Guillermo Cacace celebra los diez años de su sala con la obra A

la propia casa. Esos ejercicios me ... Santa Teresa de Ávila, tuvo una epifanía y se convirtió al cristianis ... en Dios, pasa a un convento de clausura y acepta que ...
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| Martes 23 de abril de 2013

Guillermo Cacace celebra los diez años de su sala con la obra A mamá teatro. “Mis grotescos son más trágicos porque me duelen; ese dolor es transformador”, apunta quien con sus puestas de Mateo y Stéfano logró un amplio reconocimiento Carlos Pacheco PARA LA NACION

“Traten de trocar la expectativa ansiosa por la esperanza relajada.” La frase pertenece al director Guillermo Cacace y suele decírsela a sus alumnos cuando los nota inquietos frente a una realización laboral. Él mismo encontró, siguiendo ese pensamiento, una manera de vivir y crecer, y ha construido una destacada carrera. Por estos días celebra los diez años de su espacio, Apacheta, y lo hace con la reposición de un espectáculo con el que abrió la sala, A mamá. Se trata de una versión muy personal de Las coéforas, la tragedia de Esquilo que forma parte de La Orestíada. Un material clásico que sirvió entonces como gran disparador para construir “un ejercicio de puesta”, como a Cacace le gusta llamar a sus montajes. Los intérpretes (Aldo Alesandrini, Paula Fernández, Clarisa Korovsky, Iride Mockert, Gabriel Urbani) se dispusieron a improvisar a partir de la historia original y luego se concibió la dramaturgia que se presentó en escena. “Ahora, mientras lo estaba montando –cuenta el director– pensaba en que todo lo que nos había pasado en estos diez años hacía que los cuerpos de los actores, el mío, tuvieran otra relación con el material. Y eso, indudablemente, también le da la posibilidad a uno de revisarse en su propia producción. Después de la puesta que hice en el Cervantes de Mateo, tenía ganas de no subirme a ningún barco porque necesitaba ver qué me pasaba a mi creativamente, qué necesitaba montar.” –Desde entonces hasta ahora transcurrió un año. ¿Es mucho tiempo en el desarrollo de un creador? –Todoesteañohaestadomuybueno porque me ha permitido hacer un balance. ¿Qué aspectos me llevaban hace diez años a desarrollar unos

Cacace es uno de los más prestigiosos directores de la escena independiente procedimientos algo salvajes?, ¿esos aspectos siguen apareciendo con la misma intensidad?, ¿qué se domesticó?, ¿está bien que haya tomado otros procedimientos? Montar este espectáculo es una excusa para muchas cosas. Me encanta el material, es un procedimiento que tiene que ver con las improvisaciones. Siempre los clásicos para mí dan vuelta por ahí. Pero después me había dedicado a respetar algunos textos. En este trabajo, además, asoma un germen que después desarrollé en otros: lo grotesco. Primero, en Stéfano, de Discépolo, un espectáculo que trascendió mucho y que estrenamos en Apacheta [le valió ganar los premios María Guerrero, Florencio Sánchez y Trinidad Guevara en el rubro mejor director], y luego en Mateo. –Ya que estamos en tiempo de balance, ¿qué significó montar a Discépolo en tu producción?

–Llegó el momento de hablar de la propia casa. Esos ejercicios me encuentran cerrando mis treinta años y comenzando los cuarenta. Un momento bisagra en el que sentí: “Llegó el momento de decir, hablemos de casa”. Es tiempo de mostrar que hay algo que vibra acá, mucho más cerca. Montar un grotesco es un ejercicio casi de riesgo, meterte en zonas muy dolorosas y con un procedimiento que convoca la mueca entre lo cómico y lo trágico. Soy consciente de que mis grotescos son más trágicos porque me duelen. Me parece que ese dolor es transformador. El creador hace mucho hincapié en su labor de investigación y, en ese aspecto, el actor parece su centro de estudio por excelencia. “Mi laburo está muy depositado en las operaciones que hace el actor en el escenario – explica–. Ahí está mi investigación. Son ejerci-

MARCELO GÓMEZ

cios que van armando como capítulos, y uno va creciendo a medida que eso se desarrolla. Muchas veces la vida te agarra distraído en cosas que montás o te involucrás en cuestiones que se alejan de ese ejercicio y, en algún momento, te preguntas: ¿qué estoy haciendo? No hay modo de dejar de hacer teatro para mí y ahí tengo la tranquilidad de prescindir de algunas cosas que parecieran que marcan la condición de hacer. Si no me llaman de un lugar oficial, sigo haciendo teatro; si no pudiera sostener mi espacio independiente, seguiría haciendo teatro. Eso tiene que ver con el camino, con un deseo al que le ponés el cuerpo.”ß

A mamá de Guillermo Cacace Teatro Apacheta, Pasco 623 (4941-5669). Funciones, los viernes, a las 23

La historia de Edith Stein, mártir y santa judía, con la dirección de Stella Galazzi teatro. El camino de la fe, en una obra que protagoniza Lili Grinberg en pocas funciones Moira Soto

