resumen de doctrinas cristología - ObreroFiel

serpiente de bronce en el desierto anticipaba su levantamiento en la cruz (Jn. ... 2:1), que el maná en el desierto ilustraba su ministerio como el pan de vida (Jn.
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RESUMEN DE DOCTRINAS CRISTOLOGÍA Por Sergio Antonio Ramírez Pérez

I.

IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE LA DOCTRINA DE CRISTO

“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”, nos exhorta Pedro (2 P. 3:18). Para crecer en “la gracia y el conocimiento” del Señor es necesario no sólo saber acerca de él, sino conocerlo personalmente a él por medio de la fe que se apropia de la Palabra. La cristología estudia la revelación bíblica sobre el Señor Jesús, la sistematización de ella para derivar las implicaciones necesarias para la fe, y la reflexión que sobre el tema ha hecho la iglesia. Parece innecesario insistir sobre la importancia de la doctrina de Cristo. Los puntos siguientes son incluidos para repasar algunas de las razones para aplicarnos a este estudio.

A.

CRISTO ES EL TEMA CENTRAL DE LA BIBLIA

De Génesis a Apocalipsis la palabra escrita da testimonio de la palabra encarnada y, a su vez, la palabra encarnada da testimonio de la palabra escrita: “Comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:27). Todo el Antiguo Testamento anticipa a Cristo y todo el Nuevo Testamento lo explica (Jn. 16:12-15). Un cuadro como el siguiente ayuda a ver que la colección y agrupación de los libros de la Biblia no fue fortuita y que Cristo es el tema de todas las Escrituras. Sección 1 2 3 4 5 6 7 8

Nombre Ley Historia Poesía Profecía Evangelios Hechos Epístolas Apocalipsis

Aspecto Cristocéntrico Fundamento para Cristo Preparación para Cristo Aspiración por Cristo Expectación por Cristo Manifestación de Cristo Propagación de Cristo Interpretación y Aplicación de Cristo Consumación en Cristo

Punto de Vista Hacia Abajo Hacia Afuera Hacia Arriba Hacia Adelante Hacia Abajo Hacia Afuera Hacia Arriba Hacia Adelante1

La más clara forma de anticipación mesiánica del Antiguo Testamento es la profecía. Se ha sugerido2 que el todo de la profecía bíblica puede ser visto como una sola predicción repetida y desarrollada en el transcurso de los siglos. El propósito de las varias especificaciones de la misma predicción básica es preparar el camino al Mesías e identificarlo con el cumplimiento de la profecía: “...que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lc. 24:44). La predicción acerca del Mesías empieza en Génesis 3:15: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. La referencia es al Señor Jesucristo, “nacido de mujer” (Gá. 4:4), que sufrió una herida no final de la d escendencia satánica, pero que a su debido tiempo infligirá una herida final a Satanás. Génesis 9:26 dice, “Bendito por Jehová Dios sea Sem”. Así, se especifica que el Mesías que traería la bendición no sólo sería descendiente de la mujer, sino también semita. Posteriormente, Dios dijo a Abraham: “en tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gn. 22:18). Esta bendición fue posteriormente canalizada por Isaac y Jacob (Gn. 26:4; 28:14). El Señor habló que Abraham “se gozó de que había de ver mi día” (Jn. 8:56). Hasta este punto no se había dicho claramente que la bendición vendría a través de un individuo. La revelación de la persona del Mesías vino más claramente a Jacob: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Gn. 49:10). La etimología de sH1l` es la expresada en Ezequiel 21:27, “hasta que venga aquel cuyo es el derecho”. De aquí se desprende que el Mesías será una persona. Más detalles en cuanto a su persona son dados en Números 24:17,

1 2

Norman L. Geisler y William E. Nix, A General Introduction to the Bible, Pág. 22. Willis Judson Beecher, The Prophets and the Promise, Págs. 176-177.

“Saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel”. El siguiente eslabón en el desarrollo de la profecía mesiánica viene a través de la revelación dada a David.

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...A David por ahí del 995 a. C. fue revelada la grandiosa verdad que, dentro de la tribu de Judá, sería a través de él personalmente que el Mesías vendría. 2 Samuel 7:13 habla de que el hijo de David, Salomón, construiría el templo, pero entonces la profecía se mueve al futuro y describe el trono de la dinastía davídica como eterno (Cf. V. 25; 22:51). Pero antes de regresar a problemas más contemporáneos de la dinastía como un todo, la inspiración pasa a individualizar la esperanza dinástica davídica: habrá un descendiente particular de David, y “él me ser á a mí hijo” (2 S. 7:14). Inmediatamente a continuación de David, sin embargo, la apostasía hará su aparición dentro de la línea real, un deterioro que principió a ser evidente durante los últimos años de Salomón... y que trajo adversidad a la casa de David. Pero este eclipse sería sólo temporal (1 R. 11:39). Los profetas del siglo octavo alabaron al futuro Mesías como sentado en el trono de David para siempre (Is. 9:7); y, sin más elaboración, lo designaron simplemente “David” (Os. 3:5), el “solo jefe” del pueblo de Dios (1:11; Cf.. Ez. 34:23; 37:24). En sus últimas palabras, David relacionó sus expectativas mesiánicas con la esperanza de salvación que poseía por medio del pacto. Alabó a Dios quien “ha hecho conmigo pacto perpetuo...” y añadió, “Aunque tod avía no haga florecer (s6m5h) toda mi salvación y mi deseo” (2 Cr. 23:5; Cf.. Sal. 132:17). Los profetas, por lo tanto, comenzando con Isaías, usaron el término “vástago” o “renuevo” o “retoño”, s8m5h, h`Ter, y n8ser, como designaciones descriptivas del Mesías venidero (Is. 11:1; Jr. 23:5; 33:15). Con la llegada del exilio, la casa de David fue depuesta de su posición de señorío absoluto hasta que el Mesías viniera (Cf.. Mi. 5:3). Pero Ezequiel 17:20-22 todavía habla de un “cogollo” de la raíz de Joaquín ( el gobernante davídico que fue llevado cautivo a Babilonia en el 597 a. C.) que volverá a Palestina, una profecía que quizá se refiriese a su nieto, Zorobabel, quien actuó como gobernador de la tierra bajo los persas. En esta rama específica, entonces, es encontrada la futura esperanza mesiánica (v. 23). Es también en este período que M6ShI5h, sin el artículo, llegó a ser usado por primera vez como el nombre propio “Mesías” (Dn. 9:25)... Así, en el siguiente período (posexílico), Dios entregó por medio de Zacarías ciertas revelaciones que tenían que ver con “mi siervo el Renuevo ( s8m5h) (3:8; Cf. 6:12), donde una vez más una expresión atributiva de la ascendencia davídica de Jesús ha llegado a ser un nombre propio sin el artículo. Casi las últimas de las palabras del Señor en las Escrituras son, “Yo soy la raíz y el linaje de David” (Ap. 22:16). 3 La profecía mesiánica da un salto cualitativo al llegar al profeta Isaías. Él anticipó la persona y la obra del Mesías de forma tan clara que ha sido llamado “el p rofeta evangélico”. Algunas de sus principales profecías mesiánicas serán vistas más adelante. La anticipación que el Antiguo Testamento hace de Cristo incluye la tipología. Un tipo es una realidad física divinamente diseñada que anticipa una realidad espiritual futura. La realidad espiritual en la cual halla cumplimiento se llama antitipo. El valor de la tipología es más ilustrativo que doctrinal. El mismo Señor Jesucristo enseñó que la serpiente de bronce en el desierto anticipaba su levantamiento en la cruz (Jn. 3:14 con Nm. 21:31), que la estancia de Jonás en el vientre del gran pez anticipaba su permanencia en la tumba por tres días y tres noches (Mt. 12:38 con Jo. 2:1), que el maná en el desierto ilustraba su ministerio como el pan de vida (Jn. 6:30-35; Ex. 16:4; Sal. 78:28s.). Por su lado, Pablo enseña que la roca que satisfizo la sed del pueblo en el desierto es Cristo (1 Co. 10:4; Ex. 17:4), y que la fiesta de la Pascua prefigura la obra redentora del Señor (1 Co. 5:7; Ex. 12). El escritor de Hebreos habla de Melquisedec como tipo del Señor en cuanto a su doble oficio de sacerdote y rey (He. 7:1-3). Pero no sólo hay objetos, instituciones o personas típicas, sino también experiencias típicas. Por ejemplo, muchos de los salmos cuentan de forma figurativa experiencias del salmista que llegan a ser literalmente ciertas del Mesías. Así, por vía de ilustración, en el Salmo 22 David relata poéticamente una experiencia de persecución que sufrió; pero el lenguaje por él utilizado fue escogido por el Espíritu Santo para describir el tormento de Jesús en la cruz, aunque tal instrumento de tortura no hubiese sido inventado por los cartagineses sino hasta siglos después y en el Salmo 69:9 describe su celo por la casa de Dios que anticipaba el celo de Señor mismo por la casa de su Padre. La conciencia que el Señor Jesús tenía de su persona y su misión era clara. En la cruz dijo, “Tengo sed” para que la Escritura se cumpliese (Jn. 19:28; Cf. Sal. 22:15). Sabía perfectamente quién era, a qué había venido y a quién iba. Constantemente vinculó su persona a lo anticipado por las Escrituras: “Hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros”, dijo a los habitantes de Nazaret después de haberles leído Isaías 61:1 -2. “No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mt. 5:17); “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí” (He. 10:7). Por eso “ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5:18). Su exhortación es, por lo tanto, “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” 3

J. Barton Payne, The Theology of the Older Testament, Págs. 260-261.

(Jn. 5:39). Toda la Biblia apunta a una persona. Es cierto que Dios es trino, pero “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27).

B.

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CRISTO ES LA META DE LA HISTORIA

Dios se ha propuesto “reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Ef. 1:10). Esta dispensación del cumplimiento de los tiempos es el milenio. En el reino milenial los tiempos en los propósitos divinos tendrán su consumación. Todas las cosas espirituales y materiales llegarán a estar bajo el control del Señor Jesús. El desorden introducido por el pecado en el universo terminará y la paz de Dios reinará (Is. 2:2-4; 11:1-10): “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante su cruz” (Col. 1:19 -20). Una vez la historia haya llegado a su culminación y la redención haya cumplido su propósito final, el Hijo entregará el dominio al Padre (1 Co. 15:28) cumpliendo así el propósito de toda su obra redentora: dar gloria al Padre, “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:36), “Para la gloria de Dios el Padre” (Fil. 2:11).

C.

CRISTO ES LA CLAVE PARA DISCERNIR LAS FALSAS DOCTRINAS

“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”, dice el escritor de Hebreos (He. 13:8 -9). Ya que Jesucristo no cambia, la doctrina respecto a él tampoco cambia. Hoy, como entonces, doctrinas “diversas” (de todo tipo y procedencia, aunque hijas de un mismo padre - Jn. 8:44) y “extrañas” (ajenas al evangelio de la gracia) se esfuerzan por “llevar” al creyente a “viandas” (prácticas religiosas) que distorsionan la verdad de Cristo. El Señor Jesucristo es la piedra de toque que descubre la falsedad de cualquier falsa doctrina: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre” (1 Jn. 2:23). Juan aplica este principio a la enseñanza gnóstica que negaba la realidad de la encarnación: “Amados, no creáis a todo espír itu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Jn. 4:1-3). De esta manera Juan ilustra cómo el principio puede ser hoy usado igualmente con las falsas doctrinas que inundan el mundo. Al preguntar de una doctrina, ¿qué enseña acerca de Cristo?, y obtener respuesta, podemos tener una idea de su verdadera naturaleza. Desde luego, hay que tener en cuenta que el lenguaje de las falsas doctrinas es engañoso. Dicen frecuentemente las mismas cosas que la Biblia (“Jesucristo es Dios”), pero quieren decir algo distinto (“Jesucristo es Dios, como los somos tú y yo, y todos los hombres”). Las falsas enseñanzas muchas veces dicen lo mismo que la Biblia acerca de Cristo, y más. De ahí la importancia de entender con más exactitud la doctrina bíblica y el desarrollo de la sistematización de la misma en el transcurso de los siglos. Además de los falsos conceptos de Cristo de las sectas de nuestros días, está la interpretación tergiversada que de él han hecho religiones tradicionales. Para los musulmanes Jesús es un profeta como Moisés (no sólo un nabi --profeta extático--sino también un muqarrat --profeta transportado al paraíso) a quien se le dio el libro (el evangelio) y el poder para hacer milagros (de los profetas). El profeta supremo, desde luego, es Mahoma. Para los judíos, Jesús fue un falso mesías, un capitán de bandidos, un fariseo equivocado, un gran rabino, a quienes algunos vieron como un redentor debido a un eclipse solar ocurrido a la hora de su muerte. Para los hindúes, que han recibido testimonio del cristianismo desde tiempos muy tempranos, algunos creen que desde Tomás, Jesús fue un hindú al que los europeos mal interpretaron. Las características verdaderas de Jesús, según ellos, son la introspección, el amor puro y total al prójimo, y la no-violencia. Siguiendo estas tres pautas se le puede captar en una mística personal. En los últimos tiempos algunos historiadores de la religión quieren ver en el santón islámico Yuz Asaf al Cristo histórico... Esta tesis la formuló por primera vez Ghulam Ahmadiyya (1835-1908), fundador del movimiento “Ahmadiyya”, que pretendía haber obtenido ese conocimiento a través de unas visiones en la tumba de Yuz Asaf en Srinagar, capital de Cachemira. Yus Ysau = traducción árabe del nombre de Jesús, surgió probablemente por fallo de un copista en vez de Budesaf = Yudasaf, y en el fondo subyace una antigua leyenda budista.4

D. 4

CRISTO ES EL CORAZÓN DEL CRISTIANISMO

Johann Auer, Jesucristo hijo de Dios e hijo de María, Pág. 91.

Sin Cristo no hay cristianismo. Tratar de definir la fe cristiana en función de dogmas, prácticas o ritos es traicionar una ignorancia crasa de ella. El cristianismo más que una religión es una relación con la persona del Salvador. Esta relación es subrayada con el uso de la frase “en Cristo” que caracteriza la literatura del Nuevo Testamento:

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Un examen de las epístolas de Pablo mostrará que esta palabra es la clave para cada una de ellas, y esto no es de extrañar ya que el objeto de estas epístolas es el de dar a conocer la calidad de la vida que los cristianos deben vivir. Siguiendo el orden canónico, vemos que: En Romanos somos Justificados “en Cristo” (3:24). A pesar de que Romanos fue la sexta carta escrita es colocada primero, porque trata de la primera gran cosa en la vida cristiana--justificación. En 1 Corintios somos Santificados “en Cristo” (1:2). Pablo reprende los errores éticos y teológicos de la iglesia mostrándoles que lo que es judicialmente cierto de los cristianos también debe serlo prácticamente. En 2 Corintios somos Vindicados “en Cristo” (12:19). Llegan tiempos cuando “en Cristo” es nuestro deber defendernos a nosotros mismos. En Gálatas somos Liberados “en Cristo” (2:4). Esta epístola es nuestra gran Acta de Emancipación de la Ley, del yo y del mundo “e n Cristo” (2:19 -20; 5:24; 6:14). En Efesios somos Exaltados “en Cristo” (1:3; 2:6); por su muerte, sepultura, resurrección, y ascensión, el creyente ha sido muerto, sepultado, resucitado, y sentado en los lugares celestiales. En Filipenses estamos Jubilosos “en Cristo” (1:26). Esta es la epístola del gozo cristiano, y muestra que el gozo es una experiencia cristiana normal “en Cristo”. En Colosenses estamos Completos “en Cristo” (2:9 -10). Toda la Deidad está en Cristo, y todo lo de Cristo es por nosotros, de manera que estando ya completos en Cristo seamos completados por la obra de gracia del Espíritu Santo. En Filemón somos hechos Generosos “en Cristo” (15, 16). El espíritu del perdón y el olvido del mal que se nos ha causado se posesiona de nosotros, porque “en Cristo” el mal es corregido y lo torcido enderezado. En 1 Tesalonicenses estamos Esperanzados “en Cristo” (4:13 -14). El fuego del entusiasmo por su venida atraviesa las páginas de esta epístola. Él es nuestro prospecto. Habrá una generación de cristianos que no mueran, porque Cristo vendrá por ellos. En 2 Tesalonicenses somos Glorificados “en Cristo” (1:12; 2:14). El “día de Cristo” precederá al “día del Señor”, y el recogimiento de los santos a él debe ser realizado antes de que el Anticristo sea revelado. Aunque las primeras en ser escritas, estas epístolas son colocados al final de las epístolas de la iglesia, porque tratan de la experiencia final, la glorificación de los santos. En 1 Timoteo somos hechos Fieles “en Cristo” (1:18, 19); fiel es a la doctrina, a la adoración, y a la supervisión de la iglesia, fieles en el andar personal y el trabajo. En Tito somos hechos Ejemplo “en Cristo” (2:7, 8); en todas las cosas mostrándonos como ejemplo de buenas obras. En 2 Timoteo somos hechos Vencedores “en Cristo” (4:6 -8), y aunque perseguidos somos finalmente conducidos en triunfo, habiendo peleado la buena batalla, habiendo corrido la carrera, y habiendo guardado la fe.5

E.

CRISTO ES EL TODO DE LA VIDA CRISTIANA

Si Cristo es el corazón del cristianismo, también es el todo de la vida cristiana. La vida cristiana no consiste en seguir a Cristo, ni en imitar a Cristo, ni en obedecer a Cristo, ni en tener a Cristo, ni en permanecer en Cristo, ni en dar a conocer a Cristo. Todas estas son manifestaciones de la vida cristiana o requisitos para la vida cristiana. Pero la vida cristiana en sí es la vida de Cristo a través de mí.

5

W. Graham Scroggie, Know Your Bible, Vol. II, Págs. 176 - 178.

1.

EL SENTIDO DE LA VIDA CRISTIANA ES CRISTO

55

En Gálatas 2:20 Pablo dice, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, ma s vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Debido a la identificación de fe con Cristo, estamos muertos a la ley y vivos para Dios (Gá. 2:19). La vida de Cristo que vive en nosotros (“vive Cristo en mí”) se hace evidente en la medida que andamos por fe (“lo vivo en la fe”) y permitimos que su amor nos motive (“el cual me amó”). Esta es la esencia de la vida cristiana.

2.

LA META DE LA VIDA CRISTIANA ES CONOCER A CRISTO

Pablo ha expresado la certeza de conocer a Jesucristo como su Salvador diciendo que tiene el “deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:23). Sin embargo, al llegar al capítulo 3 expresa su deseo de conocerlo de una forma creciente y más íntima: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo... a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos... prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:8, 10, 14). La meta de la vida del cristiano es el conocimiento experimental del Señor Jesucristo en el poder de su resurrección y la comunión con sus padecimientos. El alcanzar esta meta lleva en sí la recompensa, a la que Pablo se refiere como “premio” (v. 10) y “ganar a Cristo” (v. 8).

3.

LA ESENCIA DE LA VIDA CRISTIANA ES LA RELACIÓN CON CRISTO

En Juan 17:3 el Señor Jesucristo dice, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Esta definición identifica la vida eterna con una relación tan íntima con Dios como la relación íntima entre el hombre y la mujer (Cf. Gn. 4:1; Mt. 1:25). En ella el Señor Jesús apunta a la calidad de la existencia del creyente en la suficiencia a su obra más que a la duración de ella. La esencia de la nueva vida es el disfrute de la intimidad con Dios con quien nos relacionamos y a quien conocemos en y por medio de Jesucristo.

4.

