El intruso

en el vagón cama y tres fronteras cruzadas entre somnolencias. Empieza a ver que pasan carteles con nombres de lugares impronun- ciables y advierte que, ...
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Viernes 12 de abril de 2013 | adn cultura | 17

El intruso Fragmento de la la novela Der Eindringling, publicada a fines de 2012 por la editorial Suhrkamp, y aún inédita en español burocráticas. Por lógica económica, los aparatos buscarán reproducirse y expandirse. Es cierto que el Estado venezolano ha sido un instrumento decisivo para garantizar los cambios sociales y democráticos. Sin embargo, insistiría en que el poder popular como verdadero poder democrático siempre hay que construirlo desde la sociedad, desde organizaciones con autonomía frente al Estado. El fenómeno de Chávez permitió una relación productiva: por un lado, su liderazgo personal tenía evidentemente aspectos autoritarios, pero por el otro, Chávez siempre convocó al pueblo a organizarse. –En un terreno un poco más personal, ¿cómo mantiene a raya los límites entre la crónica y la ficción? Pienso esto porque su libro Situaciones berlinesas podría participar también de la crónica. –Ese libro es una comedia que, a la vez, narra realidades sociales. Para mí, las diferentes formas (la novela, el ensayo y la investigación social) tienen sus vasos comunicantes. Otros autores se ubican entre novela y poesía, yo me muevo en un campo de fusión entre narrativa y teoría. A veces, esto genera desconcierto entre los lectores porque lo que para algunos es demasiado cercano al entretenimiento, para otros es demasiado teórico o explícito. Más que en el caso de Situaciones berlinesas, he escuchado esas críticas con respecto a El amigo armado, una novela sobre el conflicto armado vasco. Pero a pesar de esas objeciones quiero seguir así. En última instancia, escribo porque siento una presión de contar, explicar, cuestionar, ridiculizar la realidad. Esto me ayuda a soportar el mundo que, sin duda, está lejos de lo deseable. Claro, con la literatura y los textos en general busco acercarme a otros, comunicarme con lectores. Pero, como dicen Deleuze y Guattari: “Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos”. Quiero ser varios e intento escribir así. –La fricción, también una variedad de la colaboración, que podría constatarse entre ficción y crónica aparece fuertemente en su última novela Der Eindringling [ver nota aparte], sobre todo entre el presente y el mundo de la década de 1980. ¿Es así? –Al empezar la novela me propuse narrar una tragedia griega. Es una historia de Edipo: la relación entre un hijo que apenas ha conocido a su padre y que, al reconstruir la historia de éste, empieza a acercarse cada vez más a las posturas y actuaciones de su padre. Sin

“El poder popular como poder democrático hay que construirlo desde la sociedad” “Escribo porque siento una presión de contar, explicar, cuestionar, ridiculizar la realidad”

quererlo, de repente, se encuentra en la vida del otro. Se podría decir que Daniel, el protagonista de la novela, “traspasa” o “atraviesa” al padre. Luego, con la editorial Suhrkamp, llegamos a la conclusión de que una historia contemporánea no puede seguir tan fielmente los conceptos de la narrativa antigua. Así que el desarrollo de la novela al final rompe con el camino inicial. Al mismo tiempo, la novela plantea el interrogante acerca de qué puede “lo político” hoy. Advierto un gran descontento en la sociedad europea e, incluso, en la alemana, que es donde la crisis menos se siente. Pero este desconcierto no logra articularse, sobre todo entre los jóvenes. Parece que las vías de rebelión están cerradas: lo que hace treinta años era una postura opositora hoy en día perfectamente podría pasar como estrategia de marketing o como modelo de consumo alternativo –Al principio de la novela, en una mesita junto al lecho del enfermo, el padre del protagonista tiene el libro El intruso de Jean-Luc Nancy. ¿Estuvo ese libro realmente en el origen mismo de la novela? –Hace cinco años, mi padre (que por cierto no tiene nada de Fil, el padre del protagonista en la novela) fue sometido a una operación cardíaca y una amiga me regaló el libro de JeanLuc Nancy. Ese ensayo que narra y reflexiona sobre el trasplante de corazón al que fue sometido Nancy a principios de los años 90 me conmovió profundamente. Es una narrativa filosófica muy íntima y plantea las preguntas que también motivaron mi novela. ¿Qué es lo ajeno en uno? ¿Los padres e hijos no estamos unidos por este lazo de extrañeza física? ¿Será que nos llevamos al otro como a un órgano trasplantado? –Justamente, se lee en Der Eindringling: “Lo más íntimo, ¿qué es?”. ¿Cuál sería su propia respuesta a esa pregunta? –Slavoj Žižek dice que no hay ningún núcleo de personalidad. Este “yo” que se ubica entre lo genéticamente determinado y lo socialmente construido, según Žižek, se parece más a una pantalla, a una interfase. En la novela, la parte más íntima del cuerpo es el corazón y, de hecho, parece que muchos pacientes operados en el tórax sufren luego terribles traumas subconscientes. Para el cuerpo, debe de ser horroroso que se le toque esta parte interior de la existencia. Pero en lo que respecta a nuestra subjetividad, hay que dudar de que exista esta parte interior. Somos una construcción social y biológica que constantemente se deconstruye y reconstruye y, por tanto, no hay sustancia principal de nuestro ser. Somos varios y deberíamos ser felices por eso. C

Activismo y ficción. En una actividad del Goethe-Institut y la Feria del Libro de Frankfurt, Zelik dialogará con Maristella Svampa en la Feria del Libro de Buenos Aires. La charla será moderada por Gabriela Massuh. Domingo 28 de abril a las 17.30. Sala Adolfo Bioy Casares.

