el mundo | 9
| Domingo 28 De Diciembre De 2014
La crisis con la policía amenaza el futuro del alcalde De Blasio
Sorpresiva visita de Ali Agca al Vaticano homenaje. El atacante turco de Juan Pablo II llevó flores a su tumba
nueva york. Era la figura emergente de los
demócratas, pero el enfrentamiento con los sindicatos minó su capital político Vicente Jiménez EL PAíS
NUEVA YORK.– Un desconocido Bill de Blasio sólo necesitó 750.000 votos en noviembre del año pasado para convertirse en alcalde de 8,4 millones de habitantes de Nueva York. Ahora, la inquina de apenas 35.000 policías amenaza con poner fin a su carrera. Esos 750.000 sufragios supusieron el 73% de las boletas. Los 35.000 profesionales son el 100% del mayor y más difícil cuerpo de policía de Estados Unidos. Nueva York no se puede gobernar sin el apoyo de su pequeño ejército azul. El primer alcalde demócrata en 25 años tardó 12 meses, los que lleva en el cargo, en comprobarlo. Hace un par de semanas, De Blasio era la estrella emergente del Partido Demócrata. Aupado por una ciudad en la que afroamericanos e hispanos ya son mayoría, su gestión de la crisis del ébola y de las protestas por el caso de Eric Garner (el negro muerto a manos de un policía que usó una llave de asfixia) lo elevaron a cotas insospechadas. En la reforma migratoria se puso al frente de una coalición de alcaldes y se fotografió con Barack Obama. Los elogios abundaban. Chris Smith, del New York Magazine, escribió: “No sugiero que el caso Garner sea algo positivo para nadie. Pero De Blasio está creciendo por cómo lo manejó. Los buenos políticos son los que saben ver el momento y aprovechar sus oportunidades”. Una semana después, De Blasio es un boxeador grogui. Estos días multiplica los gestos de homenaje a los policías muertos para intentar restablecer puentes con el
departamento. El funeral por el policía Rafael Ramos –asesinado hace unos días– de ayer fue una prueba de fuego. En señal de protesta, cientos de policías le dieron la espalda a la imagen de De Blasio en una pantalla mientras hablaba en el homenaje (ver aparte). Para salvarse no le basta su éxito en la reducción de la criminalidad (300 asesinatos este año, un récord), ni sus reformas progresistas aprobadas sin oposición, ni el apoyo a inmigrantes y desfavorecidos, ni sus planes de crecimiento sostenible, ni tantas otras iniciativas que oscurecieron el legado de su predecesor, el conservador Michael Bloomberg. Dos tragedias fuera de su control, la muerte de Garner y el asesinato de dos policías en Brooklyn dinamitaron todo lo construido. De Blasio ha intentado introducir nuevos usos en territorios donde las leyes viejas persisten. La primera es manejar a la policía. Dos imágenes resumen los errores del alcalde. En agosto, en las primeras tensiones del caso Garner, sentó a su izquierda, en una conferencia de prensa, al reverendo Al Sharpton, conocido agitador afroamericano. A su derecha sentó al jefe de policía, William Bratton. Esa equidistancia fue un insulto para los agentes. La segunda imagen se produjo hace ocho días. Como ayer, decenas de policías le dieron la espalda cuando entró en el hospital que custodiaba los cadáveres de los policías tiroteados. Esta semana, arremetió contra los periodistas en un acto. “¿Qué piensan hacer? ¿Seguir dividiéndonos?”, espetó. De Blasio perdió el control de la situación y su batalla crispó a la ciudad como no se recordaba desde los sangrientos
Como protesta, otra vez de espaldas al alcalde NUEVA YORK (AP).– El gesto de repudio ya se había producido en los últimos días, y ayer se repitió. Cientos de policías de Nueva York le dieron la espalda a la pantalla en la que aparecía el alcalde Bill de Blasio mientras daba un discurso en el funeral del agen-
años 70 (2500 asesinatos al año), como apuntó, para irritación del alcalde, el propio Bratton. La policía odia a De Blasio. Su discurso sobre una nueva relación con la ciudadanía es despreciado por una mayoría de agentes que creció durante las administraciones conservadoras y punitivas de Rudolph Giuliani y Bloomberg. El abandono de las políticas de mano dura y su sustitución por otras más integradoras y respetuosas con las minorías fue considerado una desautorización de su historia reciente. De Blasio dejó al cuerpo sin el discurso que le había permitido librar una guerra en las calles con el amparo del poder. El conflicto por el convenio colectivo de los agentes inició las hostilidades.
