OPINION
Lunes 7 de marzo de 2011
Esos buenos amigos que no defraudan E
LA NACION
U
N amigo hace llegar a Línea Directa este comentario: “En LA NACION online, a propósito de la mención de un unitario con Gonzalo Heredia en el que el actor interpretará a un lobisón, hubo al pie del artículo un montón de comentarios de lectores que ponían el grito en el cielo porque, según ellos, «lobisón» se debería haber escrito *lobizón. Hubo un solo (solamente) lector o un lector solo (solitario) que los remitió al DRAE y les dijo que lobisón es correcto”. Ir al diccionario, como aconseja Fundéu, es siempre el camino indicado. Quien esto escribe recuerda cuando, a los diez años y leyendo Fuego salvaje de Zane Grey, encontró la palabra hirsuto y sufrió un ataque de indignación, convencida de que la grafía correcta era *hisurto. Sólo una discusión posterior con su padre (el que había aconsejado la lectura de la novela) y la consecuente búsqueda en el diccionario la convencieron de que el traductor sabía su oficio y que hirsuto era la grafía correcta. Pero, como premio consuelo, también aprendió allí a usar de una vez y para siempre la palabra cortafuegos, en el sentido de “vereda ancha que se hace en los sembrados y montes para que no se propaguen los incendios” (en el DRAE la entrada actual es cortafuego o cortafuegos). Ahora bien, no siempre que uno busca está la palabra en el diccionario, pero eso no significa que no exista y que por ello su uso no sea correcto. Por ejemplo, hay muchos adverbios terminados en -mente que tampoco figuran y no por ello dejan de usarse ni son menos correctos. María Moliner, en la Presentación de su Diccionario del uso del español, aclara que “en muchos casos, se sustituye la definición de los derivados en una palabra formados mediante un sufijo usual por la fórmula «derivados de significado deducible del de…». En general, no habrá duda respecto de su significado; pero, si la hubiese, bastaría con buscar el valor del sufijo en su lugar alfabético”. Dos lectores de esta columna, Ana M. Tello y Eduardo Acosta, tuvieron una misma duda. Escribió Tello: “Hace unos días, mientras conversaba con una mamá, le escuché decir la palabra «repitencia» y hoy la veo escrita en el diario. Fui al diccionario y no la encontré. Abrí el de la RAE (Internet) y tampoco figuraba. ¿Existe esta palabra? ¿Hay un equivalente cuando nos referimos a la repetición de grados o años escolares?”. Acosta se refirió a ello casi en los mismos términos: “En repetidas ocasiones he leído en LA NACION la palabra «repitencia» en relacion con el problema escolar de la repetición de grado o año. ¿Es una palabra ya admitida en nuestro idioma? Me sonaba mejor hablar de repetición”. Repitencia es un sustantivo formado correctamente. Si se consulta la entrada del sufijo -ncia, en el DRAE, está la respuesta: “-ncia. (Del lat. -ntia). 1. suf. Forma sustantivos femeninos abstractos, de significado muy variado, determinado por la base derivativa. Toma las formas -ancia, cuando la base derivativa termina en -ante. Extravagancia, importancia; -encia, cuando termina en -ente o -iente. Insistencia, dependencia”. En el DRAE figura el adjetivo repitiente: “(Del ant. part. act. de repetir). 1. adj. Que repite o se repite. U. t. c. s. 2. adj. Que repite y sustenta en escuelas o universidades la repetición. U. t. c. s.”, pero en el Diccionario panhispánico de dudas se aclara que “el adjetivo, usado frecuentemente como sustantivo, que se aplica en muchos países de América al alumno que repite curso, es repitente (...) La forma repitiente, también válida, es menos frecuente. Con este mismo sentido, en otros países, se usa la forma repetidor”. Hay que volver a lo que nos enseñaban cuando éramos chicos. Fundéu nos lo recuerda: “El diccionario es tu amigo” y el tango lo confirma: “Los amigos se cotizan en las buenas y en las malas”. En soporte papel o en Internet, diccionarios y enciclopedias estarán siempre a la mano, dispuestos a ayudar. ¡Consultémoslos, seguro que no nos van a defraudar! © LA NACION
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UNA CRITICA DE LAS ETIQUETAS POLITICAS
LINEA DIRECTA
GRACIELA MELGAREJO
I
Izquierdas y derechas, parientes ALBERTO BENEGAS LYNCH (H.) PARA LA NACION
