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Ofensiva rusa en Oriente Próximo para recolocarse en la escena mundial
PUTIN DE ARABIA Abundan los motivos por los que el presidente ruso Vladimir Putin ha acudido en auxilio de Bashar Al Assad, un aliado de Moscú en horas bajas por la guerra civil siria, conflicto que estalló en marzo de 2011. La intervención militar rusa allí, aunque sirva a Al Assad para fortalecer su posición en el escaso territorio que controla, constituye una herramienta con la que, entre otras cosas, el jefe de Estado ruso devuelve a su país a una posición relevante en la escena internacional. Para Putin, en Siria está la vía que puede sacar a Rusia del aislamiento al que lo llevó la anexión de Crimea y su intervención en el conflicto del este de Ucrania.
Salvador Martínez (Berlín)
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usia, de la mano de su presidente, Vladimir Putin, centra desde hace varias semanas sus esfuerzos internacionales en Oriente Próximo. Aunque sin dejar de lado otras crisis internacionales, como la de Ucrania, el inquilino del Palacio del Kremlin ha puesto toda su atención en Siria, cuya guerra civil presenta una pesada dimensión regional. Dicen en Moscú que los misiles de crucero y los bombardeos de los aviones rusos puestos al servicio del presidente sirio, Bashar Al Assad, constituyen, ante todo, un esfuerzo antiterrorista. “Sólo el ejército del presidente Al Assad y las milicias kurdas están luchando de verdad contra el Estado Islámico y otras organizaciones terroristas en Siria”, explicaba Putin a finales de septiembre en la sede la ONU. También allí, su ministro de Asuntos Exteriores, Sergey Lavrov, dejó una definición muy sui géneris de los enemigos de Rusia en suelo sirio. “Si parece un terrorista, si actúa como un terrorista, si anda como un terrorista, si lucha como un terrorista, es un terrorista, ¿no?”, según los términos del jefe de la diplomacia rusa. Así de amplia es la concepción del enemigo que tiene Rusia en Siria. De ahí que no fuera “una sorpresa que los principales objetivos de los bombardeos rusos no hayan sido del Estado Islámico, sino de los grupos que tienen el apoyo de Estados Unidos y sus 46
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aliados”, según el análisis de Amy Knight, experta estadounidense en el mundo ruso. Por su parte, los aliados de Washington y el resto de capitales occidentales están, al parecer, más concentrados en derrocar a Al Assad que en hacer retroceder al Estado Islámico. Esto es lo que reconocían fuentes de la Casa Blanca al periódico estadounidense The New York Times poco después de anunciarse este mes que la Administración de Barack Obama iba a cambiar su apoyo a los rebeldes, sustituyendo la formación militar por más ayuda logística en forma de armas y munición. Independientemente de la consternación mostrada por Occidente contra estos ataques (ver recuadro “Roces con la OTAN” en págs. siguientes), Vladimir Putin y su Ejecutivo han demostrado con su intervención militar en Siria un gran interés en mantener en su lugar al régimen de Al Assad. “El objetivo de Rusia es defender a Al Assad” frente a “cualquier factor que desestabilice”, según ha expuesto Aleksei Makarkin, analista del Centro para las Tecnologías Políticas, un think tank independiente con sede en Moscú. Para Ru-
Mientras Rusia interviene para consolidad a Al Assad, Occidente maniobra para derrocarlo
El presidente sirio, Bashar Al Assad, y el presidente ruso, Vladimir
sia, “Al Assad es un aliado importante en la región”, señala por su parte, desde Berlín Stefan Meister, experto en el mundo ruso del Consejo Alemán para las Relaciones Exteriores (DGAP, por sus siglas en alemán). Tanto es así que el propio viceprimer ministro ruso, Dmitry Rogozin, ha expuesto que los militares rusos están librando en Siria “una guerra contra Rusia en llanuras lejanas”. Vínculos estratégicos. Rusia y Siria han mantenido desde hace décadas una estrecha relación por motivos estratégicos. El apoyo militar, en forma de acceso a armamento, de la Unión Soviética a Siria constituyó la base de esa relación, cuyos primeros pasos datan de los días posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En virtud de esos vínculos y su posterior desarrollo, el Ejército soviético pudo levantar en 1971 una base naval en la ciudad siria de Tartus, a orillas del mar Mediterráneo. Por tener allí todavía una decena de barcos de guerra, entre otras naves, “esta base es crucial para los intereses militares rusos”, de acuerdo con Amy Knight,
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Putin, son los actores de una estrecha relación estratégica desde hace décadas. En el conflicto sirio, Rusia es acusada de atacar más a la oposición política que al Estado Islámico.
