La luz al final del túnel y otros misterios

21 nov. 2014 - (Ineco) y de la Fundación Favaloro, comen- ta: “La crítica más reciente es la de Gregory. Hickok, en The Myth of the Mirror Neurons. (“El mito ...
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Viernes 21 de noviembre de 2014 | adn cultura | 7 EngranajEs cErEbralEs

La luz al final del túnel y otros misterios

Otro enfoque explica la persistencia de las creencias religiosas por una necesidad de identificación con el grupo de pertenencia fotos: corbis y reuters

naturaleza no tiene intenciones, ni moral ni propósitos: somos nosotros quienes vemos espejos humanizantes por todos lados”. Y agrega: “Hay una famosa película animada con figuras geométricas que se mueven e inmediatamente generan en el público la idea de intencionalidad: el cuadrado es malo porque quiere empujar al círculo, que trata de tener un affaire con el triángulo… ¡y no son más que figuras sobre un plano! Esto incluso funciona con puntos que se mueven: por motivos que no resultan del todo evidentes, algunos nos resultarán más simpáticos que otros”. Otro enfoque explica la persistencia de las creencias religiosas por una necesidad natural de identificación con el grupo de pertenencia. Se atribuye un protagonismo especial en esta propensión a un sistema del cerebro conformado por las “neuronas espejo”, que se activan tanto cuando un individuo actúa como cuando la misma acción es realizada por otro. Muchos investigadores creen que estas neuronas son importantes para enten-

der las acciones e intenciones de los demás, y que son la base de la empatía. Sin embargo, el mecanismo de las neuronas espejo está comenzando a recibir críticas importantes. Agustín Ibáñez, investigador del Conicet, del Instituto de Neurociencias Cognitivas (Ineco) y de la Fundación Favaloro, comenta: “La crítica más reciente es la de Gregory Hickok, en The Myth of the Mirror Neurons (“El mito de las neuronas espejo”, W.W. Norton & Company, 2014). Para mí, el principal problema que tiene es que las neuronas espejo sólo responden a la observación y la ejecución; es decir, sólo se activan ante procesos cognitivos, pero no hay nada que haga suponer un mecanismo causal. Toda la evidencia apunta a que son más bien un efecto de la imitación, la intersubjetividad, el lenguaje, la empatía, y no la causa de todos ellos. En mi opinión, los atributos de la empatía, la imitación (¿la conducta afiliativa de la religión, tal vez?) ocurre en la mente de quien lo piensa, no en los datos: éstos sólo muestran coactivación de esas neu-

ronas ante la ejecución o la observación”. Ibáñez también advierte que hay que tomar con cautela las conclusiones obtenidas a partir de las neuroimágenes: “Sólo estamos empezando a entender cómo trabaja orquestadamente el cerebro. Que un área se prenda o se active no nos dice mucho en sí mismo acerca de los procesos que ocurren en dicha activación. Y algo más técnico: aunque todavía no está claro, la activación [que registra] la resonancia magnética funcional al parecer implica la actividad excitatoria e inhibitoria del cerebro sumadas. Por ende, tal vez tendemos a pensar que cuando un área se activa es un proceso unitario, mientras que podría tratarse de procesos diferentes, e incluso, en ciertas condiciones, opuestos”. Las neuronas de Dios analiza exhaustivamente éstas y otras explicaciones sobre la religión y la espiritualidad, pero no da respuestas sobre la existencia de Dios. “Seguramente todos somos creyentes al menos en una etapa de la vida, y esto es parte de lo que se trata en el libro –confiesa Golombek–. Si bien mi familia cercana no era muy practicante, sí observábamos las festividades religiosas, sobre todo como una excusa para los encuentros familiares. Tuve una educación religiosa ‘de fin de semana’, pero con un objetivo más social que religioso. Mis abuelos sí eran observantes; de hecho, mi abuelo paterno fue maestro de religión cuando emigró a Entre Ríos.” El autor e investigador, que como parte de la experiencia de escribir sobre este tema probó la ayahuasca (aunque aclara que no logró una comunicación con Dios), afirma que más allá de los argumentos científicos considera muy respetable la posición del creyente. Pero, advierte, “cuando se quiere mezclar [la fe] con ideas científicas, la cosa no puede terminar bien, ya que las bases íntimas de la religión y las de la ciencia son diametralmente opuestas; una se mueve por la fe y la otra por la evidencia. Además, está claro que en una eventual confrontación no podría haber un ganador: la religión ofrece certezas; la ciencia, dudas; la religión propone explicaciones sobrenaturales; la ciencia se contenta con lo fantástica que es la naturaleza”. Entonces, ¿para qué este libro? “No pretendo evangelizar, pero sí promover preguntas sobre por qué hacemos lo que hacemos, o creemos lo que creemos –contesta–. Aunque después sigamos creyendo, siempre es bueno poder analizar racionalmente nuestro comportamiento. Por otro lado, es deseable ejercitar el pensamiento racional como alternativa a las supersticiones y las seudociencias.” El desafío del cerebro de comprenderse a sí mismo es, fuera de toda duda, una de las aventuras más formidables que se haya planteado la humanidad. Pero a pesar de notables avances, sólo está en sus inicios. Como dice el propio Golombek: “La ciencia no puede dar cabida a la totalidad de la experiencia humana”. Al menos por ahora. C

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ntre los muchos engranajes del cerebro que ya fueron desmontados por las neurociencias están los que explican la tan extendida visión de una “luz al final del túnel” momentos antes de morir. Según explica Golombek, habría una química de la “casi muerte”: Llega menos oxígeno al cerebro y las neuronas seguramente responden de manera peculiar. En experimentos con ratas, por ejemplo, se comprobó que el momento del pasaje a la inmortalidad aumenta mucho el nivel de una sustancia cerebral [la ya nombrada] serotonina, que está relacionada con la percepción y el estado de ánimo. […] La hipoxia –falta de oxígeno– que se genera en un paro cardíaco parece suscitar la sensación de cuerpo-fuera-del-cuerpo, así como alucinaciones y luces varias. Quizás incluso se activen sin control áreas relacionadas con la memoria, de manera que la vida pase frente a nuestros ojos. Por otro lado, si el ojo no está recibiendo suficiente sangre, va a comenzar a cerrarse de a poco: he ahí el túnel aparente, y los destellos de iluminación que recibe la retina podrían representar la luz al final del túnel.

Misterios como éste y muchos otros no hacen más que estimular la curiosidad de los investigadores. En La búsqueda científica del alma (Debate, 1990), el Nobel Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura de doble hélice de la molécula de ADN, reivindica esta exploración de lo desconocido: Desde luego que hay gentes que dicen no querer saber cómo funciona nuestra mente. Creen que comprender la naturaleza es desmerecerla ya que se elimina el misterio y, en consecuencia, el natural respeto que sentimos cuando nos vemos enfrentados con cosas que nos impresionan y de las que sabemos muy poco. [...] A mí me parece que la imagen moderna del universo, mucho, muchísimo más antiguo de lo que nuestros ancestros habían imaginado, y repleto de objetos maravillosos e inesperados, hacen que nuestra anterior idea de un mundo geocéntrico sea acomodaticia y provinciana. Este nuevo conocimiento no ha disminuido nuestra sensación de respeto, sino que la ha incrementado inconmensurablemente.” C