16 | ADN CULTURA | Viernes 7 de junio de 2013
Paisaje lacustre con Pocahontas Anticipo. El alemán Arno Schmidt es considerado uno de los autores más radicalmente originales del siglo pasado, y también uno de los más difíciles de traducir. Esta nouvelle, que El Cuenco de Plata publica por primera vez en español junto con Los desterrados, y de la que aquí brindamos un fragmento, permite descubrir su estilo al mismo tiempo telegráfico y pletórico Texto Arno Schmidt I Ratatán ratatán ratatán. / Hubo un rato durante el que las muchachas tuvieron círculos negros en lugar de ojos, caras de lechuzas mundanas con una grieta transversal de color rojo fuego: Ratatán. / Sauces en el valle del Kyll. Del otro lado un perro negro hacía oscilar sus brazos de lana amenazando sin cesar a un buey. Desde todos lados, pensamientos: con llamas como rostros; en sobretodos negros bajo los cuales caminaban piernas largas y blancas; pensamientos como reposeras vacías puestas al sol: ratatán. / Rostro y pelo circundados de humo: esta vez corría de una pícara naricita rubia, 2 rizadas fuentes, de medio metro de largo, hacia abajo, hasta un manual de química (pero empequeñecida por el sueño y sin gusto, por lo tanto ningún pensamiento de túnel). / Ratatán: sobre un mantelito de cielo bordado multicolor, rústico, azulado por el viento, un plato invisible con orla dorada. El eterno niño de al lado fue el primero en ver el edificio iluminado de blanco en Colonia: “¡Maaa, mida eto!” “Boletos por favor” (y también quiso ver mi cédula de refugiado, por si realmente merecía la última reducción de la tarifa). El Sarre se había adornado con un largo baldaquín de niebla; niños se bañaban a los gritos en los diques; en frente de Serrig (“¡Aduana: media hora de parada!”) amenazaba una Suiza Sajona. / Treveris: hombres corrían al lado de valijas galopantes; burbujas de ojos espiaban a través de todas las ventanillas: subió a mi compartimento una monja con sus muchachas excursionistas de algún week-end santo, figuras con oblicuas y cerosas miradas de Jesús, revoltijo de cruces temblequeantes, el cordón blanco Suwa (con varios nudos: ¿será una especie de jerarquía?). / La Biblia: para mí, un libro desordenado con 50.000 variantes de texto. Lo suficientemente viejo y cocoliche, lírica amorosa, anécdotas, aquel anacoreta que encontró una surgiente caliente en el desierto, recetas políticas; y por supuesto, eternamente extraño por influencia de la hábil e inescrupulosa propaganda, y sobre todo por la malvada obligación externa, compelle intrare. El ‘Señor’ sin cuya voluntad ningún gorrión cae del techo y 10 millones no pueden morir en cámaras de gas en los campos de concentración: ¡qué tipo tan extraño –si hoy en día existiese! / Pero este valle del Kyll era hermoso y solitario. En Gerolstein, ciudad de festivales sigfridenses, héroes colgaban de una mano de sus lanzas, también un guarda dormía apoyado en su cartel, encorvado, y apenas podía leerse.... lste.... / “Elle est”: “Elle est”: martillaban allá los pistones de la locomotora. / Cuadrados mágicos (en los que la suma de todos sus lados y diagonales dan el mismo resultado, ¡ya lo sabemos!): ¿pero existen también ‘cubos mágicos’? (Interesante; investigar a fondo más tarde). –El folleto de Cooperstown: la cuna del beisball y de James Fenimore Cooper (¿Por qué en ese orden? Y sólo se menciona Deerslayer y Pioneers. Se aniquila con el silencio el tercero de la serie, Home as found, donde describe a los yankees tan crudamente que aun hoy
no perdió vigencia, y que también transcurre en todo su esplendor a orillas del Otsego: ¡animales, lo que les diría si se levantara de su tumba!). / La Renania mojigata: hasta el viento se apresura un poco más cuando pasa por Colonia. Pero el transbordo fue perfecto: adolescentes obesos marchando por los andenes ataviados con guardapolvos color mestizo; el beso meticuloso de una pareja maquillada; en el compartimento contiguo, él le contaba una nouvelle: “¡Ay Fritz, no aquí! –¡Ay Fritz, no! –¡Ay Fritz! –¡Ay!” / La región del Ruhr: hombres incandescentes bailaban seguros dentro de chispeantes lazos de alambre; dormir durante un viaje en tren es un don divino (¡por lo tanto, no me ha sido concedido!). Ella iba hasta Münster, y otra vez le colgaban trenzas de humo de sus ollares, bajando por la blusa entreabierta, hacia la oscura falda, desde la cabeza hasta el halda (ahora Heinrich von dem Türlîn, Diu Crône; tan bueno como desconocido, y para mí de igual calidad que los tan apreciados clásicos alemanes de la Alta Edad Media, por momentos espléndidamente realistas, obscenos y grandiosos). / Un cartel pasó como una flecha (‘Ibbenbüren’): aparecieron tanques lanzallamas entre muros color rojo seda, y yo en medio de todo eso como un patrullador avanzado de