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para la ganadora es una cirugía plástica. La crisis del prestigio de la materia se extiende al arte contemporá- neo. Quien pretendió hacer un chiste diciendo que ...
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¿Es posible un sagrado colectivo hoy? Jaime González Cabra

Debido a la dificultad para precisar el concepto de manera positiva, lo sagrado se define generalmente por oposición a lo profano. Aproximémonos a esa dimensión con un ejemplo. Una señora está muriendo luego de un parto muy difícil; nació un niño que tiene problemas en los ojos. Le dicen a la madre que cuando cumpla 15 años podrá ver luego de una operación. La madre agonizante retira de su mano un anillo con un diamante, lo entrega al esposo y le dice: “Es para la operación de mi hijo dentro de quince años”. La señora muere. Ese diamante se convierte en un objeto sagrado con las siguientes características: está separado de todo lo demás, lo que quiere decir que si la familia llegara a necesitar dinero, se hará cualquier cosa, se pensará en todo menos en realizar una transacción con el diamante. Es inviolable: es decir que si alguien abusivamente dispone de él, no pierde su carácter sagrado, sino que además, debido a la profanación adquiere una dimensión mítica suplementaria para el grupo familiar y su espectro social. Lo que es sagrado puede dejar de serlo, como en este caso el diamante, una vez utilizado para cubrir los gastos de la operación que le permitirá al hijo ver. Un concepto psicoanalítico permite ilustrar otro aspecto: lo sagrado es prohibido, es decir que quien atenta contra él paga un altísimo precio. En un principio, el niño percibe en todo lo que lo rodea, personas y cosas, una extensión de su propio cuerpo; por ejemplo su madre sería igualmente una parte de él aunque menos accesible que su propia mano. Jacques Lacan llamó estadio del espejo al momento en que el niño toma conciencia de que todo lo exterior que percibía como pedazos de sí mis-

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mo no hace parte de él, y que él, que era todo, ahora se identifica con un nombre, que viene a ser el cadáver de esa totalidad que él era. Para el psicoanálisis, alrededor del vacío que deja esa pérdida, probablemente la más grave que sufra un individuo, se organizan las estrategias de defensa ante las situaciones más generadoras de angustia y con mayor capacidad de desestabilizarnos. Es decir, cuando un padre pierde un hijo y alguien le dice: “Consuélese, su hijo lo protegerá desde el cielo”, la frase no encierra tanta ingenuidad como la que en un principio pudiera atribuírsele. Algún teórico del psicoanálisis, occidental, racionalista y ateo podría decir: “Esta frase es una metáfora, pero una metáfora que contiene una verdad fundamental porque la psiquis se estructura a punta de muertes, de duelos, y alrededor de una pérdida importante –como la muerte del hijo– cristalizan estructuras de defensa de tal importancia que por una falla en ellas puede provocarse una catástrofe: el derrumbe del imaginario que genera ipso facto el colapso de la estructura psíquica aniquilando al sujeto, que termina entonces, en el manicomio o en el cementerio”. La relación con la muerte está tan estrechamente asociada con lo sagrado porque la memoria colectiva reconoce la relación entre el abandono o el descuido del culto a los muertos y la destrucción de los elementos simbólicos sin los cuales no es posible consolidar un grupo social. De ahí que se haya definido lo sagrado como aquello a lo que no nos podemos aproximar sin morir. Lo sagrado no se cuestiona. ¿Existe un sagrado colectivo dominante en Colombia hoy? Hace 50 años un observador al constatar la participación masiva en misas dominicales, en procesiones, en la celebración de la Semana Santa, en fiestas patronales, diría que en Colombia había indiscutiblemente un sagrado colectivo dominante. Ya no es así. ¿Qué nos puede indicar en dónde podría haberse refugiado hoy, en caso de que exista? Los ritos que son como signos sensibles de lo sagrado, por ser manifestaciones que pasan por los sentidos, exigen soportes materiales, y éstos están en crisis debido a la devaluación del cuerpo y la materia producto de una cultura que privilegia la comunicación dentro de la mala distancia. La buena distancia es aquella dentro de la cual comunicamos sin intermediación tecnológica –sin libro, sin celular, sin computador– solamente dentro de ella es posible desarrollar la sensibilidad. Los cuerpos de quienes comunican deben estar presentes en la buena distancia. En ausencia de los cuerpos, la posibilidad de conocer (ser con) desaparece. 172

