“No creo que la calidad sea un misterio, y puede ser discutida”

7 sept. 2012 - Richard Sennett.El sociólogo ... intenciones, el método y el estilo de Richard. Sennett (Chicago ... con Jonathan Cobb, dice: “Comenzamos.
238KB Größe 3 Downloads 47 vistas
10 | ADN CULTURA | Viernes 7 de septiembre de 2012 | www.lanacion.com.ar/adn-cultura

“No creo que la calidad sea un misterio, y puede ser discutida” Richard Sennett. El sociólogo norteamericano, que recientemente visitó Buenos Aires invitado por la Universidad Nacional de San Martín, repasa los temas centrales de su vasta obra, dedicada a la relación del individuo con el trabajo y con la cultura, y afirma que en todo proceso creativo los errores son fructíferos porque permiten hacer descubrimientos valiosos Matías Serra Bradford | Para La NacioN

P

rofesor de Sociología en la New York University y en la London School of Economics. Fundador del New York Institute for the Humanities. Ensayista distinguido con los premios Amalfi, Ebert, Hegel, Berlín, Henkel, Tessenow, Mazzotti y Spinoza. Los títulos académicos y los galardones obtenidos no dicen demasiado acerca de las intenciones, el método y el estilo de Richard Sennett (Chicago, 1943). Tampoco han contribuido a hacerlo sentir más seguro como escritor; para él, a mayor reconocimiento, mayor debe ser la autocrítica y la autoexigencia. Los títulos de sus libros, y sobre todo los subtítulos, sí permiten definir el tenor de sus investigaciones: La corrosión del carácter, El declive del hombre público, El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, El artesano, La cultura del nuevo capitalismo, Vida urbana e identidad personal. Los usos del desorden, y el más reciente Together, cuyo subtítulo es The Rituals, Pleasures and Politics of Co-operation. Es probable que su afición a un instrumento como el chelo –y la imposibilidad de dedicarse a él a tiempo completo y de por vida– diga algo distinto acerca de su persona y aun de su prosa, acerca de la precisión y la sutileza con que despliega sus exploraciones. Sus temas centrales podrían resumirse de este modo: cómo la criatura humana se comporta en la intimidad y en sociedad, cómo trabaja a solas y en compañía de otros, cómo se mueve en una ciudad y qué hace con la cultura que circula en ella. Richard Sennett, un hombre medido, elegante, puntilloso y afable, publica hace más de cuarenta años y sus conclusiones no han envejecido. Esto declaró en La corrosión del carácter: “Un régimen que no provee a los seres humanos razones profundas para preocuparse por el otro no puede preservar su legitimidad por mucho tiempo”. –En el libro que escribió en colaboración, con Jonathan Cobb, dice: “Comenzamos con la intuición incorrecta, como suelo hacerlo en mi trabajo”. ¿Eso es parte de un método deliberado, el que elogia en El artesano, en donde afirma que los errores son fructíferos y necesarios? –Para mí lo son. Hay escritores que delinean Matías Serra Bradford es escritor y traductor. Es autor de Manos verdes y La biblioteca ideal

