turismo | 11
| Domingo 7 De septiembre De 2014
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La tranquilidad de Bahía Blanca
Por la maravillosa Ruta de los Siete Lagos
Por silvia ureta
Por alejandro destuet
Suecia.
“Ystad es una antigua, bella y apacible ciudad sueca sobre el Báltico, escenario –tanto en el papel como en las filmaciones– de los casos del célebre inspector Kurt Wallander. Para los seguidores: ¡imperdible!”, recomienda Juan Carlos Cervellera.
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Israel y Jordania Busco compañero mayor de 50 para viaje veinte días a Israel y Jordania, en marzo o abril. Roberto. algaoroberto@yahoo. com.ar
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Amanece lluvioso. No importa: el circuito de los Siete Lagos es una maravilla que resiste todos los climas. La rebautizada ruta 40 conecta Bariloche con San Martín de los Andes. Hoy, el camino está casi todo asfaltado. Mica, nuestra joven guía, nos señala que una leyenda dice que si la recorremos de Norte a Sur se pierde un año de vida: en sentido opuesto se recupera. En 16 km alcanzamos DinaHuapi, una primitiva colonia de dinamarqueses con clima privilegiado. El cerro Leones esconde una caverna comunicada con un lago, tan estrecha que una turista debió abandonar su bolso en el camino para atravesarla. El silencio de la gruta permite escuchar los latidos del corazón. Cruzamos el Limay: estamos en Neuquén. Detrás de una fila de álamos hay cotos de caza. Vamos por la estepa patagónica, antiguo territorio de los tehuelches. Nómadas, los hombres eran altos y ágiles para cazar; las mujeres, bajas y morrudas, se encargaban de las mudanzas. Vemos el ventoso brazo Huemul del Nahuel Huapi. El animal que le da su nombre está en extinción: quinientos ejemplares en la Argentina y mil quinientos en Chile. Cerca se encuentra la estancia Ortiz Basualdo, donde se descubrió un antiguo cementerio jesuita. Ni ellos ni los fran-
ciscanos lograron afincarse en la zona. En Villa La Angostura hacemos la primera pausa, y comemos tortas y facturas exquisitas. El pueblo, fundado en 1932, fue el más afectado por la erupción del volcán chileno de 2011: cuarenta centímetros de ceniza. Fracasado el intento de aprovecharla para fabricar ladrillos (ya que se deshacían), la mitad de la población se organizó en cuadrillas para recogerlas y arrojarlas a la laguna Ceferino Namuncurá. Dejamos atrás la residencial Bahía Manzano. Poco después llegamos al mirador del lago Espejo, con una linda playa y aguas calmas. Más adelante, incrustadas entre las montañas aparecen las aguas verde azules del Correntoso. Allí Primo Capraro instaló un hotel de lujo que llegó a contar con usina propia y un hidroavión para el traslado. Cerrado en los 90 se reabrió en 2003. En el camino se alzan hermosos coihues. Son altos y longevos: llegan hasta cuarenta y cinco metros y setecientos años. Avistamos un cóndor andino y llegamos al cuarto lago, el Villarino,
conectado con el Falkner. Ambos nombres se vinculan en la historia; el segundo fue un clérigo luterano de origen inglés que, convertido en jesuita, recorrió la Patagonia. Escribió un libro que sirvió de guía al piloto español Villarino, enviado por la corona española a colonizar la región. Alcanzamos el lago Machónico, que significa agua hechizada. Luego el arroyo Partido, único en el mundo que pertenece a dos cuencas oceánicas, el Pacífico (a través del brazo derecho, arroyo Pil Pil) y el Atlántico (brazo derecho, arroyo Culebras). Hemos arribado a tierra mapuche. La comunidad produce artesanías en plata y tejidos de lana sumamente apreciados. En media hora estamos almorzando ciervo, jabalí y otras delicias de la zona en San Martín de los Andes. Caminamos por la costa del lago Lácar, pero el viento es muy fuerte. Emprendemos el regreso. La lluvia cesó; sobre la ruta un arco iris nos acompaña. Ahora vamos de Norte a Sur, y devolvemos el año de vida ganado. Pero nos quedan los paisajes e historias de este paseo mágico.ß
El 18 de julio mi hija y yo viajamos a Bahía Blanca para asistir al 2º Torneo Provincial de Gimnasia Artística, en el que ella compitió. Nos quedamos tres días y quedamos sorprendidas por la tranquilidad con que se vive en esa ciudad y la amabilidad de la gente. En el trayecto del aeropuerto al hotel observé las calles, las casas, el tránsito. Parecía que hubiera viajado 30 años hacia el pasado; las cosas transcurrían a otro ritmo. Fuimos a almorzar a un restaurante antiguo, que estaba repleto: familias, matrimonios, amigos, compartían un encuentro de un día de semana, distendidos como si estuvieran de vacaciones. Nos trasladamos en taxi al Club Olimpo de Bahía Blanca. El chofer nos contó que conoce a Manu Ginóbili desde chiquito, cuando comenzó a jugar al básquet. Más de 400 gimnastas participaron del torneo, representando a clubes de Buenos Aires. Finalizadas las actividades del viernes fuimos a cenar con las profesoras y gimnastas del club que representa mi hija. Una vez más transitamos por esta ciudad con alma de pueblo y caminamos más de diez cuadras sin correr ningún riesgo, como lo hacíamos por cualquier barrio hace algunos años. El sábado caminamos por el centro sin escuchar una sola bocina, gente de todas las edades disfrutaba de la calle con tranquilidad. Bahía Blanca es una ciudad antigua y bien cuidada. En el centro hay una plaza enorme, con palmeras altísimas y faroles añosos, donde la gente se reúne sin miedo a los arrebatos, como sucede en otras ciudades.ß