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La ubicuidad, el anonimato y la neutralidad afectiva de la comunicación mediada por la técnica, volvió banal el discurso proveniente de una autoridad. Con la misma disposición y en la misma actitud recibimos a través de la pantalla lo que dijo la Chilindrina y lo que dijo Susan Sontag. La dimensión, la cantidad, el número, se convirtieron en recurso eficaz y frecuentemente exclusivo para captar y retener la atención del destinatario de la información. En efecto, la dimensión es un dato de lectura directa que es captado incluso por inteligencias embotadas por el consumismo e insensibilizadas por la profusión de la información y la saturación de significantes. El número de golpes, de tiros, de muertos, de goles, de kilómetros, de segundos, de espectadores, de dólares, de votos, de megabites, de discos, de libros, define la jerarquía que en la sensibilidad colectiva adquieren los fenómenos sociales. Una de las innumerables ilustraciones de la perversión a la que conduce el privilegiar la comunicación dentro de la mala distancia, la constituye el ejecutivo que benévolamente preside una organización para la defensa de las ballenas azules y tiene a su padre en un ancianato en el momento en que más afecto y presencia de los suyos requiere. Y todo porque en el espacio de la buena distancia se desarrolla la sensibilidad, y en el de la mala distancia la sensiblería. La sensibilidad se anestesia y la sensiblería se estimula en un espacio virtual que multiplica hasta el vértigo estímulos en los que la riqueza formal de las personas y las cosas se ve reducida a fracciones de apenas unas dimensiones de algunos de los sentidos. La tecnología, la industria y el comercio son solidarios, se requieren recíprocamente. Es así como los productos de la tecnología, para que la industria sobreviva, necesitan ampliar al máximo la clientela. La vocación de todo dispositivo tecnológico, como los computadores, es terminar hasta en porno-shops de barrios deprimidos en ciudades del tercer mundo, luego de haber comenzado al servicio del alto gobierno de las grandes potencias, de las más poderosas empresas, de las más prestigiosas universidades. Eran entonces alimentados y manejados por quienes controlaban la política, la economía y la ciencia, y todo lo que se podía obtener de ellos tenía un interés real y un inmenso potencial. Ahora con un porcentaje importante de la población del planeta manejándolos y alimentándolos, hasta las inteligencias más despejadas y las mentes más perspicaces tienen dificultad para orientarse en un mare magnum de datos sin contexto en cantidades que crecen exponencialmente y que provienen en proporciones abrumadoras de fuentes anónimas de confiabilidad y rigor improbables.

