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SÁBADO
SÁBADO | 7
| Sábado 30 de agoSto de 2014
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Las capitales de las series
Estudios culturales
Y la ciudad ganadora del Emmy es... ¡Albuquerque!
Referencias:
LA NACIoN
El festival Burning Man: un campamento de 60.000 personas alojadas en motorhome, en pleno desierto de Nevada, que se propone ser autosustentable y no dejar rastros antiecológicos
creatividad Sebastián Campanario
Turismo “inspirador”. Las mecas de los innovadores para... ¿descansar? Son acontecimientos en lugares nada tradicionales que recrean una experiencia para la estimulación intelectual de los asistentes
¿P
laya o montaña? ¿Un viaje largo o dos o tres cortos? ¿Al exterior con dólar tarjeta o destino local con pesos “inflacionados”? ¿Con la familia o con amigos? ¿Que promueva actividad en el hemisferio derecho del cerebro o en el izquierdo? A la hora de elegir un lugar para desenchufarse de la rutina y el trabajo, los creativos y emprendedores apuntan cada vez más a un calendario de “turismo inspirador”, que a lo largo del año propone mecas o eventos en distintos lugares del planeta. Así como un buen hotel, el clima apacible o la comida pueden definir un programa de vacaciones tradicionales; en este caso, las variables determinantes pasan a ser el poder del networking –tener la posibilidad de encontrarse en una fila para conseguir el almuerzo con los dueños de Google o Facebook–, la chance de mirar por la ventana al futuro y de toparse con experiencias y datos que uno no esperaba encontrar. “Ésta va a ser mi casa por los próximos ocho días”, comenta en su perfil de Facebook Mercedes Miceli, una argentina que trabaja en el negocio de la moda en los Estados Unidos, y muestra una casa rodante blanca que alquiló, bautizada “Minnie Winnie”. “¡Va a ser increíble! Tiene una escalera que te permite subir al techo”: indispensable para ver las estrellas a la noche en el desierto de Nevada, donde se instalará Miceli por estos días para una nueva
edición de Burning Man, el festival fetiche para los empresarios de Silicon Valley y para emprendedores y creativos de todo el mundo. Entre el 25 de agosto y el 1° de septiembre, unas 60.000 personas se congregarán para armar Black Rock City, una ciudad autosustentable, con sus propias reglas, que al terminar no dejará huella. Los organizadores lo describen como un experimento en comunidad, de autoexpresión y autosuficiencia radical. Algunos de los aspectos más interesantes del Burning Man son el arte, el no dejar rastro ecológico y la energía colectiva del evento. El festival ofrece becas a cientos de artistas que crean piezas luminosas, interactivas, psicodélicas en la ciudad-desierto. Lo único que se vende es hielo y café, y no existen patrocinadores ni anunciantes. Burning Man es un imán para los multimillonarios de Silicon Valley. En ediciones anteriores, participaron Mark Zuckerberg (Facebook), Larry Page (Google) y Elon Musk (Tesla). Esta semana congregará también a unos cuantos argentinos, todos del ambiente del emprendedorismo y la creatividad. Además de Miceli, están en el desierto de Nevada en este momento Santiago Siri, Pía Mancini e Ignacio Roizman, entre otros. A todos fue complicado contactarlos porque viven una semana de desconexión total, sin celulares ni Internet. Antes de apagar su teléfono, Pablo Larguía (de Red Innova) contó a la nacion que viajaba a Nevada desde el campus de
