El Camino Hacia el Totalitarismo de Capital Financiero y las Multinacionales. INSTAURAR UNA PLUTOCRACIA. Una Dictadura de los Ricos 1). El manejo de la opinión pública. ¿Acaso no nos hallamos en un terreno conocido cuando leemos que el despotismo moderno se propone “no tanto violentar a los hombres como desarmarlos, no tanto combatir sus pasiones políticas como borrarlas, menos combatir sus instintos que burlarlos, no simplemente proscribir sus ideas sino trastocarlas, apropiándose de ellas”? El primer cuidado que debe tener un régimen de derecha aggiornato es, en efecto, volver la confiscación del poder en un ropaje de fraseología liberal. Se percibe con clarividencia el papel que un régimen semejante asigna a la técnica de manipulación de la opinión pública. A esta opinión “es preciso aturdirla, sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de movimientos diversos...” ¿Cómo no identificar también una táctica clásica en nuestros tiempos, aconsejar al déspota moderno que multiplique las declaraciones izquierdizantes sobre política exterior con el objeto de ejercer más fácilmente la opresión en lo interno? Fingirse progresista platónico en el exterior, mientras en el país explota el terror a la anarquía, el miedo al desorden, cada vez que un movimiento reivindicativo traduce alguna aspiración de cambio... El artículo esencial de esta técnica para manejar la opinión pública se refiere por supuesto a las relaciones entre el poder y la prensa. El despotismo moderno de ninguna manera suprimirá la libertad de prensa, lo cual sería una torpeza, sino la canalizara, la guiara a la distancia, empleando mil estratagemas. La más inocente de tales artimañas es, por ejemplo, la de hacerse criticar por uno de los periódicos a sueldo a fin de mostrar hasta qué punto se respeta la libertad de expresión. A la inversa de lo que ocurre en el despotismo oriental, conviene al despotismo moderno dejar en libertad a un sector de la prensa (suscitando, empero, una saludable propensión a la autocensura por medio de un depurado arte de la intimidación); y, en otro sector, el Estado mismo se hace periodista. Como ya ha hecho. Uno de los pilares del despotismo moderno es, entonces, la subinformación que, por un retorno del efecto sobre la causa, cuanto mayor es, menos la perciben los ciudadanos. Todo el arte de oprimir consiste en saber cuál es el umbral que no conviene trasponer, ya sea en el sentido de una censura demasiado conspicua como en el de una libertad real. Y, por añadidura, el potentado puede contar con la certeza de que difícilmente la masa ciudadana se indigna por un problema de prensa o de información. Sabe que en lo íntimo el periodista es entre ellos más impopular que el político que lo amordaza. Se trate de la destrucción de los partidos políticos y de las fuerzas colectivas, de quitar prácticamente al Parlamento la iniciativa con respecto a las leyes y transformar el acto legislativo en una homologación pura y simple, de politizar el papel económico y financiero del Estado a través de las grandes instituciones de crédito, de utilizar los controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios, de hacer y deshacer constituciones sometiéndolas en bloque al referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle, de exhumar viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento (por ejemplo, una guerra extranjera terminada hace rato), de crear jurisdicciones excepcionales, cercenar la independencia de la magistratura, definir el “estado de emergencia”, fabricar diputados “incondicionales”, bloquear la ley financiera por el procedimiento de la “depresupuestación” (si el vocablo no existe, existe el hecho), promover una civilización policial, impedir a cualquier precio la aplicación del habeas corpus; nada de todo esto omite este manual del déspota moderno sobre el arte de transformar insensiblemente una república en un régimen autoritario, “desquiciar” las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. La operación supone contar con el apoyo popular y que el pueblo (lo repito por ser condición indispensable) esté subinformado; que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto. Por consiguiente, la dictadura puede afirmarse con fuerza a través del rodeo de las relaciones públicas. Pero, claro está, cuando se torna necesario, parafraseando una expresión de Clausewitz, el