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página dos
| Domingo 21 De octubre De 2012
Página dos el medio es el mensaje
ilustrado
La ley de medios y su welcome a los yanquis
Pablo Bernasconi —LA NACION—
Pablo Sirvén —LA NACION—
S
pruille Braden, el célebre embajador norteamericano, que Juan Domingo Perón tuvo a maltraer en 1945, tal vez hoy tendría más motivos de regocijo que de desdicha, al menos en materia de negocios de comunicación. La ley de medios que pretende ponerle, más que a nadie, los puntos sobre las íes al Grupo Clarín, es por demás contemplativa con las señales y los sistemas de transmisión pertenecientes al gran país del Norte. En efecto, los norteamericanos que tienen intereses en la comunicación audiovisual argentina no están tan mal como podría suponerse en el contexto de un gobierno pretendidamente progresista, pero que sólo dobla a la izquierda para ingresar en Puerto Madero, donde viven sus más insignes funcionarios. Con el peronismo, en cualquiera de sus dos extremas posiciones conocidas –el neoliberalismo un peso/un dólar, de Carlos Menem o el vociferante populismo cristinista–, sorprende que a los americanos casi siempre les vaya tan bien o, al menos, muchísimo mejor que en gobiernos civiles o militares más conservadores. Durante el fugaz interinato de Raúl Lastiri (julio/octubre de 1973) fue la última vez que el peronismo perjudicó un interés mediático yanqui al prohibir a las agencias de noticias extranjeras cubrir para el mercado interno informaciones nacionales con el objetivo supuesto de favorecer a Télam. Para contrarrestar esa arbitrariedad, diarios provinciales crearon el 1° de octubre de 1973 la agencia Noticias Argentinas (NA). La televisión privada argentina nació bajo los auspicios de las tres más importantes cadenas de TV norteamericanas que pesaban a fines de los años 50. Así, la CBS y Time Life respaldaron al cubano Goar Mestre, para inaugurar Canal 13; la NBC apuntaló a la gente de Lowe, la agencia de publicidad que comandó Canal 9 en sus primeros años de transmisión; en tanto que la ABC asistió a los jesuitas de la Compañía de Jesús, que habían ganado la licitación de Canal 11. Ya en los tiempos del radical Arturo Illia comenzó la primera avanzada de nacionalización voluntaria y privada de dichas emisoras cuando en 1965 se hizo cargo del 9 el inefable Alejandro Romay. Al despuntar los años 70, una combinación de fastidios, inquietudes y conveniencias llevaron al resto de los estadounidenses que sostenían a la TV argentina a levantar campamento. Mientras aquí las consignas antiimperialistas se radicalizaban, Time Life y CBS le decían chau al 13 (la editorial Atlántida fue su nueva accionista), mientras que ABC y los jesuitas dejaban Teleonce en manos del inquieto empresario periodístico Héctor Ricardo García. Los americanos se marchaban porque no ganaban entonces aquí toda la plata que pretendían y preferían volver a concentrarse en su propio y enorme mercado doméstico en expansión.
Otra presidenta, Isabel Perón, en vez de gestionar mejor la caducidad natural de las licencias televisivas (algunos consideraban que eso se producía en 1973; otros, dos años después), estatizó de un manotazo y con tomas violentas los canales. La administración oficial no sólo fue pésima e hiperpolitizada, sino que quedamos a nivel continental como furgón de cola de las televisoras de México y Brasil e, incluso, de Colombia y Venezuela. Fueron años de atraso que no se recuperaron más. Para colmo, tiempo después, los permisionarios echados debieron ser resarcidos con abultadas indemnizaciones por parte del Estado. Todo mal. Menem levantó la prohibición a las inversiones extranjeras en materia de medios durante su segundo gobierno y un aluvión de dólares se derramó sobre el sector audiovisual. El tratado era de “reciprocidad” sólo en los papeles ya que los norteamericanos podían venir de “shopping” a la Argentina, pero el caso inverso no se daba. ¿Quién iba a suponer que tras “la madre de todas las batallas”, como definía Gabriel Mariotto a la ley de medios cuando todavía estaba en elaboración, habría mayores pre-
Multimedios extranjeros pueden ofrecer varias señales; los grupos nacionales, sólo una rrogativas para las empresas extranjeras, particularmente las norteamericanas, que para las argentinas? Veamos: • Los multimedios extranjeros (Time Warner, Fox, Discovery, Walt Disney, etc.) no tienen limitación alguna en el número de señales que pueden transmitir en nuestro país. A los grupos nacionales, en cambio, sólo se los habilita a una única señal propia en su grilla. • Mientras que un mismo multimedio local se le impide tener más de 24 cables, DirecTV, mediante una licencia nacional, puede cubrir 2200 ciudades. Idem, las telefónicas, sin límites para alcanzar esa inmensa cobertura que, por supuesto, excede el 35% del mercado nacional, que es otro de los límites impuestos a las empresas argentinas. • El Grupo Clarín denuncia que los beneficiarios de la ley de medios son los “grandes conglomerados extranjeros de medios y telecomunicaciones”. Sus facturaciones son 50 o más veces superiores a la del principal multimedios argentino. En tanto se restringen y atomizan las posibilidades de los grupos locales, a USA la reciben con un fervoroso: welcome.ß
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Las cartas de amor de la compu más romántica
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Carlos Guyot
—LA NACION—
F
erranti Mark I, la computadora que escribe cartas de amor. Podría ser el nombre del personaje de una historieta de Liniers. Pero existió: fue la creación de un pionero en ingeniería de software, Christopher Strachey. En 1952, el inglés desarrolló su artefacto –un bodoque de metal alimentado con algunas palabras como “corazón”, “luna” y “deseo” y algunas reglas de sintaxis– que entregaba como producto unas breves cartas de amor, escritas en forma aleatoria. David Link, un discípulo lejano de Strachey, pasó años de su vida tratando de restaurar la computadora poeta. La semana pasada presentó un resucitado Ferranti Mark I y ganó el premio Tony Sale a la mejor iniciativa de conservación histórica de una computadora. El artefacto fue comprado por un museo de arte de Londres, y es hoy un suceso de público. ¿Pedir orientación amorosa a una computadora de los años 50? Bueno, todo amor es retro: cuando amamos, nos volvemos anacrónicos. Siempre amaremos con referencias, historia y añoranza. Amar es mirar hacia atrás, con nostalgia. ß
—LA NACION—
A
contramano de lo que muchos suponen, en el corazón de la revolución digital sigue palpitando la palabra. Porque más allá de los récords de YouTube (cada segundo los usuarios suben el equivalente a una hora de video) o de la proclamada “era de la imagen”, en nuestra vida digital los textos siguen reinando: escribir y leer mails sigue siendo la actividad número uno de los usuarios en todo el mundo. Chris Hughes, co fundador de Facebook, en su reciente participación en la Chicago Ideas Week sostuvo esta tesis para explicar por qué en marzo de este año compró la revista The New Republic. A la luz del anuncio de Newsweek (a fin de año dejará de publicar su edición papel), la apuesta de Hughes podría parecer contradictoria, pero no lo es: “Tenemos grandes textos con grandes historias, ¿cómo hacemos para que lleguen a nuestros teléfonos?“ El desafío es llegar con contenido inteligente a nuestros teléfonos inteligentes. Quienes lo logren habrán colaborado con el pronóstico de Hughes: nos acercamos a la edad de oro de la lectura. ß