Singularity University, la academia futurista auspiciada por la NASA, otro must del turismo inspiracional. Todos los años, en Singularity, 80 participantes de más de 35 países van a trabajar y aprender con tecnologías exponenciales como, por ejemplo, la biotecnología, los drones, las impresoras 3D y la inteligencia artificial. “Cada punto de vista es único”, cuenta Larguía. “Es un viaje al conocimiento, a la estimulación intelectual y a expandir los límites de la mente.” El año pasado, Diego Luque, de Ogilvy, se armó un documento con unos 20 eventos a los que le gustaría asistir, entre ellos Front End of Innovation, la Internet Week de Nueva York, Sustainable Brands, el DLD Tel Aviv Innovation Festival, The Lean Startup, Growth Conference, Social Media Week y 99U Conference. “Me gustan los lugares donde hay mucha mezcla”, dice Luque. “Por eso me parece que SXSW [un festival de la costa oeste] gana sobre otras conferencias, ya que al haber tanto tema [interactive/innovación + cine + música] y tanta gente, hay un poco de todo, y un poco de algo para todos.” ¿Qué variables tiene en cuenta para elegir sus viajes de creatividad? “Busco inspiración e información en las charlas, mesas redondas, etcétera, y poder de trabajo en red, tanto en las horas de conferencia como en el after, donde generalmente el contacto es más real y efectivo. También, si tenés una idea, estos lugares son buenos para testearla. Y, finalmente, está muy bueno escuchar cosas que
a priori uno no fue a escuchar, ideas que no son naturalmente parte de tu agenda. De ese maridaje, entre lo desconocido y lo validado, se generan grandes cosas.” Emiliano Rodríguez Nuesch, un creativo digital argentino de la agencia Circus, coincide con Luque en su ponderación al SXSW: “El SXSW es una comunidad de constructores con sentido crítico y conciencia de las implicancias culturales de la transformación tecnológica. Por eso se da un cruce inusual entre tecnología, creatividad y activismo, que genera los mejores debates sobre privacidad, transparencia y transformación tecnocultural (no sorprende que Edward Snowden haya elegido esta comunidad para volver a hablar en público después de casi un año de silencio). Ir es como hacerse un viajecito al futuro”, cuenta a la nacion Rodríguez Nuesch, que el año pasado fue orador en el evento. En este acontecimiento, suelen presentarse proyectos culturales de muchas partes del mundo con el condimento fundamental de que son inspiradores, distintos y muchas veces por fuera de la industria del entretenimiento o tecnológica. La agenda del turismo inspirador tiene decenas de destinos posibles. Algunos más escondidos, como el CPSI (Creative Problem Solving Institute). “Es una especie de secreto bien guardado entre quienes trabajan con creatividad e innovación organizacional”, explica Diego Kerner, de TheBrandGym, al tiempo que agrega: “Fue creado por Alex Osborne [la “O” de BBDO] y los tipos generaron técnicas y herramientas importantes, como el brainstorming, para lo que es creatividad y facilitación. Tiene una energía increíble, y podés encontrarte escritores relevantes, psicólogos, monjes zen y hasta tener una charla con un premio Nobel”. Otros son más masivos, como el TEDGlobal que se hará entre el 6 y el 10 de octubre por primera vez en América latina. En la playa de Copacabana, en Río, se está armando un escenario especial para este evento. Entre pasajes de avión, hotel, viáticos e inscripción, las experiencias enumeradas en esta nota tienen un costo aproximado de diez mil dólares. La entrada a TEDGlobal, por ejemplo, es cara: a diferencia de
los eventos en los países, que son gratuitos, asistir allí cuesta 6000 dólares. Cada categoría del SXSW sale 1000 dólares. Una semana en el festival publicitario de Cannes también cuesta unos 10.000 dólares por asistente. Como excepción, Burning Man es gratuito y se basa en una “economía de regalos”: cada uno lleva su comida para compartir y duerme en carpas. No es extraño, dicen los organizadores, toparse
archivo
con Zuckerberg repartiendo sándwiches de queso. Como sostuvo esta semana un artículo de The New York Times, “hay dos disciplinas en las que los emprendedores de Silicon Valley se destacan del resto de los mortales: una es ganar cantidades obscenas de dinero, la otra es pretender que ese dinero no les importa en lo más mínimo”.ß
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¿Qué hubiera sido de Breaking Bad sin ese inacabable desierto, esas casas a ras del polvo, esos cielos con nubarrones que ameritaron tantos time lapse, o ese restaurante de comida rápida en medio de la nada? ¿Hubiese sido lo mismo en otra locación que no fuese esa ciudad de Nuevo México? Y quién pudiera imaginar a True Detective sin ese Sur profundo de Luisiana, religioso, supersticioso, con esa densa vegetación, sus pantanos, las refinerías de fondo como rascacielos y esos parajes lúgubres que