mantenimiento del orden no es otra cosa que las relaciones públicas conducidas por otros medios. Las diferentes controversias acerca de la dictadura, el “fascismo” etc., son vanas y aproximativas si se reduce la esencia del régimen autoritario únicamente a ciertas formas de su encarnación histórica. Pretender que un detentador del poder no es un dictador porque no se asemeja a Hitler equivale a decir que la única forma de robo es el asalto, o que la única forma de violencia es el asesinato. Lo que caracteriza a la dictadura es la confusión y concentración de poderes, el triunfo de la arbitrariedad sobre el respeto a las instituciones, sea cual fuere la magnitud de tal usurpación; lo que la caracteriza es que el individuo no está jamás al abrigo de la injusticia cuando solo la ley lo ampara. No se trata solo de los medios para alcanzar tales resultados. Es evidente que esos medios no pueden ser los mismos en todas partes. Las técnicas de la confiscación del poder en las moderna s sociedades industriales de tradición
liberal, donde el espíritu crítico es por lo demás una tradición que hay que respetar, un academicismo casi, donde existe una cultura jurídica, no pueden ajustarse al modelo del despotismo ruso o libio. Más aún, la confiscación del poder, cuando se realiza en tiempo de paz y prosperidad, no puede asemejarse, ni por su intensidad ni su estilo, a una dictadura, instaurada a continuación de una guerra civil, en un país económicamente atrasado y sin tradiciones de libertad. La definición exacta y la descripción minuciosa de un régimen muy particular: el de la democracia desvirtuada, llamado cesarismo por los La democracia desvirtuada tiene sus propias características. En estos tiempos en que, en aras a la invectiva, o por no desesperar o para Al Origen del cesarismo se halla, desgraciadamente, la voluntad popular. Como escribió un gran historiador de Roma, Jerome Carcopino, “es propio del cesarismo apoyarse justamente en la voluntad de aquellos a quienes aniquila políticamente”. Napoleón III, perpetró sin dudas un golpe de estado. Pero no hay que olvidar que ya antes había sido elegido, con gran mayoría de votos, presidente de la Segunda República francesa: ¡el primer jefe de Estado de la historia europea, elegido por sufragio universal directo! Y, que después de su golpe de estado, se sirvió, regularmente y con invariable éxito, del plebiscito. Es precisamente con un indiscutible apoyo popular que los monarcas elegidos reducen a la impotencia a sus adversarios. Y digo impotencia, y no silencio. La intención y la astucia de los agentes de este tipo de régimen son el crear una mezcla de democracia y dictadura. “Democradura” (Jean-Francois Revel, Las ideas de nuestro tiempo, Organización Editorial, Madrid, 1972; pp. 208-210), que designa el uso abusivo del principio de la mayoría. Este régimen no es ni totalitarismo ni dictadura clásica; como tampoco el totalitarismo es sinónimo de dictadura clásica. (Ibid., pp. 47-54 “La cultura totalitaria”) 2). Herramienta a su servicio. La Propaganda. Los principios de propaganda de Goebbels no sólo tienen vigencia sino que son base fundamental de las campañas que utilizan las élites de poder para imponer los gobiernos y la ideología que les favorece: 1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo. 2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada. 3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. 4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave. 5. Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar. 6. Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad.” 7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. 8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias. 9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines. 10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas. 11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad. Estos principios deben su vigencia a que están asentados en algunos de los conocimientos psicológicos anteriormente esbozados. Analicemos como se aplican los conceptos revisados: Según se mencionó bajo el paradigma psicoanalítico, toda persona posee impulsos amorosos e impulsos agresivos. Se tiende a pensar que estos últimos son malos. Sin embargo, no necesariamente es así. La agresividad puede ser desahogada mediante acciones constructivas o en la defensa del bienestar común.
