A Dios, sobre todas las cosas, y a Mi hermana: pusiste Paris a mis pies, sin ninguna palabra ni gesto de cansancio.
“Los liberales estaban decididos a lanzarse a la guerra. Como Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre la diferencia entre conservadores y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los liberales, le decía, eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas de implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos naturales que a los legítimos, y de despedazar el país en un sistema federal que despojara de poderes a la autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas. Por sentimientos humanitarios, Aureliano simpatizaba con la actitud liberal respecto a los derechos de los hijos naturales, pero de todos modos no entendía cómo se llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con las manos. ” Cien años de soledad, GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Prologo Este libro, no es más que una historia dibujada de la realidad. –Con un testimonio verdadero-, pero, quizás, en algún momento puede llegar a ser la historia directa de alguien que haya sufrido en carne propia las atrocidades de un ridículo conflicto que ya despierta intereses internacionales, por su antigüedad. Aunque siga solo siendo una historia imaginada, no dejara de sucumbir en hechos totalmente reales de historia contemporánea en nuestro país, donde existe el poder y el antipoder y en cualquier parte donde ellos ejercen, estamos nosotros que somos carentes de esos dos poderes, incluso el tiempo parece demostrarnos que no hay lugar en nosotros para: Poder exigir; -aunque nos auto-denominemos democráticos- poder hacer; poder vivir, y poder, incluso, elegir la forma de morir, y desgraciadamente, por el poder y el antipoder, perdemos constantemente la capacidad de poder soñar para perpetuarnos, únicamente con la resignación. Y ni que decir de intentar tomar el poder para ejercerlo contra el antipoder, eso en nuestro país nos convierte en personas que solo tienen el poder de ser temerarios, cuando antes los llamábamos: patriotas. Se debe tener presente que las personas, que crecimos haciendo caso del poder, vimos a ese viejo antipoder, haciendo lo que mejor sabían hacer: arremeter, para después mimetizarse en lo ancho y plano de todas nuestras selvas, porque si algo sabe hacer el antipoder en su ancestral estrategia es: atacar, esconderse y pregonar ideas políticas, para unos cuantos que solo saben de sapos, reptiles y animales rastreros. Ellos piensan que el antipoder tiene ideas salvadoras, porque les paso lo mismo: crecieron solo viendo el poder de lo que para nosotros es el antipoder. No podemos culparlos, ni apresurarnos a juzgarlos, porque ellos estaban en lugares, donde el poder ni se asomaba y el antipoder, ejerciendo también su oportunismo, llego a ellos como única esperanza y oportunidad. Es un antiguo conflicto, o quizás un antiguo dilema, donde nadie ha sido capaz de resolverlo, porque se han involucrado todas las cosas que alimentan las diferencias entre unos y otros, donde ya no hay estereotipos de ninguna clase, solamente hay prejuicios y la única forma de defenderlos y sostenerlos es la muerte del otro prejuicio, como sea y al precio que sea, porque cuando entramos a ser parte del conflicto nos convertimos en cifras, números y en sujetos prejuiciosos totalmente marginados de una condición humana, donde solo hay un instantes para acordarnos que somos prejuicios con un esporádico uso de la razón, pero esa misma razón vuelve a ser utilizada como una herramienta mas de lo mismo de siempre: argumento que solo sirve para enjuiciar y silenciar el otro prejuicio que tiene como disfraz una ridícula forma humana.
**** Algunos de los padres de nuestros padres, vieron nacer este conflicto y en su mayoría lo alimentaron, con sus inquebrantables costumbres y sus fervorosas creencias, que fueron manipulas con la ideología divina, donde desde muchos pulpitos se llegó a decir que el rojo era pecado y verlo con buenos ojos también lo era. Qué pensaría el mismo Jesús en vida, al ver que algunos de los hombres de su iglesia, utilizaron su poder como proselitismo político, para no darle cabida al drenaje de sus fieles con nuevas ideas, ni mucho menos a la posible reducción de las futuras limosnas que sostenían sus grandes arcas. Acaso no fue el mismo Jesucristo en vida, quien dijo: “Pues bien, lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios” Afortunadamente, aun existen algunas comunidades de la iglesia que se marginan de todo anhelo de poder, para ayudar, de forma muy silenciosa, a las personas que se convierten en victimas del poder y del antipoder. Perdón: de los números, las cifras y las estadísticas, que se convierten en victimas. No solo nuestros ancestros alimentaron el conflicto con sus creyentes oídos, hoy por hoy nosotros, también alimentamos parte del conflicto, cuando le rendimos culto a todos los medios de información, que nos muestran solo lo que ellos nos quieran mostrar, porque en Colombia los dueños de la información son unos pocos y cuando existe algún hecho que los involucra directamente en algo, entonces pasa a ser manipulado o silenciado, mientras nosotros seguimos engullendo todo lo que nos muestran y nos dicen, sin darnos cuenta que volvemos a convertirnos en cifras y números, pero en esta ocasión no tomamos el nombre de victimas, simplemente pasamos a llamarnos de forma más “in” “rating”. Antes se le conocía como sintonía. Estamos haciendo lo mismo que hacían los abuelos con las arcas de la iglesia, pero esta vez en los bolsillos de otros y mientras ellos tengan atrocidades del conflicto para mostrar todas las noches, nosotros estamos siendo medidos por la sintonía. Perdón: “rating”. No acepto, ni conseguiré aceptarlo, mientras viva, que los dueños de la vida en Colombia, después de largo tiempo, sigan siendo el poder y el antipoder, solo por orden de ellos vivimos si ellos lo desean y hasta que lo crean conveniente y morimos si ellos firman la orden, que pareciera mas otro contrato corrupto y lucrativo entre ellos la muerte y Caronte. No aceptaría la idea de morir a manos del poder y del antipoder, como si mi existencia o la del cualquier persona en Colombia fuera, capricho de ellos, o sea, la arbitrariedad de unos pocos, que son menos que todos nosotros, pero que lamentablemente son los dueños del poder y del antipoder y nosotros un pueblo de impotentes que día a día solo tenemos el poder de aguantar y seguir soportando todo tipo de infamias. No debemos seguir visualizándonos, como la victima entre la espada y la pared, porque ese es otro rol que nunca nos recompensará, pero si hay algo mas cruel que la muerte a manos de los dos poderes, es nuestra propia indiferencia,
que por decirlo de alguna forma es el aire que hace falta entre la espada y la pared. Extiendo mis cuestionamientos a mis primeros años de aprendizaje, donde era una mente en blanco, sin estereotipos ni mucho menos prejuicios. Esas eran palabras de adultos; de profesores o de gente con mucho más conocimiento. Épocas en las que me enseñaron que Dios que creo el mundo, con mares, océanos montañas, desiertos y tierras que después se convirtieron en países. En esos países surgen las culturas y formas de estado, que después se expanden a lo largo y ancho de la tierra. También me enseñaron que existieron grandes lideres: “Padres de la patria” Entre ellos el más grande de la historia Colombiana: Simón Bolívar “El libertador” Con historias tan asombrosas como las que escuchaba de labios de un viejo y alcohólico soñador que nos decía: “Simón Bolívar, era capaz de estar montado en su caballo durante ocho días sin parar.” Nosotros que más podíamos hacer: ¡imaginar el gran libertador y creer todo lo que escuchábamos! Y hoy me gustaría saber si el caballo también era capaz de soportarlo a él tanto tiempo. Por el anhelo de conocer mas historias de aquel “libertador”, me encontré con otro tipo de relatos que hablaban de un hombre totalmente energúmeno, donde sus ideas eran las únicas que servían, donde necesitaba estar todas las noches con una prostituta diferente, o sea en leguaje mas abierto era lo que podríamos llamar hoy en día, un putero. Pero si algo caracterizo verdaderamente aquel padre de la patria fue su amor. Amor por el eterno y seductor poder. A la pira me gustaría llevarme todas esas cosas que mal-aprendí, relatos de boca a oído que son la mayoría de la historia de la humanidad, muy distinta a la historia que hoy registramos con sonido e imagen, y aun así, seguimos siendo tan enfermos de poder, que somos capaces de manipular todas estas formas de registro, para seguir engañando y sometiendo un país entero.
Esta historia nace de ver como el poder es capaz de engañar, defraudar y matar, para sostenerse; como en segundos puede llegar a cambiar la historia, no solo de una persona, sino de miles y miles. Es una historia que intenta imaginar lo que piensan los que hacen la guerra por ordenes del poder y también por ordenes del antipoder, porque es sabido que: “En la guerra mueren dos que no se conocen ni se odian, en nombre de otros dos que se conocen y se odian pero no se matan” Es normal, que para poder vivir en comunidad, sea necesaria una autoridad que gobierne, sino es la anarquía y el barullo, todo esto es la demostración exacta de una primitiva condición humana que nos conlleva a encontrarnos con la cruda verdad que las libertades absolutas no existen. El problema no es la falta de una libertad absoluta, porque dentro de las normas esenciales de convivencia hay una pequeña muestra de libertad que existe para todos y que la debemos sostener todo el tiempo, cueste lo que cueste, aunque el antipoder la quiera suplantar.
Al poder que nosotros democráticamente elegimos, debemos ayudarlo y aceptarlo aunque en ocasiones no sea de nuestro agrado, porque la democracia no es solo la política favorable a la intervención de nosotros como pueblo es también un deber que requiere de múltiples ayudas, pero no desde la oposición porque los opositores siempre serán los envidiosos del poder y la oposición, sin darse cuenta se convierte en un nuevo o segundo antipoder, que repetiría la misma historia, que ya todos conocemos. No gozo ni de poder ni mucho menos del antipoder, pero creo que en Colombia, erradicar con los que ejercen el antipoder que tienen ínfulas de verdadero poder, no cambia el curso de las cosas; erradicar con el antipoder, que se esconde en la selva, cambia el destino de todo un país. Idea cruel e inhumana para muchos, pero cierta, si tenemos presente que esa forma de antipoder es una piedra en el zapato, que no nos permite ser vistos como un verdadero país en el mundo entero.
Andrés C. Diciembre 31/2007 París.
1. HOJAS BLANCAS
15 de noviembre de 1998 Nunca escribí cartas... No sé como comenzar, y me provoca morirme al ver estas hojas en blanco, y mi cabeza está tan llena de tantas cosas en este momento... Creo que lo único que se me ocurre es comenzar a contarles todo desde el principio; de esa forma será mucho más fácil acordarme de lo sucedido para que ustedes tengan una idea de cómo ha ocurrido todo. Nos entregaron tres hojas blancas a cada uno, diciendo que las utilizáramos para escribirles a nuestras familias, y que no nos demoráramos mucho escribiendo, porque pronto pasarían a recogerlas para entregarlas a la Cruz Roja.
Inmediatamente se armó un desorden impresionante porque todos
comenzaron a buscar en sus cosas un lapicero, un lápiz o algo que les sirviera para escribir. Yo, por mi parte, no tengo ni la mínima idea de lo que voy a escribir, solo me provoca salir corriendo, no me importa que estos hijos de puta me disparen por la espalda, pero no quiero estar acá. El Comandante Pérez, después de ver mi impotencia ante las hojas y ponerlas entre las piernas, me propuso un trato. -Mire, Uribe, hagamos algo. -¿Qué, podemos hacer vos y yo en este mierdero?- le respondí furioso. -Paisa, póngale buena cara a esta situación, hágala fácil. Yo no sé escribir muy bien, pero sé contar historias y usted sabe escribir bien, usted me escribe mi carta, mientras yo le hablo, y con eso después tiene una idea de cómo hacer la suya. ¿Le parece?
El Comandante Pérez comenzó hablando despacio y con mucha fluidez. Le contaba a su mamá cómo estaba, todo lo que pensaba en ella y en sus hermanas, de las cosas que extrañaba de Popayán y de aquellas semanas santas en las que trabajó arreglando iglesias, pero en ningún momento se quejó de la situación, por el contrario, todo lo que me decía lo hacía ver como si estuviera en un paseo. “Qué paseo” pensaba yo. Contaba todo con muchos detalles, y eran tan precisos que no se me hacía difícil escribirlos o imaginarme todas esas cosas que iba diciendo. En un abrir y cerrar de ojos estuvieron listas sus tres hojas y por último le decía a su mamá: «Viejita, esta letra tan bonita no es mía, es de un paisa que escribe mejor que yo. Ya me estoy dando cuenta por qué me regañabas cuando no iba a la escuela; de todas formas me enseñaste que es pecado ganar indulgencias con padrenuestros ajenos». Me impresionó tanta sinceridad y eso era lo que yo necesitaba para comenzar a escribirles esta carta. Cuando terminé de escribirle su carta, le dije: -¡No seas tan cínico, por lo menos firma la carta! -Gracias, Uribe, sí ve que nos podemos ayudar, vea qué letra tan bonita la que usted tiene, parece letra de solterona. -Deje de hablar bobadas, pero, gracias, por lo menos ya sé cómo voy a repartir las hojas y a quiénes les voy a escribir. Antes de seguir escribiendo cualquier cosa quiero que le digan a Luisa que me estoy volviendo loco de pensar en ella, que me hace mucha falta y que por favor sepa esperarme. Yo sé que mi mamá también está preocupada por mí y que antes que nada quiere mis primeras letras para ella, pero siempre seré su hijo y ella nunca dejará de ser mi mamá. Lo que pasa es que si no escribía esto
antes que nada para Luisa, me comenzarían a salir piedras en el estómago. El tiempo en este lugar parece infinito, por eso comenzaré contando absolutamente todo desde el principio, así como lo hizo el Comandante Pérez con su mamá. Al llegar ese día a Medellín, había pensado que correría con buena suerte en los sorteos y que después haría un paseo por la ciudad; era apenas la tercera vez que estaba en Medellín y era mi primera vez solo. Quería conocer el estadio y sus alrededores, y después quería comprar algunas cosas para llevar, pero con semejante noticia lo único que quería era regresar rápido. Recuerdo perfectamente que la balota que saqué en el sorteo para la entrada al Ejército Nacional de Colombia decía: “16 de diciembre”. Ese día, Medellín se convirtió en un lugar del cual quería salir inmediatamente para irme a Jericó. No quise esperar por nadie más, y en cuanto pude tomé un taxi. Me monté en un taxi y lo primero que me dijo el chofer fue: -Buenos días, muchacho. ¿Para dónde vamos? -Por favor, a la Terminal del Sur. Debo tomar un bus para ir a Jericó. Me senté adelante, y comencé a mirar por la ventana todas las calles por las cuales pasábamos. Pensaba en cómo le diría a mi mamá la noticia, debía haberla llamado después de que pasara todo, para que ella después le dijera a mi papá y él hiciera lo correspondiente, en caso de que hubiera sacado la balota para prestar el servicio, pero para mí ya todo estaba perdido. Yo estaba muy concentrado pensando todas esas cosas, hasta que el conductor del taxi me preguntó: -Cuénteme, joven: ¿Hoy era el sorteo del ejército? -Sí señor, hoy era-, le dije yo, y después me volvió a mirar y me dijo:
-Ah, ya entiendo. Me di vuelta para mirarlo y le pregunte: -Perdone, ¿entiende qué? -Su cara, es muy sencillo saber que ya tiene usted cara de recluta y que pronto tendrá esa cabeza como un durazno, pero no se aflija, eso es cuestión de abrir y cerrar los ojos y pronto estará de nuevo afuera. En ese momento paramos en un semáforo, se acomodó en su silla y me volvió a hacer otra pregunta: -¿De dónde es usted, joven? -De Jericó-, le respondí pensando que no tendría ni la mínima idea de dónde quedaba. -Ah, un pueblo muy bonito y e histórico. Acá donde me ve manejando este taxi yo he leído mucho y también conozco muchos pueblos de Antioquia y le digo que para mí Jericó, al igual que Jardín, Ciudad Bolívar y Santa Fe de Antioquia son pueblos muy bonitos y otros tantos que no recuerdo en este momento. Cuando me dijo eso, lo primero que se me ocurrió preguntarle fue que si le gustaba ir a Jericó. -¡Claro que me gusta! -¡Le propongo algo! -¿Qué? -Que me lleve hasta Jericó y yo le pago lo que cueste de acá hasta allá, le pago los peajes y una parada a comer algo.
Inmediatamente se quedó pensando y me dio la impresión de que se preguntaba él mismo si yo sí tendría el dinero para todo eso, y miraba su reloj para calcular el tiempo de ida y el de venida. -¿Cómo te llamas? -Me llamo Alejandro Uribe Jaramillo. -¡Ah, carajo! De Jericó y con esos apellidos, debes ser de una familia muy paisa. -Si, así lo somos. Pero dígame: ¿Sí puede o no puede llevarme? -Voy a ser sincero, Alejandro. En este oficio uno se da cuenta de que aquel dicho de que el hábito no hace al monje es totalmente cierto; he llevado personas muy agradables físicamente y muy buenas conversadoras y después me han robado, como también he llevado personas que tienen más presencia cien pesos de cilantro y después me han dejado propina. Inmediatamente saqué del bolsillo todo lo que tenía y se lo mostré. Le causó mucha risa y me dijo que estacionaría el taxi para llamar a la empresa y pedir el permiso para salir de la ciudad y que también llamaría a su casa para decir que no iría a almorzar. -Alejandro. Esas son las cosas buenas de este trabajo, uno nunca sabe a quién llevará o a quién conocerá con cualquier persona que se monta. Inmediatamente se dirigió a tomar la autopista Sur. Las montañas ya se veían cubiertas por nubes grises, y daba la impresión de que pasando Caldas estaría lloviendo muy fuerte. -Alejandro, yo sé que usted debe estar más aburrido que mico recién amarrado, pero no haga este viaje más largo de lo que es con tanto silencio y cuénteme por qué esta tan pensativo; le aseguro que si me lo dice va a sentir
un poco de descanso. Cuénteme cosas de Jericó, a mí me parece un pueblo muy agradable. Recuerdo que antes de hablarle de Jericó, le pregunté cómo se llamaba: -Yo me llamo Antonio Morales, ve cómo es de bueno hablar, ya por lo menos no se le olvidará mi nombre. Les aseguro que nunca olvidaré el nombre de ese señor y su blanco color de piel con unos ojos muy verdes. Tomé aire para comenzar a hablar y comencé a contarle cosas de Jericó como si estuviera de nuevo en el colegio dando una lección de historia. -Don Antonio, Jericó fue fundado por don Santiago Santamaría y Bermúdez de Castro, el 28 de septiembre de 1850, con el nombre de “Aldea de Piedras”, luego se llamó “Felicina” y finalmente el nombre que lleva en la actualidad: “Jericó”. -¿Pero, por qué ha tenido todos esos nombres, Alejandro? En ese momento me di cuenta de que ese señor no me dejaría estar en silencio ni un solo minuto del viaje y que me tendría diciéndole cosas del pueblo. La verdad no era mucho lo que sabía de esos tres nombres, pero le puede decir más o menos de lo que me acordaba del colegio. -Sé que inicialmente se llamo “Aldea de Piedras” por el río que esta cerca y que tiene muchas piedras; después se llamó “Felicina” en homenaje a un señor que se llamaba José Félix Restrepo y quien hizo una gran labor por los esclavos y por último le pusieron el nombre de “Jericó” por ser la primera ciudad que encontraron los israelitas al pisar la tierra prometida. El trayecto transcurrió de esa misma forma durante un tiempo; don Antonio me hacia preguntas del pueblo y yo le respondía lo que podía. En los momentos, que de milagro, se quedaba en silencio, yo intentaba darle orden a todas mis ideas.
Nos acaban de decir en este momento que no nos demoremos tanto con las cartas, y me levanté para mirar a mi alrededor y quedé impactado de lo que veía: todos tienen los ojos rojos de llorar, otros les ayudan a los que no saben escribir mucho o a los que están heridos de una mano; otros están esperando que alguien escriba rápido sus cartas para utilizar el lapicero y el Comandante Pérez anda como un loco diciendo que la forma más rápida de escribir la carta es dictándome las cartas. En cuanto pueda le hago tragar esa lengua. Bueno, espero que todo esté bien en los negocios del viejo y en la finca, y que mi mamá se quede tranquila; con la ayuda de Dios saldré de esta y volveré a estar muy pronto con ustedes. PD: La última hoja es toda para Luisa para que por favor se la entreguen a ella. Mamá, te pido que por favor no la leas, yo sé que te mueres de curiosidad por saber qué planes tenemos, pero espera a que todo esto pase. Intentaré comprar las hojas de alguien que no las necesite o cambiarlas por algo de comida y con eso tendré para escribirles más; por el momento solo me queda decirles que los recuerdo mucho. Alejandro.
PARA LUISA Luisa: El solo escribirte me produce una tristeza impresionante, me imagino que ya te debieron contar muchas cosas sobre lo que pasó antes de mi entrada al ejército.
Yo solo quiero decirte que no te he dejado de pensar ni un solo minuto desde que todo esto pasó, me imagino que mi mamá te debió contar absolutamente
lo que pasó después del día del sorteo en Medellín y si aún no lo sabes, entonces te lo contaré: Ese día, debí haberme quedado en Medellín y llamar a mi papá para que él se comunicara con el Comandante de la Cuarta Brigada, a quien él conoce, y así me pudieran sacar del grupo que tenía que presentarse el 16 de diciembre, pero para mí el cielo se me derrumbó encima y olvidé todo. Solo quería estar contigo antes de tenerme que ir. Cuando llegué a la finca y le conté a mi papá lo sucedido, se puso como un toro y de inmediato se fue para Medellín a ver qué podía hacer, pero ya era tarde, ya mi nombre estaba registrado en el sistema nacional y no me podían sacar.
Yo no tenía la mínima idea de lo que se me vendría encima. Más que nadie sabes que tenía ya todo listo para cuando me graduara del colegio.
Me pregunto si aún sales a caminar por la plaza y a tomar algo cerca de la iglesia. La última vez que te pude llamar desde el batallón me gustó mucho escucharte tan feliz y diciéndome que me estabas pensando mucho y que te acordabas de nuestras caminadas por la plaza, pero lo que más recuerdo siempre de ti es esa pregunta que nos metía a los dos en un mundo de sueños y la pregunta que más recuerdo fue la que me hiciste la noche antes de presentarme en el ejército: -“¿Verdad que volverás y vendrás a buscarme? ¿Verdad que sí?”
La dejaste totalmente grabada en mi memoria. He podido conseguir otras cuatro hojas a cambio de algunos favores, porque ofrecí un dinero que tenía escondido, pero acá no sirve para nada, lo más importante es la comida y cosas de uso personal. Pero te aseguro que antes de que recojan todas las cartas volveré a escribirte otra para ti y para mis viejos, por el momento te voy a dar algo que te escribí,
pensando en tus preguntas, y que siempre había querido darte para cuando me hubieran dado alguna licencia.
¿VERDAD? “¿VERDAD QUE SOS VOS?” Soy yo, solo debes saber que soy un hombre y que esa sola condición puede arruinarlo todo, pero mientras me permitas estaré dispuesto a no aparentarlo tanto. “¿VERDAD QUE LO HAREMOS?” Siempre es más fácil entre dos, incluso hacer relevos será mas gratificante y divertido, no llegaríamos a sentirnos cansados. “¿VERDAD QUE NO ME DEFRAUDARÁS?” Defraudarte sería despertar todas las tristezas, sería ver derrumbar toda mi paz. “¿VERDAD QUE NO ME DEJARÁS?” Aunque llegue a dejarte es imposible olvidarte y si en medio de todo llego a dejarte sé que tus recuerdos vivirán para atormentarme. “¿VERDAD
QUE
NOS
DEJARÁN
Y
NADIE
NOS
MOLESTARÁ?”
Somos parte de cualquier sociedad, y no puedo prometerte una vida como si fuera una canción, pero puedo ponerle el pecho a cualquier situación. “¿VERDAD QUE ME PODRÁS SOSTENER?” Siempre y cuando tú también lo puedas hacer, cuando yo lo necesite… “¿VERDAD QUE ME AMAS?”
Tanto como mi libertad, pregúntaselo a mi sueño, y te dirá que no hay lugar para nadie más. Sé que siempre me criticabas porque muy pocas veces te decía cosas bonitas o porque me era difícil expresarte mis sentimientos, pero siempre las pensaba y te las escribía, incluso cuando llegué al batallón. Comencé a hacerlo más seguido y juntaba todos mis escritos para volverlos a leer cuando podía. Me daba pena mostrártelos porque pensaba que te reirías de mí diciéndome que ya estaba igual de loco a todos esos poetas que había en el pueblo, pero es que contigo nunca se sabe, te quejabas por algo un día y al siguiente ya lo reprochabas. Ya nos están gritando para que entreguemos estas hojas y la mayoría no han podido ni terminar la primera. Le he escrito a mi mamá diciéndole que te entregue esta hoja y que no la mire, yo sé que ella algo estaba sospechando. Solo te pido que me esperes y verás cómo muy pronto volveremos a estar juntos. Te amo mucho: Alejito. He logrado conseguir otras hojas a cambio de un pan y un almuerzo, pero no se preocupen porque les aseguro que es mejor comerme la hoja que el pan y el almuerzo, porque no es mayor cosa. No sé si estas hojas las alcance a entregar y me las puedan poner junto con las otras hojas que ya entregué, de todas formas les escribiré contándoles más cosas, o de lo que rápidamente me acuerde. Debo esconderme un poco, para que no me vea el Comandante Pérez con más hojas, porque sería capaz de venir, pedirme hojas y además comienza a dictar como si yo fuera la secretaria de él. Yo creo que ya lo está afectando este encierro. En la anterior carta les estaba contando el viaje desde Medellín hasta el pueblo después del sorteo; la verdad es que no sé por qué les estaba escribiendo
sobre ese señor del taxi, pero fue lo primero que alcancé a recordar; además, con lo furioso que se puso mi papá cuando llegué a la finca, nunca les había podido contar de ese viaje. Después de unas horas de viaje y cuando ya estábamos por llegar a Fredonia, comenzó a manejar más despacio, como si estuviera buscando algo, le pregunté qué pasaba y me abrió los ojos como si se le fueran a salir. -Bueno, Alejandro, el trato era con almuerzo y yo ya estoy que me como una mano del hambre que tengo. La verdad es que ese día lo hubiera podido pasar tranquilamente sin comer nada, pero a ese señor se le veía en la cara que no había comido nada desde el desayuno. Encontramos un estadero, de esos que hay antes de llegar a Fredonia y almorzamos, aunque la verdad es que quien almorzó fue él, yo no fui capaz ni de comerme la mitad de lo que había en el plato. Después pidió un café y me dijo: -¿Seguimos? Cuando fui a pagar la cuenta, me dijo que no, que él la pagaría y que lo haría con mucho gusto. Me quedé frío, sin saber por qué. Al montarnos de nuevo al carro, me dio la impresión de que se estaba pasando las manos por los ojos como si se estuviera secando lágrimas, se puso el cinturón de seguridad y con la voz cortada me dijo: -Alejandro, esta guerra tan absurda se tiene que acabar, esto no puede continuar así, no pueden seguir matándose los unos a los otros sin que nadie haga nada. Me causaba curiosidad, que siempre que me decía algo, lo hacia diciéndome mi nombre.
Comenzamos a subir por la Cabaña y fue cuando empecé a sentir unas ganas impresionantes de vomitar por el susto que sentía de solo llegar y tenerles que decir que en dos meses tendría que estar presentándome nuevamente en Medellín. Siempre, desde que era pequeño, me parecía que la subida al pueblo era muy larga y causaba mareo, pero esa vez, para mí, cada curva era como si fueran dos más, hasta que en un momento le tuve que decir a don Antonio que parara el carro, porque estaba por vomitarme. -¡Tranquilo, Alejandro! Me bajé del carro y busqué un lugar alejado, para no sentirme observado, ni para causarle algún fastidio a don Antonio, pero para colmo de males, este señor se bajó conmigo y se fue detrás de mí con una botella de agua. - Vomite, Alejandro, ya verá cómo se va a sentir mejor. Yo sentía como si me estuviera dando ánimos para vomitar y pensaba: quién carajos necesita que le ayuden a vomitar, o que le den ánimos para que continúe. Cuando terminé me dio la botella de agua con una servilleta y era la primera vez que comenzaba a caerme bien este señor que hablaba hasta por los codos. Volvimos al carro y sin que yo le preguntara nada, comenzó a hablarme y a contarme toda su vida o, mejor dicho, lo último y más triste de ella. -Alejandro, yo tenía una empresa de plásticos, mi vida era envidiable, íbamos todos los fines de semana a El Retiro y a Llano Grande, donde tenía una finca. Un día cuando regresábamos a Medellín, nos hicieron parar unos hombres con prendas militares y uno de ellos, con un bigote horrible, se me acercó a la ventana del carro y me dijo: -Somos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. En el carro estábamos mi esposa y mi hijo: ¡Alejandro!
Catalina, mi hija mayor, esa vez no fue con nosotros porque se fue con su novio para la finca de la familia de él. Nos hicieron bajar del carro e inmediatamente comenzaron a tratarnos como si fuéramos vacas o algo por el estilo, después nos daban un discurso, que para mí ya estaba fuera de la época y totalmente gastado y martillado por esa manada de vagos sin oficio de la guerrilla. A mi esposa comenzaron a revisarle el bolso y a quitarle todo lo que llevaba con ella; a mí comenzaron a hacerme un cuestionario lo más absurdo del mundo, mientras yo observaba cómo sacaban todo lo que teníamos en el carro, lo tiraban al suelo y después uno de ellos se lo llevó. A mi hijo lo hicieron subirse en un camión, que estaba estacionado, junto con otras personas. Después de quitarnos absolutamente todo, e incluso el carro, nos hicieron entrar, a las otras personas restantes, en un restaurante y nos dijeron que pronto tendríamos noticias de nuestros familiares. Fue la última vez que mi esposa y yo vimos con vida a nuestro hijo, se llamaba Alejandro igual que usted, estaba por comenzar la universidad y era muy inteligente. Después de eso comenzaron a llamarnos a la casa y a pedirnos millonadas por la liberación de él, yo vendí todo cuanto pude, hicimos dos entregas de dinero y cada vez que nos llamaban
nos pedían más, hasta que un día nos llamaron de la
Fiscalía y nos dijeron que el cuerpo de Alejandro lo habían encontrado en una fosa común, con otros cuerpos y que debíamos pasar a hacer el reconocimiento del cuerpo. Sentí rabia contra todo y contra nada, ya nadie podía hacer nada por nosotros, la guerrilla lo mató al segundo día de haberlos secuestrado y a nosotros nos seguían pidiendo dinero como si él estuviera vivo. Lo perdí absolutamente todo y estaba con deudas hasta el cuello. Intento nuevamente salir a flote en esta situación; mi hija tuvo que salirse de estudiar para ponerse a trabajar y mi esposa murió un año después de lo de Alejandro. Ella nunca pudo soportarlo ni superarlo. Hoy en día vivo con mi hija en un pequeño apartamento en la Floresta y trabajamos muy duro para volver a salir adelante, pero ya nadie me puede devolver a Claudia ni a mi hijo.