L mes próximo, Mario Vargas Llosa visitará Buenos Aires para participar en el congreso de la Mont Pelerin Society, organizado por la Fundación Libertad, y se le ha cursado invitación oficial para inaugurar una nueva muestra de la ilustre Feria del Libro. Esta presencia ha desatado vendavales de calibre diverso, pero todos envueltos en un inconfundible tufillo de intolerancia y dignos de una acabada expresión de clausura mental. En este contexto, dado que se “habla en superlativo”, como diría Ortega, es oportuno bajar los decibeles y consignar algunas reflexiones generales sobre izquierdas y derechas, etiquetas tan vapuleadas en estos días. La tesis central de esta nota estriba en que, mal que les pese a “los progres” y a los “fachos”, la manía de identificar una postura intelectual por la localización geográfica presenta una falsa disyuntiva. También la pretendida ubicación “de centro” resulta en una notable desubicación puesto que carece de identidad, ya que se corre en una u otra dirección según se mueven los extremos. La representación más fuerte de las derechas está constituida por el nazi-fascismo. En los hechos, Hitler tomó cuatro pilares del marxismo: la teoría de la explotación, el ataque a la propiedad, el antiindividualismo y la teoría del polilogismo. En este último caso, en Mein Kampf escribe que “el marxismo aspira a traspasar el mundo sistemáticamente a manos del judaísmo” (el propio Marx se despacha contra los judíos en La cuestión judía, para no decir nada de las matanzas y persecuciones de Stalin y sus socios criminales), pero Hitler adopta el criterio de Marx en cuanto a la diferente estructura lógica de burgueses y proletarios que sustituye por la de “judíos y arios” (aunque, al igual que en el caso marxista, nadie explicó en qué se diferencian los silogismos respecto de la lógica aristotélica y, después de engorrosos intentos de la pastosa clasificación de “razas” que confundieron con religión, los sicarios nazis raparon y tatuaron a sus víctimas para distinguirlas físicamente de sus captores). Hitler, en entrevista revelada por Thevor Roper en Le Figaro el 12 de diciembre de 1958, había concluido que “la raza judía es ante todo una raza mental”. Por su parte, Mussolini fue secretario del Círculo Socialista y colaboró asiduamente en el periódico Avenire del Lavoratore, órgano del movimiento socialista, época en que sus lecturas favoritas incluían a George Sorel, Kropotkin y la dupla Marx-Engels. Luego fue colaborador del diario Il Populo y director de Avanti. Tal como consigna Gregorio De Yurre en Totalitarismo y egolatría, “era la figura más destacada y representativa del ala izquierdista del marxismo italiano”. En los Escritos y discursos de Mussolini, igual que Hitler, mantenía que “el capitalismo es un sistema de opresión”. Finalmente, por desavenencias varias, lo expulsan del partido y en 1919 funda los fascios de combate o antipartido. En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con el colectivismo respecto del marxismo que, abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente. Si miramos con alguna atención a nuestro mundo de hoy comprobaremos el éxito del nacionalsocialismo y del fascismo,
que sin necesidad de cámaras de gas ni de campos de concentración avanzan a pasos agigantados sobre áreas clave que sólo son privadas en los papeles (en verdad, privadas de toda independencia) como la educación, las relaciones laborales, los bancos, los transportes, los medios de comunicación, el sector externo, la moneda
En la práctica, izquierdas y derechas tienen el mismo objetivo de estatización y el mismo enemigo común: el liberalismo y tantas otros campos vitales. Entre los autores que han enfatizado las similitudes y parentescos de la izquierda y la derecha se destaca nítidamente JeanFrançois Revel, quien en La gran mascarada apunta: “Si el nazismo y el comunismo han cometido genocidios comparables por su amplitud, por no decir por sus pretextos ideológicos, no es en absoluto debido a una determinada convergencia contra natura o coincidencia fortuita debidas a comportamientos aberrantes sino, por el contrario, por principios idénticos, profundamente arraigados en sus respectivas convicciones y en su funcionamiento […] No se puede entender la discusión sobre el parentesco
entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales. […] Se objetará, con razón, que ninguna rememoración de la criminalidad nazi puede ser excesiva. Pero la insistencia en esa rememoración se convierte en sospechosa cuando sirve para aplazar indefinidamente otra: la de los crímenes comunistas”. Más adelante, en el mismo libro, Revel escribe: “Estoy de acuerdo en que se me exhorte a que abomine cada día más de los antiguos admiradores de Himmler, a condición de que no sean antiguos admiradores de Beria los que me administran esa homilía conminatoria. […] La analogía no es mía: es de Stalin. Fue él quien llamaba a Beria “nuestro Himmler” y fue en esos términos en los que lo presentó al presidente estadounidense, Franklin Roosevelt”. En la práctica, las rencillas izquierdaderecha se deben a facciones que luchan por el poder y que a veces se embarcan en muy distintas estrategias para el mismo objetivo de estatización y con el mismo enemigo común: el liberalismo. Decimos que a veces, porque en otras oportunidades aparecen formalmente aliados como el caso del pacto Molotov-Ribbentrop o, como ocurre diariamente, aliados en los hechos aunque no en las palabras. La in-