EL EJEMPLO PARA LA VIDA CRISTIANA ES CRISTO

La carrera de la vida cristiana debe ser corrida teniendo “puestos los ojos en Jesús” (He. 12:2). El Señor Jesucristo es más que un buen ejemplo a seguir, pero no es menos. El propósito de la redención es conformarnos a su semejanza: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 1:29). Ser conformados a la imagen de Jesucristo es el “bie n” para el cual “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan” (Ro. 8:28). Por vía de ilustración, pueden apuntarse algunas áreas en que Cristo es el ejemplo para la vida cristiana.

a)

EN SU MUERTE

El Señor Jesús es nuestro ejemplo no tanto en su muerte por el pecado cuanto en su muerte al pecado. El cristiano ha muerto con Cristo (Col. 2:20) y resucitado con él (Col. 3:1). Esta identificación con la muerte y la resurrección de Cristo al creer (Ro. 6:4-11) debe resultar en el deseo de llegar “a ser semeja nte a él en su muerte” (Fil. 3:10). La posición del cristiano debe llevar a la decisión de imitarlo en su muerte al pecado: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal... ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:10 -13).

b)

EN SU SUFRIMIENTO

El propósito del llamamiento del cristiano es imitar el modelo de Cristo ante el sufrimiento que acarrea el hacer la voluntad de Dios: “Pues par a esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecía, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 P. 21 -23). El Señor Jesús no nos llama a tomar la corona y seguirlo, sino a tomar la cruz y seguirlo. La corona vendrá después. Alguien ha dicho que no habrá portadores de coronas en el cielo que no hayan sido portadores de cruces en la tierra.

c)

EN SU HUMILLACIÓN

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”, exhorta Pablo a los Filipenses (2:5). El “sentir” del Señor Jesús es explicado como “no estimó” (v. 6), “se despojó” (v. 7), y “se humilló” (v. 8). Todo el pasaje densamente teológico de Filipenses 2:5-11 fue escrito para dar a los filipenses y a nosotros el ejemplo por

excelencia de humillación. La actitud el Señor ante sus privilegios, derechos, posesiones, prerrogativas, a los cuales no se aferró, sino que se despojó al humillarse, debe ser el modelo nuestro.

d)

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EN SU AMOR

“Como yo os he amado” es el patrón que todo cristiano debe seguir al obedecer el mandato “Que os améis los unos a los otros” (Jn. 15:12). Amar es responde r a la necesidad de los demás de la manera que Dios ha respondido a nuestra necesidad en Cristo. El amor de Cristo es un reflejo de amor de Dios (Jn. 15:9), es permanente (Jn. 13:1), es incondicional (Mr. 10:21), da la vida por los otros (Jn. 15:13), acarrea la manifestación de Dios en la vida (Jn. 14:21), resulta en la vindicación del creyente (Ap. 3:9). Tenemos el mandato de tratar a los demás de la manera que Dios nos ha tratado a nosotros.

e)

EN SU SERVICIO

Después de haber lavado los pies a los discípulos en Señor les dice, “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn. 13:15). El Señor Jesús modela así la verdad de Mateo 20:28: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos”. Pablo dice que la viuda que debe ser sostenida por la iglesia es la “que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies a los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra” (1 Ti. 5:10). Evidentemente “lavar los pies a los santos” no es sólo practicar un rito de lavamiento de pies. Para imitar al Señor Jesús debemos tomar la iniciativa en hacer lo que nos venga a la mano hacer para servir a los demás. Tomar la iniciativa es no esperar que nos lo pidan, que nos toque el turno, o que los demás cumplan primero con la parte que les toca. Además, quien piensa ser demasiado grande para un servicio humilde, en verdad es demasiado pequeño para ser imitador de Jesucristo.

II.

LOS NOMBRES DE CRISTO

La multitud de nombres, títulos y apelativos que se dan al Señor Jesucristo en la Biblia tienen como propósito revelar distintas facetas de su persona y misión. Algunos de los nombres del Señor son de origen angélico (Mt. 1:21); otros, de origen profético (Cf. Mt. 1:23); otros, nombres que el Señor se dio a sí mismo (Cf. Los siete “Yo soy”); y otros, nombres que otros le dieron (Cf. Jn. 20:28) y que él no rechazó. La mayoría de los nombres de Cristo tienen su origen en la revelación del Antiguo Testamento. Muestran que en él se cumple todo aquello que el Antiguo Testamento anticipaba. El Antiguo Testamento anticipa a Cristo y el Nuevo Testamento lo explica. En el proceso de explicar a Cristo, el Nuevo Testamento explica a la Trinidad, ya que revela más claramente que, además del Padre (Jn. 20:17), también el Hijo (Jn. 1:1) y el Espíritu (Jn. 14:16, “otro”; Hch. 5:3 -4; 2 Co. 3:17) son Dios. Sin embargo, el énfasis del Nuevo Testamento está en el Hijo, porque es solamente a través del Hijo que el Padre es dado a conocer (Jn. 1:18; 14:7-9). Por eso Jesús dice que la función del Espíritu de verdad es guiar “a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:13 -14). El estudio de los nombres de Cristo en el Nuevo Testamento es el estudio de la revelación del Espíritu dando a conocer al Hijo para la gloria del Padre. No son los hombres ni la iglesia los que inventan qué llamar al Salvador, sino el Espíritu el que los ilumina en el proceso de discernir la riqueza de su persona y obra tal como están reveladas en las Escrituras. Debido a que este curso es un vistazo panorámico de las doctrinas, sólo notaremos con detalle pocos de los nombres del Señor, otros los señalaremos con menos explicación y otros no los mencionaremos.

A.

JESÚS, SALVADOR, NAZARENO

De las 674 veces que aparece solo el nombre Jesús en el Nuevo Testamento, 641 aparece en los Evangelios y Hechos. De aquí puede deducirse que el nombre Jesús es usado principalmente para referirse al Señor Jesucristo en su humillación. A esta observación añade peso el uso común del nombre Jesús en días del Señor. Jesús dejó de ser con el tiempo un nombre común en Palestina precisamente porque fue elegido como el nombre propio del Salvador. Fue un ángel quien dijo: “Y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21). La asociación del nombre a la función salvadora del Señor deriva de su etimología. “Jesús” es la transliteración castellana de la forma griega Iesous del hebreo Josué (Joshua, abreviación de Jehosua, “Jehová salva”). La etimología, de paso, explica el escaso uso que se hace en el Nuevo Testamento del título “ Salvador” para referirse al Señor. No que la obra salvadora de Cristo sea descuidada. El Nuevo Testamento abunda en enseñanza sobre nuestra salvación y Cristo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdid o” (Lc. 19:10); “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (He. 7:25). Pero el nombre “Salvador” no se da a Cristo para nada en Mateo y Marcos. En Lucas sólo aparece en el anuncio de los ángeles (Lc. 2:11; aunque Simeón dice del Señor, “han visto mis ojos tu salvación” -- Lc. 2:30 -- y Juan el Bautista

citando a Isaías dice, “verá toda carne la salvación de Dios” -- Lc. 3:6) y en Juan sólo en la confesión de los samaritanos, “sabemos que éste es el Salvador del mundo ” (Jn. 4:42). En Hechos, una vez Pedro dice que Dios ha exaltado a Cristo por “Príncipe y Salvador” (Hch. 5:31) y otra vez Pablo habla que “conforme a la promesa Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel” (Hch. 13:23). En sus epístolas Pablo usa el nombre seis veces; Pedro, cinco veces en 2 Pedro, y Juan una vez en 1 Juan 4:14.

57

Aunque el énfasis del uso del nombre está en la humildad de Cristo, Jesús también apunta a su deidad a partir de su etimología. El Antiguo Testamento deja claro que la salvación del pueblo de Dios es prerrogativa exclusiva de Jehová: “Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Is. 45:5), “La salvación es de Jehová” (Sal. 3:8), “Jehová es mi luz y mi salvación” (Sal. 27:1), “La salvación de los justos es de Jehová” (Sal. 37:39 ), “Mas yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí” (Os. 13:4). Por lo tanto, cuando el ángel dice que el nombre del Señor será “Jehová salva” “porque él salvará a su pueblo de sus pecados”, está diciendo que este niño cumplirá la Escritura, “Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos... vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos. Y Jehová será rey sobre toda la tierra” (Zc. 14:3, 4, 5, 9). La identificación de Jesús con Jehová que salva es corroborada por otros pasajes. Por ejemplo, Joel 2:32 dice “Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo”, mientras que en Hechos 4:11-12 leemos, “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Es interesante que de las pocas veces que el Nuevo Testamento llama “Dios” a Jesús, dos ocurren en conjunción con el título “Salvador”. Tito 2:13 dice, “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. Una traducción alternativa es “nuestro gran Dios y nuestro Salvador Jesucristo”. Cualquiera es gramaticalmente posible. En favor de la última traducción están los hechos de que en las epístolas pastorales Dios y Cristo son regularmente mencionados lado a lado, que la doble gloria de la parusía es mencionado en otros lugares (Lc. 9:26), y que el término Dios raramente se aplica a Cristo en la Biblia. Este es también el punto de vista de las más antiguas traducciones. Pero hay argumentos más fuertes para referir toda la expresión sólo a Cristo: (1) Gramaticalmente es el punto de vista más natural ya que ambos nombres están conectados por un sólo articulo como refiriéndose a una persona. (2) La combinación “dios y salvador” era familiar en las religiones helenísticas. (3) La cláusula añadida en el v. 14 se refiere sólo a Cristo y es más natural el tomar toda la expresión precedente como su antecedente. (4) En las pastorales la epifanía venidera es referida sólo a Cristo. (5) El adjetivo “gran” de Dios es irrelevante pero muy significativo si se refiere a Cristo. (6) Este punto de vista está completamente en armonía con otros pasajes tales como Juan 20:28; Ro. 9:5; He. 1:8; y 2 P. 1:1. (7) Es el punto de vista de la mayoría de los padres de la iglesia. Este punto de vista toma el pasaje como una declaración explícita de la deidad de Cristo. Bajo el otro punto de vista la deidad es asumida, por la íntima asociación de su gloria con la de Dios sería blasfemo para un monoteísta como Pablo si no aceptara la deidad de Cristo.6 La argumentación para entender que en 2 Pedro 1:1 (“por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo”) se hace también referencia a la deidad de Cristo es parecida a la anterior: Bigg da dos formas de argumentación para sostener el punto de vista que “Dios” y “Salvador” se refieren ambos a Jesús: gramatical e histórica. El apoyo gramatical es que (1) el uso de un artículo con dos sustantivos sugiere fuertemente que estos son los nombres de la misma persona; (2) si Pedro hubiera tenido la intención de distinguir las dos personas, es dudoso que hubiese omitido el artículo antes de... “Salvador”; (3) el uso que Pedro hace de s`oter es el de unirlo bajo el mismo artículo con otro nombre (Cf. 1:11; 2:20; 3:2, 18). Bajo el apoyo histórico, Bigg encuentra material semejante en el Nuevo Testamento para llamar a Jesús “Dios” (Cf. Juan 1:1; 20:28); las doxologías dirigidas a Cristo; el significado de “Señor” en 1 Pedro; y el lenguaje del Apocalipsis.7 Para distinguir a Jesús de otros Jesuses, el título clavado en la cruz leía, “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos” (Jn. 19:19).8 El nombre “ Nazareno” no sólo apunta a su procedencia geográfica: “Y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno” (Mt. 2:23). En el siglo primero los habitantes de Nazaret eran despreciados por los habitantes de Judea. Nazaret era una 6

Edmond Hiebert, “Titus”, The Expositor’s Bible Commentary, Vol. XI, Pág. 441. Edwin A. Blum, “2 Peter”, The Expositor’s Bible Commentary, Vol. XII, Pág. 268. 8 La diferencia que hay en los Evangelios sobre lo que decía el título sobre la cruz es explicada en función de los tres distintos idiomas en que fue escrito. Dependiendo de sus audiencias, un evangelista elegiría el título en idioma y otro en otro. El hecho que haya sido escrito en griego, hebreo y latín (Lc. 22:38) ha sido interpretado como una referencia al alcance de los beneficios de la cruz a las áreas cultural (griego), espiritual (hebreo) y civil o política (latín) de la humanidad. 7

58 ciudad abierta a mayores influencias externas que otras en Israel debido a estar localizada en un cruce de caminos y a ser sede de un acuartelamiento romano importante. “Nazareno” era un término peyorativo. Mateo usa el plural “profetas” para recoger en una frase el sentir inferido de muchas profecías del Antiguo Testamento que anticipaban que el Mesías sería despreciado. No está espiritualizando las profecías, sino sacando aplicaciones válidas derivadas del entendimiento literal de las mismas. El desprecio implícito en “nazareno” es ilustrado con la pregunta de Natanael, “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn. 1:46). Algunos confunden el nombre nazareno con “nazareo”, lo cual no debe hacerse. La combinación “Jesús nazareno” sólo incrementa, por lo tanto, el énfasis del nombre en la humillación del Señor. Quizá para compensar este énfasis es que Pablo asocia el nombre Jesús a la exaltación: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil. 2:9 -10). A diferencia del libro de Hechos, donde el nombre Jesús sigue siendo usado principalmente solo, en las epístolas el nombre aparece más en composición con Jesucristo, Señor Jesús y Cristo Jesús. La diferencia puede ser explicada en función de la cercanía en el tiempo y en el espacio de los protagonistas de Hechos a la vida terrenal de Jesucristo.

B.

EMANUEL

En Mateo 1:22-23 el evangelista cita Isaías 7:14: “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.

C.

CRISTO, MESÍAS, HIJO DE DAVID, JESUCRISTO, CRISTO JESÚS

“Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo” (Jn. 4:25 -26). El diálogo entre el Señor y la mujer samaritana nos enseña dos cosas con respecto del título Cristo. En primer lugar, que existía en días del Señor una amplia expectación por la llegada del Mesías. Esta expectación trascendía los límites del pueblo escogido y abarcaba incluso a los samaritanos. En segundo lugar, que el Señor dijo ser, de forma clara pero no preferente, el Cristo anticipado. La anterior matización es importante. “ Cristo” no fue uno de los títulos favoritos del Señor debido a estar cargado en sus días de connotaciones políticas. “Cristo” viene del griego Christos que traduce el hebreo Mashaiah, literalmente, “ungido”. En el Antiguo Testamento f ueron llamados “ungidos” los patriarcas (Sal. 105:15). Tradicionalmente eran consagrados al servicio de Dios siendo ungidos con aceite, símbolo del Espíritu Santo, y reconocidos como “ungidos de Dios” los profetas (1 R. 19:16), los sacerdotes (Ex. 28:41), y los reyes (1 S. 10:1; 16:13). Los apóstoles asociaron la unción de Cristo con el Espíritu a su bautismo: “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzado desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret” (Hch. 10:37 -38). Las promesas del pacto de Dios con David dieron un sentido especial al rey como ungido de Dios. Dios prometió a David, “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después d e ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo... Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 S. 7:12, 13, 16). Sobre la base de estas promesas, el pueblo de Dios pudo ver hacia adelante, a la llegada del “Ungido de Dios” que finalmente establecería el reino de Dios en la tierra: “Yo p ublicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra” (Sal. 2:7 -8). El título “Cristo” está íntimamente ligado al de “ Hijo de David”. Ya q ue la promesa de un trono eterno se hizo a David, el Mesías que finalmente establecería el reino de Dios en la tierra tenía que ser su “hijo” (descendiente). En algunos pasajes proféticos incluso se identifica al Mesías con David mismo: “En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, yo quebraré su yugo de tu cuello, y romperé tus coyundas, y extranjeros no lo volverán más a poner en servidumbre, sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey, a quien yo les levantaré” (Jr. 30:8 -9; Cf. Ez. 37:21-24). No es de extrañar que Mateo empiece su evangelio diciendo, “Genealogía de Jesucristo, Hijo de David... (Mt. 1:1) y que Gabriel, al anunciar su nacimiento, diga, “y el Señor Dios le dará el trono de David su Padre” (Lc. 1:32). En Marcos el título aparece dos veces (Mr. 9:27; 12:35), tres veces aparece en Lucas (1:32; 18:38; 20:41), pero ocho veces en Mateo, lo cual subraya el propósito del libro de presentar a Cristo como el Rey de Israel. Durante el período intertestamentario, cuando el yugo de los gentiles se hizo más pesado sobre Israel, las esperanzas mesiánicas crecieron juntamente con el nacionalismo judío.

59 En realidad, había dos tipos mesiánicos esperados por los judíos cuando Jesús vino. La gran mayoría del pueblo judío, incluyendo a los fariseos y zelotes, esperaban un mesías relativo a los intereses nacionales, políticos, de este mundo. Este punto de vista aparece en mucha de la literatura rabínica y en las oraciones de las sinagogas y los targúmenes (traducciones arameas del Antiguo Testamento hebreo para los servicios religiosos en las sinagogas). Algunos de los escribas aguardaban a un mesías de tipo extramundano, trascendental, y universalista. Este punto de vista se encuentra especialmente en la literatura apocalíptica judía. Ambos puntos de vista influyeron en el otro, y ninguno de los dos era sostenido en forma pura. De alguna manera, el Mesías era esperado por la mayoría de los judíos al comienzo de la era cristiana. Puede encontrarse evidencia concluyente de la expectativa de un tipo de mesías de este mundo, nacionalista, político, en el hecho de que varias personas fueron realmente aclamadas como tales por los judíos. Zorobabel fue reconocido como tal por Hageo y Zacarías. Simón el Macabeo no fue declarado Mesías, pero su obra fue descrita en lenguaje casi mesiánico (Cf. 1 Macabeos 4-15). Un Ezequías en tiempo de Herodes fue proclamado como Mesías por Hillel (“Sanedrín” de Babilonia, 98b, 99a). Los dos hijos de Ezequías, Judas de Gamala y Menahem, Teudas en el tiempo de Félix y un judío anónimo en tiempos de Festo, fueron alarmados como Mesías (“Antigüedades” de Josefo, XVII, “Vida”, II, 266ss., “Ant.” XX, 88). El rabí Akiba proclamó a Sim Bar Cocheba como Mesías en el tiempo de la segunda guerra judío - romana alrededor del año 132 - 135. Las advertencias del Nuevo Testamento contra los falsos Mesías apoyan esta evidencia (Cf. Mr. 13:22, Mt. 24;24).9 El alto contenido político del término “Cristo” está ilustrado en la respuesta del sumo sacerdote a la aceptación del título por parte del Señor: “El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?” (Mr. 14:61 -63). La burla al pie de la cruz sigue en la misma línea: “El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos” (Mr. 15:32). No es de extrañar, pues, que el título “Cristo” no haya sido muy favorecido por el Señor. Tan arraigada estaba la vinculación política al término, que incluso los discípulos tuvieron dificultades para apreciar la corrección del término que el Señor Jesús intentó enseñarles. Cuando Pedro confesó, “Tú eres el Cristo” (Mr. 8:29), repitió algo revelado por Dios mismo, pero que no entendía adecuadamente. Para corregir tal deficiencia, el Señor inmediatamente “comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días” (v. 31). La reacción de Pedro a tal enseñanza no pudo haber sido más en armonía con la idea prevaleciente: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manara esto te acontezca” (Mt. 16:22). Ninguna enseñanza del Señor Jesús fue suficiente para corregir el falso concepto. Incluso Juan el Bautista llegó a tener sus dudas de la idoneidad del Señor para cumplir lo que de él se esperaba (Mt. 11:2-19). Fue necesaria su resurrección y posterior ministerio para que finalmente los discípulos captaran hasta qué punto la función del Mesías no era exclusivamente política: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrar en su gloria?... Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (Lc. 24:25, 26, 46). Este fue el sentido de la posterior p redicación de los apóstoles. Las connotaciones políticas que acarreaba el título “Cristo” no eran del todo desacertadas. A la pregunta de los apóstoles, “¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hch. 1:6), el Señor no respondió descalificando la restauración del “reino a Israel” sino el “este tiempo”: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad” (v. 7). Lo que sí era desacertado era el definir la función del Mesías exclusivamente en términos políticos. Una vez los apóstoles captaron la dimensión espiritual del título, la vincularon a la dimensión política en su debida perspectiva: ““Pero Dios ha cumplido lo que había antes prometido por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas” (Hch. 3:18 21). El arrepentimiento individual permitirá echar mano de los beneficios de la obra de Cristo para el perdón de los pecados. El arrepentimiento nacional de Israel, permitirá echar mano de los beneficios de la obra de Cristo mediante el establecimiento del reino de Dios en la tierra. La exhortación de Pedro, como en su sermón en Pentecostés (2:28), fue a arrepentirse. ¿Estaba diciendo Pedro que si Israel se arrepentía, el reino de Dios vendría a la tierra? Esto debe ser respondido afirmativamente por varias razones: (1) La palabra restauración (3:21) se relaciona con la palabra “restaurar” en 1:6. En 3:21 es en su forma sustantiva (apokatastaseos), y en 1:6 es un verbo (apokathistaneis). Ambos casos anticipan la restauración del reino a Israel (Cf. Mt. 17:11; Mr. 9:12). (2) El concepto de restauración es paralelo al de 9

Frank Stagg, Teología del Nuevo Testamento, Págs. 58-59.

