OPINIÓN | 15
| Jueves 28 de agosto de 2014
Las semillas de la república Mariano Grondona —LA NACION—
L
a pretensión monopólica de Cristina Fernández se irá con ella el próximo año. Tanto ella como Néstor Kirchner soñaron con un poder ilimitado en el espacio y en el tiempo. Hoy podemos decir que este sueño ha fracasado. ¿Qué vendrá a reemplazarlo? Quizá, si hacemos las cosas bien, en diciembre de 2015, cuando venza el plazo de Cristina, volverá la república. Pero ¿no es que ya teníamos una república? No precisamente. Lo que teníamos era una república asediada por la pretensión monopólica del kirchnerismo. Pero una república no es monopólica, sino pluralista. En el monopolio, el que tiene el poder anula, aplasta, a sus competidores. En el pluralismo, los competidores rotan según sea la cambiante voluntad del electorado. En el pluralismo, el que manda en el fondo es el electorado a través de sus cambiantes preferencias. Al pasar de los escombros de una pretensión monopólica a las semillas de un
sistema pluralista, el desarrollo político de la Argentina se prepara para dar un salto gigantesco. A condición de que no pretendan inaugurar nuevamente un monopolio, figuras como Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri y otros compartirán el poder sin la pretensión ni la posibilidad de monopolizarlo. Será entonces y sólo entonces cuando nacerá verdaderamente entre nosotros una auténtica república democrática. Nos pareceremos más a Chile o a Uruguay que a nosotros mismos, según las señales que nos daba nuestro propio pasado. Para decirlo de otro modo, recién ahora nos estaremos despidiendo de la añoranza monárquica del Virreinato que nos acompañó desde los albores de nuestra independencia. Desde 1810 hasta aquí, y ya fuera bajo militares o caudillos, los argentinos hemos vivido en torno de la fascinación monárquica. Hoy, por primera vez, podríamos liberarnos de ella. No deberíamos minimizar los alcances de esta verdadera revolución. Cuando hay
una hegemonía política, el poder se concentra, se anquilosa, en torno de uno solo. En medio del pluralismo, en cambio, rota entre varios, entre aquellos a quienes favorezca alternativamente el pueblo. Es decir que en el pluralismo el que manda es el pueblo mediante sus cambiantes preferencias y no aquel que, ocasionalmente, las representa. Silenciosamente, estamos cambiando de sistema. Hemos sido estatistas en cuanto nos seguía dominando el monopolio del Estado. El pluralismo acoge y anuncia, por lo contrario, la flexibilidad sutil de las ideas y las opiniones sin que ninguna de ellas consiga sojuzgar a 1as demás. El Estado monárquico se reduce a sí mismo a la unidad y, al hacerlo, vuelve al monopolio. El pluralismo, al contrario, es al mismo tiempo uno y plural. Son varios los que conviven, misteriosamente, en una cercanía, en una suerte de complicidad institucional. El poder admite la tensión entre sus diversas variaciones. Su clave es simplificar
estas variaciones hasta volverlas compatibles con un orden en definitiva armónico. Si exagera la tendencia a la unidad, se empobrece en dirección del autoritarismo. Si permite la explosión de las variaciones, se disuelve en la anarquía. La república es el punto medio entre un extremo y el otro del poder. Entre las tendencias contrapuestas que, de un lado, parecen luchar entre ellas, pero en el fondo se buscan unas y a otras, como si formaran las partes de un todo. Quizás el secreto del poder benéfico, logrado, sea, como acaba de sugerirlo el papa Francisco, “hacer un poco de lío”. Vivir en tensión, tanta como para seguir siendo creativos, pero no tanta como para ahogar la pasión. La tentación, aquí, es la paz así llamada “de los cementerios”, que proviene a su vez del miedo inevitable a las ambiciones contrapuestas que, en dosis excesivas, conducirían a una suerte de parálisis, por anularse unas a otras. Se arriba así a una suerte de paradoja. Buscamos la paz del poder, pero ella no po-