Moda
Los marginados marcan el pulso del diseño actual La adaptación ya no alcanza: ahora las marcas ponen la lupa en creadores nacidos en las zonas más desfavorecidas Leticia García EL PAíS
MADRID.– Al este de Brooklyn se encuentra East New York, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. Olvidado por la mayoría de los neoyorquinos, los medios se encargan de recordarles los altos índices de robos y asesinatos que se dan dentro de su perímetro. Allí nació Shayne Oliver, artífice de la marca Hood By Air, un diseñador que ahora está en boca de todos y que, sin embargo, se formó en una escuela pública. Su trabajo, entre la estética japonesa, el hip-hop y lo cíber, le ha valido una mención por el conglomerado de lujo LVMH, el beneplácito de Rihanna o Kanye West y el cartel de “agotado” en las tiendas de VFiles y Opening Ceremony. La industria ve en sus creaciones un soplo de aire fresco. Oliver, sin embargo, cree que su trabajo responde a los dos mundos que le han tocado vivir: “El ámbito artístico del sur de Manhattan y ese lugar que me encontraba cuando volvía a casa”, declaraba en Style.com. En todas las ciudades, las clases medias miran con recelo a los guetos alrededor del casco urbano. Allí crecen jóvenes que, conscientes de que el sistema les ha dado la espalda, han desarrollado formas de combatirlo o de separarse de él. En estos barrios
hay violencia, pobreza y disturbios, pero también un sentimiento de pertenencia que se plasma en sus formas de consumo y, sobre todo, en su estética. Oliver es uno de los pocos diseñadores negros que están triunfando en la liga de los grandes nombres. Por eso, mientras Hood By Air desfilaba entre aplausos en Nueva York, la galería Pratt de Manhattan inauguraba el pasado invierno la exposición Black Dress, con los diseños de un puñado de diseñadores afroamericanos. Sin ir más lejos, el código indumentario del hip-hop marca hoy la pauta de las tendencias gracias al encumbramiento de A$ap Rocky, Kanye West e incluso Run DMC como íconos de la moda internacional. Ahora sus estrellas visten (y nombran) Margiela, Balenciaga o Haider Ackermann. Hace algunos años, un pub de Leicester prohibió a sus asistentes ir vestidos de Burberry. Los famosísimos cuadros de la firma eran y son los favoritos de los chavs, esos jóvenes ingleses cercanos al movimiento hooligan que residen en guetos, viven desempeñando trabajos basura o aceptando prestaciones sociales. Burberry, junto a otras marcas arraigadas a la tradición británica, son la forma en la que los chavs expresan su pertenencia a una nación que los
Un desfile de la marca Andrea Crews, cuyo eslogan es “matón de gran corazón” ignora. La firma, cansada de ser asociada con este grupo, reestructuró su estética hace una década, contrató a Christopher Bailey y se convirtió en la marca que llena los armarios de los británicos cool. La moda de alta gama siempre se ha alimentado de las subculturas y
los estilos que nacen en la calle, pero los han reformulado para adaptarlos a su público. Ahora, sin embargo, son los propios diseñadores, nacidos en zonas marginales, los que están viendo cómo la industria los acoge. Hace poco, The Guardian se hacía eco de varias marcas que, inspi-
rándose en la “antimoda” francesa, habían ido a recalar en sus templos más reconocibles: el barrio de Le Marais o la tienda Colette, entre otros. Es el caso de Andrea Crews, cuyo eslogan “matón de gran corazón” anticipa esa estética plagada de logos que tienen sus creaciones. O