un libro entero y después llenan las partes. Yo no puedo hacer eso. Una vez que terminé con una pieza en prosa tengo que repensar las otras partes. Soy un escritor muy ineficiente. Hago dos borradores, a veces tres. Sólo descubro de que se trata después del primer borrador. Eso es lo terrible de cómo se entrena a los jóvenes académicos. El proceso de descubrimiento durante la escritura se aborta; se les pide constantemente que sean muy claros, que sean bien organizados. En otras palabras, que no se arriesguen a hacer un descubrimiento. –Usted retoma las cuestiones de la obsesión en el trabajo y del perfeccionismo, e implora al lector que acepte la imperfección, que pierda el control sobre su trabajo con el fin de tropezarse con aquello que John Ruskin llamó una oportunidad para vacilar. ¿Cómo administra este ida y vuelta entre la voluntad de hacer las cosas bien –así define un oficio en El artesano– y la voluntad de permitir que las imperfecciones se cuelen mientras escribe? –En eso consiste el trabajo de la revisión. Uno escribe dos o tres páginas, las deja a un lado y dice “esto es terrible”. Y se embarca en el trabajo de rehacerlas. En las ciencias humanas creemos que el lenguaje es meramente una representación en lugar de una investigación. Lo que lleva a pensar menos. Si uno usa el lenguaje como un instrumento de representación se vuelve muy burocrático. –¿Se ve representado en la definición que usted da del lenguaje de Montaigne, como algo dialógico, un mosaico de fragmentos que producen un todo coherente? –Absolutamente. Por eso nunca quise tener una teoría, en el sentido académico. Creo que los procedimientos dialógicos no son como teorías, son como manojos de creencias. Una de las cosas que fue inspiradora para mí acerca de esta generación heroica de teóricos de los años 70 y 80 es que ninguno de ellos tenía realmente una teoría. A medida que avanzaban, gente como Foucault y Barthes iban deshaciendo lo que había hecho antes. Foucault era aseverativo pero también muy autocrítico. Iba en contra de las formas estáticas de escritura. –Da la impresión de que en varios de sus libros una especie de colaboración oculta se produce con otro autor. Con Foucault en Carne y piedra, por ejemplo, o con Hannah Arendt en La conciencia del ojo, o Jean Starobinski en El respeto. Supongo que

El declive del hombre público

El artesano RichaRd Sennett

RichaRd Sennett

Anagrama

Un análisis de la crisis del hombre actual ante las dificultades de equilibrar las exigencias de la vida pública con la necesaria intimidad

Anagrama

La relación del ser humano con el trabajo, la naturaleza constitutiva de lo que se considera un oficio y el elogio de la equivocación como fuente inesperada de nuevos conocimiento son los temas de este ensayo

estas figuras han establecido estándares de perfección para su trabajo… –No he intentado copiarlos. Cuando leo algo de lo que realmente aprendo, o que me emociona, supongo que absorbo eso. Es lo mismo en el arte. Cuando oímos a un gran intérprete, como Alfred Brendel, no queremos tocar como Alfred Brendel. Es un estímulo, no un modelo. –¿Es posible evaluar el oficio de un escritor, de un músico? Respecto del gusto, no es un objeto cuya calidad uno puede evaluar objetivamente... –Es algo interesante. Cené con Brendel un par de días antes de venir para acá. Y le diría que todavía es muy autocrítico de su técnica. Cierto, está el gusto, pero también hay un fundamento físico. No creo que el gusto sea tan elusivo. No sé cómo funciona en poesía, por ejemplo, pero en la música existe un estándar objetivo para juzgar qué es lo que logra un buen tono, el modo en que uno presiona la cuerda en el chelo, eso es un procedimiento, es oficio. No creo que la calidad sea un misterio, y creo que puede ser discutida. Lo que no puede hacerse es establecer para ella rígidamente una serie de reglas. Los grandes artistas rompen reglas pero saben que las están rompiendo. –Borges sería un caso claro de una creación deliberada, y lograda, de misterio ¿No le parece que el estilo es más misterioso que la calidad? –Si no pudiéramos pensar sobre la calidad, y emitir juicios acerca de eso, no podríamos perfeccionarnos. Creo que mucho del gusto burgués todavía está estancado en cierto romanticismo cultural… Todo parece un secreto en las artes. Y si uno trabaja en eso, hace descubrimientos, toma caminos equivocados, tiene que pensar por qué algo es nuevo. Somos criaturas que constantemente intentan encontrar sentido en lo que están haciendo. –En Together escribió: “Tener un interés en los demás, en su propio terreno, es acaso el aspecto más radical de la escritura de Montaigne”. Lo que se podría conectar con un pasaje de El artesano: “El resultado de preocuparse por lo que uno ve es el deseo de hacer algo, lo que los griegos llaman poiesis”. En su caso ese deseo se traduce en libros… –Sí, pero no voluntariamente. Tengo esta lesión en mi mano, y una operación me alejó de lo que realmente quería en mi vida, que era hacer música, y supongo que hacer libros fue