Imágenes, rastros y donner kebabs por los barrios de

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Página 10/Sección 5/LA NACION

[ ALEMANIA ]

Turismo

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Domingo 5 de agosto de 2007

Recorrido urbano

Imágenes, rastros y donner kebabs por los barrios de Berlín Caminar por la gran ciudad unificada permite descubrir una fascinante combinación de historia, tendencias, viejos males y nuevas respuestas sociales Por Leandro Uría De la Redacción de LA NACION

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CORBIS

La capital alemana es una ciudad de contradicciones, marcas de un pasado doloroso y adelantos de lo que será el futuro

ERLIN.– La historia podría empezar en el St. Oberholz, un café de dos plantas en el exclusivo barrio de Mitte. Ni sus ventanales, ni su interior luminoso, ni sus carteles con refranes humorísticos, ni su música de última moda hacen que se distinga de otros cafés del mundo. Pero hay una diferencia: en el St. Oberholz hay Internet inalámbrica gratis. Por eso está permanentemente lleno de jóvenes que se sientan con sus laptops para enviar mensajes, o simplemente escribir o conversar con algún amigo o pariente a través de la Red. Claro, también consumen los gigantes latte machiatos, sus sopas, tes de jengibre y deliciosas tortas de queso, pero nadie los obliga a hacerlo. Algunos se acurrucan con las computadoras en el marco de las ventanas de las paredes del bar, sobre los que han colocado almohadones. Se diría que las ventanas parecen cuadros y los propios parroquianos, parte de la decoración. No puedo evitar pensar en La colmena, aquel viejo libro del español Camilo José Cela, que narraba las vidas cruzadas de los habitués de un bar madrileño de los años 40. En el St. Oberholz, sin embargo, las vidas de sus habitués no sólo se cruzan entre sí en el café o en la ciudad. Seguramente, Internet de por medio, tengan ramificaciones en otros lugares del mundo donde haya amigos y trabajo que hacer. No es una teoría caprichosa: el café es una Babel de idiomas. Mario, una de las personas que atiende, habla perfectamente castellano, italiano y alemán, y en algunos lugares de Berlín, como el barrio Prenzlauer Berg, del ex Berlín del Este, donde florecen los locales de arte y diseño, los restaurantes y la venta de productos gourmet, cada persona es una pequeña empresa. Globalizados y emprendedores; así son los jóvenes en Berlín.

Mitte, proyecciones “¿Cuánto tiempo es ahora?” Esa pregunta, que invita a vivir con intensidad cada segundo, se puede leer en inglés en uno de los flancos del edificio del Tacheles, a unas cuadras del St. Oberholz. Se trata de un centro cultural creado tras la apropiación, después de la caída del Muro de Berlín en 1989, de un edificio en ruinas en el que funcionaron oficinas de los nazis y una prisión militar. El edifico del Tacheles tiene una gran puerta en forma de U invertida que comunica la vereda de la calle Oranienburgstraße con un patio. A través de ese arco se puede ver la pared blanca de un edificio cercano en la que se proyectan imágenes. En el quinto piso del Tacheles se exhibe la exposición del pintor bielorruso Alexander Rodin. La muestra se llama Kali Yuga, la “era de la oscuridad” de los hinduistas a la que sucederá una era

de renacimiento, y uno de sus cuadros más representativos es un ojo con un reloj en el iris. A unos metros, la gente se acumula en uno de los bares del centro cultural que permite mirar al exterior por un enorme hueco que hace las veces de ventana, pero sin vidrio. Para evitar el frío han puesto unas enormes estufas verticales que se apoyan en el suelo y se alimentan de garrafas. El brillo de las imágenes llega desde afuera y le da al Tacheles el aspecto de una casa embrujada. En Prenzlauer Berg, una pareja exhibe un cartel. Dice: “Hacemos lo que quieran para que estén contentos. No desconfíen”. La demanda parece ser mucha: se van con una persona antes de que pueda preguntarles nada. Ceno en ese mismo barrio, en la casa de una pareja de una alemana y un italiano que han decidido instalar un restaurante para amigos y amigos de amigos en su propio living. La casa queda en la Kastanien Alle, probablemente la calle de más onda de todo Berlín, donde carteles convocan a una manifestación en solidaridad con los expulsados de una casa tomada en Copenhague.

Lichtenberg, monobloques Al día siguiente, visito Lichtenberg. Es, como Prenzlauer Berg, otro barrio de la ex Berlín del Este, pero no está de moda. Todo lo contrario: es donde, se sabe, viven los grupos neonazis. A ambos lados de la Weitlingstraße, la calle principal, se levanta una infinidad de monobloques idénticos. Además de la dura arquitectura, una columna de humo se ve en el horizonte, y el aire no parece estar limpio, en un dato de lo más sorprendente en Berlín, donde existe una amplia conciencia de la necesidad de proteger el medio ambiente. En Lichtenberg se puede ver banderas alemanas en los balcones, algo poco común en la capital alemana, una ciudad cosmopolita como pocas, y musculosos vestidos de negro caminando por la calle. Pero nadie podría decir por eso que se trata de neonazis... Sin embargo, luego de unas diez cuadras, la Weitlingstraße hace una curva. En un bar de la vereda izquierda veo a un obeso calvo, de bigotes castaños, tomando cerveza con amigos. Todos están vestidos de marrón. Tampoco podría decir a ciencia cierta que son neonazis. Pero sí que la imagen parece sacada de una película de la guerra.

Kreuzberg, marcas En el ex Berlín Oriental, Kreuzberg es otro lugar en el que están visibles las marcas de la guerra. O mejor dicho, de la posguerra. Por el suelo de muchas calles de Kreuzberg existe una línea metálica que desentona con el gris del pavimento. Sobre esa marca se levantaba el Muro de Berlín, que es preservado en parte de la ciudad y en parte del barrio, donde marca el límite con Friedrichshain, como un testigo mudo de los años difíciles. Kreuzberg es conocido como la segunda Estambul porque allí vi-