espectáculos | 3
| Domingo 16 De marzo De 2014
Ralph Fiennes y Wes Anderson, durante el rodaje
fox
El Gran Hotel Budapest, la vuelta de Wes Anderson estreno. El jueves llega la película más reciente del director de
Los excéntricos Tenembaum, con un impactante elenco de estrellas Javier Porta Fouz PARA LA NACION
Wes Anderson (Houston, Texas, 1970) tuvo uno de los comienzos de carrera más impactantes (y perfectos) del cine de fines del siglo XX y principios del XXI: Bottle Rocket (corto de 1994, largo de 1996), Tres son multitud (1998) y Los excéntricos Tenenbaum (2001). Todos con guiones escritos junto a Owen Wilson (Dallas, Texas, 1968), compañero de cuarto del director en la universidad. Luego Wilson siguió actuando en el cine de Anderson pero ya no fue su coguionista. Hay bastante consenso en que la “zona Wilson” del cine de Wes Anderson fue igualada por la carrera posterior del director: La vida acuática, Viaje a Darjeeling, El fantástico Sr. Zorro (la mejor de ese lote post Wilson, de todas maneras), Moonrise Kingdom y algunos cortometrajes. Pero con El Gran Hotel Budapest, que se estrena el jueves, podemos anunciar que ha regresado el mejor Anderson, el que le hace caso a una de las tantas grandes frases de Tres son multitud (Rushmore
en el original). Una que decía Bill Murray, gigante, acerca de que los chicos ricos podían comprar de todo pero no “backbone”, algo así como agallas, arrojo. En La vida acuática, Viaje a Darjeeling y Moonrise Kingdom Anderson descansó demasiado en “la tristeza de los chicos ricos”, un ennui un tanto exasperante que detenía el ritmo de su cine con un exceso de viajes, muerte y orfandad. Así, sus travellings veloces (marca registrada) y sus encuadres perfectos y coloridos (marca registrada) y su diseño de arte (marca registrada) no nos daban todo el movimiento que esperábamos. Anderson se imponía como el genio en el que se había convertido el autor prolijo, exclusivo, exitoso desde el inicio (jamás fue guionista de nadie que no fuera él mismo), pero algo –después de Los excéntricos Tenenbaum– se había perdido en el camino. El Gran Hotel Budapest recupera ya no el llanto de la orfandad sino la necesidad vital de tener un mentor, un padre sustituto, como pasaba en Rushmore. El adolescente adoptado –con conflicto, que para eso están
también los padres adoptivos, los que enseñan, los que muestran el mundo– y el mentor son los protagonistas. Si en Rushmore eran Max Fischer (Jason Schwartzman) y Herman Blume (Murray), aquí son M. Gustave (inolvidable Ralph Fiennes) y Zero (Tony Revolori), protagonistas de una película llena de personajes secundarios interpretados por un seleccionado de actores impactante. F. Murray Abraham, Mathieu Amalric, Bob Balaban, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Saoirse Ronan, Jason Schwartzman, Léa Seydoux, Tilda Swinton, Tom Wilkinson y, sí, Owen Wilson. ¿Cómo hacer una gran película con un gran elenco de grandes estrellas? No es sencillo, por eso incluso las más caras no suelen tener tantos nombres de primera línea. Muchas estrellas pueden distraer, tironear la película para diferentes lugares, tener poco y nada que hacer y repartirse ridículamente las acciones (como le pasó a George Clooney y equipo en la fallida Operación monumento). Otro riesgo es
el del festival del cameo, actores famosos que aparecen fugazmente y distraen. Salvo excepciones –que se justifican por la secuencia, la de la hermandad de la llave– la inmensa mayoría de esos actores y actrices tienen personajes atractivos, definidos, que identificamos. Anderson siempre supo cómo presentar y crear personajes sin necesidad del estereotipo y hacerlos reconocibles y singulares a gran velocidad. El villano de Willem Dafoe –que recuerda a su villano de Calles de fuego– es un gran ejemplo. Y presentar y crear tantos personajes en menos de 100 minutos es toda una proeza. En El Gran Hotel Budapest Anderson nos lleva al pasado y nos fascina no solamente con esa gran capacidad para describir que jamás perdió (cómo eran las cosas en ese mundo que presenta), pero además recupera esa capacidad narrativa múltiple, esa facilidad para la velocidad sin vértigo ni torpezas (cómo fueron esas cosas). Tal vez tenga que ver con volver a cobijarse en un escritor. Si uno mira la filmografía de Anderson y los créditos, la única anterior basada en la obra de un escritor era El fantástico Sr. Zorro (novela corta de Roald Dahl). Pero no había que ser muy perceptivo para notar que El cazador oculto de J.D. Salinger (nada menos) estaba conectada con Rushmore (y un poco también con Bottle Rocket, que también tenía chispazos de alguno de los Nueve cuentos, en especial de “Justo antes de la guerra con los esquimales”) o Franny y Zooey con Los excéntricos Tenenbaum: la “zona Wilson-Salinger” del cine de Anderson. El Gran Hotel Budapest está basada, de forma explícita, en relatos de Stefan Zweig. ¿Qué más es El Gran Hotel Budapest? Es una divertida y encantadora historia sobre modales, sobre un dandy conserje de hotel, sobre los gestos de la civilización entre las barbaries (aquí están el nazismo y el comunismo, no como tales sino como idea y como barbarie de toda clase, también estética). La rebelión y el desprecio contra la bestialidad son cruciales. El lujo y el dinero están en El Gran Hotel Budapest, pero lo que importa es la aristocracia, que no necesariamente equivale a riqueza: los mejores son los amables, los agradecidos, los leales, los que se preocupan por perfumarse, los que hacen felices a los demás. Y un botones de un hotel también puede ser un aristócrata.ß