LA GRAN RECOMPENSA Hechos 28 Por Juan Buynitzky Usado con permiso
Hechos 28 Quiero que miremos hoy la última parte del Libro de los Hechos, capítulo 28. Recordarán que Dios usó al apóstol Pablo en una manera poderosa. Servía con un corazón sincero y sufría incansablemente por el Cristo quien le había derribado al suelo en el camino a Damasco y le rescató del más grave error. Sabemos de los ministerios de Pablo y sus tribulaciones y su confianza al final. Pudo decir: He peleado la buena batalla. En este capítulo, Pablo era prisionero de los romanos y le esperaba comparecerse ante un tribunal romano. Sabemos que esto fue el mandato de Dios para él, para que sirviera de testimonio a muchos incrédulos allí. Él acababa de sufrir un terrible naufragio a través del cual Dios hizo que ninguno en el barco pereciera sino que encontraran un camino seguro a una isla. Este capítulo demuestra una culminación maravillosa a la vida y ministerio del aparentemente más influyente de los apóstoles de Cristo. La lección para nosotros es ver la bendición grande y efectividad que espera al siervo vigoroso de Dios. Él recompensa a su pueblo que persevera, y derrama sobre ellos sus bendiciones. Yo encuentro siete súper bendiciones que Dios le da a Pablo cerca al fin de su vida y ministerio. Vamos a leer rápidamente los primeros diez versículos. Debemos recordar que es Dios que dirige este ministerio; él está en control y obrando por medio de Pablo mientras Pablo confía en su promesa. Ésta le fue dada en el capítulo anterior en los versículos 23-25. Ahora, en el capítulo 28 y versículo 2 ellos encuentran a unos naturales de la isla los cuales les trataron con mucha bondad. ¡Maravilloso! Esto es exactamente la bendición que desesperadamente necesitaban. Y no sucedió por casualidad. ¿Qué hubiera pasado si los nativos los hubieran dejado con su hambre en el frío y la lluvia? Pero Dios es bueno y tuvo planes para ellos. De inmediato el diablo causa dificultades. Una serpiente muerde a Pablo en medio de sus bendiciones. Nosotros nos sentiríamos sorprendidos y confusos si esto nos hubiera pasado. Pero Pablo recibe la bendición del rescate inmediato. Observen como el Señor vence al mal con el bien. Y ¿no es interesante como reaccionan los naturales? Parece que fueron una gente muy decente y tenían una comprensión de la moralidad y justicia. Sólo que su entendimiento no fue completo y estaban confusos acerca de la creencia en sus dioses. Bueno. Aquí está otra bendición: el oficial Publio. Él también ofreció a los náufragos mucha bondad, toda la comida, calor y hospitalidad que podían desear. Qué contraste con el ayuno y los rigores de los días en el barco cuando eran abrumados por la tormenta. Ahora, ¿cómo podía ser que este mismo Publio tuviera un padre enfermo y muy cerca de la muerte? ¡Qué buena oportunidad! Pablo aprovechó la oportunidad de servir porque él, como Jesús, no estuvo allí para ser servido sino para servir. De buena gana entró y oró por él de tal manera que Dios obró un milagro de sanación y, como en los días de Jesús, aquí llegó una multitud de enfermos también buscando la curación. Y desde luego, Dios derramó sus bendiciones para establecer la fe de los gentiles en la isla. Sanar sus cuerpos fue nada más que un antecedente a la curación de sus almas, la cual fue su verdadera meta. Y ahora ¿qué? ¡Más bendición! Estos isleños agradecidos felizmente apoyaron a Pablo y sus compañeros, supliéndoles todo lo que necesitaban. Y no habían trabajado por ello. Dios hizo la obra. Dios suministra las necesidades de sus siervos los misioneros.
A continuación sigue una pequeña sección al versículo 11 en que continúan navegando hasta Roma y, ¿no puedes adivinarlo? Más bendición. Primera de Pedro 3 dice que los ojos del Señor están sobre los justos. Toda una multitud de creyentes los recibe y les provee una bendita hospitalidad, como de una semana de vacaciones en un refugio costero. En el versículo 15 Pablo afirma que mientras daba gracias al Señor, cobró ánimo. Esta fue una bendición sicológica y emocional que evidentemente necesitaba. Se acercaba a Roma a pasar el juicio, y las preocupaciones podían haberle embargado. Pero Dios es benigno. A estas alturas, conocemos a Pablo muy bien y sabemos de su celo por el evangelio y su tendencia de congregar a la gente para predicarles las buenas nuevas. En v. 20 él dice: Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena. Y la gente le respondió diciendo, querríamos oír de ti. ¡Que maravilla! Esto es exactamente lo que excita el corazón de un predicador verdadero – un auditorio afanoso y atento. Me acuerdo de cuando Jesús habló con la samaritana junto al pozo. Esperó, cansado y hambriento, para que ella regresara del pueblo con una multitud de personas buscando al Mesías. Él dijo a sus discípulos, Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Qué emoción provoca el ser usado por Dios para bendecir a las personas necesitadas y dolidas! Aquí estamos en v. 23: Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús… Qué buena oportunidad para el evangelio. Dios hizo eso. Y ¡predicó y enseñó desde la mañana hasta la tarde! (Espero que nuestro ilustre pastor ¡no reciba en esto ninguna idea luminosa!) Pero esto demuestra el corazón de Pablo, quien dijo, Ay de mí si no anunciare el evangelio. Luego nos dice que unos asentían pero que otros no creían. La conciencia del público y la controversia son buenos. Jesús había enseñado que él vino no para traer la paz, sino una espada, para separar los obedientes de los desobedientes, los creyentes de los no creyentes. En v. 29 surgió una gran discusión entre los judíos. Pues, me alegro. Hizo que la gente tuviera que reflexionar, y fuera obligada a responder a la Palabra de Dios. Veo esta valiosa lección para la vida y el ministerio: si nos preocupamos de los problemas, éstos nos causarán otros problemas. Y si nuestro afecto es para los perdidos, gozaremos de las bendiciones de Dios sobre nuestro trabajo. Salmo 37:4 dice: Deléitate en Jehová… ¡Esto es el significado y el propósito de la vida! Entonces, ¿cuál es nuestro más grande deseo? ¿Para qué nos esforzamos en la vida? La epístola a los Colosenses enseña que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Esta es una lección bien importante. Resta una lección más al v. 30: Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento. ¡Aleluya! ¡Qué bendición será si nosotros vemos esta clase de súper bendición al final de nuestros días de ministerio! Yo espero que todos tengamos un ministerio. ¿Tienes tú un ministerio? ¿Cuál es tu más grande deseo? ¿Para qué estás esperando y esforzándote más? En cambio de la santa sangre que él derramó por nosotros, podemos ofrecerle una vida de entrañable servicio. Entonces, justamente como Pablo, seremos dignos para recibir grandes bendiciones de la mano de un Dios grande, maravilloso y poderoso que desea lograr grandes cosas a través de nosotros.
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