CRÍTICA DE LIBROS
AUTOBIOGRAFÍA DE MI MADRE POR JAMAICA KINCAID CAPITAL INTELECTUAL TRAD.: ALEJANDRO PÉREZ VIZA 186 PÁGINAS $ 41
NARRATIVA EXTRANJERA
Un lúcido resentimiento “T
odo en mi vida, bueno o malo, todo aquello a lo que estoy inextricablemente atada, es fuente de dolor”, confiesa Xuela Claudette Richardson, la narradora de Autobiografía de mi madre. Habla desde la vejez, y en su relato hay un propósito de explicarse a sí misma la historia de su existencia, marcada por un motivo central: la muerte de su madre en el momento de su nacimiento. La novela transcurre en Dominica. Su autora, Jamaica Kincaid, nació en Antigua en 1949 y a los diecisiete años emigró a Nueva York. Su verdadero nombre es Elaine Cynthia Potter Richardson. Su obra no ha sido muy difundida en español. El ensayo Un pequeño lugar (1988) y la memoria Mi hermano (1997) –que también acaba de editar Capital Intelectual– son sus libros más conocidos. Autobiografía de mi madre, publicada originalmente en 1996, constituye una amarga ficción sustentada por un lúcido y apasionado resentimiento. El padre de Xuela deja a su hija recién nacida al cui-
dado de una lavandera. A los siete años la recoge para que viva con él y su nueva esposa. La chica no logra establecer un vínculo afectivo con su madrastra, que desea su muerte, ni con sus dos hermanastros. Más adelante queda a cargo de un matrimonio y se convierte en una suerte de concubina. Su obsesivo lamento por la madre ausente refleja el ansia de un origen y un sentido de pertenencia que han sido desdibujados por siglos de colonialismo. Xuela es hija de un mulato y de una amerindia. En su visión del mundo no hay espacio para medias tintas: se divide en vencedores y vencidos, conquistadores y conquistados. La imposición de una cultura que nunca llega a asumir como propia es otro rasgo de esa dominación, que se extiende al idioma (“…hablábamos en el criollo francés, la lengua del cautivo, del ilegítimo…”) y la religión (“…y muchos de aquellos esclavos habían muerto mientras construían esta iglesia…”). La rebelión de la muchacha ante el despo-
jo de su identidad social y el desarraigo familiar se canaliza a través de una desafiante afirmación de su individualidad cuyo refugio es un narcisismo desesperado: “Acabé amándome a mí misma tercamente […] porque no había nada más”. El sexo le brinda alivio para una “incansable parte” de su “auténtica forma de ser”, pero ni su casamiento con un médico inglés ni la fugaz felicidad experimentada con un amante consiguen vencer el desamor que siempre la acompaña. Kincaid escribe con una elegante ferocidad, que Rimbaud hubiera aprobado, y emplea un estilo acumulativo para expresar las complejas emociones de su protagonista. Entre ellas sobresale el ambivalente sentimiento que le despierta su padre policía. A Xuela le irrita su “amor desprovisto de amor”. Lo desprecia por formar parte “de todo un sistema imperante en la isla que perpetuaba el dolor” y lo acusa de carcelero, ladrón, farsante y cobarde. “Quizá lo amara, pero nunca sería capaz de admitirlo”, reconoce.
Jamaica Kincaid JEREMY BEMBARON / CORBIS
Cada tanto sus evocaciones proyectan imágenes prolongadas e intensas como una violenta fantasía sobre los hijos que nunca tendrá. Desde el principio la novela avanza sin concesiones en contra de un final feliz; celebra la pureza de lo indómito y la fidelidad a una sensualidad vital. “En cuanto a mí, no necesito […] ninguna redención”, sentencia Xuela. Desde su soledad, el “gran sosiego” de algo resuelto parece prepararla para sucumbir “a la abrumadora quietud que es la muerte”, un poético vacío en el cual el relato de su vida pasa a ser el relato de su madre. Felipe Fernández © LA NACION
POESÍA UN PALMAR SIN ORILLAS POR FRANCISCO MADARIAGA
El temblor sagrado L
a poesía de Francisco Madariaga –una de las voces más altas de nuestra lírica– tiene para sí el hecho no menor de haber revocado el dilema argentino “civilización o barbarie”. Todo en su obra se revela como el encuentro de dos polos, que, lejos de repelerse, se imantan para dar forma a una poesía del mestizaje: en ella coinciden lo real maravilloso, las violencias naturales y políticas, la universalidad de la existencia humana expresada en un hombre que se funde en el paisaje de una remota provincia, en un remoto país. De allí que hablar de surrealismo en Madariaga no es tanto informar sobre el poeta de Resplandor de mis bárbaras como errar por los pasillos de la historia de los movimientos li16 | adn | Sábado 25 de julio de 2009
terarios. Aunque perteneció al grupo de poetas que reunió Aldo Pellegrini alrededor de la revista surrealista A partir de 0, la singularidad de su obra obliga a pensarla más allá de los márgenes de cualquier capilla literaria. Poblada por el paisaje del país natal-acuático, salvaje, paisaje poblado a su vez por las especies, los hombres, los colores que el oro destila, la poesía de Madariaga establece un diálogo incesante con la creación, los elementos, el reino de la imagen, y restituye a las palabras el temblor de lo sagrado: “Entrégate, oh el antiguo, ex guerrero, ahora/ cuatrero vengador de la estancia delicada,/ solitaria en el llano del llanto,/ llano del aguacero,/ y pon tu estribo
EN DANZA 122 PÁGINAS $ 40
de oro y de reserva/ para bajar a beber miel y estero: Que ha llegado un jaguar a la tranquera”. El poeta crea un país allí donde no existía: “Mi relación es con un país natal, no con una nación jurídicamente hablando”, declara. Como Arnaldo Calveyra, como Jorge Leónidas Escudero, como Juan L. Ortiz –todos hombres de provincia–, Madariaga (1927-2000) rehúye de las postales del color local, crea una lengua que da vida a un sistema poético de propio linaje, no susceptible de encolumnar acólitos. Un palmar sin orillas, selección preparada por los poetas Javier Cófreces y Eduardo Mileo, recorre la totalidad de los libros publicados por el autor. La selección contempla el núcleo de la obra del poe-
ta correntino, más allá de las preferencias o gustos personales de toda antología. Con prólogos de Cófreces y Mileo, un texto de Élida Manselli –poeta también y compañera de Madariaga–, el libro se completa con material fotográfico de gran valor. A casi diez años de su muerte, Madariaga regresa en un libro que le hace justicia, al encuentro de nuevos lectores: “Entonces, a no gemir, mi lejano palmar,/ cuando yo muera,/ porque somos un pormenor de presencia de lo/ inmortal.” Sandro Barrella © LA NACION