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ENFOQUES
I
Domingo 4 de enero de 2009
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| Humor |
Angel Boligan / El Universal, de México Luego de 50 años, la revolución cubana continúa anclada en la isla.
David Granlund / Massachusetts –Abuelo, contanos otra vez la historia de cómo era la vida antes de 2008. Monte Wolverton / Mad Magazine Las provocaciones de Hamas y la respuesta militar de Israel en la Franja de Gaza.
La dos
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| Perspectivas |
| Sin palabras por Alfredo Sabat |
| Catalejo |
Demoliciones Néstor, el hit de 2008
La teoría de los puntos y las vueltas
CLAUDIO A. JACQUELIN
HERNAN CASCIARI
Los funcionarios dicen otra cosa. Pero ya se sabe que la Historia muchas veces es una cosa y otra muy otra es la historia oficial. Este caso no es la excepción. El año que terminó acaba de dejar una certeza que cualquier otro relato no logrará modificar: el afán demoledor de Néstor Kirchner terminó por vaciar de contenido una de las pocas instituciones republicanas que él mismo había recuperado. Y va por más. Los últimos hechos ya no dejan dudas. Nadie podrá negar ni dejar de reconocer que, durante su mandato, Kirhner completó la obra de restauración de la autoridad presidencial iniciada por Eduardo Duhalde tras el proceso de licuación que, con su particular talento para el fracaso, desarrolló Fernando de la Rúa, con la asistencia imprescindible de su fugitivo vicepresidente Chacho Alvarez. Pero la propensión a romper puentes y una creciente y manifiesta inclinación a confundir cosa pública con cosa propia han llevado a Kirchner a demoler hasta su propia obra. Los relatos de los funcionarios sobre el esquema de toma de decisiones concentrado en las manos excluyentes de Néstor Kirchner, que se traduce en órdenes incuestionables, en reproches furibundos y en desautorizaciones ruidosas y avergonzantes a cualquier hora, no dejarían ninguna duda a nadie sobre el vacío que sufre la institución presidencial si no fuera porque en el planeta K nadie habla si no es en absoluta reserva y con el ruego del más estricto anonimato. La anomalía cobra entidad cuando se repara en que, en un país hiperpresidencialista como la Argentina, quien realmente gobierna no tiene mandato concedido por nadie ni responsabilidad institucional alguna. No menos paradójico puede resultar que su único cargo público sea el de presidente de un partido político, en tiempos en que la realidad institucional de los partidos políticos muestra menos signos vitales que los de un dinosaurio patagónico, como lo reflejó recientemente monseñor Casaretto al decir que en la mesa de diálogo que impulsa la Iglesia los únicos faltantes por la falta de institucionalidad que tienen son los partidos. No menos curioso resulta que quien ocupa el deslegitimado cargo no parece preocuparse por disimular lo que con un tremendo esfuerzo comunicacional, algo de pudor republicano, escaso miedo al ridículo y mucho de temor reverencial tratan de maquillar algunos funcionarios, como lo hace en esta edición el jefe de gabinete Sergio Massa en la entrevista con Ricardo Carpena. Las demostraciones son cotidianas, y si no alcanza con revisar la agenda de la Presidenta, basta con escucharla, además de oírla. Por ejemplo, ¿no le parece suficiente muestra de confusión de roles que, en su reciente clase magistral a los periodistas acreditados en la Casa de Gobierno, Cristina Kirchner haya reclamado para ella, la Presidenta, un trato igual al que el periodismo dedica a cualquier otro político? No parece que haga falta mucho más para explicar por qué la empresa más exitosa de 2008 se llama Demoliciones Néstor.