60 regeneración cuando se usa en relación con el reino (Cf. Is. 65:17; 66:22; Mt. 19:28; Ro. 8:20-22). (3) Las cláusulas de propósito son distintas en Hecho 3:19 y 20. En el versículo 19 para que es la traducción de pros to (algunos mss. tienen eis to) con el infinitivo. Esto apunta a un propósito cercano. Los dos casos de para que en 19b y 20 (en la RV no aparece) son traducciones de una construcción distinta (hopos con verbos en subjuntivo), y se refiere a propósitos más remotos. Así el arrepentimiento resultaría en perdón de pecados, el propósito cercano (v. 19a). Y luego, si Israel como un todo se arrepintiera, una segunda meta más remota, la venida del reino (tiempos de refrigerio al tiempo de la segunda venida de Cristo) sería cumplida. (4) El envío de su Cristo, es decir, el Mesías (v. 20) significa la venida del reino. (5) El Antiguo Testamento “han anunciado estos días” (v. 24; Cf. v. 21 ). Los profetas del Antiguo Testamento no predijeron la iglesia; para ellos ella era un misterio (Ro. 16:25; Ef. 3:1-6). No obstante, los profetas hablaron frecuentemente de la edad dorada mesiánica, es decir, el milenio. Esta oferta de salvación y del milenio apuntaba tanto a la bondad de Dios como a la incredulidad de Israel. Por un lado, Dios estaba dando a los judíos una oportunidad de arrepentirse después de la señal de la resurrección de Cristo. Habían rechazado al Jesús anterior a la cruz; ahora se les ofrecía al Mesías después de la resurrección. Por otro lado, las palabras de Pedro subrayan el rechazo de Israel. Habían recibido la señal de Jonás pero todavía rehusaban creer (Cf. Lc. 16:31). En un sentido real este pasaje confirmaba la incredulidad de Israel.10 En las epístolas “Cristo” deja de ser un título del Señor para convertirse en un nombre. A veces se le usa solo, y otras en conjunción con el nombre Jesús. La razón para la variedad de los usos del título “Cristo” puede tener su explicación: En las epístolas de Santiago, Pedro, Juan y Judas, hombres que habían acompañado al Señor en los días de su carne, “ Jesucristo” es el orden invariable del nombre y el título, porque este fue el orden de la experiencia; como “Jesús” lo conocieron primero, q ue era el Mesías lo supieron después en su resurrección. Pero Pablo lo llegó a conocer primero en la gloria del cielo, Hechos 9:1-6, y siendo su experiencia lo contrario de la de ellos, el orden reverso, Cristo Jesús, es de ocurrencia frecuente en sus cartas, pero, con la excepción de Hechos 24:24, no ocurre en otro lugar en el Nuevo Testamento. En las cartas de Pablo el orden siempre está en armonía con el contexto. Así, “ Cristo Jesús” describe al exaltado que se vació a sí mismo, Fil. 2:5, y testifica de su preexistencia; “Jesucristo” describe al despreciado y rechazado que llegó después a ser glorificado, Fil. 2:11, y testifica de su resurrección. “Cristo Jesús” sugiere su gracia, “Jesucristo” sugiere su gloria. 11 De las 529 veces que “Cristo” aparece en el Nuevo Testamento, 379 son en los escritos de Pablo. Pablo no usa “Cristo” tanto como título, sino más como nombre propio, ya que para los gentiles, a quienes mayormente escribía, no tenía mucho significado. Pablo usa el título “Señor” para conllevar a la mente gentil lo que el título “Cristo” conllevaba a la judía.

D.

SEÑOR

El término “señor” tenía en los idiomas originales un uso parecido al que tiene en el castellano. Era usado tanto en la forma común de cortesía, como también como una referencia a una deidad. En los evangelios, cuando el título se usa de Jesús, frecuentemente tiene el sentido de “ Maestro”, “ Rabí” o “Señor” como término de respeto. Cuando el centurión le dice, “Señor, no soy digno que entres bajo mi techo” (Mt. 8:8), probablemente no es tá atribuyendo al Señor más que lo que Nicodemo le atribuyó cuando dijo, “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro” (Jn. 3:2). Esta fue la forma usual en que los discípulos se dirigieron al Señor durante sus días sobre la tierra. Por otro lado, el mismo Señor se aplicó el título “ Señor” a sí mismo en su sentido especial: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre...?” (Mt. 7:21 -22). Este último uso del nombre por parte de Jesús era una clara referencia a su deidad. El uso de “Señor” para referirse a Dios se había extendido en Israel a partir de la traducción del Antiguo Testamento del hebreo al griego (LXX). La Septuaginta tradujo por “Señor” ( Kurios) todas las 5321 ocurrencias del tetragrámaton sagrado (YHWH) más 50 ocurrencias de la forma poética Jah.

E. 10 11

SIERVO DE JEHOVÁ

Stanley D. Toussaint, “Acts”, The Bible Knowledge Commentary, Vol. II, Pág. 361. W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words, Vol. II, Pág. 275.

61 ”Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que ac abe su obra. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 4:34; 6:38). Como el Siervo de Jehová, la vida de Jesús estuvo caracterizada por la perfecta obediencia a Dios. La figura del Siervo de Jehová (del hebreo ebed Yavé )tiene su origen en los llamados “cantos del Siervo de Jehová” de Isaías. Israel es llamado el siervo de Jehová (Is. 41:8; 42:19; 43:10: 44:1-2, 21; 45:4; 48:20) porque debía haber sido el instrumento para que el mundo conociera a Dios. Por haber fallado en el cumplimiento de esta misión, el Mesías como el Siervo de Jehová (Is. 42:1; 49:3, 5-7; 50:10; 52:13; 53:11) cumplirá la voluntad de Dios (Cf. Mt. 12:18-21).

F.

HIJO DEL HOMBRE

Cuando Pilato dijo, “¡He aquí el hombre! (Jn. 19:5), pr obablemente su intención era mover a la compasión. Sin embargo, como Caifás (11:50), dijo una verdad totalmente por encima de su comprensión o intención. Jesús es el Hombre por excelencia. En él la perfecta deidad está perfectamente unida a la perfecta humanidad. El Señor prefirió llamarse a sí mismo el “ Hijo del Hombre” por encima de cualquier otro nombre o título. En los evangelios sólo Jesús usa este título de sí mismo. De acuerdo con el uso semítico, la expresión “hijo de” apunta a la manifestación de las características esenciales de aquello a lo que se hace referencia. Jesucristo resume en sí mismo las características distintivas esenciales de la humanidad. “Cuando Jesús usó este título, por lo tanto, sus adversarios no podrían probar que significaba más que ‘hombre’”. 12 La preferencia se debió quizá también a que el título “Hijo de Hombre” no estaba tan cargado de connotaciones erróneas acerca de la persona del Mesías. Jesús usó el nombre principalmente en la tercera persona tal vez por modestia o tal vez porque conllevaba una connotación de exaltación que para él todavía era futura. El título apunta tanto hacia el cielo como hacia la tierra: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). Aun que velada por la carne, la deidad del Señor se trasluce aquí en su omnipresencia. Esta ambivalencia es ilustrada por las otras 80 ocurrencias del nombre en los evangelios (fuera de ellos sólo aparece en Hch. 7:56 y Ap. 1:13; 14:14). Por un lado, “Hijo del Hombre” apunta a la humillación del Señor (Mt. 8:20; 11:19; 12:40; 26:2, 24); por el otro, señala a su exaltación (Mt. 10:23; 13:41; 16:27, 28; 17:9; 24:17, 30, 37, 39, 44).

G.

HIJO DE DIOS, UNIGÉNITO, PRIMOGÉNITO, DIOS

El título “ Hijo de Dios” habla tanto de la función como de la persona del Mesías. El bautismo del Señor es el punto de partida del desempeño de su función mesiánica (Cf. Is. 11:1). Juan el Bautista, hablando del descenso del Espíritu como paloma dijo, “Yo le vi, y he dado testimonio de que és te es el Hijo de Dios” (Jn. 1:34). Inmediatamente después de escuchar al Padre decir, “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lc. 4:22), “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mt. 4:1). La tentación cons istió en desafiarlo a cumplir expectativas equivocadas acerca del Mesías: “Si eres Hijo de Dios...” (Mt. 4:3, 6; Cf. Mt. 27:40, 43, donde la tentación se repite al final de su ministerio por boca de los judíos, instrumentos así en las manos del tentador). El Señor respondió actuando verdaderamente como el Hijo de Dios: sumisión completa a la voluntad del Padre expresada en la palabra: “Escrito está” (Mt. 4:4, 7, 10; Cf. Jn. 6:38). En esta voluntad el Padre “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro. 8:32) tal como había sido prefigurado por la entrega que Abraham hizo de Isaac (Gn. 22:1-16). Pero si el desempeño de la función mesiánica de Jesús como “Hijo de Dios” empezó con el bautismo, no lo hizo entonces su relación filial con Dios. Ya antes, cuando María le había dicho, “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia” el Señor había respondido, “¿Por qué me buscabais? ¿No sabías que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:48 -49). Gabriel había dicho a María, “será llamado Hijo del Altísimo” (Lc. 1:32) e Isaías había hecho la distinción, “un niño nos es nacido, hijo nos es dado” (Is. 9:6). En estos dos últimos pasajes la expresión “Hijo de Dios” puede hacer refere ncia tanto a la relación eterna del Hijo con el Padre como a la función real que vino a desempeñar. El contexto en ambos casos es pertinente en las dos direcciones. En el Antiguo Testamento la expresión “Hijo de Dios” no es exclusiva del Mesías. Los ángel es son llamados “hijos de Dios” (Job 1:6; 38:7) en conjunto, pero nunca individualmente (Cf. He. 1:5). Lo mismo sucede del pueblo de Israel (Ex. 4:22-23; Os. 11:1), que es llamado “hijo de Dios” en conjunto, pero no de forme individual. Incluso, cuando los dirigentes de la nación escogida son llamados “hijos del Altísimo” (Sal. 82:6), la referencia es a ellos como grupo. Es hasta Salomón que Dios empieza a referirse al rey de Israel como “mi hijo”. Dios promete a David, “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le será a él padre, y él me será a mí hijo...” (2 S. 7:12-14). 12

R. Laird Harris, Gleason L. Archer, Jr., Bruce K. Waltke, Theological Wordbook of the Old Testament, “ rB”, Pág. 996.

62 Estos versículos constituyen parte del pacto de Dios con David, que es un desarrollo del pacto de Dios con Abraham (Gn. 12:1-3). Describen una relación filial con Dios a nivel no sólo nacional, sino principalmente individual. Salomón entendió que la profecía hacía referencia a sí mismo (1 R. 5:5), tal como Dios mismo se lo había dicho a David: “Mas vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Tú has derramado mucha sangre... no edificarás casa a mi nombre... He aquí te nacerá un hijo... su nombre será Salomón... Él edificará casa a mi nombre, y él me será a mí por hijo, y yo le seré por padre; y afirmaré el trono de su reino sobre Israel para siempre” (1 Cr. 22:8 -10). Por otro lado, David también entendió que la profecía no se agotaba en Salomón, sino que miraba a un futuro distante: “has hablado de la casa de tu siervo para tiempo más lejano...” (1 Cr. 17:17), lo cual era evidente en la profecía misma. Salomón nació y fue coronado durante la vida de David (1 R. 1:33-40). Sin embargo, 2 Samuel 7:12 habla de un hijo de David que nacerá, “cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres”. Es posible que la designación “hijo de Dios” sea propia de David y Salomón en cuanto tipos del Mesías. Si esto es así, el término “Hijo de Dios” aplicado a individuos en el Antiguo Testamento es una designación exclusiva del Mesías y de aquellos que con su vida lo prefiguran de manera típica. Pensar en Dios en términos de “Padre” no sería totalmente extraño a David. Es probable que David acostumbrara referirse a Dios como “Padre” como el nombre Absalón (“mi Padre es paz”) lo sugiere. Por otro lado, David también entendió que la designación de su descendiente como “hijo de Dios” era nueva y que tenía que ver con la ocupación del trono en Israel. Parece ser que cuando David recibió la promesa no había sido coronado rey sobre todo Israel en Jerusalén, aunque sí en Hebrón (2 S. 5:1-3). Puede ser que posteriormente y relacionada con la llegada del arca a Jerusalén haya habido otra ceremonia de coronación a la cual David hace referencia en el Salmo 2: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.” (Sal. 2:7 -9). El “decreto” al que David alude es la promesa divina de 2 Samuel 7:14, o quizá, una repetición ampliada de la misma dicha por Dios a David y no registrada en las Escrituras. “Yo te engendré hoy” es una f rase que tiene que ser entendida de forma figurativa. En relación con David no podía ser entendida literalmente, ya que Dios lo estaba diciendo cuando David ya podía “pedir” (v. 8). Tampoco lo puede ser del Mesías, ya que él ya era en el principio (Jn. 1:1). Los escritores del Nuevo Testamento, bajo la inspiración del Espíritu Santo, entendieron la frase como haciendo referencia a la exaltación del Señor Jesucristo en tres etapas distintas. En primer lugar, predicando en Pisidia, Pablo refiere la frase a la resurrección de Cristo: “Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hch. 13:32 -33). El mismo entendimiento se refleja en Romanos 1:4, “que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. “Declarado” (del gr. O`ri/zw) no significa “hecho”, tal como algunos piensan, sino “marcar definidamente, señalar, constituir”. 13 El punto es que por medio de su resurrección el Señor Jesucristo manifestó ser lo que hasta ese momento había estado velado por su estado de humillación. En segundo lugar, el escritor de Hebreos refiere la frase a la exaltación de Cristo a la diestra del Padre: “...se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: yo seré a él Padre, y él me será a mí Hijo?” (He. 1:3c -5). En tercer lugar, en el libro de Apocalipsis el Salmo 2:7-9 es entendido como una referencia al establecimiento del reino milenial por Cristo y su gobierno del mismo: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea... De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro...” (Ap. 19:11, 15; cf. Ap. 2:26; 6:15; 11:18; 12:5). Así, pues, el título “Hijo de Dios” apunta directamente a la función real del Señor Jesucristo, aunque no exclusivamente. Es en línea con este entendimiento del título que Pedro dice, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16) y que el sumo sacerdote pregunta, “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” (Mr. 14:61). A la respuesta afirmativa del Señor, “Yo soy” (Mr. 14:62), los dirigentes religiosos insi stieron, “¿Luego, eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy” (Lc. 22:70 -71). Por otro lado, es en el contexto de la controversia con los judíos que la connotación de divinidad que el título “Hijo de Dios” acarrea se hace evidente. P ara empezar, los judíos entendieron como una blasfemia la admisión del Señor: ”Entonces, el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la blasfemia, ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron declarándole ser digno de muerte” (Mr. 14:62 -64). Que la blasfemia tenía que ver con entender que Jesús se hacía igual a Dios queda probado por debates anteriores: “Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por eso los judíos aun más procuraban matarlo, porque no sólo quebrantaba el día de reposo sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn. 5:17 -18). El cuadro se complica al llegar a Juan 10:30, 31, 33, “Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos volvi eron a tomar piedras pasa apedrearle... Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque 13

Spiros Zodhiates, “ O`ri/zw”, The Complete Word Study Dictionary, New Testament, Pág. 1058.

63 tú, siendo hombre, te haces Dios”. Aquí el problema que enfrentan los judíos no es sólo que el Señor llame a Dios “ Padre”, sino que expresamente diga que es igual a él. La respuesta del Señor Jesús a la acusación de los judíos fue, igual que en Juan 5, llamar la atención a sus obras. Pero aquí, antes de hacerlo, apela al Antiguo Testamento diciendo, “¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije, Hijo de Dios soy?” (Jn. 10 :34-36). El Señor Jesús argumenta de lo menos a lo más. Si en el Salmo 82:6 Dios llamó “dioses” e “hijos del Altísimo” a un grupo de dirigentes infieles (Sal. 82:2) de la nación escogida por ser sus representantes, ¿por qué no iba a tener él derecho al título de “Hijo de Dios” si era su representante por excelencia de lo cual sus obras daban testimonio? Con esta respuesta el Señor no estaba negando su deidad, pero tampoco la estaba reclamando de forma abierta, porque su “hora” todavía no había llegado. Cuan do la hora llegó, su aceptación de todas las implicaciones del título fue clara, como también lo fueron los resultados, tal como él mismo lo había anticipado en la parábola de los siervos malvados (Mt. 21:33-43) donde “los principales sacerdotes y los fariseos entendieron que hablaba de ellos” (v. 45). “Hijo de Dios”, por lo tanto, habla tanto de la función real de Cristo como de la deidad de su persona. Tal es la conclusión inescapable de los pasajes vistos antes. Desde luego, puede objetarse que el título “Hijo de Dios” no es definitivo en cuanto a la deidad de Cristo porque en el Nuevo Testamento a los creyentes se les llama también “hijos de Dios”. Pero, tal como sucede en el Antiguo Testamento, tampoco en el Nuevo Testamento la expresión se usa en singular para referirse a los creyentes. Además, tal como se verá más adelante, hay una diferencia en los términos griegos que se usan para hablar de Jesús como “Hijo” y de los creyentes como “hijos”. Es verdad que el creyente puede dirigirse a Dios con la más íntima forma de tratamiento, Abba, tal como lo hiciera el mismo Señor (Mr. 14:36; Ro. 8:15; Gá. 4:6). No obstante, cuando el Señor Jesús enseñó a los discípulos a orar dijo, “Cuando oréis, decid: Padre nuestro...” (Lc. 11:2), mientras que él mismo hablaba con Dios diciendo directamente, “Padre...” (Jn. 11:41). Siempre fue cuidadoso de hacer esta distinción: “Subo a mi padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn. 20:17). Enseñó que su relación con el Padre era única: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra el Hijo, no honra al Padre que le envió” (Jn. 5:22-23). La razón para esta exclusividad se debe a la completa identidad entre el Padre y el Hijo: “Yo y el padre uno somos” (Jn. 10:30). “Para que creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Jn. 10:38). “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). Glorificar al Hijo es glorificar al Padre (Jn. 17:1) porque “todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn. 16:15). Por otro lado, esto no quita que durante el tiempo de su humillación el Señor diga, “el Padre es mayor que yo” (Jn. 14:28), porque claramente admite, “he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38). La característica de la relación del Señor Jesucristo con Dios como Hijo es la obediencia, y tal debiera ser la característica de nuestra relación con Dios como hijos de Dios: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9). Cuando el creyente peca está viviendo en la esfera de la ceguera espiritual y la ignorancia propia del que no ha nacido de nuevo: “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (v. 6). Estrechamente relacionado con el título “Hijo de Dios” está el de Unigénito (gr. Monogenh`v). Este término tiene el sentido de, Único, sui géneris, singular. El único de la familia (Lucas 7:12, refiriéndose al hijo único de su madre; 8:42, la hija de Jairo; Lc. 9:38, el joven endemoniado). Sólo Juan usa monogenes para describir la relación de Jesús con Dios el Padre, presentándolo como el singular, el único (mono) de una clase o género (genos), en la discusión de la relación del Hijo con el padre (Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9). ge`nos, de donde gene`sderiva en monogenes es derivado, significa raza, tronco, familia, clase o género, y ge`n`eviene de gi`nomai, llegar a ser, como en Juan 1:14, “y el Verbo fue hecho (ege`neto) carne”. Esto ha que distinguirlo de genna``,engendrar, procrear o crear. El nombre de genna``o,es ge`nnema, el resultado de nacer. Así, pues, el nombre significa único en su clase o singular. Hay dos escuelas de pensamiento acerca del significado de este término. El primer punto de vista, que comenzó con Orígenes, enseña que la filiación única de Cristo y su generación por el Padre son eternas y se dicen de él en relación con su participación en la Deidad. Aunque monoene`sfue tradicionalmente citado como prueba de esta explicación, proponentes modernos, reconociendo la identificación equivocada de gene`scomo un derivado de genna``oen vez de ge`nos, entienden la palabra como descriptiva de la clase de filiación que Cristo posee y no del proceso que establece tal relación. Esto serviría para distinguir la filiación de Cristo con Dios de la que se dice de otros seres, e.d., Adán (Lc. 3:28), ángeles (Job 1:6), o creyentes (Jn. 1:12). El último punto de vista enseña que la filiación única de Cristo y la generación por el Padre son dichos de él con respecto a la encarnación. Los proponentes de esta interpretación afirma sin equívocos la triunidad de la Deidad y la deidad de Cristo enseñando que es la palabra loGos, Verbo, lo que designa su personalidad dentro de la Deidad. La filiación de Cristo expresa una relación económico entre el Verbo y el Padre asumida vía la encarnación. Esto es cumplimiento de las profecías del AT que identifican a Cristo como tanto humano, descendiente de David,