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¿Cómo se produjo el debilitamiento de los ritos por la depreciación de la materia? Hasta el momento en que la aparición de la imprenta modificó drásticamente la dinámica de la producción del evento cultural con la multiplicación de los libros, los que alimentaban el imaginario de quienes orientaban la sociedad, lo hacían en instituciones rígidas y altamente jerarquizadas, las universidades, en donde quien reflexionaba lo hacía en compañía de algunos pares, bajo la dirección de un maestro, que cuidaba que la producción de conceptos estuviese enmarcada por el respeto a las exigencias de la lógica, tal como la concebía la escolástica. Nuevos aportes de la tecnología agilizaron la producción de material impreso, y a comienzos del siglo XVII aparecieron los periódicos; el imaginario de las elites comenzó a ser alimentado por quienes trabajaban como eslabones de una larga cadena; la preocupación que enmarcaba su oficio era informar; su producto: la opinión. Continuaron los avances tecnológicos, y con la radio, la televisión y la internet, la alimentación del imaginario colectivo se hace con criterios que preside la voluntad de seducir para provocar reacciones de consumo con fines comerciales. El comercio alimenta la industria que a su vez alimenta los desarrollos tecnológicos, cerrándose así el círculo vicioso. A cada paso que un progreso tecnológico permite dar, el saber y el poder se van asociando progresivamente a tipos de comunicación con dispositivos y en situaciones en que se prescinde cada vez más del cuerpo y en que el soporte material es más tenue. Simultáneamente, gracias a la tecnología, la base de quienes están en posibilidad de utilizar dispositivos de comunicación masiva se amplía hasta incluir actores al límite de la incapacidad absoluta: hacia 1830, los fotógrafos, que por lo general tenían una formación artística, además de sólidos conocimientos de óptica y química, podían requerir de días para obtener una foto. Hoy una persona con retardo mental severo está en posibilidad de sacar cientos en un par de minutos. En el siglo XVII, en Occidente el cuerpo disponía de enorme libertad; era aceptado joven o viejo, gordo o flaco, con o sin dientes, mientras que la producción de pensamiento, la cabeza, no disponía de autonomía. Se ponía en riesgo de que lo quemaran vivo quien afirmara que a la Santísima Trinidad no la conformaban tres, sino dos personas y nueve décimos de persona. Hoy, la actividad mental tiene toda libertad; se puede pensar y decir lo que se quiera. En teoría al menos, la educación está orientada a buscar desarrollar la creatividad y la imaginación en todos 174

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los niveles de la formación. El cuerpo, por el contrario, está obligado a ceñirse a cánones tan rigurosos que frecuentemente se formulan con precisión matemática: 90–60–90, por ejemplo, y se siente excluido y avergonzado quien no posea un cuerpo no sólo joven sino que se aparte de los estándares de los únicos cuerpos aceptados e integrados socialmente: los cuerpos jóvenes y gloriosos del deportista y la modelo, precisamente quienes constituyen el paradigma de los que no quieren su cuerpo, al punto que la obsesión por cambiarlo los lleva incluso a poner en peligro la vida. Por definición, el atleta es quien está permanentemente insatisfecho con su cuerpo y hace parte de uno de los grupos afectados por los estragos de una de las más perniciosas consecuencias de privilegiar la comunicación dentro de la mala distancia: la obsesión por los récords: es frecuente que un deportista entre en depresión por no poder batir la marca que él mismo estableció precedentemente. Para modificar sus cuerpos, los deportistas que recurrían exclusivamente a entrenamientos intensivos más o menos exigentes, ahora comienzan por tomar suplementos vitamínicos y alimentación enriquecida y terminan en proporciones cada vez más grandes por recurrir a tratamientos de re-oxigenación y de limpieza hormonal, y al consumo de anfetaminas y de esteroides anabolizantes. Respecto al cuerpo femenino, baste decir que hoy a nadie sorprende la organización de un reality en el que participan únicamente modelos jóvenes, potenciales candidatas a reinados de belleza y en el que el premio para la ganadora es una cirugía plástica. La crisis del prestigio de la materia se extiende al arte contemporáneo. Quien pretendió hacer un chiste diciendo que ahora las exposiciones cuando terminan no se desmontan o se descuelgan sino se barren, hace realmente una constatación debido a la acentuada tendencia a expresiones del tipo del happening y de los performances. Lo sagrado colectivo, para mantenerse y consolidarse requiere ritos, que son estereotipos, es decir, comportamientos que se repiten, que no tienen un fin aparente y constituyen algo así como el aspecto visible de lo sagrado. Con la crisis de lo material, que es su soporte, el rito puede difícilmente constituirse en cohesor social eficaz. El rito del mundial de fútbol se organiza alrededor de las imágenes virtuales en la pantalla de los televisores: de los millones de personas que pueden ver un partido de finales, menos de un uno por mil está en el estadio. Los ritos colectivos posibles hoy no se pueden constituir sino alrededor de fenómenos inmateriales como el cine o efímeros como la moda.