El trabajo productivo tiene tanto una dosis amorosa como una agresiva. Por un lado, es amoroso porque es expresión de vida, está en función del bienestar propio y de la comunidad, y por otro, el esfuerzo que implica tiene una carga agresiva sin la cual sería imposible llevarlo cabo. Nadie podrá negar que se requiere de un impulso de lucha, por así decirlo, para realizar cualquier acción, tanto para levantarse a trabajar, como para hacer ejercicio, como para redactar un escrito, como para dar una clase o como para cargar un saco de cemento,… El espíritu combativo que ha de tenerse para llevar a cabo una actividad física, mental o social es indispensable y parte del impulso agresivo. Sin embargo, la agresividad que no tiene su contraparte amorosa resulta destructiva. Todos tenemos en mayor o menor grado este tipo de agresividad ya que en la vida se reciben agresiones que se internalizan, crean resentimientos y generan frustraciones que no han sido canalizadas a través de acciones constructivas. Aunada al miedo esta agresividad destructiva (odio) encuentra desahogo si el medio nos proporciona un objeto en el cual descargarla. Esta sería la base de los principios de Goebbels, exacerbar el odio que cada quien siente en función de la agresividad internalizada y acumulada y que no ha sido desahogada adecuadamente. Este odio dependerá de la historia personal, la personalidad y los niveles de rabia y frustración que el sistema y la sociedad en la que se vive han generado. En el primer principio de Goebbels encontramos que se nos proporciona al “enemigo único” en el cual podemos desahogar el odio internalizado. Pero además aplica el esquema de aprendizaje de Piaget, pues la simplificación atiende a la ley de que se aprende de lo fácil a lo difícil, es más fácil descargar el odio en un solo objeto que diversificarlo, pues implicaría una operación psicológica más compleja. En el segundo principio, Goebbels también aplica la teoría de Piaget, una vez que se ha aprendido (asimilación, adaptación y acomodación) a odiar a un objeto y se practica, se incorporan otros a los que se relaciona. De tal forma, si a lo que se ha aprendido a odiar es al “comunismo” todo objeto al que se pretenda hacer blanco de odio tendrá que ser “comunista”, así se logra una suma individualizada. El tercer principio implica la utilización de los mecanismos de defensa (psicoanálisis) de la proyección y la transformación en lo contrario. Por un lado, se proyecta en el “enemigo” los propios errores o defectos, y por otro, se le ataca con los mismos argumentos con los que se es criticado. Para exacerbar el miedo que es la fuente del odio, el cuarto principio goebbeliano desfigura la realidad, se exageran “los peligros” para cambiar la percepción y que la gente internalice una realidad ficticia terrorífica que sirva a sus intereses. (Freud, Vigotsky). Con el objeto de llegar a la masa, el quinto principio de Goebbels aplica el difundir la idea más sencilla, la más fácil, la que todos puedan comprender y de donde partirá el aprendizaje (Piaget) de todo lo demás como ocurre con el primer principio. El sexto principio aplica la práctica, se aprende lo que se practica (Piaget), de ahí la constante repetición de la idea que será aprendida e internalizada (Vigotsky) y se convertirá en pieza angular de la ideología, del yo (Freud). La persona no podrá nunca más desprenderse de esa idea pues en función de la repetición pasará a formar parte de su identidad. En razón de que lo que se aprende está relacionado con lo que uno ya sabe (Piaget), el séptimo principio de Goebbels señala que se deben añadir otras informaciones que fácilmente encuentren esa matriz preconcebida, sin que haya tiempo de que el “enemigo” las contradiga. El octavo principio sería el complemento del quinto, una vez que se ha instaurado el primer conocimiento, la idea más sencilla, se le van añadiendo informaciones fragmentarias que vayan fortaleciendo ese primer aprendizaje (Piaget). El noveno principio de Goebbels atiende al mecanismo de defensa de la negación, además de que se silencia aquello que se contrapone a la propaganda difundida, la propia persona niega todo aquello que contradice sus ideas. De ahí la resistencia de las personas, a la que se hizo referencia, a acoger otra ideología, ya no la escuchan, ya no permea en su mente. En el décimo principio de Goebbels aplica el hecho de que se teja alrededor de cuestiones mitológicas como el miedo a lo desconocido, al complejo de odios por lo “nuevo” o “extraño” y a los prejuicios tradicionales que en este caso proceden del anterior atavismo al Peligro rojo. Así las ideas pasan de generación en generación a través de la madre, la familia, la escuela y la sociedad. El undécimo principio de Goebbels implica que la integración y la aprobación social dependen de que se piense como los demás, por tanto, consigue más fácilmente su internalización. Se difunde, entonces, que “todo el mundo está de acuerdo” o “todo mundo lo sabe” respecto a la información que se está propagando de manera constante, aunque no existan pruebas.
