión no se hallaban los doce, sino que había escogido solo a tres de ellos: Pedro, Juan y Santiago. ¿A qué subió al monte? Pues como solía hacerlo se fue allí para orar. «Mientras oraba, la apariencia de su rostro cambió y su vestido se volvió blanco y resplandeciente» (Lucas 9:29). Una vez más, aunque el relato de la transfiguración quedó registrado en los tres Evangelios sinópticos, ni Mateo ni Marcos lo relacionan con la oración (Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-8). Lucas es el único que presenta la transfiguración como resultado directo de la oración. También Lucas es el único que nos dice de qué hablaron Elías, Moisés y Jesús. «Y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén» (Lucas 9:31). En otras palabras, abordaron el tema de la muerte de nuestro Salvador. El mismo Jesús ya les había dicho a los doce que el Hijo del hombre Recursos Escuela Sabática ©
82 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA sufriría «muchas cosas» y que era necesario que «lo maten» (Lucas 9:22, NVI). El Señor sube al monte a orar, a pedirle a su Padre que le ayudara a cumplir con la misión de salvar a la humanidad; oró a fin de poder soportar todos los sufrimientos que recaerían sobre él. Y Dios escuchó su plegaria. Por eso les envió a Moisés y a Elías, puesto que esos dos personajes habían conocido por experiencia propia lo que significaba sufrir por la causa de Dios. «Ahora el cielo había enviado sus mensajeros a Jesús; no ángeles, sino hombres que habían soportado sufrimientos y tristezas y podían simpatizar con el Salvador en la prueba de su vida terrenal. Moisés y Elías habían sido colaboradores de Cristo» (El Deseado de todas las gentes, cap. 46, p. 398). Como lo hizo al inicio del ministerio de Cristo, también ahora, cuando ya ha llegado a la fase final de su misión en la tierra, el Padre una vez le confirma a Jesús que él es su «Hijo amado» (Lucas 9:35). Aunque nuestra finita comprensión de lo espiritual no nos permita entenderlo en toda su plenitud, lo cierto es que nuestra relación filial con el cielo alcanza su máxima expresión cuando nos dirigimos a nuestro Padre celestial. Por eso no puede resultamos extraño que, absortos ante la maravillosa vida de oración de su Maestro, los discípulos se hayan sentido motivados a decirle: «Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11:1). Jesús no solamente nos dio un ejemplo de oración sino que, además, nos dejó una excelente lección de cómo orar.
Qué enseñó Jesús acerca de la oración En respuesta a la petición de sus discípulos, la primera lección que Jesús ofrece sobre la oración la encontramos en estas palabras: «Cuando oren, digan: "Padre"» (Lucas 11:2). Aunque a causa del pecado sabemos que la relación entre un padre y un hijo no siempre es funcional, dentro de lo que es lo común y corriente entre nosotros, ¿cómo hablamos con nuestros padres terrenales? ¿Recurrimos a un vocabulario florido y rimbombante al comunicarnos con nuestros procreadores? Sí, los discípulos oraban, pero no oraban a un Dios que era su Padre y que los amaba. Al orar tenían que entender que estaban hablando con un miembro de la familia, por tanto no había que valerse de «vanas repeticiones» ni de mucha «palabrería» (Mateo 6:7). El historiador Eusebio de Cesárea cita un ejemplo de cómo los romanos se dirigían a sus dioses en la figura del emperador: www.escuela-sabatica.com
7. «Señor, enséñanos a orar» 83 «El emperador César, Galerio, Maximiano, Invicto, Augusto, Pontífice, Máximo, Germánico Máximo, Egipcio Máximo, Febeo Máximo, Sármata Máximo cinco veces, Persa Máximo dos veces, Carpo Máximo seis veces, Armenio Máximo, Adiabeno Máximo, Tribuno de la plebe veinte veces, imperator por diecinueve veces, cónsul por ocho, padre de la patria, procónsul». 14
¡Con razón los escépticos de aquella época se burlaban cuando oían esta larga lista de títulos en las oraciones de los paganos! Lamentablemente, muchos cristianos caemos en la misma trampa: oramos como si estuviéramos hablando con el emperador y nos creemos que cuanto más adjetivos usemos para referirnos Dios, más pronto nos escuchará. Sin embargo, él no quiere adjetivos, después de todo ninguno de nosotros tiene condiciones para calificar la naturaleza de la Deidad. Lo que tenemos que hacer es dirigirnos a él como nuestro Padre. Él no requiere un mejor título que ese. Gran parte de los especialistas bíblicos suponen que el Padrenuestro comienza con el vocablo arameo abba. 15 Si el uso de abba para dirigirse a Dios pudo haber sido motivo de incomodidad para muchos judíos, ¿por qué Jesús se empeñó en usar abba (Marcos 14:36) y pedimos a nosotros que lo usemos? Un ejemplo nos ayudará a entender bien este asunto. El Dr. Kenneth E. Bailey estaba precisamente enseñando sobre el uso de abba en el Padrenuestro ante un grupo de creyentes árabes. Cuando Bailey notó que algo no andaba bien en la clase, les preguntó si tenían algún comentario al respecto. Una de las mujeres levantó la mano y le dijo: «Dr. Bailey, abba es la primera palabra que enseñamos a nuestros niños». 