EL DIABLO DE MILÁN POR MARTIN SUTER ANAGRAMA TRAD.: TXARO SANTORO 292 PÁGINAS $ 83
NARRATIVA EXTRANJERA
Un thriller de la percepción E
sta novela del suizo Martin Suter, El diablo de Milán, podría considerarse de género policial (aunque sin policías) o, al menos, del género que Borges y Bioy Casares consideraban policial cuando elegían las novelas de la inigualable colección de Emecé que ellos crearon, El séptimo círculo (que incluye, por ejemplo, El caso de las trompetas celestiales, de Michael Burt, un extraordinario thriller teológico, con un toque gótico y otro irónico, en el que el criminal parece ser, realmente, el diablo). Suter, en cambio, recurre en esta novela a un demonismo más terrenal: la protagonista de El diablo de Milán, Sonia Frey, tras haber sido golpeada por su esposo, haberlo denunciado y hecho encerrar en una clínica psiquiátrica, queda un poco desquiciada y se agrava la perturbación sinestésica que experimenta desde la infancia (ve los ruidos, percibe los olores como colores) tras consumir una dosis de ácido lisérgico. Pensando que necesita alejarse de su complicada vida (la familia de su esposo la persigue para que retire la denuncia e interrumpa el proceso de divorcio) decide aceptar un empleo de fisioterapeuta en un apartado hotel de montaña de una aldea de la Baja Engadina suiza, Val Grisch, donde casi de inmediato empiezan a ocurrir cosas extrañas, que parecen cumplir las predicciones diabólicas de una vieja leyenda local (precisamente, la del diablo de Milán, una clásica venta del alma al diablo), enunciadas en estos versos: “Cuando en verano sea otoño/ y anochezca a medio-
Martin Suter GAETAN BALLY / CORBIS
Suter dedica El diablo de Milán, que es también una meditación sobre la naturaleza de la realidad, a Albert Hofmann, el químico suizo que descubrió el LSD y fue el primero en experimentar sus efectos
día,/ cuando el ascua arda en el agua/ y a las doce despunte el día,/ cuando en pez se torne el ave/ y en humano el animal,/ cuando apunte al sur la cruz,/ mía entonces tú serás.” Sonia está convencida de que cada acontecimiento implica una amenaza concreta y procura profundizar su investigación, aunque insegura de cuál es el plano real, debido a las jugarretas perceptivas de su mente. Suter introduce un personaje, bajo la forma de un médico de aspecto indio que es huésped del hotel y paciente de las sesiones de fisioterapia, para despejar algunas incógnitas que Sonia se plantea acerca de su manera
de percibir los acontecimientos. Escrita con elegancia y extraordinaria sobriedad, y recurriendo a elementos muy contemporáneos (como los mensajes de texto que Sonia intercambia con su amiga Malu, que contribuyen a conferir tridimensionalidad a los personajes y establecer un cierto criterio de realidad), El diablo de Milán avanza a paso rápido y arrastra vertiginosamente al lector hasta su desenlace. Vale la pena señalar que la novela también es una meditación sobre la naturaleza de la realidad y la percepción, y gira en torno de la idea de que la versión de lo real que cada uno percibe no deja de revestir un carácter real absoluto en su propia mente. Suter se la dedica a Albert y Anita Hofmann, a quienes agradece al final del libro “por la mágica tarde que pasamos en su casa, en la que me hizo cobrar conciencia de que todo lo que veíamos no tenía una existencia objetiva, sino que se originaba en la pantalla psíquica de nuestro interior”. Conviene aclarar que Hofmann, un químico suizo que murió en 2008, fue el descubridor del LSD y el primero que experimentó sus efectos. Así, sin mayores efectos de lenguaje y con cierta base científica, El diablo de Milán construye un relato capaz de seducir al lector aficionado al género, aunque sin la deslumbrante pintura de personajes y situaciones típica de una autora como Patricia Highsmith, con quien Suter ha sido comparado con demasiada frecuencia Mirta Rosenberg © LA NACION
Sábado 21 de marzo de 2009 | adn | 15