Enfoques

30 nov. 2008 - En síntesis, el riesgo moral emerge cuando los propios actos dejan de tener consecuencias, cuando uno puede aislarse de los riesgos de ...
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Domingo 30 Domingo 30 de de noviembre noviembrede de2008 2008

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| Humor |

Jiho / Francia La encarnizada interna del Partido Socialista de Francia

Patrick Corrigan / The Toronto Star, de Canadá –¡Arrrr!... Ningún botín allí... Patrick Chappatte / Le Temps, de Ginebra, Suiza – Queremos agradecer a nuestros nietos, sin ellos no hubieran sido posibles estos planes de rescate.

La dos

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| Perspectivas |

| Sin palabras |

| Catalejo |

El comando que mejor blanquea

Cristina Kirchner intenta atraer los fondos en negro en el exterior

CLAUDIO A. JACQUELIN

El país de los apodos espontáneos HERNAN CASCIARI

LA NACION

PARA LA NACION

Puede haber algunas diferencias entre las gestiones de Cristina y de Néstor Kirchner, pero hay algo en lo que la identidad es absoluta. Cada acto de gobierno, aun por menor que parezca, jamás está ni estará motivado o animado por despreciables urgencias de caja, por pedestres necesidades electorales, por pequeñas cuestiones personales o partidarias, por oscuras intrigas palaciegas, ni, mucho menos, por espurios intereses. Cada anuncio revela una gesta y cada discurso es una proclama que cambia el rumbo de la historia. Aunque la mezquindad de los opositores se empeñe en ponerlo en duda, un fin superior siempre explica o justifica cada medida. Y que algunas decisiones aparezcan contradictorias es sólo el costo que tiene toda gesta fundacional destinada a cambiar el statu quo de raíz (para no decir radicalmente, ya que los radicales, empezando por Cobos, cada vez caen peor en el Gobierno). Esta semana volvió a ocurrir lo mismo que viene ocurriendo desde hace ya más de cinco años, aunque la incredulidad de muchos se mantenga irreductible. Las medidas que el Gobierno acaba de lanzar no tienen nada que ver con lo que los críticos de siempre han dicho. Nada puede compararse con otras decisiones que puedan parecer similares y que se hayan adoptado antes, sobre todo por otros gobiernos. Ya lo dijo con orgullo patriótico y futbolero el jefe de Gabinete: “Es la mayor moratoria de la historia”. Al fin y al cabo, por qué jactarse de que la gente paga los impuestos como nunca antes, demostrando su responsabilidad como contribuyente y su confianza en el destino que el Gobierno/Estado le va a dar a su dinero, si es posible jactarse de que acaba de dictar la mayor amnistía que el país recuerde, aunque las amnistías y los indultos no hayan caído bien antes. Además, si siempre se le reclama al Gobierno que sea más tolerante, por qué criticarle ahora que haya sido magnánimo y haya perdonado a los que, seguramente por culpa de otros gobiernos, eludieron sus obligaciones con el Estado. Y en cuanto al blanqueo de capitales, ¿por qué pensar que es una claudicación de aquella inflamada proclama contra los evasores que guardaban su dinerio en el exterior, entre cuyos campeones estaban los productores agropecuarios, según decía el Gobierno en plena guerra revolucionaria contra “la oligarquía”? ¿Por qué creer que hay motivos espurios y amigos beneficiados? No, esta vez también hay causas trascendentes y objetivos superiores. La gesta revolucionaria nunca claudica. Ahora, hasta el dinero más negro se volverá impoluto para ayudar a los que más necesitan (que no se los investigue). El Comando Ayudín cumplió con éxito la misión blanqueadora que los comandantes Cristina y Néstor le encomendaron. ¿Quién pagará el premio a los oficiales De Vido, Massa, Carlos Fernández y Tomada por no lavarse las manos cuando la historia los convocó? Ahora no deberían faltar fondos. © LA NACION

| Prisma |

Las reglas del juego ENRIQUE VALIENTE NOAILLES PARA LA NACION

La crisis económica ha disparado en los Estados Unidos la preocupación por lo que se denomina “moral hazard”, la tendencia a despreocuparse por los efectos de lo que uno hace porque existe alguna garantía de que uno será protegido de actuar irresponsablemente. Aquellos que tomaron riesgos excesivos para luego ser salvados por el Estado norteamericano son el ejemplo. Si esos riesgos hubieran dado frutos, las ganancias habrían permanecido privadas. Pero, al fracasar, las pérdidas fueron socializadas. Más allá de si el problema sistémico justificaba una acción extraordinaria, el mensaje implícito es de una total injusticia, porque la cuenta la pagarán quienes no hicieron ni hubieran disfrutado de la fiesta. En síntesis, el riesgo moral emerge cuando los propios actos dejan de tener consecuencias, cuando uno puede aislarse de los riesgos de actuar y no tiene que preocuparse por los efectos de lo que hace. En la Argentina es difícil que se dispare el “moral hazard”, porque este tipo