Herman y Chomsky presentan un modelo que incluye las partes que conforman un engranaje mediante el cual la ideología dominante impera a nivel internacional: a) Los dueños de los medios de comunicación, b) Los empresarios anunciantes, c) Las agencias informativas, d) El flak (los reforzadores de opinión), e) El anticomunismo. f) La democracia liberal es el menos malo de los sistemas. g) Fuera del libre mercado no hay nada. Solo miseria Los grupos que dominan el sector de la comunicación a nivel mundial forman parte de una reducida élite internacional apátrida que se relaciona comercial y socialmente compartiendo intereses de clase con oligarquías locales, dueños de comunicación también. Las fuentes de la gran mayoría de los diarios y noticieros alrededor del mundo son: Associated Press (AP), (estadounidense), Agence France-Presse (AFP), (francesa), Reuters (británica, estadounidense), y EFE (española). Estas agencias suministran textos, imágenes y videos de las noticias de acuerdo a los intereses de sus dueños capitalistas. Los medios masivos de comunicación se adjudican la formación, la educación y la recreación de la mayor parte del planeta pues conforman grandes consorcios en los que aglomeran televisoras, radio, prensa, revistas, libros, espectáculos, productoras y distribuidoras de cine y deportes. La ideología dominante está instaurada en el seno del periodismo, lo que proporciona una base “moral”, normativa y de actuación que hace que la propaganda a favor de la banda oligárquica parezca legítima y necesaria. Los ideólogos burgueses y pequeño burgueses han hecho del anticomunismo un síndrome obsesivo y una punta de lanza que reúne tanto a burgueses y pequeño burgueses como, incluso, parte de la clase obrera. El comunismo, cuya satanización va a cumplir un siglo, continúa apareciendo como el “enemigo único”. Todo lo que crean vaya en contra de sus interés es tachado de comunista. No hace falta ser comunista para sufrir el ataque de los anticomunistas, cualquiera que no se alinee al neoliberalismo será calificado como tal y toda acción en contra, así sea criminal, estará justificada. 3). El nuevo Totalitarismo. El FASCISMO SOCIAL. El Filósofo Antoni de la Universidad de Coímbra, nos muestra con absoluta claridad la cara autentica de la visión del mundo que neoliberalismo ha impuesto como verdad universal arrastrándonos cada vez con más virulencia a sociedades de mercado que naturalizan la lógica del capitalismo y sus valores. En base a que ello es el único camino de conseguir un mundo mejor y bienestar para todos. La realidad ha sido y es, un profundo impacto en la vida individual y colectiva: empleos esclavizantes; deudas ilegítimas pagadas con los cuerpos de las clases trabajadoras; suicidios inducidos por condiciones inhumanas; falsas democracias que expropian la soberanía popular; educación diseñada y dirigida a construir una mentalidad sumisa, pobreza generalizada, miseria y un consumismo que destruirá la tierra. Y que su construcción es una forma de pensamiento inspirada en lo que él denomina FASCISMO SOCIAL. Hablar metafóricamente de fascismo no es exagerado. Vivimos en “democracias” que, en lugar de construirse sobre la igualdad y legitimidad, lo hacen a costa de la igualdad y la legitimidad. En el contexto actual de radicalización neoliberal, el contrato social y democrático está roto. La democracia representativa funciona en una parte significativa del mundo como cadena de transmisión de valores antisociales (corrupción, elitismo, pobreza, represión, violencia, precariedad de lo público, entre otros) difundidos mediantes formas autoritarias y excluyentes de relación que cada vez afectan a más sectores de la población y se extienden a más ámbitos de la vida. El genocidio social que Europa vive es testigo de ello: gente que se suicida, gente que pierde sus casas, gente que pasa hambre, gente excluida de la sanidad, etc. El fascismo es la transformación deliberada de vidas humanas en material desechable. El neoliberalismo, en este sentido, es una forma de fascismo cuyo fin es deshumanizar, oprimir. Dejemos de hablar de neoliberalismo y llamémosle lo que es, FASCISMO SOCIAL ¿Cuál es el objetivo del NEOFASCISMO?, instalar una PLUTOCRACIA. El gobierno de los ricos, amparándose en organismos antidemocráticos a su servicio, FMI, Banco Mundial, UE. Bienpagando a una corte de lacayos situados en los partidos clásicos, que se han vendido a la nueva religión el mercado y su Dios el Dinero.
