¡FUERA MANOS! Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Salmo 119:9-16 Texto clave: Estad quietos y conoced que yo soy Dios. Sal. 46:10 Cuando mi hija estaba cerca de cumplir sus 30 años, el Señor permitió que pasáramos por una época difícil entre nosotras. Por alguna razón desconocida para mí, ella entró en una etapa de rebeldía. Quizás también pasamos por algo así durante otros estadios de su vida, pero el hecho es que las fricciones entre nosotras fueron provocando un doloroso distanciamiento. Ella nació y creció conociendo las enseñanzas de las Sagradas Escrituras; sirvió a la iglesia, educó a sus hijos en el camino del Señor, y de pronto, se rebeló contra esa forma de vivir. La primera señal de alarma que mi corazón de madre recibió, confirmando lo que sospechaba como su enfriamiento espiritual, fue que empezó a mostrar pereza por congregarse en la iglesia. Esto me preocupó seriamente ya que resultaba un tanto inconcebible puesto que había dado muestras de una renovación espiritual que evidenciaba una mejoría en todos los aspectos de su vida. Me consolaba pensando que no eran en vano los años vividos con el conocimiento de la Palabra y que tal vez no la dañara mucho su aparente frialdad espiritual, empero, mi corazón sufría pensando en sus hijos pequeños que eran arrastrados por ese alejamiento de la enseñanza y de la predicación. Después de ese primer aviso, llegó el segundo. Este se relacionaba con las amistades que la rodeaban. Empezaron a cautivarla de tal manera, que, en este aspecto los disgustos entre nosotras los ocasionaban las continuas llegadas tarde a casa. Mi hija aseguraba que no había en su conducta nada que pudiera avergonzarla, pero el hecho es que esas salidas, aunque fueran solo a tomar un café con las amigas, derivaban en conversaciones tan largas que resultaban en llegadas a casa por la madrugada. Y no valían ni las reconvenciones amorosas ni los reclamos airados para que ella dejara sus reuniones nocturnas cada vez más frecuentes. El siguiente foco rojo, anunciando alarma, se encendió como consecuencia de los anteriores. Con las continuas reuniones y el alejamiento de la iglesia, regresaron tres emisarios de las tinieblas que habían salido ya de su vida por la misericordia de Dios para con ella. Su vocabulario se volvió mundano, el cigarrillo llenó de nuevo de humo sus pulmones y la copa obligada en las reuniones sociales pasó de vuelta por sus labios. Era tanta la impotencia de mi corazón que anhelaba regresar a los años en que podía aplicar en ella la vara de la disciplina para corregir sus errores. Pero el Dios maravilloso que gobierna la vida de quienes hemos creído en él, me mostró otro camino a seguir. Y cuando somos capaces de dejarnos guiar por el Espíritu Santo, nos encontramos con la bendición que nos está reservada para sanar las heridas del corazón. Muchas veces, durante ese estadio de pleitos y contiendas con mi hija, me pregunté si la que estaba actuando mal era yo, sin embargo me excusaba argumentando que mi experiencia de la vida y mi conocimiento de la Palabra no podían dejar que me equivocara al calificar de ofensiva para el Señor la
vida que había decidido llevar mi hija. Y a pesar de la seguridad de mis pensamientos, el Señor puso en mi corazón la idea de viajar para mitigar un poco las tensiones existentes entre ambas y así lo hice. Dice el refrán mexicano que "ojos que no ven, corazón que no siente" y es verdad, al menos en parte. Lejos ya de mi casa empezó a tranquilizarse mi corazón al estar fuera de lo que ya parecía un campo de batalla. Pero en esa ausencia de los que ama mi corazón, empecé a sentirme como quizás se sintió Elías en Querit. A pesar de encontrarme en una casa amiga, rodeada de afecto y de atenciones, me sentía como en un desierto árido y solitario. Por las noches, la cueva de mis pensamientos era lóbrega y tenebrosa. Y hasta ese doloroso escenario llegó el pan del cielo que Dios tenía preparado para mí. Escuchaba con atención a la predicación, cuando llegó el mensaje especial del Señor en dos simples y llanas palabras: ¡Fuera manos! Esta frase iba acompañando a una breve mención que hacía sobre el hecho de que hay en cada vida muchas situaciones difíciles en las que queremos ayudarle a Dios a solucionarlas; que queremos con nuestras fuerzas humanas hacer lo que Dios sabe arreglar solo; que intentamos en el colmo de nuestra osadía, enseñarle a Dios la mejor manera de ponerle remedio a nuestros problemas, olvidando que él en su soberanía y en su poder no necesita nuestra ayuda. Ahí estaba el mensaje para mí. Había ocupado largos meses en decirle a Dios cómo enderezar la vida de mi hija; había hecho mi parte pensando que mis gritos y mis reclamos ayudarían a Dios a actuar más rápido, olvidando el hermoso texto, tantas y tantas veces repetido en mi vida de creyente, que dice: "Estad quietos y conoced que yo soy Dios". Humanamente no sé cuánto esfuerzo me costará sujetarme a su mandato, pero mi fe se renueva al creerle a Dios. Creo que no la dejará perderse porque fue rescatada a precio de sangre. Creo que con lazos de amor la volverá al Camino. Creo que su gloria se reflejará en ella y en la vida de sus hijos para no apartarse ya más. Y creo que "el que empezó en ella la buena obra, la perfeccionará para el día de Jesucristo". OREMOS POR TODAS LAS HIJAS QUE DECIDEN APARTARSE DEL CAMINO, PARA QUE TENGAN UN AMOROSO ENCUENTRO CON JESUCRISTO. Usado con permiso. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.