conducente dicotomía derecha-izquierda es a todas luces falaz y engañosa puesto que ambas posiciones se apoyan en las botas para manejar las vidas y haciendas de las personas; con o sin urnas, se llevan por delante derechos y cercenan libertades (aunque unos recurren al esperpento del “ser nacional” y la xenofobia, mientras que los otros a “los superiores intereses del Estado”, que asimilan a los de los burócratas). Como aparentemente hay más adherentes de la izquierda, se publicitan más los horrores del Holocausto, pero los comunistas masacraron a más de cien millones de personas, según las prolijas estadísticas que revela, entre otros, Stéphané Courtois en El libro negro del comunismo. Lo de “aparentemente” viene a cuento porque, en los hechos, son muchos más los que suscriben las políticas del fascismo y el nacionalsocialismo con el aval de quienes inocentemente se autotitulan de izquierda. Si bien el origen histórico de las izquierdas radica en la oposición al poder en épocas de la Revolución Francesa, luego degeneró en el uso y en el abuso para provecho propio. Y para los distraídos que dicen que Stalin no ha sido “el verdadero socialismo” y que debe aplicarse “el socialismo con rostro humano”, tengamos muy presente lo que señala el ex marxista Bernard-Henri Lévy en su Barbarism with a Human Face: “Aplíquese marxismo a cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”. Respecto de la social democracia de Eduard Bernstein conviene subrayar que a pesar de su revisionismo respecto de Marx, insiste en el redistribucionismo que significa reasignar factores productivos desde las áreas preferidas por los consumidores hacia las deseadas por los aparatos estatales, con lo que el consiguiente derroche de capital reduce salarios e ingresos en términos reales. La actual quiebra de los llamados “sistemas de seguridad social” coactivos en distintas partes del mundo, los desplantes del sindicalismo compulsivo y la maraña y caos fiscal son el resultado de la antedicha visión, que termina empobreciendo a quienes se dice se desea proteger, y cuyo aspecto medular radica en el igualitarismo de los Rawls, Dworkin, Thurow y Bobbio que, con el mejor de los propósitos, no parecen percatarse de los graves perjuicios que crean a los más necesitados. Entonces, en última instancia, la verdadera disyuntiva, con sus muchos matices, es entre el estatismo y el liberalismo, al tiempo que deben enfatizarse los desaguisados mayúsculos que se han adoptado en diversos lares, a los que algunos endilgaron injustamente la etiqueta de “liberal” a pesar de la destrucción de la división horizontal de poderes, los intentos de amordazar a la prensa, alquimias monetarias, controles de precios, adiposos gastos y deudas estatales en el contexto de corrupciones inauditas y alianzas con barones feudales disfrazados de empresarios. Mario Vargas Llosa pertenece a la tradición de pensamiento liberal, la cual, como queda expresado, no constituye un tejido uniforme. En el mencionado congreso de liberales del mes próximo aparecerán las diferencias de opinión que siempre enriquecen el conocimiento que, como explica Popper, es provisional y abierto a refutaciones. © LA NACION El autor es presidente de la sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias
Dos educadores en el Río de la Plata JULIO MARIA SANGUINETTI PARA LA NACION
“D
EJESE de Víctor Hugo, amigo, con toda su grandeza de alma y de talento. Hay mucho, más serio y más útil, de que ocuparse un hombre como Ud. con honra y provecho para sí y su patria.” De este modo (tan propio de él), Sarmiento apostrofó al joven José Pedro Varela cuando lo encontró, en 1867, en Estados Unidos. En posterior carta a Sarmiento, Bartolomé Mitre y Vedia, su secretario en Washington, en la legación argentina, describe así esa relación: “[…] insinuó Ud. una y otra vez a Varela la conveniencia de dedicarse por entero al servicio de la Educación. «Ahí está su campo. En nada podrá Ud. trabajar con más gloria y haciendo mayor bien. Estudie esos temas tan perfeccionados, imprégnese de la esencia americana del mecanismo escolar, desde la renta hasta la banca, y lleve a su país, que lo que necesita son ciudadanos aptos para desempeñar los deberes de tales, esta base inconmovible del engrandecimiento nacional.» Llenaría páginas y más paginas si hubiera de condensar, ya que no repetir, sus consejos a Varela sobre esta materia”. El joven José Pedro Varela había nacido en Montevideo el 19 de marzo de 1845, hijo de Jacobo Dionisio Varela, porteño, y sobrino, por lo tanto, de Florencio, Juan Cruz y Rufino Varela. Todos ellos habían emigrado a Montevideo huyendo de Rosas, donde el infortunado Florencio fue asesinado por sus osadías periodísticas contra