reuters
te Rafael Ramos, asesinado junto a un compañero por un atacante solitario hace ocho días. Ayer, unas 25.000 personas –entre ellas, muchos policías– despidieron a Ramos en el exterior de la iglesia neoyorquina donde se celebró el oficio.ß
El primer torpedo llegó en agosto. La Sergeants Benevolent Association, uno de los dos grandes sindicatos, se opuso a la celebración en Nueva York de la Convención Demócrata, una de las grandes iniciativas de De Blasio, porque el alcalde “no se ganó el derecho a ser el anfitrión” dada la proliferación de la criminalidad. El argumento era falso. De Blasio calibró mal aquel ataque y, desde entonces, maniobró de manera errada. Con la tensión racial al máximo, usó su condición de esposo y padre de afroamericanos para calmar las aguas. El tiro le salió por la culata. “Mi mujer y yo hemos tenido miedo de que nuestro hijo Dante se topara con algún policía”, dijo para calmar a los co-
lectivos afroamericanos. Aquello desató la ira de los policías. “Nos dejó a los pies de los caballos”, denunciaron los voceros sindicales. El último episodio se vivió hace una semana. De Blasio se reunió con los líderes de las protestas. Fue otra anotación en el debe de la policía. La muerte de dos compañeros reventó toda la rabia acumulada. El territorio que pisa el alcalde no es firme. La ola que le aupó al poder se retiró. Los neoyorquinos creen que la tensión racial es peor que en la era Bloomberg, más de la mitad opina que la ciudad está mal dirigida y tres de cada cinco creen que las relaciones entre la policía y la comunidad empeoraron. La agenda de De Blasio está en el barro junto a él. © El País, SL
CIUDAD DEL VATICANO .–- El turco Ali Agca, autor del atentado al papa Juan Pablo II en 1981, rindió ayer un sorpresivo homenaje ante la tumba de Karol Wojtyla en el Vaticano, y poco después fue expulsado de Italia, luego de un control de sus documentos llevado a cabo por la policía romana. Agca, de 57 años, entró a Italia desde Austria. Durante su homenaje depositó un ramo de flores a 31 años exactos de la visita que le hizo Juan Pablo II a la cárcel romana de Rebibbia. “Sentía la necesidad de hacer este gesto”, dijo en la comisaría de la policía del Vaticano, donde permaneció durante media hora, el tiempo necesario para el control de los documentos y del pasaporte. Horas después, tras rendir homenaje a Juan Pablo II con un ramo de flores, la policía de Roma informó que los documentos de permanencia en el país de Agca no eran regulares y que por lo tanto sería expulsado de Italia. Agca había llegado anteayer a Roma en automóvil procedente de Austria. El turco disparó a Juan Pablo II en la Plaza San Pedro el 13 de mayo de 1981. Era un miércoles, día de audiencia general. Entre las cabezas de los peregrinos apareció una pistola y quien disparó fue Agca, un extremista musulmán miembro de los Lobos Grises, un grupo de extrema derecha vinculado al tráfico de drogas. Agca relató a los magistrados que había sido contratado por los servicios secretos búlgaros por cuenta de la KGB soviética, con el fin de detener a Solidaridad, el sindicato polaco que encabezaba Lech Walesa, apoyado por el Papa. Luego, en aula judicial, se retractó y se proclamó como el Mesías. Más tarde cambió de versión, lo que dejó un manto de dudas sobre el atentado.ß Agencias ANSA y AP