el de París Nord, que se define como “Anti rive gauche - el París real” y que, sin embargo, se vende en tiendas que también comercializan Givenchy o Saint Laurent. Quizá sea porque la macrotendencia de la ropa deportiva y la vuelta del logo en clave irónica hayan logrado que a la industria no le basten las influencias, y esté buscando a sus nuevos nombres en el núcleo donde nacen esos estilos. Como sea, ya empiezan a sonar otras que hacen de esta estética una declaración de intenciones, casi un manifiesto político. Su trayectoria apunta al éxito que vivieron en los noventa marcas afroamericanas como Fubu (acrónimo de “For Us by Us”), una enseña nacida en un barrio deprimido de Queens que acabó comprada por una compañía asiática. Ahora bien: combinar pasarela y clientela experta con el beneplácito de los jóvenes en los que se inspira es una tarea casi utópica. Pero, al contrario de lo que pueda pensarse, los precios no serán el verdadero obstáculo: tal vez ahorren para permitírselo, y quizá los resultados no sigan los estándares estéticos establecidos, pero precisamente por eso son su seña de identidad. Con ellos reivindican un derecho que su cultura les ha vedado y con ellos, también, se oponen al “buen gusto” de la mayoría. Y ése es el problema de unir gueto con pasarela: no son los precios, ni las prendas, sino el dejar de sentir como propio algo que ha nacido en los descampados, los parques y las calles olvidadas.ß
Hernán Iglesias Illa
Un duelo amistoso entre varones
D
os argentinos pasean por París en un convertible negro. Su conversación es animada y un poco forzada por la ocasión (están en un documental patrocinado por una marca de autos), pero en un momento, antes de meterse en un túnel, se ponen a cantar la versión de Johnny Cash de “Personal Jesus”, que el más joven de los dos ha encontrado en su teléfono, y se produce un momento mágico: dos tipos separados por dos generaciones y temperamentos distintos, unidos por unos versos –“feeling unknown / when you are all alone” (sentirte desconocido / cuando estás completamente solo)– que entonan con emoción y que describen bien sus vidas de trotamundos solitarios. Los argentinos del convertible son Guillermo Vilas y Gastón Gaudio, a quienes Peugeot convenció hace unos meses para pasar un día en París y recordar, acompañados por un equipo de filmación, las finales de Roland Garros que ganaron, respectivamente, en 1977 y 2004. Aunque podría haber si-
do un insulso bodrio corporativo, el documental es disfrutable, en parte porque los protagonistas se pasan media película cantando y comiendo (y las películas donde se come y se canta son casi siempre buenas), y en parte por el contraste entre la calidez neurótica de Gaudio y el estoicismo casi sobrenatural de Vilas, que ofrece momentos reveladores sobre la evolución del varón argentino. En Walrus, una disquería cerca de la Gare du Nord, comparan gustos musicales. Vilas, máquina de jugar al tenis, encuentra un vinilo de Kraftwerk, y cuenta que lo escuchaba varias veces cada noche de su Roland Garros. “Para obligarme a jugar bien”, Vilas, el asceta, se preparaba con aislamiento y disciplina, comiendo sólo manzanas. Gaudio saca de una batea un disco de Leonard Cohen: “Cuando estás bien deprimido, te viene bárbaro”. Vilas rechaza la invitación: “No, no, yo voy para arriba, no para abajo”. La película es un duelo amistoso entre un hombre que posa de
Emmy ganados
2011
4
Nominación a los Emmy
Scandal
Washington (Columbia)
Seattle (Washington)
irrumpieron para quedarse en la mitología seriéfila. Es como pensar en Mad Men sin Manhattan o en House of Cards sin Washington: simplemente inviables. Es que en cuatro de las seis nominadas a mejor serie dramática en los premios Emmy del pasado lunes, la ciudad –o el territorio– donde transcurren tiene un rol tan esencial en la trama que podría hablarse de ellas como de un personaje más dentro de la historia. Tal como lo dijo Bryan Cranston, que ganó el cuarto Emmy por su papel como Walter White, de Albuquerque: “No sólo fue una parte integral y esencial en nuestra histo-
ideas y personas
Temporadas
The Killing
En cuatro de las seis nominadas a mejor serie dramática, la locación resultó tan esencial para la historia que hoy cada una cuenta con su tour Fernando Massa
Año
De costa a costa, las protagonistas de los premios Emmy de este año
2012
6
4
House of Cards Ho
Girls G
2013 20
2012 2
Wa Washington (Co (Columbia)
2
2
4
