En el fútbol argentino, el crimen siempre es perfecto

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Lunes 17 de marzo de 2008

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la columna de Juan Pablo Varsky Para LA NACION

EL DOLOR ES MAS FUERTE

En el fútbol argentino, el crimen siempre es perfecto

M

urió Emanuel Alvarez, hincha de Vélez, 21 años, hijo único. Le pegaron un tiro directo al corazón. No hay palabras para describir el dolor de su familia, de sus amigos. Pero sobran para hablar de la violencia en el fútbol. Durante los próximos días, habrá un amplio repertorio de debates mediáticos, propuestas en el Congreso, soluciones mágicas, comisiones especiales, extremas medidas de seguridad, avances tecnológicos y una medida como panacea (¿se acuerdan del derecho de admisión?). Tarde, siempre tarde. En la Argentina, vamos detrás del problema. Pero siempre hay tiempo para hablar de la violencia en el fútbol. Por ejemplo, de la responsabilidad del Estado. Esta paradoja de “luchar” contra la violencia en el fútbol tiene el único objetivo de no lamentar más víctimas. Ninguna medida será, por sí sola, la salvación. El paquete comprende acciones de corto y mediano plazo, vinculadas con la justicia y la prevención. En el análisis de un experto, nunca debe faltar una definición del barrabrava argentino. ¿Por qué un hincha quiere ser barrabrava? Ante la humillante exclusión social que sufren muchos jóvenes, pertenecer a un grupo con identidad no es un consuelo menor. Es la posibilidad de aferrarse a “algo” y ser alguien. Se trata del aguante, hoy privatizado gracias a los propios dirigentes de los clubes y a los referentes políticos que recurren permanentemente a sus servicios de protección y aprietes. Por acción u omisión, esta conexión se ha convertido en el sostén más poderoso de los barras. Este vínculo distingue al caso argentino de fenómenos como hooligans o ultras, con connotaciones sociales y económicas pero sin contenido político. La prohibición de concurrencia a los hinchas visitantes ha bajado drásticamente la cantidad de episodios de violencia en nombre del aguante. No es una medida sostenible en el tiempo, pero, si en el cortísimo plazo evita muertes, deberá pensarse como un parche provisional para la primera división. Tendrá sus costos y sus detractores. Pero si la disyuntiva es el folklore del fútbol o la vida de los espectadores, no hay margen para la discusión. Al menos

en esta furiosa actualidad. Los barras de Primera comparten códigos de mercenarios y no se pelean con colegas de otros equipos. Pero sí se matan entre ellos por el botín que han acumulado gracias a la complicidad directiva. “Ya no podemos hacer nada”, dice con resignación Rafael Savino, presidente de San Lorenzo. Tiene razón. Ya hicieron todo. Crearon a Frankenstein y no lo pueden parar. El asesinato de Acro es la más trágica consecuencia de la interna en River entre los Schlenker y Rousseau. Ayer, explotó la bomba en Boca con incidentes que dejaron un herido y 183 detenidos. Desde que el anterior líder de La 12 Rafael Di Zeo fue preso por el delito de coacción agravada, la interna por la sucesión estaba latente. Y estalló. Con Marcelo Aravena en libertad (había estado preso por los asesinatos de los hinchas de River Vallejos y Delgado en 1994) y la más que probable excarcelación de Di Zeo, la guerra ofrecerá más batallas con dos bandos dispuestos a todo para quedarse con la torta. El sábado pasado, la hija de un barrabrava de Colón fue apuñalada luego del partido en otra pelea interna por el poder. Pero volvamos al palabrerío de siempre. La comparación con los hooligans es imprescindible para cualquier diagnóstico sobre la violencia. Inglaterra solucionó su problema con ellos a partir de una política de Estado que incluyó reformas judiciales, fuerte inversión pública en educación y seguridad y participación del capital privado para sumar confort en los estadios. Listo. Ya expresamos todo lo políticamente correcto. Abusamos de esas palabras que, de tan repetidas, están vacías de contenido. Hasta ahora el fútbol argentino tiene 229 muertos en episodios referidos a un club de fútbol o donde los implicados en el caso forman parte de una hinchada, según el sitio de Internet salvemosalfutbol.org. Se trata de un contexto mucho más profundo que el descripto por el ministro de Justicia, Aníbal Fernández, para referirse al asesinato de Alvarez. “Es un hecho criminal, no lo vinculen con la violencia en el fútbol. Le pudo haber pasado a cualquiera. El asesino es un tarado que bien podría haber matado antes de un partido de básquet.” Aunque se trate de un episodio diferente de los enfrentamientos o las emboscadas, el argumento de Fernández huele al ya inadmisible concepto de “los inadaptados de siempre”. Emanuel Alvarez no estaba allí de