PARA LA NACION

Edith Stein (1891-1942) fue una judía de gran talento que perdió la fe de sus mayores, ingresó a la universidad a comienzos del siglo XX, fue discípula de Husserl. En 1921, luego de leer la autobiografía de Santa Teresa de Ávila, tuvo una epifanía y se convirtió al cristianismo. La radicalidad de su gesto se completa en 1933 cuando ingresa en el Carmelo. Plenamente lúcida respecto de los avances del nazismo, pide el traslado a un convento de Holanda, donde permanece hasta el 2 de agosto de 1942, fecha en que es detenida por la Gestapo y llevada a Auschwitz. A los pocos días, muere en la cámara de gas. Doblemente mártir, de la Shoá y de dar testimonio de Cristo, Edith Stein, con el nombre con que tomó los hábitos –Teresa Benedicta de la Cruz– es canonizada por Juan Pablo II en 1998. Ésta es la historia que se narra en la obra teatral La séptima morada, en la que –con lógicos saltos temporales– van aflorando los pensamientos de Stein en su última noche en una celda, cuando sabe que pronto vendrán los nazis a buscarla. Recuerdos de familia, de estudiante, de filósofa y docente, expresiones de una fe que no decae, de un coraje sin alardes. Lili Grinberg –actriz, bailarina, discípula de María Fux– comenzó a apasionarse por el perfil y el recorrido de E.S. hacia fines de los años 80, cuando estudiaba semiótica en París y recibió un pedido de su amiga Matilde Sábado: que le trajera todos los libros que encontrara sobre una tal Edith Stein. “Por primera vez escucho ese nombre. Cumplo el encargo y ya en librería, me siento atraída por ese personaje y me compró los mismos libros que le llevo a Matilde”, memora Lili Grinberg. “Durante años me dediqué a la vida y obra de Edith. Me conmueven mucho su apego a la libertad, a la dignidad humanas. Luego, como judía, me toca mucho esa época de Alemania, de los terribles comienzos del nazismo… También me provocaba ahondar en el recorrido de Edith hasta descubrir la verdad en Cris-

Lili Grinberg y Stella Galazzi to, la última morada del alma. Como ella, empecé a leer con fascinación a Santa Teresa de Ávila.” Grinberg aclara que estudiar y admirar a Edith Stein no le generó ninguna contradicción: “Para nada. Soy judía, forma parte de la única comunidad reformista local y, de hecho, nuestro rabino asistió a uno de los preestrenos. Lo que me cautiva es el misterioso camino del alma. De hecho, la propia Santa Teresa era de origen judío por el lado paterno…”. Gracias al director Francisco Javier, Grinberg obtiene el dato sobre un film de Marta Meszaros, La séptima morada y la embajada de Hungría la conecta con la guionista Eva Pataki. En ese entonces, Lili

SOLEDAD AZNAREZ

Para ir agendando ^b^b^ Con entrada libre y

gratuita, La séptima morada se presentará mañana, a las 19, en Biblioteca Nacional, Agüero 2502. A ese espacio, volverá el viernes 3 de mayo. Por su parte, el jueves 16 del próximo mes se presentará en la Alianza Francesa, Córdoba 946, con debate interreligioso.

era alumna de actuación de Stella Galazzi, quien le sugiere pedirle a Pataki una adaptación para un unipersonal. La guionista acepta algunas indicaciones y escribe un texto en húngaro, que luego traduciría al castellano Marta Benedek. Y en 2012 comienzan las lecturas con Galazzi, quien a su vez realizó una nueva versión. “Lo que más me gustó de Edith fue esta determinación de seguir su deseo contra viento y marea”, declara Stella Galazzi, directora en 2010 de Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, de Jean-Luc Lagarce; como actriz, Galazzi rindió una composición memorable en Salomé de chacra, presentada a fines de 2011 (obra que probablemente regrese a la cartelera en el curso de 2013). “La pasión absoluta de quien encuentra la fe y la abraza. También me interesa esa época de Alemania, donde todo era tan extremo. La obra me lleva a plantearme preguntas: ¿por qué ella, de no creer en Dios, pasa a un convento de clausura y acepta que no la dejen escribir? No voy a responder, claro, pero sí a indagar. Por otra parte, soy una mujer que tuvo fe, conozco la potencia de esa certidumbre. Frente al material tan vasto, no fue sencillo encontrar el eje por seguir.” A medida que se decantaba la puesta, Galazzi supo lo que quería pedirle a Claudio Koremblit, responsable del video que cumple funciones de iluminación, con el aporte de Alejandro Le Roux: “Este sistema nos permite también trabajar con las sombras, tan propias del expresionismo. Dentro del ascetismo elegido, querían que estuvieran presentes la cruz, la estrella de David, la esvástica, en un juego de geometrías sobre el piso, la pared. Ese despojamiento también lo logra la escenografía de Marysol Kraviez y Lucio Rossi, el vestuario de Oria Puppo. Desde la musicalización, Koremblit encontró los sonidos precisos para cada morada del alma. La última encuentra su expresión sublime en el poema de San Juan de la Cruz, «La noche oscura», que pronuncia Lili en un momento, que, creo, es de elevada emoción”.ß