la experta estadounidense y articulista habitual de la prestigiosa New York Review of Books. Igualmente relevante es la posición geoestratégica de Siria, que constituye para el Viejo Continente una vía de acceso directo al petróleo de Mesopotamia. En Rusia los hay que han visto en la intervención militar en Siria una prueba “del papel especial” que el país de Vladimir Putin “siempre ha jugado en Oriente Próximo”. En este sentido, Aleksei Malashenko, investigador del Centro Carnegie de Moscú, una organización de estudios dedicados al mundo ruso, apuntaba recientemente que la contribución rusa a la guerra civil siria “significa que Rusia es capaz de volver a Oriente Próximo como un elemento que puede hacer contrapeso a la influencia de Occidente y de Estados Unidos”. Más extrema parece la interpretación que ha hecho el historiador británico Simon Sebag Montefiore, quien ha llegado calificar la misión “antiterrorista” rusa como una “aventura imperial de Putin”. En cualquier caso, “Rusia se ha erigido como líder de una nueva coalición contra el
a e ectividad rusa parece limitada dado ue Al Assad s lo controla la uinta parte de su territorio Estado Islámico, una coalición que cooperará con Al Assad y sus aliados”, según Muriel Asseburg, investigadora del Instituto Alemán para Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP, por sus siglas en alemán). ímites de la intervenci n. Según los expertos, la implicación rusa en el conflicto sirio “cambia la dinámica” del mismo y, a todas luces, “complica las cosas”. Pero militarmente, cabe ser muy escéptico sobre los resultados de cuanto está llevando a cabo Rusia al servicio de un Al Assad que a estas alturas del conflicto apenas controla un quinto del territorio sirio. Al menos lleno de escepticismo se manifiesta al respecto Martin van Creveld, historiador militar de la Uni-
versidad Hebrea de Jerusalén. Entrevistado por EL SIGLO, este reputado estratega duda de las posibilidades de éxito del Al Assad ayudado por la aviación de Putin. “Con la campaña soviética de Afganistán en mente, pienso que 28 cazabombarderos rusos difícilmente podrán hacer mucho para salvar al presidente Bashar Al Assad”, dice Van Creveld, que ya cuestionaba en 2011 en su libro The Age of Airpower –La era del poder aéreo (ver EL SIGLO Nº 943)– el uso de los bombardeos en guerras como las que se libran en Irak o Siria. “El uso de la fuerza aérea es muy limitado en este tipo de guerras”, añade Van Creveld, y es que, “tripulada o no tripulada, hay muchas cosas que los medios aéreos no pueden conseguir, por ejemplo, no pueden hacer las cosas más importantes, como mirar lo que ocurre dentro de los edificios o de los vehículos, interrogar prisioneros o ver quiénes apoyan al enemigo”. Paralelamente, Van Creveld tampoco cree que Rusia sea capaz de desplegar en Siria un número realmente significativo de tropas para que defiendan in situ al régimen sirio. nº 1127. 19–25 de octubre de 2015
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“La rumoreada amenaza rusa de enviar 150.000 tropas a suelo sirio, suena completamente espuria. ¿Cómo van a mantener los rusos a esos hombres?”, se pregunta este historiador militar, antes de recordar que “mandar fuerzas militares sobre el terreno es algo que cuesta hasta un millón de dólares por hombre al año”. La Rusia de Putin, cuya economía acusa las sanciones de Occidente por
su papel desestabilizador en el conflicto del este de Ucrania, no puede permitirse algo así. Vía de escape al aislamiento global. El creciente papel de Rusia en Oriente Próximo –Moscú también fue clave este verano en el acuerdo entre las potencias internacionales e Irán para limitar el programa nu-
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, advierte del riesgo de la intervención rusa en la región.