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A medida que los productos de la tecnología se fueron masificando provocando el progresivo desprestigio del cuerpo y la materia, se produjo un desplazamiento de lo sagrado colectivo, primero del templo al museo y de la reliquia a la obra de arte, y posteriormente del museo al centro comercial y de la obra de arte al objeto de consumo. Lo sagrado puede hacerse coincidir con la noción de mínimo vital simbólico. Para encontrarlo respondamos a la pregunta: ¿Por qué se pueden suicidar las personas? Cuando el cristiano de los primeros siglos no podía vivir plenamente su fe, corría al martirio. Los héroes de la época romántica morían, literalmente, por amor al arte. ¿En qué proporción entra en el incremento del suicidio entre la población más joven, el temor a que un fracaso académico comprometa las posibilidades de acceder al consumo o de permanecer en él? La existencia de un rito señala la posibilidad de identificar la presencia de lo sagrado. ¿A dónde pudo emigrar lo sagrado colectivo en una sociedad como la bogotana actual? A los centros comerciales. ¿Por qué no? No es de sorprender que en algunos, como en el Salitre Plaza, se celebren misas de precepto teniendo como fondo una sucursal bancaria y una boutique de calzado deportivo de marca y donde el cuerpo de Cristo se reparte bajo una publicidad que promociona hamburguesas y otra que promociona Locademia de Policía IV. Toda la familia va ritualmente al centro comercial, como iba al templo los domingos y días de fiesta, desde el recién nacido hasta la abuelita, pasando por el familiar discapacitado. En las iglesias estaban los confesionarios, en donde el feligrés se aislaba para realizar un acto secreto y salía purificado para poder acceder a los bienes eternos. El sacerdote terminaba imponiéndole una penitencia que frecuentemente consistía en realizar un acto caritativo. En los centros comerciales encontramos los cajeros automáticos en donde el cliente se aísla para realizar un acto secreto y salir con qué acceder a los bienes de consumo y en el que la transacción concluye también con la propuesta de contribuir a una obra pía. Nuestros abuelos escuchaban en el templo cantar en latín como ahora en los centros comerciales escuchamos cantar en inglés: lo sagrado debe hablar, pero el mensaje debe permanecer arcano. También en el centro comercial ocurren milagros: centro comercial que se respete rifa regularmente un carro último modelo entre las personas que compren por un valor que exceda una cierta cantidad o entre quienes hagan compras en un lapso de tiempo determinado. Como sólo adquiere valor en función de la marca o el modelo de 176

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la mercancía, el cuerpo, para el centro comercial, se rebaja a la condición de simple soporte; es un cuerpo vergonzante, el mismo que por ser considerado el enemigo declarado del alma era denigrado y envilecido en el templo que frecuentaban los abuelos. Para darle cumplimiento al precepto evangélico “sed perfectos como es perfecto el Padre Celestial”, la Iglesia proponía como modelo a los santos representados en cuadros o en estatuas; en el centro comercial, en que el precepto es “sed bellos como son bellos los modelos de la publicidad”, éstos están representados en fotografías que les garantizan clientela sin fin a los cirujanos plásticos, entre otras cosas porque los modelos de las fotos publicitarias como tales no existen, debido a que en publicidad no hay una sola fotografía que no sea manipulada con el computador. Como sentado en silencio frente al púlpito el feligrés recibía el adoctrinamiento, en las salas de cine del centro comercial, al espectador sentado en silencio frente a las pantallas se le perfecciona el lavado de cerebro. Finalmente al cielo corresponde Miami, cuyas delicias prefigura el centro comercial y a donde un día la clientela espera poder, Dios mediante, ser autorizada a permanecer para siempre en compañía de todos los suyos. Es la sensiblería la que permite que en el imaginario colectivo los proyectos sociales y la voluntad de dignificar nuestro entorno se asfixien bajo la avalancha de chucherías de centro comercial, de ese templo de un sagrado degradado para inteligencias a las que la mala distancia –la que privilegia la comunicación mediada por la tecnología– cerró el acceso a la sensibilidad. Ya que la Universidad Nacional de Colombia invita a reflexionar sobre estos problemas, digamos que la elaboración de un código cultural se perfila actualmente como la misión por excelencia de la Universidad. Ella ya no es la referencia absoluta en la investigación en ciencia y tecnología; este título tiende a cederlo a laboratorios privados y a organizaciones tipo Nasa, Sony o Siemens, como lo mostraría un estudio de las patentes expedidas en los países industrializados en las últimas décadas. La carga de formación de profesionales tiende a ser asumida por instituciones de corte politécnico. Es entonces importante insistir en la responsabilidad que tiene la Universidad de regresar a la buena distancia para desarrollar la sensibilidad de quienes están llamados a orientar la sociedad. Hay que revertir el movimiento que, cediendo a los llamados de sirena de la mediación tecnológica, permitió que en la generación del acontecimiento cultural que alimenta el imaginario de quienes lideran la sociedad, el maestro haya sido desplazado por el autor de libros; éste, posteriormente, por el columnista de opinión y, finalmente, el columnista de opinión por el periodista de la televisión. El día 13 ¿Es posible un sagrado colectivo hoy? Jaime González Cabra