Los Angeles (California)
6
1
Manhattan (Nueva York)
ESTADOS UNIDOS
2007
21
Breaking Bad
The Big Bang Theory
Pasadena (California)
Albuquerque (Nuevo México)
2007
2008
7
3
Mad Men
Modern Family
2009
B Brooklyn ((Nueva York)
7
5
15
True Detective
The Walking Dead
2014
2010
Nueva Orleans (Louisiana)
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8
1
5
Atlanta (Georgia)
5
2
Fuente: Ligado em série / LA NACION
ria, fue un personaje en sí mismo”. No por nada cada una de estas ciudades cuenta hoy con sus propios tours, diseñados para que la serie se vuelva tangible al morder un burrito en Los Pollos Hermanos (aunque el cartel diga Twisters), al lavar el auto en ese mismo lavadero, al recorrer el Creole Nature Trail en las afueras de Nueva orleans para enfrentarse con Carcosa, o al ir tras los pasos de Don Draper en una mesa de un bar subterráneo de la Grand Central para atiborrarse de ostras y martinis. Vince Gilligan, el creador de la una vez más ganadora del Emmy a mejor serie dramática, tampoco concibe Breaking Bad sin Albuquerque. “Albuquerque ha significado todo para Breaking Bad. No puedo imaginar Breaking Bad en ningún otro lado –dijo el año pasado en una entrevista–. Cuando pienso en Albuquerque, pienso en nubes, en esas hermosas y flotantes cumulus. En los cielos. Esos que no se ven en el sur de California.” Allí estaba planeado filmar la serie, hasta que Gilligan visitó esta ciudad del estado de Nuevo México –de más de medio millón de habitantes y a cuatro horas de manejo de cualquier otra de ese tamaño–, y descubrió la “profundidad” y “la escala” del desierto, ese que le remitía a los westerns de John Ford y Sergio Leone. Para muchos estadounidenses, sin embargo, durante la era pre-Breaking Bad, Albuquerque no era más que una ignota ciudad cerca de la frontera mexicana. En un artículo publicado en la revista Time, Madeleine Carey, estudiante de biología oriunda de esa ciudad, fue bastante explícita al respecto: para ella, la ciudad abrazó a Breaking Bad como a un “redentor”. De ahí los negocios que cuelgan carteles que dicen con orgullo: “¡Acá se filmó Breaking Bad!”, o esos tours organizados para visi-
hombre, como Vilas, y un hombre que posa de no posar: Vilas, en su personaje, quería ser admirado; Gaudio, en cambio, quería ser querido. En sus conversaciones, Gaudio admite que lo emocionaba llegar a la final de París. A Vilas no se le mueve un pelo: “Estaba programado, sabía que iba a pasar”. Vilas se retiró del tenis porque lo obligó su hombro izquierdo destrozado. Gaudio dejó el tenis porque se hartó, “de estar pensando siempre en lo mismo”. A Vilas, el guerrero, lo retiró su cuerpo. A Gaudio lo retiró su mente. El momento de mayor contraste generacional llega cerca del final, otra vez arriba del auto. “No puedo creer que en 60 años nunca sufriste por amor”, dice Gaudio. Vilas no hace ni un gesto: si al hombre le toca sufrir, que sufra en silencio. Gaudio insiste: ¿no te tocó nunca sufrir? “No”, dice Vilas. “A mí sí”, agrega el hombre joven en contacto con sus emociones. “No te vayas a poner a llorar ahora”, replica el monje a su derecha. “Yo amo –juguetea Gaudio–. Soy enamoradizo. Me gusta amar”. Y Vilas, al borde de la exasperación: “Qué lo parió”. La película cierra con Gaudio y Vilas cantando “Like a Rolling Stone” en el atardecer de París, errantes y vagabundos, admitiendo que lo mejor de sus vidas ya pasó y que sólo les queda aceptar –con amor (Gaudio) o con orgullo (Vilas)– los regalos de pertenecer a una élite, recordar sus viejos éxitos y cantar canciones melancólicas en autos de lujo. Tampoco es una mala vida.ß