64 como divino, originado de Dios. Como David y otros reyes descendientes de él, Cristo es el Hijo de Dios por posición (2 S. 7:14), pero a diferencia de ellos y debido a su naturaleza divina, es por excelencia el Hijo de Dios por naturaleza (Sal. 2:7; He. 1:5). Así la apelación se refiere al Verbo preencarnado. Por lo tanto, monogene`spuede ser tenido como sinónimo del Dios Hombre. Jesús fue el único así jamás, en distinción con el Espíritu Santo, la tercera persona del Dios Trino. Él nunca es llamado teknon thou (teknon, hijo; thou, de Dios) como lo son los creyentes (Jn. 1:12; 11:42; 1 Jn. 3:1, 2, 10; 5:2). En Juan 5:18 Jesús llamó a Dios su propio (idion) Padre. Para Jesús, Dios no era un Padre como lo es para nosotros. Nunca habló de Dios como un Padre común suyo y de los creyentes.14 El término monogene`stambién aparece en Hebreos 11:17, donde se dice que Isaac era el “unigénito” de Abraham. Este uso ilustra el sentido de “único de su clase” del término. Si, como erróneamente alg unos creen, el término significara “único engendrado”, entonces habría conflicto, porque antes de Isaac Abraham ya había tenido a Ismael. Pero Isaac es monogene`sen el sentido que estaba llamado a ser aquel a través de quien la bendición del pacto sería transmitida (Gn. 17:18-19). También el título “ Primogénito” (gr. Pr`ototokos) tiene relevancia en la discusión del de “Hijo de Dios” y de la deidad de Jesucristo15: De pr`otos, primero, y tikto engendrar, producir. Primogénito, preeminente. (1) Particularmente del primogénito de una madre (Mt. 1:25; Lc. 2:7). También incluye a los primogénitos de los animales (LXX: Gn. 27:19, 32; Ex. 12:12, 29). (2) De los santos en el cielo, probablemente aquellos anteriormente altamente distinguidos en la tierra por el favor y el amor de Dios, tales como patriarcas, profetas, apóstoles (He. 12:23; LXX: de Israel, Ex. 4:22). (3) Pr`ototokoses aplicado a Cristo en Lucas 2:7, “Y dio a luz a su hijo primogénito”. Aquí la palabra no conlleva ninguna de la carga teológica que tiene en otros lugares cuando es usada de Cristo. Jesús es simplemente identificado como el primer hijo nacido a María. Indudablemente, no fue un nacimiento ordinario. Como la Escritura lo registra, la concepción de María fue por medio del Espíritu Santo y Dios mismo era el Padre de este hijo (Lucas 1:26-35). Así en este texto la palabra es ordinaria y significa simplemente primogénito. (IV) Pr`ototokoses un título de Cristo teológicamente significante usado en cinco pasajes del NT. (A) Ro. 8:29, “Porq ue a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”.... Pr`ototokospresenta a Cristo como el preeminente o miembro distinguido del grupo. Los intérpretes han visto el énfasis cayendo ya en la frase “entre muchos hermanos” o en la palabra “primogénito”. Si es lo primero, entonces el sentido de las palabras de Pablo es que Dios predestinó a los elegidos a la gloria para que puedan compartir en la herencia asignada a Cristo como el Hijo de Dios. Es decir, Dios deseaba incluir con Cristo un número de otros herederos menores, hermanos entre quienes Cristo estaría como preeminente. Sin embargo, esto deja de lado el punto del pasaje que subraya no el número de los elegidos sino la asombrosa meta de su salvación-conformidad a la exacta imagen del Hijo mismo. El énfasis posterior parece más adecuado. La conformación de los pecadores a la gloriosa imagen del Hijo de Dios coloca a Cristo en una posición de preeminencia y gloria entre ellos. La meta final de la salvación, la gloria de Dios, es así alcanzada. No obstante, algunos encuentran difícil de entender cómo la conformidad de los elegidos de Dios servirá para realizar la posición de Cristo como primogénito. ¿Cómo es que la salvación de los pecadores hace a Cristo el primogénito? ¿No lo es por mérito propio y en consideración a su propio carácter? Puede ser respondido que el efecto que se tiene en mente no es uno que se refiera a Cristo mismo o a la estima que el Padre le tiene. Más bien, el efecto tiene referencia a Cristo ante los hombres. El propósito de Dios para la creación original fue el reflejar su gloria en el hombre y en el mundo. La caída de Adán distorsionó la imago Dei y consecuentemente la preeminencia de Dios entre los hombres fue perdida. La salvación consiste en la restauración del hombre a su propósito original. Por lo tanto, ya que la salvación de los pecadores restaura la imagen divina en el hombre, Cristo es exaltado y hecho preeminente entre ellos. (B) La palabra Pr`ototokostambién es usada en relación con la creación refiriéndose a la supremacía de Cristo sobre ella. Jesucristo no puede ser tanto creador y criatura. En Col. 1:15 es colocado sobre su creación cuando 14 15

Ibid., “ Monogenh`v”, Págs. 995 -996. Los arrianos y los Testigos de Jehová usan el término para decir que el Señor Jesús fue el primer ser creado.

65 es llamado “el primo génito de toda creación”, “el primogénito de toda criatura”, o mejor aún, “el preeminente sobre toda creación” (t. del a.). El siguiente versículo lo hace adecuadamente claro, “porque en él fueron creadas todas las cosas”, 16 dando a entender que no es parte de la creación (Cf. Jn. 1:3). El significado se acerca al del nombre arke, principio, que significa ya sea objetivamente el primer efecto, la primera cosa creada, o subjetivamente la primera causa, la fuente de la creación. En Ap. 3:14 el nombre arke en la frase Hn arke tes ktise`s Thoutiene el propósito de identificar a Jesús como la primera causa o fuente de la creación y no como el primer objeto de la creación. Jesucristo es consecuentemente el arke, el gobernador sobre todo. (C) En Col. 1:18 tenemos el uso de tanto arke y Pr`ototokosjuntos con relación a la resurrección. “Y él [Cristo] es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio (arke), el primogénito (Pr`ototokos) de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”. Tal como se ha visto en II, B arriba, arke significa la primera causa. De ahí, arke en la cláusula “el que es el principio [e.d., causa principal u originador],” es paralelo a Pr`ototokosen la frase, “primogénito de toda creación” en 1:15. Ambas expresio nes aseveran la supremacía y la preeminencia de Cristo sobre la creación. ¿Por qué añade Pablo que Cristo es “el primogénito de entre los muertos”? ¿No es redundante? De ninguna manera. Mientras que sería suficiente decir que Cristo es el primogénito de todo el universo sin calificación (cielo / tierra, visible / invisible), una pregunta puede levantarse acerca del orden de las cosas en la nueva creación, es decir, aquellas cosas limpiadas de pecado y renovadas por la redención. Hay que recordar que la iglesia de Colosas estaba siendo amenazada por un gnosticismo incipiente. En un esfuerzo de explicar el pecado en el universo, este movimiento enseñó que el universo material fue creado por una clase de dios menor y no por la más alta esencia de la deidad. Dios era un pleroma, una plenitud, de quien una sucesión de dioses menores llamados eones emanaron. La pureza espiritual de cada uno de estos seres disminuía con cada nivel más bajo de existencia. Finalmente un eón muy separado del origen (arke) de la deidad creó el universo material. Los gnósticos enseñaban que Cristo era uno de estos eones. Si Pablo dice entonces que Cristo es el creador de tal universo, alguien podía pensar que no podría tener ninguna relación con la nueva creación. Así que Pablo debe decir que Cristo es supremo en la redención así como también en la creación. Todo esto es para que Cristo pueda tener “preeminencia”, el participio presente pr`oteuode pr`otos`,ser el primero, tener preeminencia. Pr`oteuoes usado sólo en Col. 1:18 e indica no un derecho adquirido para gobernar o ser preeminente, sino un derecho inherente por virtud de su naturaleza, él, siendo el creador, merece tener preeminencia...17 Hay unos pocos pasajes donde claramente se llama a Jesús “ Dios” (Jn. 1:1; 20:28; Ro. 9:5; T i. 2:13; He. 1:8; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:21. Aunque puedan parecer pocas las ocurrencias de este nombre, la revelación sobre la deidad del Señor no descansa sólo en ellos. Algunos de los otros nombres que también se le dan a Cristo hacen patente su deidad, como se hace notar en las explicaciones de cada uno de ellos. Otros pasajes importantes también enseñan su deidad, como Hechos 20:28, donde la RV dice, “...para apacentar la iglesia del Señor, la cuál él ganó por su propia sangre”. Como muchos buenos manuscrit os leen “Dios” en lugar de “Señor”, la mayoría de versiones modernas de la Biblia así lo dicen. Pero como la única sangre de la cual se habla en la Biblia es la del Hijo, al Hijo claramente se le llama Dios. 18 También Filipenses 2:7 habla de Cristo como siendo “igual a Dios”. Colosenses 2:9 dice, “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”.

H.

VERBO

En griego hay dos términos para “palabra”: rema y logos. Ambas son equivalentes,19 pero bajo la inspiración del Espíritu (Jn. 16:13-14) Juan elige en sus escritos la segunda para referirse al Señor Jesucristo. La referencia a Jesús como el “Verbo” es característica de los escritos de Juan (Jn. 1:1 -18; 1 Jn. 1:1; Ap. 19:13). Barclay era un universalista y algunas de sus frases pueden ser matizadas, pero nos informa adecuadamente del trasfondo del concepto del logos. El uso que Juan hace del término ilustra un proceso que se da en otros lugares en el Nuevo Testamento. Los escritores bíblicos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, tomaron términos comunes del el mundo en que vivían, los vaciaron de su significado y los llenaron de un nuevo sentido. En gran medida, la forma sigue siendo la misma, pero el contenido ha cambiado mucho. La principal diferencia entre el concepto del logos en el mundo antiguo y la presentación que Juan nos hace del mismo es que en el mundo antiguo el logos era impersonal, mientras que en Juan el logos es personal. Además, Jesús, como el “Verbo” es tanto el origen de la historia como la meta de la misma. Apunta a la preexistencia de Cristo y a su soberanía sobre todo lo creado. En Apocalipsis él es el “Verbo de Dios” (19:13) que desciende del cielo para juzgar a los hombres pecadores y establecer el reino de Dios en la tierra. 16

La Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras añade “todas las otras cosas”. Zodiathes, ” Prwtotokov”, Dictionary, Pág. 1249-1250. 18 La Biblia de los TJ añade “ Hijo” para quitar fuerza al versículo. 19 Ibíd., “ Lo`gos”, Pág. 925. 17

66 El énfasis del evangelio de Juan en el uso del “Ve rbo” está en armonía con el propósito del libro: “para que creáis” (Jn. 20:31). Juan define la salvación en términos de conocimiento: “Esta es la vida eterna: que te conozcan...” (Jn. 17:3). Jesús, como el Verbo hace posible tal conocimiento: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). Este conocimiento salvador es posible por la intimidad de la relación entre el Verbo y Dios: es una relación eterna, íntima y esencial: “En el principio e ra el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1 -2). Cuando Jesucristo revela a Dios está dando a conocer lo que le es propio. No habla desde fuera de la Deidad, sino desde dentro. Esta revelación viene a través de la naturaleza (Jn. 1:3), comunica vida (1:4), es poderosa para derrotar al mal (1:5), es mediada por medio de testigos (1:6-8), corrige el error (1:9a), es universal en su alcance (1:9b), fue rechazada (1:10, 11), puede ser recibida para salvación por la fe (1:12-13), se concretó en la encarnación (1:14a), manifiesta la fidelidad divina (1:14b), viene antiguo (1:15), satisface con abundancia (1:16), da a conocer a Dios (1:18).

I.

MEDIADOR, ABOGADO, PROFETA, SACERDOTE, RESPLANDOR DE SU GLORIA, IMAGEN MISMA DE SU SUSTANCIA

Ante lo inexplicable de sus sufrimientos, Job percibe a Dios como su adversario (Job 6:4). Aunque en un momento lamenta, “No hay entre nosotros árbitro” (9:33), luego anticipa a su Redentor (19:25 -27). El Señor Jesucristo es la respuesta a esta necesidad. Se le llama “ Mediador” en el Nuevo Testamento (1 Ti. 2:5; He. 8:6; 9:15; 12:24). El término griego mesites (“mediador”) viene de mesos “medio, en medio” 20 y tiene varios usos: “1. Un primer uso de mesites es para el neutral digno de confianza, e.d., el árbitro o garante. Así encontramos la palabra para a. el árbitro legal, b. el testigo, c. el secuestrador, d. el prestamista, e. el garante, y f. un guardalmacén. Sentidos más generales son 2. “intermediario”, y 3. “negociador”. Mesiteu`osignifica 1. “actuar como árb itro”, 2. “ocupar un lugar medio”, y 3. “establecer una relación entre dos entidades hasta entonces no relacionadas”. 21 Estos sentidos ayudan a entender lo que se quiere decir de Jesucristo como “Mediador”, aunque se quedan cortos porque la magnitud de su o bra mediadora va más allá que los significados léxicos de un término y sus pocos usos en el Nuevo Testamento. Como un reflejo de la necesidad sentida por la humanidad en general, en todo el mundo antiguo eran comunes los mediadores entre la deidad y los hombres. Estos mediadores podían ser dioses de inferior categoría, ángeles, elementos impersonales o incluso hombres. En el Antiguo Testamento la mediación entre Dios y el hombre se hacía principalmente a través de dos funciones distintas. Por un lado, el profeta tenía la función de representar a Dios delante de los hombres (Cf. Ex. 7:1-2). Por otro lado, los sacerdotes tenían la función de representar a los hombres delante de Dios (He. 5:1). Como el Mediador el Señor Jesucristo resume en sí mismo la doble función de profeta y sacerdote. En la única aplicación que Pablo hace al Señor del título “Mediador”, el contexto alude a la doble función profética y sacerdotal. Ya que es el deseo de Dios “que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4), Pablo aclara que “Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos...” (vv. 5 -6). Nuestra traducción no refleja del todo la riqueza del texto porque conlleva la idea que Jesucristo es un tercer ente que media entre Dios y el hombre. Pero la palabra “entre” es suplida por los traductores. El texto dice “... un solo mediador de Dios y los hombres...”. Porque Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, ha establecido con su persona y su obra el único vínculo efectivo entre el Dios santo y el hombre pecador por medio de su función profética y Su sacrificio sustitutorio. “Para ser alguna utilidad, un puente sobre un abismo o río debe estar anclado en ambos lados. Cristo ha cerrado la distancia entre la deidad y la humanidad... Y a través de este puente, el hombre Jesucristo, hemos llegado a la misma presencia de Dios, sabiendo que somos aceptos porque tenemos un mediador”. 22 Un término cercano en significado al de Mediador es el de “ Abogado” o “ Consolador” (gr. Para`klhtov). El Señor Jesús lo usa de sí mismo por implicación en Jn. 14:16, “Y yo rogaré al padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad...” (Jn. 14:16 -17). “Consolador” traduce parakletos. Este nombre viene de “ parakale`,consolar, animar, exhortar. Es propiamente un adjetivo verbal que se refiere a una ayuda de cualquier clase. En los escritores griegos era usado de un consejero legal, defensor, representante, o de un abogado, uno que se presenta por o representa a otro”. 23 Jesús llama al Espíritu “otro” (del gr. allos, “otro igual”, no de hteros, “otro distinto”), de donde el Espíritu es alguien igual en deidad y personalidad del Hijo. En 1 Juan 2:1, Juan dice, “...y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. Jesucristo es

20

Zodiathes, “ mesi`thv”, Dictionary, Pág. 962. A. Oepke, “ mesites”, Tehological Dictionary, Pág. 588-589. 22 Ralph Earle, “1, 2 Timothy”, Expositor’s Commentary, Vol. XI, Pág. 358. 23 Zodiathes, “ Parakletov”, Dictionary, Pág. 1107. 21

nuestro Abogado; alguien quien está a nuestro lado para asistirnos, representarnos y defendernos. Esta función es cercana a la sacerdotal.

67

Es interesante que Hebreos, el libro que más se refiere a Jesús como ”Mediador”, es también uno de los que más dice sobre su función profética y el que más dice sobre su función sacerdotal. La mediación de Cristo en Hebreos es vista en el marco de referencia del nuevo pacto: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (He. 8:6; 9:15). El argumento de la epístola a los Hebreos es que Jesucristo es mejor que todo lo que el creyente israelita pudo tener bajo el judaísmo. Jesús es mejor que los profetas, porque su revelación es definitiva y la de ellos fue preparatoria (1:1-3); Jesús es mejor que los ángeles, porque él es Hijo y ellos siervos, y él ofrece una salvación más grande (1:42:18); Jesús es superior a Moisés (3:1-4:13); y Jesús es superior a todo el sistema sacerdotal y sacrificial levítico del Antiguo Testamento porque tal sistema era sombra y anticipación de lo que Jesucristo es realidad y cumplimiento (5:1-10:39). Hebreos enfatiza la función salvadora de Cristo. Esto es evidente el uso notable del nombre “Jesús” (2:9; 3:1; 4:14; 6:20; 7:22; 8:6; 10:19; 12:2, 24; 13:12, 20) y porque los nombres de Jesús distintivos de la epístola giran en torno de esta doctrina. Se le llama al Señor “primogénito” (1:6), “autor de la salvación” (2:10), “apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión” (3:1), “autor de eterna salvación” (5:9), “precursor” (6:20), “Mediador del nuevo pacto” (8:6; 9:15; 12:24), “el gran pastor de las ovejas” (13:20). Es por esta razón que se subraya su f unción sacerdotal sobre la real y la profética. Pero aunque Jesús no sea llamado “p rofeta” en la epístola, su función como tal es abordada en la introducción (1:1-3). En estos versículos se hace un contraste entre la revelación que ha venido por los profetas del Antiguo Testamento y la revelación que ha venido por medio de Jesucristo. Para empezar, en ambos casos es Dios quien ha hablado. En ambos casos Dios ha hablado. Los profetas y Jesucristo comprenden todo lo que Dios tiene que decir. La revelación por los profetas fue fraccionaria y variada, debido a que eran muchos y distintos. La revelación por Jesucristo es una. La revelación por los profetas fue para otro tiempo. La revelación por Jesucristo es para estos postreros días. La revelación por los profetas fue a los padres. La revelación por Jesucristo es para nosotros: nos ha hablado. La revelación por los profetas fue a través de hombres: profetas. La revelación por Jesucristo es a través de uno que es Hijo. La ausencia de artículo en el original subraya la cualidad del instrumento de revelación. El Hijo es superior en función: heredero, en poder: hizo el universo y lo sustenta, en esencia: es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia, en obra: efectuó la purificación de nuestros pecados, en exaltación: se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. En el contexto de la superioridad de Cristo en su función profética se le llama “ Resplandor de Su Gloria” y “La Imagen Misma de Su Sustancia”. “Resplandor” traduce el término griego apaugasma que puede significar “resplandor”, “fulgor”, “radiación”, si se toma en un sentido activo, o “reflejo”, si se toma en un sentido pasivo. La palabra sólo aparece aquí en el Nuevo Testamento y su uso en la literatura helenística deja ambas opciones abiertas. 24 Si se toma apaugasma como “resplandor”, el énfasis de la palabra estaría en la esencia del Señor Jesús. Si se toma como “reflejo”, en énfasis estaría en su función reveladora. Como “resplandor”, el Señor es la misma gloria de Dios. Como “refle jo”, el Señor lleva la gloria de Dios a la creación. A la luz del contraste entre “los profetas” e “Hijo” (sin artículo, subrayando su cualidad esencial) en los versículos anteriores, es mejor entender el término en su sentido activo de “resplandor”. Como el Resplandor de la Gloria de Dios el Señor Jesucristo contiene en sí mismo todos los atributos de la Deidad en forma visible. “La gloria de Dios” es la manifestación completa de sus atributos”. 25 El punto es que la revelación por él transmitida es supremamente superior a la transmitida por los profetas porque ellos hablaron de lo que les era ajeno, mientras que el Señor revela lo que le es propio. Este título revela la completa deidad del Señor Jesucristo al mismo tiempo que mantiene su distintiva individualidad. Lo mismo sucede con el título siguiente. Como “ La Imagen Misma de su Sustancia”, el autor de Hebreos insiste en la infinita superioridad de Cristo sobre los profetas. “Imagen misma” traduce el griego carakth`r. Esta palabra también puede ser entendida en un sentido activo y uno pasivo. En su sentido activo, denota el sello. En el sentido pasivo, la impresión dejada por el sello. Sea el término tomado en su sentido activo o pasivo el Señor Jesucristo es la representación exacta de la esencia de Dios. En él lo que Dios es, es exhibido y representado. Así como la gloria de Dios está realmente en el resplandor, también la sustancia de Dios está realmente en Cristo, que es su representación o encarnación exacta: “El que me ha 24 25

B. F. Westcott, The Epistle to the Hebrews, Pág. 10. B. F. Westcott, Hebrews, Pág. 11.

visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). Así pues, una vez más es enseñada la perfecta identidad de Cristo con la Deidad así como también su identidad distintiva en ella.