Me quedé mudo, no sabía qué decirle; no sabía si decirle que sentía mucho su situación y que me perdonara por haber estado tan callado todo el viaje. Me di cuenta de que éramos dos personas que necesitaban hablar con quien fuera y contar sus vidas, pero lo único que se me ocurrió decirle fue: -El nombre de Jericó fue por antojo de un obispo que se llamaba Juan de la Cruz Gómez Plata. Soltó una gran carcajada y me dijo que eso ya lo sabía él, y que es un dato histórico que muy pocos saben del nombre del pueblo; cuando terminó de reírse me dijo que él también tenía una confesión por hacerme. -Nunca llamé a ninguna casa a decir que no iría a la hora de almuerzo, solo llamé a Catalina para decirle que hoy llegaría más tarde. Ya solo nos faltaban unos 15 minutos para llegar al pueblo; entonces fue cuando yo comencé a hablarle y a contarle absolutamente todo lo que me había pasado en el sorteo del ejército. Cuando llegamos al pueblo, comencé a explicarle por dónde llegábamos más rápido a la casa; en cuanto llegamos a la puerta de la casa le pregunté cuánto le debía y me dijo que solo me pediría que hiciera todo por mantenerme vivo en el ejército, que él ya sabía lo que valía el dinero y lo que valía una persona. De todas formas le dejé absolutamente todo lo que tenía, sabía que él lo necesitaba y que eso era poco, frente a lo que él hizo por mí en todo el camino. Recuerdo que después de despedirme de don Antonio y de bajarme del carro me paré enfrente de la puerta de la casa, me quedé un tiempo mirándola y escuchando cómo mi mamá repetía, desde adentro, la hora, y le decía a mi primo: -Mira, Sergio, las cinco de la tarde ya y Alejandro ni llama ni aparece. Toqué la puerta, y antes de dar el tercer toque habitual, la puerta se abrió y detrás de ella mi mamá, con una angustia que la había envejecido diez años más en una sola tarde.
Sé que no fue necesario decir nada al entrar, mi cara era toda una expresión o, quizá, como me lo había dicho don Antonio: “ya tenía cara de recluta”. Mamá me preguntaba repetidas veces el porqué no había llamado desde Medellín, para que mi papá se hubiera puesto en contacto con la persona que él conocía. Yo simplemente pensaba en cuál sería la forma más rápida de volarme y ver a Luisa, para cuando los ánimos se calmaran en casa; en ese mismo instante fue cuando mi papá llamó desde la finca y sin tener que escuchar del todo a mi mamá, me hizo subir a la finca y enfatizando que ojalá no fuera él quien tuviera que bajar a la casa para buscarme. Cuando llegué a la finca tenía el pecho como un tambor de haber subido corriendo, pero para ser sincero creo que era por el susto que tenía de hablar con mi papá. Estaba como un toro, pero esa vez era distinto, tenía los ojos rojos de haber llorado. Simplemente se limitó a pedirme todos los datos que fueran necesarios y todos mis papeles, diciéndome que organizaría unas cosas en la finca e inmediatamente saldría para Medellín. Cuando nos montamos en el carro nuevamente para bajar a la casa, suspiró y me dijo que si él no podía hacer nada con la persona que conocía, entonces ya todo dependería de Dios y de lo prudente que yo fuera estando en el ejército. Cuando íbamos llegando al parque principal, se pasó la calle por donde debíamos entrar para ir a casa, fue entonces cuando yo le pregunté para dónde íbamos. -Yo sé que hubieras dado cualquier cosa por llegar primero donde Luisa, ella también está muy preocupada y ha llamado a tu mamá unas ocho veces preguntando por alguna noticia tuya. No lo hago por hacerte un gran favor de librarte de tu mamá, porque de lo furiosa y triste que está, es ella misma la que primero te mataría, sino porque a Luisa también le debes una explicación y quizá la más grande de todas, y con ella debes ser más persuasivo y convincente que con nosotros. Pareciera mentira todo lo que he recordado y te he podido contar en un solo instante, pero las hojas ya se me están acabando, y aún tengo tanto por decir...
Yo creo que los delegados de la Cruz Roja todavía no se han ido y podré entregar estas otras hojas. Increíble cómo con solo comenzar la primera línea de estas hojas ya no me provoca parar de escribir y contarles absolutamente todas las cosas que he comenzado a vivir estando acá. Debo hacer la letra más pequeña, para que me rindan más las hojas y esconderme un poco sin que nadie logre ver muy bien qué es lo que estoy haciendo, pero eso es un poco difícil, porque somos más de 80 personas, entre soldados y policías, los que estamos en una especie de gallinero muy pequeño. Miro todo cuanto me rodea y me acuerdo del Gringo, el amigo del abuelo Ignacio, cuando me mostraba todas esas fotos de los campos de concentración en Alemania y de la Segunda Guerra Mundial. A mí me gustaba cuando entraba a la finca de ese señor, todo parecía un museo, con todas esas fotos de tanques de guerra y esas medallas. Recuerdo que siempre le preguntaba por unas fotos de unas personas que se veían sentadas, encerradas, con las cabezas peladas y totalmente desnutridas, y él solo me decía que era gente que había tenido que sufrir mucho en esa guerra. Hoy me veo en este lugar y me pregunto si sufrieron más ellos o nosotros en esta estúpida guerra. Todos los días nos tratan como animales; nos dicen que nosotros somos esclavos del Gobierno y que somos unos hijos de puta por estar en la Policía o en el Ejército. Cuando el Ejército o la Policía les han matado algún guerrillero en algún enfrentamiento o les han descubierto algún laboratorio de cocaína, entonces llegan cuando todos estamos dormidos y nos tiran agua fría y nos vuelven a decir lo mismo: “¡perros hijos de puta, esclavos del Gobierno!”. Ya debemos comenzar a hacer una fila para entregar las cartas y dar los datos de las personas a las que van dirigidas las cartas. Guardaré las otras hojas para otra oportunidad y por el momento les pido que oren mucho por mí y por todos los que estamos acá. Alejandro.
2. LIBRE EN LAS NOCHES 16 de noviembre de 1998 Ayer tuvimos que hacer una fila muy larga para entregar las cartas, hubo peleas entre nosotros mismos por los puestos y nos dejaron sin comer, porque los guerrilleros encargados de hacer la comida estaban atendiendo a los de la Cruz Roja. Cuando me tocó entregar mis hojas, el guerrillero que estaba en la mesa con el delegado, me preguntó por qué tenía más hojas que los demás y si no es por el señor de la Cruz Roja, no me las hubiera recibido y es que este lugar es tan aburridor que, mismo, los de la Cruz Roja no veían la hora de irse. El aparente trato que nos estaban dando estos días se terminó. Nos daban más comida y nos trataban mejor por la visita de la prensa nacional e internacional y en especial por la Cruz Roja. Hoy ya nos dijeron que nos alistáramos para un largo trabajito y que si había alguno muy enfermo o cansado dijera con tiempo para que no lo fueran a pelar en el palo, o sea a fusilar. Cuando estaba entregando las cartas de ayer sufrí todo el tiempo pensando que las fueran a leer y las rompieran, pero, gracias a Dios, no fue así, además me he dado cuenta de que la mayoría de estos guerrilleros no saben ni leer, y por eso están acá. Después de entregar las cartas comencé nuevamente a buscar más papel, porque algunos soldados no pudieron utilizarlo todo y a otros no les alcanzó el tiempo, y en esa búsqueda pude conseguir cinco hojas, que al precio que las pago espero sean bien aprovechadas, aunque no tengo ni la menor idea de cuándo vuelva la Cruz Roja para llevar esta segunda carta. No me atreví a contarles muchas cosas ayer por el miedo que tenía, pero hoy comenzaré a contarles cómo han sido los días desde que llegamos a este lugar, y también, cómo fue todo el día que nos secuestraron. El día de la toma del puesto de policía en Mitú, el Comandante Pérez estaba más ansioso que de costumbre y nos decía que estuviéramos en alerta porque
había rumores de un acercamiento con los guerrilleros antes de llegar a hacer el apoyo al puesto de policía. Nos parecía extraño porque llevábamos un mes en el monte, haciendo inspección del lugar y no los encontramos en ningún momento, pero la
información que tenía el Comandante Pérez era que
estaban escondidos en las afueras del casco urbano, disfrazados de campesinos y esperándonos. Pensábamos que simplemente se trataría de una falsa información. Me sentía lleno de miedo porque era la primera vez, después de estar seis meses en contraguerrilla, que sabíamos que tarde o temprano los encontraríamos. Nunca nos había tocado un enfrentamiento y muchas veces habíamos escuchado la posibilidad de que los encontráramos en el monte, pero nunca pensé que los fuéramos a buscar dentro de un caserío o de algún pueblo, y es que aunque nos hubieran entrenado para ser contraguerrilla el miedo, aquel día, se sentía en todo el grupo. El Comandante Pérez le pidió muchas veces a Arango que se comunicara con el comando mayor para solicitar instrucciones, pero lo único que le decían era que debíamos seguir avanzando para hacer el apoyo, porque la guerrilla ya había entrado en Mitú y en el puesto de policía se requería ayuda inmediata. Todos estábamos muertos del cansancio, pero después de escuchar las instrucciones por radio solo solicitamos cinco minutos para comer y otros diez minutos de marcha lenta en descanso. Comimos a cinco metros entre cada uno para no ser emboscados en conjunto, los únicos que comieron juntos fueron el Comandante Pérez y Arango que era el encargado de la radio. Mientras comía pensaba en todos y cada uno en la casa, y lo que debían estar haciendo en ese mismo instante, pero mi recuerdo fue perturbado por la señal de continuar la marcha, porque nuevamente habían informado por radio que otro grupo de contraguerrilla con el que debíamos encontrarnos para hacer el apoyo ya estaban combatiendo con la guerrilla a 50 Km de Mitú. Todo el tiempo supimos que era una locura entrar por un solo frente sin apoyo y sin saber cuántos guerrilleros participaban en la toma, porque hacíamos cuentas de cuántos guerrilleros se necesitarían para entrar a atacar el puesto de policía y rodear la población, y la respuesta a la que todos
llegamos fue que debían ser mínimo 200 guerrilleros y nosotros simplemente éramos una tropa de quince, pero por radio nos decían que avanzáramos porque tendríamos el soporte del avión fantasma y de los helicópteros Black Hawk. La orden, todo el tiempo, fue una sola y concreta: avanzar y hacerle frente a los subversivos. Está comenzando a oscurecer y ya debemos agruparnos para pasar lista y para pasar por la ración de comida. Me siento perturbado, triste y culpable por estar acá, siento que los defraudé a todos cuando decidí meterme en la contraguerrilla, como soldado profesional, después del juramento de bandera y me duele recordarlo, sobre todo cuando sé que estaba a solo un mes y medio de salir, pero les aseguro que después de las primeras instrucciones del reclutamiento y a medida que iba pasando el tiempo le tomé mucho cariño al ejército y a la patria, porque nos enseñaron a quererla, a protegerla y a luchar por ella, todo esto como nunca me lo habían enseñado en el colegio. Sé que Luisa y mi mamá se preocuparon cuando les dije que haría el curso de contraguerrilla, aunque no me hubieran dicho nada. Le pido al cielo que me perdone por haberlas perturbado y que hubieran tenido que llorar por eso, pero sentía que era un llamado para mí y que sería la única vez que podría hacerlo en mi vida. No quiero que piensen que todo el tiempo estoy secuestrado, porque no es así, en las noches cuando nos dar orden de dormir y todo es silencio, calma y libertad en el pensamiento, es cuando en cuestión de segundos voy a Jericó y después estoy en todas partes: en el parque principal, en la finca, en la casa, donde los abuelos y en la casa de Luisa. No me cuesta ningún trabajo hacer esto todas las noches, porque miro el cielo y es el mismo que se ve desde la finca: lleno de estrellas amontonadas y otras dispersas. Entro en todas partes y los busco a todos y les digo que estén tranquilos que yo volveré, pero que tardaré más en hacerlo. Cuando entro en la finca me siento en el corredor a mirar cómo papá organiza su caballo para salir a montar y a recorrer los terrenos, y lo miro todo el tiempo hasta que cruza todo el jardín y después se pierde en medio de los árboles. En la casa, me siento en la sala y miro a mamá rociar sus plantas y preparar la
comida para papá, después entro en el cuarto donde está Sergio acostado en mi hamaca y me causa risa verlo sin tener que pelear conmigo por descansar en ella. Donde los abuelos entro sin hacer mucho ruido, porque deben estar mirando las noticias, y tomando la merienda, entonces me siento detrás de ellos y veo al abuelo entablar sus diarias peleas con los noticieros y con todo lo que dicen de los diálogos de paz y después refunfuñando a diestro y siniestro contra el Gobierno de Pastrana. A la abuela la beso, me despido y salgo para el parque un rato para ver con a quién me encuentro y conversar, mientras hago tiempo, antes de ir a la casa de Luisa, porque el abuelo todo el tiempo me decía que no debía llegar a la hora que ella me dijera, porque si lo hacía así, entonces, ella se daría cuenta de que estaba enamorado y yo llevaría las de perder. En el parque me siento haciendo caso del consejo del abuelo, mirando pasar la gente que va para alguna cafetería o para misa. Cuando ya he dejado pasar diez minutos más de la hora acordada siempre con Luisa, y eso que no hago caso de los veinte que dice el abuelo, porque la ansiedad y las ganas de verla me pueden, entonces atravieso el parque para ir a su casa. Entro como de costumbre, saludando a su mamá y a su papá en el comedor y después pidiéndoles permiso para acabar de entrar y buscarla en el patio o en su cuarto. Cuando entro, veo a Luisa que está sentada, esperándome, en la banca que tienen en el patio. Siempre lo dejo para último momento todas las noches, porque debo esperar a que todos los soldados y policías estén dormidos para que no me vean besarla cuando llego, ni me escuchen hablar con ella y contarle todas mis cosas. No sé cuántas noches más deba seguir haciendo esto, pero les aseguro que el día es interminable esperando este instante y no me cansaré de hacerlo hasta que salga de este lugar.
17 de noviembre de 1998 Anoche me dormí leyendo lo que les escribí y haciendo el viaje de todas las noches. Hoy nos levantaron muy temprano, y como de costumbre: con gritos. Nos dijeron que teníamos que ampliar el hotel, porque vendrían más huéspedes y que nosotros debíamos ser buenos anfitriones. Todo esto nos lo dijo “Peque”, él es el guerrillero que da las órdenes para los policías y soldados secuestrados y cada vez que nos tiene que informar de algo o decirnos alguna noticia lo hace siempre de forma irónica. Entregaron machetes, alambre, madera, palas y picos para comenzar a ampliar el “hotel”, y en cierta forma me agradó la idea de hacerlo, primero porque estaríamos distraídos haciendo algo todo el día, y segundo porque ya estábamos muy incómodos y estrechos en ese gallinero en el que nos tienen viviendo. Nadie se quedó sin trabajo, hasta los heridos y enfermos tuvieron que trabajar y los guerrilleros se burlaban de nosotros diciendo que ellos no eran como el Gobierno, que la guerrilla sí tenía trabajo para todo el mundo. El trabajo, lo repartieron según la fuerza y el tamaño de cada soldado y los que somos más grandes y de la contraguerrilla llevamos la peor parte, porque nos dicen que somos los más regalados con el Gobierno y que por eso tenemos que aprender a comer mierda… -¡Y toda junta!- pensé yo. Porque nos tocó desyerbar un terreno a punta de machete y después cavar una zanja de un metro de ancha por otro de profundidad y el largo es casi de 500 metros en forma circular. Después del mediodía, nos llamaron para almorzar, y nuevamente “Peque” decía que teníamos que comer, porque la guerrilla, aparte de dar trabajo, daba almuerzo, y gratis. Hoy almorcé con Arango que, como ya les había dicho en la anterior carta, él era el encargado del radio el día que nos secuestraron. Me contó que sueña todo el tiempo con sus papás y con su sobrinita, y que está muy preocupado por ella, porque él es el que le paga la guardería y cree que por estar secuestrado ya no podrá seguir haciéndolo, yo le dije que estuviera tranquilo
que todo esto tiene que pasar rápido, porque somos muchos y que la guerrilla no podrá tener tantos secuestrados al mismo tiempo y en el mismo lugar. No me lo creía ni yo cuando se lo dije, pero lo más importante fue que él sí me lo creyó. Arango es muy buen compañero y muy buena persona, y creo que por eso se cree todo lo que uno le dice, porque en él no cabe ni la mínima malicia de las cosas. Después de almorzar reanudamos labores, y mientras trabajaba me llegó un pensamiento que me enfrió todo el cuerpo y me hizo llorar por un segundo, pero inmediatamente me sequé los ojos con la camiseta, porque no les quiero dar el gusto de verme llorar. Me di cuenta de que si estábamos agrandando el “hotel” como dicen los guerrilleros, es porque todo esto será más largo de lo que cualquiera de nosotros se pueda imaginar. Cuando comenzó a oscurecer, “Peque” dio la orden de terminar labores y entrar en el gallinero y dijo que era mejor terminar antes que fuera de noche porque de pronto se le volaba uno de sus invitados en la oscuridad y eso le podría costar muy caro a él. El trabajo de hoy tiene a todo el mundo muy cansado, pero por lo menos el día pasó más rápido y quizá todos podamos dormir mejor. Nuevamente comienzo a escribir más pequeño, porque ya solo me queda la hoja para Luisa y sé que ya no hay más hojas entre todos los que estamos acá.
PARA LUISA Luisa: Hoy te he pensado mucho, porque me pregunto si ya tendrás en tus manos la carta que te escribí. Sé que es demasiado prematuro para que así sea, sin embargo, es lo único en lo que he ocupado mi pensamiento hoy. Pasé todo el día imaginado el momento en el que los delegados de la Cruz Roja deben entregar las cartas y cuando me llegaba tu rostro a mi memoria en medio del trabajo y el calor del día, me decía a mí mismo que era porque estabas
desdoblando la hoja y me estabas comenzando a leer. Hoy solo espero que todo esto pase pronto y volverte a tener de frente… Tenerte de frente es cuestión de segundos, pero mucho más fácil con los ojos cerrados, es inolvidable tu cabello liso, negro y largo que le da más vida a tu rostro y a tus ojos negros, después me alejo un poco de ti para ver tu cuerpo, ese mismo que le dio vuelco a mi corazón, cuando lo vi por vez primera desnudo... ¿Lo recuerdas? No puedo olvidar semejante momento, era la primera licencia de permiso que tenía después de estar en el ejército. Ese día viajé desde el batallón con deseos enormes de volver al pueblo, habían pasado dos meses desde que entré al ejército, pero yo sentía como si hubiera sido mucho más tiempo; ese segundo viaje de regreso a Jericó era con una ansiedad maravillosa, que no se parecía en nada al viaje que tuve cuando supe que debía prestar servicio. Recuerdo que cuando llegué a Jericó todo el mundo me saludaba de forma muy efusiva y las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran visto en mucho tiempo... Me da risa acordarme de la cara de mi papá cuando toqué la puerta y me vio, ellos no sabían que iría ese día y que estaría por quince días de permiso. Lo primero que me dijo mi papá fue que si me había escapado y se puso blanco como el algodón; mi mamá, en cuanto escuchó que era yo, soltó todas sus agujas y se levantó de la mecedora de la sala donde se reunían ella y algunas de sus mejores amigas, para el costurero de todos los sábados en la casa. Si las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran visto en mucho tiempo, mi mamá lo hacía como si hubiera vuelto de la Luna. Después de abrazarme y besarme, se puso furiosa conmigo por no haber llamado a decir que me esperaran. -¡Alejandro, nunca podrás dejar ese vicio de aparecer como los muertos!- fue lo primero que me dijo.
No se cansaba de mirarme y de repararme y de decirme que me veía más delgado, a lo que inmediatamente también me preguntó si tenía hambre por el viaje.
Me sentía feliz de volverlos a ver, de sentir el olor de la casa y de las flores del jazmín de mi mamá, pero quería soltar inmediatamente todo y salir a buscarte...
Mi papá, como hombre enamorado que lo ha sido toda la vida con mi mamá, entendió muy bien mi deseo de querer verte, y me dijo que me duchara que me cambiara, que después comeríamos y hablaríamos un rato y que por último podría ir a buscarte. Comíamos y mi mamá se paró detrás de mí para acariciarme la cabeza y repitiéndome las mismas preguntas: qué si comíamos bien en el batallón; que si era muy duro el ejército; que por qué estaba tan quemado por el sol; si me dejaban salir a Medellín en las noches, en fin, montones de preguntas que la única respuesta que tuvieron fue una carcajada de mi papá y de mi primo. -¡Clara, por Dios! Lo vas a dejar sordo con tantas preguntas- fue lo único que le dijo mi papá y después todos nos reíamos. Cuando terminamos de comer, mi papá me estiró su mano ofreciéndome algo; cuando me di cuenta lo que era me sentí feliz, eran las llaves de su nueva camioneta que nunca había querido prestármela y las llaves de la puerta de la finca.
-Ve por Luisa, llévala a comer algo y después, si quieren, van a la finca un rato. Me sentía feliz ese sábado en la noche, primero porque podría verte y también porque sentía que mi papá comenzaba a darme confianza en cosas en las que antes me decía que debía madurar más.
Hoy debo confesarte que ese día hacía ensayos de lo que te diría cuando me vieras llegar a tu casa, pero corrí con tan mala suerte que cuando estacioné enfrente de tu casa, estabas saliendo con tu mamá y la presencia de ella nos apaciguó todas las sensaciones y cualquier tipo de efusividad de la que hubiéramos sido presos, hasta las mismas hormonas se me aburrieron y me dejaron solo. De todas formas, tu mamá se alegró mucho de verme, pero yo hubiera querido darte la sorpresa y verte sola en ese primer momento. De nuevo me llegan los recuerdos de forma muy rápida, como si me estuvieran dictando una película y siento cansada la mano, pero recordar todas estas cosas me libera todo el tiempo de este lugar, nunca me imaginé que le encontraría tanto gusto al escribir, pero me pongo triste por no saber cuánto tiempo tardaré en poder enviar estas cartas y, además, saber si les llegan y las pueden leer.
Ya solo me queda un lado de la hoja para escribir y seguir
contándote aquel recuerdo. Cuando volvimos para dejar a tu mamá nuevamente en casa, recuerdo que nos preguntó qué haríamos y a dónde iríamos, y como mi papá ya tenía confianza en mí con su camioneta y con la finca, entonces yo tampoco dudé en decirle que iríamos a tomar algo a la plaza del parque y que después subiríamos a la finca. Te pusiste roja y tu mamá se quedó muda ante tanta franqueza y sintiéndose un poco aludida lo único que se le ocurrió decirme antes de bajarse de la camioneta y de despedirse fue: -Alejandro, te espero mañana para almorzar. Esperamos a que abriera la puerta y entrara en la casa, después de que tu mamá cerrara la puerta, te diste vuelta y me mirabas con una hermosa malicia y sospechando profundamente lo que haríamos, pero no dijiste nada, solo sonreíste y por último suspiraste. Vivo de recuerdos en este lugar y es quizá eso mismo lo que me ayuda a soportar este martirio. -¿No te alegras de verme?
¡Qué más podía preguntarte, si te quedaste callada, mientras conducía hasta la plaza del pueblo! Volvías a sonreír y a mirarme, era como si aún no aterrizaras del asombro de verme, pero lo disfrutábamos mucho; yo por verte, y sobre todo porque gozaba de verme dueño de cualquier situación contigo y de verte con nervios y mucha felicidad. -Sabes que no me gustan las sorpresas-. Y después, en tono más burlón agregaste: -Además, la sorpresa te la hubieras podido llevar tú. Abrí los ojos, porque me di cuenta de que era un juego para darme celos y también me reí, como haciéndote entender con mi risa que poco me importaba tu sarcástico comentario. -Tonto, sabes que me encanta verte, pero con mi mamá tuve que disimular tanta emoción. Antes de arrancar para la plaza, me diste un beso, muy suave, muy sutil y tierno, pero por Dios que fue bien provocador. Aún suspiro recordándolo. Mientras conducía las dos cuadras hasta la plaza y para que no fuera tan notorio aquel estado de choque en el que me dejaste después de ese beso, entonces me saqué la espina de tu sarcástico comentario diciéndote al oído: -¡Además, no me llevaría ninguna sorpresa, porque sé que nadie, en Jericó, se atrevería a tocar lo que es de Alejandro Uribe Jaramillo! Volvías a sonreír y mucho, de ver que te salía adelante con un mejor comentario. Ya cuando por fin llegamos y terminé de estacionar la camioneta, te acercaste y nuevamente me diste un beso y un abrazo. -Es cierto, nadie se le acerca a lo que es tuyo.
Siempre has sabido manejar cualquier conversación y situación entre nosotros: Primero me hacías poner como un toro, aunque fuera en broma, y después dabas estocadas de ternura y de honestidad y ese era el momento en el que yo nunca podía ganarte ninguna conversación. ¿Recuerdas todo esto Luisa, lo recuerdas? Yo recuerdo todo, absolutamente todo y te repito que lo hago todas las noches. Estando acá he vuelto a cada uno de los momentos que tuve contigo y me da rabia cuando olvido detalles de algún día o cuando no logro recordar con exactitud algún momento. Nos bajamos de la camioneta, y caminamos buscando dónde nos pudiéramos tomar algo. Me sentía observado por todo el mundo, y tú comenzaste a comportarte como una pantera que cuida lo que es suyo ante las mujeres que me miraban con mi corte militar, que me hace ver con más años de los que tengo. Sé que muchas personas que conocían a mi papá me querían saludar y preguntarme cómo estaba y no disimulaban ante el cambio físico que yo tenía, pero me sentí incómodo y por eso fue que te pedí que no nos quedáramos a tomar nada en la plaza y que nos fuéramos para la finca. -Alejo, veo que el ejército te está haciendo decir las cosas mas rápido de lo que normalmente lo hacías-. ¿Qué podía yo responderte por eso? ¡Nada! El estar viendo hombres todo el tiempo en el ejército no era algo muy agradable, me hacías falta y la verdad el estar en la plaza tomando algo era un momento que estaba de más, porque lo que más anhelaba aquel día era estar en la finca contigo, tenerte y que estuviéramos mucho tiempo solos. Cuando llegamos a la finca, la noche ya estaba en todo su esplendor y la neblina comenzaba a bajar poco a poco. Cuando me bajé de la camioneta, sentía como si hubieran sido décadas sin estar en aquel lugar, me encantaba llenarme los pulmones con aquel aire fresco y frío, pero recuerdo que poco me duró aquel instante de paz porque en un abrir y cerrar de ojos ya tenía sobre mi pecho a Barrabás y a Judas queriendo que los saludara, que los acariciara y que jugara con ellos; estaban tan felices de verme, que fue poco lo que les faltó para poder hablar.
¡Pobres perros! -Amarra esos perros o yo no me bajo ni a tiros de acá- fue lo primero que dijiste cuando los viste. ¿Qué te podían hacer dos labradores, que lo único que saben hacer es jugar? Incluso hasta mi papá decía que esos perros no servían para cuidar. Ay, Luisa... Aquel primer momento tuyo y mío, tantas veces anhelado, idealizado y soñado y por aquella vez, por fin, materializado. No hubo besos, como una antesala, sabíamos muy bien que este era nuestro momento y que estaba todo dentro del marco de lo que habíamos planeado: una noche en la finca, sin prisa sin temores y con mucho amor. Te desnudaste en el baño, mientras yo buscaba un candelabro en la sala, no quería que hubiera mucha luz, pero tampoco quería estar a ciegas sin poderte apreciar, sobre todo porque mucho antes de que comenzáramos a ser novios, y esto como una confesión que debo hacerte, yo ya te idealizaba desnuda, además las velas estaban dentro de lo que tú habías pedido. Mientras me desnudaba, las piernas me temblaban horrores de los nervios y del susto que tenía esperándote, y para reírme de mí mismo y darme confianza me decía en voz baja: -¡Párese firme, Uribe, firme, carajo!- y más risa me daba. Cuando ya estuve totalmente desnudo me paré frente al espejo. Me podía apreciar con la luz de las velas, que estaban detrás de mí y ver en mi reflejo cómo resaltaba más mi pecho ante mi cuello, mi cara y los brazos que estaban totalmente marcados por el sol. Aquel momento conmigo mismo y bajo aquella luz tenue me gustaba, llevaba mucho tiempo sin contemplarme y sin estar solo. Sentí que abriste la puerta del baño y que saliste, pero seguí concentrado mirando todo el entorno desde el espejo y esperando a que tu reflejo hiciera su aparición en aquel marco, y que te acostaras en la cama, esperando que yo me diera vuelta y fuera hacia ti, pero, de repente, lo primero que sentí fue la
piel de tus senos en mi espalda y después tus brazos comenzaron a abrazar mi cuerpo y tus manos también comenzaron a acariciar mi pecho y por último tu cara apareció acomodando tu mentón sobre mi hombro y tu negro cabello cubrió mi brazo hasta desaparecer en el reflejo. Los dos nos quedamos en silencio mirando por un momento esa imagen de dos personas que se veían desnudas por primera vez. Lo único que no quedó en ese espejo esa noche fue toda nuestra tímida intención, pero después fue testigo de un momento lleno de intensa pasión y carente de razón. Me encantaría poder seguir plasmando tanto recuerdo pero, nuevamente, se me acaba el papel y el único espacio que me queda es para decirte que libero mi corazón ante este encierro y sobre todo con esta puta impotencia de estar acá, pero soy libre en las noches cuando escribo. Te amo mucho: Alejito.
3. UN NUEVO CUADERNO 24 de noviembre de 1998 Conseguí un cuaderno, de esos grandes y cuadriculados que se utilizan para llevar la contabilidad en los almacenes. Me siento feliz, es como si a mis manos hubiera llegado un tesoro enorme o incluso parte de mi libertad, y lo pienso así porque poder volver a escribir me hace libre, pero, bueno, nuevamente los pondré al tanto de cómo lo conseguí y de todas las cosas que han pasado en estos últimos siete días. Hoy al medio día, cuando los del grupo de la ampliación del “hotel”, estábamos almorzando, me senté a la sombra del árbol en el que he almorzado por estos días y leía y re-leía una y otra vez la última carta que les escribí, buscando espacios en blanco donde pudiera escribir más cosas; también lo hacía con las cartas para Luisa e incluso con los pequeños escritos que le hice a ella estando en el batallón y con los otros que también le escribía cuando hacía de centinela en el monte. Leyendo y organizando todos estos papelitos, se me acercó un guerrillero. Era la primera vez que lo veía y me dijo que si se podía sentar a disfrutar de la sombra del árbol donde yo estaba. Con tono irónico y haciéndole saber que no había problema le dije que ellos eran los que mandaban acá y que incluso si él quería se podía subir a orinar desde el árbol sin tener que pedirme permiso. Me miró haciéndome entender que no le gustaba mi comentario pero que lo pasaría por alto, para disfrutar de la sombra del árbol,
y que sin mucho
protocolo, comenzaría a almorzar. Mientras él descargaba su fusil a mi lado y se sentaba para estar más cómodo, yo doblaba las hojas y las metía en una bolsa de plástico donde siempre las guardaba. Por un momento me quedé concentrado mirando el fusil que quedó más cerca de mí que de él, y pensando que lo podría tomar...