BARCELONA Al leer, estos días, sobre la creación porteña de un sistema que quita los puntos del registro de conductor por faltas graves (pérdida de 5 puntos por conducir usando el celular, 20 por correr picadas, 5 por violar la luz roja, etcétera), me vino a la memoria la figura de Enrique Politto, el loco de mi pueblo. El tenía una teoría –ahora comprendo que era un adelantado– en la que aseguraba sólo era necesario cambiar las palabras “pesos” y “meses” por “puntos” y “vueltas”, para que el mundo fuese un paraíso. La obsesión de esa idea descabellada lo convirtió en el loco de la ciudad. La teoría de Politto puede resumirse así: si la unidad monetaria del mundo se llamase “puntos” y a los meses les dijéramos “vueltas”, la vida sería un juego de mesa y el mundo sería un lugar más divertido, más justo y, sobre todo, menos doloroso. Al comenzar cada vuelta, por ejemplo, el jefe le da al empleado una tarjeta que dice: ¡ENHORABUENA! GANA MIL PUNTOS. El día cinco el empleado recibe en su casa otra tarjeta que pone: PIERDE TREINTA PUNTOS. FIRMADO: ENDESA, y otras tarjetas similares con las que sigue perdiendo puntos. El empleado no se preocupa, porque en la siguiente vuelta ganará otros mil puntos. De este modo, auguraba Politto, las personas comenzarían a ver la vida como un divertimento, y no como un lastre. El dinero (la necesidad de poseer) y el tiempo (la necesidad de perdurar) se convertirían en un desafío lúdico. Según el loco de mi pueblo, resulta mucho más triste decir “me faltan 250 pesos para llegar a fin de mes” que decir “con 250 puntos extra paso de vuelta”. Ahí está, decía, la clave de la tristeza humana: la gente necesita una inyección de optimismo, una señal permanente de que todo es un juego. “Fíjense qué diferente sería nuestra relación con los mendigos –nos decía, conversando en la plaza–: en vez de darles monedas por la calle, les daríamos puntos, y nos sentiríamos jurados de las olimpiadas. Pasaríamos al lado del ciego y diríamos: 9 PUNTOS. Nos acercaríamos al rengo y diríamos: 7 PUNTOS Y MEDIO”. Sus arengas eran ampulosas, y nosotros, los adolescentes de entonces, lo escuchábamos embelesados: “Pongamos que un ladronzuelo roba doscientos puntos –nos explicaba–; entonces la policía atrapa al ladrón y le da una tarjeta: PIERDE SEIS VUELTAS. El ladrón se queda un tiempo equis sin jugar, pero no se sentiría preso. Es muy feo estar preso”. La obsesión de Enrique Politto lo llevó, en su juventud, a llamar sistemáticamente “puntos” y ‘”vueltas” a los pesos y a los meses. Así se convirtió en el loco del pueblo. Los chicos de Mercedes le tiraban piedras, los mayores lo trataban con sorna y las señoras mayores se cruzaban de vereda cuando aparecía. Desde los años setenta había intentado demostrar que el mayor error económico del mundo era semántico. El problema es que sus teorías circulaban en la plaza de un pueblo, por lo que fue mucho más fácil declararlo loco que economista o Director de Tránsito. Si ahora viviera, se sentiría orgulloso.
LA NACION
PARA LA NACION
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El conflicto en Medio Oriente
| Prisma |
El sistema Ponzi y sus variantes ENRIQUE VALIENTE NOAILLES PARA LA NACION
Los sistemas de fraude son eficaces porque dependen menos de la sofisticación de la promesa que de la voluntad de creer. El deseo de ser tocado por una varita mágica y la aspiración a que la suerte se desproporcione en nuestro favor son grandes y siempre habrá quienes cierren los ojos ante esa tentación. El caso de Bernie Madoff es casi inverosímil: no se entiende cómo hizo para burlar a los inversores y reguladores más sofisticados del mundo. Uno comprendería que ocurriera en países como el nuestro, donde no sobran variantes temáticas del fraude. La Argentina previsional ha sido siempre un gigantesco sistema Ponzi, una larga cadena de la felicidad, si no fuera irónico llamar así al sistema jubilatorio. Pero, además, ni siquiera es necesario el sistema Ponzi. Basta un decreto presidencial para robarse todos los recursos. Es que nuestro sistema produce avezados símiles de Madoff. Se pide en las campañas políticas que se invierta el voto a cambio de grandes promesas. Esquema que se completa luego con el
desvío de los aportes de capital de los contribuyentes hacia intendentes, gobernadores y demás usufructuarios de las utilidades de ese gigantesco fondo de inversión. Todo se hace con plata ajena, y el esquema queda también al descubierto cuando se acaban los recursos. En otras áreas, muchos predicadores utilizan también el sistema Ponzi para evangelizar a sus acólitos, con un mensaje que invita a invertir en ellos, para recibir luego rentas extraordinarias en el otro mundo. Esta variante del esquema Ponzi es perfecta, porque nunca se reclama de antemano el capital, y además realiza la alquimia de convertir recursos sometidos a la usura del tiempo en rentabilidades protegidas por la inmortalidad. El otro reciente y notable fraude es el libro de memorias falsas sobre el Holocausto nazi escrito por Herman Rosenblat, que resultó ser pura imaginación y que se preparaba como uno de los grandes lanzamientos editoriales. El hombre, sobreviviente real de Buchenwald, imaginó una bella historia en la cual una niña cristiana le entregaba manzanas a través del alambrado del campo y que resultaba ser
aquella que encontró luego en la vida, y con la que se casó. El develamiento de este fraude causó un daño superior al de Madoff. Porque aquella historia era la prueba que siempre necesitamos de que, aun en el infierno, pueden germinar el amor y el sentido. Hay que confesar que este caso, al contrario de Madoff o de los obesos gurúes que predican la redención mientras sorben helados, causa una remota sensación, si no de comprensión, al menos de piedad. ¿Fue sólo un negocio, una búsqueda de notoriedad, o un invento mediante el cual alguien necesitó escribir un final feliz para una tragedia? ¿Acaso el germen fue reescribir una realidad demasiado dura como para seguir viviendo, y la mentira, por ser demasiado bella, se le escapó de las manos y creció como una bola de nieve? En definitiva, uno se pregunta si, a pesar de las apariencias, el principal destinatario de la ilusión no era él mismo. Mientras existan ilusiones flotantes, siempre habrá puertos que se ofrezcan. En todo caso, ¡muchas felicidades para 2009, inmunes a Ponzi y sus variantes!
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