16 Abba era un vocablo común, de la vida diaria, del ámbito familiar, que «denota una intimidad y confianza propias de un niño». 17 Orar a nuestro Padre significa que podemos hablar con Dios como «un hijo con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad». 18 El niño no se preocupa por el uso correcto de las palabras, el niño solo sabe que, sin importar lo que diga, ni cómo lo diga, su padre lo va a escuchar. El pequeño no confía en sí mismo; toda su seguridad está puesta en su progenitor. En la oración lo significativo no es lo digamos, sino a quién se lo digamos. Ese Padre celestial es «nuestro», es de todos. No es propiedad exclusiva de un grupúsculo que se cree más espiritual que el resto de los mortales. Es el Padre de buenos y malos, de justos y pecadores, de hombres y mujeres, de creyentes y de ateos. Nadie queda fuera de su amor paternal. Siendo así, no es conveniente que mis oraciones estén saturadas de un «santo egoísmo»;
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84 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA tengo que huir de esas plegarias egocéntricas que nada más se ocupan de mis necesidades personales. Orar al Padre conlleva pedir el «pan nuestro», el perdón de «nuestros pecados», que no caigamos en el lazo de la tentación. El objeto de la oración no es el «yo», es el «nosotros». Como hijos de un mismo Padre, todos formamos parte de una sola familia, de un mismo cuerpo. La oración es un excelente recurso para llevar nuestro yo directo a la cruz. Orar a nuestro Padre teniendo en cuenta a nuestros hermanos constituye una excelente manera de no caer en el error farisaico de orar «consigo mismo» y no con Dios (Lucas 18:11).
Orar es hablar con un amigo Jesús utiliza el símil del amigo para hablar de la oración en Lucas 11:5-8. Narrando una situación hipotética, pero que a la vez pudo haber sido algo típico en su comunidad, el Maestro relata la historia de un hombre que acude a medianoche en busca de la ayuda de uno de sus amigos, porque un amigo ha llegado a la casa y no tiene nada de comer. Saber que en la casa vive un amigo impulsa al viajero a tocar la puerta de madrugada. Y es saber que tiene un amigo lo que motiva al anfitrión a visitar a su vecino para que le preste tres panes para saciar el hambre del amigo que ha llegado inoportunamente. El amigo ayuda a su amigo. Según Jesús, Dios es como ese amigo que está presto a brindamos su ayuda, con la variante de que para él ninguna ocasión es inoportuna. En Lucas 12:4 Jesús se refirió a nosotros como «amigos míos». Si un hombre es capaz de hacer cualquier cosa para ayudar a su amigo, ¿qué no hará el Señor para ayudamos a nosotros? Luego de contar la experiencia de los amigos, Jesús declara: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Lucas 11:9, 10). Lo que hizo el amigo con su amigo es lo que hará Dios por sus amigos: ayudarlos en todo momento. No saber orar como si estuviéramos hablando con un amigo de nuestra más íntima confianza, ha sido uno de los factores determinantes de nuestras grandes tragedias espirituales. Estamos tan encadenados a nuestros deseos, tan inmersos en la agenda de lo inmediato, que no tenemos tiempo para conversar con nuestro amigo celestial. Aun así, él siempre está a la espera de que nos presentemos a su puerta para pedirle que www.escuela-sabatica.com
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nos otorgue el alimento que pondrá fin a esa inanición espiritual que nos tiene al borde de la muerte eterna. Es deplorable que pretendamos orar sin tomar en cuenta el sentido de amistad que ha de imperar en nuestras conversaciones con Dios. Ese amigo celestial se desvive para que nosotros sigamos pidiendo, llamando, buscando y, si lo hacemos, podemos tener la plena certeza de que muy pronto nos encontraremos cara a cara con él. La oración es eficaz cuando la elevamos sabiendo que la dirigimos a un amigo muy especial: Jesús. El amigo pide sabiendo que recibirá. Por eso no se cansa de insistir.