Roces con la OTAN “Las acciones de Rusia no están contribuyendo a la seguridad ni a la estabilidad de la región”. Así ve en la OTAN, su secretario general, el noruego Jens Stoltenberg, la intervención rusa en Siria. La presencia de cazabombarderos rusos en Siria ya ha sido motivo de roces entre miembros de la Alianza Atlántica y Rusia. Tanto es así que el primer sábado de este mes varios aviones del Ejército turco interceptaron un avión ruso que había invadido el espacio aéreo de Turquía. A estos hechos, pero también a los bombardeos rusos en Siria, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se ha referido como algo “bastante inaceptable”. El mismo tono emplearon 48
Gran Bretaña, Francia, Alemania, Catar, Arabia Saudí y Estados Unidos en un comunicado conjunto emitido al tener constancia de los bombardeos rusos en suelo sirio. “Estas acciones militares constituyen un paso más en la escalada de violencia y sólo alimentarán más el extremismo y la radicalización”, indicaba el texto de los aliados contra el Estado Islámico en Siria, en el que también se pedía “el cese de los ataques contra la oposición siria y contra los civiles”. Ahora bien, los responsables de las operaciones aéreas rusas en Siria van a seguir con sus planes “antiterroristas”. De este modo, Andrei Kartapolov, jefe adjunto del Estado Mayor ruso, señaló desde el principio
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de los bombardeos de la aviación rusa que éstos “no sólo van a continuar sino que crecerán en intensidad”. En Moscú esperan que en unos tres meses se haya dejado de bombardear el suelo sirio, según las cuentas que se barajan en La Duma, la Cámara Baja rusa. A buen seguro, en ese tiempo la guerra no habrá podido acabar. Para que esto ocurra, según dice a este semanario Martin Van Creveld, historiador militar israelí de la Universidad Hebrea de Jerusalén, lo que hace falta es “una combinación de fuerzas aéreas y terrestres verdaderamente fuerte”. “Pero no veo que algo así pueda acabar ocurriendo, por eso creo que la guerra en Siria va a continuar y continuar”, concluye.
clear de Teherán– también se está interpretando como una tentativa del Kremlin para salir del aislamiento internacional impuesto por las potencias occidentales. Éste ha sido producto de la anexión de la Península de Crimea y del posterior apoyo a los rebeldes del este ucraniano. “El papel de Rusia acercando a Irán a la mesa de negociaciones demostró a Washington que se puede cooperar con Rusia en asuntos no relacionados con Estados postsoviéticos”, según Stefan Meister, el experto del DGAP. “La implicación de Putin en Siria se está utilizando para ayudar a Rusia a aliviar el aislamiento internacional que comenzó con la anexión de Crimea”, agrega. Según resume Denis Volkov, sociólogo del Centro de Análisis Levada, una organización no gubernamental dedicada a la demoscopia con sede en Moscú, la intervención rusa en Siria responde a la voluntad de Putin de sacar a “Rusia del aislamiento global” que ahora padece, pero también sirve para “distraer la atención de la comunidad internacional respecto a lo que ocurre en el este de Ucrania y Crimea” y para “reforzar al régimen de Al Assad y mostrar que Rusia tiene una mejor estrategia que Estados Unidos para Oriente Próximo”. No obstante, la apuesta del jefe de Estado ruso no está exenta de riesgos. Por un lado, los hay políticos, porque “una guerra en época de agravamiento de crisis financiera significa un aumento del descontento en la población”, según el periodista de la oposición rusa Gamid Gamidov. Por otro lado, hay riesgos que tienen que ver con la seguridad, porque participando en Siria, Rusia introduce un elemento que puede ser instrumentalizado para la radicalización de miembros de la comunidad musulmana, que cuenta en Rusia con unos quince millones de personas. En este sentido, Al Qaeda y el Estado Islámico llamaron la semana pasada a atentar en suelo ruso. Con todo, Putin cuenta con un inestimable capital político. Según datos del Centro de Análisis Levada, la popularidad del presidente ruso se sitúa en niveles históricos después de que estallara el año pasado el conflicto civil de Ucrania. Cerca del 90% de los rusos tienen una opinión favorable de Putin, una popularidad que ya quisiera para sí cualquier líder occidental. ●