tar la fachada de la casa de los White, la de Jesse Pinkman, el lavadero de autos que en realidad se llama octopus, y poder llegar a una mesa de Twisters, el local de comida rápida que hizo las veces de Los Pollos Hermanos. Incluso, para el camino, es posible comprarse por sólo un dólar una bolsita de caramelos azules, iguales –por lo menos en aspecto– a esos cristales que fabricaba la entrañable dupla. Luisiana profunda La miniserie detectivesca protagonizada por Matthew McConaughey y Woody Harrelson que muchos críticos imaginaban favorita en estos Emmy estuvo pensada para filmarse en la meseta de ozark, en la vecina Arkansas, pero dado que el guionista Nic Pizzolatto había crecido en Nueva orleans, esa opción cobró más fuerza. Pero tanto él como el director Cary Fukunaga quisieron escaparse del típico paisaje de Luisiana –transitado ya por series como Treme enfocada en Nueva orleans y True Blood en Bon Temps–, más lejos de los pantanos y de ese Sur gótico, para mostrar otra cara aún más enigmática. Esa Luisiana que en palabras de Pizzolatto se halla detrás de los pronunciamientos religiosos que parecen controlar gran parte de la vida allí, detrás de las reglas que establecen los adultos, detrás de las identidades que la gente aparenta tener. “Eso que para mí está siempre enlazado de algún modo con la sobreabundancia del follaje... Esa idea de que las cosas siempre tienen capas. Y de que siempre hay sombras en todas partes.” Esta particular visión de Pizzolatto sobre la tierra donde creció es la que pueden vivenciar aquellos que se decidan a embarcarse en un recorrido sobre la huella transitada por los detectives Martin Hart y “Rust” Cohle que proponen sitios
En Albuquerque hay tours para visitar la fachada de la casa de los White o el lavadero de autos El Mad Men tour implica copas de Martini y Tom Collins a lo largo de Madison Avenue La Washington de House of Cards incluye visita al Capitolio y almuerzo de costillas de cerdo de viajeros como Roadtrippers. La idea entonces es subirse a un auto para encarar, mapa en mano, un tour de un día por las afueras de Nueva orleans, que arranca en esa escena del crimen que pone la serie en marcha (y quien no vio aún la serie pase directamente al párrafo siguiente para evitar spoilers). Después, será la capilla quemada con ese horizonte de refinerías, la escuela abandonada y otras paradas –gastronómicas, entre ellas– hasta empalmar la ruta del Creole Nature Trail para llegar a las entrañas de la historia: Carcosa, o Fort Macomb, un fuerte de ladrillos que tuvo su razón de ser en el siglo XIX como punto militar estratégico. Manhattan tours Pero no en todos los tours de series es necesaria la coordenada exacta para el GPS. Hay otros más fáciles de encarar, aunque, en estos
en algún lugar del mundo Nathalie Kantt
La ciudad que maximiza el tiempo
L
PARíS
a chica sube lentamente por el costado izquierdo de unas escaleras mecánicas que la llevan hacia la superficie después de un viaje en subte hasta Châtelet. Como en cualquier escalera de esta ciudad, la derecha es para quienes prefieren el descanso mientras suben o bajan mecánicamente y la izquierda queda libre para los que están apurados o quieren ejercitar sus piernas. Una de las tantas reglas de convivencia de la comunidad parisina. Un señor detrás de ella, visiblemente más apurado, resopla con hastío. “¿Está alterado?”, le pregunta la joven. “El tiempo es sagrado”, responde el hombre. París es una ciudad que enseña, a veces a los golpes, a estar obsesionado con la maximización del tiempo. Sobre todo con ese tiempo muerto de traslados y de trámites, ese más relacionado con los automatismos que con el placer. Y en el mundo de los automatismos, el parisino es el rey. Hay que saber rápido lo que se quiere pedir en la
carnicería, en lo del verdulero y en el bar. Hay que llegar con las ideas en claro y no dudar demasiados minutos. Hay que transmitir sin hesitaciones lo que uno desea. No se pierde tiempo ni siquiera en la manera de formular el pedido, que siempre comienza con un “bonjour” obligado, regla básica del inter-
París funciona como un tetris e invita siempre a ser más dinámico y práctico cambio parisino, para así evitar las caras largas. El ejemplo más claro se ve en las boulangeries (panaderías), en donde no hay tolerancia por parte del resto de los clientes ni tampoco de quienes atienden. La fila avanza, hay siempre mucha demanda, y poco tiempo para perder. La situación se repite en los bares: la copa de vino blanco viene acompañada con la cuenta, que hay que pagar en el acto.