Orar es pedir la presencia del Espíritu Jesús sigue impartiendo su cátedra sobre la oración. Al orar siempre hemos de esperar que Dios nos dará lo mejor. De igual modo que un padre terrenal nunca nos dará piedras en lugar de pan, ni serpientes en lugar de pescado, ni un escorpión en vez de un huevo (Lucas 11:13); el Padre celestial siempre estará presto a compartir con nosotros todo lo bueno que tiene el cielo. ¿Qué nos puede dar el Padre? «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Lucas 11:13). Mientras que los padres terrenales dan buenas dádivas, el Padre celestial «dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan». Cuando Jesús dice que pidamos, que busquemos, que llamemos, primero que nada, se está refiriendo a la petición del Espíritu. Probablemente nuestro fallo ha radicado en que hemos utilizado la oración para pedir «buenas dádivas», lo cual no es para nada algo ilegítimo. Sin embargo, nuestra más anhelada búsqueda ha de estar reservada para solicitar la presencia del Consolador en nuestras vidas. ¿Estamos orando por ello? Elena G. de White declaró por escrito: «El poder de Dios [el Espíritu Santo] aguarda que ellos lo pidan y lo reciban. Esta bendición prometida, reclamada por la fe, trae todas las demás bendiciones en su estela» (La oración, p. 147). ¿No cree usted que en lugar de pedir «las bendiciones» hemos de concentrar nuestra oración en pedir la «bendición prometida»? En otra ocasión ella dijo lo siguiente: «Ruego a los miembros de cada iglesia que busquen ahora la mayor bendición que el cielo puede otorgar, el Espíritu Recursos Escuela Sabática ©
86 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA Santo» (Alza tus ojos, p. 141). Ha llegado el momento de la historia humana cuando en lugar de pedir bendiciones, hemos de concentrar nuestras plegarias en demandar «la mayor bendición», el Espíritu Santo. ¿Por qué debe ser así? Porque cuando el Espíritu Santo llega a nuestra vida no se presenta con las manos vacías, él «trae todas las demás bendiciones». Al llenamos con su presencia, el Espíritu nos enseñará a orar. Él nos dirá lo que nos conviene pedir: «Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras» (Romanos 8:26, NVI).
¿Todavía vale la pena orar? Immanuel Kant, el mentor filosófico de muchos teólogos protestantes, escribió lo siguiente en su obra La religión dentro de los límites de la razón: «Que un hombre sea encontrado hablando consigo mismo [orando) lo pone en primer lugar bajo la sospecha de que tenga un pequeño acceso de locura». 19 Aunque no comparto la visión de Kant sobre la oración, sí considero bastante lógico que la gente crea que quienes oramos nos estamos volviendo locos; no obstante, hemos de reconocer que «si acaso estamos locos, lo estamos por querer servir a Dios» (2 Corintios 5:13, TLA). Y cuando oramos estamos dando rienda suelta a la más sublime expresión de servicio a Dios, puesto que al postramos ante nuestro Creador estamos sellando en nuestros corazones y ante todo el universo nuestra declaración de dependencia absoluta del Señor de la vida. Ahora bien, los que están verdaderamente locos —en todo el sentido de la expresión— son los que han estado rechazando el privilegio de sostener un diálogo íntimo y sincero con el Padre como lo hizo Jesús. El doctor Julián Melgosa, exdecano de la Facultad de Educación y Psicología de Walla Walla University, ha escrito un libro sobre los beneficios de creer en Dios, y su primer capítulo lo dedica a los beneficios de la oración. Melgosa cita varios estudios científicos relacionados con la oración. 20 Entre estos se destaca el estudio realizado por dos investigadores de la Universidad de Southampton, Inglaterra. Luego de cotejar los resultados de varias investigaciones sobre los efectos de la oración en los pacientes de hospital, los investigadores Claire www.escuela-sabatica.com
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Hollywell y Jan Walke llegaron a la conclusión de que las personas que mantienen una vida de oración poseen niveles más bajos de ansiedad y depresión. Un estudio, que abarcó a catorce mil quinientos hombres de Alemania, Suecia, Dinamarca, Holanda y Suiza, comprobó que las personas que oran gozan en sentido general de una mejor salud. Melgosa concluye el capítulo diciendo que si queremos estar sanos mental y físicamente, «es indispensable que los hijos de Dios oren sin cesar». 21 Jesús, nuestro paradigma y maestro, fue un ejemplo constante de perseverancia en la oración. Inició su ministerio orando, y lo concluyó, asimismo, orando. Lucas es el único Evangelio que registra las dos oraciones que pronunció en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». «Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Habiendo dicho esto, expiró» (Lucas 23:34, 46). La oración siempre tuvo sentido para Cristo; fue parte de su vida, y fue parte de su muerte.22 Seguramente, en la frase «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» estábamos incluidos aquellos que hemos relegado la oración a un segundo plano en nuestra experiencia cristiana. Si ese es nuestro caso, entonces acudamos a Dios y pidámosle que nos enseñe a orar.