-¿Y qué haría usted después de matarme con ese fusil? No es mucho lo que alcance a correr- me dijo. Me sentí tonto, sin encontrar respuesta, pero no me quise evidenciar tanto en lo que pensé, y mirando el arma y le dije: -hay cuatro posiciones difíciles de combatir desde acá; además, su proveedor está flojo y ese fusil puede estar defectuoso, no vale la pena tomar riesgos con un arma así. Miró su fusil, en el suelo, para verificar lo que le había dicho y me dijo que era un arma de dotación y que nunca la había usado, desde que se la cambiaron, porque ese no era su interés. Después, mientras comía y revolvía su arroz con las papás, me preguntó que si lo que guardaba en esa bolsita eran cartas. -Sí, algunas cosas que he escrito desde que llegamos acá y otras que tenía de antes, pero son solo historias para mi familia y mi novia. Eso se lo dije para que no pensara que escribía haciendo inteligencia del lugar y de las actividades de los guerrilleros. -Tengo un cuaderno grande y totalmente limpio que tal vez le interese-, me dijo, sin dejar de revolver su plato. Dejé de comer, para levantar la mirada, pero ese solo movimiento delató mi interés ante aquel ofrecimiento: “perdí, mostré las ganas!”, palabras textuales que me hubiera dicho el abuelo Ignacio si hubiera sido testigo de ese momento. -¿Y ese cuaderno sería a cambio de qué?- pregunté. -A cambio de de su correa-, me dijo, nuevamente sin dejar de revolver su plato. Si yo en un breve instante, había analizado su fusil y las cuatro posiciones que debía combatir, él lo había hecho conmigo y con mi indumentaria.
-Está bien, acepto el cambio-, dije, - pero los dos sabemos que es un cambio ventajoso, sin embargo, y dadas las circunstancias lo acepto, también quiero un lápiz, un borrador, dos lapiceros y otro cuaderno para cuando se me acabe el primero, y aunque parezca mucho usted sabe que el cinturón vale mucho más que lo que le estoy pidiendo- enfaticé. Por primera vez dejó de revolver su plato y me miró como si le hubiera pedido su comandancia o algo con mucho más valor para él. -Está bien, eso es cierto-, repitió pensativo. -Lo busco cuando termine de trabajar hoy en el “hotel”, para entregarle el cuaderno y las otras cosas que me pide, pero sepa que no hago el cambio porque me guste mucho su cinturón militar, no soy fanático de prendas de milicia ni nada por el estilo; acepto el trueque porque fue usted el que
claramente dijo: “¿A cambio de qué?”
Si me lo hubiera pedido a cambio de nada, no hubiera tenido ningún problema en regalárselo, pero también ratifiqué el deseo de cambiar el cuaderno por el cinturón, por su ordinario y poco cortés comentario de “orinar desde el árbol”. Sepa muy bien que en el plano que nos tiene la vida en este momento, perfectamente podría orinarme en su cara, sin ningún problema, y sin embargo, no soy tan bárbaro ni esa sería una táctica inteligente de humillación-. Se quedó mirándome, con ojos bien abiertos, esperando alguna respuesta y sosteniendo con su mano izquierda la cuchara y con la otra mano el plato, después de ver que no modulé ningún intento de respuesta, y que tampoco, me salía aire por la boca, bajó la cabeza y volvió a repetir su rito: revolver, comer, revolver... Quedé mudo. Nuevamente esta bocota me había hecho quedar como un cuero. Todo lo que respondió fue mucho más concreto e inteligente que lo que yo hubiera podido devolverle, pero me sentía feliz, porque ya me hacía a la idea de tener un cuaderno para poderles escribir todas las noches.
Por un largo momento me quedé mirándolo con el rabo del ojo, y analizando toda su figura, que no era la del típico guerrillero quemado por el sol, sucio y bigotudo que lleva mucho tiempo en el monte: era de piel muy blanca, aunque el cabello sí lo llevaba más largo de lo normal, incluso tenía cierto parecido a la famosa foto del Che Guevara. Supuse que no era guerrillero raso por el comentario que hizo de su fusil y su inteligente respuesta. También me di cuenta de que no le gustaban las armas y de que solo la cargaba por costumbre o por protección. Estábamos terminando de almorzar, cuando llegó Peque, el guerrillero que les dije que era el encargado de todos los secuestrados. -Comandante Julián, ¿cómo le parece que está quedando el hotel? Este tipo que me había pedido permiso para sentarse en el mismo árbol era Comandante de primera línea de las FARC, y eso lo deduje porque ya sabía que Peque también era Comandante, pero por lo que había acabado de escuchar, me daba a entender que semejante enano solo era Comandante de tercera
línea, y también sabíamos todos los secuestrados que gozaba de
poco respeto e importancia entre los propios guerrilleros. -Acá todavía no hay nada hecho, deje de preguntar por cosas que aún no existen, más bien cuando esté listo entonces, me vuelve a hacer la pregunta, pero por el momento no haga el ridículo, mucho menos delante de un soldado de contraguerrilla. Peque, que había llegado buscando palabras de adulación para él mismo con su Comandante, tuvo que dar vuelta e irse, quizá, pensando e imaginando una estrategia más inteligente para obtener el halago de sus superiores. Este tipo, en algunos minutos, ya había robado toda mi atención: sabía que yo era de contraguerrilla y yo nunca lo había visto a él, además,
tenía las
respuestas más inteligentes que no hubiera encontrado entre cien guerrilleros.
Tratando de igualar sus respuestas y sus comentarios, decidí nuevamente abrir mi boca para decirle que Peque, después de lo que él le había dicho, se desquitaría con nosotros, haciéndonos trabajar más duro y más tiempo. Suspiró, levantó la cabeza y volvió a mirarme. -¿Cómo se llama, usted, soldado?– me pregunto amistosamente. - Uribe, soldado Uribe Jaramillo, Comandante... -No, hombre, sea sensato con usted mismo. Su nombre, el nombre por el que toda la vida lo han conocido y por el que le gustaría que lo sigan llamando, acá no estamos en el batallón, ¡y yo no soy su Comandante! Si ustedes hubieran visto la vena que se le brotó en la frente cuando me decía eso, se hubieran impresionado de ver cómo cambiaba este hombre del blanco al rojo, y yo, mientras lo miraba, pensaba: ¡Que no se le estalle esa vena antes de darme el cuaderno! Después, en un tono, más parco me volvió a decir: -Todo esto es una locura, una gran locura: usted, sus compañeros, yo y este lugar somos parte de un grave error-. Antes de que siguiera profundizando en sus pensamientos, que estaba haciendo en voz alta, decidí lanzarme y por primera vez en todo el día decir algo corto e inteligente. -Alejandro, ese es mi nombre, y el suyo es Julián, ¿cierto? -Sí, me llamo Julián. Se levantó y recogió todas sus cosas, incluso su destartalado fusil. -Alejandro. ¡Ya estoy yo acá en el campamento para que Peque no haga ningún abuso de autoridad! Y otro asunto: esta tarde cuando termine su trabajo
búsqueme en este mismo lugar, para entregarle el cuaderno junto con lo demás. El resto del día, me lo pasé imaginándome el tamaño del cuaderno; el color de las hojas; la cantidad de hojas y la forma en que dividiría mis siguientes cartas. Era eterno el tiempo pensando en un cuaderno, parecía como cuando, de pequeño, no dormía, la víspera del primer día de clases, por la ansiedad que producía comenzar a utilizar los nuevos cuadernos. Creo que también comienza a afectarme este encierro, como al Comandante Pérez. Al terminar la jornada, fui rápidamente al árbol para buscar al Comandante Julián, cuando llegué estaba él esperándome con las cosas que habíamos acordado e inmediatamente me dispuse a quitarme el cinturón... -¡No, hombre! No se lo quite, he decidido que ya no lo necesito y no lo quiero, pero usted sí necesita este cuaderno. Escriba todo lo que quiera, todo lo que necesite escribir, haga de cuenta que usted es el apóstol Juan y que lo que va a escribir son nuevas revelaciones apocalípticas de todo lo que acá se ve. El cuaderno que me entregó está perfecto para comenzar a escribirles más cartas, aunque no sé, aún, cómo hacer que estas les lleguen a ustedes. Bueno, así fue como hoy conseguí este cuaderno y la felicidad que tengo es tanta que hasta el sueño y el cansancio no los siento, lo único que me pregunto es por qué el Comandante decidió darme este cuaderno, cuando acá hay tantos que quisieran tener una solo hoja para escribirles a sus familias. Intentaré dormirme, porque ya es tarde y mañana nuevamente estaremos trabajando en el “hotel”.
25 de noviembre de 1998 Hoy no hemos comenzado a trabajar, porque llueve muy duro todo el tiempo y el día está muy oscuro, pero donde estoy sentado puedo seguir escribiendo, mientras llueve, y sin que nadie me vea. Anoche, mientras me dormía, me acordé de que era el aniversario de la muerte del padre García Herreros, porque después de que él murió, todos los 24 de noviembre siguientes, la abuela nos ponía a Sergio y a mí a rezar el rosario con ella y nos decía que cuando estuviéramos en una necesidad muy grande le pidiéramos todo a él, porque había sido un padre muy santo en vida. Siendo sincero con la abuela, ella debe saber que nos aguantábamos el rosario y las mil letanías con las que ella lo rezaba, porque después había dulce de coco, una muy buena comida y una partidita de parqués. Anoche, pero sin rosario ni comida ni parqués ni dulce de coco, le pedía al padrecito por todos los que estamos secuestrados... es muy duro estar así. He decidido que mientras escampa, les seguiré contando cómo fue el día del enfrentamiento en Mitú y pasaré al cuaderno todo lo que tengo en papeles muy pequeños, de forma más organizada y también algunos escritos que le había hecho a Luisa. Seguimos caminando más rápido para llegar a una colina y establecer una mejor comunicación con el comando. El Comandante Pérez, cada cinco minutos, le preguntaba a Arango si había alguna novedad o alguna nueva orden. El equipo que cada uno de nosotros cargábamos era de unos 23 kilos y el calor y la humedad hacían mas difícil la marcha por un terreno pantanoso. Cuando llegamos a la colina, el Comandante Pérez logró comunicarse de nuevo con el comando y las órdenes eran las mismas y mucho más enfáticas:
“Seguir avanzando hacia el casco urbano de Mitú, para hacerle frente a los guerrilleros”. Después de esta misma orden, otra vez nos garantizaban el apoyo del avión fantasma y de los helicópteros. El Comandante, ese día, nos dijo que él tenia muchas dudas sobre esta operación, porque en un área con población civil de por medio en un enfrentamiento, no se podría hacer uso de los helicópteros ni del avión fantasma, o sea que el apoyo no servía en de nada, pero que, como grupo de contraguerrilla que éramos, debíamos cumplir la orden e intentar ayudar a los policías que soportaban el ataque. Antes de comenzar a bajar la colina, Arango interrumpió las palabras del Comandante para entregarle el radio. Todos lo mirábamos impacientemente para saber qué debíamos hacer. Su cara se transformaba en una máscara de angustia a medida que respondía “¡Aceleraremos el paso! ¡Haré todo lo que me ordenen! ¡Sí señor, sí señor, así lo haremos, sí señor…!” Cuando terminó, simplemente le devolvió el radio a Arango y nos dijo: -¡Necesitan urgentemente nuestro apoyo en ese lugar! No dijo nada más, pero todos sabíamos que no habían sido muy buenas noticias. Sabíamos que estábamos a un poco menos de una hora de las afueras de Mitú y que debíamos caminar rápidamente para llegar, pero no habíamos vuelto a tener noticia del otro grupo de contraguerrilla, con el cual nos debíamos agrupar. Solo sabíamos que ya estaba en enfrentamiento a cinco kilómetros de Mitú. Sigue lloviendo muy fuerte, pareciera que en vez de escampar, cada vez aumentara más, pero por experiencia propia sabemos que en la selva una tempestad de estas puede durar varios días. Miro todo esto a mi alrededor: soldados y policías que aprovechan la lluvia para dormir un poco más, otros que conversan y se ríen, no sé de qué se ríen, pero lo hacen, otros que se esconden para fumar y hasta los dedos se alcanzan a quemar por aprovechar hasta la última parte de un cigarrillo. ¡Hay tanto por
mirar acá, o mejor dicho tanto por no querer mirar!, razón tuvo el Comandante Julián cuando me dijo que escribiera sobre este nuevo Apocalipsis, pero me pregunto qué será lo que quiso decir cuando dijo que todo esto era un error, que tanto él como nosotros éramos un error en este lugar. Me gustaría volverlo a encontrar y poder hablar un poco más con él, porque el resto de Comandantes guerrilleros la verdad que son todos unos comemierdas y bien brutos, no sirven sino para matar y asustar a todos los campesinos. Mamá, tú pensarás que no es así, y que ellos también son personas con sentimientos, porque para ti y para la abuela no hay nadie malo, pero te aseguro que después de ver las cosas que son capaces de hacer tú misma cambiarías de opinión, sobre todo, si hubieras escuchado la historia del señor del taxi que te conté en la primera carta que se llevaron los de la Cruz Roja... No me acordaba de eso, con tanta emoción por el cuaderno, no me acordaba de las cartas que enviamos con los delegados de la Cruz Roja. ¿Ya les habrán entregado las cartas? Me imagino que con todo esto que está pasando, más rabia debes tener conmigo, mamá, por haber entrado en la contraguerrilla, pero ya te expliqué que el sentimiento que comencé a sentir era muy fuerte y que quería hacer el curso de contraguerrilla. Si así como te imagino estás, entonces no me quiero ni imaginar a la abuela y a Luisa por lo mismo. Ha comenzado a escampar un poco, creo que dentro de poco llegará Peque, dando órdenes a todo el mundo para comenzar a trabajar. Por esa escena, que tuvo con su propio Comandante y delante de mí, ha comenzado a tratarme con más dureza y como con cierta rabia que lo único que me produce es risa, y para que sepan o tengan una idea del tipo de persona que es se los voy a describir: es bien bajito, debe medir 1.62 m, y siendo muy generoso con los dos centímetros que le dan sus botas de caucho, porque sin zapatos debe ser ridículo. Tiene un bigote que en la mitad se divide bruscamente, quizá de pequeño tuvo problemas de labio leporino, debe ser por lo mismo que al hablar se le siente como si todas las palabras las dijera con una SD y se le escucha
muy gracioso porque es como si fuera un acento de payaso, además, cualquier orden que da es para todos nosotros un chiste. Si les hablara de su uniforme y de cómo se ve caminado con sus cosas, necesitaría otra hoja entera, porque el uniforme le queda bien grande, las botas le llegan casi hasta la cintura y el fusil le queda como si llevara a alguien más grande en su espalda. Mientras termina de llover del todo, seguiré pasando al cuaderno unos escritos que tímidamente hacía para Luisa, y por la noche les volveré a escribir cómo terminó este día con mi nuevo cuaderno. Nuevamente, otra noche más y en este momento acabamos de llegar de trabajar en el “hotel” y hoy con mucho más trabajo que ayer. Me siento muerto de cansancio, por cargar agua, todo el día, pero cada momento que pasa, lo pienso, y automáticamente también lo escribo en mi cabeza, para después pasarlo al cuaderno. Después de que escampó, tuvimos que sacar con baldes toda el agua de la lluvia de esta mañana, que llenó las zanjas que habíamos hecho para el “hotel”. Todo el trabajo que habíamos hecho ayer se perdió por la lluvia, y como por variar, en la tarde nuevamente comenzó a llover mucho más fuerte y tuvimos que parar. Esta mañana, mientras llovía, también me disponía a organizar unas cartas y unos escritos en el cuaderno y después llego el Comandante Julián al quiosco donde nos escampábamos y se sentó de nuevo a mi lado para conversar un rato. Comenzamos a conversar de muchas cosas, pero en un principio me sentí intimidado y, en otros momentos, también interrogado, pero no dejó de ser amable y educado al momento de hablar. Estoy demasiado cansado, por toda el agua que me tocó cargar para desocupar las zanjas, pero les contaré un poco mi segundo encuentro con el Comandante Julián...
Llegó caminando despacio y se dirigió directamente adonde yo estaba sentado. Me tomó por sorpresa porque yo estaba muy concentrado intentando acordarme de cuál era el orden de todos los escritos que tenía en la bolsa, para después volverlos a pasar al cuaderno. -¿Cómo le va con el nuevo cuaderno?, ¿muchas cosas por escribir y contar? Levanté rápidamente la cabeza, sosteniendo los papeles en una mano y en la otra el cuaderno, para poder responderle. -Solo hago provecho de la lluvia y paso al cuaderno algunos escritos que tengo dispersos en papeles, pero intento organizarlos de forma coherente, para que en algún momento mi familia los pueda leer, al igual que Luisa. -¿Luisa?– me preguntó, como queriendo afirmar lo que él mismo había pensado. -¿Es su novia? -Sí, Comandante. -Que le quede nuevamente muy claro, Alejandro, yo no soy su Comandante ni usted es mi soldado.
4. COMANDANTE JULIÁN Me pide que no le diga Comandante, pero es muy difícil no decirle así, incluso cuando los otros secuestrados lo llaman Comandante Julián. Después de decirme, nuevamente, que lo llamara por su nombre, tomó una silla, se sentó poniendo el espaldar de frente a él para apoyar los brazos, descargó su destartalado fusil junto a su pierna derecha y por último sacó un paquete de cigarrillos que tenía en el bolsillo de la camisa. Todos los que estaban detrás de él se quedaron mirando el cigarrillo. Cuando terminó de hacer la primera aspiración del cigarrillo, sonrió, porque sabía que todos, a su espalda, lo miraban deseosos de fumar, aunque fuera de su propio cigarrillo. Volvió a sacar el paquete y lo lanzó hacia atrás. -¡Repartan el paquete entre todos!- les dijo sin mirar dónde caía, quién lo sujetaba y cómo lo repartía. Lázaro es un policía con ocho tiros en el estómago, y por eso le dicen así, era el que más cerca estaba del Comandante cuando arrojó los cigarrillos. Alcanzó a sujetar el paquete, sin dejarlo llegar al suelo, y en cuestión de segundos, todos se agruparon sobre él, para pedirle cigarrillos. Me quedé totalmente perplejo mirando la velocidad con la que salían todos del letargo, para estirar la mano y pedir cigarrillos; ni para la comida hay tanto espectáculo acá. No terminaba de ver cómo se iban en grupos de hasta tres personas por cada cigarrillo, cuando el Comandante me hablaba… -Alejandro, ¿sorprendido? El letargo que produce este lugar es algo asombroso: puede llegar a provocar un espectáculo en las
escenas que
normalmente son comunes en las demás personas, y generar una alta indiferencia en las cosas que verdaderamente nos deberían asombrar. Ese es un gran problema, llega el momento donde perdemos todo la capacidad de asombrarnos de las cosas y es cuando tomamos actitudes de indiferencia con muchas de ellas. Con lo mismo que usted se sorprende en este momento, me
sorprendía yo en los primero años de universidad, cuando veía por televisión cómo el M19 robaba camiones de leche para llevarlos a la periferia de Bogotá y repartir la leche entre los más pobres. Por cosas como esas y deseando no perder mi capacidad de asombro ante las indiferencias sociales, fue que terminé metido en este cuento y que hoy me tiene lleno de apatía ante muchas cosas. ¿Quiere que le cuente todo, Alejandro? Les aseguro que no sabía por qué quería contarme todo lo que me contó, pero aunque esta noche no duerma por escribirles toda su historia, lo haré, para que no se me olvide nada, no importa que mañana Peque me ponga a cargar mucha más agua que la que cargué hoy. Cerré el cuaderno, guardé los papeles de la bolsa y puse los lapiceros sobre la mesa, para adoptar una actitud de atención sobre toda su historia. Aspiró por última vez su cigarrillo, como queriendo llenar todos sus pulmones de ese cancerígeno humo y finalmente lo lanzó al suelo con brusquedad para apagarlo con sus botas. -He sido un idealista de la igualdad social y le puedo decir abiertamente que lo ha sido también mi personalidad, porque desde pequeño me preguntaba, por qué hay personas con más cosas que otras y por qué esas personas explotan indiscriminadamente a los que no tienen, o por qué, simplemente, no los ayudan. Soy consciente de que las oportunidades no son las mismas para todos y de que también son muchos los que se forjan sus destinos, pero le puedo asegurar algo, Alejandro: en este país son muchos los que tienen y que explotan al que no tiene. Me miró como si me estuviera pidiendo algún tipo de aprobación para continuar contándome lo que él pensaba, mientras yo me colgaba de sus últimas palabras, algo que ya conocía de memoria: el discurso de la desigualdad social. Para mí, era el típico pensamiento del guerrillero con el cerebro lavado, pero dentro de todo esto había dos cosas que yo compartía: la explotación del que tiene con el que no tiene, y la de otras personas que, solas, llegan a
construir su capital, con el trabajo de todos los días, como lo había hecho el abuelo. Me percaté de que aún me miraba, cambié de postura, para que entendiera que me interesaba todo lo que me estaba diciendo y pudiera continuar. -Pero ¿cómo llegó usted acá, Comandante?- le pregunté, sin tener presente cuál fuera a ser su respuesta. -Alejandro, cuando yo entré a la universidad, me encontré con muchas personas que idealizaban los mismos cambios. En la universidad se sentía todos los días, todo el tiempo un ambiente de revolución, pero déjeme aclararle que era esa revolución social que tenía argumentos, no puedo decir que era una revolución con ideología, porque no existen ideas concretas para hacer revolución, existen pensamientos que producen revoluciones y también la revolución que después genera todo tipo de pensamientos. ¿Me entiende, Alejandro?- me pregunto rápidamente. -¡Le entendí, Comandante!- Veía que tenía totalmente claro lo que pensaba y muy estructuradas y organizadas sus ideas. -En esa época fue cuando el M19 hizo todas aquellas cosas, recuerdo que fue en la segunda mitad de la década del 70. Yo era aún demasiado joven y apenas comenzaba mi carrera de Psicología, pero ver todos esos cambios y esas cosas me deleitaba. En la universidad se escuchaban rumores de personas que eran líderes revolucionarios, pero por permanecer en el anonimato y por la forma en la que hacían propaganda subversiva, no me interesaban mucho ni me llamaban la atención. Continué normalmente mis estudios de Psicología durante algún tiempo y llevaba una vida muy normal como la de cualquier universitario de universidad pública. Pero acá está su respuesta, Alejandro. Y yo pensaba que todo lo que me había dicho, era ya su respuesta.
-Un día, había terminado de estudiar, tranquilamente, para un examen en la biblioteca de la universidad, pero al igual que hoy, ese día llovía fuertemente y debía esperar para poder irme a casa. Cuando estaba en la puerta, a punto de salir, llegó un compañero y me dijo que había hablado por mí con las personas indicadas, para poder ir a una reunión de presentación del M19 y que ellos me habían aceptado por mi promedio académico, pero que debía decidir rápidamente porque en pocos minutos nos buscarían en una cafetería que estaba afuera de la universidad. Inicialmente, dudé en ir, de todas formas, siempre había querido tener la oportunidad de algún contacto con alguien de ese grupo por las cosas que mostraban en las noticias. “Llegamos a la cafetería, donde debíamos encontrarnos con otras personas que también eran simpatizantes del grupo y que por una u otra razón querían ser parte de un cambio para el país o para sus propias vidas, y el M19 gozaba de muy buena fama en las universidades, tanto en las públicas como en las privadas, era para todos nosotros la personificación del cambio de una nueva sociedad, donde todos tendrían por igual y donde se le robaba al rico acaparador, para darle al necesitado. Algo muy perfecto. Solamente, en la teoría. ”Cuando estábamos en la puerta de la cafetería, teníamos la idea de que aquella persona que reclutaba gente joven para el M19 llegaría caminando y que sería un estudiante más como cualquiera de nosotros. Estando en esa espera, nos mirábamos tímidamente entre todos porque cada uno sabía por qué había ido, y los que se conocían entre sí comenzaban a presentar a los que íbamos por primera vez; después de algunos minutos llego una camioneta negra, y de otra mesa se levantó un señor muy bien presentado, con aspecto de empresario, y con una agenda en la mano. Se acercó a la mesa donde estábamos nosotros, dio dos golpes sobre ella y nos dijo: -Muchachos, llegaron por nosotros-. Nadie se había percatado de su presencia, pero tampoco nos tomó por sorpresa. Rápidamente caminó dirigiéndose a la camioneta, para subirse al lado del chofer y, para desconcierto de todos, detrás había otra camioneta.
“En el transcurso del recorrido nadie decía nada, solo mirábamos por las ventanas la gente que se encontraba en nuestro camino. Después de veinte minutos de trayecto llegamos a una casa vieja en el centro de Bogotá. Nos hicieron pasar a lo que era la sala de la casa y después nos ofrecieron comida”. El Comandante Julián contaba su historia, como si yo le estuviera pidiendo detalles de todo lo ocurrido, pero me agradaba, sobre todo por sentir pasar el tiempo de otra forma y sin tener que estar recibiendo las órdenes de Peque. En momentos me acercaba, disimuladamente, un poco más para poder escucharlo, porque la lluvia caía tan fuerte que me dificultaba escuchar. Hizo una pausa para mirar el campamento y también para saber quiénes estaban cerca de nosotros. -Creo que tendremos más tiempo, Alejandro, aún
llueve muy fuerte, pero,
¿usted todavía me quiere seguir escuchando?–. Fue una pregunta amable, como si no quisiera aburrirme con su historia. -¡Claro que sí, Comandante!–. Se lo dije para que no volviera a hacer ninguna interrupción en su historia. -Bueno, entonces, continúo-, dijo con un gesto de agrado, por sentir que su historia era interesante para mí. -Después de haber comido, llegaron dos hombres y, al igual que el primero, estaban muy bien vestidos, se presentaron y comenzaron con una reseña histórica del M19. -¿Usted sabe algo de esa historia, Alejandro?- Me sentí apenado por no saber historia contemporánea del país, pero sin dudar le respondí que no sabía, que lo único que sabía del M19 era que se habían tomado el Palacio de Justicia en Bogotá. -Bueno, veo que lo que usted tiene como referente histórico del M19 fue la acción más sonada, y quizá lo último que lograron hacer a gran escala.
Recuerdo que fue el 6 de noviembre de 1985, fue una acción ejecutada por el Comandante Andrés Amarales y Lucho Otero, y la noche anterior nos informaron de que algunos de nuestros compañeros harían historia por el pueblo de Colombia, citando a juicio al presidente Belisario Betancur, pero no entraron en detalles. “Al día siguiente, nos dijeron que el primer objetivo, o sea, la entrada al Palacio de Justicia, había sido logrado. Después, cuando oí las noticias y veía como el ejército había decidido entrar al Palacio y la forma tan heroica como mis compañeros se defendían y todo lo que estaba pasando, sentía un viaje de sangre caliente por mi cuerpo, al mismo tiempo que sentía rabia. Yo quería estar allá, quería ser parte de un plan de esa magnitud, porque a pesar de que me sentía identificado con sus ideales, nunca me imaginé que el grupo fuera a ejecutar una acción con semejante audacia y sobre todo con tanto interés de la opinión pública a lo largo de todos estos años. “Los días siguientes a la toma del Palacio de Justicia, me sentía viviendo el verdadero cambio, la verdadera lucha por los derechos de igualdad para todos, incluso ni asistí al entierro de mi padre que había muerto por esos días, porque para mí estaba primero la lucha, que el sentimiento familiar. ¡Qué equivocado estaba, Alejandro! ¿Cómo pude llegar a estar tan equivocado?” Me planteó la pregunta, desviando su mirada hacia la lluvia que aún continuaba. Cualquiera que hubiera escuchado toda su historia, se hubiera percatado de un instante de nostalgia por la memoria de su padre. Personas que son protagonistas de cualquier tipo de revolución no se permiten instantes sentimentales o de tristeza, por eso, y en pocos segundos, retomó la narración de su historia, con el mismo tono de voz. Seguro y muy fluido. “Retomando un poco la historia, solo puedo decirle que antes que estos señores terminaran su exposición histórica sobre los planes realizados por parte del M19, yo ya quería ser parte de ellos. Cuando terminó la reunión nos decían que no era un juego, que incluso podrían estar de por medio nuestras
vidas y las de nuestros familiares, y aún así no me importó. Ya sin más detalles entré en las filas urbanas y con el tiempo llegué a ser Comandante. “Cuando se instauró la primera orden de captura en mi contra, por distribución de propaganda subversiva, todos me felicitaban, me decían que esa era mi principal causa para continuar en filas. Fue cuando tuve que dejar la universidad y también mi casa, porque hasta allá llegó una vez la policía para buscarme”. No me atrevía ni a moverme un centímetro de la silla, para no distraer al Comandante de su relato, aunque los dos ya comenzábamos a darnos cuenta de que pronto terminaría de llover y tendríamos cosas por hacer, pero aún así, él continuaba... “Las cosas se pusieron muy difíciles en los grupos urbanos, después de la toma del Palacio, la policía nos buscaba por todas las periferias de la ciudad y el ejército hacía lo mismo en las montañas; fue, entonces, cuando se decidió que todo el mundo se trasladaría a la montaña, porque corríamos riesgo en la ciudad. “Inicialmente, la vida en la montaña no me gustaba, me hacía sentir que la causa perdía protagonismo y que la gente dejaría de creer en nosotros por estar escondidos en el monte, pero de todas formas continué y en esa época, pensar en una evasión era ir en contra de mis propios principios. Creo que esa necesidad de replegarnos totalmente al monte fue lo que, en cierta forma, mató al grupo, porque éramos una guerrilla urbana, pero, para mí, lo que verdaderamente aniquiló al M19, fue cuando se comenzaron a escuchar rumores de que la acción del Palacio de Justicia había sido patrocinada por los carteles de la mafia, con la necesidad de destruir los expedientes de algunos de sus capos y que, incluso, el Comandante Carlos Pizarro se había llegado a reunir con el jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, para hablar sobre cómo se realizaría la toma del Palacio de Justicia, y también para acordar la cantidad de dinero que el M19 recibiría por ejecutar el plan.