Actualmente se están negociando acuerdos en secreto entre la UE y los EE.UU., y los mismos países y otros 50 más que. CETA la UE: con Canadá ya firmado pendiente de ratificación, TTIPT la UE. Y EE.UU. y TISA entre 50 países entre ellos UU.EE. y UE. Y a esto añadir la nueva propuesta de desregulación absoluta de la comisión de la UE. Estos acuerdos son instrumentos demoledores del FASCISMO SOCIAL, que va más allá de los acuerdos bilaterales vistos hasta ahora: son un ataque a la soberanía popular. Negociados en secreto, a espaldas de la ciudadanía. Sus principales finalidades, como ellos mismos han expresado, no son solo eliminar las “barreras” reguladoras que limitan los beneficios potenciales de las corporaciones transnacionales a los dos lados del atlántico, también equipara en igualdad de derechos las inversión pública y privada. El CETA el TTIP y el TISA, son otros instrumentos del FASCISMO SOCIAL, NEOFASCISMO, para instaurar una PLUTOCRACIA que gobierne el mundo. El pensador francés Alain de Benoist acaba de publicar el libro Le Traité Transatlantique et autres marcarán el rumbo del siglo XXI, que él denomina como la “gran marcha transatlántica”, una amenaza neoliberal de la que depende buena parte del devenir de Europa. Los tratados no permitirían a los gobiernos nacionales aprobar leyes para la regulación de sectores económicos estratégicos como la banca, los seguros, los servicios postales o las telecomunicaciones, medioambientales, transgénicos, laborales, sociolaboral, alimenticios, sanidad. etc. La privatización de la justicia, al someter todas las discrepancias sobre las inversiones exteriores a procedimientos arbitrales privados. Estos acuerdos todavía son unos grandes desconocidos, se pretende sean aprobados sin ratificación posterior mediante consultas populares o referéndum. Las élites neoliberales en ascenso en la década de los 80 entonaron el “no hay alternativa” al capitalismo global y a la democracia liberal como único marco de lo posible. Desde entonces, el NEOFASCISMO ha tratado de reprimir por todos los medios la imaginación creadora de disidencia, ruptura y radicalidad. En un esfuerzo por mantener el monopolio de la opinión y alimentar la falsa conciencia. La historia enseña que la clase pudiente nunca está sola. Se arropa con la bandera de la religión, el patriotismo y el bienestar público. Pues sólo reconoce y proclama como bueno para todos lo que es bueno para ella. Tras el estado existe todo un entramado de doctrinas, valores, mitos, instituciones, etc., que sirven consciente o inconscientemente a sus intereses, John Locke decía ya en 1690 que "el gobierno fue creado para protección de la propiedad". Y casi un siglo después, en 1776, Adam Smith afirmaba “El punto de partida de este entrecruzamiento entre la justicia y la policía se encuentra en el destacado papel que las leyes y el gobierno desempeñan en el desarrollo del comercio y en un fragmento algo descarnado Adam Smith argumenta en torno a la importancia de las leyes y del gobierno que «mantienen a los ricos en la posesión de sus riquezas contra la violencia y la rapacidad de los pobres» y de ese modo preservan «la útil desigualdad»: «el derecho y el gobierno... dan a los habitantes del país libertad y seguridad para cultivar la tierra que poseen con seguridad; y su influencia benigna da lugar y ocasión para la mejora de las distintas artes y ciencias. Mantienen a los ricos en la posesión de sus riquezas contra la violencia y la rapacidad de los pobres; y, de ese modo, preservan esa útil desigualdad, en las fortunas de la humanidad.” Durante la existencia de los países comunistas, y a fin de dar la apariencia de un "capitalismo de rostro humano", los empresarios se vieron obligados a hacer concesiones considerables a los trabajadores. Había que mejorar la imagen de la explotación. El desmoronamiento del comunismo en la URSS y otros países de Europa Oriental lanzó al vuelo las campanas de los círculos dominantes del capitalismo en Europa y EE. UU. Una vez desaparecido el adversario comunista, los medios de creación de opinión (libros, periódicos, revistas, emisoras de radio y de televisión, cátedras y tertulias) arreciaron en sus exigencias desreguladoras y privatizadoras. El pensamiento dominante propaga la idea de que el desarrollo tecnológico equivale al progreso, entendido como velocidad, aceleración y acomodo rápido a lo "nuevo". Conceptos como "propiedad", "clase social", etc., han quedado anticuados, nos dicen. Ya no hay más que un mundo y una economía mundial. Y, claro, a una economía mundial le corresponde una conciencia también mundializada, un pensamiento único. A principios de esta década, la mayoría conservadora lo tenía claro, había llegado la hora de dejarse de garambainas y sacudirles en serio a los trabajadores y a las masas populares. ¡Muera lo público y viva lo privado! reza el lema triunfal que se grita por doquier. Ya no hay que competir con nadie por el dominio de las conciencias. Ya no existe ningún sistema alternativo adonde volver los ojos y los corazones. Ante su victoria global, el gran capital ha decidido ajustar cuentas de una vez por todas con los movimientos emancipadores, sindicales, etc., dentro y fuera de casa. Se acabaron las componendas con los obreros,
