Falleció un gran titiritero

19 nov. 2011 - magnífica en Fedra, de. Racine (Milagros de la. Vega, nada menos, era. Enona, la nodriza), y en la María Estuardo, de Schiller. También.
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ESPECTACULOS

I

Sábado 19 de noviembre de 2011

OPINION TEATRO

TEATRO s CLAUDIO ALVAREZ

Falleció un gran titiritero

ERNESTO

SCHOO

Con El soldadito de plomo y La niña de los cerillos había recorrido el mundo Con la temprana muerte de Claudio Alvarez, fallecido el miércoles en Villa Ballester, pierden los retablos titiriteros a uno de sus protagonistas más sutiles y sofisticados. Junto con su hermano gemelo, Omar, integraba desde 1987 la Compañía Omar Alvarez Títeres, que tuvo su base en el conurbano para proyectarse al mundo. Los hermanos Alvarez comenzaron en su niñez ofreciendo funciones de títeres en una juguetería a dos cuadras de su casa paterna, en Villa Ballester. El primer telón fue la pollera de la abuela. El cachet consistía en juguetes. Partiendo desde allí, la trayectoria seguida por Claudio y Omar Alvarez llegó

muy lejos. Sus obras se vieron en Finlandia, Singapur, Hong Kong, España, Estados Unidos, Canadá, Polonia, Corea, Sudáfrica, Brasil y México, entre muchos otros países. El soldadito de plomo y La niña de los cerillos, dos versiones de sendos cuentos de Hans Christian Andersen, Basilisa y El niño de arena, estrenada con dirección de Omar alvarez y Rafael Curci, con Claudio Alvarez como actor-titiritero solista, son algunas de las obras de la Compañía que recorrieron el mundo gracias a la excelencia estética y el rigor de la técnica de manipulación puesta en evidencia. Sus puestas en escena, en general de una poética prescindente de diálogos, se enriquecieron con

relatos en off en las voces de Alfredo Alcón, Virginia Lago o Norma Aleandro. Sin embargo, más allá de la palabra, fueron siempre la imagen potente y el movimiento sutil los pilares de las puestas protagonizadas por Claudio Alvarez. Una treintena de premios nacionales e internacionales fueron jalonando ese recorrido artístico. Las giras siempre retornaban a su punto de origen, fortalecido con la creación de una sala teatral propia, el Centro Cultural Espacios, en Villa Ballester, fundado y regenteado por Claudio en la división de tareas de los hermanos Alvarez. Allí no sólo presentaba las obras de su propio

Autobiografía: años de aprendizaje

grupo, sino que organizaba festivales que permitieron llevar al conurbano a muchos elencos reconocidos del circuito infantil porteño. Otra vertiente de la multifacética actividad artística de Claudio Alvarez era la escenografía, que ocupa un rol central en las puestas de la compañía titiritera. Entre 2003 y 2009, formó parte de la comisión directiva de la Asociación de Teatristas Independientes para Niños y Adolescentes (Atina). Claudio Alvarez acababa de retornar de una gira por Colombia con El niño de arena, para recalar por última vez en su barrio, en Villa Ballester.

Juan Garff

A

El niño de arena

mediados de 1961, Ricardo Costantino me invitó a colaborar en LS1 Radio Municipal, de la que él era director artístico (el director general era Virgilio Tedín Uriburu), confiándome todo lo referido a teatro. Tedín y Costantino desarrollaron una programación notable, que incluyó los nombres más importantes de la cultura, desde Borges y Silvina Ocampo hasta Aníbal Troilo y su orquesta. La radio funcionaba entonces en el subsuelo del Colón; yo aprovechaba el día en que llevaba mis libretos para colarme en los ensayos de Troilo, una experiencia inolvidable. Se hacían las habituales transmisiones de ópera desde ese teatro, en cuyos intervalos dialogábamos mi colega, Enrique Raab, y yo. Emilio Stevanovitch dirigía el Semanario Teatral del Aire, Alberto Girri conversaba con Héctor Murena y éste, con David Vogelman. La perfecta dosificación se debía a Costantino, con el aval de Tedín; todo este valioso material fue grabado en cinta y parece haberse perdido para siempre. Quiero evocar aquí a Costantino, uno de los hombres más cultos que he conocido, y de mayor apertura intelectual. Poco, o nada, sé de él en cuanto a su vida personal: tan sólo que era profesor en la Universidad Católica. Y lo evoco porque a Costantino le debo una parte considerable de mi formación teatral. Mi trabajo en LS1 consistía en adaptar para una hora de micrófono, los grandes textos del teatro mundial. El título del programa, semanal, era Tercera llamada, en alusión a la costumbre tradicional de avisar tres veces a los actores que en contados minutos se abrirá el telón. Lo dirigía Roberto Ponte y fueron convocados los mayores intérpretes de nuestros escenarios, que, por cierto, respondieron con entusiasmo.  Yo debía, una vez establecida con Ponte la programación del mes y armados los repartos, destripar (no encuentro otra palabra más gráfica) esos textos ilustres, reduciéndolos en el tiempo y preservando, a la vez, la esencia y las escenas principales. También tomaba en cuenta a quién le tocaría decirlos, pensando en la calidad de la voz y en la manera de expresarse. Recuerdo en especial a María Rosa Gallo, magnífica en Fedra, de Racine (Milagros de la Vega, nada menos, era Enona, la nodriza), y en la María Estuardo, de Schiller. También Milagros retomó su inmortal creación de la madre en Un guapo del 900. De vez en cuando, a pedido de Costantino, hacíamos adaptaciones de relatos de escritores argentinos: Autobiografía de Irene, de Silvina Ocampo; La habitada, de Carmen Gándara; En memoria de Paulina, de Bioy Casares, y un cuento de Girri cuyo título no recuerdo. Para mí, fue la manera ideal de analizar y comprender la estructura interna de las obras, el juego simbólico, el valor de las palabras dichas y, sobre todo, de las que no se dicen.