“Días después, llegamos a saber que el Comandante Andrés Amarales supuestamente habría sido sacado vivo del Palacio de Justicia por miembros de las Fuerzas Armadas y luego habría sido reintroducido al mismo y presentado como muerto en combate”. -Alejandro, ¿puede usted imaginar por qué pudieron hacer eso con el Comandante y con otras personas que salieron vivas y después aparecieron muertas dentro del Palacio de Justicia?- Yo estaba sumergido en todo su relato, como para estar a la altura de una pregunta como esa. -No lo sé, Comandante, de hecho nadie lo sabe- fue lo único que pude acertar. -Claro que sí lo saben, Alejandro, pero nunca lo han dicho, ni lo dirán, pero la hipótesis a la cual llegué después de todos estos años es simple: Si el narcotráfico pudo comprar esa acción, obviamente también podía comprar policías, por mucho menos,
para que eliminaran todo tipo de testigos o
pruebas que los relacionaran directamente a ellos. Así lo veo yo, pero, como ya le dije, es una simple hipótesis personal. Dejaba de llover, cada vez más, pero el Comandante estaba dispuesto a terminar de contar su historia y yo también seguía dispuesto a escucharla. ¿Qué más podíamos hacer? -“En el monte, todos los días nos sentíamos perdidos, y así estuvimos durante algunos años, pero seguíamos creyendo en el cambio, entonces se decidió que uno de los requisitos para entregar las armas era la creación de una Asamblea Nacional Constituyente, para que garantizara el desarrollo de otros partidos políticos y espacios a las minorías, porque la vieja Constitución solo permitía los partidos tradicionales. El Gobierno del presidente Virgilio Barco se opuso todo el tiempo, pero, entonces, los estudiantes de las universidades, hicieron un movimiento nacional, para que en las votaciones generales del 11 de marzo de 1990, se incluyera una “Séptima Papeleta” para que el poder ejecutivo conformara una Asamblea Nacional Constituyente. “Después del logro de La Constituyente, realizamos la entrega de armas en el campamento de Santo Domingo, eso fue el 8 de marzo de 1990. Aún lo
recuerdo muy bien, Alejandro. Ese día fue histórico para el país y lo fue también, para muchos de nosotros. Había mucha gente importante en el campamento, todos los medios de comunicación nacional y algunos extranjeros, parecíamos como en una fiesta. Para algunos integrantes era la oportunidad de volver a la vida normal, después de la lucha armada; otros lo veían como una nueva lucha desde la legalidad y la política, pero solo unos pocos, aún, pensábamos que había mucho por hacer y nos sentíamos con el deber de continuar de alguna forma, porque después de darle prácticamente nuestras vidas a una causa, no era justo terminar de esa forma”. Me parecía increíble, que este hombre hubiera tenido la oportunidad de continuar su lucha de forma legal, pero que por una muy fuerte razón personal no lo hubiera hecho. Tengo la mano y los dedos ya muy cansados, pero continuaré hasta terminar de contar el resto de las cosas que hoy pasaron y sobre todo la última parte de la historia del Comandante Julián. Ya nos habíamos jugado con todas las posibilidades que puede ofrecer una silla, para sentarnos de distintas formas, pero el Comandante se empeñaba en contar su historia y en recordarla con importantes detalles… -Alejandro, como le dije al principio, la selva no me gustaba, pero después encontré en ella el silencio para pensar y meditar sobre las cosas que había hecho con el M19 y las otras cosas que quería seguir haciendo con algún grupo parecido. ”Las FARC eran la guerrilla más grande del país y con ellos se había conformado anteriormente la Coordinadora
Guerrillera Simón Bolívar, para
realizar acciones militares conjuntas, y gracias a esa alianza, después de la entrega de armas, decidí viajar a “La Ju””… Usted más que nadie debe saber que es “La Ju”, me dijo en son de pregunta. -Sé que lo llaman el pueblo o la casa de la guerrilla. No sé exactamente dónde queda ni cómo se llega- le respondí.
-La primera vez que yo fui a La Julia, había que recorrer un camino que serpentea el río Duda y solo se podía hacer a caballo o a pie, pero es punto estratégico porque es corredor entre Huila, Meta y Caquetá. Hasta allá fui para continuar con mis ideas. Lo más paradójico de la historia, Alejandro, es que todo se repitió de la misma forma que cuando me reclutaron para el M19, pero esta vez en una heladería del caserío y sin mucha presentación. De esa forma, rápidamente, entré a formar parte de las filas de las FARC. “Por mi experiencia con el M19 y por no haberme querido integrar a la vida normal como las otras personas, fui nombrado, inmediatamente, Comandante. Y así, con historias de más y menos cosas, es un breve resumen de mi vida hasta el sol de hoy, Alejandro”. No puedo negar que su historia me pareció interesante todo el tiempo, aunque en ocasiones, por lo que iba contando, me parecía uno de esos hombres que por tener presente un ideal se vuelven obstinados sin medir ninguna consecuencia, aún así, me dejo muy asombrado. Cuando terminó de contarme su historia, tomó de nuevo su fusil, para levantarse de la silla y prepararse para hacer sus cosas, porque había terminado de llover. Peque también estaba organizando los grupos de la construcción del hotel, pero no me había llamado porque me había visto toda la mañana hablando con el Comandante Julián. Después, recogí todos mis papeles y los puse nuevamente dentro de la bolsa de plástico, pues, por escuchar la historia del Comandante Julián, no había podido transcribir nada de lo que tenía y quería pasar, al nuevo cuaderno. Cuando me presenté ante Peque, se le notaba una fuerte curiosidad por saber qué era todo lo que había hablado el Comandante Julián conmigo. Para tener detalles, disfrazaba su curiosidad con una simpatía poco habitual. Como no respondí a ninguna de sus directas e indirectas preguntas, y debido a su poca paciencia, me ordenó sacar agua de la zanja más profunda que habíamos cavado ayer. Mientras caminaba para buscar los baldes, me reía de ver la poca malicia de Peque para hacer sus preguntas, pero también, al final de la tarde,
lamenté mi suerte en la zanja. Había sacado agua por montones y tenía barro y agua hasta en los ojos. Al final de la tarde, cuando estaba haciendo la fila para la comida, el Comandante Julián me mando llamar con Peque, para que fuera nuevamente al quiosco. Cuando llegué estaba tomándose una taza de café negro con una sola rebanada de pan. Esa es su comida todas las noches. -Alejandro, ¿Dónde carajos estaba usted metido? Tiene barro hasta en la cabeza- me preguntó. -Trabajando en el hotel, Comandante. Usted mismo fue testigo de toda la lluvia que cayó esta mañana. Tuvimos que limpiar las zanjas, para poder continuar y poner los postes mañana-. Le hablé en plural, para que pensara que había sido un trabajo de varias personas y para evitarme futuros problemas con Peque. -Es verdad Alejandro, llovió toda la mañana, pero lo mandé llamar para decirle algo que pensé durante el resto del día, después de haber hablado con usted-. Terminó su café, y se levantó de la silla. “Lo que le voy a proponer es, quizá, una forma de liberarme de algunas culpas, pero si usted no lo acepta, no cambia nada entre nosotros ni de las conversaciones que hemos tenido”. -Alejandro…-, se quedó unos segundos en silencio, mirándome, tal vez para organizar mentalmente su propuesta. -Dígame, Comandante…-. Era lo mejor que podía decir para ayudarlo a hablar. -Alejandro, ¿usted, aún, seguirá escribiendo sus cartas en el cuaderno que le di? -Claro que sí, Comandante. ¿Qué más puedo hacer en las noches?-, le respondí un poco nervioso, porque por un momento pensé que querría pedirme el cuaderno.
-Alejandro, ¿le gustaría que esas cartas les lleguen a su familia y a su novia? Yo mismo las llevaría. No me tiene que responder ya, tómese su tiempo y después me lo dice, pero como ya le dije: es una forma de liberar culpas y quiero comenzar con usted. Les puedo asegurar que lo primero que sentí fue miedo, porque lo imaginé como una trampa para mí, pero algo, tal vez lo tonto que todavía soy, me decía que este hombre me hablaba con la verdad. -Claro que sí, Comandante, pero ¿cómo puede, usted, hacer eso?-. Él no tenía ninguna referencia de ustedes. -Alejandro, usted tendrá que confiar plenamente en mí, dándome los datos de sus padres. Después, cuando, yo viaje a Bogotá, les enviaré una primera carta, donde usted les cuente lo que hemos acordado, porque si de entrada los llegara a llamar no me creerían y llamarían a la policía-. Me miraba fijamente, esperando alguna respuesta. -¡Claro que sí, Comandante!-. Se le escapó una sonrisa, mientras yo me sentaba de nuevo en la silla donde estuve
toda la mañana, cuando el
Comandante Julián me contaba su historia. Mis cartas, mis escritos y todo lo que escribía ya no sería en vano. Era lo único en que pensaba. -¡Mañana no trabaja en el hotel! Estará conmigo haciendo lista de algunas cosas que se requieren en el campamento, con eso tendrá un poco más de tiempo, para organizar sus cartas, porque yo debo partir en dos días para Bogotá-, continuó, después de volverse a sentar, un poco más tranquilo con mi respuesta. -¡Lo más importante, Alejandro…! Supuse que esto era un acuerdo, solo entre él y yo, por eso me jugué la siguiente palabra. -¡Lo sé, Comandante! Seguro que nadie más se enterará de este asunto. Quería ganarme definitivamente su confianza y por eso me adelanté a decirle eso, aún sin saber que era lo siguiente que él me diría.
-¡Así es, Alejandro! Si esto lo llega a saber alguien, nos puede costar la vida. La suya, la de su familia y la mía; junto con la de mi madre y eso ya sería lo último que yo no me perdonaría en mi vida. Por ahora, escríbales a sus padres, para saber si ellos también están de acuerdo en aceptarme como mensajero. -¡Así lo haré, Comandante! ¡Esta misma noche les escribo la carta!-.
Salí
rápidamente del quiosco para limpiarme, comer y comenzar a escribir. No se imaginan la felicidad que sentía cuando terminé de hablar con el Comandante Julián. Cuántas personas, de las que también están acá, quisieran tener la misma oportunidad de poder enviar sus cartas. Peor, aún, de querer tener una sola hoja de papel, para escribir algo, para que el debilitamiento mental no sea cada día más fuerte. Me bañé rápidamente con agua recogida de la lluvia, para quitarme todo el barro y escribirles todo lo que hoy pasó. Mientras me bañaba, llegaba a mi cabeza la idea de pensar que todo esto fuera una trampa, pero tenía la ciega convicción de que todo esto no sería en vano. No sé qué hora es, ni lo alcanzaría a imaginar, pero de algo sí estoy seguro: creo que esta noche he escrito todo el tiempo y que pronto amanecerá.
5. MERCURIO Hoy me tuvieron que despertar. Tenía la impresión de de no haber dormido nada y después pude darme cuenta de que sólo había dormido una hora y media, pero en cuanto me despertaron recordé que hoy trabajaría con el Comandante Julián haciendo una lista de requerimientos y organizando mi primera carta para todos ustedes; entonces me levanté y recogí mis pocas cosas, mientras todos se organizaban para continuar con la construcción del hotel. Por mi parte, me dediqué a buscar al Comandante. Subí el montículo de tierra, que debemos trepar para llegar al quiosco donde normalmente se reúne el Comandante Julián con los otros guerrilleros en la mañana, para impartir instrucciones. En ese momento, iba saliendo Peque y volvió a mirarme con dudosa actitud de amistad… -¡Soldado! El Comandante Julián le manda decir que lo espere un instante en la misma mesa en la que estuvieron ayer en la mañana-. No me dijo ni cuánto tiempo debía esperarlo ni algún otro detalle, simplemente que lo esperará. Saqué el cuaderno de la bolsa, y también saqué de mi bolsillo la otra bolsa pequeña, donde tengo los escritos que quiero pasar al cuaderno. Comencé por leer, nuevamente, todo lo que escribí anoche e hice algunos tachones y correcciones. Anoche, quería volverles a contar un poco más de cómo fue el enfrentamiento, pero con toda la historia del Comandante y su propuesta lo olvidé, pero, mientras él regresa, continuaré con una parte de esa historia, para alcanzar a enviarla mañana con el Comandante Julián. Después de saber que el otro grupo de contraguerrilla ya estaba enfrentando a los guerrilleros, continuamos la caminata en forma acelerada durante media hora o tal vez un poco más. El Comandante Pérez se detuvo y levantó el puño izquierdo indicándonos que debíamos parar. Se pasó la voz, hombre a hombre,
de romper fila vertical, para organizar una fila horizontal a cuatro o cinco metros entre cada uno de nosotros e introducirnos en la maleza, porque era obvio que la guerrilla había minado todo lo que tuviera forma de camino. Comenzamos a caminar inclinados y, en lo posible, sin hacer ruido; así continuamos durante un poco más de diez minutos hasta que vimos el avión fantasma que se acercaba por una montaña que estaba a nuestra izquierda. Nos quedamos quietos para cuando estuviera pasando sobre nuestras cabezas. Comenzó a volar en círculos y cuando estuvo cerca de donde nosotros estábamos… ¡Taz! ¡Taz! ¡Taz! ¡Taz! Fueron disparos de una o dos M-60. Las sentíamos muy cerca de nosotros, tal vez a unos cien metros, y a medida que el avión se acercaba, entonces eran más las ráfagas, ya no solo de las M60, sino también de fusiles. Estábamos a unos cien metros del primer anillo de seguridad que había instalado la guerrilla, para hacernos frente a nuestra llegada. Nos acostamos sobre la maleza, en posición de ataque, pero aún no teníamos orden de disparar. Ellos no sabían, todavía, que estábamos cerca. El Comandante Pérez comenzó a arrastrarse para tener una mejor visión del lugar y lograr ubicar el nido desde donde disparaban las M-60. Todos estábamos alerta y con los ojos bien abiertos. A menos de diez metros de donde me encontraba, se levantó una enorme nube de tierra y polvo, con un fuerte estruendo. No escuchaba nada, solo un molesto silbido en los oídos. Me tocaba por todas partes para ver que no estuviera herido. Nuevamente, pero esta vez más cerca, la misma nube de tierra y polvo con un estruendo mucho más fuerte que el primero. Me cubrí la cabeza y me quedé quieto. El tiempo se hacía eterno y aún no podía escuchar nada. No sabía qué tenía qué hacer, solo me seguía protegiendo y guardaba mi posición. El polvo se desvaneció y podía ver que las plantas que había a mi derecha y a mi izquierda se movían rápidamente, como cuando se dispara un fusil desde una trinchera en medio de hojas grandes. ¡Ya estábamos atacando! Ellos nos habían descubierto y nos recibieron con granadas. Entonces, comencé a
disparar buscando las hojas que se movieran donde debían estar los guerrilleros, posteriormente retrocedí un poco, porque los huecos que dejaron las dos explosiones me hacían más visible. Por la espalda y arrastrándose se me acercó el Comandante Pérez: “Uribe, pensé que le habían dado de baja. Llevamos más de quince minutos respondiendo al ataque y usted no disparaba.” Le dije que no lo escuchaba muy bien, porque las explosiones me tenían aturdido, pero que estaba bien. El Comandante Pérez se quedó dos metros más adelante de donde yo estaba, y
daba órdenes con las manos de aguantar y de ser prudentes con las
municiones. Era obvio. Nosotros éramos menos que ellos y teníamos que aguantar más hasta que llegaran los refuerzos que habían mencionado por radio. No podíamos gastar toda la munición, si la gastábamos estaríamos acabados. Los guerrilleros, mientras tanto, gritaban: “¡allá están esos perros! ¡Que no quedé ni uno solo vivo!”.
Seguían insultándonos, sin dejar de disparar:
“¡esclavos del gobierno! ¡Perros hijos de puta!”. Permanecíamos en silencio; cualquier grito en respuesta a sus insultos delataba la posición de alguno de nosotros y esa era la intención de ellos. Arango seguía cerca del Comandante Pérez, para darle el radio cuando fuera necesario. Los nervios lo tenían cometiendo varios errores: levantaba demasiado la cabeza y no disparaba cuando debía hacerlo. “¡Baje la cabeza, Arango!”, le tuvo que decir el Comandante Pérez. De nuevo… ¡Una explosión!
¡Dos explosiones! A todo el frente de nosotros tres, y lo
mismo: polvo, tierra, el estruendo y, esta vez, un fuerte olor a pólvora.
Otras dos explosiones, pero mucho más fuertes que las anteriores ocurrieron detrás de nosotros, y en esas sentimos que la tierra se movía por debajo de nosotros. ¡Eran cilindros bomba! Nos atacaban también con cilindros bomba. Estábamos cubiertos totalmente de tierra que nos había caído en la espalda, las piernas y la cabeza. Arango comenzó a llorar y dejo de disparar. Parte de lo que parecía ser una mano, con una pieza de tela del uniforme de nosotros, le había caído a su lado. El Comandante Pérez se volvió a arrastrar hasta donde él estaba: “Arango, ¡No sea marica! ¡Dispare! ¿O quiere terminar del mismo modo?” Acaba de llegar el Comandante Julián, pero se detuvo antes de entrar al quiosco, para hablar con uno de los guerrilleros. -Alejandro, tiene usted los ojos rojos. ¿No durmió bien anoche?-, me preguntó, mientras se acercaba y tomaba la misma silla de ayer. Tenía un aspecto mucho más amigable e incluso se le notaba cierta felicidad en su cara. Volvió a atender a otros guerrilleros que se acercaron a la mesa, para preguntarle instrucciones. Mientras impartía esas instrucciones, yo lo miraba y buscaba en él algo que definitivamente me dijera que no me equivocaba enviando las cartas. Terminó de hablar con los guerrilleros y de nuevo me dirigió la palabra. -¡Estoy muy contento de volver a ver a mi madre después de mucho tiempo!Su comentario, zafado de su propia felicidad, me dolió. -¡A mí también me gustaría ver a mi mamá, Comandante!- le dije mirándolo para que entendiera lo que yo sentía. Se sintió incómodo y después no dudó en pedirme disculpas. -Yo sé que usted no está acá por su propia voluntad, Alejandro, pero después de todo lo que hemos hablado y de las cosas que le he contado de mi vida, es usted, en este momento, la única persona con la que puedo compartir mis
pocas felicidades. Después de eso, fui yo el que se sentía como un cuero ante sus disculpas. -Alejandro. Yo estaré en Bogotá por un tiempo de cinco días, lo primero que haré, inmediatamente llegue, será enviarle las cartas a su familia y esperar que ellos me den una respuesta. Sólo espero que las cosas salgan bien y que su familia no vaya a la policía o hagan algo que nos perjudique a los dos. Hoy, mientras me ayuda con algunas listas de cosas, también quiero que vaya escribiendo una carta a sus papás, recomendándome y, de igual forma, pidiéndoles todo tipo de prudencia. Después de salir del quiosco comenzamos a ir a diferentes partes del campamento, donde el Comandante hablaba con otros guerrilleros para saber qué cosas se necesitaban: jabones, implementos de aseo, revistas, libros, música, pilas, radios, dulces, cigarrillos de todas las marcas, en fin, todo este tipo de cosas eran las que más se solicitaban. Yo caminaba detrás de él, parecía una secretaria tomando nota de todo, y el Comandante cada vez con un paso más rápido. -Alejandro, yo creo que media hora más, y terminamos. Después volvemos al quiosco yo reviso la lista, mientras usted termina las cartas. Sin dejar de caminar y sin tenerme que mirar me daba instrucciones. Hoy se sentía un calor muy fuerte y la humedad hacía insoportable la marcha. La bolsa en la que tenía mi cuaderno y mis papeles se deslizaba en la mano por el sudor. Cambiaba la bolsa, de una mano a otra, para secarme la que quedaba libre en el pantalón sin dejar de caminar. Llegamos al quiosco, nos sentamos: el Comandante en la misma silla, desde donde tenía un dominio visual de todo el campamento y yo enfrente de él. Para mi posición, el entorno visual eran unas tablas; unos bultos de arena; unas palas y alambre. Todo lo que era el material de construcción del hotel. Parecía
como si hubiéramos establecido, mentalmente, cuál era la silla que le correspondía a cada uno. -Alejandro, ya regreso, olvidé algo. Termine sus cartas mientras regreso. Me cambié de silla, quería tener una visión de todo el campamento; mientras él regresaba, miraba a todos los que estaban construyendo el hotel: guerrilleros, soldados y policías juntos. ¡Qué ironía!, pensé al ver semejante escena, sobre todo porque haciendo ese trabajo todos charlaban y se reían como si fueran amigos de toda una vida. Volví a abrir la bolsa, para sacar nuevamente el cuaderno y los otros papeles. Mirando las cosas que quería escribirles, me encontré con algo que escribí el segundo día del secuestro. Quiero que lo tengan muy presente y lo guarden. No sé qué pueda ser, no sé si es poema, no sé si es un pensamiento, pero les aseguro que es lo que se siente cuando se está en combate luchando por el país. Para mi mamá y para Luisa, espero sepan perdonarme, nuevamente, por querer convertirme en soldado profesional. … Aunque nuestras mujeres tengan que llorar y besar lápidas y sus lágrimas estén llenas de todos los porqués de la injusticia, que nunca tendrán respuesta. Aunque las flores y coronas a nuestros restos nunca devuelvan ni tiempo ni comienzo. Aunque piernas y brazos ya solo sean un recuerdo de lo que fuimos… Aunque nos lleven a la guerra sin dormir y sin comer. Aunque nadie nos pregunte si sentimos miedo. Aunque nos tengamos que esconder para llorar. Aunque solo veamos el sol en medio de la selva. Y… Aunque dejemos de ser hombres para convertirnos en recuerdos… Sin embargo, si pasa lo justo y lo injusto, solo quiero tener la certeza de que mi
entrega, mi lucha y mis privaciones solo sean para que ninguna mujer, en el futuro, abrace el sordo y frío mármol. Para que las flores sean al regreso de todos nosotros, y no a nuestra partida. Que mi causa sea justa, para que nadie tenga que aprender a caminar con hierro donde antes había piel, para que se nos permita ser hombres con pan y sudor al final del día, no hombres con hambre y frío. Para que todo esto cambie: ¡Le ruego a Dios me permita volver a nacer, las veces que sean necesarias, para volver a luchar! … Yo no sé qué tipo de carta deba escribirles; todo lo que les he escrito es más que una carta, todo demuestra lo que vivo y pienso cada día que estoy acá, pero de todas formas les pido que no juzguen mal al Comandante Julián, sobre todo, si en algún momento se llegan a ver con él. La vida los puso en otras circunstancias muy diferentes a las mías y a las de cualquiera. En este momento, lo veo regresar, voy a doblar las hojas… Llegó con un semblante mucho más feliz que el que tenía esta mañana, incluso regresó sin su fusil y sin el uniforme. -Alejandro, le tengo dos noticias, una buena y una…-. Se quedó mirándome maliciosamente, para que yo le preguntará sobre la segunda noticia, porque siempre es una buena y una mala. ¿Qué podría haber pasado? -¡No sé, Comandante! ¿Qué pasó? Si quiere comencemos por la mala, siempre que se tienen dos noticias es una buena y una mala. -¡No, hombre! ¿Siempre es usted así de pesimista con todo? Son dos noticias: una grande buena y la otra, no tan grande como la primera, pero también buena.
-¡Hable de una vez por todas, Comandante!
No me ponga en suspenso,
porque ya tengo el estómago lleno de piedras. Se reía mientras abría su mochila para comenzar a buscar algo, de repente, sacó dos latas de cerveza que, además, se veía que estaban frías. -Tenga, Alejandro, porque vamos a brindar por la segunda noticia. Estiró su mano para ofrecerme la lata de cerveza. Nunca me gustó mucho la cerveza, pero dadas las condiciones y el calor, cualquier bebida fría hubiera sido un placer. -¿Cuál es la segunda noticia, Comandante?- le pregunté mientras me tomaba el primer trago de cerveza. -Bueno, la segunda noticia es respecto a las primeras cartas que todos ustedes escribieron con el papel que se les dio. Esas cartas ya las repartieron, hoy en Bogotá, a todos los familiares. Me imagino que alguien de su familia viajó a la capital para buscar las suyas y, si tenemos suerte, antes que yo regrese, podré traerle noticias de ellos. De todas formas debemos seguir el plan que le dije desde un principio. El primer sorbo de cerveza que tomé se me quedó entre la boca y el estómago, ni bajaba ni subía y comencé a sentirme ahogado hasta que pude toser. -Tranquilícese, Alejandro, si se muere ahogado acá, eso sí sería ridículo y paradójico. Sobre todo con una cerveza. Logré normalizar la respiración, pero no dejaba de toser y quería volver a hablar. -¿Cómo va a hacer, Comandante, después de llegar a Bogotá?- Aún seguía tosiendo.
- Como pensaba hacer desde un principio. Yo envío, por correo, las cartas que usted me entregue más tarde y seguro que si alguien de su familia, aún está en Bogotá querrá contactarse conmigo. A propósito, Alejandro: ¿Ya les escribió a sus papás para que sean muy prudentes? -Ya les he escrito algunas cosas, pero de inmediato les escribiré pidiéndoles mucha prudencia y silencio. Me llevé a la boca otro sorbo de cerveza más grande que el primero, para sentir que tenía la suficiente fuerza de plantearle al Comandante una última pregunta que me hiciera sentir más liviano y sin tanta preocupación por lo que estábamos haciendo. -Comandante… -¿Si? ¡Dígame, Alejandro! -¿Puedo confiar plenamente en usted? ¿Puedo poner a mi familia en sus manos y estar seguro de que esto no es una trampa? -¡Téngalo por seguro, Alejandro! Terminamos de beber. Él organizaba sus cosas en su mochila y yo seleccionaba y arrancaba del cuaderno las hojas que debía entregarle. -¿Debe viajar hoy, Comandante? -En la tarde, al final de la tarde. Tiene usted, todavía, tiempo de escribir todo lo que quiera, yo me quedaré acá leyendo un poco sin perturbarlo. ¿Le parece bien? -¡No hay problema, Comandante!
Siento nudos en la cabeza y en las manos para escribir. La idea de saber que ya les entregaron las primeras cartas me produce una ansiedad incontrolable. En la mente, igual que el día cuando cavaba la zanja, me imaginaba la entrega de cartas, hoy con mayor razón, porque el Comandante me acaba de decir que esas cartas han sido entregadas. ¡Estoy bien! ¡Estoy vivo! Secuestrado, pero vivo. Quiero decirles unas últimas cosas, antes que el Comandante se vaya… Papá: solo te pido que seas un poco comprensivo con el Comandante, si él quisiera dejaría de ayudarnos a comunicarnos. Mamá: te pido para que controles un poco a mi papá, él con el temperamento que tiene sería capaz de cometer cualquier locura y eso puede ocasionarle problemas al Comandante y ni qué decir de lo que me podría ocurrir a mí. Por último, quiero que abraces fuertemente a los abuelos y a Sergio de mi parte. Luisa: ¡Hola! Estas vacaciones forzosas no estaban en mis planes. No estaba en mis planes, tampoco la idea de tener que imaginarte todas las noches y de hacer esos viajes nocturnos hasta llegar a tu casa. Pasan muchas cosas diariamente, cosas que te sorprendería ver, pero te aseguro que no te pierdes de nada. Recuérdame, mientras vuelvo, de la forma que más te guste; del recuerdo más vivo que tengas de mí, no importa si es de los más viejos o de los últimos, pero enróllate a esos recuerdos si aún me quieres, si todavía me quieres a tu lado… … Así lo he hecho todas las noches, y funciona. Sé que no tienes el mismo tiempo que tengo yo en este lugar y que mi recuerdo tal vez disminuya todos los días en tu vivir. Yo recuerdo, todo el tiempo, para quererte y para vivir,
porque este lugar es tan muerto, que podrías llegar a anular tu mente y tus emociones sin darte cuenta. Podrías poner en blanco todo lo que sientes, sin martirizarte durante largo tiempo. El tiempo acá es perverso: algunas veces no lo sientes y otras veces lo cargas. Sé que soportar y aguantar es una dura forma de vivir, que lo mejor que puedes hacer es enterrar mi recuerdo y partir. Éramos cómplices: de nuestros planes y de nuestras vidas, y hoy, por esa misma complicidad, que nos enamoró, te pido que seas fuerte, porque yo sé que regresaré, tarde o temprano, pero lo haré y quiero tener esa seguridad acompañada de tu palabra. Te amo mucho: Alejito.
-Alejandro, debo partir. ¿Están listas sus cartas con las recomendaciones pertinentes para su familia?-. Había guardado su libro y ya estaba listo para irse. -¡Sí, señor! Ya tengo todo listo. ¿Tiene usted algún sobre, Comandante? -Conseguí uno cuando fui por las cervezas, son muy escasos, pero logré conseguir uno. Para cuando regrese de Bogotá le traeré algunos. ¿Le parece bien, Alejandro? Si el Comandante intentaba remediar su pasado con todo lo que estaba haciendo por mí, creo que es suficiente. Miré todas las hojas, quería volverlas a leer antes de doblarlas y meterlas en el sobre, lo cerré y sin ningún asalto de duda escribí la dirección de la casa. ¡Que Dios me ayude! Fue lo último que pensé cuando terminé de escribir la dirección. -Quédese tranquilo, Alejandro, yo lo envío inmediatamente llegue a Bogotá.
El cuaderno quedó sin ningún escrito: todas las hojas las arranqué para meterlas en el sobre y me siento como la primera vez cuando me dieron las hojas en blanco: no sé qué volver a escribir. Me despedí del Comandante Julián dándole la mano y le deseé mucha suerte. Después me quedé unos minutos sentado pensando en todo y en nada, mirando el cuaderno. Debo guardar, como de costumbre, todas las cosas dentro de la bolsa e ir a reunirme con los otros secuestrados para reclamar la ración de comida. Hace ya más de cuatro horas que se fue el Comandante, me pregunto: ¿dónde irá? o ¿ya llegaría a su casa? Cuando regresé con los otros secuestrados me recibió Peque con comentarios de burla como es su costumbre. Comenzó diciéndole a los otros guerrilleros: -“¡Abran paso! ¡Abran paso señores! Comandante Julián?”
¿No ven que es la nueva secretaria del
Guerrilleros, policías y soldados reían mientras
hacíamos fila para pedir la comida. Acá estoy, después de comer: escondido para que nadie me vea escribir. Creo que esta vez sí tendré el tiempo suficiente para pasar todos los escritos pequeños que tengo en la bolsa más pequeña. Pasaré solo uno o dos, porque esta noche sí me siento muy cansado y estoy seguro de que mañana trabajaré en el hotel. ¡Ojalá poder despertar cuando hayan pasado cinco días! *** Primer día: para cuando llegue de nuevo el Comandante Julián, voy a estar muerto, si Peque me sigue poniendo a trabajar como a un esclavo. No siento ni mis brazos ni mi espalda ni mis piernas, incluso siento que respirar es un esfuerzo. Hoy, junto con los otros soldados del grupo antiguerrilla, cargamos los postes de madera que servirán como bases del hotel. El calor, hoy, fue asfixiante y con mucha humedad y Peque lo hacía más insoportable con todos sus gritos: “Esto debe estar listo para cuando regrese el Comandante Julián.
Secretaria, ¿no le parece que debe ser así?”, me decía mientras seguía su burla. Me pregunto cómo estará el Comandante, pero sobre todo, si ya envió las cartas. Pensar que aún faltan cinco días para tener alguna noticia me parece eterno. Si esta noche no les escribo, no quiero que piensen que es flojera. No logro concentrarme por imaginar lo que pueda estar pasando con las cartas, además del cansancio que tengo en los brazos y en todo el cuerpo. Segundo día: anoche me dormí soñando que ya estaban leyendo mis cartas y me divertía imaginando la cara de todo el mundo ante tantas hojas, pero también lloré cuando los imaginaba llorar. Así me quedé dormido. Hoy, como por variar, Peque gritó a todo pulmón las cosas que debíamos hacer, e incluso estaba un poco más ansioso, talvez porque es el único a cargo de todo mientras regresa el Comandante. En la tarde, llegó un grupo nuevo de cinco guerrilleros con otros tres jóvenes que no hablan muy bien el español, se veían perdidos y cansados, pero no los volví a ver en todo el día. Creo que deben ser civiles secuestrados. Hoy estuve pensando en Sergio mientras hacía huecos y sacaba tierra, la verdad no sé por qué, simplemente recordaba cuando lo llevó su papá muy pequeño a la casa, porque la tía Mónica estaba muy enferma y no podía cuidarlo. Recuerdo que comenzó a llorar cuando su papá se fue y le dijo que él tenía que ir a cuidar a la mamá al hospital. Después, para que no siguiera llorando, mi mamá nos llevó a comer helado al parque y a ver una película de caricaturas. Todos sabíamos cuál era el final que le esperaba a la tía Mónica, incluso yo que estaba muy pequeño, pero Sergio… … él siempre pensó que estaría en la casa solo por unos días.
