“Crecí en la montaña, sin presencia de la civilización tecnológica. No vi una película hasta que cumplí 11 años. Hice mi primera llamada telefónica a los 17. Y sigo sin tener teléfono”
so en el Royal Festival Hall de Londres, que tiene una capacidad para 3000 personas y la totalidad de las entradas se vendió en sólo 35 minutos. Por eso sentí que debía dar una respuesta organizada para legar lo que sé. No se trata de enseñar la técnica, eso se puede aprender en una escuela de cine local. Se trata de transmitir un espíritu guerrillero, pícaro y audaz. Por ejemplo, quiero introducir la noción de que el cineasta debería ser una persona leída. Mis alumnos tienen que estudiar una bibliografía obligatoria. La lista empieza con las Geórgicas de Virgilio, probablemente el mejor poema que se haya escrito. Luego sigue con Ernest Hemingway. Después El informe de la Comisión Warren [publicación sobre las conclusiones de la comisión encargada de investigar el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy], un ejemplo excelente de cómo debe contarse una historia. –¿Alguna vez pensó por qué la gente se siente tan atraída por sus películas? –Creo que porque he luchado en contra de la corriente y siempre he logrado realizar las películas que quería. He podido librarme de las garras del diablo mismo y eso da esperanza a la gente. Todo mi trabajo ha ocurrido fuera de la industria cinematográfica. Sin embargo, mis películas son, a su modo, mainstream. Por ejemplo, Aguirre, la ira de Dios, que se filmó hace más de 40 años, se ha transformado en mainstream. Cada vez más gente piensa que no soy un rebelde. El resto del mundo es rebelde. No soy un excéntrico. Ocupo un lugar en el centro y estoy clínicamente sano. –Su obra se caracteriza por retratar un mundo de sueños, casi surrealista. ¿De dónde proviene este interés? –Siempre me han interesado las cosas que van más allá de los hechos, porque los hechos en sí mismos no son la verdad, no te iluminan. No obstante, no tengo mucha afinidad con lo surrealista o con lo que ocurre en los sueños. El surrealismo y el cine nunca funcionaron bien juntos, incluyendo a Buñuel. Es una adaptación demasiado cerebral de elementos que sólo han funcionado bien en la pintura y en la literatura. –Usted ha dicho en repetidas ocasiones que su obra busca la “verdad extática”. ¿Podría definir este concepto? –Deme 48 horas y le mostraré ejemplos de películas que han alcanzado la verdad extática. Siempre he tenido un problema con el cinéma verité. Tenemos que ver más allá de los hechos, del realismo. Debemos cavar más profundo en el estrato de la ver-
dad. Mi meta es buscar aquellos momentos que de pronto iluminan a uno. –¿Estos momentos de iluminación revelan la verdad o meramente crean una ilusión de verdad? –Estoy hablando de una verdad escurridiza. Pero no me pida que defina la palabra verdad porque ni los filósofos han podido hacerlo. Como cineasta sólo puedo nombrar las películas en la historia del cine que tuvieron momentos de verdad. Y espero que algunos de mis films hayan ofrecido momentos en los que los espectadores hayan podido desprenderse de ellos mismos y que se hayan sentido iluminados y en éxtasis. –La naturaleza es un tema recurrente en su filmografía y se retrata como una fuerza imbatible. ¿De dónde proviene su fascinación por la lucha entre el ser humano y la naturaleza? –No siempre es una lucha. Es un eco distante de la forma en cómo crecí en las montañas, sin la presencia de la civilización tecnológica. No vi una película hasta que cumplí 11 años. Hice mi primera llamada telefónica a los 17. Y aún sigo sin tener teléfono. Funciono mejor en la selva amazónica, en la Antártida o en el desierto del Sahara. Podría trabajar en un estudio de filmación, pero nunca me sentiría del todo cómodo. –¿Qué es lo que más atesora de su relación con Klaus Kinski? –Es una pregunta difícil porque fue una relación compleja. Aunque esto le suene raro, le diría que la disciplina. Su disciplina combinada con la mía. Durante esos momentos siempre logramos los mejores resultados. Por los demás, fue una lucha para domesticar a la bestia salvaje, que me dio momentos placenteros y buenos resultados. –Recientemente dijo que el libro La conquista de lo inútil, sobre sus experiencias durante la filmación de Fitzcarraldo, sobrevivirá más que sus películas. ¿Por qué? –Mi prosa tiene más sustancia que todas mis películas juntas porque es una forma más directa de expresión. En el cine siempre hay que tener en cuenta otros factores, tales como la financiación, la organización, los actores y la tecnología. –¿Le gustaría que la gente lo siga leyendo dentro de cien años? –La posteridad no me interesa en lo más mínimo porque, de todas formas, yo no estaré aquí. Lo podría decir de una manera mucho más drástica, pero no lo haré. Quizá luego de un par de cervezas en un bar le contaría lo que quiero decir.
