El hotel en la carretera El tráfico en la carretera era terrible. Ethan estaba más que harto, y además, se estaba haciendo de noche. Se suponía que debía estar de vuelta en su casa al anochecer, después de haber ido a pasar dos noches en la casa de campo de un amigo. No quería imaginar el enfado de su padre cuando llegara tarde, lo que le desesperaba, ya que acababa de cumplir los diecinueve y podía cuidarse por sí mismo. Incluso tenía un auto y permiso de conducir. Habían pasado dos horas sin avanzar más de un kilómetro cuando el auto empezó a emitir extraños sonidos. ¿Y si se paraba? Ethan se asustó terriblemente, ya que estaban en medio de la carretera, y no habían demasiadas construcciones alrededor. Decidió aparcar a un lado de la pista, para ver si podía arreglar el problema. No encontró nada. Supuso que habría sido otro auto el de los ruidos, o quizá se lo había imaginado, con lo preocupado que estaba. Volvió a meterse en el auto, puso las llaves, pisó el pedal… y el auto no arrancó. Se había quedado parado. Después de maldecir a los fabricantes del auto, Ethan se dio cuenta de que necesitaba encontrar un sitio donde pasar la noche. A unos cincuenta metros había un edificio desgastado con un cartel luminoso que ponía ‘HOTEL’. Le pareció raro que no lo hubiese visto antes. Dentro del edificio, había una larga sala con candelabros sucios colgando del techo. Las mesas llevaban manteles blancos bordados empolvados, y cada una tenía una vela encendida. No había más luz que la de las velas, por lo que el lugar ofrecía un aspecto inquietante. Ethan se acercó al mostrador, desde donde un anciano lo miraba fijamente. Aparte de él, era el único hombre en la estancia. - ¿Una habitación, señor? - el anciano tenía una voz áspera que le erizó a Ethan los pelos de la nuca. - Sí, por una noche. ¿Cuánto cuesta? - Ethan no llevaba mucho dinero. - No mucho. Pero se paga por adelantado. - Oh, de acuerdo. Un par de minutos después, Ethan estaba en su habitación. Al igual que en la sala, no había más luz que la de una vela. El cuarto era pequeño, no había más que una cama y una ventana. La cama estaba empolvada y perfectamente tendida, como si no se hubiese usado en años. Desde la ventana podía observar su auto, y se quedó mirándolo. Temía que se lo robaran. Además, el hotel le parecía bastante extraño. No había visto a nadie más que al anciano del mostrador, sin embargo, desde que había entrado había tenido la sensación de que lo observaban. Esto lo inquietaba tanto que ya incluso se estaba preguntando si no debería irse y dormir en el auto, tal vez podría incluso llamar a una grúa, seguro que ya no había tanto tráfico, y… No. Sacudió la cabeza. “Estás siendo ridículo”, se dijo, “ya pagaste, todo está en orden, solo es un poco pintoresco, no te vas a ir ahora”. Ya era tarde, así que se echó a dormir. Soñó con el anciano del mostrador, que de repente se hacía gigante y golpeaba su auto, y él se escondía entre las mesas. Entonces las velas se apagaban, y en la oscuridad se escuchaba una risa fría y malvada…
Lo despertó el chirrido de la puerta al abrirse. Acababa de entrar una niña. No parecía tener más de doce años. Por algún motivo, a Ethan no le asustó su llegada. Era como si hubiera estado esperándola. La luz de la vela le dejaba ver su cabello, largo, rubio y sucio; sus ojos grises y profundos. Todo en ella desprendía un aire de melancolía. Entonces habló. - Ethan. - su voz era suave y distante. A Ethan ni siquiera le sorprendió que supiera su nombre - Ethan, ¿qué estás haciendo aquí? - … Yo… mi auto se averió, y solo buscaba un lugar para pasar la noche, y… - Has venido solo. - La niña parecía disgustada, decepcionada - Es peligroso venir aquí solo… Ethan se sentía embriagado por la voz de la niña. No le preocupó lo que le dijo. Asintió lentamente. Ella siguió hablando. - Tendrías que haberte ido antes… algunos lo hacen, y se salvan. Pero tú… -lo miró como si estuviera ya en su tumba - Tú sigues aquí. Y yo he venido a llevarte, como hago con los otros. Le tendió la mano. Ethan se levantó y la tomó. Estaba fría. Lo guió por entre los pasillos del hotel. Si no hubiera estado algo hipnotizado, le habría sorprendido el tamaño del hotel. Decididamente, no se veía tan grande desde fuera. En el camino se cruzaron con otras personas, que tienen un aire parecido al de la niña. Todos se movían lentamente. A Ethan también debió haberle sorprendido el resplandor que emitían, lo que iluminaba las paredes. Llegaron a la sala que Ethan había visto al entrar. Ahora estaba repleta de gente ‘luminosa’. El anciano del mostrador estaba tirado, literalmente, a un lado. Si hubiera poseído algo más de control sobre su mente en ese momento, quizá Ethan habría notado que no parecía tener vida, que era solo un cuerpo. Entonces, un hombre se levantó. Era alto y tenía la misma mirada gris de la niña. Pidió silencio, y todos los demás callaron. - Gracias - dijo, con una voz que recordaba espantosamente a la del anciano. Pero Ethan no se dio cuenta. - Anne ya llegó. Trae a nuestro nuevo amigo… - Ethan - dijo la niña. - Tiene diecinueve. Podría ayudarnos con la limpieza. - Perfecto. Necesitamos quitar todo este polvo, o pronto ya nadie se quedará. O tal vez podría ayudar con los autos, necesitamos más gente para eso… -ya parecía hablar más bien consigo mismo - Lo que sea. Anne, despiértalo ya. La niña, Anne, le tocó la frente a Ethan. De pronto, notó dónde estaba, recordó por qué estaba allí… y con quienes estaba. Se asustó. El que parecía el jefe gritó. - ¡Hazlo rápido! - señaló a otro, que llevaba un cuchillo - ¡Antes de que escape! Ethan no se quedó a esperar. Salió a todo correr del hotel, directo hacia su coche. Misteriosamente, no tuvo ningún problema para hacerlo arrancar.
___________________________________________________________________ Seudónimo: Viajero del Alba Categoría: 1 Modalidad: Cuento