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Por otro lado, el uso combinado de los dos términos refuerza la enseñanza independiente de cada uno de ellos. Como Resplandor de Dios, hay más énfasis en la identidad de Cristo con la Deidad que en su individualidad dentro de ella. Como la Imagen Misma de Su Sustancia, entendido el término en su sentido pasivo, se pone más peso en la individualidad del Señor dentro de la deidad que en su identidad con la misma. La combinación de ambos títulos maximiza la verdad que el Señor Jesucristo es una individualidad visible esencialmente idéntica a Dios. Él como profeta es más que los profetas. Es la encarnación de la revelación misma. La función mediadora del Señor Jesucristo no sólo es realizada a través de la función profética, sino también por la sacerdotal. En Hebreos el Señor es llamado “ Sacerdote” y ” Sumo Sacerdote”. Esta es una designación característica de Hebreos, aunque se haga referencia a la función sacerdotal del Señor en pasajes como Juan 17, donde se encuentra la oración intercesora del Señor, y Apocalipsis 1, donde el Señor aparece vestido de una manera que recuerda al sumo sacerdote del Antiguo Testamento. El desarrollo del concepto de la función sacerdotal de Cristo en Hebreos sigue dos líneas principales de argumentación. Por un lado, el escritor asocia el sacerdocio de Cristo con el sacerdocio aarónico; por otro lado, el escritor distingue el sacerdocio de Cristo del sacerdocio aarónico. La asociación del sacerdocio del Señor con el aarónico cumple una doble función. Primero, utiliza el sacerdocio aarónico para ilustrar cómo Cristo cumple con los requisitos del sacerdote (He. 5:1-10). Segundo, utiliza el sacerdocio aarónico para mostrar cómo Cristo cumple en la realidad lo que aquel anticipaba por medio de sombras y figuras (8:1-10:18). La distinción del sacerdocio de Cristo del sacerdocio aarónico tiene como propósito demostrar la validez y la superioridad del sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec (7:1-28). Por medio de su obra sacerdotal el Señor Jesucristo ha realizado una “eterna redención” (9:12) para librar del “juicio eterno” (6:2) a los creyentes y que “los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (9:15). “Por lo cual puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (7:25). El ministerio básico de la obra sacerdotal de Cristo tiene que ver con (1) la entrega de sí mismo en sacrificio por los pecados y (2) la intercesión por los suyos.

III. LA DOCTRINA DE CRISTO EN LA HISTORIA Es evidente ya en el Nuevo Testamento un desarrollo en la comprensión de la persona y la obra del Señor Jesucristo. Este desarrollo fue dándose en la medida que los apóstoles no sólo procuraban explicarlo a los creyentes, sino responder a las falsas enseñanzas sobre su persona y su obra que empezaban a aparecer. Pablo respondió en varias de sus epístolas a los judaizantes, quienes impugnaban la suficiencia de la obra de Cristo en la cruz. Un grupo de judaizantes fueron los ebionitas (del griego para “pobre”), quienes negaban la deidad de Cristo o enseñaban una forma de adopcionismo. Además, Primera de Juan responde a un gnosticismo (del griego gnwsis “co nocimiento”: enfatizaba la salvación por medio del conocimiento) incipiente que negaba la realidad de la humanidad de Cristo. Este esfuerzo por hacer comprensible la persona y la obra de Jesucristo a creyentes y oponentes fue creciendo en intensidad en los siglos que siguieron al tiempo de los apóstoles. Los escritores cristianos que siguieron inmediatamente a los apóstoles y a quienes conocieron personalmente son llamados los padres apostólicos. Ministraron a finales del primer siglo y a principios del segundo. Aunque se conocen algunos nombres como Clemente, Ignacio de Antioquía, Papías y Policarpo, muchos de aquellos hombres son desconocidos. En lo que respecta a su cristología, no sistematizaron la doctrina, repiten mucho la fraseología del Nuevo Testamento, y son vagos acerca del significado de la obra de Cristo. Los padres apostólicos fueron seguidos por otro grupo de escritores cristianos que son considerados como los primeros teólogos. A estos se les llama los apologistas porque escribieron para defender el cristianismo de los ataques de los incrédulos. Escribieron a lo largo del segundo siglo. Algunos nombres son Cuadrato, Arístides, Justino Mártir, Taciano, Melito, Apolinario, Atenágoras, Teófilo y algunos incluyen a Tertuliano. Sus escritos son cristológicos y tratan de responder la acusación de los incrédulos que los cristianos adoraban a dos dioses. Procuran explicar cómo es que Cristo es Dios a través del concepto del Logos. Básicamente dicen que el Logos es la razón eterna de Dios que es su agente en la creación y la revelación y a quien Dios confirió una existencia separada al momento de la creación. Decían que los filósofos paganos conocieron parte de la “semilla” del Logos, pero que al Logos sólo se le puede conocer completamente en Cristo. La debilidad de la cristología de los apologistas en general es que ponen en entredicho la personalidad del Logos antes de la creación. Los apologistas hicieron frente al docetismo, una forma de gnosticismo que negaba la humanidad de Cristo. El nombre viene del griego dokein, “parecer” o “parecer ser”. Decían que la materia era mala y el espíritu bueno. Por

69 lo tanto, Cristo, quien era el enviado de Dios y transmisor del conocimiento redentor, no podía tener realmente materia, sólo apariencia de ella. El cuerpo de Jesús era como una especie de fantasma. El docetismo se infiltró en la iglesia al punto que hombres como Clemente de Alejandría y Orígenes muestran en sus escritos tendencias docéticas. Orígenes desarrolló el concepto de la generación eterna del Hijo y habló de subordinación de la esencia del Hijo a la del Padre. Durante el tercer siglo apareció el monarquianismo, que trató de enfatizar la unidad de la Deidad frente al trinitarianismo. Sus esfuerzos resultaron en dos errores distintos. Por un lado, el monarquianismo (de monarca, uno que reina solo) dinámico o adopcionista (adopcionismo)26 decía que sólo el Padre poseía personalidad verdadera y que el Logos y el Espíritu eran meros atributos de la Deidad. Pablo de Samosata decía que Jesús recibió a Cristo al momento de su bautismo y que fue entonces capacitado con el poder (dunamiv) del Espíritu para hacer milagros. Este error niega la deidad de Cristo y afirma su humanidad, tal como lo hacen los socinianos y unitarios. Por otro lado, el monarquianismo modalista (modalismo) decía que las tres personas eran meros modos de expresión o maneras de describir a Dios. No hay en la Deidad personas divinas distintas. Este error afirma la deidad de Cristo y niega su humanidad. Es también conocido como sabelianismo y noecianismo (de Sabelio y Noeto, dos de sus proponentes) y patripasianismo, porque se dice que quien realmente sufrió en la cruz fue el Padre. Los adopcionistas y modalistas fueron combatidos por los llamados polemistas, entre ellos Ireneo y Tertuliano. Antes del año 313 el error se combatía principalmente por escritos. Después de la llegada de Constantino al poder, la iglesia unía sus fuerzas para combatir el error en un concilio. Por el año 318, Arrio, un anciano de Antioquía, empezó a enseñar que Cristo era de una esencia distinta a la del Padre, que hubo un tiempo cuando no existió, que fue el primer ser creado. Su error fue respondido por Atanasio, archidiácono de Alejandría, quien afirmó que tanto el Padre como el Hijo poseen la misma esencia y que el Hijo es eterno. Su objeción principal es que si Cristo no fuera Dios estaría incapacitado para salvar. Un sínodo en Alejandría en el 321 depuso a Arrio. Pero la influencia errónea se había extendido en el oriente. El emperador Constantino convocó a un concilio ecuménico en Nicea, en el noroeste de Asia Menor. Asistieron más de 300 obispos. Atanasio fue vindicado y se redactó en el 325 un credo que decía que el Hijo es de la misma esencia del Padre, el Unigénito del padre, y verdadero Dios de verdadero Dios. El concilio no puso fin al conflicto, aunque con el correr de los años el punto de vista ortodoxo se fue imponiendo. Terminó por imponerse en el occidente, mientras que en el oriente subsistieron tres grupos: (1) los ortodoxos; (2) los arrianos, que decían que Cristo es de una esencia diferente al Padre; y (3) los semiarrianos, que decían que Cristo es de una naturaleza semejante al Padre. Los arrianos se extendieron y llegaron a los godos y los persas. Frecuentemente los grupos heréticos son más activos. Como el propósito del concilio de Nicea no era describir la relación entre el Hijo y el Padre, sino de explicar lo que no era la enseñanza bíblica sobre su deidad, algunos teólogos llegaron después a explicar a Cristo poniendo en entredicho su humanidad. La controversia cristológica tuvo un substrato en los diferentes énfasis cristológicos que tenían como epicentros Antioquía, por un lado, y Alejandría, por el otro. En Antioquía se había impuesto el método de interpretación literal de la Biblia. Como resultado de la aplicación de este método de interpretación a los evangelios, la cristología antioqueña resultó dando un énfasis especial a la humanidad de Cristo, ya que el Señor es presentado muy humanamente en los evangelios. Por otro lado, en Alejandría apareció un énfasis mayor en la unidad de Cristo debido a (1) tendencias docetistas y (2) el uso de una interpretación alegórica de la Biblia. Atanasio, obispo de Alejandría, había enseñado que para la encarnación el Logos tomó carne humana. Aunque no negaba que el Señor hubiera tenido un alma humana, no lo dijo claramente. El sucesor de Atanasio, Apolinario, dijo que en Jesucristo el Logos divino tomó la parte del espíritu humano. Así, Cristo es completamente divino, pero no completamente humano. A este error llamado apolinarianismo respondieron los “tres capadocios” 27: Basilio el Grande, Gregorio de Niza y Gregorio Nacianceno haciendo una distinción entre los términos oisia (esencia) e hypostasis (“persona” “subsistencia”) que el credo de Nicea no había hecho. Varias reuniones sinodales condenaron la idea de la humanidad defectiva de Cristo, y finalmente el emperador Teodosio convocó el concilio ecuménico de Constantinopla en el año 381, que afirmó su verdadera y plena humanidad de Cristo. Habiendo ya la iglesia resuelto el asunto de la deidad y la humanidad de Cristo, tuvo que enfrentarse a nuevos problemas que surgieron conforme la reflexión fue profundizándose: (1) ¿De qué manera se relaciona el Cristo preexistente con el Padre? Y (2) ¿Cómo se relacionan lo divino y lo humano en Jesús? Los asuntos de la deidad y la humanidad de Cristo se discutieron en lo que se ha llamado la controversia trinitaria. Los asuntos de las relaciones de las naturalezas de Cristo se discutieron en lo que se llamó la controversia cristológica. Teodoro de Mopsuestia, un teólogo relacionado con la iglesia de Antioquía enseñó la perfecta deidad y la perfecta humanidad de Cristo. Sin embargo, no estaba seguro acerca de la relación entre ellas. Utilizó los términos “naturaleza” y “persona” como sinónimos y dio lugar a una confusión que fue desarrollada por Nestorio. Este monje antioqueño, que llegó a ser 26

En el siglo octavo surgió una controversia cristológica conocida como adopcionismo que se entiende por algunos como un avivamiento del nestorianismo. 27 Llamados así por proceder de Capadocia, en Asia Menor.

70 obispo de Constantinopla, respondió a un sermón de Cirilo de Alejandría donde llamó a María “Madre de Dios” en un esfuerzo por subrayar la unión de las dos naturalezas de Cristo. La respuesta de Nestorio fue el Logos vino a vivir a Jesús (casi adopcionismo) en quien las dos naturalezas estaban separadas. La naturaleza divina no tuvo parte en los sufrimientos de la naturaleza humana de Cristo. Cirilo respondió diciendo que los sufrimientos de un mero hombre no podían salvar. El conflicto desembocó en el tercer concilio de Éfeso en el año 431, donde los grupos se reunieron por separado y se condenaron mutuamente. El emperador reconoció el concilio de Cirilo, Nestorio fue exiliado y el nestorianismo condenado. Se concluyó que María fue la madre del Dios hombre. Que quien murió en la cruz fue el Dios hombre. Todo lo que Cristo hacía, lo hacía como la unidad del Dios hombre. Los nestorianos también fueron buenos misioneros. Fueron los primeros en llegar a la China. El descontento subsiguiente al concilio de Éfeso resultó en que Eutiques, abad de un monasterio en Constantinopla, se opuso a la cristología de Antioquía y enseñó que después de la encarnación Cristo sólo tuvo una naturaleza, una especie de fusión de la naturaleza divina y la humana. Se le .opuso el obispo León de Roma. Finalmente convocó a un nuevo concilio general en Calcedonia en el año 451 que condenó el eutiquianismo. La declaración oficial decía en su cláusula central que, “...debemos confesar que nuestro Señor Jesucristo es uno y el mismo Hijo... perfecto en Deidad... perfecto en humanidad... de una sustancia (homoousios) con el Padre en Deidad, homoousios con nosotros en humanidad... dado a conocer en dos naturalezas (physeis), sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación... la propiedad de cada naturaleza siendo preservada y concurriendo en una persona (prosopon) y en una subsistencia (hypostasis)”. Cristo es v erdadero Dios y verdadero hombre y sus dos naturalezas están unidas en una sola persona sin confundirse, sin cambiar, y sin dividirse o separarse. Después del concilio de Calcedonia, Roma llegó a ser el centro de la ortodoxia. Los que retuvieron la doctrina de Eutiques fueron llamados monofisitas, porque sostenían que Cristo tenía una naturaleza compuesta. Los monofisitas fueron condenados en el concilio de Constantinopla del año 553. Este concilio fue seguido de otro conflicto con relación a la voluntad de las naturalezas en Cristo. Esta fue llamada la controversia monotelista. Algunos creían que Cristo sólo tuvo una voluntad, la del Logos. Sus oponentes decían que una naturaleza humana completa requiere una voluntad humana. Esta controversia tiene especial significado en el asunto de la tentación de Cristo. Los monotelistas decían que si hubiera tenido voluntad humana el Señor hubiera sucumbido a la tentación. Se convocó el tercer concilio de Constantinopla en el año 681. La decisión fue ratificar el Credo de Calcedonia, con la adición de que Cristo tenía dos voluntades, la humana y la divina, siendo la voluntad humana sujeta a la divina de manera que las dos trabajan en perfecta armonía. Los siglos que siguieron a estas grandes controversias cristológicas no han estado del todo desprovistos de debate sobre la persona del Señor Jesucristo. Sin embargo, el Credo de Calcedonia sigue siendo el punto de referencia para la ortodoxia bíblica. En el siglo sexto surgió la discusión acerca de la realidad de la conciencia propia (“yo’) de la parte humana de Cristo. Por un lado se decía que tal conciencia propia humana no existía. Que era el Logos el que ocupaba su lugar. Este punto de vista se acercaba al apolinarianismo y negaba la perfección de la humanidad del Señor. Por otro lado, se decía que la naturaleza humana de Cristo tenía una completa conciencia de sí misma independiente al Logos. De esta manera se amenazaba la realidad de la encarnación y se caía en el peligro de enseñar la existencia de dos personas en Cristo. Leoncio de Bizancio propuso que la conciencia de sí mismo de la naturaleza humana de Cristo no tenía existencia propia, sino que existía sólo en la unión con el Logos y que está presente y es real sólo en el “yo” divino. La naturaleza humana de Cris to tiene subsistencia personal en la persona del Hijo de Dios. Hubo posteriormente algunas desviaciones más o menos importantes de la doctrina ortodoxa en la comunicación de atributos de las dos naturalezas en la doctrina de Juan de Damasco, en el adopcionismo de Félix de Urgel, y las tendencias docéticas de Pedro Lombardo, todas las cuales fueron condenadas por la iglesia. Tomás de Aquino añadió que con la encarnación la persona del Logos llegó a ser un compuesto y la naturaleza humana fue impedida de llegar a tener una personalidad propia pero que recibió en la unión con el Logos una gracia especial que la convierte en objeto de adoración y la sostiene en su relación con Dios. Lutero habló en relación con su enseñanza de la presencia física de Cristo en la mesa del Señor de la “comunicación de propiedades” de las dos naturalezas de Cristo sin que cada uno deje de ser lo que es. Tal doctrina es cuestionable y ha recibido distintas presentaciones dentro de los luteranos. Según otros reformadores, se puede hablar de comunicación de propiedades únicamente en el hecho que después de la encarnación las propiedades de cada naturaleza pueden ser adscritas a la misma persona. Los calvinistas, por su parte, afirmaron de forma especial que el Logos no se despojó de atributo divino alguno ni durante el tiempo de su ministerio en la tierra, ni después de ascendido cuando todavía retiene la naturaleza humana. A esta afirmación se ha llamado el “ extra calvinista”. Incluso durante su tiempo en la tierra el Señor siguió sosteniendo todas las cosas (He. 1:3). Si éste énfasis se extralimita puede resultar en la división nestoriana de la persona de Cristo. Otro aporte de la reforma fue el énfasis en la “cristología de los dos estados”: el estado de humillación y el estado de exaltación de Cristo. A partir del siglo dieciocho se empezó a hablar del “ Jesús histórico” y el “ Cristo teológico”. El primero es el presentado básicamente en los evangelios y el segundo el creado por los pensadores de la iglesia. Este planteamiento dio lugar a las distintas teorías kenóticas (las

que tienen que ver con el vaciamiento de Cristo que habla Filipenses 2:7) que llegan a afirmar en su forma más extrema que al momento de la encarnación el Hijo dejó de ser Dios y se convirtió totalmente en hombre. El trasfondo filosófico para tal reflexión es el panteísmo y sirve de base para las modernas cristologías liberales que reducen a Jesús a un mero hombre aprobado por Dios y hablan del “ mito de la encarnación”. Todo lo cual es una vuelta al ebionismo de los primeros tiempos del cristianismo.

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IV. LA DEIDAD DE CRISTO La afirmación de la deidad de Cristo es el distintivo característico del cristianismo. El punto es que si Cristo no es Dios, no puede salvar. La duración de los beneficios de la obra redentora tiene que ser eterna y sus resultados infinitos si va a ser suficiente para salvar a todos los hombres de todos los tiempos. La evidencia bíblica para la deidad de Cristo es abundante. Se dará un vistazo a las principales líneas de argumentación en favor de que Jesucristo es Dios.

A.

