Vidas El otro yo de un ermitaño

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Vidas El otro yo de un ermitaño

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Una de las raras fotos de Cioran con Simone Boué, su compañera “histórica”

El escritor rumano, de cuyo nacimiento se cumple hoy un siglo, tenía fama de huraño y de solitario. Pero tuvo al menos dos grandes pasiones, una de ellas en el otoño de su vida

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Viernes 8 de abril de 2011

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Los amores secretos de Cioran POR ALINA DIACONÚ Para La Nacion

uchos de los que lo frecuentábamos ni siquiera lo sabíamos. Más tarde, escuchamos rumores y un día alguien nos comentó que tenía una compañera desde hacía muchos años, pero que llevaban una vida bastante independiente. Nosotros nunca la vimos en las visitas que le hicimos en la calle del Odéon y él jamás nos habló de ella. Su imagen de asceta incorregible, solitario y escéptico, apátrida hasta el final de su vida, iconoclasta e irónico hacia todo lo establecido no dejaba lugar a una mujer que compartiera su buhardilla repleta de libros y papeles; a pesar de que en una de las dos chambres de bonnes, que era su “living” y donde recibía las visitas, hubiese una cama de dos plazas… (“El estado de soledad es mi religión”, había manifestado siempre). Sin embargo, ella existía. Y estas líneas son un homenaje a esa mujer, un poco enigmática, invisible para nuestros ojos, que, ocupando un segundo plano a lo largo de 50 años, acompañó a Cioran en su atormentada existencia. Se conocieron cuando ella era estudiante y él ya tenía 30 años, en el comedor de un centro universitario, donde él la vio por primera vez y se le pegó en la fila para hablarle y, de paso, suponemos, para ganarse un lugar de privilegio en la larga espera. Su nombre era Simone Boué, fue profesora de inglés en distintos colegios de Francia y era la persona que, con una paciencia y un criterio notables, pasaba a máquina todos los escritos de Cioran. Cuando, hace poco, se supo que dos años después de la muerte de Cioran (ocurrida en 1985), el cuerpo de Simone fue hallado sin vida debajo de un acantilado, en Vendée, donde pasaba sus vacaciones, probablemente tras ahogarse en el mar, el impacto fue tan grande que decidimos investigar algo acerca de esa mujer tan importante para él y tan escondida, tan envuelta en sombras, que había terminado así su vida, de una manera tan extraña. Pero ¿cómo empezar? Recurrimos en este caso a una segunda mujer, que no es Simone pero que, a través de sus publicaciones, es mucho más explícita que ella y que apareció en los últimos años de vida de Cioran (es decir, a comienzos de los años 80). La persona en cuestión acaba de editar en Alemania un libro sobre la relación de ambos, que ya fue traducido a varios idiomas. Ella se llama Friedgard Thoma, es alemana, y el libro se titula Un amor de Cioran. Por nada en el mundo. Es profesora de filosofía y, según su relato y la extensa correspondencia que da a conocer entre el

maestro y ella, fue el gran amor de Cioran en el otoño de la vida del filósofo. Era por ese entonces una joven de unos treinta años, con un hijo, y él tenía más de setenta cuando se conocieron y entablaron una intensa relación, de acuerdo con lo divulgado por ella a través de su historia y de las cartas. Además de la crónica de esos primeros y apasionados encuentros y sentimientos (sobre todo los de Cioran), hay descripciones y comentarios muy interesantes de la autora sobre situaciones y personas, entre ellos, no pocas referencias a Simone Boué, la fiel compañera de Cioran. Una vez aplacado el primer fuego pasional, Friedgard Thoma llegó a conocer personalmente a Simone, en la casa de verano que la joven compartía con su ex marido en la zona italo-suiza de Soglio. “Simone era una mujer bella, bronceada, alta, sesentona, elegante, con ojos marrones muy cálidos”, escribe la alemana acerca de las primeras impresiones que le causó su “rival”. Se estableció desde entonces un vínculo de simpatía entre ambas mujeres, lo cual hizo que la relación de Friedgard con Cioran fuera cambiando notablemente, se volviera más espaciada, más templada y tendiera a convertirse en una amistad amorosa más que en la relación apasionada que había sido al principio. Desde entonces, en cada ocasión en que la alemana iba a la Ciudad Luz, pasaba por la rue de l’Odéon. Y lo cuenta así: “Cada vez que los visitaba en París, Simone justamente acababa de preparar arenques, salmón, todo tipo de verduras, postres, excelentes vinos, etc., lo cual le debía dar muchísimo trabajo […]. Simone era siempre la misma interlocutora encantadora e inteligente, muy leída, con mucho humor (interviniendo siempre a favor de Cioran o en contra), con una notable sensibilidad hacia la música, la literatura y otros placeres físicos y espirituales”. A raíz de la muerte de Simone, en 1987, Fernando Savater escribió en el diario El País: Simone Boué, profesora de Liceo y compañera de E. M. Cioran durante 50 años, falleció ahogada en una playa francesa el pasado verano. Dice Stendhal: “Hacen falta al menos diez líneas en francés para alabar a una mujer con delicadeza”. Yo necesitaría más en español para hacer medianamente justicia a Simone en esta despedida. Era inteligente, vivaz, irónica, discreta. Sobre todo era la elegancia misma, la encarnación de ese “chic” parisiense que puede pasarse de pasarelas y que no