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"La juventud necesita ser estimulada, mucho más que instruida" "La juventud no es rebelde, es exigente"
GOETHE
ROBERTO OCHOA
Hernando Desoto fue un adelantado español que murió en el corazón del Amazonas en el siglo XVI. Vino como tantos, y murió en el intento como tantos. Lo distinto de este hombre fue que no venía a buscar oro, riquezas o esclavos como todos, sino que lo animaba encontrar la fuente de la eterna juventud. Es el símbolo del anhelo de todos los tiempos, pero intensificado en las últimas épocas. Tantos "liftings" y rejuvenecimiento artificial confirman esto. La quimera del elixir de la eterna juventud. Es en la juventud cuando se dispone de todo el potencial, de las ganas, las fuerzas y los sueños para emprender empresas, aun las más difíciles. Personas jóvenes han sido protagonistas de los grandes movimientos sociales y religiosos. Sin ir más lejos, en el "Mayo francés" y en el movimiento de los hermanos de Plymouth, fueron jóvenes sus mentores. Hay quien ha dicho que la juventud es un asunto del alma y no del almanaque. Y es verdad, hay muchas personas mayores que conservan todas las características de la juventud y muchos "jóvenes" que se han anquilosado a pesar de su edad. Esto es muy cierto, sin embargo el predicador exhorta a "acordarse", es decir, a tener en cuenta a Dios "en los días de la juventud" (Ec. 12:1 y ss.), antes que llegue el tiempo "que no de placer vivir", y el tiempo y sus achaques pongan freno en el servicio a Dios y en el vivir mismo. Nos anima a tener presente a Dios antes de quedarse sin vista (v.2), de perder las muelas (v.3), de perder las facultades auditivas (v.4); antes que florezca el almendro, o sea el pelo se llene de canas (v.5), antes que la rueda, que saca de la fuente de la vida su sustento, se quiebre (v.6)... en definitiva, antes de envejecer. Porque convengamos que si bien el hombre interior puede renovarse día en día, el exterior se desgasta (2 Co. 4:16). Así que tenemos mucha esperanza en nuestros jóvenes, pues ellos tienen toda la capacidad mental y corporal para realizar grandes trabajos y continuar la obra de extensión del reino de Dios. Talcott Parsons fue un sociólogo norteamericano que basó toda su teoría de estructura social en lo que él llamó "la expectativa del rol", o sea, lo que se espera que cada uno haga. La expectativa de los jóvenes, según Parsons, es esa, ellos son el futuro, algo más que un slogan.
Tenemos en nuestra iglesia una hermosa juventud, identificada con Jesucristo y su causa, viviendo a contramano, con toda su idiosincrasia que respetar, con su música, su lenguaje, sus códigos, su propia visión de la vida. Cinco años tuve el privilegio de trabajar entre ellos, aprendí muchísimo y tengo recuerdos imborrables del ministerio de esos días. Pero también es verdad que no todos son así. Hay un sector de ellos que no manifiesta la pasión transformadora, las inquietudes e inconformismos propios de su edad canalizados a través del evangelio. Y creo que, aunque esbocemos supuestas respuestas, si seguimos la senda del análisis sincero desembocamos en la falta de modelos. A comienzos de los años 70, en el barrio hippie de Soho (al sur de Houston, que es eso lo que significa Soho), se originó una costumbre muy peculiar. Los coloridos atuendos de sus habitantes, sumado a lo curioso de su forma de vida, tornaron el barrio en atractivo turístico y centenares de personas lo visitaban por curiosidad o para burlarse de los jóvenes residentes. Éstos, hastiados de la situación, sumaron a su estrafalaria indumentaria un espejo. Entonces cada vez que alguien los señalaba, miraba o criticaba, se escondían detrás de sus espejos. Así, el que se burlaba veía su propia imagen reflejada. Creo que sucede lo mismo hoy con nosotros, cuando miramos a los jóvenes, centramos esperanzas en ellos, demandamos el mayor esfuerzo y el incondicional compromiso con la causa de Cristo. Así como al ser