de riesgo es constitutivo de nuestra sociedad. Pero con la excusa de la crisis, el “riesgo moral” confirmó en estos días su vigencia profunda, su renacer cíclico, de la mano de la confiscación de bienes, del jubileo generalizado y de la garantía de impunidad. Es la inversión casi matemática de la noción de que en una sociedad deben imperar los premios y castigos. En la Argentina los actos propios no tienen todas las consecuencias que deben tener, pero a la vez uno está tomando también injustamente las responsabilidades o consecuencias de los actos de los demás. Así, la “justicia” se reparte de manera azarosa y las consecuencias de la suma de irresponsabilidades recae aleatoriamente sobre cualquiera de nosotros, de la forma más diversa. Los incentivos que uno tiene para respetar el contrato comunitario han sido dinamitados y reemplazados por un sálvese quien pueda, sumado al ruego de que no nos aplaste la fatalidad. A su vez, el sistema empuja a entrar en ese juego, porque nadie quiere hacerse responsable de los actos propios y de los ajenos a la vez. El incentivo, dada la fatalidad de que caiga sobre nuestra cabeza lo ajeno, es

deshacernos lo máximo posible de la responsabilidad propia para no llevar ambas cargas a la vez. Uno podría pensar que comunitariamente es un juego de suma cero, porque finalmente quien es dispensado hoy del fuero penal tributario puede mañana ser objeto gratuito de un asesinato. Cuenta la doctora Marta Pascual, jueza de menores del Juzgado Nº 5 de Lomas de Zamora, que cuando a un chico se le preguntó por qué había sido capaz de matar a otra persona por un par de zapatillas, la respuesta fue: “Son las reglas de juego”. La frase es aterradora, entre otras razones porque es absolutamente cierta. Es la manera brutal de decir que la regla de juego es que no hay regla de juego. Liberados de toda constricción y de toda consecuencia, nos apropiamos de todo por la fuerza: el Gobierno de la plata de los ciudadanos, los ciudadanos de la plata del Gobierno. En realidad, nuestra sociedad ha suscripto un acuerdo subterráneo y perfecto de operación que supone un endoso de las consecuencias de los actos en cadena. Efectivamente, son las reglas de juego de una inmensa ruleta rusa. [email protected]

BARCELONA Durante el último fin de semana, los comentaristas de Televisión Española estuvieron más atentos al comportamiento del público que a los partidos de la Copa Davis. Se fascinaron con los cánticos que tejían, marciales, las tribunas: “Son hirientes y ofensivos —descubrían—, aunque se agradece que al menos tengan argumento”. Más aún se sorprendieron con los apodos de los tenistas argentinos: “A Mancini le dicen ‘Luli’ pero se llama Alberto —explicaban—, aunque es probable que se llame Luis de segundo, de lo contrario no se entiende”. En España, el apodo deportivo es nomenclatura oficial que escoge el atleta, y no la sociedad o el contexto. En la Argentina, en cambio, estas decisiones son aleatorias, en ocasiones mnemotécnicas y casi siempre jocosas. Recupere el lector los nombres de los compañeros de la secundaria. Encontrará Chinos, Rusos, Manijas, Gordos e incluso Chanchas (como Rinaldi). En el ámbito escolar es donde nacen, por generación espontánea, estos motes, que son variados, punzantes, a veces hirientes (el de Pantriste terminó en tragedia), y muchos otros, azarosos. En España los hay muy pocos, y todos se reducen a un modesto Paco, a un desabrido Pepe... Por eso a los comentaristas ibéricos de deportes les cuesta mucho entender que un sobrenombre pueda nacer por herencia genética (‘Pipita’, para Higuaín), o por sinécdoque (llamar ‘Córdoba’ a Nalbandian) o por oxímoron (‘Enano’, para Del Potro), o por metonimia (decir solamente ‘el Diez’ cuando se quiere significar Maradona). Esta incomprensión de la metáfora suele generar un gran tormento a la hora de utilizar los apodos argentinos en los ámbitos oficiales. Los periodistas españoles son muy propensos, en conferencia de prensa, a interrogar a Calleri de este modo: “Una pregunta, señor ‘Gordo’, ¿se ha sentido usted agotado luego del tercer set?”. O incluso confundir el aumentativo con el despectivo: “Aquí vemos en la platea —decían la semana pasada—, a ‘Narigudo’ Bilardo, el ex entrenador de fútbol”. Esa mezcla popular de creatividad y agresión gratuita hechizó a los enviados de TVE en Mar del Plata, que relataron y tradujeron (al castizo) todos los cantos ofensivos de las tribunas. Se sintieron ofendidos con la entonación del “Verdasco tiene miedo” en el partido de dobles, que más tarde fue redoblado con una metáfora de esfínteres todavía más gruesa, y también pareció molestarles la picaresca de festejar con un multitudinario “no” los primeros servicios errados por los visitantes. Pero mucho más se enfadaron cuando, al comenzar el cuarto y definitivo match, apareció en el aire marplatense una muy injuriosa copla en contra del atleta español. Nacho Calvo fue el primero en advertirlo: “No puede ser —dijo—, toda la gente le está gritando ‘perro’ a Verdasco, el juez de silla debería tomar medidas contra el equipo argentino”. Alex Corretja, ex jugador de Davis y buen conocedor del ambiente nacional, corrigió a su compañero en directo: “No, Nacho. Están cantando ‘Chucho… Chucho…’, pero no es contra Verdasco. Es así como alientan a Acasuso”. © LA NACION