EL JUZGAR A OTROS CRECIENDO HACIA UNA VIDA SANTA Por Marcos Robinson El otro día estaba en una tienda, haciendo fila para pagar. El señor delante de mí estaba reclamando algo del cajero. No recuerdo cuál fue su queja, pero algo no estaba bien y el hombre estaba enojado. Se levantaba su voz, haciendo un escándalo. Mientras yo observaba todo pensaba: "¡Que hombre más necio! ¡Está haciendo el ridículo porque el pobre cajero no tiene la culpa! ¡Qué feo se oyen sus palabras!" Pero, de repente reflexioné: "¿Qué estoy pensando? ¿No he hecho lo mismo en otras circunstancias, o tal vez peor? ¿Quién soy yo para juzgarlo?" Mirando su mala educación fue una fuerte exhortación para mí, porque he tenido el mismo problema. Me da vergüenza pensar cuantas veces he hecho algo similar. Romanos 2:1 "Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo." Todos los días tenemos contacto con gente que nos cae mal. Tal vez es el vecino que pone su música a todo volumen y grita a sus niños y su señora. Tal vez es un hermano de la iglesia, un líder quien me irrita regularmente con su actitud negativa cuando se opone a una propuesta mía. Tal vez es mi padre, madre, hermano o hermana, cuyos hábitos son imposibles de aceptar. ¿Qué puedo hacer? Hay dos alternativas, una fácil, otra difícil. Lo fácil es criticarle, hablar mal de él ante otros y hasta odiarle. Esto es lo normal para los del mundo, pero Cristo nos llama a vivir de una manera distinta. La segunda alternativa es mas dura. En lugar de juzgarlo, aprovechar la situación para examinar mi propia vida, a ver si reflejo actitudes similares. En lugar de señalar al otro, puedo decir: "Gracias Dios por recordarme que yo también tengo actitudes que necesitan ser cambiadas. Ayúdame a no hacer lo mismo que hace él. Soy débil y necesito su ayuda." La verdad es que ninguno de nosotros está libre de culpa, y precisamente por esto, Dios no nos ha llamado a fiscalizar al vecino, sino a evaluarnos a nosotros mismos. No es fácil admitir mis faltas, pero es precisamente lo que necesito hacer. Mientras mantengo una actitud de crítica hacia los demás, nunca voy a cambiar, porque juzgar a otro es como una cortina de humo que no me permite ver mis propias faltas. Pero si aprovecho las molestias de otros, puedo enfrentar el pecado, arrepentirme y pedir perdón a Dios y a otros. Puedo pasar mi vida criticando a todo el mundo, encontrando errores en todo lo que hacen, pero, ¿para qué? Solo me convertiré en una persona orgullosa y amargada. No puedo cambiar a otros, solo a mí mismo. Tal vez tengo razón al señalar sus fallas, pero Dios, no yo, se encargará de tocar sus vidas. Hay que aprender a dejarlo en sus manos. En resumen, irritaciones son oportunidades. En lugar de juzgar, mejor examinaré mi propia forma de ser. ¿Cómo me miran otros? ¿Cómo se oyen mis conversaciones? ¿Qué actitudes reflejo? Después de examinarme, oraré: "Señor, veo que mi vecino grita a sus hijos. Tengo la tendencia de hacer lo mismo. Ayúdame a tratar a mi hijo con paciencia y bondad." "Señor, veo que Fulano se opone a mis sugerencias cuando estamos en una reunión de líderes. He hecho lo mismo. Ayúdame a escuchar y aceptar las ideas de otros." "Señor, me molesta cuando mi jefe me trata injustamente. Ayúdame a tratar a los que están bajo mi autoridad de una manera justa, especialmente a mis hijos y mi cónyuge."
"Señor, me irrita ver a mi hija sentada en el sofá mientras su mamá hace el trabajo de la casa. Señor, ayúdame a hacer mi parte en mi casa, sin quejas." Así voy a crecer hacia una vida santa.
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