blanco de críticas, la imagen se nos devuelve, como un espejo, y nos obliga a mirarnos a nosotros mismos. Nos hace ver qué ejemplos tienen en nosotros, qué virtudes imitar, qué conductas nuestras pueden hacer suyas. El arquetipo del joven cristiano es Timoteo. De él se dice que nadie lo menosprecie por ser joven (1 Ti. 4:12), sino por el contrario, que sea ejemplo. La verdadera autoridad no deviene de griterías, violencia ni rebeldía, sino de la conducta ejemplar. Pero notemos que Timoteo debía ser ejemplo no sólo de los jóvenes, sino de los creyentes en general, y que estamos hablando... ¡¡¡de un hombre de 35 o 40 años!!! Muchos conflictos se evitarían si el ejemplo dominara sobre el discurso. La palabra ejemplo es typos y se usaba para acuñar moneda o escudos. Esa es la única violencia sana, la de una vida recta que golpea y forma reproducciones a la misma imagen. Por otra parte, ¿qué se le debe decir a los jóvenes, que no valga para todo cristiano que anhele progresar espiritualmente? Se pide que huya (2 Ti 2:22 y 1 Ti 6:11). Huir, en este caso, no es de cobardes sino de valientes. Huir de las pasiones juveniles. ¿Qué serán estas pasiones? La palabra griega indica un fuerte deseo, y a veces se usa para indicar deseos legítimos (Lc.22:15; 1 Ts. 2:17), pero generalmente, como en este caso, describe deseos pecaminosos, sexuales o no. Existe un error común, y es atribuirle al sexo el calificativo de un problema de los jóvenes, como si no pudiera ser un problema en toda edad. Sería arrogante creer que se han logrado todas las facultades, por tener todo resuelto, todo superado. No debe ser así. Sabemos que somos fuertes cuando nos reconocemos débiles. Así que hablando de estos deseos, si queremos que los jóvenes huyan, el mejor método es que ellos vean que los mayores huyen también. Además, podríamos decir que de manera general este término involucra deseos pecaminosos de PLACER (Ro. 1:24; Ap. 18:14), PODER (Gá. 5:16,24; 2 Pe. 2:10,18 y
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Jud. 16,18) y de las POSESIONES (1Ti. 6:19). Como vemos se tratan de deseos de inmadurez espiritual más que de una razón cronológica. Nicolás Caballero acuñó una frase preñada de significado: "Algunos con los años se vuelven más viejos, otros maduros". Un signo de madurez es la reproducción. Si anhelamos "Timoteos", necesitamos "Pablos", ¿Podemos decir: "sean imitadores de mí, como yo de Cristo" (1 Co, 11:1)? Parece paradójico que un escrito sobre la juventud cargue las tintas no en ellos más enfáticamente, sino en quienes tienen la responsabilidad de liderarlos. Muchas veces los jóvenes sacaron los cadáveres de los errores de los mayores (Hch. 6:10). Esto no debe ser así. Si queremos una juventud más comprometida, necesitamos a cristianos maduros que desprecien el pecado, que tengan pasión por las almas, amor por la Palabra, verdaderos "padres" que transmitan vida, más que maestros (1 Co. 4:15). Tenemos muchos maestros, nos faltan "padres". 1 Juan recurre a la misma metáfora, los jóvenes y los padres. Los "padres" transmiten vida. Un maestro enseña su materia y listo; un padre se preocupa por la formación, por el ejemplo que su hijo recibe de él. Los jóvenes son como los hijos y éstos como las flechas (Sal. 127:4). Como las flechas, nuestra juventud necesita fuerza y dirección. Fuerza que provenga de una fe desarrollada, inspirada y compartida por los mayores, y dirección nos habla de metas claras, objetivos precisos. Pero en general los adultos carecen de ellas en nuestros días. Esto requiere tiempo.
Un hongo se forma en seis horas, un roble en veinte años. Es menester un verdadero discipulado, tener cerca de los jóvenes, que nos vean testificar y crecer; en definitiva, que quieran ser como nosotros. Vivimos en una sociedad carente de modelos, pero en la iglesia, la verdadera enseñanza es a través de la vida. Estamos en la vidriera y los jóvenes nos están mirando.
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