SOBRAN PALABRAS, FALTA ACCION Tarde, siempre tarde. En la Argentina, vamos detrás del problema. Pero siempre hay tiempo para hablar de la violencia en el fútbol. Por ejemplo, de la responsabilidad del Estado.

casualidad. Iba a rumbo al Nuevo Gasómetro en uno de los 40 micros que habían partido desde Liniers, siguiendo un itinerario que le había indicado la autoridad policial. La decisión posterior de las fuerzas de seguridad de hacer regresar a los hinchas de Vélez por el mismo camino fue una evitable provocación que, por milagro, no generó más muertes. A cargo del caso, el fiscal Retes tiene todo por hacer, sin pistas firmes. Las primeras horas son fundamentales para esclarecer un homicidio. Y se avanzó muy poco en la investigación. La AFA recorrió el mismo camino que el ministro. Amparándose en las 25 cuadras de distancia entre el lugar del hecho y la cancha, decidió no suspender la fecha. Lavó culpas con un minuto de silencio en los partidos del domingo y un comunicado de prensa. La suspensión de la fecha no habría resuelto nada. Pero sí habría sido una señal de sensibilidad y respeto institucional ante el dolor por una muerte más. El viernes había fallecido en Salta Sabrina Beltrán, 17 años, hincha de Central Norte, que iba a ver a su equipo contra Gimnasia y Tiro por el Argentino B. Como recibió

No hay palabras para referirse a otro tema. Por eso, no hay top ten. Por respeto al dolor por una muerte más, evitamos el lenguaje festivo que siempre tiene este ranking. Volverá el próximo lunes.

un balazo camino al estadio, también se calificó el episodio como “hecho criminal”. De todas maneras, la inmensa mayoría de las muertes, “futboleras o no”, terminan igual. Impunes. El 3 de diciembre de 1985 murió Daniel Souto en un Racing-Banfield jugado en la cancha de Boca. Nadie supo nada. El 11 de julio de 1995, en Paysandú, mataron a Daniel García en una reyerta entre barras de Buenos Aires que la justicia uruguaya no investigó. El 22 de diciembre de 1996, los puntazos terminaron con la vida de Christian Rousoulis. Casi doce años más tarde, la causa sigue su curso con la acción de un fiscal de Lomas de Zamora. Sin condenas. El 19 de diciembre de 1997, fue asesinado Ulises Fernández, hincha de Huracán, de un balazo en la cabeza. Cayó en una emboscada armada por miembros de la Buteler, una fracción de la barrabrava de San Lorenzo. Con rápidas detenciones, se abrió una esperanza de esclarecimiento. Pero en junio de 1998 hubo sobreseimiento para los 26 sospechosos y la causa se archivó. El 20 de abril de 2003 Claudio Puchetta y Claudio Ponce, hinchas de Newell’s, murieron en un enfrentamiento con la barra de River en Zárate. Hubo 110 detenidos. Salieron todos y la causa está paralizada. El 25 de junio de 2007, mataron de un piedrazo en la cabeza a Marcelo Cejas, hincha de Tigre, luego del partido contra Nueva Chicago. En noviembre del año pasado, la familia de la víctima convocó a una movilización ante el estancamiento de la causa, que sigue sin ofrecer novedades. Queda claro que a la hora de la violencia en el fútbol las causas son múltiples pero el efecto siempre es el mismo: la impunidad. Cualquier similitud con el país (casos de corrupción, AMIA, etcétera) no es mera coincidencia. En el fútbol argentino, todo crimen es perfecto. Y no hay mejor estímulo que ése para seguir matando. [email protected]