SU PREEXISTENCIA

Cuando se habla de la preexistencia de Cristo se hace referencia a su existencia anterior a la encarnación. Tal preexistencia puede no ser un testimonio conclusivo de su deidad si se habla de ella en abstracto, porque el Señor pudo haber existido antes de nacer en Belén como un ángel, por ejemplo. Pero cuando se habla de la preexistencia a partir de textos bíblicos específicos, la implicación de su deidad es inescapable. Por ejemplo, hablando de la encarnación en Filipenses 2:6-7 Pablo dice, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. Dos cosas se dicen aquí acerca del estado de Cristo antes de la encarnación: (1) existía en la forma (morfe) de Dios y (2) no estimó el ser igual a Dios (isa Theo) como cosa a que aferrarse. El término morfe denota la manifestación externa con corresponde a la esencia, en contraste con schma (2:7), que se refiere a la apariencia externa, que puede ser temporal. El participio jhyparchon (“siendo” [RV], en el sentido de “existir”) está en el tiempo presente y declara la condición continuada de Cristo. Decir que existía en la forma esencial metafísica de Dios es lo mismo que decir que poseía la naturaleza de Dios. La frase es elaborada aun más con las palabras “igual a Dios” ( isa Theo). Debe ser notado que isa es un adverbio (no el sustantivo ison), y por lo tanto describe la manera de la existencia. Esto no necesita ser considerado como precisamente lo mismo que “forma de Dios”, porque la naturaleza esencial de uno puede permanecer inalterada, aunque la manera en que esa naturaleza se expresa puede variar grandemente a través de tiempos y circunstancias cambiantes. El nombre harpagmon (“cosa a que aferrarse”) ha sido interpretado de varias maneras. ¿Significa algo que ha sido asido, o algo para ser asido? Esta incertidumbre ha conducido a tres posibilidades: (1) El Cristo preencarnado ya poseía igualdad con el Padre y decidió no aferrarse a ella. (2) Cristo no necesitaba aferrarse a la igualdad con Dios, porque ya la poseía. (3) Cristo no se precipitó hacia su coronación prematuramente, como Adán lo hizo, sino que estuvo dispuesto a esperar hasta después de su sufrimiento. Entendiendo que harpagmon puede ser usado pasivamente en el mismo sentido que harpagma para significar “premio”, el intérprete debe ver al contexto por dirección. Que el estado preexistente es el que se tiene en mente parece evidente a partir del movimiento del pasaje (ver también el paralelo en 2 Co. 8:9). Siendo que ya existía en “la forma de Dios”, el modo de su existencia como igual con Dios difícilmente era algo totalmente futuro y por lo tanto todavía no experimentado, sino más bien debe ser algo de lo que él se despojó. Por lo tanto, el punto de vista 3 no se ajusta al contexto tan bien como el 1. El punto de vista 2, aunque expresando una verdad, no proporciona una base adecuada para las declaraciones que siguen. La descripción se mueve a continuación al estado encarnado. Dos cláusulas conllevan los pensamientos principales: “se despojó a sí mismo” y “se humilló a sí mismo” (v. 8). La primera cláusula es literalmente “se vació a sí mismo”; usa un verbo ( ekenosen) que ha prestado su nombre a las así llamadas teorías “kenóticas” que investigan la naturaleza del “vaciamiento” de sí mismo de Cristo. Aunque el texto no declara directamente que Cristo se vació a sí mismo de “algo”, el contexto ha preparado ciertamente al lector para enten der que Cristo se despojó a sí mismo de algo. Lo que eso sea es implicado por las frases que siguen. El que existía en la forma de Dios tomó la forma de un siervo. La palabra “tomando” ( labon) no implica un intercambio, sino una adición. La “forma de Dios ” no podía ser abandonada, porque Dios no puede dejar de ser Dios; pero nuestro Señor pudo y tomó la verdadera forma de un humilde siervo cuando entró a la vida

72 humana por la encarnación. Se sugiere a veces que el término “siervo” se refiere al Siervo de J ehová exaltado, pero este pasaje parece tener la intención de enfatizar su condescendencia y condición humilde. ¡Qué ejemplo provee nuestro Señor para el espíritu de humildad (Cf. 2:3-5)! Siendo que los ángeles son también siervos, la declaración deja claro que Cristo llegó a ser parte de la humanidad: “hecho semejante a los hombres”. La palabra “semejante” ( homoiomati) no conlleva la connotación de exactitud como lo hace eikon, o de forma intrínseca como lo hace morphe. Enfatiza similitud, pero deja lugar para diferencias. Así Pablo implica que aunque Cristo llegó a ser un hombre genuino, hubo ciertos aspectos en que no era exactamente como los otros hombres. (Pudo haber tenido en mente la unión única de las naturalezas divina y humana en .Jesús, o la ausencia de una naturaleza pecaminosa). En resumen, Cristo no se vació a sí mismo de la forma de Dios (e.d., de su deidad), sino de la manera de existencia como igual a Dios. No dejó de lado sus atributos divinos, sino “la insignia de su majestad” (Lighfoot, p. 112). La novela de Mark Twain El Príncipe y el Mendigo, describiendo a un hijo de Enrique VIII que intercambió temporalmente el lugar con un chico pobre de Londres, provee de una ilustración. La acción de Cristo ha sido descrita como el dejar de lado durante la encarnación el uso independiente de sus atributos divinos... Esto es consecuente con otros pasajes del NT que revelan a Jesús como usando sus poderes divinos y manifestando su gloria en algunas ocasiones (p.e., los milagros y la transfiguración), pero siempre bajo la dirección del Padre y del Espíritu (Lc. 4:14; Jn. 5:19; 8:28; 14:10).28 El pasaje de Filipenses 2:6-7 es importante para explicar los lugares donde la deidad de Cristo puede ser cuestionada en términos de algún tipo de limitación, subordinación o humillación. Es desde el “vaciamiento” del Señor que hay que entender pasajes como Jn. 14:28, “el Padre es mayor que yo”; Marcos 13:32, “pero el día o la hora nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre”; Jua n 5:19, “el Hijo no puede hacer nada de sí mismo”; Juan 5:29, “siempre hago lo que le agrada”; Juan 5:30, “no puedo hacer nada por mí mismo”; Juan 14:10, “el Padre que mora en mí, él hace las obras”; 1 Corintios 11:3, “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Este pasaje ilustra la verdad que subordinación de funciones no implica inferioridad de naturaleza, ya que tanto la mujer como el varón están hechos igualmente a la imagen de Dios (Gn. 1:26). Otro pasaje importante para la preexistencia de Cristo es Juan 1:1: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Tres cosas básicas dice este pasaje con respecto del Verbo: (1) Cuando todo comenzó a ser, él ya existía; por lo tanto, el Verbo es eterno. (2) El Verbo mantuvo una relación íntima y personal con las otras personas de la Deidad, todo esto implicado en el sentido del término griego pros, “con”. (3) El Verbo es de la misma esencia que Dios. La última línea ha sido objeto de debate debido al rechazo que los Testigos de Jehová hacen de ella apelando a la gramática. Hace algunos años el profesor Julius Mantey, especialista del Nuevo Testamento en el Northern Baptist Theological Seminary de Chicago, escribió una carta con el propósito de refutar a los traductores de la versión del Nuevo Mundo. Los traductores de dicha versión hicieron un uso incorrecto del contenido de la gramática griega publicada por los profesores Dana y Mantey. Debido a esa referencia incorrecta, el profesor Mantey escribió lo siguiente: Juan 1:1, que dice, “En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios”, es terriblemente mal traducido, “originalmente la Palabra era, y la Palabra era con Dios, y l a Palabra era un Dios” en la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Cristianas, publicada bajo los auspicios de los Testigos de Jehová. Ya que mi nombre es usado y nuestra Gramática Griega del Nuevo Testamento es citada en la página 744 con el objeto de justificar su traducción, hago la siguiente declaración: La traducción sugerida en nuestra gramática referente al pasaje en cuestión es “La Palabra era deidad”. La traducción de Moffat es “El Verbo era divino”. Williams lo traduce, “El Verbo era Dios mismo”. Cada uno de esas traducciones refleja la idea dominante en el griego. Ya que siempre que un nombre en el griego no va precedido de un artículo, ese nombre puede considerarse como la manera de enfatizar el carácter, la naturaleza, la esencia o la cualidad de una persona o cosa como ocurre con Theos Dios en Juan 1:1, o también puede traducirse en ciertos contextos como indefinido, como ellos lo han hecho. Pero de todos los eruditos del mundo, hasta donde sabemos, ninguna ha traducido este versículo como lo hacen los Testigos de Jehová. Si el artículo griego ocurriese al mismo tiempo con los sustantivos Verbo y Dios en Juan 1:1, la implicación sería que estos serían la misma persona, absolutamente idénticos. Pero Juan afirma que “el Verbo era con [el] Dios” (el artículo definido precede a ambos sustantivos), y al escribir así indica su creencia que estos eran personalidades distintas. Entonces Juan seguidamente declara que el Verbo era Dios, es decir, de la misma 28

Homer A. Kent Jr., “Phillipians”, Expositors Commentary, XI, Págs. 123-124.

familia o esencia que caracteriza al Creador. En otras palabras, ambos son de la misma naturaleza, y esa naturaleza es la más elevada que existe, es decir, divina.

73

Algunos ejemplos donde el nombre en el predicado no tiene artículo, como en el versículo anterior, son Juan 4:24, “Dios es espírit u” (no un espíritu), 1 Juan 4:16, “Dios es amor” (no un amor), y Mateo 13:39, “los segadores son ángeles”, es decir, son el tipo de seres conocidos como ángeles. En cada caso el nombre en el predicado se usa para describir una cualidad o característica del sujeto, ya sea de su naturaleza o de su clase. El apóstol Juan, en el contexto de la introducción a su evangelio, hace uso de todos los mecanismo del idioma para presentar no sólo la deidad de Cristo, sino también su igualdad con el Padre. Declara que el Verbo era en el principio, que era con Dios, que era Dios, y que toda la creación proviene de él, y que ni una sola cosa existe que no haya sido creada por Cristo. ¿Qué más pudo haber dicho Juan que no hubiese dicho? En Juan 1:18, explica que Cristo ha tenido tal intimidad con el Padre que estaba en Su seno y que vino a la tierra para revelar a Dios. Pero si no tuviésemos ninguna otra declaración de Juan que la que aparece en 14:9, “El que me ha visto ha visto al Padre”, eso sería suficiente para satisface r al que busca la verdad de que Cristo y Dios son de la misma esencia y que ambos son divinos e iguales en naturaleza. Además, toda la revelación del Nuevo Testamento apunta en esa dirección. Compárese la declaración de Pablo en Colosenses 1:19, por ejemplo, “Toda la plenitud de la deidad habita en él”, o la declaración de Hebreos 1:3, “Él es el resplandor de su gloria, y la fiel representación de su ser real, y el que sostiene todas las cosas con la palabra de su poder”. Nótese, además, la estupenda afirmación cósmica registrada en Mateo 28:18, “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. Además, si contrastamos con eso la implicación que reduce a Cristo al nivel de un dios, ¿no se detecta de inmediato el desacuerdo? ¿No entra tal concepto en conflicto con el mensaje del Nuevo Testamento tanto con el todo como con las partes? ¿Por qué Juan, en medio de la idolatría de su tiempo, si hubiese hecho tal afirmación, no fue capaz de causar un concepto distorsionado de la persona de Cristo a quien consideramos como el Creador del universo y el único Redentor de la humanidad?29 Lo tendencioso de la traducción aludida salta a la vista al notar que las otras apariciones del término Theos sin el artículo definido en el mismo capítulo 1 de Juan no son traducidas con artículo indefinido. Así, Juan 1:6 dice en esa versión, “Se levantó un hombre que fue enviado como representante de Dios” (no: “como representante de un Dios”); 1:12, “No obstante, a cuantos sí lo recibieron, a ellos les dio autoridad de venir a ser hijos de Dios” (no: “hijos de un Dios”); 1:13, “y ellos nacieron, no de sangre, ni de voluntad carnal, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (no: “sino de un Dios”); 1:18, “a Dios ningún hombre lo ha visto jamás; el dios unigénito que está en la posición del seno para con el Padre es el que lo ha explicado” (no: “a un Dios nadie... el un dios unigénito...”). A propósito de Juan 1:18, los Testigos escogen la lectura que dice “Dios unigénito” en vez de “Hijo unigénito”, cosa que también hace la Biblia de las Américas ya que es una lectura variante legítima avalada por buenos manuscritos. Este versículo pesa en contra de ellos también porque el Unigénito todavía “está” en el seno del Padre. Si se dice que no han vez que se le llame a Jesús Dios con artículo definido en el griego, sólo hay que señalar en el mismo Evangelio de Juan 20:28, donde “Dios” aparece con artículo definido. La preexistencia del Señor es implicada en los pasajes donde Él habla su encarnación: Juan 3:13, “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre que está en el cielo”; Juan 6:33, “Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo...”; Juan 6:38, “Porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; Juan 1 6:28, “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre”. Este tipo de referencias a la venida de Cristo en la encarnación aparece más de 40 veces en el Evangelio de Juan. En la misma línea está la cita del Salmo 40:6-8 en Hebreos 10:5-7, “...entonces dije: He aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad...”. En otra línea la preexistencia es enseñada directamente en pasajes como Juan 8:58, “Antes que Abraham fuese, yo soy”, donde el Señor, como ya se ha visto, se identifica con la declaración de Jehová en Éxodo 3:14 (Cf. Jn. 8:24, 28, 58; 13:19). También, en Juan 17:5, “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Este pasaje no sólo enseña la preexistencia de Cri sto, sino también su deidad al ser comparado con Isaías 42:8, “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria” e Isaías 48:11, “...mi honra no daré a otro”. Desde luego, tal petición es de esperar si se ha leído antes Juan 5:23, “para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”. En realidad, la gloria del Padre pasa por la gloria del Hijo: “glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Jn. 17:1). Además, Juan dice que la gloria que vio Isaías en el templo (Is. 6) fue la gloria del Señor Jesucristo (Jn. 12:41). Es por esta razón que Pablo le llama “Señor de gloria” (1 Co. 2:8) y Santiago, “glorioso Señor Jesucristo” (Stgo. 2:1).

29

Evis Carballosa, La Deidad de Cristo, Págs. 127-130.

B.

SUS NOMBRES

74

Como ya se ha hecho referencia al hablar de los nombres de Cristo, la mayoría de ellos lleva implícita una referencia a su deidad. Aquí sólo se abundará sobre los más significantes aún no tratados con detalle.

1.

DIOS

En relación con este nombre, que en nuestro día, dependiendo del círculo donde uno se mueva, puede significar mucho o poco, McDowell apunta, La idea bíblica judeocristiana de un solo Dios verdadero se halla en contraste con las religiones hindú y budista, que, respectivamente, identifican al verdadero yo del hombre como uno con Dios o con la realidad última. Por ejemplo, la mayoría de los gurús hindúes en este país no tiene problemas en decir: “Yo soy Dios”, y en enseñar a sus millares de seguidores según corresponde. Es evidente que uno que considera que interiormente ya es Dios no tienen necesidad de buscar a Dios en el sentido cristiano, o de aceptar a un Salvador personal. No es esto lo que vemos en el Nuevo Testamento, que tiene un marco judaico en el cual se delinean claramente las áreas de Dios y de su creación. Culturalmente, Jesús no podía haber sido llamado con el nombre de Dios a menos que fuera considerado que era el “Dios único” (Deuteronomio 6:4), puesto que en el modo de pensar judaico no hay “otros dioses”. 30 En relación con esto último C. S. Lewis escribe, Un método consiste en decir que el Hombre no dijo realmente estas cosas, sino que sus seguidores exageraron la historia y con ello se esparció la leyenda que Él las había dicho. Esto es difícil porque sus seguidores eran todos judíos; esto es, pertenecían a una nación que más que ninguna estaba más convencida de que sólo había un Dios: muy extraño que esta horrible invención de un líder religioso se propagara precisamente entre el pueblo que, en toda la tierra, era el que tenía menos probabilidades de hacer una equivocación así. Por el contrario, tenemos la impresión de que ninguno de sus seguidores inmediatos, o incluso los escritores del Nuevo Testamento, abrazaron la doctrina de modo fácil.31 Los pasajes del Nuevo Testamento donde el Señor es llamado “D ios” ya han sido comentados antes en su mayoría, por lo que sólo se comentarán unos pocos. Se puede empezar con Juan 1:1, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”; y seguir con Juan 1:18, “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del padre, Él le ha dado a conocer” (BA); Juan 20:28, “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!”; Hechos 2:39, “...para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (en el contexto el Señor es Cristo, 2:36) ; Hechos 20:28, “...la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre” (BA); Romanos 9:5, “...de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. Este pasaje debe ser comentado de forma especial: Pero, ¿es “Dios sobre todas las cosas” la traducción correcta? Sobre la base de que en otros lugares Pablo evita tal identificación marcada, a pesar de su alta cristología, algunos eruditos rechazan la traducción tradicional, prefiriendo una traducción como, “Que sea Dios, supremo sobre todo, bendito para siempre”. Esto involucra el tomar la porción final del versículo como una doxología y referirla a Dios (el Padre). Varias consideraciones favorecen la fraseología tradicional, que refiere “Dios” a C risto: (1)La relación de Cristo con Israel en el lado humano ha sido expresada de tal manera que hace necesaria una expresión complementaria en el lado divino. Esta es provista por la traducción usual, pero no por otra. (2) “El cual” puede ser unido adecuadamente sólo con el sujeto precedente (Cristo). Si se introduce otro sujeto (Dios), no hay razón alguna para “el cual”. (3) Una doxología a Dios difícilmente puede ser lo que se tenga en mente, ya que en las doxologías la palabra “bendito” es regularmente colocada antes de aquel a quien se alaba. Aquí viene después. (4) Una doxología a Dios estaría singularmente fuera de lugar en un pasaje marcado por el dolor sobre el fracaso de Israel en reconocer en Cristo su bendición espiritual suprema. (5) El artículo definido, “el” no está vinculado en el texto a “Dios”, sino a las palabra precedentes (literalmente, “el sobre todas las cosas”), así, Pablo no está tratando de desplazar a Dios con Cristo, sino hace lo que Juan hace cuando dice que el Verbo era Dios (Jn. 1:1), es decir, tiene el rango de Dios”. 32

30

Josh McDowell y Bart Larson, Jesús, Una Defensa Bíblica de la Deidad de Cristo, Págs. 27 - 28. C. S. Lewis, “What Are We To Make of Jesus Christ?”, The Grand Miracle: Essays from God in the Dock, Pág. 113. Citado por McDowell, Pág. 28. 32 Everett F. Harrison, “Romans”, Interpreters Commentary, Vol. X, Pág. 103. 31

75 Otros pasajes son Tito 2:13, “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”; Hebreos 1:8, “Mas del Hijo dice, Tu trono, oh Dios, por el siglo del s iglo...”; 2 Pedro 1:1, “...a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”; 1 Juan 5:20, “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”. Este versículo también necesita ser comentado porque no hay acuerdo unánime en cuanto a la forma de traducirlo. “Este” en el 20b es houtos; la RV tiene, “Este es el verdadero Dios”. Gramaticalmente el pronombre se debe referir más naturalmente a Jesucristo. Westcott, (p. 187) no obstante, arguye que en términos de énfasis de sujeto se refiere más naturalmente hacia atrás, a Dios, quien antes en el texto ha sido designado como el que es verdadero (20a): “Este Ser --este que es verdadero, que se ha revelado a través y en Su Hijo, con quien estamos unidos por su Hijo--es el verdadero Dios y la vida eterna”. Stott sostiene a Westcott, haciendo ver que todas “las tres referencias a ‘el verdadero’ son a la misma persona, el Padre, y los puntos adicionales hechos en la aparente repetición final es que es este, es decir el Dios dado a conocer por Jesucristo, quien es el verdadero Dios, y que, además de esto, es la vida eterna. Como es tanto luz como amor (1:5, 4:8), así es también vida”... Es tan defendible, sin embargo, argüir que aquí en la cúspide de la epístola el autor debiera adscribir la completa deidad a Jesús. Después de todo, este es el meollo de su argumento y la base para su declaración de que el que tiene al Hijo tiene al Padre...33 Otro pasaje que se podría citar es 1 Timoteo 3:16, “...Dios fue manifestado en carne...”. Sin embargo, es mejor no hacerlo porque la lectura “Dios” no aparece en lo s manuscritos más tempranos. Finalmente, el pasaje ya mencionado de Isaías 9:6, “...Dios fuerte...”, que es una fuerte evidencia del Antiguo Testamento a la deidad de Cristo.

2.