dría lograrse sin una dosis de incertidumbres y temblores. Es que no somos dioses, sino aspirantes imperfectos a una suerte de divinidad ilusoria, que es la nuestra. Tenemos el don de la vida, pero nos ha sido dado por un breve plazo, de manera tal que, cuando parecía que estaba con nosotros, ya se estaba yendo. ¿Qué deberíamos hacer, en todo caso, frente a esta duda que nos acompaña? Si la repudiáramos, quizá renunciaríamos a lo que nos constituye. Pero en definitiva, ¿qué nos constituye? Nuestra misma esencia, ¿será la duda? Por eso buscamos. Por eso hemos hallado tantas cosas y nos faltan muchas otras por hallar. Más todavía que las anteriores. Estamos insatisfechos, pero lo más que pediríamos es que nadie nos librara jamás de nuestra insatisfacción. Nuestra gloria mayor es la duda que albergamos y tememos al mismo tiempo. Pero nuestro gran capital es, aun así, la esperanza. ¿A quién deberíamos agradecérselo? © LA NACION
cambio cultural. Los reclamos por el “derecho al olvido” hablan de una nueva época en la que la vida es un relato
editable y los recuerdos son una suerte de capital que se debe administrar con el propósito prioritario de mostrarlos
Memoria digital, a gusto del consumidor Paula Sibilia —PArA LA NACION—
Viene de tapa
Ese reconocimiento tan reciente del “derecho al olvido” remueve algunos cimientos de nuestra tradición filosófica y hace surgir la duda: ¿estaría consumándose, por fin, en pleno siglo XXI, aquel feliz desprendimiento de las garras de la memoria, defendido por el filósofo alemán en 1873? Quizás sí, aunque no exactamente. Porque lo que entendemos por memoria y olvido, incluso por “ser alguien” y la relación que eso implica con los propios recuerdos, todo eso suele cambiar con los vaivenes de la historia. Y tal vez se haya reconfigurado de modos inesperados en los últimos tiempos. En todo caso, no sorprende que figuras como Nietzsche o el Borges de “Funes el memorioso” hayan reflexionado sobre los posibles abusos de la memoria, ya que sus obras solían apuntar a ciertos valores vigentes en la época en que escribieron, y, como se sabe, tanto el siglo XIX como buena parte del XX estuvieron obsesionados por la memoria. Incluso Sigmund Freud, autor de una de las teorías más exitosas sobre qué significa ser humano en la era moderna, atribuyó a la memoria un rol despótico: podemos no recordar algo o creer que lo olvidamos, pero todo lo que vivimos nos constituye de un modo profundo y crucial, alimentando lo que somos. Aunque un determinado episodio no se encuentre clarificado en el plano más inmediato de la conciencia, todo lo vivido está hospedado en sustratos todavía más hondos de nuestra esencia y no hay nada que hacerle: aunque pensemos que no nos acordamos, estamos hechos de esa materia tan esquiva como insistente. Sin embargo, mucha agua corrió bajo el puente desde aquellas victorianas épocas, y es probable que nuestra relación con la memoria ya no sea la misma. Es cierto que, quizá como nunca antes, hoy se yerguen museos, eventos o parques temáticos para rendirle culto a toda suerte de acontecimientos del pasado, sin dejar de lado la recreación espectacularizada de épocas enteras, mientras infinidad de material
periodístico o bibliográfico también se ocupa del asunto. Para no hablar de los blogs, los perfiles en las redes sociales y las toneladas de fotos que acumulamos para documentar cada instante de nuestras peripecias vitales. Pero todo eso convive con una novedad: las herramientas para borrar recuerdos. Podría pensarse que el reclamo por el “derecho al olvido” que explotó en Internet tiene su correlato en experimentos científicos más o menos recientes que buscan
descubrir una sustancia química capaz de extirpar reminiscencias dolorosas de los cerebros de quienes sufren de “estrés postraumático”, por ejemplo. A ese esfuerzo se alude en la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, cuyos personajes recurren a una empresa que vende ese tipo de servicios. No es casual que justo ahora emerjan esos sueños de una memoria editable a gusto del consumidor, como si la propia vida fuera un relato contado en soporte
digital, cuyos episodios desagradables pudieran ser borrados –o mejor, deleteados– con la eficacia típica de las computadoras. Al ser tratados como archivos digitales, los recuerdos dejan de pensarse como aquel ingrediente etéreo y misterioso que nutría la interioridad de cada individuo. Esa esencia oculta y enigmática era claramente analógica, incompatible con cualquier dispositivo electrónico e incapaz de convertirse en información. Por eso,
