MÚSICA Y CINE
SOLEDAD AZNAREZ
AMÁLIA RODRIGUES. La reina del lirismo
MÍSIA. Deslumbró al mundo con su estilo irreverente
La invocación de la nostalgia Música de la nostalgia Fados, la película del español Carlos Saura cuyo estreno está previsto para el jueves, confirma la extraordinaria vigencia de un género definidamente portugués que, como el tango, sólo puede cantarse desde el alma POR LUIS GRUSS Para La Nacion – Buenos Aires, 2008
Fado es cansancio del alma fuerte. Fernando Pessoa
H
ay demasiadas coincidencias entre tango y fado: ambos géneros nacieron en burdeles y ambientes oscuros y prohibidos; sus composiciones surgen de pérdidas amorosas o tragedias multicolores; los dos han generado en sus ciudades de origen (Lisboa, Coimbra y Buenos Aires) todo tipo de polémicas entre puristas y pragmáticos. Así como aquí se decía –y aún se dice– que la música de Piazzolla era y es la negación del tango esencial, los portugueses conservadores rechazan los nuevos aires que trajo el grupo Madredeus (y su cantante Teresa Salgueiro, que deslumbró a Wim Wenders cuando filmó Lisbon Story) por considerar que su música no es fado. Esto es cierto en sentido estricto (ya sea en razón del aspecto rítmico o porque no usan guitarras portuguesas), pero no desde un ángulo artístico y espiritual, que naturalmente resulta mucho más valioso. ¿Y qué es el fado? En Fados, la película de Carlos Saura cuyo estreno en la Argentina está previsto para el jueves próximo, impera la idea expresada alguna vez por la reina del género, Amália Rodrigues (nacida en Alfama en 1920, hija de una humilde vendedora de naranjas): “Fado es saber que no se puede luchar contra aquello que nos duele y no podemos cambiar, fado es preguntar por qué y no saber, fado es nunca dejar de preguntar y al mismo tiempo saber que no hay respuesta alguna”. Un paseo por los barcitos de Alfama, Mouraria, Bairro Alto y Madragoa –todos de la vieja Lisboa– alcanza para aproximarse un poco más a este cansancio del alma que impregna las melodías y letras del género. Su universalización –que en el film del director español se plasma con la incorporación de las voces de Caetano Veloso, Chico Buarque y Lila Downs– no debe sorprender. Porque al igual que el tango, este fado que ya desde el nombre se asocia con el hado o el destino, es sinónimo de la añoranza, la saudade portuguesa y brasileña, el lirismo del mar, de los puertos, las llegadas y partidas, los amores contrariados. La propia Amália Rodrigues compu-
so una letra que confirma esa temática excluyente: “Si supiese que muriendo, tú me habrías de llorar, por una lágrima tuya, qué alegría, me dejaría matar”. El mismo advenimiento del fado está cargado de tragedia y romanticismo. Maria Severa, la primera fadista portuguesa, era prostituta y bella; una joven alta, delgada, de cabello muy negro y labios encarnados. Severa se enredó en un romance con un poderoso torero, un tal conde de Vimioso, y luego murió joven y se convirtió en mito. Esta suma de añoranza, melancolía y drama (por si fuera poco, las intérpretes de fado suelen estar vestidas de negro como las viudas) llegó a molestar a la dictadura de Antonio Salazar (1933-1974), cuyos censores se dedicaron a perseguir el fado con fervor, instando a los portugueses a abandonar el “fatalismo doliente” de sus letras por músicas alegres, positivas y despojadas de angustia, a la manera de lo que suelen proponer, de manera epidérmica, los libros de autoayuda. Para el fadista contemporáneo Carlos do Carmo, el género despierta sentimientos diversos: “La indiferencia, el preconcepto, el escarnio, la culpa, todo coexistiendo con la pasión, el arrebato, el viaje al fondo del alma y otras emociones difíciles de explicar”. El fado ni siquiera se canta, exageraba Amália Rodrigues. Apenas ocurre. Es un acontecimiento que no se comprende ni puede traducirse. Se siente y ya. Este género ondulante y lírico se originó a mediados del siglo XIX en barrios pobres o periféricos, y se desarrolló fundamentalmente en Lisboa y Coimbra. En esta última ciudad, menos conservadora que la capital de Portugal, se lo asoció con la democracia y la renovación en todos los órdenes. Los fados de Coimbra se bailan, mientras que los de Lisboa sólo pueden escucharse en un estado de dulzura y tristeza, un estado “trilce”, para utilizar el neologismo inventado alguna vez por el poeta peruano César Vallejo. “Amor, celos, ceniza y fuego, dolor y pecado, todo esto existe, todo esto es triste, todo esto es fado”, decía una vieja canción del repertorio. Últimamente, el fado está pasando por un intenso proceso de renovación. Sin abandonar los temas de la frustración, el fatalismo y el dolor por la pérdida amorosa (que remite a esa épica de los “dramas estáticos” desplegados por Pessoa en su obra poética), ha incorporado la crítica social, la denuncia de la corrupción política y hasta la influencia del sida como dolencia in-
hibidora de la pasión erótica. La voz revolucionaria del nuevo fado lleva el nombre de Mísia; en su disco Garras dos sentidos, la cantante incorporó poemas escritos por mujeres y por poetas como António Botto y Mário de Sá-Carneiro, quienes aparentemente no eran bien vistos debido a su conocida orientación homosexual. Junto a Dulce Pontes, Cristina Branco, Mariza, Bévinda o los ya citados integrantes de Madredeus, Mísia deslumbró con su fado irreverente a públicos tan diversos como los de Barcelona, Nueva York, París, Tokio y otras grandes ciudades signadas por la soledad y el desencuentro contemporáneos. Ella no abandona el ensueño del amor trágico, hechizado y desgarrador, pero lo aborda desde una postura más abierta y poética. La lírica fadista está influyendo también a grupos de rock que no son indiferentes a la lectura portuguesa de la tragedia humana. En ese afán, muchas bandas incorporan instrumentos clásicos del género, como las guitarras portuguesa y española, el violín o el acordeón. En las nuevas letras se retoma la temática marítima, y no es raro, ya que indiscutiblemente el género viene del mar, como las olas oscuras cuya espuma brilla extrañamente en las noches. “El fado tiene un origen marítimo –subraya el historiador Pinto de Carvalho–. Eso se vislumbra en su ritmo ondulante, en su deriva, en sus movimientos de espuma, en el mar nostálgico y hasta en el eterno vaivén de las aguas.” No por casualidad uno de los temas recurrentes del fado es la pérdida del ser amado en alta mar, en historias que transcurren en cubiertas de barcos y en la desierta banquina de los puertos. El propio Saura reconoció que su octavo film musical está dedicado al fado casi como una fatalidad nacida luego de varios viajes a Lisboa, su ciudad más amada. El cineasta descubrió, como tantos, que el fado compone una actitud, un modo de vivir y de ser. “Fado es todo lo que digo y lo que no puedo decir”, resumió Amália Rodrigues, que murió en 1999. En el fado, como en toda composición poética, a veces pesa más lo no dicho en lo dicho que la parte más explícita del discurso. A diferencia del vino, el fado no mejora con el tiempo. Ya en sus orígenes expresó antigüedades eternas e inmodificables como los mitos, que se colocan fuera del tiempo, justamente, para hablar de ese indecible río que se escurre a cada instante entre las manos. © LA NACION
Sábado 22 de noviembre de 2008 | adn | 29