Yo recuerdo perfectamente a la tía Mónica: Sus ojos verdes, como los de mamá, con gestos muy graciosos que nos hacían reír a todos, su figura delgada, sus cabellos negros sueltos todo el tiempo y su sonrisa permanente. Siempre la recordaré así, porque son los recuerdos que siempre he tenido de ella. Recuerdo muy bien esa noche que estábamos todos comiendo, cuando Sergio, después de tres años de la muerte de la tía Mónica, se puso a llorar de un momento a otro hasta que dijo que no recordaba nada de su mamá. Nos quedamos como piedras, papá no sabía dónde esconderse, y yo… … ni qué decir: me quedé mudo, solo tenía ocho años. Teníamos la misma edad, habíamos nacido el mismo año y me dolía mucho ver que eso le estuviera ocurriendo a mi primo, pero mamá, con la serenidad de siempre, se levantó de la mesa, fue a la biblioteca y volvió con un álbum de fotos para que Sergio se sentara sobre sus piernas y ella le fuera explicando cada una de las fotos que le mostraba. Papá y yo comenzamos a acercarnos disimuladamente para ver también las fotos. Nunca las habíamos visto: fotos de mamá y la tía Mónica cuando ellas aún eran solteras y vivían en Medellín. Eran fotos en donde se veía que mamá, aún siendo mayor, y la tía Mónica eran inseparables y muy buenas amigas… … recuerdo que para mamá también fue muy duro cuando ella murió. Esa noche, me di cuenta de que Sergio se quedaría viviendo con nosotros, porque mamá lo abrazaba y le decía que ella también era su mamá. Todo terminó en risas y burlas cuando comenzamos a ver las fotos donde estaban disfrazadas… … fue una noche muy recordada por Sergio y por mí. Esa noche cuando mamá apagó la luz de la alcoba y cerró la puerta, le pregunté si quería ser mi hermano y él, sin dudar, alargó la mano desde la cama de arriba y me dio un sí para toda la vida.
Tercer día: anoche fue más tranquilo todo, no me sentía tan ansioso ni tan cansado, además los recuerdos de la tía Mónica y Sergio me dieron una inmensa calma. Hoy trabajamos como de costumbre: haciendo huecos y poniendo postes. La tarde fue la más sorpresiva para todos nosotros porque presentaron como nuevos guerrilleros a los muchachos extranjeros que llegaron el otro día. ¡Nadie lo podía creer! ¿Cómo pueden existir personas en el mundo que crean en semejante estupidez de ideología guerrillera? Pareciera ser que para ellos esto es un juego. Lo tienen todo en sus países, pero su afán por nuevas experiencias los conduce a cometer este tipo de estupideces fuera del alcance de un juicio justo. Sé que ya estoy hablando como papá o el abuelo, pero es una locura todo lo que vemos acá diariamente. Nosotros nos queremos ir y ellos vienen aquí por su cuenta. Solo faltan dos días y sé que son dos, porque Peque gritaba como loco pidiendo avance en el hotel, para cuando llegara el Comandante Julián. Cuarto día: no sé si nuevamente es la ansiedad o qué, pero no siento cansancio ni ganas de dormir. Hoy Peque estuvo un poco más calmado, porque todo el mundo trabajó fuertemente en estos días y los avances en el hotel son muchos, aunque para mí eso sigue siendo un corral. “Mañana comienza la Navidad”. Eso fue lo que dijo un policía hoy mientras hacíamos la fila para la comida. Nadie lo recordaba, nadie estaba llevando una cuenta de fechas y días, todos lo hicimos en un principio, pero después nos dimos cuenta de que era mucho más agónico contar los días y las fechas. ¡Solo espero no tener que pasar la Navidad en este lugar! Quinto día: miré el Sol todo el santo día, para intentar adivinar la hora. Al medio día, en la hora de almuerzo, me acerqué a Peque para saber algo sobre la llegada del Comandante Julián; no podía preguntarle directamente, porque la última vez yo tampoco había querido responder a sus preguntas y por eso me mandó a sacar agua toda una tarde.
Mi táctica fue más compleja: exalté el trabajo y la distribución de los postes del hotel, haciendo comentarios en voz alta para que él los escuchara, después cuando me sentí seguro de captar toda su atención, le pregunté si había sido él quien diseñó el hotel. -¡Claro que sí, soldado!
Se sentía orgulloso de dirigir la construcción de
semejante gallinero. -Yo creo que al Comandante Julián le va a gustar mucho todo el avance que hemos logrado, gracias a su coordinación-, le dije, adulando su trabajo, haciéndolo pensar que ninguno de nosotros hubiéramos sido capaces de hacer algo así, si no fuera por su ayuda. -A propósito, Comandante: ¿cuándo debe llegar de nuevo el Comandante Julián? El solo haberle dicho Comandante era el gesto más hipócrita que no me hubiera permitido en otro momento, pero la ocasión lo ameritaba. Yo no podía seguir mirando el Sol para adivinar las horas y quería saber algún dato exacto y Peque era el único que podía darme esa información. -El Comandante Julián debe llegar hoy en la noche. Pero me parece raro que usted, siendo su secretaria, no sepa cuándo llega-. Fuertes risas por parte de todo el mundo, pero por haber tenido la información no me importaba, por el contrario, también me reí cínicamente para limar asperezas con Peque. Siempre me toca esperar a que todos estén dormidos para comenzar a escribir, porque si me llegan a ver me piden papel o incluso me pondrían a escribir como lo hace el Comandante Pérez, pero cada día habla menos y su corpulento cuerpo ya comienza a verse más delgado y su mirada perdida y demacrada. Él dice todo el tiempo que estamos acá por culpa suya, porque si no hubiera hecho caso de las órdenes, nos hubieran castigado, pero estaríamos libres y sin ningún muerto por su responsabilidad. Todos le hemos dicho que era cumplimiento del deber, que era el juramento que habíamos
hecho ante Dios, la patria y la bandera, pero de todas formas él carga sus culpas desde el día del combate. El Comandante Pérez siguió al lado de Arango, para darle ánimos y para hablar por radio. -¿Base, base? ¿Me copia, me copia? ¡Operación incompleta! ¡Operación incompleta, base! ¿Base, me copia? ¿Base…? ¡Qué mierda de radio! Continuaba dando órdenes, con las manos, de aguantar y quedarnos en silencio, mientras los guerrilleros continuaban con sus insultos: “¡Salgan perros! ¡Salgan hijos de puta!”. ¡TAZ! ¡TAZ! ¡TAZ! Ya nos habían ubicado y nos disparaban con una de las M60 mientras que con la otra seguían disparándole al avión fantasma. Por fortuna, me encontraba detrás de una piedra, porque una sola bala de M-60 puede atravesar el cuerpo de una vaca. -¡Acá, base! ¿Coordenadas de ubicación? El Comandante Pérez daba las coordenadas y repetía… -¡Operación incompleta, base! ¡Operación incompleta, base! ¡Estamos siendo atacados! ¡No pudimos llegar al objetivo! ¡Repito: no pudimos llegar al objetivo! -¿Base, me copia? ¿Base, me copia coordenadas? ¿Base?
Se quedó
sujetando fuertemente el radio con las dos manos, mientras se lo puso en la frente. Sostenía su cuerpo con los codos en la tierra y con la cabeza inclinada hacia adentro. Era una escena de impotencia que no imaginé llegar a ver en el hombre que nos había entrenado. -¡Agáchese bien, Comandante!- le decía Arango al Comandante mientras le ponía la mano en el casco para que le entendiera. En menos de cinco minutos ya era Arango quien tenía que ayudarle al Comandante. ¡Qué ironía!
*** -¡Buenos días, Alejandro!-. Quedé sentado de un solo salto. Era el Comandante Julián quien me despertó esta mañana. -¿Cuándo llegó, Comandante? Anoche me quedé esperando que usted llegara, a decir verdad, lo he esperado desde que se fue. -¡Tranquilo, Alejandro, tranquilo! Le traigo muy buenas noticias, pero antes debo darle unas instrucciones a Peque. Espéreme en el quiosco, yo llego en algunos minutos. Me levanté aún aturdido, pero contento. Todo me daba a entender que las cosas, tal cual como las planeó el Comandante, habían salido bien. Recogí la bolsa con el cuaderno y las otras cosas, después tomé agua de panela con pan y me fui de inmediato para el quiosco. En el camino al quiosco intentaba adivinar cuáles serían las buenas noticias. Cuando llegué tuve que esperarlo un rato, pero al contrario de las otras veces, esta vez no saqué el cuaderno ni los otros escritos para pasarlos; me senté y esperé a que él llegara. ¡Ah sorpresa la que me llevé los primeros minutos! Llegó convertido en un diablo y con la cara totalmente roja por la ira. Era como volverlo a ver cuando discutimos la primera vez, bajo el árbol, y que se brotaba la vena de la frente por las cosas que yo le decía, pero en esta oportunidad él estaba parado al frente de la mesa y yo levantaba la cabeza para mirarlo y escucharlo.
-¿Cómo es posible que en países más avanzados exista gente tan bruta de venir a meterse y matarse en esta guerra?-. No tenía que preguntarle nada, ya sabía por qué era su rabia: los extranjeros que habían llegado al campamento como nuevos guerrilleros. -Perdóneme, Alejandro, pero esto es inaudito, esto es una locura. Si yo hubiera estado acá cuando llegaron los hubiera devuelto, pero ya no puedo hacer nada-. Tomó la silla y se sentó. -Yo sé que a usted, en este momento, lo que menos le interesa son los extranjeros, pero haberme encontrado con ellos hace un rato me descompuso el día. Tenía razón, toda la razón: no me importaban para nada tres jóvenes jugando a descubrir el mundo en esta guerra. -Bueno, Alejandro ¿Quiere que le cuente todo? -¿Comandante, siempre tiene usted la misma pregunta para contar una historia? -¡Sí!-. Y sonrió por un instante. -Es algo que aprendí de mi padre. Yo amaba tiernamente a mi padre, pero lamentablemente me di cuenta cuando él murió. “Mi madre era una figura matriarcal muy fuerte y era dura, nunca maullaba palabra o gesto alguno que demostrara un sentimiento: todo era orden y disciplina, era una buena dosis contra la holgazanería, pero en ocasiones se tornaba arbitraria. Hoy en día, sus vivencias le han desportillado su carácter, pero no se lo han derribado”. Mientras lo escuchaba pensaba: era lo único que me faltaba. El Comandante volvió hecho un mar de ternura y de elocuencia. Yo solo quería otra historia: la de las cartas.
-Alejandro… -¿Sí, Comandante? Continúe, yo lo estoy escuchando. ¿Cómo podía haberme vuelto tan falso en tan poco tiempo? De todas formas era un relato que él quería contarme y que lo tenía como base para otras cosas, pero solo pude darme cuenta hasta el final… -Mi padre era mucho mayor que mi madre. Se casó siendo un viejo, nos tuvo, a mí y a mis hermanas, siendo viejo y nos crió siendo viejo. Es una forma muy distinta de educar hijos, porque cuando se es un viejo, la educación y las palabras son más indulgentes, indulgencia y calma que solo la dan los años, Alejandro. Yo le corría a la correa de mi mamá… -Yo se la escondía a mi papá, Comandante. Lo recordé y por eso lo dije, interrumpiendo la historia que él contaba. -Yo también lo hice, incluso, nunca más la volvimos a encontrar. “Mi madre, a diferencia de muchas mujeres, era capaz de guardar un escarmiento durante varios días, porque acostumbraba decir que las cosas malas que se perdonaban se olvidaban y que el perdón, donde era necesario el castigo, tenía como resultado la pérdida del respeto, pero que un buen escarmiento o un buen castigo nunca se olvidaban y era contribución a la responsabilidad de una persona en el futuro. “Ella era capaz de pararse toda una tarde esperando a que yo saliera, cuando me metía bajo la cama: “Julián, aún la tenemos pendiente y de acá no me muevo hasta que no salgas”. Esa era mi madre, Alejandro: ¡Un roble! ”Mi padre, en cambio, cuando llegaba y veía semejante escena de abuso de autoridad de mi madre, se sentaba sobre la cama y murmuraba: “Juli, hijo, sal, no te pasará nada. Estoy yo aquí”. Alejandro, cuando conocí a su papá, todos
esos recuerdos de mi padre volvieron a mí. Cubiertos y plenos de remordimientos, yo los tenía muertos, pero volvieron a mí”. Solo puedo decirles que quedé frío. Yo tenía en mente solo intercambio de cartas para esta vez, pero él ya había conocido a mi papá y quién sabe de cuántas cosas hablaron entre él y ellos, para que el Comandante volviera recordando todo el tiempo a su padre. -¿Comandante, usted conoció a mi papá? ¡No lo puedo creer! -Sí, Alejandro, yo conocí a su papá, a su mamá y a su novia. -¿Qué?-. Era lo mínimo que podía preguntar. Lo poco que él me decía por el momento, no era ni la mitad de lo que me imaginé en cinco días. Más o menos así fue el primer encuentro que él tuvo con ustedes. Lo escribiré para no olvidarlo, aunque olvidar todo esto sería casi imposible. Cuando me vio un poco más calmado y dispuesto a escucharlo sin interrumpirlo como había hecho cuando contaba la historia de su padre, entonces comenzó. -Yo cumplí mi palabra, Alejandro. Llegué a casa de mi madre y entrada por salida fui al correo para enviar sus cartas. Tuve que abrir el sobre que usted mismo selló y marcó, lo hice para poner un trozo de papel con mi nombre y el número de teléfono de la casa de mi madre: ese fue un gran riesgo pero debía hacerlo. Las cartas las envié por el servicio más rápido que encontré para que llegaran el mismo día o en la mañana siguiente. Le aseguro que ni por curiosidad miré sus cartas, si usted cree que lo hice al momento de poner mis datos. -Tranquilo, Comandante, no hay problema por eso-. Yo le creía todo lo que me estaba contando, mientras seguíamos sentados.
-En las veces cuando puedo visitar a mi madre, tenemos por costumbre tomar el desayuno muy temprano. Hablamos de todas las cosas y nos ponemos al tanto de nuestras vidas. Por regla general, comenzamos antes de las cinco de la mañana y hablamos hasta pasadas las ocho. “Yo estaba terminando de contarle a mi madre toda su historia, Alejandro, y sin ser las siete de la mañana sonó el teléfono. Mi madre es la única que contesta en su casa y a mí… a mí nadie me llama. ”Yo me quedé sentado en la mesa, mirando los cerros de Bogotá, que se ven desde un ventanal grande que tiene la casa de mi madre, mientras ella respondía: “sí señora, éste es el numero que usted marcó”. De inmediato supuse que era su mamá. “Mi madre, cubriendo el teléfono, antes de dármelo, me dijo: “Es la mamá del joven que me contaste, Julián. Está llorando y yo la siento muy nerviosa”. “Le juro, Alejandro, que por un momento pensé en no hablarle, colgar el teléfono e inventarle a usted alguna excusa para cuando volviera, pero tan pronto logré escuchar los llantos de su madre por el teléfono, me sentí totalmente derrumbado y arrepentido con esta causa que hoy no conduce a nada y a mí me robó los mejores años de mi juventud caminando por la selva. “Tomé el auricular, con más dudas que palabras de consuelo para su mamá. Cuando dije: aló, me respondió una voz más segura, pero aún ahogada en el llanto. “-¿Comandante Julián? “-¡Sí, señora! “-Habla con Clara, la mamá de Alejandro Uribe. Mi esposo me llamó anoche para contarme que habían llegado unas cartas escritas por Alejandro, en las cuales habla mucho de usted. Mi esposo me las leyó anoche mismo por
teléfono, porque yo estoy acá en Bogotá. Viajé con Luisa, la novia de Alejandro, para recoger las cartas que trajeron los delegados de la Cruz Roja y debíamos regresar hoy mismo a Medellín, pero con la llamada, anoche, de mi esposo, hemos decidido cambiar de planes. Incluso mi esposo tomó el primer vuelo esta mañana desde Medellín. “Comandante: Alejandro reiteró muchas veces, según me dijo Ignacio anoche, que fuéramos prudentes y no habláramos con nadie más sobre esto. Nosotros solo queremos saber si Alejandro se encuentra bien. Yo le juro, por la vida del propio Alejandro, que nosotros no diremos a nadie más sobre estas cartas y su existencia. “-¿Aló, Comandante? “-Sí, doña Clara, acá estoy y la sigo escuchando”. -Alejandro: yo seguía mirando los cerros de Bogota, y también miraba cómo los primeros vendedores ambulantes que trabajan cerca del estadio comenzaban a llegar para trabajar vendiendo sus cosas a las personas que van los domingos a fútbol. Toda la vida viví cerca del estadio y nunca fui a fútbol. “Su mamá me dio la hora de llegada del vuelo de su papá y después me dijo que querían verse conmigo para hablar, que donde yo quisiera y a la hora que quisiera. Acordamos una cita para las dos de la tarde, les dije cómo estaría vestido y les describí un poco mi aspecto físico, para que no tuvieran problema en reconocerme. Lo mismo hizo su mamá. ”Cuando colgué el teléfono, mi madre estaba sentada, con las manos cruzadas sobre las piernas y apretando fuertemente unas llaves, para evitar el llanto. No se perdona que la vean llorar, sin embargo, ese día tenía los ojos llenos de lágrimas. “-Nunca es tarde, Juli, nunca es tarde para las buenas acciones. Tu padre puede comenzar a descansar en paz”.
-Alejandro, si son tres, no son cuatro las veces que mi madre me ha llamado Juli; por el contrario, mi padre siempre me llamó así. No daba crédito a lo que escuchaba. Yo también sujetaba con fuerza la silla y me mordía los labios y la lengua para no llorar por las cosas que me estaba contando el Comandante. -Después de hablar con su mamá, me bañé y me vestí, no eran ni las nueve de la mañana y ya estaba listo, entonces mi madre al verme un poco nervioso me invitó para acompañarla a comprar algunas cosas y caminar un poco. Por seguridad, nunca salgo mucho cuando la visito, pero los nervios me hubieran matado quedándome encerrado. “Cuando, era mediodía, resolví tomar mis cosas y salir para llegar con tiempo. En Bogotá, incluso los domingos, el tránsito es una locura. “Llegué y todavía faltaba una hora para que sus papás llegaran, entonces busqué un lugar donde tomar algo y que no estuviera muy lejos del punto de encuentro. Cruzando la calle, había una cafetería, me pareció un buen lugar para esperarlos y los podía ver cuando ellos llegaran. “Me senté, mirando todo el tiempo hacia la calle, pedí un café, y mientras traían el café, vi a una señora, con la descripción que me dio su mamá, bajarse de un taxi. Con ella se bajaron una joven y un señor. No tenía la menor duda: eran sus padres, Alejandro”. No sé por qué la vida me escogió para que el Comandante hiciera esto o comenzara a cambiar su vida, pero creo que de todos los que estamos acá, soy el menos digno para recibir esta clase de favores de la vida. Levanto mi cabeza e incluso en medio de esta oscuridad miro algunos soldados y policías y creo que ellos merecen más esta oportunidad.
Yo no me moví de la silla, ni para limpiarme el sudor que me bajaba por la cara el pecho y la espalda; solo quería que el Comandante dejara de enriquecer su encuentro con detalles que para mí sobraban, pero que de todas formas quería escuchar. -Ellas comenzaron a mirar para todas partes, mientras su papá le pagaba al señor del taxi. Me puse de pie sin moverme de la mesa y moví los brazos para que ellas me vieran. El señor del taxi me vio hacer las señas con las manos mientras su papá buscaba el dinero para pagarle, y cuando él fue a pagarle el señor me señaló y le dijo a su papá
que desde la cafetería les estaban
haciendo señas. “Cuando llegaron a la mesa, la primera reacción de su mamá fue abrazarme y darme las gracias. Me dijo que ella agradecía con toda su alma lo que yo comenzaba a hacer por ellos; su padre, de forma un poco mas reservada también me lo agradeció y después me presentaron su novia: muy bonita, entre otras cosas, Alejandro. “Su papá fue directo a las preguntas después de sentarnos y ordenar otros dos cafés y un té. “-¿Por qué nos quiere usted ayudar, Comandante?-, mientras sacaba todas las hojas de cuaderno que usted les escribió. “-Ignacio, Alejandro ya lo explicó en las cartas-, le dijo su mamá mientras le tomaba la mano sobre la mesa, para que se tranquilizara, pero la rabia de su papá se desbordaba en lágrimas. “-¿Qué le hemos hecho nosotros a su estúpida guerrilla, Comandante? ¡Dígame! “-¿Qué les hemos hecho nosotros, para que ustedes tengan secuestrado a nuestro único hijo? ¡Dígamelo, por Dios!”.
-Alejandro, era la primera vez que un hombre que no está
vestido bajo
ninguna ideología o partido político me hacía una pregunta con tanta autoridad moral y yo no pude responderle. Años de mi supuesta lucha no tenían ninguna respuesta para su papá. “El ambiente tomó otro rumbo, cuando su novia, que no había dicho nada desde que llegó, se quitó las gafas oscuras para preguntarme por usted. “-Comandante, ¿cómo está Alejandro? ¿Está bien? ¿Está herido? Cuando el Comandante nombró a Luisa, fue el punto donde no soporté quebrarme y sin ninguna vergüenza me limpié las lágrimas con la camiseta. -Sus papás me miraron esperando que yo comenzara a hablar de usted. “-Él está bien, goza de buen estado físico y en ningún momento fue herido en combate. Es un poco grosero e irónico en sus respuestas y comentarios, pero es un buen muchacho”. Cuando me contó esa parte, el llanto se me convirtió en risa y le pregunté por qué había dicho eso. -¿Eso piensa usted de mí, Comandante? -Alejandro, ¿le parece poco cuando me dijo que podía orinar desde el árbol?No podía discutir ante semejante argumento. -Seguí hablando de usted durante largo tiempo, de las conversaciones que hemos tenido; de la forma como le conseguí el cuaderno; de Peque; del campamento y del diario vivir acá. “Cuando terminé de hablar, estábamos todos más tranquilos, incluso su papá. Después su mamá, que en ningún momento fue hostil, me miró y me dijo.
“-Alejandro tiene razón: tiene usted cierto aire al Che Guevara-. Su papá, que tuvo la cabeza gacha y los brazos cruzados mientras yo hablaba, levantó la cabeza. “-Clara tiene razón, es usted un poco parecido a él. -Alejandro, no le puedo negar que fue una situación difícil, pero que al final logramos concretar algunas cosas. -¿Qué cosas, Comandante?- Definitivamente, por todo lo que él me contó, estoy seguro de que mi imaginación nunca hubiera llegado tan lejos. -Cálmese hombre y déjeme terminar de contarle todo. “Después de hablar de usted me preguntaron qué le podían enviar conmigo. Les dije que lo único que podía traerle sería cartas de ellos y otro cuaderno para que usted continúe escribiéndoles. Me preguntaron si era posible volvernos a ver el otro día, para tener tiempo de escribirle las cartas y comprar el cuaderno, además su mamá tenía la cara cansada y muy demacrada por todas las sensaciones que había soportado en tres días desde que llegó a Bogotá. Me contó todos los problemas que tuvieron para reclamar sus cartas en la sede de la Cruz Roja y la cantidad de personas que había. Tuvieron que esperar todo un día, para que les entregaran a ellas las primeras cartas que usted les envió con los delegados de la Cruz Roja. Su papá ya estaba más sereno al final de la tarde, y con una mejor actitud para la conversación, y comenzó a contarme un poco más sobre su vida y lo que habían sido los días posteriores a la noticia de su secuestro. -¿Qué le contó mi papá, Comandante?
Le pregunté porque, imaginarme a mi papá, toda una vida entregado de sol a sol al trabajo de la finca y a sus otros negocios, hablando de sentimientos y hablando de mí eso ya era el fin del mundo. -Ya voy a terminar. Cómo es usted de pesado, Alejandro, no se puede quedar un minuto sin hacer una pregunta o sin interrumpir con sus ironías. -¿Y dónde están las cartas, Comandante? -¡Espere! Déjeme terminar. En ningún momento he dicho que tengo cartas para usted. ¿Usted me ha visto cartas o me escuchó de traer algo? Era cierto que lo estaba ofuscando con mis preguntas y mis comentarios, pero su situación no era la mía, ni viceversa. Me apoyé contra el espaldar de la silla y lo miré en silencio para que continuara hasta donde él quisiera llegar o terminar con su relato. -Les dije que no había ningún problema en volverme a ver con ellos al otro día en la mañana o a la hora que fuera más fácil. Su papá dijo que estaba bien en la mañana, porque en la tarde tomaban el vuelo de regreso para Medellín, pero su mamá insistió que si era necesario ella se quedaba con Luisa, el tiempo que fuera necesario en Bogotá para escribirle una carta. Nos despedimos y quedamos en vernos en la misma cafetería, la mañana siguiente. “Ya eran casi las siete de la noche cuando regresé a la casa de mi madre. Me abrió la puerta y me encontré con un rostro lleno de angustia y preocupación por lo que hubiera podido ocurrir; por instantes me imaginó preso o muerto a manos de algún familiar suyo. Era lo mínimo que podía pensar una persona en su situación. Para ella la tarde, también, fue muy larga y turbulenta. ¡Después de entrar y tranquilizarla un poco diciéndole que todo había transcurrido normalmente, nos sentamos a comer y le conté todo lo que había ocurrido con sus papás.
-Alejandro, esa noche, antes de quedarme dormido pensé mucho en usted, en su familia y en lo mucho que sufren ustedes a causa de los de arriba… -Comandante, sé que está cansado por mis interrupciones, pero ¿quiénes son los de arriba? -Hombre…, no me haga hablar más, porque con usted ya he ido demasiado lejos en todo. De todas formas él quería decir quiénes eran los de arriba; era cuestión de repetirle la pregunta y generarle confianza. -Comandante: usted mismo se ha dado cuenta de las cosas y las reconoce, que diga o no diga las cosas, en este momento, no cambia ninguna situación. Que soy grosero, irónico e irrespetuoso a la hora de hablar, puede ser cierto, pero que también puedo ser persuasivo con las palabras, eso no me lo niego. -El Secretariado de las FARC. ¡Los dueños de este mierdero! Para nadie es una mentira que son narcotraficantes, extorsionistas, asesinos a mansalva, terroristas y calumniadores de un sistema que bien o mal ha funcionado para sostenerles una guerra durante más de cincuenta años. “Aún no entiendo: ¿Por qué en algunos países europeos los consideran idealistas? Eso es lo más ilógico para mí. “Dígame una cosa Alejandro: ¿Qué puedo escribir en mi hoja de vida, para conseguir un trabajo: Comandante guerrillero y Psicólogo? ¿Dónde me pueden dar un empleo con esta experiencia? Por eso no tengo más opción que seguir acá. “Los del Secretariado han criticado toda la vida a la clase burguesa, pero si miráramos los sueldos dentro de la guerrilla, no encontraría usted por ninguna parte una igualdad salarial, desde todo el grupo del Secretariado hasta el
propio Peque que es bien ignorante. Yo entré con ideas de cambio, cuando sí eran necesarias, y hoy en día me encuentro al servicio de personas que no han terminado ni la primaria ni conocen el país. Algunas veces la persuasión me ha llevado a escuchar las cosas que no he querido y que después no sé cómo manejarlas. -¿O sea que después, en algún momento, usted logró terminar su carrera, Comandante? -Sí, Alejandro, con el tiempo y la perseverancia logré mi diploma y una maestría. Cada conversación con él, todos los días, es una sorpresa. Cuando estoy en este tipo de situaciones con el Comandante Julián o con cualquiera de todos los que acá estamos, me pregunto lo mismo: ¿Cómo haré, después de cada conversación, para escribirla en el cuaderno guardando todos los detalles? Y cuando llega la noche y puedo comenzar a escribir, los detalles viajan solos hasta mi mano. Les parecerá ridículo o tonto, pero para mí funciona así cada noche. Ya faltaba poco para que el Comandante terminara toda su historia… -El lunes, desperté temprano como de costumbre y desayuné con mi madre, aunque no sentía ganas de comer. Ella continuaba haciendo sus cosas, mientras no dejaba de mirarme, pero buscaba la oportunidad para lograr decirme algo, hasta que suspendió su café, se limpió la boca y me dijo: “-Julián, ya no puedes ni debes dudar de lo que comenzaste a hacer por ese joven y su familia. Ya no puedes decir no más, hasta que él quede libre u otras cosas lleguen a suceder”.
-No le respondí nada, Alejandro. Era algo que yo sabía, pero no me atrevía a decírmelo: solo hasta el final de esta situación usted y yo estamos comprometidos. Más que comprometido con el Comandante, no podía dejar de sentirme indigno de todo esto, no podía dejar de pensar en otras personas que sí merecen más este favor, pero tampoco, al igual que el Comandante, podía decir: ¡No más! -Tuve un retraso de diez minutos, para llegar de nuevo a la cafetería. ¿Le gusta el pan, Alejandro? ¡Pero el buen pan! Se lo pregunto, porque en esa cafetería venden un muy buen pan de mantequilla pura. Una cafetería clásica y elegante como las que aún quedan en Bogotá. -Sí, me gusta. -Bueno, no importa. Cuando llegué sus papás ya estaban en la misma mesa, y con sus maletas. Habían alcanzado a hacer todo lo que querían el día anterior, incluso escribirle sus cartas. El esfuerzo en ese momento para amarrarme la lengua fue casi doloroso. Si había cartas y ya podía estar seguro que el Comandante las había traído, pero aún no quería o no podía entregármelas. -Su papá era otra persona muy distinta esa mañana: mucho más amigable conmigo, e incluso llegó a preguntarme si yo también necesitaba algo. Su mamá hizo lo respectivo: sacó de una maleta un cuaderno grande, y dijo que era el más grande que había encontrado, y lapiceros de todos los colores. Después, su novia, me entregó otro cuaderno más pequeño que el de su mamá, y me dio las gracias por todo lo que estaba haciendo. “Nos despedimos después de entregarme las cosas, porque tenían el vuelo en dos horas. Su mamá, su papá y su novia se despidieron abrazándome y pidiéndome que lo cuidara mucho. Yo me quedé durante algún tiempo en la cafetería, porque no podía dejar de sentirme culpable por el dolor de ellos al
partir, pero le aseguro, Alejandro, que haré hasta donde yo pueda sin arriesgarlo a usted y su familia y sin arriesgar a mi madre”. Era ya mediodía, y tanto guerrilleros como secuestrados tenían que pasar cerca al quiosco; entonces el Comandante decidió que me entregaba las cosas al final del día, cuando el volviera de San Vicente, porque debía ir por algunas cosas que se requerían en el campamento para terminar el hotel. Yo quería, antes que nada, ver todas las cosas, pero era consciente de que podía ser muy sospechoso y peligroso para los dos.