exigía otras técnicas de desciframiento: los viajes introspectivos y las evocaciones retrospectivas, por ejemplo, como rituales para conocerse a sí mismo tratando de darle un sentido coherente al caótico flujo de acontecimientos que componen cualquier vida. Pero algo parece haber cambiado bastante en ese cuadro. Al operar según la lógica informática, si nadie recuerda que algo sucedió –incluso uno mismo– porque ese dato fue eliminado técnicamente, entonces se puede actuar como si eso jamás hubiera existido. Como quien recurre al bisturí para modelar su aspecto físico, por ejemplo, o como quien edita su Timeline en Facebook o exige que Google oculte imágenes y textos vergonzosos. La materia que nos constituye parece haber cambiado sutilmente, transmutando en otra cosa al redefinirse los pilares que sustentan la historia personal de cada uno. Ya no es algo cuyos vestigios se guardan en lo más recóndito del propio hogar (como se hacía con el álbum familiar o con el diario íntimo de antaño, por ejemplo) o “dentro” de las entrañas de cada uno, sino una especie de capital que se debe administrar con el propósito prioritario de mostrarlo. O sea, un relato cuya función primordial es que los otros lo vean. Pierde relevancia, entonces, el hecho de que un determinado evento haya sucedido o no, así como la consecuente manera en que ese recuerdo del pasado afecta al presente y a la “esencia interior” de su protagonista; lo que importa, en estos casos, parece ser otra cosa: cómo lo ven los demás. Quizás esta polémica tan actual en torno al “derecho al olvido” en Internet sea un nuevo indicio de un cambio histórico de enorme magnitud y complejidad que se viene consumando entre nosotros y cuyos síntomas están por todas partes: la “verdad” no emana más del interior de cada uno, como solíamos pensar hasta hace poco, sino de la mirada ajena. Incluso en lo que respecta a quién se es, quién se fue y quién se podría llegar a ser. © LA NACION
Un pronóstico para las presidenciales de 2015 Luis Majul —PArA LA NACION—
A
unque todavía falta un año y dos meses para las próximas elecciones presidenciales, hay quienes se sienten en condiciones de anticipar el resultado. Y lo hacen con una seguridad que apabulla. Un ex funcionario que participó activamente en la cocina de todas las campañas a presidente del Frente para la Victoria (FPV), desde 2003 hasta la fecha, me desafió, el fin de semana pasado, a que recordara con precisión este pronóstico: “Van a ser un calco de las elecciones de 2003”. Las elecciones de 2003 se celebraron el 27 de abril, tiempo después de la crisis económica y social más grave de la historia reciente. El entonces presidente, Eduardo Duhalde, para evitar que Carlos Menem fuera el único candidato del Partido Justicialista, impulsó una virtual ley de lemas que le permitió al peronismo presentarse con varios postulantes. Así, en la primera vuelta, Menem obtuvo el 24,45% de los votos; Néstor Kirchner, 22,24%; ricardo López Murphy, 16,37%, Adolfo rodríguez Saá, 14,11, y Elisa Carrió, 14,05. La segunda vuelta no se realizó, porque Menem, en una actitud miserable, se negó a competir. Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003 con pocos votos, pero con la habilidad política suficiente como para recomponer la autoridad presidencial. Ésa es la foto que el ex funcionario de
Kirchner y también de Cristina Fernández vislumbra para octubre de 2015. La única diferencia son los nombres de la ecuación. “En la primera vuelta, el FPV va a salir primero con cualquier candidato que vaya; el Frente renovador, segundo, porque Sergio (Massa) es al kirchnerismo lo que Néstor (Kirchner) era al menemismo, y Mauricio Macri va obtener un porcentaje parecido al que logró López Murphy. Es decir: lo máximo que puede conseguir la derecha en este país.” El hombre, que se jacta de recibir casi todas las encuestas del mercado, descuenta que no habrá acuerdo entre Macri y el conglomerado de UNEN y que Massa ganará en segunda vuelta contra cualquier candidato, incluido el que mejor mide del oficialismo, Daniel Scioli. También descarta un eventual crecimiento de UNEN o la posibilidad de que la UCr se rompa, que una parte vaya con Macri y otra con el mejor candidato entre Cobos, Sanz, Binner o la propia Carrió. “Lo mejor que le puede pasar a Massa para consagrarse presidente es tener en UNEN a una dirigente destructiva como Carrió. Alguien que en vez de hacer autocrítica porque no puede contener a sus dirigentes en la provincia de Buenos Aires los acusa de irse con el jefe del narcotráfico”, me dijo. El vaticinio del funcionario tiene una debilidad manifiesta. Como su distrito de pertenencia es la ciudad de Buenos Aires