artillería: batalla en la selva de Teutoburgo, 1945 d. C. Arriba, en forma de cirros, la luz fluía de aquí para allá. / Clarividencia, sueños premonitorios, second sight y la errónea interpretación de éstos fenómenos incuestionables: el error fundamental siempre consiste en considerar al tiempo como una línea recta de números en la que no puede tener lugar otra cosa que no sea una sucesión. ‘En realidad’ habría que representarlo por medio de una superficie en la que todo existe ‘simultáneamente’; porque el futuro ‘ya’ está desde hace rato (el pasado ‘todavía’ está) y en los estados excepcionales antes mencionados (¡que, no obstante, son ‘naturales’!) precisamente ya se puede percibir. Si a partir de esto los intérpretes devotos empiezan a soñar en seguida con una ‘acertada prueba de un alma inmortal’, habría que señalarles que se limiten a la constatación de que el espacio y el tiempo están justamente construidos de manera mucho más complicada de lo que nuestros sentidos y cerebros simplificantes (biológicamente suficientes) pueden captar. / Muros cubiertos de una materia luminosa color marrón amarillento: el artista no tiene otra elección: existir en tanto que hombre o en tanto que obra; en el segundo caso es mejor olvidarse de la otra parte defectuosa: uno hectocotiliza uno tras otro fragmentos de libros y así lentamente se disuelve. / ¡Mejor ir hacia adelante con las valijas!: nebulosidades pasaron susurrando, algo sombrío color gris oscuro; sólo las estaciones de trenes conocían la luz. (Y el tragamonedas del cielo nocturno). (PRIMERA FOTOGRAFÍA) II La hora de los murciélagos I (de noche es II) y las manchografías de los árboles, el pálido ojo de gato de la luna
aún hacía guiños detrás de la chimenea, lo demás espléndidamente claro y vacío. A pesar del cansancio estaba de ánimo ágil y akimbo y empezaba, burguesamente respetuoso y sólo para mí audible, a tararear Girl of the Golden West, cantabit vacuus, quien no hace nada bien puede silbar; como una silueta recortada con portafolio en un mundo de siluetas recortadas. Esto entonces era Diepholz (examinando el mapa de la ciudad): Calle principal, Calle de la estación, castillo, ahá, dos amigas del vientre volvían del baile a casa taconeando y canturreaban medio ebrias los éxitos del momento. Bellezas edificadísimas: sólo entramado cuadrado y ‘Dios bendiga esta casa’, pero muy limpio, hay que decirlo, y con un fino adoquinado de ladrillo. Un local del SRP y yo hice una mueca con la piel fría: ¡ni por 1000 milibares! (palpar: cerosa, con orejas, la garganta raspando como una lija). En el gris imperante apenas descifrables los títulos de los libros, a pesar de la nariz-vidrio y los ojos de lupa: ?–?– ah, Schmidtbonn, comerciante de pieles, ¡bien!: Zerkaulen ah y ¡brr! El tosco castillo en medio del agua, fortificado tipo establo, lentejas acuáticas en la fosa, todas las veletas miraban atentamente hacia oriente: ¡siempre estos pasados! Primeros ruidos (y yo, celosamente, miraba de reojo): una muchacha campesina dormida, rodeada de ladradores jarros de leche; el obrero que examina su bicicleta, el piñón y los cambios; lejos, al norte, un ligero tejido de vibraciones sonoras: un tren (reloj de bolsillo: por principio: 4 y 10). El gran lago parecía emitir un tenue humo espeso y gajos de nubes; pero el cielo todavía no participaba. Murciélagos aparecían una última vez con negros bolsos de mercado y regateaban entre Venus y Júpiter, tan cerca que se oía el crac cuando exterminaban los duros insectos. Y finalmente se abrió también la sala de espera de madera (¡después de que yo conociera fondo los afiches de Touropa!: “Sí, un porrón”). / El tren matutino a Osnabrück recogía obreros de azul oscuro y estudiantes secundarios; en medio de todo esto finalmente apareció parloteando la motocicleta: ?: !: “¡¡Erich!!”: El pintor de brocha gorda Erich Kendziak: salvo los restos de pelo rojizo en la nuca, calvo como una bola de billar; en todo caso era él, inconfundible, y sonreímos, 6 pies sobre el nivel del suelo, nos arrancamos las manos al estilo viejo alemán: “¡Camarero, 2 cervezas!”, y entonces nos examinamos más a fondo, por primera vez después de unos 8 años: – –: “¡Amigo, tú también estás canoso!”, y yo de inmediato atajé el cumplido: “¿Todavía sufres de vapeurs?”; brindamos alegremente, y él quemó un poco de tabaco festejando el encuentro: “¿Sigues sin fumar?” (y tuve que bajar la cabeza: todavía no me alcanzaba: “¡Cuando vuelva a tener 200 marcos por mes!”). En seguida pasamos a los primeros recuerdos de guerra: los polacos dedos-veloces; el pulgoso Hagenau; Noruega con sus impiadosos colchones de granito: “¿Tuviste noticias de aquél?”; en media Europa no había un sólo sitio donde tipos con armazones plateados no nos hayan mandado a los gritos: “¡Camare-