Trabajé toda la tarde normalmente en el hotel, e incluso un poco más de lo normal, porque Arango, el soldado que les conté que manejaba el radio, se está comenzando a sentir enfermo y no deja de pensar en su sobrina. Yo le dije que estuviera tranquilo, porque el Gobierno seguiría pagando sus cosas normalmente hasta que él quedara en libertad. Después, mientras comía con Arango y lo tranquilizaba, llegó Peque acompañado de una de las nuevas guerrilleras extranjeras. -¡Soldado!
Esto se lo manda el Comandante, para que mañana trabaje
conmigo haciendo los dibujos del hotel. Por los poros respiraba felicidad de tenerme trabajando a órdenes suyas durante un día. Me lanzó sobre las piernas una pequeña mochila como las que usan los indios Wayuu y Arhuacos. Era la forma más inteligente que el Comandante Julián había encontrado para no despertar sospechas con las demás personas, incluso con Peque que me tiene entre ceja y ceja todos los días cuando hablo con el Comandante. Arango, sin parar de comer, me dijo:
-Uribe, a usted lo tienen de secretaria de todo el mundo acá. Entre la ingenuidad de Arango y la ignorancia y soberbia de Peque no se hace ni un almuerzo. Sin terminar de comer, me levanté y me fui al lugar donde escribo y duermo para poder ver todas las cosas. Cuando llegué me senté en el suelo y miré para todas partes, cerciorándome de que nadie me estuviera viendo. Metí la mano y lo primero que saqué fue un pan de mantequilla con una nota que decía: “Lo compré después que se fueron sus papás, pruébelo, es muy rico. Por último: de hoy en adelante hable de mí en sus cartas como Mercurio”. No tengo ni idea qué es Mercurio, pero si él lo dice, así lo debo hacer. Después encontré el cuaderno grande de mamá y los lapiceros que el Comandante me había dicho. Volví a abrir la mochila, pero esta vez mirando en el fondo y encontré un bulto en una bolsa plástica negra. Lo saqué y comencé a desenvolverlo. Era el cuaderno de Luisa: forrado en un cuero negro y con una correa negra que terminaba en un broche metálico para cerrarlo con una llave muy pequeña. Guardé todo dentro de la mochila, rompí la nota del Comandante y me comí el pan; más tarde cuando me sienta con las fuerzas necesarias comienzo a leer las cartas. He tenido una jornada muy larga que duró, casi, seis días…
6. CARTAS He leído tus cartas: una, dos, tres y cuatros veces y en cada una se me hace más difícil reconocerte y encontrarte. Nunca fuiste tan expresivo ni tan lleno de detalles como los que he leído, tanto en las cartas que me escribiste como en las de tu familia. Tengo una rabia mezclada con llanto, por lo tanto, no sé si odiarte o si debo amarte. Odiarte, porque nunca me decías aquellas cosas, aunque hubiera estado llena de risas y de burlas, siempre quería algo romántico. Toda mujer sueña momentos y palabras sentimentales en su vida, Alejandro. Te seguiré odiando, si para el día cuando vuelvas, no me llenas de las mismas palabras que has escrito. Te odio por no tenerte aquí, pero te amo por todas las cosas que hemos vivido juntos y por las cosas tan especiales que escribes. Nunca podrías imaginar cómo me destrozaste por dentro con aquel escrito de mujeres y lápidas. Yo no quiero eso para mí, yo quiero un hombre, como tú mismo dices: “que vuelva con sudor y pan…”. ¿Por qué tuviste que meterte en ese curso de soldado, Alejandro? ¿Acaso no era suficiente el servicio obligatorio? ¿Necesitabas de todo eso para sentirte más hombre?
Me siento como heroína de novela trágica de amor, y no me gusta; prefiero al hombre de frente al que le pueda hablar, empujar, exigir y después entregarle mi cuerpo, pero en ninguna de esas te encuentro... Pelear con los recuerdos y con la memoria de una persona ausente es enfermizo, además, así lo hice los primeros días y ya me cansé. Por tres días estuve castigada, sin motivo alguno, y mi mamá me prohibió ver noticias y hablar con alguien, hasta que después entendí todo. Un día, salía de la casa con mi mamá y nos encontramos con tu mamá de frente: llevaba
la cara como si tuviera un dolor muy fuerte, mi mamá
inmediatamente la vio no sabía dónde meterse ni dónde esconderme, pero en cuanto Clara me vio, caminó más rápido y después se soltó en un fuerte abrazo y comenzó a llorar. Comencé a llorar.
Llorar,
por qué o de qué. No lo sabía, ella lloraba e
intentaba hablarme pero se asfixiaba, sentía su abrazo muy fuerte, una especie de abrazo de dolor: abrazo de entierro. Pensé que te habían matado. Ya sospechaba por qué llorábamos juntas sin separarnos.
Todo el mundo nos miraba, sobre todo a tu mamá. Mi mamá intentaba hablarnos, pero yo solo escuchaba los llantos de Clara, y ella no escuchaba nada ni a nadie. Mi mamá nos separó y nos hizo entrar en una panadería y nos pidió un té a cada una. Cuando dejé de llorar, aún, sin saber por qué lo hacía, le pregunté varias veces qué había pasado, y lo único que alcanzaba a escucharle era tu nombre.
-Alejandro, Alejando…
- Doña Clara: ¿Qué le pasó a Alejandro?
Me miró como si la hubiera ofendido, como si en algo le hubiera faltado el respeto. -¿En qué mundo vivís, Luisa? ¿No has visto noticias, nadie te ha dicho nada? -¿Decirme qué, ver qué, doña Clara? Solo en ese momento entendí que había sido castigada absurdamente, y que ni mi mamá ni nadie en mi casa había sido capaz de contarme que te habían secuestrado. El llanto que pensé que era por tu muerte se convirtió en una paz, una paz capaz de dormirme y tumbarme en el mismo instante, pero después todo eran preguntas: ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento…? En qué momento cambió todo lo que teníamos planeado; en qué momento ocurrió todo y en qué momento volverías… No dejaba de sostener las manos de tu mamá sobre la mesa y pedirle que tomara un poco de té para tranquilizarla. A mi mamá la miraba con furia de querer ocultarme las cosas y ella, que también te quiere, lloraba y se sentía desdichada y avergonzada por ocultarme las cosas. Desde ese día, y porque pueblo pequeño siempre será infierno grande, todos me miran con una lástima que me provoca patearlos, porque si algo he sentido en todo este tiempo es rabia de todo lo que te he dicho, pero te amo, Alejandro, y aunque sienta tanta rabia no puedo describir todo lo que siento por ti. Creo que he podido desahogar un poco mi furia, pero necesitaba hacerlo… Todos los días, miro las noticias, leo los periódicos, y en las noches, cuando ya estoy sola, escucho los mensajes que les envían a los secuestrados por las emisoras… ¿Tienes radio? ¡Dime que sí, aunque sea mentira! Lloro como una infeliz hasta quedarme dormida y al siguiente día no puedo con el propio peso de mis
párpados y me prometo no volver a escuchar los mensajes, pero me derrumbo. Me caigo porque en la siguiente noche creo que estás escuchando y que con cualquier mensaje que me encuentro identificada, te digo: Soy yo, Alejito, soy yo: Luisa, y ese mensaje también es para ti. Me siento en paz por decir esas palabras, pero tampoco puedo dejar de sentirme ridícula por hablarle a un radio. Me conoces y sabes cómo soy. ¿Sabes qué es lo peor, Alejandro? Yo tengo que hacerle creer a los demás que estoy bien, porque no soporto las condolencias cerca. Soy una mujer que si se derrumba lo hace estando sola, no necesito abrazos de todo el mundo: eso no cambia lo que siento, ni te trae de inmediato, pero… … algunas veces sí quiero tener esos abrazos, pero solo uno: el de tu mamá, porque es el único con el que me siento cobijada e identificada; es el único abrazo que se parece al mío y que me calma, pero ¿cómo se pueden consolar dos mujeres que quieren abrazar el mismo hombre, aunque su amor sea distinto? Te lo pregunto, porque viajamos solas a Bogotá, para reclamar tus primeras cartas. No exagero si te digo que lo que vi fue un purgatorio de mujeres vivas, un salón grande, lleno en su mayoría por señoras. ¿Sabes por qué, Alejandro? Porque existen hombres como tú que son capaces de ir a la guerra y morir en ella, pero que están muy lejos de poder sentir de la misma forma que una mujer, y afrontar las cosas como lo hacemos nosotras. Si la vida los pone a ustedes en ese papel, entonces se convierten en víctimas, y nosotras en las consoladoras. Es solo en ese momento, cuando el perfecto orgullo masculino nos permite aparecer, haciendo uso de nuestros sentimientos hacia ustedes, porque te puedo jurar, Alejandro, que muy pocos hombres soportarían, como lo hace una mujer, la ausencia de su hijo y la separación y muerte del compañero. ¿Esperabas de mí otro tipo de carta? ¡Lo sé! Pero, aunque soy muy joven, me produce rabia ver que a lo largo de todos estos años, sigan ustedes
demostrando hombría como los animales y nosotras sigamos llorando y sufriendo por ustedes. Por lo menos los animales eso son: ¡animales! Cuando llegamos adonde debíamos recoger tus cartas, solo se respiraba angustia y la gente de los noticieros parecían buitres buscando la historia más desgarradora. Para mí todas las historias de las mujeres que fuimos allá lo eran. Primero mostraron un vídeo, donde aparecía cada soldado dando su nombre y después su historia y un saludo. Todos de forma muy breve. Cada cambio de soldado era un salto del corazón de tu mamá y del mío, esperando que aparecieras. No apareciste en ese vídeo, por fortuna. Cada madre, hija, esposa, compañera o novia de los soldados del vídeo quedaban en un estado de estupor que me cortaba la respiración al verlas. Minuto a minuto, el salón se fue convirtiendo en una clínica improvisada, porque cada vez eran más las mujeres que se desmayaban.
Cuando anunciaron la entrega de las cartas, tu mamá me sujetó el brazo: sabíamos que en ese grupo ya estábamos invitadas a sufrir. Se tomaron el trabajo de organizar las cartas por apellidos y el tuyo: Uribe… ¿Puedes imaginarte cuánto tuvimos que esperar? Maldecía, para mí misma la letra “U”, y su ubicación en el alfabeto. Llegar a sentir rabia por estas cosas no es normal, Alejandro, pero tampoco es normal todo lo que pasa diariamente en Colombia a causa de unos cuantos guerrilleros de pacotilla y de los sanguinarios paramilitares. Seguíamos esperando que dijeran tu apellido y tu nombre y, a mi derecha, lloraba una joven de mi misma edad, te lo digo porque le pregunté la edad. No era capaz de leer tres líneas sin ahogarse en su propio llanto y apretaba el papel con todas sus fuerzas. -¿Su novio?- le pregunté. -No. Mi esposo.
No quería seguir hablando con ella, por lo menos tuvo la suerte de decir su esposo. Yo, por capricho tuyo, aún no puedo decir lo mismo, y sabrá Dios si podré. -¿U-R-I-B-E---J-A-R-A-M-I-L-L-O---A-L-E-J-A-N-D-R-O? Así lo escuché: lento y lacerante. Nos levantamos sin decir nada, como si fuéramos dos condenadas a muerte, y la memoria, de inmediato, me transportó a la infancia, cuando me llevaban a las vacunas obligatorias y me llamaban de la misma forma… - ¿J-I-M-É-N-E-Z—R-E-S-T-R-E-P-O---L-U-I-S-A?- Recuerdo exactamente que sin que me hubieran aplicado la inyección ya lloraba.
Lloré tanto, mientras llegábamos donde estaba el delegado, pero lloraba distinto, Alejandro. ¿Sabes cómo? Hacia adentro: un lamento que duele más que por los ojos.
Tu mamá tuvo que firmar una planilla para que nos entregaran los sobres; no sé qué pudo ser, pero tampoco me interesa, solo me concentré en mirar el sobre que sostenía el delegado con cuatro dedos por debajo y el pulgar por encima. Tu mamá lo recibió, dio las gracias y de inmediato lo guardó en su bolso. -Lo abriremos afuera, Luisa. Tenía razón, nadie debía vernos llorar por el hombre que solo ella y yo conocemos, nadie tenía el derecho de traficar información con nuestro testimonio y tus cartas. Tomamos un taxi y de inmediato nos fuimos para el hotel. Si el purgatorio de mujeres me impresionó, tu mamá me dejó muda: no pronunció palabra alguna en todo el trayecto, solo miraba por la ventana y no hizo ni un solo gesto de querer abrir el sobre dentro del carro.
Yo, con todo lo que odié ese lugar, no hubiera tenido la fuerza y la dignidad que tuvo Clara para no leer tus cartas allá, para no prestarse como una actriz más a las cámaras y micrófonos del lugar. Lo hubiera hecho: hubiera leído tus cartas
sin importarme las cámaras y micrófonos, pero el sobre se lo
entregaron a ella. Llegamos al hotel, tu mamá pidió la llave de su alcoba y después la mía. Cuando estábamos en el ascensor, abrió su bolso, sacó el sobre y lo rompió por un extremo. Había muchas hojas, pero cada una marcada: Luisa, mamá, mamá, mamá, Luisa, Luisa y mamá. Clara me entregó las mías sin ninguna curiosidad.
-Si me necesitas, me golpeas la puerta. Fue lo único que me dijo cuando se abrió la puerta del ascensor. Entré en mi alcoba, no leí tus cartas de inmediato, ya no tenía tanta curiosidad como la que tuve en el salón. Tu papá nos pagó un buen hotel y aunque no era la ocasión, salí al balcón para entretenerme un poco y ver la ciudad, para olvidarme por un momento de todo lo que había visto en la mañana y en la tarde. No quería volver a llorar todavía; se me antojaba que el viento me siguiera entumeciendo todas las sensaciones y los recuerdos… ¿Me entiendes Alejandro? … podía ver cómo las primeras luces comenzaban a prenderse en la ciudad y me parecía romántica. Miraba cómo el cielo cambiaba de un rosado muerto, en el horizonte, a un azul cada vez más oscuro. Regresé a la habitación, cerrando, con una puerta de vidrio, a mis espaldas, el frío de esta extraña ciudad. Las cartas seguían sobre la cama y a cada paso que daba dentro de la habitación, sintiendo el tibio tapiz entre mis dedos, les decía: ¡esperen!
Me senté en un borde de la cama, las tomé con desgano, para comenzar a leer, pero lo hice. Emprendiste tu carta diciéndome: “El solo escribirte me produce una tristeza impresionante…”. Tuve que cambiar de posición, me recosté en la cabecera de la cama y estiré las piernas. Volví a llorar y no me lo perdonaba, si tú sientes tristeza por escribirme, yo siento que me estuvieran azotando por dentro. No creas que todo lo anterior que te he escrito en esta primera carta no sea amor. Todo lo contrario, Alejandro, es la forma más honesta que tengo para hacerlo. Cuando llegué a tu escrito: ¿VERDAD? La rabia, la furia, el auto-control, el no querer llorar, el odio… tantas cosas. Todo eso se perdió, ya solo quería abrazarte, besarte y decirte que te extraño. Doblé las cartas, apagué las luces, me desnudé y me duché, lo hice todo el tiempo sin ningún tipo de luz, no soportaba verme en ese estado, pero la ducha me relajó, me devolvió una parte de dignidad y la oscuridad me devolvió la paz. Volví a la cama, me acosté, cerré los ojos y me quedé dormida, no sé por cuánto tiempo, hasta que tocaron la puerta. Abrí la puerta, me cubría con las manos los ojos, porque la luz del corredor me maltrataba, pero en menos de un segundo pude ver que era Clara, con los ojos, como los míos: cansados de llorar. -Luisa, me llamó Ignacio y me dice que acaban de llegar unas cartas de Alejandro a la casa en Jericó. Entró en mi habitación, encendió la luz y se sentó sobre la cama, cruzando las piernas y cubriéndolas con su salida de baño. -Dice Ignacio que es un Comandante guerrillero, que está también, en este momento, en Bogotá, ha dejado un número de teléfono, pero ya es muy tarde Luisa, es casi la una de la mañana para llamar.
Ya podía ver mejor a tu mamá, volvía a acostumbrar los ojos a la luz, mientras contaba mentalmente las horas, para saber cuánto tiempo dormí: ¡Menos de una hora! Nos quedamos las dos sentadas sobre la cama, una junto a la otra, sin decir nada, solo mirando la pared. No podíamos creer lo que pasaba. Era como si mentalmente nos estuviéramos diciendo que no merecíamos otro día igual al que habíamos tenido, pero teníamos que continuar y para eso era necesario esperar hasta mañana para poder llamar. Tu mamá, rompiendo el silencio, me dijo: -En el primer vuelo de la mañana llega Ignacio, y mientras él llega al hotel, llamaré a este señor. -¿Luisa, puedo dormir acá? No quería dormir sola y la cama era como para tres personas y éramos dos mujeres de delgada figura. ¿Qué le podía decir? Fue tu papá el que pagó mis pasajes y el hotel. Esperé que ella se acomodara en el lado que quisiera de la cama, para apagar la luz. Se acostó mirando la pared, quedaba, para mí, el costado de la puerta de vidrio del balcón. ¿Por qué no volver a salir a tomar un poco más de frío? Me hubiera gustado volverlo a sentir, pero la presencia de tu mamá me intimidaba. Cerré los ojos y dormí. Desperté sintiendo la luz sobre mis párpados y lo primero que hice fue mirar el cielo. Era otro cielo muy disparejo: gris y amorfo. La ciudad ya no tenía nada romántico, solo afanes y el ruido de los carros que entraron, cuando abrí la puerta del balcón. Me devolví en el primer paso. Ya no había nada en el paisaje que me interesara y volví a cerrar la puerta. Tu mamá aún dormía profundamente. Decidí vestirme en el baño, para no despertarla y bajar al restaurante para desayunar. Cuando regresé a mi habitación, tu mamá no estaba, decidí tocar en su alcoba y ella me abrió la
puerta hablando por teléfono y me hizo entrar; por lo que escuché cuando llegué, era obvio que hablaba con el guerrillero. Ella le repetía que seríamos prudentes y que lo más importante era tu seguridad. Cuando colgó el teléfono, me preguntó: -¿Estás lista, Luisa? Debemos salir para encontrarnos con Ignacio en el aeropuerto y después para buscar la dirección que me dio el Comandante, para vernos hoy con él. Para Clara era ya un Comandante, para mí seguía siendo un vulgar guerrillero. ¿Alejandro, sabes qué? Me pasó lo mismo que a ti: las hojas en blanco eran un desafío pero después de escribir la primera, todo lo quiero volver letras, todo te lo quiero describir y contar… … liberarte por momentos con mis cartas. Eso quiero para ti, por eso te pido que me disculpes si encuentras mis palabras muy fuertes. Es así: cuando lees no ves los gestos, y los gestos y las palabras nunca podrán igualar a los gestos y a las caricias. Fuimos por tu papá al aeropuerto; cuando llegó me pareció verlo más cansado de todo esto que estaba fuera de cualquier realidad. Él se contentaba con saber que la Cruz Roja era mediadora y facilitadora de llevar y traer cartas, pero al igual que a nosotras, esto también lo tomaba por sorpresa y por eso decidió viajar para encontrarse con nosotras y para que tu mamá y yo no estuviéramos solas. Nacho y Clara son dos personas que comparten el mismo pensamiento y las mismas formas de actuar, por eso creo que se han entendido muy bien a lo largo del tiempo. ¿Sabes por qué, Alejandro? Tu papá hizo lo mismo: solo hasta que estábamos en el ascensor del hotel y sin acordar hacer lo mismo con Clara, sacó un sobre grande del bolsillo de su chaqueta, buscó entre todas las hojas y comenzó a repartir: Luisa, y me entregaba la hoja, nosotros, y se la
daba a tu mamá, Luisa, nosotros, nosotros, nosotros, Luisa, Luisa y Luisa. Recibí por parte de Nacho cuatro cartas, de hoja grande, escritas por los dos lados con tu letra. Tan pronto llegamos a las habitaciones, tu mamá me dijo que me tocarían la puerta cuando fuéramos a salir para encontrarnos con el guerrillero. Fui generosa contigo y cruel conmigo: Comencé a leer tus cartas tan pronto cerré la puerta. Caminé despacio leyendo, hasta llegar a la cama, me acosté y continué. Volver a tener cartas de ti es más de lo que hubiera deseado, pero ver la descripción que hiciste de nuestro primer encuentro es más de lo que hubiera soñado. Una mujer nunca olvida su primer encuentro: se idealiza desde que despiertan las hormonas, desde que te conviertes en mujer físicamente y la naturaleza te da tu primer período. Son tantas las cosas que hacen que una mujer mantenga un idilio con su virginidad y su imaginación, que no lograrías entenderlo, Alejandro, pero te acercaste. Te acercaste porque ese día colmaste mi cuerpo con cosas que yo deseaba, acondicionaste el lugar como el de dos amantes conocidos y me hiciste sentir todo lo que alguna vez soñé. Por eso te diré algo: mi virginidad era, quizá, ese inoportuno inquilino o ese macro tesoro que tenemos las mujeres y que se debe cargar, pero que esa noche… … si era mi inoportuno inquilino, tuvo que fracturarse, y si era mi macro tesoro, se lo otorgué a quien era mi destino. Nunca será lo mismo la virginidad de una mujer con la castidad de un hombre, Alejandro; son dos integridades antagónicas, pero tú comprendías la mía.
¿Me entiendes? Así lo deseo. Yo también estaba nerviosa, incluso de verme desnuda en el baño. Me paraba frente al espejo para ensayar, y en este momento me cuestiono: ¿cómo
puedes ensayar ser mujer?, ¿cómo puedes ensayar vivir? Se ensaya lo que se sabe, no lo que imaginamos. He reído, cuando te describes hablándote como a un soldado: “¡Párese firme, Uribe, firme, carajo!” A mí también me temblaron las piernas, por eso, cuando decidí salir del baño y te vi parado frente al espejo, escogí abrazarte por la espalda, para apaciguar mis temores. Cuando te toqué, todo el temblor, el miedo y el pecado desaparecieron.
*** Acabamos de llegar del encuentro con el Comandante Julián. Digo Comandante, ahora sí, porque cambió toda mi impresión. Terminaba de leer las cartas que con él enviaste y que hizo llegar a tu casa por correo, cuando Nacho tocó la puerta y me dijo que si yo quería, no tenía que ir y podía quedarme esperándolos en el hotel. Obviamente fui. Tu mamá fue quien habló con él y fue ella quien le dijo la dirección al conductor, después de abordar el taxi. No era muy lejos porque llegamos en menos de quince minutos, pero con tan buena suerte que el Comandante ya estaba esperándonos en una cafetería cuando llegamos. Muy distinto me imaginé el lugar de la cita, lo imaginaba como esos bares oscuros donde hay que bajar unas escaleras estrechas para entrar y que se tienen como referencia en este tipo de encuentros, pero no. Una cafetería muy bonita: sillas muy cómodas de cuero, vasos altos y angostos, las tazas del café muy bien diseñadas, los meseros muy bien presentados, el techo alto, con ventiladores antiguos y en sus paredes, de color ocre, cuadros de pintores reconocidos. Clara lo abrazó inmediatamente entramos, y creo que para él fue sorpresivo, como lo fue para Nacho. No sabíamos cómo entablar una conversación con alguien como él ni tampoco sabíamos cómo lo haría él con nosotros. Fue poco
lo que hablé, porque todo el tiempo me dediqué a observar al Comandante: posee una figura muy dura, a ojos de mujer, porque intimida, inmediatamente, con su presencia y sus ojos negros. Un rostro irritante, un hombre que despierta hostilidad a primera vista. Tiene el aire de no arrodillarse ante nada ni nadie. Su voz: marca todas las pausas al hablar, ritmo sosegado, pero de timbre muy grueso. Mantuvo todo el tiempo una inquebrantable serenidad ante las frecuentes ocasiones en que tu papá lo retó a él y a su guerrilla, pero en ningún momento su voz mermó ni su mirada bajó. Este hombre me producía miedo a cualquiera de sus palabras o movimientos, solo me sentí relajada cuando comenzamos a hablar de ti. Es una persona que no oculta su admiración y respeto por ti, incluso nos contó cómo lo retaste el día que se conocieron. Recuerdo que al final, el ambiente era menos tenso entre Nacho y él, aunque todo el tiempo lo fue por tu papá. Acordamos volver a vernos con él, para entregarle solamente cuadernos y lapiceros, porque es lo único que te puede llevar. Salimos buscando algún almacén o papelería donde pudiéramos encontrar rápidamente estas cosas, para irnos al hotel y hacer lo correspondiente: escribirte.
Fue una búsqueda de un poco más de una hora y tus papás no dejaban de hablar del Comandante y de lo bien que se había portado, incluso Nacho ya comenzó a referirse a él como el Che. Caminé detrás de ellos para no interrumpir las cosas que hablaban y pensar lo que te escribiría. En lento caminar encontré una miscelánea que exhibía unos cuadernos forrados en cuero negro, gris y café, y me gustaron. Llamé a tus papás para que se detuvieran, mientras yo entraba al local y Clara se devolvió y entró conmigo. Yo compré el cuaderno de cuero y tu mamá encontró otro cuaderno grande y de hojas blancas, color hueso. Nacho, por su
parte, se encargó de los lapiceros. No dejé que tu papá pagara mi cuaderno, era yo la que lo quería pagar. De regreso al hotel, tus papás me hicieron entrar en su alcoba, porque me querían leer algo de las cartas de ellos, que era también para mí: todo tu relato del combate que sostuviste con los guerrilleros. “El día de la toma del puesto de policía en Mitú…” Después estaba la parte en la que pedías perdón por defraudarnos, pero el corazón se me encogió cuando escuchaba a Nacho sobre tus caminatas por Jericó y de todo lo que hacías hasta llegar a mi casa. Cuando tu papá terminó, les dije que quería escribirte, a solas, en mi alcoba y que después organizaría mi maleta. Me dijeron que lo mismo harían ellos. Quiero que vuelvas, porque me duele tu ausencia y me fastidia la lástima que me brindan los demás. Espero que te guste el cuaderno, y que todo lo que quieras escribirme lo hagas en él y lo mandes cuando el Comandante vuelva, yo haré lo mismo las veces que sea necesario hacerlo. Un beso, un abrazo…
Tuya: Luisa.
Hijo: Recuerdo que yo había madrugado como todos los días para despachar los camiones de leche que salían de la finca, y cuando eran las siete de la mañana tu mamá me llamó, a la finca, para darme la noticia de los combates en Mitú. Lo primero que hice fue intentar tranquilizarla, diciéndole que esos combates eran solo con los policías, pero después comencé a sentir angustia y decidí bajar a la casa. Entré y estaba tu mamá mirando las noticias y al mismo tiempo las escuchaba por radio y tu abuela, que había llegado primero que yo, lloraba en la cocina. Solo hasta la noche, y después de hacer montones de llamadas a tu batallón y a la Cuarta Brigada en Medellín, logramos saber que estabas dentro de los soldados secuestrados, porque no aparecías entre los muertos. Sé que en muchas ocasiones insistí en tu falta de responsabilidad frente a la vida y te aseguro que si en este país no se estuviera librando una guerra tan cruda, yo hubiera sido el primero en mandarte al ejército, para que tomaras conciencia de las cosas y un poco de responsabilidad y madurez, pero no fue la mejor época para ti ni para ningún soldado. Cuando supe que debías prestar el servicio militar me gustó la idea pero nunca dije nada, ni llegué a imaginar que te fueras a inscribir en el curso de soldado
profesional. Era para mÍ estar viendo el cambio del hijo que muchos padres desean, pero sin saber a qué precio. Hoy me arrepiento en el alma por esas cosas que pensé y te pido, en el mutismo de tu secuestro, me sepas perdonar. Mientras veo que tu mamá ya va por la tercera hoja, yo todavía estoy en la primera. No soy tan expresivo como Clara, y me siento vacío de palabras para escribirte, porque crecí aprendiendo que los hechos valen más que mil palabras, y por eso trabajaba todo el tiempo, para que no les faltara nada. Esa ha sido mi forma de decirles que los quiero. Eso lo digo para que entiendas que de mí no salen fácilmente todas las palabras que quisiera decirte, Alejandro. Le pido al dueño del cielo que te cierre la boca cuando debas callar; que te dé la fuerza cuando la requieras; que te llene de paciencia y que nos permita volverte a abrazar prontamente.
Nacho.
PD: No te aflijas ni te sientas culpable por lo que te dictan tus pensamientos, nada de esas cosas pueden cambian el curso de los acontecimientos ni todos los sentimientos que nosotros podamos tener contigo.