Raul Zelik

S

obre la silla de ruedas, junto a la cama, encuentra un libro: El intruso, JeanLuc Nancy, una editorial de filosofía. En la contratapa se lee algo del extranjero, la enfermedad, un órgano trasplantado. Y Daniel piensa que era de esperarse que enfermo como estaba su padre estuviera leyendo eso. Por lo menos ahora lee. Cuando Daniel tenía ocho o nueve años parecía que a Fil no le importaba otra cosa que llevar una vida salvaje y peligrosa: no risk no fun. […] Por lo que sabemos usted es su único pariente cercano. Siendo hijo único al final todo depende de uno. Hasta ahora su padre no ha sufrido daño irreparable, explica el médico, apenas unos años mayor que Daniel, una edad en la que nadie piensa en enfermedades incurables, y le sonríe dándole aliento, trata de sonreírle como para darle aliento. ¿Y eso qué significa? Daniel mira absorto una mancha minúscula en la pared. Que se están buscando donantes, continúa el médico. El intruso. Un órgano trasplantado, el extranjero en el propio cuerpo. Daniel piensa en el librito sobre la silla de ruedas junto a la cama, Fil lo sabía, lo supo siempre, y él también debería haberlo intuido. ¿Donantes?, balbucea Daniel, se le quiebra la voz. El médico asegura que entretanto es incluso más auspicioso trasplantar juntos corazón y pulmón. Auspicioso. El punto en la pared se deforma como una mancha de tinta, sus contornos degeneran en hilos de agua. Corazón y pulmón. A pecho abierto se reemplazan dos órganos vitales, se permuta la identidad de un cuerpo. Lo demás corre por cuenta de los medicamentos cuya misión es impedir que el cuerpo rechace al intruso, proteger de uno mismo a ese extranjero que viene a salvarle a uno la vida. […] Soy la enfermedad y la medicina, soy la célula cancerosa y el corazón trasplantado, soy los agentes inmunodepresores y sus paliativos, soy los ganchos de hilos de acero que me sostienen el esternón y soy ese sitio de inyección cocido para siempre debajo de la clavícula. Me convierto en un androide de ciencia ficción o en un muerto-vivo. Lleva horas en el tren, una noche entera en el vagón cama y tres fronteras cruzadas entre somnolencias. Empieza a ver que pasan carteles con nombres de lugares impronunciables y advierte que, con cada kilómetro que avanza hacia el Este, las estaciones se vuelven más oscuras, caducas, y es entonces cuando al recostar la cabeza contra el ventanal, siente el golpe violento de las ruedas contra la vía,

el tren cada vez se desliza menos, el viaje se vuelve un traqueteo, un vaivén a un lado y al otro, piensa qué carajo espera de este viaje, qué se propone con todo esto. Había conseguido la dirección de correo electrónico de Micaela, había googleado su nombre y el de su ciudad, Sibiu, y hasta le había escrito, creándose para eso una casilla de correo como Elías, su segundo nombre; la idea es que ella no sepa inmediatamente quién es él. Y después había dado mil vueltas a lo escrito: que era un conocido de Bollo, que a ella le debía sonar raro que le estuviera escribiendo pero quería estudiar un semestre en Rumania, ver qué onda la universidad en Sibiu, que necesitaría alojamiento por unos días pero no tenía mucha plata, y que según Bollo ella podría sugerirle algún sitio donde quedarse, incluso tal vez tuviera lugar en su propia casa, Daniel pagaría los gastos por supuesto. Al padre no lo mencionó. Esta mujer es la pista perdida que lleva a la vida de Fil, pensó Daniel, ella estaba en medio de nosotros, es mejor que no sepa quién soy, mejor al principio interrogarla como quien no quiere la cosa, así que firmó como Elías, un alias pues. Para su sorpresa Micaela le contestó al día siguiente diciéndole que tenía un cuarto, un cuarto chico en el que podía quedarse, que no se preocupara, que ella sabía cómo era eso de tener que abrirse camino solo cuando uno no viene de familia acomodada, que fuera nomás. […] Fil, especula Daniel, actúa de sí mismo, actúa de uno que al mismo tiempo es y no es, de uno que sale a manifestar contra la visita del presidente de los Estados Unidos, del próximo censo, de la expulsión de ocupas, y no sólo sale a manifestar, también patea contenedores, prende fuego en barricadas, se agarra a las trompadas con policías y nazis, uno que, no obstante, sabe tomarse con humor los empáticos himnos a la anarquía, al comunismo, a la libertad, uno que lee la tira de Perry Rhodan para citar de ahí alguna frase que suene profunda, que se hace el punk pero que no soporta un desayuno sin medialunas recién horneadas. Fil es un adelantado a su tiempo, un tipo sosegado que a la vez está en su salsa en el acto de repudiar, esto es: la revuelta. Lo estoy idealizando, se dice Daniel. No debería idealizarlo, en el fondo no hace más que actuar, nunca hizo otra cosa que actuar su papel, no es difícil parecer impasible cuando uno no asume responsabilidades. Pero por lo menos no era un burgués, el tipo mantuvo distancia del filisteísmo de los ocupas y los salvadores del mundo, llevó adelante su causa y la transmitió, y siempre conservando las formas: el estilo. ¿Acaso no es eso, visto en retrospectiva, lo más importante? ¿Conservar el estilo? Traducción: Carla Imbrogno