los profesionales, los funcionarios, e incluso con la clase media, que se considera demasiado amplia. Hay que precarizar, proletarizar y lumpenproletarizar. La socialdemocracia, ideología que si bien logro una mejora en las condiciones de la explotación de los trabajadores del llamado primer mundo, lo hizo a base y consintiendo la explotación de los recursos del resto. Al final abandonando parte de sus principios para poder mantenerse en los gobiernos. Y mantiene una política de sumisión a las oligarquías financieras antidemocráticas. Actualmente forma parte del problema y no de la solución para la construcción de una auténtica democracia. 4). Como superar este proceso. La ideología burguesa tiene grandes contradicciones. Se trata de explotarlas ideológicamente, de ponerlas en evidencia con el fin de resolverlas. Los caminos para superar la democracia liberal deben responder a ciertos principios generales. No es emplear la fuerza, es decir, emplear los métodos de la derecha, aunque se haga de manera menos disimulada. Desde la propia democracia liberal debemos luchar, con todos los medios pacíficos posibles, legales y alegales, que no ilegales, para acorralar al sistema capitalista, para, como mínimo, forzar a la burguesía a llevar a la práctica sus principios pomposamente declarados, empezando por la libertad de expresión y la igualdad de oportunidades. Debemos hacernos oír ante la opinión pública, se debe denunciar a todos los niveles, tanto en los tribunales nacionales como internacionales, los atentados contra los derechos humanos que se producen en las oligocracias. La primera batalla debe ser la lucha por la libertad de expresión, para que todas las ideas, incluidas las anticapitalistas, puedan llegar a las masas. Hay que batallar primero para que la democracia liberal sea mínimamente democrática. Recuperemos el verdadero significado original de la palabra, el poder del pueblo, el gobierno del pueblo. Y adaptemos dicho significado al siglo XXI: el pueblo es toda la población mundial, sin distinción de ningún tipo. Todas las personas deben participar en las decisiones que les incumben colectivamente. No es posible superar la sociedad clasista si a una dictadura de una clase la sucede otra dictadura de otra clase. La sociedad clasista sólo podrá superarse si a la dictadura de la clase burguesa actual la sucede la democracia, la verdadera, el poder del pueblo, pero no por la razón de la fuerza sino que por la fuerza de la razón. Aspirar a otro Estado, profundamente diferente, distinto en su propia filosofía, asentado en otros pilares, es decir, mientras no se intente un Estado no clasista, neutral, no será posible superar el capitalismo, la sociedad clasista. Implementar la libertad implica posibilitar la fraternidad, es decir, por lo menos amortiguar las diferencias sociales. Sólo la democracia puede conducir a una sociedad libre y justa, más igualitaria, a no confundir con uniforme. En una sociedad más igualitaria, es decir, donde todas las personas tengan las mismas opciones de realizarse como seres humanos, la diversidad será, al contrario, mayor. La igualdad puede entenderse de distintas maneras, pero no debe confundirse con el hecho de que todos seamos iguales, de que todos nos comportemos igual, de que todos tengamos los mismos gustos, de que todos nos vistamos igual. La igualdad, por el contrario, debe entenderse como la verdadera posibilidad de que cada individuo pueda ser él mismo, pueda desarrollar su individualidad. Luchemos con la fuerza de la razón, aparquemos en el ámbito de lo personal todo lo que nos divide, e implantemos y vivamos radicalmente los valores éticos democráticos, libertad, igualdad, solidaridad y justicia, única vía de llegar al socialismo en este siglo XXI. Jean-Francois Revel. En Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. (Maurice Joly) El Dominio Mediático de (BLANCA MONTOYA) Eulogio González Hernández