casos, hay que poner unos billetes para ser de la partida... Algo que es de esperarse si se trata de Manhattan, y del Mad Men tour que, como imaginarán, implica copas de Martini y Tom Collins a lo largo de Madison Avenue y un código de vestimenta para no desentonar con los 60: vestido rojo para ellas; traje y corbata angosta, para ellos. Así como hay un tour neoyorquino sobre Sex and the City, y otro más reciente en Brooklyn sobre la serie Girls, el de Mad Men apunta a rescatar ciertos lugares icónicos como el hotel Roosevelt, el oyster Bar de Grand Central que Don Draper frecuentó con Roger Sterling o el PJ Clarke’s, donde Peggy olson y Joan Harris compartieron festejos poslaborales. Rescate, en realidad, porque la mayoría de las escenas indoors de la serie fueron filmadas en estudios de Hollywood. Algo similar a lo que sucede con la Washington de House of Cards que, gracias a ciertos incentivos fiscales, está mayormente filmada en la Baltimore de The Wire. Hay excepciones, sí, como algunas panorámicas de la Casa Blanca o el Capitolio. Lo que no impide, sin embargo, que en el sitio oficial de turismo de la capital estadounidense se proponga un itinerario para vivir la House of Cards real: una visita al Capitolio, ahí donde trabaja el congresista Frank Underwood; un almuerzo en un restaurante donde sirven su plato favorito, las costillas de cerdo (no, no es el Freddy’s BBQ Joint que, además de ficticio, queda en Baltimore); visitar el cementerio del Congreso a donde Claire Underwood se escapa a meditar sus movimientos; alojarse en un hotel a una cuadra del Capitolio para, finalmente, levantarse y tomar un café en un bar donde podría estar Zoe Barnes escribiendo un artículo. Aunque para este caso haría falta un poco más de imaginación.ß
Los lugares más acostumbrados a recibir turistas se flexibilizan un poco, en un intento también de ser un poco más amables con esos visitantes que desembarcan con otro manejo de sus tiempos. Esta es una ciudad que funciona como un tetris. París invita a ser siempre más dinámico y más práctico. Se puede saber en cuántos minutos llegará el colectivo o el subte (incluso mediante una aplicación en el celular), caminar más rápido si se elige la vía preparada para ello y comprar online las entradas “coupe-file” (corta fila) para evitar las largas esperas en la puerta de los museos. De la misma manera, la avería inesperada de este sistema tan aceitado provoca reacciones de lo más diversas, empezando por esos resoplidos constantes que forman parte de la caricatura misma del parisino. Este funcionamiento optimizado de la vida parisina también tiene que ver con el tamaño reducido de los espacios que se comparten. Así como en Dubai el aire acondicionado y las enormes peceras son consideradas símbolos del lujo, aquí lo son los grandes espacios. Los parisinos aprenden a hacer malabares para no chocarse, piden perdón casi todo el tiempo porque es inevitable no rozarse, se achican en vez de expandirse y se adaptan a eso de estar sentados pegados los unos a los otros. Incluso lograron hacer de esa imagen de mesas amontonadas con sillas mirando a la calle y atestadas de gente un símbolo del espíritu de París.ß