Misa de san Josemaría Lc 5, 1-11 Queridos hermanos, Nos reunimos en esta Iglesia Catedral para celebrar al Señor que, en cada eucaristía, alimenta nuestra peregrinación, renueva nuestra fe y nos empuja a la misión. En este contexto recordamos a san Josemaría, insigne santo de la modernidad, que fundó la familia del Opus Dei y que nos enseñó, proféticamente, que la santidad no es el privilegio de unos pocos sino el desafío de todos. 1. El Evangelio de hoy resulta especialmente cautivante por la invitación de Jesús a Pedro: “rema mar adentro”. La imagen trasciende el oficio de un pescador. Cristo le está anticipando al primero de los apóstoles que será pescador de hombres, que deberá ir a las profundidades de la historia, en medio de los vientos y la inestabilidad de las olas, para anunciar el Evangelio y dar testimonio. Resulta particularmente llamativo que el Señor se valga, no de las virtudes, ni de los talentos sino que de la vida ordinaria de Pedro para indicarle una misión mucho más grande. Resuenan las enseñanzas de san Josemaría cuando afirma “Vive tu
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vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada”. 2. “En tu nombre echaré las redes”. Aunque la provocación de ‘remar mar adentro’ para pescar le resulta desconcertante por el fracaso de la pesca anterior, el Apóstol tiene la intuición de la fe que lo mueve a volver a pescar pero lanzando las redes en el nombre del Señor. Con la expresión: “En tu nombre echaré las redes” Pedro evidencia el ‘sentido’ de la fe que le permite comprender que, aunque hará lo mismo, su pesca ya no será igual que la noche anterior. Con inusitado realismo Pedro entiende que su acción de pescador, movida por la fe, se transformará en un hecho que irá más lejos que la pesca: le enseñará que su misión ha de ir precedida y movida por el don de la fe. Como enseña san Josemaría “Verdadera fe es aquella que no permite que las acciones contradigan lo que se afirma con las palabras. Examinando nuestra conducta personal, debemos medir la autenticidad de nuestra fe. No somos sinceramente creyentes, si no nos esforzamos por realizar con nuestras acciones lo que confesamos con los labios”.
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3. La eficacia de la pesca no se deja esperar: Una red llena, que casi se rompía. Resulta particularmente conmovedor que Pedro no se enceguece ante el éxito de su trabajo, ni se enorgullece por la fecundidad de su pesca sino que, al evidenciar la red llena de peces, dejó todo –si lo dejó todo– para ir a postrarse humildemente ante Jesús. El signo habla por sí mismo: Pedro reconoce que esa obra, grande y fecunda, no era lo más importante sino que lo esencial era reconocerse pequeño y pecador delante de su Señor. Por contraparte, ante la grandeza de un hombre humilde, Jesús solo manifiesta misericordia asociando a Pedro, para siempre, a su misión: “desde ahora serás pescador de hombres”. Queridos hermanos, en una cultura tan exitista y elitista muchas veces podemos encandilarnos ante la fecundidad visible de nuestro apostolado, de nuestra pesca; podemos sobrevalorar lo que se ve y descuidar aquello humilde y pequeño, que no goza de la espectacularidad o visibilidad que exige el mundo. Pedro nos enseña, en pocas palabras, que el secreto de la vida cristiana está, no en los logros, sino en la estrecha relación con el Señor. 4. Lo narrado nos revela algunos elementos esenciales en el camino de santidad: la provocación a remar mar adentro, que requiere
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audacia evangélica; la invitación a hacer todo en nombre del Señor, que nos exige confianza; y el abandono de los éxitos mundanos, que nos interpela a la humildad del verdadero creyente. Y estos elementos nos hablan de la pedagogía de Jesús que hace dos mil años como ahora interpela a su Iglesia en este camino hacia el cielo. 5. La urgencia de la audacia evangélica. El camino de la santidad exige la audacia apostólica para ir a los lugares estériles, de aguas agitadas y en el nombre del Señor ‘lanzar las redes’. Esa audacia ‘apasionada’ ha de provocarnos a ir a cualquier lugar, sin importar su lejanía de la fe, a anunciar el Reino de Dios. En una cultura compleja como la actual, donde parecieran existir espacios vedados para la fe y ajenos al Evangelio tenemos el deber apostólico de lanzar audazmente, con amistad y confianza, las redes de la verdad y de la misericordia para ayudar a que muchos más conozcan y acojan la felicidad del Evangelio. Como enseña san Josemaría la “audacia no es imprudencia, ni osadía irreflexiva, ni simple atrevimiento. La audacia es fortaleza, virtud cardinal, necesaria para la vida del alma”. Y esa audacia en la fe que el Papa llama Parresía, hace posible una auténtica vida apostólica, que es entrega generosa, sed de almas y compromiso con el otro. Y ese
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apostolado audaz y tenaz que come nuestras entrañas “no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo, que nos espera en la orilla del lago. Antes de ser apóstol, pescador. Después de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después”.
6. Confianza en Dios. No se entiende la vida cristiana sino en la clave de una creciente confianza en el Señor, que es quien mueve nuestro corazón. Como Pedro, hemos de dejarnos interpelar por la provocación de Dios que nos dice, una y otra vez, que la fecundidad en el apostolado no depende del lugar donde vamos ni de nuestros talentos sino de la fe que pongamos en nuestra ‘pesca’. Sin duda esto es un gran desafío. La tendencia a realizar grandes apostolados, grandes pescas, dejándonos llevar por las claves meramente humanas están a la orden del día y pueden sumergirnos en una cultura de elite. Sin desmerecer los grandes planes apostólicos, ni las cualidades humanas o los talentos, que son un
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don de Dios, la fecundidad apostólica es fruto de la gracia que actúa con inusitada fuerza en el corazón que se deja conquistar por el Señor. Como nos recuerda el insigne evangelizador del norte de Italia, San Carlos Borromeo, “las almas se ganan de rodillas”. 7. Humildad de corazón. Ser humildes es la clave maestra de la vida cristiana. Y para lograrla resulta indispensable la oración. Como enseña san Josemaría ‘La oración’ es la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se dirige y adora, de manera que todo lo espera de Él y nada de sí mismo”. De ahí que las fuerzas de Pedro salen de su estrecha relación con Dios y del reconocimiento de su propia fragilidad. No podemos olvidar jamás que Dios resiste a los soberbios y enaltece a los humildes. Por lo mismo, la vía de la humildad es la condición de posibilidad para que cualquier pesca sea fecunda. De ahí que nuestra pesca será fecunda en la medida en que Cristo crezca y nosotros disminuyamos, en la medida en que la discreción de nuestro apostolado, que no es anonimato, haga resplandecer el reino de Dios y su justicia.
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8. Queridos hermanos. La Obra enseña que la amistad y la confidencia son dos medios que ayudan a ‘tejer’ la red para la pesca fecunda. Los animo de corazón a seguir cultivando este camino, que se vive en la vida ordinaria y que está al servicio de que muchas aspiren a las altas cumbres de la vida cristiana. Los animo a no cesar en el apostolado, a buscar con devoción el amor de Dios y a ser testigos en lo ordinario de que el Señor es la causa de nuestra alegría y el sostén de nuestro peregrinar. Hago mías las palabras de san Josemaría: “Pídele a María, Regina apostolorum, que te decidas a ser partícipe de esos deseos de siembra y de pesca, que laten en el Corazón de su Hijo. Te aseguro que, si empiezas, verás, como los pescadores de Galilea, la barca repleta. Y a Cristo en la orilla, que te espera. Porque la pesca es suya.”
AMEN
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