Esta separación ha sido mucho más penosa de lo que puedas creer, Alejandro. Desde que abro los ojos en la mañana y durante todo el día no hago más que preguntarme cómo estarás, qué estarás haciendo, cómo se las arreglan para vivir en esa selva. Quizá el tiempo en el que estuviste en el ejército me sirvió para tomar una leve costumbre diaria de estas preguntas, porque todo el tiempo me pregunto lo mismo, y en dos ocasiones he soñado que vuelves como la tarde que llegaste a casa después de tu juramento de bandera, y me despierto llorando. Han sido pocas las cosas que han pasado desde tu secuestro: tu papá, los primeros días, no sé en qué momento, perdió las fuerzas para trabajar, dejó de levantarse temprano para subir a la finca y sus fuerzas fueron disminuyendo, hasta que, al quinto día,
tu abuelo, vino a la casa y le dijo: “¿Nacho, un
secuestrado y un muerto en vida? ¿Acaso pretendes enloquecer a Clara?” Él se quedó pensando un rato mirando las flores de jazmín en el jardín y como por arte de magia
a la mañana siguiente ya estaba trabajando común y
corriente, pero el silencio en el que carga su angustia me agobia todo el tiempo. No quiero que te perturbes por estas cosas, solo te las cuento para que entiendas que nos preocupamos mucho por tu situación. En este hotel de cuatro paredes, dos cuadros, un baño, una cama, un escritorio y un balcón, siento que muchas ideas me surgen en la cabeza, de forma
desordenada, para escribirte, y que deben pasar por el corazón para sumarle los sentimientos, pero cuando deben llegar a la mano ya las he olvidado, porque se me quedan en recuerdos del corazón. De todas formas creo que a tu papá le ocurre lo mismo porque lo veo suspendido durante mucho rato en la silla sin escribir nada y mirando el papel, me imagino que es muy similar a lo que te pasó con la primera carta que nos escribiste; solo espero que en el poco tiempo que queda de esta noche logre un buen acuerdo entre mis ideas, mis recuerdos, mi corazón y mi mano, y aunque pueda parecer de forma desordenada, te iré escribiendo lo que se me vaya ocurriendo. No me siento lo suficientemente inspirada en este lugar, por el cansancio de estos días y porque esta ciudad es impropia para mí: la gente camina rápido y si les hablas para preguntar una dirección, te la dicen aminorando el paso y después se dan vuelta y continúan. No los culpo, así es la vida en la ciudades: una vida individualista y de correr para todo y para nada, pero es así. Cuando me casé con tu papá me dio muy duro tener que dejar Medellín para irme a vivir a un pueblo; todo me aburría: el silencio y la calma exagerada de las cosas y ni qué decir de las noches: eran eternas, pero con el tiempo, ese silencio, esa calma, esa cordialidad de todas las personas en Jericó me cautivaron hasta el punto de no querer volver a vivir en una ciudad. Creo que no le pertenezco a esta ciudad ni ella a mí. En solo tres días he extrañado como nunca el jardín y el patio de la casa, los primeros olores del rocío que se levanta en la mañana, haciendo sudar las flores y ese aire limpio que entra por todas las alcobas de la casa. Desde allá, prometo, te escribiré una mejor carta, para la próxima oportunidad. Desde que esto comenzó no dejo de recordarte durante todos tus años. Eras tan pequeño cuando la enfermera te entregó. Cabías acostado en el brazo de tu papá, tus dedos no lograban encontrarse al abrazar un solo dedo mío, tus ojos los abrías, me mirabas y los volvías a cerrar para volverte a dormir, mientras yo esperaba dichosamente que los volvieras a abrir. No me cansaba
de hacerlo, no soportaba que nada te hiciera llorar o que alguien te fuera a cargar y yo me sentía feliz de traerte al mundo. Tu abuela siempre dijo que después del primer hijo, una mujer descansa, pero no vuelve a dormir. Es cierto, la primera noche estuve mirándote dormir, pero no lograba dormirme. Alejandro: cuando veníamos en el avión para Bogotá, Luisa me confesó sobre los planes que tenían de casarse y te aseguro que si en algún momento me lo hubieran dicho los hubiera apoyado sin ningún reproche. Me sentí feliz de escuchar eso, porque el mundo hoy en día es más indulgente y comprensivo con las mujeres y les permite casarse cuando ellas quieran, y tampoco las convierte en unas solteronas si no lo hacen. Solamente les hubiera dicho que lo pensaran un poco más antes de hacerlo, pero me hubiera equivocado al decirte eso, Alejandro, porque, siendo una mentira del tiempo que el bebé que sosteníamos en una mano hoy sea un hombre, ustedes dos ya tienen la misma edad que teníamos tu papá y yo cuando nos casamos. A tu regreso, porque estoy convencida de que mi hijo volverá, organizaremos todo junto con los papás de Luisa para que sea una boda bien linda y decoraremos la finca con muchas flores. Hablando un poco de la finca, te cuento que Judas y Barrabás estuvieron tristes durante varios días, no comían y la misma madrugada de tu secuestro aullaron todo el tiempo repitiendo lo mismo durante tres noches seguidas, hasta que tu papá los llevó al veterinario para que les dieran algo para dormir en las noches. Era como si todo lo estuvieran viendo o presintiendo. Cuando subo a la finca y abro la puerta de la camioneta los dos se suben, comienzan a olfatear y mirar todo, después se bajan y se quedan mirándome como si algo quisieran decir. Si a esos perros les dieran una sola oportunidad en su vida de hablar, podría jurarte que lo único que se les ocurrirá decir es: ¿Dónde está Alejandro?
Solo una vez ha subido Luisa, la arañaron y la
mordieron todo el tiempo por querer jugar con ella, no la dejaron en paz ni un solo minuto, hasta que tu papá los amarró para que se calmaran.
Todas las personas nos han acompañado confortándonos y diciendo que esperan que todo salga bien, y los trabajadores de la finca le dicen a tu papá que eres un muchacho fuerte y que Dios sabrá acompañarte todo el tiempo para que regreses pronto. Yo espero que así sea. ¿En qué momento estos hombres lograrán entender el dolor que siente una madre por la privación de poder ver a su hijo? Creo que solo Dios y el silencio lo saben. Con todo el amor que yo te pueda profesar: Mamá. PD: Discúlpame si mis ideas te parecen incoherentes o desorganizadas al momento de escribir, pero te aseguro que fue mi mejor esfuerzo después de estos tres días interminables que hemos tenido.
7. UNA BIBLIA Ayer, por un instante, después de comerme el pan de mantequilla, me quedé dormido en mi cambucho, que no es más que un montón de costales amontonados simulando una colchoneta. Quería descansar, volar y estar lejos de este lugar. Cuando abrí los ojos, me sentí con ánimos de leer las cartas. Comencé por la de papá, me pareció una carta muy propia de su estilo: pocas palabras, pero con muchos deseos de decir lo que verdaderamente siente por dentro. Fue una carta que relacioné mucho con algo que pasó hoy. Hoy, cuando desperté y abrí los ojos, lo primero que pensé fue en las cartas. Estaba contento de tener escritos de ustedes antes que todo el mundo. Tomé la mochila y me fui directo a encontrarme con Peque, porque hoy haríamos el supuesto plano y dibujo del hotel. Llegué al lugar antes que Peque, entonces, buscando un buen lugar, me senté en una piedra donde el sol comenzaba a pegar de forma muy suave para calentarme. Saqué el cuaderno grande y de forma horizontal comencé a dibujar los postes que ya habíamos puesto para la construcción del hotel. El hotel lo estamos haciendo en un terreno que desyerbamos: primero cortamos los árboles con hachas, y después, con machetes, pelamos lo que
quedaba de maleza en el suelo para dejarlo limpio. De los mismo árboles que cortamos, hicimos los poste principales, en total son ocho postes puestos en forma circular, y en el mismo perímetro del círculo se cavó una zanja que se va a rellenar con piedras para poner otros postes más pequeños que ayudan a sostener el alambre que rodea todo el hotel. Entre lo que es la supuesta entrada y la parte de atrás hay unos trescientos metros, al igual que a lo ancho. Peque llegó acompañado de la nueva guerrillera extranjera, me saludó y se acercó para ver lo que había dibujado. -Soldado, yo creo que es pertinente dejar más espacio en el plano, entre cada una de las vigas que hemos instalado. También creo muy necesario, vital, que conozcamos la distancia entre cada una de las vigas, para que usted las registre en el plano. Su forma de hablar, tan adornada para impresionar a la guerrillera me pareció muy divertida, y decidí prestarme al juego para que el día fuera menos monótono; entonces le dije: -Comandante Peque, considero que tiene usted la suficiente experiencia y conocimiento de lo que estamos haciendo. Es muy acertado, de parte suya, descubrir esa necesidad vital de las distancias, para que sean registradas en el plano. Creo que es un plano que puede servir de modelo para futuras edificaciones. ¿No le parece, Comandante? -Sí, soldado. Yo sé muy bien lo que hago. La guerrillera parecía hipnotizada por las palabras de Peque y no dejaba de mirarlo con cara de babosa. Yo me daba vuelta con el cuaderno para reírme, porque me sentía desarrollando una escena de una película de Cantinflas, donde él hacía de maestro de obra sin saber nada. No recordaba muy bien la película, pero después de tener esa imagen de la escena, que llegó a mi
cabeza como una proyección instantánea, fue que me surgió la idea de jugar con Peque sin que él lo supiera. -¿Dónde podremos conseguir un metro, Comandante? Es una necesidad vital para las distancias, Comandante. Se rascaba la cabeza, como si tuviera que escarbarse las ideas, mientras que yo no dejaba de reírme por lo que era su palabra más culta: “Necesidad vital”. -Soldado, tiene usted razón, haré que me consigan uno. Continué dibujando y riéndome de las cosas que decía Peque. La guerrillera, mientras tanto, lo seguía como lo hacen los pollitos con las gallinas. ¿De dónde diablos puede venir gente como ésta, extranjera, que crea en esta guerra y, peor aún, que vea a Peque como un verdadero líder? Era lo que pensaba mientras me reía y continuaba con el plano. -Acá está el metro, soldado. -Comandante, yo no puedo medir y dibujar. Creo que debe hacerlo usted para que tengamos unas medidas bien precisas como sus ideas. ¿No le parece? -Sí, soldado. Se requiere precisión y conocimiento para esto. Ante mis ojos estaba pasando el mejor día de mi secuestro a costillas de Peque, su forma de ser, sus ínfulas de conocimiento y la forma de expresarse y hablar eran lo más divertido del trabajo que estábamos haciendo. -Más a la izquierda, más arriba-, le gritaba, mientras él se movía entre poste y poste y, sin darnos cuenta ni él ni yo, pasé a dirigirlo el resto del día, pero no puedo negar que hicimos un buen trabajo y un buen plano. Bajo ese pretexto del plano, la mañana voló como nunca; entre mis burlas, risas y órdenes a Peque con el metro, la hora de almuerzo fue cuestión de
minutos. Después de tomar medida entre cada lugar y cada poste, Peque se acercó cansado y sudoroso por el calor para mirar el plano y me dijo: -Me gusta soldado, me gusta mucho. Espéreme acá, yo vuelvo en cinco minutos. -Comandante, pero yo voy a almorzar. -¡Espéreme acá, soldado! Sin refutar su decisión me quedé en la misma piedra donde estuve toda la mañana dibujando el plano y beneficiándome de la situación de privacidad y soledad del lugar, volví a ver el cuaderno de Luisa, a la luz del día, y las otras cartas. No dejaba de sentirme extraño con la carta de papá. Trataba de identificarlo en cada una de sus frases y de intentar entrar en sus pensamientos cuando la escribió. Cuando llegué a la parte donde me pide perdón por lo que él consideró que era necesario para mí, fue como si por primera vez nos hubiéramos encontrado de acuerdo en una decisión de mi vida, y quiero decirte en este momento, papá, que no tengo nada que perdonarte; en medio de mis irresponsabilidades el ejército fue lo mejor que me pudo haber pasado. Peque volvió con los dos tazones de almuerzo y con un libro negro debajo del brazo. -¿Soldado, usted es católico? Dudé mucho en responder. -Sí, Comandante, soy católico. ¿Por qué? -Tenga, soldado-. Me entrego el tazón con el menú de siempre: papa, yuca y arroz. Después se sentó en el suelo, con su tazón de almuerzo, y me entregó el libro que traía debajo del brazo: una Biblia. -Yo creo que le puede servir más a usted, soldado; a mí ya me causa hasta miedo abrirla.
Es una Biblia negra que dice: “Biblia de Jerusalén”. Los bordes de las hojas son dorados y tiene una cremallera que la cubre y la protege de extremo a extremo. -Soldado, usted me ha ayudado mucho hoy y por eso se la quiero regalar; además, le recomiendo que lea un poco el libro de Tobías. Estoy seguro de que le servirá. No logro pasar una semana completa, sin tener un día que me sienta arrepentido por mis actos. Primero: algunas cosas con el Comandante Julián, y hoy con Peque. Me burlé de él toda la mañana y lo hice correr de poste a poste varias veces cuando ya me sabía la distancia de memoria, pero me divertía hacerlo, solo por verlo correr y sudar. Cuando me regaló la Biblia, no pude dejar de sentirme mal, por eso me prometí hacerlo mejor y con menos ironías en la tarde. En la tarde el trabajo fue corto, gracias a que mis burlas con Peque habían sido eliminadas, pero debo confesar que me aguantaba las ganas por hacerlo. Al final teníamos cinco planos distintos: uno con perspectiva de la entrada, otro con la parte de atrás, dos de derecha e izquierda y el último que era una visión de lo que debía ser el hotel mirándolo desde arriba. Peque estaba encantado y los miraba como lo haría cualquier ingeniero, y para liberarme de culpas, porque aún sudaba, le dije: -Comandante, yo creo que usted los debe firmar, para que quede constancia de que es su trabajo. -Claro, soldado, pero no tengo un lapicero. -Tenga. Y saqué de la mochila uno de los que me habían enviado. Les escribió la fecha y después los firmó.
Impaciente por ver el libro de Tobías que me recomendó Peque, lo busqué y comencé a leerlo… “…Tobías se dispuso a emprender la marcha y besó a su padre y a su madre”. Continué leyendo la historia, pero solo le encontraba algunas semejanzas: Tobías era hijo único y debió partir de su casa para recoger un dinero de su padre en otra parte que no era el lugar donde ellos vivían. Lo que no lograba comprender, hasta el momento, era el porqué de la sugerencia de Peque con este relato bíblico, y sólo hasta que llegué a la parte donde el padre de Tobías comenzó a sentirse angustiado porque su hijo no regresaba, y su madre lloraba todas las noches, pude entender la carta de papá. Una historia de un viaje, donde conoce a su esposa y es acompañado todo el tiempo por un ángel. Cada parte de ese relato pareciera ser una semejanza de mi vida: el viaje de Tobías lo pensaba como mi tiempo en el ejército y ahora secuestrado, el ángel, para mí, se llama Julián; su padre, al igual que papá, fue partidario de una partida, como me lo confesó en su carta; su madre no dejó de llorarlo un solo día, igual que mamá y la abuela desde el primer día que salí para el batallón. Él encontró a su esposa en su viaje. Era la única diferencia entre Tobías y yo, pero me gustó imaginar que simplemente era distinto. Que yo debía hacer mi viaje antes de tomar a Luisa como mi esposa y sentí placentero ese instante de imaginación: el día que Luisa y yo nos casáramos. Ya mamá lo sabía, y prometió decorar la finca con flores, o sea, no estoy tan lejos de mi realidad para cuando vuelva, pero me entraron unos sentimientos de culpa cuando volví a abrir el cuaderno de Luisa y encontré, en su carta, frases cargadas de mucha ironía y reproches:
“… No quería seguir hablando con ella, por lo menos tuvo la suerte de decir su esposo. Yo, por capricho tuyo, aún no puedo decir lo mismo, y sabrá Dios si podré”.
Mi pensamiento en blanco y mi mano bloqueada sin saber qué escribirte o responderte. Hubiera dado lo que sea por tener antes un cuaderno como el que me enviaste solo para nosotros dos y nuestras cartas, pero tu carta ha sido, para mí, leer todo lo que soñaba y encontrarme con las palabras a las que, también, les tuve un miedo imaginario desde el día en que partí. De no tener hojas, ahora tengo una Biblia y tres cuadernos: el primero que me regaló el Comandante Julián, el que tú me enviaste con ese broche y la llave, y el que me envió mamá. Pero el que más me intimida por su carta es el tuyo, y para sentir que comienzo a estar en paz contigo y para no tener miedo de abrirlo y leer tu carta, te escribiré algo que tengo dentro de la bolsa más pequeña, donde guardo las cosas que son para ti.
FAMÉLICO De hábitos dulces y placenteros tengo el vientre lleno, pero famélico está mi cuerpo entero por un ligero vuelo... Famélico de un total destierro. Famélico de volver a disfrutar mi cielo. Famélico del tiempo entero. Famélico de un pisar sincero. Famélico por tocar tu cuerpo entero. Famélico de un amor sin velos. Famélico de violar toda mi razón. Famélico de toda gula y perdición. Famélico por manos más delgadas. Famélico de mis libertades que están tan amarradas. Famélico de sudor y pan. Famélico de ningún encierro. Famélico de toda inspiración. Famélico de una muerte sin exaltación. Famélico de tu absoluta pasión.
Famélico de tu amor entero. Famélico... De mí y absolutamente de ti. Siento culpas que no me dejan estar en ningún momento en paz: culpa de estar en este lugar, culpa de causarles tanto dolor, de ver todas las cosas que tuvieron que pasar para reclamar unas cartas, de los llantos, las tristezas y de los recuerdos que van y vienen sin piedad. No pensé que fuera tan difícil leer esas cartas sin sentir esas culpas que me humillan en la garganta, en el pecho y en la cabeza. Sigo sentado en esta piedra, sin muchos ánimos, hoy, de escribir y de responder esas cartas. Me quedaré sentado, rodeado de esta selva que tanto asfixia cuando el tiempo se amarra y deja de correr, para terminar de contarles todo lo del enfrentamiento y del lugar donde nos trajeron.
8. ¿DÓNDE ESTAMOS? …Todo se quedó en silencio durante algunos minutos. Prefería el temblor debajo de la tierra, la ráfaga de la M-60, las granadas, los cilindros bomba y los insultos de los guerrilleros que ese silencio que cada segundo se convertía en una zozobra y en un mal presentimiento. El Comandante Pérez y Arango seguían juntos sin moverse, yo detrás de la piedra, aprovechando el silencio para tocarme y mirarme que no estuviera herido. Arango me mostraba su cartucho, para preguntarme cuánto me quedaba de munición y con los dedos le indiqué que solo me quedaban tres, incluyendo el que estaba utilizando. Creo que fueron alrededor de unos veinte minutos de total silencio, hasta que nuevamente la tierra tembló por debajo del cuerpo. Guerrero, que era el soldado de contraguerrilla más antiguo y el más grande, voló por encima de mi cabeza y cayó justo a los pies de los guerrilleros. Sus piernas cayeron en diferentes partes. Gritaba de dolor y disparaba como acto reflejo, aún así, alcanzó a herir al guerrillero que sostenía la M-60 y después fue acribillado desde varios puntos de tiro. Agonizó durante unos cinco minutos, ahogándose con su propia sangre. Lo vi todo el tiempo desde donde yo estaba. El Comandante Pérez, mientras tanto, daba órdenes de intentar avanzar para recuperar el arma y la munición de Guerrero, pero tan pronto intentamos
hacerlo comenzaron de nuevo a disparar: ráfagas e insultos. Disparamos, respondiendo y arrastrándonos cuando podíamos, pero era obvio que ya éramos muy pocos, porque, tanto los cilindros como las granadas, habían matado a la mayor parte del grupo. El avión no lo volví a ver y los helicópteros nunca llegaron; de todas formas, después de utilizar el último cartucho, miraba al cielo esperando un milagro del avión, de los helicópteros o incluso un fenómeno divino. Me quedé en silencio y cubriéndome, después de hacer el último disparo y le hice señas a Arango diciéndole que no tenía más munición. Ellos tampoco tenían. El Comandante Pérez comenzó a gritar: “Soy el Comandante, estamos sin munición, les pido, en nombre mío y de mis soldados, que nos dejen seguir viviendo”. Al comienzo del enfrentamiento, el miedo era constante, pero cuando el Comandante gritó, me sentía liviano, desprendido de todo y sin miedo alguno. -¡Salga, de donde esté, con las manos arriba, Comandante!-, fue el grito de respuesta. Se levantó como se lo pidieron: con las manos en alto y detrás de él: Arango. No sé si por costumbre o por miedo, pero también se paró y caminó detrás del Comandante. Detrás de mí se levantaron Bustamante y Gil, y cuando pasaron por mi lado me dijeron: “párese, Uribe, antes de que tengan que venir por usted”. Yo simplemente estaba buscando la bolsa pequeña que había perdido mientras me arrastraba en el combate. Pensaba que mientras toda la tropa pasaba podía seguir buscando; afortunadamente la encontré porque de los soldados que quedamos vivos, yo era el último que faltaba por entregarse. Me levanté, me quité toda la tierra de los ojos y comencé a caminar con las manos en alto hasta donde estaban todos. El cuerpo mutilado de Guerrero fue el lugar donde nos paramos para esperar que los guerrilleros salieran de donde estaban apuntándonos. Guerrero y Arango eran los mejores amigos de toda la tropa, se conocían desde la
infancia y fue precisamente Guerrero quien le dijo a Arango que entrara al ejército, porque el Gobierno le ayudaría a pagar los estudios de su sobrino. El mismo por el cual Arango hoy en día no deja de pensar. “Goliat, Goliat…”, decía Arango mientras lloraba y miraba el cuerpo sin piernas de Guerrero. “¿Qué le voy a decir a tu familia? ¿Quién les dará la noticia?”. En ese momento Arango intentó arrodillarse frente al cuerpo de Guerrero, pero de inmediato apareció el primer guerrillero y le dijo: “¡Quieto, soldado!”. Guerrero aún tenía el fusil sujetado con las dos manos y por eso no dejaron que nadie se agachara para tocarlo. Fueron apareciendo más guerrilleros, hasta que llegó el Comandante de ellos. -¿Quién de ustedes es el Comandante? -Yo-, dijo el Comandante Pérez. -Comandante: dígale al resto de sus soldados que salgan, porque si debemos ir por ellos serán fusilados. -No es necesario-, afirmó. Estoy seguro de que estamos acá los que quedamos y resistimos el enfrentamiento. Era cierto, conocía su grupo y su tropa y él mismo nos había entrenado; sabía que los que no salieron cuando terminamos la munición, era porque estaban muertos. El Comandante guerrillero mandó diez guerrilleros, para que inspeccionaran el área, trajeran las armas y los cuerpos que encontraran. Seguíamos parados alrededor del cuerpo de Guerrero, y Arango seguía llorando sin parar, hasta que escuchamos que todos los guerrilleros gritaron: “Viva el ejército del pueblo, vivan las FARC”. Fue cuando supieron que los policías de la estación de Mitú también se habían quedado sin munición y ya se estaban comenzando a entregar. Los guerrilleros, cuando el Comandante de ellos nuevamente, les confirmó la noticia, dispararon al aire y volvieron a gritar: “¡Viva el ejército del pueblo!
¡Vivan las FARC!”. Arango, aprovechando la euforia del instante, se arrodilló ante el cuerpo de Guerrero. -¡Quieto, soldado! Ese cuerpo todavía tiene un arma. Sin inmutarse por las amenazas, Arango le abrió la camisa, sin tocar el fusil, y de uno de los bolsillos del interior sacó una libreta, le quitó la cadena que Guerrero llevaba puesta, y por último le cerró los ojos, mientras seguía en la mira del Comandante guerrillero, de cuatro subversivos más y de nosotros que éramos espectadores mudos. -Aguja, quítele el fusil al soldado muerto-. Le dijo el Comandante guerrillero a uno de los subversivos que también estaban mirando a Arango. -Lo tiene muy apretado, Comandante. -Entonces córtele las manos y los dedos, pero no me diga maricadas que usted sabe que se deben hacer cuando eso pasa. -¡No!-, dijo Arango, y comenzó a levantar, con las dos manos, cada uno de los dedos de Guerrero. Sus dedos y sus manos parecían tenazas que no quisieran soltar el fusil y ante lo infructuoso que se hacía cada vez más, liberar el arma, el Comandante guerrillero sacó su cuchillo. -Comandante: acá hay uno que está herido. Se disponía a cortar los dedos de Guerrero cuando los guerrilleros que estaban inspeccionando el área le dijeron eso. -Soldado, voy a ver el herido que acaban de encontrar; si para cuando vuelva, usted no le ha podido quitar el fusil, yo mismo le corto las manos. -Aguja, usted quítele el cartucho a ese fusil, antes de que pase algo.
En ese desespero de Arango por soltar el arma, para salvar las manos de Guerrero y el afán del guerrillero por cumplir la orden, nos concentramos hasta que volvimos a escuchar dos disparos de pistola. Era Valencia, un samario contento todo el tiempo con su música y su amor por el Júnior de Barranquilla. Uno de los cilindros bomba le había destrozado la pierna izquierda y tenía dos disparos: uno en la rodilla derecha y otro en toda la garganta y por eso no había podido hablar ni moverse, cuando los guerrilleros gritaron que saliéramos. Fue el primero de nueve cuerpos que trajeron y tiraron al lado de Guerrero y el único que encontraron vivo. -No hubiera sobrevivido en este lugar-, le dijo el Comandante guerrillero al Comandante Pérez, cuando descargaron el cuerpo, para que supiera por qué le había disparado. Sin darnos cuenta, Arango y el guerrillero habían logrado su objetivo cada uno, mientras nosotros veíamos cómo descargaban el cuerpo de Valencia. Así, sucesivamente, fueron trayendo los otros cuerpos y las armas de los que ya estaban muertos: Cuartas, Torres, Márquez, Morales, Restrepo, Posada, Ochoa y Londoño. -Comandante, tome las cosas de sus soldados muertos para sus familiares, porque partimos en diez minutos. El Comandante Pérez se arrodilló ante los cuerpos, para comenzar a buscar en sus pertenencias cosas que en algún momento sirvieran para sus familiares. Sin que nos diera la orden o nos dijera, decidimos ayudar a encontrar todo lo que se pudiera entregar como recuerdo a sus familiares: cadenas, anillos, libretas, fotos y hasta llaveros fueron las cosas que le entregábamos al Comandante. De ese momento y esa experiencia, siempre tendré en mi memoria ese olor a sangre y pólvora que emanaban los cuerpos, mientras los esculcábamos, antes de dejarlos tirados en medio de la selva para que se los comieran los animales. El camino hacia Mitú lo hicimos andando en fila y con cada guerrillero de por medio entre nosotros. No pensaba en nada, tenía el estómago revuelto por el
olor de pólvora y sangre. La imagen de cada uno de los cuerpos era algo que también me producía nauseas: estaban todos mutilados en las piernas, y los guerrilleros se empeñaban más en buscar las piernas que los cuerpos, para quitarles las botas. Caminamos más de cuarenta minutos, hasta llegar a lo que parecían las primeras calles de entrada del pueblo. Parecíamos estar entrando a una película de guerra: incendios en algunos techos, calles desoladas sin ninguna persona, puertas cerradas y una estación de policía que fue destruida con granadas y cilindros bomba. Nos ordenaron sentarnos en el suelo, mientras agrupaban, con nosotros, los policías que habían defendido su estación hasta quedarse sin munición. Me senté y me quedé dormido al instante… … Entré en la casa, me acosté en la hamaca y soñaba que dormía. Me veía dormir a mí mismo todo el tiempo sobre la hamaca, aproveché la situación, para volverme a buscar alguna herida, pero herido de qué, si estaba en mi casa. Dejándome descansar, salí por el pueblo y lo recorrí buscando a Luisa para decirle que fuera a la casa, que yo ya había regresado y que estaba dormido en la hamaca. La busqué afanosamente por todas partes: en el parque, en la iglesia y por último resolví ir a su casa, pero no podía encontrar la calle ni la casa, entonces subí corriendo a la finca. Entré y la vi mirándose en el mismo espejo que yo me miraba, mientras la esperaba a ella la primera vez… -¡Despierte, soldado! Las calles solas, los guerrilleros por todas partes con sus ensordecedoras y repetitivas consignas: “¡viva el ejército del pueblo, vivan las FARC!” La estación de policía en ruinas, el olor a azufre de los cilindros, Arango sin dejar de llorar, Bustamante y Gil con la cara negra y ensangrentada, el Comandante Pérez haciéndose reproches, los helicópteros y el avión fantasma por ninguna parte. Cuartas, Torres, Márquez, Morales, Restrepo, Posada, Ochoa y Londoño: muertos. Guerrero volando, sin piernas, sobre mi cabeza y disparando por reflejo y dolor: también muerto. La extraña sensación de sentir la tierra temblar por debajo del cuerpo. Los policías que
combatieron y defendieron enérgicamente sus puestos, humillados y sentados al lado de nosotros pensando en quién sabe qué, era todo lo que me encontré cuando me despertaron para salir de Mitú. En cambio, la hamaca en mi habitación, el parque, la iglesia, la calle y la casa que no logré encontrar, la finca, el espejo y Luisa: un sueño muy precario que no llegué a finalizar. No logré ver cuántos policías eran en ese momento, pero eran mucho más que nosotros cinco y después supimos que eran 61 policías secuestrados y 16 los que habían muerto en cumplimiento del deber. Los guerrilleros dejaron los cuerpos de los 16 policías tirados al frente de lo que quedaba de la estación: un asta sin bandera y un escudo de la policía lleno de impactos de balas. -Hay que salir por el río, antes de que lleguen los refuerzos-, fue lo que comenzaron a decir los guerrilleros encargados de la operación, mientras nos poníamos en marcha. Era inconcebible que cuando eran ya las diez de la mañana y después de cinco horas de combate los refuerzos no aparecían por ninguna parte y si llegaban a asomar, en alguna parte, era nuestra muerte inmediata. El Comandante Pérez no dejaba de hacer la misma pregunta todo el tiempo: “¿Cómo es posible que medio millar de guerrilleros hagan esto y el Gobierno, en cinco horas, no enviara tropas de apoyo?”. Era cierto: inicialmente pensábamos que serían un centenar de subversivos o un poco más, pero estábamos lejos de la cifra que verdaderamente tenían los guerrilleros y los habíamos subestimado. Eso dejaba mucho que decir de nuestra forma de operación y planificación. Nos encaminaron hasta el río con la mirada impotente de los habitantes que se asomaban por las ventanas de sus casas y de inmediato se volvían a ocultar, por miedo de ser testigos visuales o porque los guerrilleros les hacían señas para que cerraran las ventanas. Caminábamos en la misma forma que llegamos a Mitú presos por los guerrilleros: fila india y con
guerrilleros a lado y lado de la fila pavoneándose con los trofeos de la victoria. Cuando llegamos a la orilla del río nos sorprendimos de ver el montaje
de
la
operación
que
ellos
llamaron:
MARQUETALIA”. Tenían, estacionadas en el río, forma inmediata, tanto
“OPERACIÓN
lanchas para salir de
ellos como nosotros. Hicieron que nos
acomodáramos en cada lancha unas cinco personas con tres guerrilleros armados, en la parte de atrás. En el pueblo quedaron algunos pocos guerrilleros y policías que emprendieron la salida por el mismo camino que entramos nosotros. La lancha hizo todo el trayecto pegada de la orilla para cubrirse con las copas de los árboles y para no ser vista por algún helicóptero o por el mismo avión fantasma. -Hasta acá nos trajo el río, señores-, dijo el guerrillero que manejaba la lancha mientras la acercaba a un borde. -El resto del paseo es caminando-. Mientras, en tierra firme nos esperaban otros guerrilleros, que tampoco disimulaban su felicidad por el éxito de la operación. Cuando terminaron de llegar las otras lanchas y ya estábamos todos agrupados, entonces sacaron una cadena y nos amarraron con candados pequeños, a todos de la mano izquierda. -¡Con eso no se me vuela nadie!-, dijo, el que parecía ser el responsable de nosotros y de la operación: un guerrillero con tipo de indio, fornido; se le notaba que no tendría escrúpulos al momento de tener que ajusticiar a alguno de nosotros que intentara fugarse. Caminar por la selva requiere de preparación: son cantidades de obstáculos naturales, donde la selva se cierra por delante y por detrás y caminar encadenado a otras personas hace más difícil el trayecto. Tuvimos que detenernos muchas veces, siempre había alguno que comenzaba a vomitar, otros que se desmayaban por el calor y la sed, además la cantidad
de veces que la misma cadena se enredaba con la maleza. Después de seis horas del primer día de camino: -Acomódense como puedan, porque esta noche dormimos acá-, dijo uno de los guerrilleros. Con las propias manos nos tocó desyerbar el lugar donde nos teníamos que acomodar y pisarlo fuertemente para lograr aplanarlo y matar cualquier animal que nos pudiera morder o picar en la noche. El caudal del río sonaba de forma relajante, pero el nivel de tensión en todos nosotros ya había disminuido y comenzábamos a asimilar la realidad: estábamos siendo secuestrados por la guerrilla en pleno proceso de paz. Se escuchaban llantos en toda la noche y eso me causaba rabia porque también sentía las ganas de llorar, pero nunca, desde ese día, he querido darles el gusto de verme llorar. -¡Levántense, señoritas! Hay que llegar rápido porque mi Comandante nos está esperando hoy-, dijo el guerrillero con aspecto de indio. Nadie tenía que despertarse, nadie había dormido. Las cabezas de todos, aún, negaban la situación. Miradas extraviadas, gestos y bocas encogidas: era lo que se veía en todos nosotros. Nos separaron en dos grupos por mitades, para poder agilizar la marcha y llegar más rápido a donde debíamos llegar, porque el poco cielo que se dejaba ver entre los árboles, amenazaba con una fuerte lluvia. Esa misma que puede caer en la selva durante días o esa que solo cae un instante, pero que es capaz de ahogar la propia selva en diez minutos. -Uribe, póngase de pie-. Era el Comandante Pérez con Arango. En la división que había hecho el indio, volvimos a quedar juntos: Arango por delante, el Comandante Pérez detrás de mí y yo en el medio de ellos dos. El solo hecho de sentirnos cerca nos tranquilizaba; no podíamos
hablar porque estaba prohibido mientras camináramos, pero no lo necesitábamos, ya sabíamos perfectamente lo que cada uno decía por señas o por gestos. Había comenzado la lluvia. Las gotas se acumulaban en las hojas de los árboles y cuando caían en la cabeza eran unos goterones que zarandeaban. No era, aún, mediodía, pero la propia oscuridad de la selva, sumada a la oscuridad del cielo, parecía una noche falsa. Se escuchaban fuertes truenos a lo lejos, que bramaban en medio de la oscuridad, pero todo eso no evitó que el indio nos siguiera acosando cada vez más. -¡Montón de maricas! ¿Qué tal que les hubiera tocado caminar descalzos en la selva?-, nos decía mientras la lluvia le corría por la cara. -Uribe… -¡Uribe! -¿Qué?-.