MÚSICA | DISCOS
FOTO: JULIÁN DE JESUS
Pablo Malaurie, la vitalidad y la delicadeza en un mismo gesto POR LEOPOLDO BRIZUELA Para La Nacion - Buenos Aires, 2010
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n una esquina desangelada del Parque Centenario, la presentación del disco El festival del beso, de Pablo Malaurie, sorprende con su poesía insólita. Jeans y remera negros, la melena sacudiéndose por encima de un entrecejo y una nariz siempre fruncidos, Malaurie canta sus propias canciones con una guitarrita como de juguete, en medio de parlantes, micrófonos y teclados tan destartalados que uno diría que acaba de sacar a la vereda los muebles de su cuarto de infancia de los años ochenta. Con su “seriedad de niño que juega”, parece un personaje especialmente creado por Tim Burton para sorprender argentinos, fusionando características de Puck, Leda Valladares y Federico Moura. El público de fans que han llegado a verlo, así como la gráfica del disco y algunas bromas de los textos, hacen pensar en ciertos tics de la estética de los años noventa, cierto uso burlón y superficial de lo popular; quizá Malaurie sea un esnob; en todo caso, su “voz sabe más que él mismo” y El festival del beso conmueve por la tersura y la originalidad con que funde corrientes culturales opuestas que vienen entrecruzándose en esta parte del planeta. Su gran inspiración es la world-music: de los campos y los suburbios, con sus gargantas libres, sus sonidos inaceptables para las estéticas institucionales, y su constante invocación a la alegría y la naturaleza, es decir, al poder de lo femenino. ¿A qué se parecen las canciones de Malaurie? A todo y a nada: al folklore mexicano y a la canción poética francesa, a los lieder de Reynaldo Hahn y –mucho– a los temas de Virus. ¿De qué hablan sus canciones? No describen ni cuentan historias: cada una es un mundo entero, construido con una laboriosidad y una capacidad de sugerencia disimulada por la aparente sencillez. Malaurie no quiere “poner música” a las palabras, sino “ponerlas a trabajar” como otros tantos elementos musicales. Malaurie ama jugar con las rimas y las aliteraciones, y usa las “ch” de “chica chico chica muchachita” para enfatizar el ritmo, y las últimas vocales de “nariz”, “vení” y “aquí” para potenciar el color de la voz en las notas más altas. Separadas por grandes silencios o por las onomatopeyas del “bip-bop”, palabras tan distintas como “virgencita” o “hectopascal” se vuelven sitios de un paisaje tan variado y hermoso como el mundo que nos rodea. Porque, además, Malaurie es un cantante extraordinario, tan intuitivo como para haberse inventado una técnica propia. Suerte de contratenor pop, Malaurie enriquece la textura un poco demasiado lisa e impersonal del falsete variando constantemente los modos de colocación de la voz, buscándole sonoridades “no humanas” como las que imprimían las primeras transmisiones radiales o los primeros estudios de grabación, y sobre todo, adoptando los recursos del “precanto” (Valladares): quejidos, gritos, adornos vocales que exponen el cuerpo cantante mucho mejor que la propia desnudez. Con su gran valentía, Malaurie consigue expresar emociones tradicionalmente vergonzantes del varón: ternura, incapacidad de comprender, hartazgo de dominar, y sobre todo, una sensibilidad que concilia, como el mes de septiembre, la mayor vitalidad con la mayor delicadeza. © LA NACION
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Sábado 27 de marzo de 2010 | adn | 11