JEHOVÁ

Además del hecho ya mencionado que la Septuaginta tradujo el tetragrámaton sagrado por Kurios, de donde el nombre “Señor” aplicado a Cristo implica su identificación con Jehová, en varias ocasiones los escritores del Nuevo Testamento aplican a Cristo pasajes del Antiguo Testamento relacionados con Jehová (Hch. 2:34-35; Ro. 8:34; He. 10:12-13; 1 P. 3:22 le aplican el Sal. 110:1. Ro. 10:13 le aplica Joel 2:32; Fil. 2:9-11 le aplica Is. 45:23; Jn. 12:41 le aplica Is. 6:10; Ef. 4:8 le aplica Sal. 68:18; Ap. 1:7 le aplica Zc. 12:10; 1 Co. 1:30 le aplica Jr. 23:5-6; He. 1:10-12 le aplica Sal. 102:12, 25-27; Mt. 12:6; 21:12-13 le aplica Mal. 3:1). También, existen pasajes en el Antiguo Testamento donde Jehová es distinguido de Jehová, como Génesis 19:24, Isaías 48:16; Zacarías 2:10-11; 11:12-13, de donde debe haber más de una persona en Jehová, concepto implícito en la palabra para “uno” en Deuteronomio 6:4, que también aparece en Génesis 2:24, “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Sin embargo, una identificación más plena salta a la v ista con un cuadro como el siguiente, donde nombres y funciones de Jehová en el Antiguo Testamento son adscritas a Jesucristo en el Nuevo Testamento. 34

Glosario de Nombres que Identifican a Jehová con Jesucristo Nombre o Atributo Aplicado a Dios Aplicado a Jesucristo Éx. 3:14; Dt. 32:39; Is. 43:10 Jn. 8:24, 28, 58; 18:4-6 YHWH (Yo Soy) Gn. 1:1; Dt. 6:4; Sal. 45:6, 7 Is. 7:14; 9:6; 42:6; Jn. 1:1, 14; Dios 20:28; Ti. 2:13; He. 1:8; 2 P. 1:1 Is. 41:4; 48:12; Ap. 1:8 Ap. 1:17, 18; 2:8; 22:12-16 Alfa y Omega (Primero y Último) Is. 45:23 Mt. 12:8; Hch. 7:59, 60; 10:36; Ro. Señor 10:12; 1 Co. 2:8; 12:3; Fil. 2:10, 11 Is. 43:3, 11; 63:8; Lc. 1:47; 1 Ti. Mt. 1:21; Lc. 2:11; Jn. 1:29; 4:42; Salvador 4:10 Ti. 2:13; He. 5:9 Sal. 95:3; Is. 43:15; 1 Ti. 6:14-16 Ap. 17:14; 19:16 Rey Gn. 18:25; Sal. 50:4, 6; 96:13; Ro. Jn. 5:22; 2 Co. 5:10; 2 Ti. 4:1 Juez 14:10 2 S. 22:29; Sal. 27:1; Is. 42:6 Jn. 1:4, 9; 3:19; 8:12; 9:5 Luz Dt. 32:3, 4; 2 S. 22:32; Sal. 89:26 Ro. 9:33; 1 Co. 10:3, 4; 1 P. 2:4-8 Roca Sal. 130:7, 8; Is. 48:17; 54:5; 63:9 Hch. 20:28; Ef. 1:7; He. 9:12 Redentor Is. 45:24 Jr. 23:6; Ro. 3:21, 22 Nuestra Justicia Is. 54:5; Os. 2:16 Mt. 25:1; Mr. 2:18, 19 (Novio); 2 Esposo Co. 11:2; Ef. 5:25-32; Ap. 21:2, 9 33 34

Glenn W. Barber, “1 Juan”, Interpreters Commentary, Vol. XII, Pág. 357. Adaptado de McDowell y Larson, Jesús, Págs. 70-74.

Pastor

Gn. 49:24; Sal. 23:1; Sal. 80:1

Creador

El Señor Nuestro Sanador Omnipresente Omnisciente

Gn. 1:1; Job 33:4; Sal. 95:5, 6; 102:25, 26; Is. 40:28 Gn. 2:7; Dt. 32:39; 1 S. 2:6; Sal. 36:9 Éx. 34:6, 7; Neh. 9:17; Dn. 9:9; Jon. 4:2 Éx. 15:26 Sal. 139:7-12; Pr. 15:3 1 R. 8:39; Jr. 17:9, 10, 16

Omnipotente

is. 40:10-31; 45:5-13, 18

Preexistente

Gn. 1:1

Eterno Inmutable Receptor de Adoración

Sal. 102:26, 27; Hab. 3:6 Is. 46:9, 16; Mal. 3:6; Stgo. 1:17 Mt. 4:10; Jn. 4:24; Ap. 5:14; 7:11; 11:16 “Así dice el Señor”, usado cientos de veces

Dador de la Vida Perdonador del Pecado

Habla con Autoridad Divina

3.

76 Jn. 10:11, 16; He. 13:20; 1 P. 2:25; 5:4 Jn. 1:2, 3, 10; Col. 1:15-18; He. 1:13, 10 Jn. 5:21; 10:28; 11:25 Mr. 2:1-12; Hch. 26:18; Col. 2:13; 3:13 Hch. 9:34 Mt. 18:20; 28:20; Ef. 3:17; 4:10 Mt. 11:27; Lc. 5:4-6; Jn. 2:25; 16:30; 21:17; Hch. 1:24; Mt. 28:18; Mr. 1:29-34; Jn. 10:18; Jud. 24 Jn. 1:15, 30; 3:13, 31, 32; 6:62; 16:28; 17:5 Is. 9:6; Mi. 5:2; Jn. 8:58 He. 13:8 Mt. 14:33; 28:9; Jn. 9:38; 20:28; Fil. 2:10-11; He. 1:6 Mt. 23:34-37; Jn. 7:46. “De cierto, de cierto os digo”.

ÁNGEL DE JEHOVÁ

El Antiguo Testamento se refiere más de cincuenta veces al “ángel de Jehová”. Al ángel de Jehová se le llama una teofanía, una manifestación visible de Dios. Esto es así porque en los contextos donde este personaje aparece algunas veces se le identifica con Dios mismo y otras veces se le distingue de Dios. Algunos pasajes donde se identifica al ángel de Jehová con Dios son: Génesis 16:7, 9, 10, 11, 13, “Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto... Y le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora... Le dijo también el ángel de Jehová: Multiplicaré tanto tu descendencia que no podrá ser contada... Además le dijo el ángel de Jehová: He aquí que has concebido, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombres Ismael, porque Jehová ha oído tu aflicción... Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que me ve...”. Génesis 32:24, 29, 30, “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba...Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombres? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” con Oseas 12:4, “Venció al ángel, y prevaleció; lloró y le rogó...”. Éxodo 3:2, 4, 6, 16, “Y se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía... Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza... Y dijo; Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo mirar a Dios... Vé, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob me apareció...”. Jueces 6:12, 14, 16, 20, 21, 22, 23, “Y el ángel de Jehová se le apareció, y le dijo: Jehová está contigo, varón esforzado y valiente... Y mirándole Jehová le dijo: Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel... Jehová le dijo: Ciertamente yo estaré contigo... Entonces el ángel de Dios le dijo: Toma la carne y los panes sin levadura... Y extendió el ángel de Jehová el báculo que tenía en su mano, tocó con la punta la carne y los panes sin levadura; y subió fuego de la peña el cual consumió la carne y los panes sin levadura. Y el ángel de Jehová desapareció de su vista. Viendo entonces Gedeón que era el ángel de Jehová, dijo: Ah, Señor Jehová, que he visto al ángel de Jehová cara a cara. Pero Jehová le dijo: Paz a ti; no tengas temor, no morirás”. Otro pasaje donde el ángel de Jehová también recibe adoración es Jueces 13:2-23. Por otro lado, también hay en el Antiguo Testamento donde se distingue al ángel de Jehová de Dios. Por ejemplo, Zacarías 1:9-14, “ Entonces dije: ¿Qué son éstos, señor mío? Y me dijo el ángel que hablaba conmigo: Yo te enseñaré lo que son éstos. Y aquel varón que estaba entre los mirtos respondió y dijo: Estos son los que Jehová ha enviado a recorrer la tierra. Y ellos hablaron a aquel ángel de Jehová que hablaba entre los mirtos, y dijeron: hemos recorrido la tierra, y he aquí toda la tierra está reposada y quieta. Respondió el ángel de Jehová y dijo: Oh Jehová de los ejércitos, ¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén, y de las ciudades de Judá con las cuales has estado airado por espacio de setenta años? Y Jehová respondió buenas palabras, palabras consoladoras, al ángel que hablaba conmigo. Y me dijo el ángel que hablaba conmigo: Clama diciendo: Celé con gran celo a Jerusalén y a Sión”. En este pasaje el ángel de Jehová habla a Jehová y Jehová le responde. Evidentemente Jehová y el ángel de Jehová son personas distintas.

77 La identificación de Jesucristo con el ángel de Jehová halla corroboración en el hecho que el ángel de Jehová no vuelve a aparecer después de la encarnación. Además, un cuadro como el siguiente hace la identificación ineludible: El Ángel de Jehová es el Señor Jesucristo Referencia al Ángel de Jehová Actividad o Atributo Común Referencia al Señor Jesucristo Gn. 16:13 Llamado “Señor” (Jehová) Jn. 20:28 Gn. 48:15-16 Llamado “Dios” He. 1:8 Ex. 3:2, 5, 6, 14 “Yo Soy” Jn. 8:58 Jue. 13:15, 18 “Maravilloso” Is. 9:6 Ex. 23:20 Viene de Dios Jn. 5:30; 6:58 Ex. 14:19 Acompaña al pueblo de Dios Mt. 28:20 Is. 63:9 Amado y Redentor Ef. 5:25 Jos. 5:13-15 Capitán de las huestes del Señor Ap. 19:11-14 En relación con esta teofanía del ángel de Jehová hay que decir que toda manifestación visible de Dios en el Antiguo Testamento es una manifestación de la segunda persona de la Trinidad, cuya función es hacer visible al Dios invisible: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). En línea con esto, Pablo dice , “Por tanto, al Rey de los siglos, inmoral, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ti. 1:17). Y también, “...la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Ti. 6:15 -16). El mismo Señor Jesucristo insiste en la invisibilidad del Padre cuando dice, “También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Jn. 5:37). Este último pasaje añade que los judíos no habían oído al Padre hablar audiblemente. Un error común es pensar que el Señor Jesucristo empezó a estar activo hasta la encarnación. Sin embargo, Miqueas 5:2 claramente dice, “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”. Por lo tanto, el Hijo fue con quien Abraham comió: “Después le apareció Jehová en el valle de Mamre... y alzó sus ojos y miró a tres varones... y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasaréis... y ellos dijeron: Haz así como has dicho... Y le dijeron: ¿Dónde está Sara tu mujer? Y él respondió: Aquí en la tienda. Entonces dijo: De cierto volveré a tí; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo... Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído tu mujer?... Y se apartaron de allí los varones, y fueron hacia Sodoma; pero Abraham estaba aún delante de Jehová... Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham... Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde...” (Gn. 18:1, 2, 3 -5, 9, 10, 13, 22, 33; 19:1). También, fue al Hijo con quienes Moisés y los ancianos de Israel vieron y con quien comieron: “Dijo Jehová a Moisés: Sube ante Jehová, tú, y Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel... Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo como está sereno. Mas no extendió su manos sobre los príncipes de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron...” (Éx. 24:1, 9 -11). Quienes niegan la deidad de Cristo, no tienen manera de explicar estos pasajes si no es alegorizándolos de alguna manera.

C.

SUS ATRIBUTOS

La deidad de Cristo también puede ser demostrada señalando posee cualidades y perfecciones que son propias de Dios en el grado que él las despliega. En la Biblia se atribuye al Señor Jesucristo eternidad (Is. 9:6; Mi. 5:2; Jn. 1:1; Jn. 8:58; Ap. 1:8; 22:13), omnipotencia (Is. 9:6; Fil. 3:21; Ap. 1:8), omnipresencia (Mt. 18:20; 28:20), omnisciencia (Jn. 2:24-25; 16:30; 21:17; Col. 2:3; Ap. 2:23), inmutabilidad (He. 1:10-12; 13:8), aseidad (Jn. 5:26), santidad (1 P. 2:22; 1 Jn. 3:5; He. 7:26), amor (Ef. 3:19; 5:25; Ap. 1:5), justicia (Hch. 3:14).

D.

SUS OBRAS

La Biblia enseña que Jesucristo hace cosas que sólo Dios puede hacer. Se atribuye al Señor Jesucristo la creación (Jn. 1:3, 10; Col. 1:16; He. 1:2, 10), la providencia (Lc. 10:22; Jn. 3:35; 17:2; Ef. 1:22; Col. 1:17; He. 1:3), el perdón de los pecados (Mt. 9:27; Mr. 2:7-10; Col. 2:13; 3:13), la resurrección y el juicio (Mt. 25:31-32; Jn. 5:1929; Hch. 10:42; 17:31; Fil. 3:21; 2 Ti. 4:1), la disolución final y la renovación de todas las cosas (He. 1:10-12; Fil.

78 3:21; Ap. 21:5), vida (Hch. 3:15; Jn. 10:28), control absoluto (Jn. 5:27; Mt. 28:18), envía al Espíritu Santo (Jn. 15:26), la salvación de los pecadores (Mt. 1:21 con Is. 43:11; 45:21; Jr. 3:23; 11:12), el envío de testigos al mundo (Hch. 1:8 con Is. 43:10).

E.

SUS ASOCIACIONES

Se menciona al Señor Jesucristo con las otras personas de la Trinidad en términos de igualdad. Mateo 28:19 dice, “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. La igualdad de las tres personas es subrayada por el singular. No dice “en los nombres”, sino “en el nombre”. 2 Co rintios 13:14 dice, “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Hay otros pasajes que hacen lo mismo (Jn. 14:15 -23; 1 Co. 12:4-6; Ef. 1:3-14; 2:18, 22; 3:14-17; 4:4-6; Ap. 1:4-5).

F.

SU ADORACIÓN

“Pero cuando introduce de nuevo a su Primogénito en la tierra habitada, dice: ‘Y que todos los ángeles de Dios le adoren’” (He. 1:6). Así dice literalmente la versión de 1967 de los Testigos de Jehová. Pero en las versiones más modernas han cambiado “le adoren” por “se postren delante de él”. La razón para el cambio, explican, es que el término griego ProsKune`no sólo significa adoración. Lo que no tienen en cuenta, es que Hebreos 1:6 es una cita de la versión griega del Antiguo Testamento (Dt. 32:43) donde el sujeto es Jehová, de donde el proceder de los ángeles no puede ser simplemente una postración de respeto. Es verdad que ProsKune`significa más que adoración. Pero el punto es que el verbo también significa adoración. Es el verbo que el Señor usa en pasajes como Mateo 4:10, “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”; “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos... Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad en necesario que le adoren” (Jn. 4:21 -24). Es el verbo que se usa en Apocalipsis 19:10, cuando Juan dice, “Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios...” (Cf. Ap. 22:8). En contraste con la actitud el ángel que hablaba con Juan, cuando Tomás dijo, “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn. 20:28), el Señor Jesús no lo reprendió, sino que dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Jn. 20:29). Esta respuesta de Jesús a Tomás está en armonía con la que dio a otros que también le adoraron (Mt. 2:2, 8, 11; 14:33; Mr. 5:6; Jn. 9:38). Igual que Tomás, los otros discípulos adoraron al Señor resucitado (Mt. 28:17; Lc. 24:52). La adoración de cualquier otro ser que no fuera Dios era para los judíos uno de los peores pecados (Ex. 20:3-6; Dt. 6:4-6, 13-15). No obstante, los discípulos no tuvieron problema alguno en adscribir doxologías sólo a Cristo (Ro. 9:5; 2 Ti. 4:18; 2 P. 3:18; Ap. 1:5-6) o a Cristo y al Padre juntos (Ap. 5:13; 7:10). Tampoco tuvieron problema en dirigir sus oraciones a él (Hch. 7:59-60; 9:13-14; 1 Co. 16:22; Ap. 22:20). Finalmente, pasajes del Antiguo Testamento, donde se ofrece adoración a Jehová son aplicados a Cristo en el Nuevo Testamento (Is. 8:13-14 en Ro. 9:33; 1 P. 2:7-8; 3:15).

G.

SUS PRETENSIONES

Las declaraciones del Señor Jesucristo con respecto de sí mismo muestran que él tenía conciencia plena de ser más que un mero hombre. El Señor Jesucristo dijo ser el poseedor de la correcta interpretación de la ley de Dios (Mt. 5:21, 22, 27, 28, etc.), dijo ser el Camino, la Verdad, la Vida, la Luz del Mundo, el Pan de Vida, la Vid Verdadera, la Resurrección y la Vida (Jn. 14:6; 8:12; 9:5; 15:1; 11:25), dijo que si se hacían oraciones en su nombre serían respondidas (Jn. 14:14), dijo que existía antes que Abraham (Jn. 5:58), dijo que tenía poder sobre la muerte (Jn. 2:19; 5:25, 28, 29; 11:25), igualó el creer en Dios con el creer en sí mismo (Jn. 14:1), dijo, “ si vuestro Padre fuese Dios, ciertamente me amaríais” (Jn. 8:42), dijo, “ Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27), aceptó las confesiones de Natanael, Pedro, Marta, Tomás (Jn. 1:49; Mt 16:16; Jn. 11:27; 20:28), dijo, “ el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9, 10), dijo, “ Para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn. 5:22 -23), dijo perdonar pecados (Mt. 9:2), dijo “ y yo les doy vida eterna” (Jn. 10:28), dijo tener todo el poder del universo (Mt. 28:18), dijo ser uno con el Padre” (Jn. 10:30), dijo “ El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37), dijo, “ De verdad, de verdad os digo: el que guarda mi palabra nunca verá muerte” (Jn. 8:51). Tal como di jo C. S. Lewis,

79 Un hombre que fuera meramente un hombre y dijera la clase de cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. O bien sería un loco -al mismo nivel de hombre que decía que era un huevo frito- o bien sería el diablo del infierno. Es necesario escoger. O bien este hombre era, y es, el Hijo de Dios, o bien era un loco o algo peor. Se le puede encerrar como un mentecato, o escupirle y matarle como un demonio, o se puede caer a sus pies y llamarle Señor y Dios. Pero no tienen sentido las tonterías condescendientes de que era un gran maestro de moral. Esto él no lo permite. No era ésta su intención35

V. LA HUMANIDAD DE CRISTO El Señor Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Su deidad es perfecta y su humanidad es perfecta. En él están presentes todos los atributos distintivos de la humanidad. Vivimos en días cuando lo que en muchos círculos se cuestiona es la deidad de Cristo. Hay en nuestros días un consenso generalizado de que Jesucristo es verdadero hombre. Tal es también la enseñanza de la Biblia, como veremos.

A.

SU ENCARNACIÓN

Cuando se habla de la encarnación de Cristo se hace referencia al hecho que tomó “carne” humana (Jn. 1:14; 1 Ti. 3:16; 1 Jn. 4:2). El término “carne” tiene en la Biblia los sentidos de “naturaleza pecaminosa”, “ cuerpo físico”, pero en estos y otros pasajes como ellos tiene el sentido de “naturaleza humana”. El Señor se hizo carne en el sentido que se hizo hombre, no en el sentido que tomó sólo cuerpo de hombre. Aunque el nacimiento del Señor fue un nacimiento normal (Mt. 1:25; Lc. 2:7; Gá. 4:4), resultado de un desarrollo intrauterino normal, su concepción no fue normal, sino sobrenatural. Fue concebido virginalmente por la obra del Espíritu Santo en el seno de María. Isaías 7:14-16 había anticipado proféticamente el nacimiento virginal. La concepción virginal del Señor es importante porque tal intervención sobrenatural le preservó de la naturaleza pecaminosa. Si el Señor no hubiera sido concebido de esta manera, tendría pecado, y con pecado no podría ser nuestro Salvador.

B.

SU DESARROLLO

El nacimiento del Señor Jesucristo fue seguido por años de crecimiento y desarrollo normal. Lucas 2:52 dice que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”. Se mencionan aquí cuatro aspectos de su desarrollo. En primer lugar, su desarrollo intelectual. “Sabiduría”, desde luego, hace referencia a más que lo puramente mental. En el Antiguo Testamento la sabiduría involucraba la mente, el discernimiento, y el dominio propio. Por lo tanto, el carácter del Señor estaba siendo formado conforme pasaban los años. Es interesante que se antepone “sabiduría” a “estatura”, como queriendo llamar la atención a las prioridades que el Señor siguió en su desarrollo. En segundo lugar, el Señor crecía físicamente: “ estatura”. Ya que el Señor Jesucristo no poseía una naturaleza pecaminosa, su cuerpo estaría excento de muchas taras que en nosotros son herencia de la naturaleza pecaminosa. Físicamente el Señor sería sano y fuerte. En tercer lugar, hubo un desarrollo espiritual: “gracia para con Dios”. Desde muy temprano el Señor Jesús desarrolló intimidad con su Padre aplicándose sin duda al estudio de su Palabra con especial esmero. En cuarto lugar, hubo un desarrollo social: “y los hombres”. La personalidad santa y pura del Señor Jesucristo, su inteligencia clara y perceptiva, su simpatía inherente, lo harían muy atractivo desde pequeño, mientras crecía en el seno de un hogar con sus padres y hermanos (Mr. 6:1-6).

C.

SUS ATRIBUTOS HUMANOS

La Biblia deja clara que el Señor Jesucristo no sólo tuvo cuerpo humano (1 Jn. 1:1), sino que también tuvo un alma y un espíritu humanos: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mt. 26:38), dijo en el Getsemaní. En la cruz clamó, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46 ). Antes, anticipando la traición de Judas, Juan dice, “Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu...” (Jn. 13:21). Como se ha venido viendo, Jesús no sólo tomó un cuerpo humano, sino que se hizo hombre completo en la encarnación, pero sin pecado, como cuidadosamente señala Pablo: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Ro. 8:3).

D.

SUS LIMITACIONES

Los evangelios dejan claro que el Señor Jesús experimentó hambre (Mt. 4:2), sed (Jn. 19:28), cansancio (Jn. 4:6), tristeza y llanto (Jn. 11:35; Mt. 26:38), tentaciones (He. 4:15), emociones (Lc. 7:9; 19:41; Mt. 27:46; Jn. 2:17; 12:27).