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de septiembre de 1993 se comenzó a distribuir a los suscriptores en Bogotá, el número 1504, correspondiente a la semana del 2 al 8 de septiembre, del semanario francés Le Nouvel Observateur, que contenía una entrevista en la que Umberto Eco denunciaba la subordinación de la prensa escrita a la televisión light. Se lee en la página 44: “La prensa italiana alcanza en estos momentos una falta de dignidad absoluta. Si quiero aparecer en la primera página de los diarios, voy a la televisión y me bajo los pantalones. Al día siguiente, aparezco en los titulares de la prensa nacional, con artículo, foto y opinión de expertos... ahora es la televisión la que genera el acontecimiento, la prensa escrita lo comenta. Se subordina” 1. Al mes siguiente, el 27 de octubre, el rector de una prestigiosa universidad bogotana, filósofo riguroso, espíritu científico, ante las cámaras de la televisión que habían ido a cubrir un evento en su universidad sometió a prueba la receta sugerida por el profesor Eco, ilustrando de manera eminente la instalación dentro de la mala distancia de un responsable de generar cultura. Consecuencias del mismo impulso que lo proyectó a nivel nacional, lo llevaron a que la Universidad de París le concediera en 2004 un doctorado honoris causa. En el discurso en que agradecía la distinción, salió a danzar Jean-Paul Sartre. No pude impedir recordar que en su autobiografía, Las palabras, el pensador francés, reflexionando sobre la vocación del intelectual, trae a cuento el desprecio que su abuelo manifestaba por quienes –son palabras de Sartre–: “Piden doblones de oro para dejar ver la luna y terminan enseñando el trasero por cien pesos” (Sartre, 1964: 132). Bibliografía Bernanos, Georges. 1970. La France contre les robots, Paris: Plon. Caillois, Roger. 1950. L’Homme et le Sacré, Paris: Gallimard. Eliade, Mircea. 1975. Traité d’Histoire des religions, Paris: Payot. Roszak, Theodore. 1986. The Cult of Information, New York: Pantheon Books. Sardar, Ziauddin et al. 1988. The Revenge of Athena, London: Mansell. Sartre, Jean-Paul. 1964. Les mots, Paris: Gallimard. 1

Texto en el Nouvel Observateur: “La presse italienne atteint en ce moment un manque de dignité absolu. Si je veux me retrouver à la une des journaux, j’ai un moyen très simple. Je vais à la télévision et j’ôte mon pantalon. Le lendemain, je fais les manchettes de la presse nationale, avec article, photo, opinion d’experts... Désormais, c’est la télévision qui fait l’événement. La presse écrite le commente. Elle suit”.

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