no parece ser tan preciso para analizar las posibilidades del jefe de gobierno. ¿Es correcto asimilar la cantidad de votos de López Murphy en 2003 con el caudal que podría conseguir Macri en octubre del año que viene?, le pregunté. Para él, “la derecha” tiene un techo electoral del 20%, UNEN o “lo que quede” de ese espacio conseguirá un porcentaje parecido a lo que obtuvo Carrió en 2003 y el 14% que cosechó entonces Adolfo rodríguez Saá se podrían repartir entre el candidato del FPV y Massa, si es que el puntano no se vuelve a presentar para presidente. Le pregunté qué opinaba de la información que sostiene que Macri estaría empatado con Massa y Scioli en la intención de voto a presidente, y que superaría a ambos en distritos como la propia Ciudad y las provincias de Santa Fe, Córdoba y Mendoza. “Al final del camino, la derecha es la derecha, y no la tercera vía, como sostiene el slogan electoral de Mauricio”, me dijo. Para el dirigente en cuestión, que ahora asesora al ex intendente de Tigre, antes de dar un vaticinio definitivo hay que esperar decisiones claves de la Presidenta y de los demás candidatos a sucederla. “Es evidente que Cristina lo está ayudando a Macri. Y que eso le está quitando votos, en mayor medida, a UNEN y también al FPV. Si esa ayuda se llegara a profundizar, Pro podría crecer y mucho”, arriesgó. La fuente aceptó que Mas-
sa se amesetó y que le juega en contra ser el “candidato de moda, cuando falta más de un año para las elecciones. Lo que importa es ser el candidato del momento una semana antes y no con tanto tiempo de anticipación. Corrés el riesgo de pasar de moda y empezar a desinflarte. Igual, Sergio tendría que cometer un error muy grande para no suceder a Cristina”, aclaró. El hombre está preocupado por la eventual designación de Martín Insaurralde como candidato a gobernador de la provincia con la bendición de Massa. “Ahora está primero en las encuestas, pero en cuanto pase del FPV al Frente renovador la gente se va a empezar a preguntar si no somos todos lo mismo”, se atajó. También, como porteño que es, se desvive por saber qué va a hacer Gabriela Michetti. “En la Ciudad, como candidata a jefa de gobierno, es imbatible. Dasalienta a cualquier dirigente que pretenda competir con ella. Tiene como el 40% de los votos y está a más de 20 de Lousteau, el único con posibilidades de dar una módica pelea.” Michetti ya fue tentada por asesores de Massa y Carrió para irse de Pro y sumarse a UNEN o al Frente renovador. La supuesta convicción de Macri para ungir como su sucesor a Horacio rodríguez Larreta es lo que hace “ratonear” a dirigentes de otros partidos con la posibilidad de tentarla. Pero Michetti ya tiene decidido qué es lo que va a
hacer. Sólo podría resignar su deseo de competir para jefa de gobierno si las encuestas le demuestran que, como candidata a vicepresidenta de una fórmula encabezada por Macri, podría lograr que la fuerza ingresara a la segunda vuelta, con posibilidades serias de llegar al gobierno nacional. “La fórmula Mauricio presidente y Gabriela vicepresidenta sería más de lo mismo”, dio por descontado, sin pensarlo, el mismo dirigente que sostiene que las próximas elecciones serán idénticas a las de 2003. Le pregunté, entonces, si no podría ser vista, por muchos argentinos, como una ampliación ideológica del imaginario donde se encasilla a Macri y a Pro. Algo así como los millones de votos que le hizo ganar Carlos Chacho Ávarez a Fernando de la rúa en 1999. Me dijo: “En ese caso recemos para que no se repita la experiencia”. El apuesta a que, a la hora de la verdad, más argentinos definan su voto a favor “de la gobernabilidad peronista” y en contra de una alternativa nueva con dificultades para gobernar. Macri por un lado, Carrió y Sanz, por el otro, aspiran a romper con esa lógica. Massa sería el cambio con algo de continuidad y Scioli la continuidad con algo de cambio. Siempre y cuando una crisis económica y social o una corrida cambiaria no haga volar todos los pronósticos por el aire. © LA NACION