35

C. S. Lewis, Mere Christianity, Pág. 56. Citado por McDowell, Pág. 70.

E.

SU GENEALOGÍA

80

Testimonio adicional de la humanidad del Señor Jesucristo lo proporcionan sus genealogías. Una aparece en Mateo 1:1-17 y la otra en Lucas 3:23-38. Las genealogías son distintas en varios detalles. Por un lado, la de Mateo tiene 41 nombres, llega hasta Abraham y está dividida artificialmente en tres secciones de 14 nombres cada una. Tiene como propósito subrayar la identificación de Jesús como Hijo de David. El nombre David se repite dos veces y es al único al que se le llama “rey”. Además, los números en hebreo se esc ribían con letras y las letras que forman el número 14 son las que forman el nombre “David”. Tal arreglo está en armonía con el propósito de Mateo, que es el de presentar a Jesús como el Rey de Israel. La artificialidad en el arreglo de la genealogía no es exclusiva de Mateo sino que es común a las genealogías bíblicas, donde bajo la inspiración del Espíritu los escritores escogen a los ascendientes más representativos de un linaje. Por otro lado, la genealogía de Lucas tiene setenta y cuatro nombres y llega hasta Adán. La encarnación trajo un cambio permanente en la segunda persona ya que Jesucristo no dejará nunca de ser Dios y Hombre a la vez. Evidencia para esto se halla en el hecho que (1) resucitó físicamente (Mt. 28:9; Jn. 20:17; etc.); (2) ascendió al cielo físicamente (Hch. 1:11); (3) está en el cielo con un cuerpo visible (Hch. 7:56; He. 1:3); (4) volverá a reinar físicamente (Mt. 26:64; Mr. 14:62; Lc. 22:69-70); (5) su función mediadora depende de su humanidad (1 Ti. 2:5).

VI. LA PERSONA TEANTRÓPICA En Cristo coinciden la completa naturaleza divina con la completa naturaleza humana. Se llama “naturaleza” al conjunto de cualidades que hace que una cosa sea lo que es. Se distingue “naturaleza” de “persona” en que persona es un sujeto responsable de sus propias acciones. Como se ha visto, en Jesucristo hay una sola persona con dos naturalezas. Pero la naturaleza humana de Cristo no es impersonal, sino que tiene su subsistencia en la persona del Hijo. No hay dos personas en Jesucristo, sino una sola. Jesús nunca habló de sí mismo en plural. No hay evidencia de múltiple personalidad en él. Las dos naturalezas son presentadas como unidas en una sola persona (Ro. 1:3-4; Gá. 4:4-5; Fil. 2:6-11). En armonía con esto, a veces se hace referencia a algunos atributos que son propios de la deidad, pero toda la persona es el sujeto (Jn. 8:58); a veces sucede lo contrario (Jn. 19:28); a veces Jesús es descrito de acuerdo a su naturaleza divina, pero lo que se dice de él se refiere a la naturaleza humana (Hch. 3:15); a veces sucede lo contrario (Jn. 6:62). Otras veces el Señor es descrito de acuerdo a una de sus naturalezas, pero lo que se dice de él corresponde a las dos naturalezas (Jn. 5:25-27; Mt. 27:46).

A.

SU VACIAMIENTO

Como ya se ha hecho notar al comentar Filipenses 2:6-7 bajo el punto de la preexistencia de Cristo, muchos malentendidos han surgido a partir del significado del término ekenosen. Algunos dicen que al momento de la encarnación el Logos abandonó todos sus atributos divinos; otros, que abandonó sólo los atributos relativos, como omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia; otros, que el Logos renunció al uso de sus atributos divinos; y todavía otros, que el Logos actuó como si no poseyese atributos divinos. El punto de vista sobre el “despojamiento” que n o hace violencia a la doctrina de Cristo tal como se enseña en la Biblia debe reconocer que en la encarnación (1) Cristo veló su gloria (Jn. 17:5), pero no se despojó de ella (Jn. 1:17; 18:6), (2) Cristo tomó una naturaleza sujeta a limitaciones; (3) Cristo actuó en sumisión al Espíritu Santo (Mt. 12:28; Lc. 4:14-18). Una forma adecuada de resumir las implicaciones del “despojamiento” o “vaciamiento” es decir que en la encarnación Cristo se limitó voluntaria y temporalmente en el ejercicio de algunos de los atributos divinos.

B.

SU IMPECABILIDAD

Cuando se habla de la impecabilidad de Cristo se quiere decir que el Señor Jesucristo no podía pecar. Esto es más que decir que el Señor pudo no pecar. Se hace diferencia entre “el poder no pecar” y “el no poder pecar”. Dios no puede pecar (2 Ti. 2:13) ni puede ser tentado (Stgo. 1:13). El hombre puede pecar y puede ser tentado. Debido a la perfecta unión de las dos naturalezas, el Señor Jesucristo era tentable, pero no pecable. Desde luego, la tentación que el Señor pudo experimentar fue distinta a la que nosotros experimentamos. Nosotros somos tentados interna (Stgo. 1:13-15) y externamente (1 Co. 7:5). La tentación externa viene por Satanás y la interna a partir de nuestra naturaleza pecadora. El Señor Jesús no tuvo naturaleza pecadora (Lc. 1:35; Mt. 1:20; He. 4:15), por lo tanto, sólo fue tentado externamente. Por otro lado, las tentaciones que nosotros experimentamos son dosificadas por Dios (1 Co. 10:13), para que no nos destruyan. Mientras que las tentaciones que el Señor Jesucristo experimentó cayeron sobre él con toda la fuerza del enemigo (Mt. 4:1-12). A la doctrina de la impecabilidad de Cristo se objeta que si el Señor Jesús no podía pecar, la tentación fue sólo una farsa. El testimonio bíblico está en contra de tal suposición. Jesucristo experimentó la tentación con la intensidad de la angustia que le hizo sudar sangre (Lc. 22:44). El Getsemaní es la mejor evidencia de la realidad de la tentación del Señor. Allí se ve un conflicto entre lo que era su deseo y lo que era su voluntad. Su deseo fue evitar la cruz por razón de la separación con el Padre. Su voluntad fue

81 hacer la voluntad del Padre. Evidencia adicional para la impecabilidad del Señor la ofrecen pasajes como He. 2:18; 4:15; 9:28; 2 Co. 5:21; 1 P. 2:22; Jn. 8:46; 19:4. Además, evidencia teológica para la impecabilidad llega del reconocimiento de la verdadera deidad de Cristo y el atributo de la inmutabilidad (He. 1:12; 13:8).

C.

SU MUERTE

La muerte del Señor Jesucristo es un tema básico en el Nuevo Testamento que la menciona cerca de 175 veces. El Señor Jesucristo dijo que su muerte era el propósito de su venida: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y poner su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:28). La muerte que el Señor e xperimentó no sólo fue física, sino también eterna (Mt. 27:46), y judicial (2 Co. 5:21). Los beneficios de la muerte de Cristo están descritos en cuatro términos básicos. La muerte de Cristo fue una sustitución. Con esto se quiere decir que el Señor murió en lugar de los pecadores. No sólo murió en beneficio de ellos, por bien de ellos, en favor de ellos, sino en su lugar. Fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21) en el sentido que la culpa de nuestros pecados fue contada como que si fuera de él. La idea de sustitución también es comunicada con la de muerte vicaria (Mt. 20:28; Film. 13; 2 Co. 5:21; 1 P. 3:18; Ro. 5:6-8; 8:32; Gá. 3:13; 1 Ti. 2:5-6). La muerte de Cristo también es una redención. Con esto se quiere decir que Cristo pagó con su muerte el precio de nuestros pecados y nos dio completa libertad de las consecuencias de los mismos. Tres palabras principalmente se traducen “redención” en el Nuevo Testamento: (1) agorazo, “pagar el precio de un rescate” (1 P. 2:1); (b) exagorazo, “sacar del mercado d e esclavos” (Gá. 3:13 -14); (c) lutroo, “dar completa libertad” (Mt. 20:28; 1 P. 1:18). Además, la muerte de Cristo es una reconciliación. Con esto se quiere decir que por la muerte de Cristo el estado de enemistad entre Dios y el hombre ha sido cambiado en amistad (2 Co. 5:17-21; Ro. 5:6-11; Ef. 2:16; Col. 1:20-22). Finalmente, la muerte de Cristo es una propiciación. Por medio de su muerte en la cruz el Señor Jesucristo satisfizo las demandas de la justicia divina (1 Jn. 2:2; Ro. 3:25). Tres de estos cuatro términos para la muerte de Cristo también son importantes porque son básicos para responder a la doctrina de la redención limitada. Esta posición dice que Cristo murió sólo para salvar a los elegidos. La Biblia enseña que Cristo murió por todos, pero que sólo se benefician de su muerte los que creen (1 Ti. 4:10; 1 Jn. 2:2). La redención fue por todos, incluso por los falsos maestros (2 P. 2:1); la reconciliación fue por todo el mundo (2 Co. 5:19); la propiciación fue por todo el mundo (1 Jn. 2:2, donde “m undo” significa todos los no salvos, 1 Jn. 2:15 -17). Evidencia indirecta para la universalidad de los beneficios de la muerte de Cristo viene de Romanos 5:6, “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. Si Cristo murió sól o por los elegidos, entonces sólo los elegidos resultan ser impíos A lo largo de los siglos han surgido muchas teorías que tratan de explicar el significado de la muerte de Cristo. Dentro de las más importantes están las siguientes. (1) Teoría del pago a Satanás. Esta teoría fue sostenida por Orígenes, Agustín y otros. La muerte de Cristo fue el pago del rescate a Satanás para librar al hombre de las pretensiones que Satanás tenía sobre él. Esta teoría es resultado de llevar una figura del lenguaje más allá de su intención original. (2) Teoría de la recapitulación. Cristo recapituló en su vida y su muerte todas las etapas de la vida humana, cambiando el curso que la humanidad tomó en Adán. La desobediencia de Adán es compensada con la obediencia de Cristo. Fue sostenida por Ireneo (130-200 d. C.). (3) Teoría de la satisfacción. Cristo murió para satisfacer el honor de Dios que había sido ofendido. Anselmo (1033-1109) fue su proponente. El problema con esta teoría es que el pecado viola más que puramente el honor de Dios. (4) Teoría de la influencia moral. Con esta teoría Abelardo (1079-1142 d. C.) se opuso a la teoría comercial de Anselmo. La muerte de Cristo no es una satisfacción de la ley divina, sino .una demostración del amor de Dios. Pero la muerte de Cristo es más que eso. Es sustitución. (5) Teoría de Tomás de Aquino. Aquino combinó a Anselmo y a Abelardo. Es considerado la norma de la Iglesia Católica. Aunque no consideraba necesaria la muerte de Cristo para aplacar la ira de Dios, reconocía que Cristo pagó alguna satisfacción por el pecado la cual se aplicaba a aquellos que se unían a Cristo y a su iglesia. (6) Teoría del ejemplo. Ésta fue sostenida por Socinio. Cristo murió como un mártir y es por lo tanto, nuestro ejemplo. Pero no establece relación directa entre la muerte de Cristo y la salvación de los pecados. (7) Teoría gubernamental. La muerte de Cristo era necesaria para mostrar que Dios repudia el pecado. El gobierno moral de Dios lo requería, pero no hubo estrictamente hablando una satisfacción por el pecado. Fue sostenida por Grocio. (8) Teoría mística. Se parece a la teoría de la influencia moral. Cristo podía pecar, pero fue librado por el Espíritu Santo. Fue gradualmente purificando la naturaleza humana la que al tiempo de su muerte fue extirpada y con ella, la depravación original. Esta transformación constituye la redención. (9) Teoría del arrepentimiento vicario. Se funda en la suposición de que un arrepentimiento verdadero hubiera sido suficiente para expiar el pecado y que Cristo lo realizó en la cruz. Admite que el pecado no merece castigo. (10) Teoría de los reformadores protestantes. En general siguen a Anselmo, pero van más allá que él: (a) El pecado es la trasgresión de la ley divina, no solamente una ofensa al honor de Dios. (b) Cristo murió para satisfacer no sólo el honor de Dios, sino primordialmente su justicia. (c) La muerte de Cristo es vicaria. (d) Por medio de la fe hay una unión mística entre el creyente y Cristo la cual .le permite apropiarse de los beneficios de Su muerte.

D.

SU RESURRECCIÓN

82 Si la muerte de Cristo fue el pago por nuestros pecados, su resurrección fue el recibo que Dios extendió por ella: “Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Ro. 4:23 -25). Tal como Pablo señala en 1 Corintios 15, creer sólo en un Cristo que murió por nuestros pecados, pero no en uno que resucitó de entre los muertos es un evangelio a medias: “Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Co. 15:16-17).36 La importancia que se da la resurrección de Cristo se hace evidente cuando se tiene en cuenta que el Nuevo Testamento la menciona cerca de cien veces. Los apóstoles la utilizaron como la evidencia definitiva de la realidad de las pretensiones de Cristo: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús...” (Hch. 4:33; Cf. 2:32; 17:28; 23:6). Cuando el Nuevo Testamento habla de la resurrección de Cristo quiere decir que él se levantó de la tumba donde había sido dejado muerto (Jn. 20:25-29) con un cuerpo real (Jn. 20:20) que trascendía las limitaciones de un cuerpo mortal (Jn. 20:6, 7, 19, 26). Lucas dice que el Señor Jesús vino a los apóstoles, “a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hch. 1:3). Las “muchas pruebas indubitables” incluían las más de 20 apariciones a discípulos solos o en grupos de hasta 500 hermanos juntos (1 Co. 15:6). Pero además de las apariciones, puede citarse como evidencia de la resurrección (1) la tumba vacía (Jn. 20:1-2); (2) la posición de los lienzos en la tumba (Jn. 20:6-7); (3) el testimonio de la guardia (Mt. 28:11-15); (4) el cambio en los discípulos (Jn. 20:19 con 2:14); (5) la existencia de la iglesia; (6) los acontecimientos del día de Pentecostés (Hch. 2:1-47); (7) el cambio de Saulo en Pablo (Hch. 9:1-20); (8) el cambio del día de adoración del sábado al domingo (Hch. 20:7; 1 Co. 16:2; Mt. 28:1). Desde el mismo momento en que los incrédulos recibieron el primer testimonio de la resurrección hasta nuestros días, explicaciones alternativas han sido sugeridas para negar el claro testimonio de las Escrituras. (1) La teoría del robo fue inventada por los dirigentes religiosos de Israel al recibir el testimonio de la guardia (Mt. 28:11-15). El problema con esta teoría es que se descalifica a sí misma. Si los guardias estaban dormidos cuando los discípulos robaron el cuerpo, ¿cómo supieron qué había sucedido? ¿Se habrían quedado dormidos los 16 guardias todos juntos sabiendo que les iba la vida en ello? (2) La teoría del cuerpo abandonado. Se dice que después de ser descolgado de la cruz junto con los dos criminales ajusticiados con él, el cuerpo del Señor fue tirado a un basurero. Pero tal conjetura va en contra de lo que establecía la ley (Dt. 21:22-23) y del testimonio del Nuevo Testamento (Jn. 19:3842; Mt. 27:66). (3) La teoría de la tumba ocupada. Hay quienes sostiene que el cuerpo del Señor todavía está donde fue puesto. Pero si esto es así, ¿por qué los líderes religiosos de Israel no taparon la boca a los discípulos mostrando públicamente el cadáver al que todavía tenían acceso? (4) La teoría del traslado del cuerpo. Otros dicen que José de Arimatea quitó secretamente el cuerpo de la tumba. ¿Cómo quitó la piedra de cerca de 2 toneladas de peso? ¿Cómo hizo para dejar los lienzos ordenados de la forma que convenciera a los apóstoles? ¿Por qué no hizo rodar la piedra de regreso? (5) La teoría de la mujer equivocada. María no habría entendido lo que el hombre en el huerto del sepulcro le dijo. Pero si ella se equivocó, ¿se equivocaron también los apóstoles que corrieron para ver si era cierto lo que ella decía? ¿Se equivocaron los guardias que dijeron lo que realmente había pasado? Una variante de esta teoría dice que las mujeres fueron a la tumba equivocada. (6) La teoría del engaño intencional. El Señor Jesús no murió realmente, sino se desmayó en la cruz y fue reanimado por el aire de la tumba. ¿Se habrá equivocado el centurión que dictaminó su muerte? ¿Cómo movió la piedra que tapaba la tumba? ¿Cómo pasó en medio de los guardias? ¿Cómo hizo para dejar los lienzos en tal orden? (7) La teoría del fraude. Los apóstoles mintieron. Pero, ¿qué los cambió de cobardes a mártires? ¿Estarían dispuestos a morir por algo que sabían era mentira? (8) La teoría de la autosugestión. Los apóstoles esperaban que el Señor resucitara y terminaron pensando en ello tanto que finalmente lo creyeron con verdad. Pero el Nuevo Testamento enseña exactamente lo contrario. Los discípulos NO esperaban que el Señor se levantara de los muertos. Las mujeres iba al sepulcro a ungir el cuerpo (Lc. 24:1) y los apóstoles, igual que Tomás, tuvieron que ver para creer. Además, ¿padecieron una autosugestión también los guardias, y los líderes religiosos? (9) La teoría de la alucinación. Voltaire dijo, “las alucinaciones de una desequilibrada han dado al mundo un Dios resucitado”. Pero, ¿también padecieron alucinaciones los más de 500 discípulos? ¿Por qué los líderes religiosos no presentaron el cuerpo del Señor para sanarlos de sus supuestas visiones? (10) La teoría de la resurrección espiritual. Cristo se levantó de la tumba en espíritu, no en cuerpo. ¿Qué pasó entonces con el cuerpo? (11) La teoría del engaño satánico. Los apóstoles vieron algo. Hubo una manifestación sobrenatural, pero no fue de Dios sino del diablo. Pero, ¿no es extraño que el diablo interviniera para cumplir lo que el Señor había predicho? (12) La teoría de los gemelos. Jesucristo tenía un gemelo que tres días después de su muerte se hizo pasar por él. ¿Dónde se escondió este gemelo por más de treinta años? ¿Qué pasó con el cuerpo? 36

Cf. V. 2, (que sacado a veces de su contexto se usa para decir que quien no sigue en obediencia a la Palabra después de creer no se salva)

83 La Biblia atribuye la resurrección a cada una de las tres personas de la Trinidad (Ro. 6:4; Ef. 1:19-20; Jn. 2:19; 10:17-18; Ro. 8:11). La resurrección de Cristo es el requisito indispensable para que Cristo cumpla su función como Señor (Hch. 2:36; 10:40; Ro. 1:4), como Mesías (Jn. 11:25-27), como Salvador (Jn. 10:17-18), como Profeta (Jn. 16:12-14), como Sacerdote (Sal. 110:4; He. 7:24-25), como Rey (2 S. 7:16; Is. 9:6-7). Si Cristo no hubiera resucitado no podría haber enviado al Espíritu (Jn. 14:26; 15:26; 16:7), ni dar vida eterna (Jn. 11:25; 12:24-25), ni ser la Cabeza de la iglesia (Ef. 1:20; 1 Co. 15:45), ni abogar (1 Jn. 2:2), ni interceder (He. 7:25), ni dar dones espirituales (Ef. 4:1-13), ni dar poder espiritual (Mt. 28:28; Ef. 1:17-23), ni dar una nueva posición al creyente (Ef. 2:5-6), ni anticipar nuestra gloria (1 Co. 15:2-23), ni preparar un lugar para nosotros (Jn. 14:1-3), ni pastorear su rebaño (Jn. 10:14; He. 13:20). Sin la resurrección de Cristo no habría salvación, ni esperanza, ni un futuro glorioso. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Co. 15:20).

E.

SU ASCENSIÓN

El período de humillación del Señor Jesucristo terminó cuarenta días después de su resurrección, cuando ascendió a los cielos tal como también había anticipado (Jn. 6:62; 17:1; Hch. 1:9-11). La ascensión de Cristo vincula su ministerio terrenal a su actual ministerio en el cielo, donde nos precede como Precursor (He. 6:20), intercede por nosotros (He. 4:14-16) y dirige a su iglesia como Cabeza (Col. 1:18; Ef. 4:8). La ascensión es importante también porque describe la manera en que el Señor volverá por segunda vez a la tierra: “Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir” (Hch. 1:11). La ascensión fue (1) visible; (2) gradual; (3) corporal; (4) en las nubes. Usado con permiso.

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