Referencias 1
Esopo, Fábulas esópicas (Madrid: Mesías Ediciones, 2004), p. 95. Citado por Joachim Jeremías, Abba: El mensaje central del Nuevo Testamento (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2005), p. 75. 3 Ibíd., p. 76. 4 Carlos del Valle, La Misná (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1997), p. 36. 5 Ibíd., p. 41. 6 Ibíd., pp. 41, 42. 7 Lindell O. Harris, «Prayer in the Gospel of Luke», Southwestern Journal of Theology 10:1 (1967), pp. 59-69; Allison A. Trites, «The Prayer Motif in Luke-Acts», en Perspectives on Luke-Acts, Charles Talbert, ed. (Danvill, Va: Association of Baptist Professor of Religion, 1978), pp. 168-186; Steven F. Plymal, The Prayer Texts of Luke-Acts (Peter Lang Publishing, 1992); R. Lamas «La oración desde San Lucas», Revista de Espiritualidad 49 (1990), pp. 27-61. 8 Holmás, Geir Otto, «"My house shall be a house of prayer": Regarding the temple as a place of prayer in Acts within the context of Luke's apologetic objective», Journal for the Study of the New Testament, 27/4 (2005), pp. 393-416. 9 En el bautismo (Lucas 3:21); antes de su primer enfrentamiento con los fariseos y sacerdotes (5:16); para elegir a los discípulos (6:12); antes de que lo reconocieran como el Cristo (9:18); en la transfiguración (9:29); antes de enseñar el Padrenuestro (11:1) y la cruz (23: 34, 46); ver a A. Plummer, A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel According to St. Luke (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1922), p. xlv. 2
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P. T. O'Brien, «Prayer in Luke-Acts», Tyndale Bulletin 24 (1973), p. 111. Ver Kyu Sam Han, «Theology of the Prayer in the Gospel of Luke», Journal of Evangelical Theological Society 43/4 (diciembre de 2000), p. 680; David E. Garland, Luke, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament (Gran Rapids, Michigan: Zondervan, 2011), p. 169. 12 F. W. Danker, Jesus and New Age: A Commentary on St. Luke's Gospel (Filadelfia: Fortress, 1988), p. 120. 13 G. W. H. Lampe, «The Holy Spirit in the Writings of St. Luke» en D. E. Nineham, ed., Studies in the Gospel: Essays in Memory of R. H. Lightfoot (Oxford, 1995), p. 169. Eusebio, Historia eclesiástica, Paul L. Maier, trad. (Gran Rapids, Michigan: Editorial Portavoz, 2010), p. 314. 14 «Detrás del vocativo pater hay que leer el arameo abba», François Bovon, El Evangelio según San Lucas (Lc. 9, 51-14, 35) (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002), p. 161. W. D. Davies y Dale C. Allison Jr., The Gospel According to Saint Matthew (Nueva York: T & T Clark, 1988), t. 1, p. 600. 15 Kenneth E. Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente: Estudios culturales de los Evangelios (Nasville, Tennessee: Grupo Nelson, 2012), p. 97. El Talmud de Babilonia registra que abba es la primera palabra del niño «cuando deja el pecho y comienza a comer pan», citado por A. Ropero, «abba» en Gran diccionario enciclopédico de la Biblia (Barcelona: Editorial CLIE, 2013), p. 4. 16 G. Kittel, «abba» en Theological Dictionary of the New Testament, Gerhard Kittel, ed. (Grand Rapids, Michigan: Wm. B. Eedmans Publishing Company, 2006), 1.1, p. 6. 17 Jeremías, p. 70. 18 (Madrid, 1969), p. 236, nota 75; citado por Oscar Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1999), p. 36. 19 Julian Melgosa, The Benefits of Belief. How Faith in God Impacts Your Life (Boise, Idaho: Pacific Press, 2013), pp. 15-32. 20 Ibid., p. 31. 21 J. Vladimir Polanco, «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!», Prioridades (abril, 2014), pp. 20-22. 11
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