Ortega, un emotivo homenaje en su última función en River

14 jul. 2013 - los técnicos Ramón Díaz y el Tolo. Gallego, entre otros. Ortega lanza un primer mensaje: “La camiseta es lo más sagrado que tiene el hincha.
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la despedida de un ídolo

| Domingo 14 De julio De 2013

Ortega, un emotivo homenaje en su última función en River

En el Monumental, ante 60.000 personas, el Burrito recibió el tributo de los hinchas ● En una tarde junto a los amigos y las sorpresas, el jujeño agradeció a la multitud y lloró abrazado a sus hijos Tomás, Sol y Manuela Alberto Cantore LA NACiON

L

as casi 60.000 almas desbordan el Monumental. El sol se asoma y se esconde detrás de las espesas nubes y los hinchas, vestidos de rojo y blanco, le ponen vida al cemento. “Burrito, gracias por tanta magia; te quiero hasta el final de nuestras vidas”, reza una bandera que sobresale entre otras cientos de agradecimiento. El grito de Ortega, Ortega retumba en cada rincón del estadio. No es casualidad, la pantalla gigante transmite cómo el ídolo empieza a desandar el camino que separa el vestuario Ángel Labruna del campo de juego, el lugar donde se sintió siempre cómodo y enseñó su alegría entre quiebres y gambetas. Cuando su figura aparece ante la multitud, que aplaude y enrojece sus gargantas, el primer gesto retribuye tanto cariño: el brazo derecho en alto, saludo natural y sello inconfundible que acompañó al jujeño durante su extensa y fructífera trayectoria. Era apenas el comienzo de una tarde mágica, emotiva, de recuerdos imborrables, de lágrimas, de sorpresas... Una fecha que los hinchas de River atesorarán por siempre en su corazón, la muestra más fiel del amor incondicional entre el futbolista y la gente. De repente, un silencio envuelve a todos y las miradas se enfocan sobre la pantalla de la tribuna Sívori. Un video hipnotiza al público y a los invitados especiales que lo acompañan en la despedida: Enzo Francescoli, Marcelo Gallardo, Leonardo Astrada, Hernán Díaz, Eduardo Coudet, Javier Saviola, Juan Pablo Sorin y los técnicos Ramón Díaz y el Tolo Gallego, entre otros. Ortega lanza un primer mensaje: “La camiseta es lo más sagrado que tiene el hincha. Por eso el cariño del hincha no tiene precio”, dice, mientras su hijo Tomás rompe en llanto. Ruge el Monumental, y Sergio Goycochea, que actua como una especie de maestro de ceremonia, marca que es el momento de jugar. River Plate y los Amigos de Ortega le dan forma al encuentro. Un Burrito auténtico, con clase, gambetas y algunos pases distintivos se esfuerza para hacer jugar a los demás. Un gol de penal marca el desahogo y empieza el verdadero show: el juez asistente Ernesto Taibi señala off-side y el Tolo Gallego monta un espectáculo con gestos y protestas; otro penal le permite a Fran-

Con el brazo en alto, Ortega retribuye el cariño del público cescoli recibir una vez más la ovación de la gente; antes, Ortega le pidió que se encargara de la ejecución, responsabilidad que Enzo no quería tomar, entendiendo que la fiesta era del Burrito. Hernán Díaz sabe que se trata de un homenaje y simula foules; el árbitro Baldassi no quiere quedarse afuera y le devuelve a Ortega un pase y, aunque el remate del jujeño es detenido por el arquero Nahuel Guzmán, el juez marca un gol. Hugo Morales desperdicia una oportunidad debajo del arco y como castigo recibe la tarje-

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mil pesos recibió Ortega de la compañía Hope Funds; el Burrito destinó el monto del cheque a la estructura de las divisiones inferiores de River.

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ta roja. No es todo: sus compañeros lo sacan de la cancha y el acto provoca la risa de todos. El Burrito se divierte, es feliz. Cambia de colores y se viste con los que mejor le sientan: los de River. Con esa camiseta se llena de energía y, como si le faltara algo para completar su alegría, su hijo Tomás reemplaza a Gallardo y se une a la fiesta de papá. Hay más, mucho más. Tomás define ante Guzmán después de una habilitación de su padre y se funden en un abrazo. Las primeras lágrimas reco-

rren las mejillas de Orteguita. No parece haber más espacio para las emociones. Desde las tribunas, los simpatizantes le tributan “olé, olé, olé, olé, olá, a Ariel Ortega nunca lo vamo’ a olvidar”. El juego sigue, pero la voz de Andrés Calamaro lo detiene. “Si alguna vez no me vuelven a ver/ porque a mí como a todos se me olvida/ algo va a quedar adentro tuyo siempre/ algo que yo te deje alguna vez”, son los primeros versos del tema Siempre Tuyo, que se ajustan a la perfección a la despedida del Burrito. El cantante aparece acompañado por Sol y Manuela, las hijas de Ortega, quienes caminan emocionadas hacia las manos de su padre. El Burrito las abraza, junto con Tomás, y el llanto es incontenible para el ídolo. Sus lágrimas contagian, se observan en los rostros de los hinchas que ocupan plateas y también en la de los duros que pueblan las populares. El que no llora siente un nudo en la garganta. El Monumental se reduce a lo que sucede en el centro de la cancha, donde los invitados se acercan para saludar al homenajeado, que desea compartir con el mundo entero el sueño que se convirtió, después de algunas idas y vueltas, en realidad. Pide silencio Goycochea, el griterío es ensordecedor, y aunque parezca difícil hay un resquicio más para que el Burrito se siga emocionando. Otro video, con el saludo de mamá Mirtha; papá José; Mónica y Amalia, sus hermanas, que contaron cómo fue la espera en la casa de Ledesma, en Jujuy, de la carta que debía enviar River para que Ariel, después de superar la prueba, en diciembre de 1990, se uniera al club de Núñez. Toma el micrófono Ortega; la voz quebrada y los ojos llorosos son síntomas de la emoción. “No tengo palabras. Tenía pensado decir mil cosas, pero lo único que se me viene a la cabeza es agradecerles, son ustedes los que generaron esto. Y gracias a mis compañeros por estar. Gracias a Dios por hacerme hincha de River. Todo salió diez puntos. Es un momento incomparable, nunca viví nada así. Quiero ir a mi casa con mis hijos a relajar [sic] un poco. Fue un sueño que se me cumplió que mi hijo jugara un ratito. Cuando entró e hizo un gol no podía más de la emoción”, señala y empieza a dar, junto con sus hijos, la última vuelta olímpica, la más emotiva. Atrás quedaron los 256 partidos y los 68 goles, Ariel Ortega, el último gran ídolo, tuvo su merecido tributo.ß