el dictador. Familia de elevada ilustración, también se dedicó con éxito al comercio y a raíz de ello se le facilitó a José Pedro un viaje a Europa y EE.UU. que emprendió en agosto de 1867. No fueron los encargos comerciales de la barraca familiar los que colmaron su curiosidad. En París visitó a Víctor Hugo, a quien presentó sus poesías, y luego viajó a Estados Unidos, donde se encontró con Sarmiento, ya un consagrado escritor y educador. Con sus 22 años, quedó subyugado por la prédica avasallante del sanjuanino, que cambió el rumbo de su vida. Y, como consecuencia, la del Uruguay. Sarmiento no sólo le espetó esos discursos de que habla Mitre y Vedia. Le presentó a los educadores norteamericanos; le aconsejó lecturas; lo llevó a visitar establecimientos escolares. Tanto es el entusiasmo que generó Sarmiento en Varela que éste adelantó su regreso, al año siguiente, y se embarcó junto a él rumbo al Río de la Plata. Sarmiento retornaba para ocupar la presidencia de la Argentina, Varela, para lanzarse a la reforma escolar y fundar, en agosto de 1868, la Sociedad de Amigos de la Educación Popular, que al año siguiente abre la Escuela Elbio Fernández, con la finalidad de difundir los métodos modernos de enseñanza y formar ciudadanos. La turbulenta situación política del Uruguay posterior al asesinato de Flores y Berro desemboca en la dictadura de Lorenzo Latorre, un coronel ríspido y
autoritario, pero de espíritu reformista, que logra que el principista Varela acepte el cargo de director de Instrucción Pública. Le fue muy difícil su decisión, pero aceptó: “Sé que mi actitud contribuye a prestigiar la dictadura, pero sé también que si por ese lado hago mal a mi país, por otro lado le hago mucho bien. El prestigio que puedo dar a este gobierno es transitorio. El
Tanto entusiasmo generó Sarmiento en Varela que éste adelantó su regreso a Uruguay para lanzarse a la reforma escolar influjo de la reforma escolar es duradero y profundo”. El hecho es que, a partir de esa obra, Varela cambia el país. Se fundan escuelas, bibliotecas populares, institutos de formación docente; se echan las bases de la escuela pública laica, gratuita y obligatoria; se establecen los cursos mixtos, hasta entonces vituperados por la moral predominante; se instauran las lecciones de objeto, para educar a partir de la observación y la experiencia, desterrándose los métodos memorísticos… En pocos años, el Uruguay vive una verdadera revolución, la más duradera, la que, continuada más tarde –en otra dimensión– por José Batlle y Ordóñez, a partir de 1903, configurará
el Uruguay moderno, el que aún recoge de aquel tiempo lo mejor de sí. Su lucha es tremenda. Se enfrenta a sus viejos amigos por ocupar un cargo oficial bajo dictadura. A la Iglesia, por la laicidad. A los maestros rutinarios, por sus nuevos métodos. A las mentalidades conservadoras, por su igualitarismo republicano: “En la escuela común, el niño se acostumbra desde temprano a dejar las tendencias aristocráticas de la familia; rozándose todos los días con centenares de niños de su misma edad, sin explicárselo tal vez, comprende que todos los hombres son iguales, porque ve que en ese mundo en pequeño que se llama escuela no hay más gradaciones que el saber y la inteligencia”. Hasta la universidad lo combate por sus críticas a su orientación demasiado teórica. Todo desemboca en una formidable obra cívica, que Varela sintetizaba en su concepto de que “para fundar la República, lo primero es formar republicanos”. Esa acción febril se trunca, a los 34 años de edad, cuando muere, afectado por una dolorosa afección en el estómago. Sarmiento se asocia a los homenajes que se le tributan e incluso impugna, con su clásica ferocidad, a quienes se los niegan. Si la Argentina tanto le debe a Sarmiento, no menos deudor es el Uruguay, como inspirador de la obra de su reformador escolar. © LA NACION El autor fue presidente de Uruguay