Me di vuelta para ver qué era lo que quería el Comandante
Pérez. -Tenga, hombre. Tome un poco y pásele a Arango también. Era una hoja grande en forma de totuma que el Comandante Pérez había dejado llenar con agua de lluvia. Tomé, aunque no sentía sed, pero me alivió la sensación y el sabor que todavía sentía de sangre y pólvora. Cuando terminé se la pasé a Arango. -¿Y si me ven tomando agua? -¡No sea bobo, Arango! ¿Qué le pueden decir por tomar agua?-, le dije, sin importarme que me escucharan, porque la ingenuidad de Arango siempre choca con los límites de la paciencia de los demás.
Anduvimos más de cuatro horas de camino forzoso lleno de maleza, y con el lodo hasta las rodillas en muchas partes que debíamos pasar cerca de algún río, y todavía llovía con mucha más fuerza. Muchos comenzaban a temblar de fiebre, y a otros los venían ayudando para poder continuar con la marcha. -El que esté muy cansado que diga y yo mismo le hago el favor-, decía el indio, cuando se detenía para mirar la fila. No nos detuvimos en más de siete horas de marcha, hasta que por fin, y como de la nada, aparecieron otros guerrilleros en una pequeña planicie, donde pudimos descansar. Al igual que el primer grupo de guerrilleros que nos esperaron, cuando nos bajamos de las lanchas, estos se felicitaban y abrazaban por el logro de la operación. -¿De dónde sacaron todos estos?-, decía uno de los guerrilleros señalándonos y riéndose por la situación en la que nos traían. -Peque se va a poner feliz cuando vea toda la gente que le trajeron-. Fue la primera vez que escuché el nombre de Peque. En medio de un enorme ejército de guerrilleros felices, volvimos a caminar durante media hora, hasta que llegamos a un caserío donde, de una casa humilde, sacaron unas canecas llenas de agua de panela y nos daban en vasos plásticos a cada uno. Cerca, también había una carpa blanca con una tarima improvisada. A ella se subió un guerrillero gordo de cuerpo y cara, grasiento, con bigote negro oscuro como el pelo que se le veía por fuera de la boina y muy sudoroso, pero con un uniforme que no tenía nada que envidiarle al de cualquier militar. -Soldados y policías: ustedes, por órdenes de mis camaradas del Secretariado de las FARC, se convierten, desde hoy, en prisioneros de guerra, para que la oligarquía de este país se dé cuenta de que nosotros somos el verdadero ejército del pueblo.
-¡Viva el verdadero ejército del pueblo! ¡Vivan las FARC!-, vociferaba, dirigiéndose a nosotros y en especial a todos los guerrilleros que habían hecho la toma de Mitú. -¡Vivan!-, gritaban también todos los guerrilleros alzando el fusil. -Por último, quiero darles la bienvenida al regalo más grande del Gobierno de Colombia: ¡La zona de distensión! Han pasado ya muchos días después del combate. El orden de las imágenes, los momentos, las palabras e incluso los muertos los tengo intactos en mi memoria a pesar del tiempo. Hoy, antes de tirarme rendido en este montón de costales sucios, me encontré con el Comandante Julián. Me vio leyendo la Biblia, sentado en la piedra y me preguntó dónde la había conseguido; cuando le dije que me la había regalado Peque por ayudarle a dibujar los planos, se sonrió, hasta que por fin su voz resonó: -Peque quería ser cura-, exclamó levantando sus cejas; -la guerra puede cambiar cualquier aspiración personal, incluso la de un cura.
9. MENSAJES Sé que ha pasado mucho tiempo, incluso la primera Navidad. No me había vuelto a sentir con ánimos de escribir porque los días eran lo mismo: la construcción del hotel y después vegetar con el cuerpo y el pensamiento. Quedaba muy cansado todas las noches, me tiraba en los costales y miraba las cartas que ya me sé de memoria, después me repetía lo mismo: mañana volveré a escribir, y me quedaba dormido. Al Comandante Julián dejé de verlo durante más de dos meses, porque estuvo enfermo y lo llevaron a San Vicente del Caguán, pero hoy volvió: muy demacrado, flaco, con los ojos escondidos detrás de unas enormes ojeras y aún con algodones donde, se ve, que tenía puestas las agujas del suero. No sé si es el embotamiento de no hacer nada después de que terminamos de construir el hotel, pero no fue mucha la felicidad que me causó verlo
como cuando llegó con las primeras cartas. Me cuestioné en el diario vivir que estoy llevando, porque él, lo primero que hizo, al momento de llegar fue buscarme; y a mí (como ya les dije) no me causó sorpresa su llegada. Por eso, y para tener la mente nuevamente ocupada, he decidido volver a contarles y recopilar muchas de las cosas que han pasado en este tiempo. El Comandante entró en el hotel; era la primera vez que lo veía desde que lo terminamos, y comenzó a preguntarles a los demás soldados dónde era mi cambucho… -¿Uribe?, ¿Uribe?-, comenzaron a gritar todos para que yo respondiera, hasta que por fin escuché una de las formas en las que nadie me llamaba durante mucho tiempo: -¿Alejandro?-. Escuchar que me llamaran por mi nombre rompió ese entumecimiento de pensar en todo y en nada al mismo tiempo, cuando se mira una estera o una tabla durante varios días. -¡Comandante!-. Me incorporé sentándome sobre los costales y por acto reflejo tomé la mochila donde no dejo de guardar las pocas cosas que tengo: los tres cuadernos, los lapiceros y la Biblia. -Venga, Alejandro, salgamos de acá y vamos al quiosco-, dijo el Comandante. A todo el frente de la salida del hotel, hay unos árboles de los cuales han asegurado a civiles secuestrados y comienzan a vivir como perros amarrados alrededor de cada árbol. Los trajo el guerrillero aindiado y después de atarlos a los árboles, se enorgullecía diciendo: -Así es como debiera estar la hijueputa oligarquía de este país: ¡Amarrada!
Ni a Peque ni al propio Comandante Julián, les gusta la idea de tener civiles secuestrados de forma extorsiva, pero deben respetar la orden porque es dictada por el propio Secretariado. Entre los civiles que trajeron, he entablado amistad con un muchacho de Medellín que se llama Kike. Los primeros días, los guerrilleros no dejaban que habláramos con ellos, pero con el paso de los días y por verlos todo el tiempo amarrados, nos fuimos acercando hasta llegar el día en que pasamos horas enteras sentados junto a ellos, como si nosotros también estuviéramos encadenados al árbol y los guerrilleros optaron por dejarnos hablar. Aparte de Kike, hay otros diez secuestrados civiles, ocho hombres y dos mujeres, pero yo me he entendido más con él, porque desde el primer día que lo trajeron, supe que también era paisa. Las guerrilleras se enamoraron de él, incluso la extranjera que anda con Peque todo el tiempo. Yo comencé llevándole razones de Tania: una guerrillera que le dicen la reina del despeje, porque lo que se propone lo consigue, gracias a sus atributos físicos. -Paisa, dígale al otro paisita que coma, que no se deje enfermar-, eran las primeras razones que le mandaba Tania. -Paisa, dígale al paisita que le mando esta cobijita para que no sienta frío y que si quiere yo le doy calorcito por la noche-, y se reía maliciosamente. Así, por varios días estuve llevando razones de Tania para Kike y me gustaba, porque era tener algo para hacer. Cuando llegaba donde él le daba la razón y después nos dedicábamos a hablar de su vida, sus gustos, su novia, sus hermanas y su abuela. También me enseñó a manejar motos de alto cilindraje: en un tronco que acostamos al lado del árbol, me mostraba cómo debía frenar con la llanta de adelante, y acelerar al mismo tiempo, para que la moto hiciera un giro completo, cómo saltar los cambios de la moto para obtener mayor potencia al momento del arranque; me mostraba también, sentados en el tronco, cómo era la mejor forma para dar una curva a altas velocidades. Los guerrilleros, los policías y los soldados, cuando
pasaban y nos veían sentados en el tronco y bramando como una moto, se burlaban de nosotros, pero era tanta la velocidad que llevábamos, en la moto imaginaria de tronco de árbol, que ni los reparábamos al pasar por su lado. Kike conocía de memoria la carretera a La Pintada, con todas sus curvas y me decía que mirara los farallones, mientras él desaceleraba un poco (la verdad era para descansar un poco de la garganta, por hacer ese ruido de moto grande, que ya nos estaba dejando sin voz y con tos). En esa carretera nos imaginábamos en un buen día de sol, porque era uno de los lugares que teníamos en común para recordar. Yo también le enseñé cómo ordeñar una vaca sin ponerla muy nerviosa, acercándosele de frente con un buen puñado de hierba para darle confianza; le contaba también como eran las noches estrelladas desde la finca y todo lo que desde allá se podía ver cuando el cielo de Jericó estaba despejado; le mostré, también, algunas cosas que había aprendido en el ejército y en la tropa de contraguerrilla; le explicaba cómo funcionaban algunas armas y cómo se afinaba la puntería. Kike también, era seguidor de fútbol y apasionado del Nacional; sin embargo, me contó que no era muy bueno jugando fútbol, pero sí manejando moto. Una mañana mientras tomábamos agua de panela, hablábamos de fútbol y de lo bueno que sería ir al estadio en un clásico: él con la camiseta de Nacional y yo con la camiseta del Medellín, me llamó Tania desde la puerta del hotel: -Paisa, paisa. Entréguele esto al paisita-. Era un envuelto de papel periódico, y una bolsa transparente en la que había seis pilas pequeñas. Cuando volví al árbol, le entregué la bolsa, junto con el envuelto de papel y le dije: -Kike, otro de los regalos de tu seguidora. -¿Qué es?-, me preguntó mirando la bolsa con las pilas.
-¡No sé! No es para mí. Puso el tazón de agua de panela a un lado y comenzó a desenvolver minuciosamente las hojas de periódico hasta que encontró un radio nuevo con una nota que decía: “para que no se sienta tan solo y escuche a su familia: Tania”. Lo primero que hicimos fue ponerle pilas y guardar las otras; sin embargo, las primeras emisoras que captaba el radio eran las emisoras de la guerrilla que transmitían desde el Caguán. Durante más de dos horas, buscamos otras emisoras donde pudiéramos escuchar noticias o música que le gustara a alguno de los dos. Movíamos el dial lentamente para no pasar por alto ninguna frecuencia, hasta que por fin lo logramos: habíamos encontrado una de las emisoras donde se enviaban mensajes a los secuestrados, pero por esas mismas raras casualidades, en las que la vida me ha puesto muchas veces, sintonizamos la emisora en el precioso instante que comenzaban los mensajes de la mañana. Comenzaron con una señora: la mamá de otro soldado, que le daba todas las bendiciones para que fuera fuerte, después una niña que decía: “Papito no me viste nacer, no me viste dar mis primeros pasos, no me viste cuando comencé a hablar y a jugar. Ya sé escribir mi nombre y te sigo esperando con los brazos abiertos”. Y a continuación una novia de otro soldado que le decía: “Lejos no estás, estás acá: junto a mí. Sé que volverás para concretar nuestra felicidad”. Había aguantado muchas veces el llanto, pero ese día, cuando escuché ese mensaje, no pude más. Era estar escuchando la voz de Luisa en la carta que me decía: “…Soy yo, Alejito, soy yo: Luisa, y ese mensaje también es para ti”. Me doblé en silencio, metí la cabeza entre las dos piernas y comencé a llorar. En medio de mi llanto, escuchaba a Kike también llorar y decir, en voz baja, varias veces: -¡Malparidos! ¡Malparidos! Apagamos el radio para evitarnos malos ratos (estar en esta situación ya es suficiente). Escuchar los mensajes de los familiares de los otros
secuestrados era todo un dolor, pero cuando terminé de llorar, me di cuenta de que tener apagado el radio era un sacrificio mayor. -Kike, aunque ese radio se lo mandaron a usted, yo lo quiero volver a prender-, le dije pasándome los dedos por los ojos, para limpiarme las lágrimas. -Yo estaba pensando lo mismo, Uribe-, dijo Kike con los ojos rojos también de llorar, -pero busquemos, hoy, otra emisora, si no ese radio nos va a salir matando de un infarto. Volvimos a prender el radio y continuamos buscando emisoras de cualquier tipo. El dial requería moverse lentamente, si no lo único que se captaba era un montón de señales y silbidos como en los radios antiguos. El radio, las razones de Tania, la moto imaginaria, las largas polémicas de fútbol, y la construcción del cambucho para Kike cerca de su propio árbol, fue lo que me hizo olvidar por un tiempo la costumbre de escribir diariamente y la dependencia que estaba creando con el Comandante Julián. Casi después de un mes que llegaran los otros secuestrados al campamento, intenté muchas veces hablar con Peque para que soltaran a Kike del árbol, porque con los demás secuestrados lo hicieron después de un tiempo, pero el fuerte carácter que él ha tenido y su estatura de 1.85 no les da mucha confianza a los guerrilleros para soltarlo y dejarlo caminar por el campamento como a los demás. Es el único que sigue como un perro y solamente logré, con Peque, que le dieran más metros de cadena, para poderse desplazar un poco más; sin embargo, esas cosas no limitaban la rutina que diariamente manteníamos. Yo me levantaba, tomaba mi mochila y salía del hotel (de la puerta del hotel al cambucho de Kike solo hay unos siete u ocho metros). Cuando llegaba, esperábamos a que llegara el guerrillero de turno para soltarle la cadena, después reclamábamos el agua
de panela, nos aseábamos y volvíamos al cambucho de Kike para prender el radio. El primer 23 de diciembre nos propusimos ser fuertes y escuchar los programas enteros en los que sabíamos que habrían mensajes, canciones y dedicatorias para los secuestrados. El locutor comenzó diciendo: “hoy en una fecha tan especial como ésta, tendremos dos horas más de programación y mensajes en vivo de algunos familiares que han decidido acompañarnos en esta emisión y dar sus mensajes al aire. Hoy comenzaremos este programa con una canción que lleva un sentimiento muy fuerte de libertad: Libre, del desaparecido Nino Bravo”. Antes de comenzar la canción, Kike se anticipó a decir: -Cuando termine esa canción, vamos a estar a moco tendido. -¡Qué más da!-, le respondí rápido. Quería cerrar los ojos y ponerle cuidado, por primera vez, a la letra. Muchas veces la escuché pero nunca le puse cuidado. La grabación que tenían de la canción en esa emisora comenzaba con la propia presentación del cantante diciendo: “… Hasta aquí unas cuantas canciones que yo he cantado con toda la ilusión, para que les agradaran, espero que así haya sido. Me voy a despedir con la última de mis grabaciones: la que va a ser cara A de mi próximo single, espero que les agrade. Buenas noches”. La canción comenzó a sonar y de inmediato cerré los ojos. Dentro de mis párpados se forjaban, sin haberlo pensado, todas las imágenes y los recuerdos de la finca del Gringo con todas sus placas de guerra, sus medallas, las fotos de todas esas personas en estado cadavérico y los campos de concentración. Todos esos recuerdos volvieron a mi cabeza pero esta vez en el hotel. Abrí los ojos y miré hacia la pequeña puerta del hotel, porque cuando lo terminamos siempre dije que me recordaba algún lugar, pero no lograba ubicarlo. La imagen que tengo de esas fotos y esos
libros es muy vaga, pero la alambrada y la entrada son una fiel copia de un campo de concentración. El programa continuó con todo tipo de música y de mensajes que nos movían todas las fibras del corazón; sin embargo, también emitían algunos mensajes graciosos que nos lograban rescatar alguna sonrisa un poco forzada, hasta que comenzaron con un desfile de mensajes para Kike. Él se quedó petrificado y blanco como el mármol… -Kike,
nieto de mi alma: el hecho de partir el corazón y el espíritu en dos, y
separarnos por cientos de kilómetros no quiere decir que no te tenga en mi regazo…–, era uno de los mensajes que estaban transmitiendo en directo desde la emisora y a la señora se le quebraba la voz varias veces, -… y que yo te siga bendiciendo, desde acá, para que no te ocurra nada malo.
-Kike, hermano mío: en ese viaje que has emprendido, lleno de fuertes pruebas e inolvidables anécdotas para repartir y compartir cuando vuelvas, espero que tu alma y tu cuerpo sean lo suficientemente fuertes, para que vuelvas con nosotros y tu presencia deje de ser un recuerdo tuyo en casa.
No necesitaba que él me dijera o me pidiera algo, era obvio que después de semejantes mensajes que le habían enviado sus familiares necesitaba estar solo por un momento.
Me fui a caminar para dejarlo pensar, para que pudiera llorar solo y estuviera tranquilo. Me dediqué a recoger guayabas que encontré en un árbol y cuando pensé que había pasado un tiempo prudente, volví con las guayabas.
-¿Guayabas?–, me preguntó Kike con cara de felicidad cuando me vio volver con las manos llenas.
-Sí para que cambiemos, tan siquiera por un día, el menú.
-¡No! Yo sé hacer dulce de guayaba-, dijo Kike, mientras comenzaba a mirar las guayabas-, solo necesitamos agua, azúcar o panela y leche… ¿Sí es posible?
Si me hubiera pedido diamantes o esmeraldas, no lo hubiera imaginado tan difícil, pero la leche… incluso había olvidado su sabor.
-Bueno, voy a ver dónde carajos puedo conseguir eso.
De camino al quiosco se me apareció la virgen: Tania. ¿A quién no se le hubiera ocurrido pensar en ella, para hacer uso de su fascinación por Kike? De todas formas no era mentira, lo que le iba a pedir era para él. Le conté rápidamente nuestro propósito y de inmediato se ofreció para cualquier otra cosa que él quisiera en Navidad.
En menos de diez minutos, ya teníamos cerca al cambucho de Kike: una olla pequeña, con leche incluida, leña, fósforos, azúcar, panela molida, una botella de agua y un cuchillo para cortar las guayabas.
Nos entreteníamos buenamente, y sin darnos cuenta, se fueron acercando los otros secuestrados, para colaborar o simplemente por querer probar algo que no fuera arroz, agua de panela, yuca y lentejas. El número de comensales fue creciendo, porque el olor no resultaba ajeno para ninguno; entonces se decidió que buscáramos más guayabas para que alcanzara para todos.
No fue mucho lo que le tocó a cada uno, pero nadie se quedó sin probar el dulce, incluso algunos guerrilleros y Tania que le buscaba conversación a Kike mientras él repartía las raciones de dulce.
-Paisita, pídame algo que quiera comer hoy, yo se lo puedo conseguir-, le dijo Tania a Kike.
-Cereales, quiero poder comer uno cereales mañana a la media noche-, le dijo Kike, sin dudar y sin dejar de repartir el dulce a los que se acercaban a la olla.
Después de la fiesta del dulce, de conocer a otros secuestrados que no conocía, por no haber hablado con ellos, volvimos a quedar Kike y yo solos. Nos sentíamos reconfortados por el dulce y por el momento de risas que habíamos acabado de tener; entonces volvimos a sacar el radio y a prenderlo.
El programa tuvo tanta sintonía ese día, que obligó al presentador a continuar hasta que no quedara ni un solo mensaje por presentar. Las canciones también eran parte del programa y a petición de las personas. Kike no dejaba de asombrarse cuando –sobre todo las madres-, se soltaban en un solo llanto ante el micrófono y no lograban pronunciar una sola palabra, incluso con la ayuda del propio presentador que les daba ánimos para que se tranquilizaran un poco. Ni un solo mensaje ni una sola canción dejaron de ser llamativos para nosotros. Después de un tango, que era de un abuelo para su nieta secuestrada, el locutor comenzó diciendo:
-En esta fecha tan especial de amor y deseos de paz para todos los nuestros, también tenemos personas de otras regiones del país, que nos acompañan con sus mensajes y que hoy han venido hasta acá, para hacerle llegar esas palabras a sus seres queridos.
- Doña Clara: ¿de dónde viene usted?
-De Jericó Antioquia.
Era mamá. La selva se me hacía tan asfixiante, y a la vez, tan pequeña para correrla y llegar hasta donde ella estuviera y abrazarla: solamente abrazarla…
-¿Quiénes la acompañan hoy y para quién es su mensaje?-, preguntaba el presentador, mientras yo seguía sintiendo el corazón latirme desde el estómago.
-Me acompaña mi esposo, mi sobrino que es como otro hijo, otra persona que es una sorpresa para Alejandro: Luisa, la novia de mi hijo que es soldado profesional y para él son los mensajes que queremos enviar…
-Alejo: he ensayado este mensaje muchas veces, para no llorar y porque sé que detrás de mí hay también muchas madres que quieren beneficiarse con este programa. Tu papá, Checho y tus abuelos decidieron que tomara la vocería de la familia con esta carta que te hemos escrito entre todos: “Ningún día pasa inadvertido sin un recuerdo tuyo, cada momento son palabras tuyas llenas de todas tus cosas. Hoy, especialmente, te recordamos por las navidades en las que llorabas porque a los caballos y a los perros de la finca, el Niño Dios no les había llevado regalos, hasta que tu papá improvisaba cualquier cosa para que vieras que sí les había llevado comida y en los años siguientes, hasta que estuviste más grande, también teníamos que ponerles regalos a los animales.
Tu papá te sigue deseando mucha fuerza y coraje para que llegues hasta donde lo debas hacer; Checho te desea un pronto regreso y se ahoga en sus propias palabras cuando habla de ti; los abuelos, por su parte, dicen que todas sus oraciones están puestas en tu libertad.
Yo solo espero que el ángel de tus palabras vuelva pronto, para saber de ti”.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que Kike se diera cuenta de que era mi mamá la que estaba hablando, mientras que yo intentaba respirar para mantenerme vivo y con la memoria puesta en las cartas que el Comandante Julián había llevado, convirtiéndose en un ángel mensajero…
- Señor: ¿Cuál es su nombre?
-Antonio Morales-, recordaba esa voz, pero…
-¿Es usted amigo del soldado Alejandro Uribe Jaramillo?-, le preguntó el presentador.
-No, señor. Yo lo conocí un día que lo llevé en mi taxi desde Medellín hasta Jericó, además también sufrí por un hijo que estuvo secuestrado y la guerrilla después lo asesinó.
-¿Y cuál es su mensaje hoy para Alejandro?-, le preguntó, nuevamente, el presentador, con voz de asombro por el testimonio que acababa de dar don Antonio. Después de haber dicho su nombre lo recordé inmediatamente con lujo de detalles del día que me llevó hasta la casa.
-Mi mensaje para todos los secuestrados y especialmente para Alejandro: no desfallecer en esta prueba, que cada latido de tu corazón siga siendo una señal que te recuerde que debes volver con tu familia. Dios se encargará de llenarte de fuerza para esta experiencia tan dura que tú y tu familia deben afrontar. Ánimo, Alejandro: ¡coraje!
-Bueno, ya para terminar con los mensajes de la familia Uribe Jaramillo, tenemos a Luisa: la novia del soldado Alejandro.
No podía soportar más, comenzaba a sentir lo mismo que me decía Luisa en su carta: un llanto por dentro que es mucho más fuerte y doloroso que el que sale por los ojos. Me di vuelta porque el aire comenzaba a hacerme falta, y tan pronto comencé a escuchar la voz de Luisa apretaba con todas mis fuerzas las hojas, la hierba y la tierra que se salía por entre los dedos…
-Alejito: ojalá estés escuchando estos mensajes-, y yo apretando la tierra con las manos. -Hoy quiero leerte un escrito que encontré y que describe, de alguna forma, las largas horas en las que me siento a esperarte o a recordarte…
DESTINO Destino: ¿Me hablas? A veces perdido, a veces de terciopelo, otras tantas en gamuza, a veces no te manifiestas... Entonces, qué quieres que yo te responda... ¿Ah? Pareces el péndulo de la indecisión entre lo trivial y lo mortal o quizá entre lo bueno y lo malo, pero qué sabes vos de esto. Simplemente te descargas de tal forma que me cuesta trabajo quedar de pie... ¡MÍRATE! ¿Estás feliz? ... no lo creo, estás capacitado para dármelo, pero nunca podrás sentirlo. Hoy mi reloj marca más horas que antes y vos, destino tedioso y patético, ni te inmutas.
-Vuelve Alejandro, vuelve pronto…
-Muy emotivo el escrito de Luisa para su novio Alejandro-, señalaba el
presentador, -y donde sea que se encuentre, en este momento, ojalá siga
recibiendo estos mensajes. Para Alejandro, de parte de su familia y su novia es la siguiente canción: “Sé que volverás”, de Julio Iglesias. Nunca llegué a sentir tanto cansancio y tanta tristeza que se reflejaran en dolor físico; era como tener el cuerpo lleno de plomo por dentro, me pesaba montones para intentar pararme de ese lugar e ir y echarme sobre mis costales, y Kike lo único que me decía era: -Tranquilo, Uribe; tranquilo, viejo, que de esta salimos, además, como dice mi abuela: “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Aunque con esta gente nunca se sabe… La canción aún estaba sonando, pero como pude, me levanté y me fui a tirarme en mis costales. Le había prometido a Kike compartir con él la caja de cereales a la media noche, pero no lo hice y los días siguientes solo me levanté para lo necesario. Así pasaron todos estos días después de los mensajes de Navidad por radio. Pasé con el Comandante cerca al cambucho de Kike y lo saludé rápidamente; sin embargo, no ocultó su extrañeza por verme de nuevo fuera del hotel y caminando al lado del Comandante Julián. De hotel al quiosco no hay mucha distancia, pero tantos días de abandono continuo también adormecieron los músculos y cuando llegamos al quiosco me sentía cansado. Como ese día cuando el Comandante Julián me contó toda su historia, hoy también nos sentamos para que me contara sobre muchas cosas que estaban pasando en el país y que yo desconocía totalmente. -Alejandro, tengo que contarle varias cosas que han pasado, entre esas, la que pasó ayer, pero antes quiero que hablemos un poco de usted. Me han dicho que ya no sale del hotel y que solo se levanta para comer. Si usted quiere matarse algún día, hágalo, pero no aquí-, dijo el Comandante, de pronto,
cambiando la idea de los primero que quería decir. -No quiero sentir que me estoy equivocando ayudándolo a usted. ”Cambiando de tema y retomando lo primero que quería decirle debo contarle que ayer el ELN secuestró un avión de Avianca en pleno vuelo y lo hicieron aterrizar después en Simití. ¿Sabe dónde queda eso?” No tenía ni la menor idea de dónde pudiera quedar un pueblo o alguna región con ese nombre. -No lo sé, Comandante. ¿Dónde queda eso?-, le respondí. -Es una zona cenagosa al sur de Bolívar-, me indicó. Destapaba un termo con café, para continuar con todo lo que necesitaba contarme. El olor del café lo había olvidado totalmente, al igual que su sabor, entonces cambiando el antiguo rito de ver tomar al Comandante su café mientras hablábamos en el quiosco decidí pedirle café: -Comandante… -¿Sí, Alejandro? -¿Me regala un poco de café?-. Tímidamente se lo pedí, porque había perdido la costumbre de hablar con él, -es que el sabor del agua de panela ya me tiene cansado. -¡Claro, hombre! Traiga su tazón y le sirvo un poco. -Comandante… -¿Y ahora qué, Alejandro?
-Quisiera llevarle también un poco de café a una persona que me dio dulce de guayaba en Navidad. -Pues dígale a esa persona que venga hasta acá. ¿Quién es?-, preguntó haciendo pausa entre un sorbo y el siguiente. -Es un civil, pero no puede venir acá porque aún está encadenado al árbol. -Ya sé de quién me habla, Alejandro. Lo primero que hice al volver al campamento fue dar la orden de que lo soltaran, pero Peque me dijo que era orden del Indio de no soltarlo. El Indio recibe órdenes directas del Secretariado, y fue el encargado de traerlos a ustedes acá desde Mitú y aunque yo sea el Comandante de este campamento no puedo desautorizar la orden de ese tipo-. Lo decía como quien tuviera una deuda pendiente con él. -Vaya por su tazón Alejandro, y cuando vuelva le cuento del avión, y después veremos qué hago con su amigo. Bajé al hotel y busqué mi tazón. De regreso al quiosco, cuando pasé frente al cambucho de Kike, éste me preguntó: -¿Uribe y ese milagro? ¿Por qué caminando tan rápido? -Más tarde le cuento-, le dije sin detenerme. El Comandante Julián seguía tomando su café y mirando desde el quiosco el resto del campamento. Me sirvió el café, y era para mí como volver a estar en alguna de las cafeterías de Jericó mirando los turistas y la gente que caminaba por el parque, mientras Luisa y yo nos tomábamos un tinto. -Alejandro: el secuestro que acaba de hacer el ELN representa muchas cosas ¿Tiene usted alguna idea de lo que todo eso representa? -¡No!- Pero me decía a mí mismo: -“nunca saldrás vivo de este mierdero, Alejandro, si la guerrilla ya es capaz de secuestrar un avión y hacerlo aterrizar
en la selva, es porque este Gobierno ya no sirve para un culo… ¡Qué más da! Comienzo a entender la rabia y la impotencia de Luisa”-. -Representa muchas cosas, Alejandro, más de lo que usted se puede llegar a imaginar. Representa que el Gobierno tendrá otro asunto más para explicar ante la opinión pública: el de una negociación que se debe realizar por las personas que estaban en el avión. Por tal motivo ustedes, por ser simples soldados, pueden llegar a pasar más tiempo aquí del que, incluso yo mismo, me imaginaba. Habíamos terminado el café, seguíamos en la mesa: el Comandante Julián mirando el campamento, y yo mirándolo a él. -En cuanto a su nuevo amigo…-, se pasó las dos manos por la cara como seña de cansancio y de un poco de dolor de su convalecencia. -Por él están pidiendo doscientos millones de pesos a su familia, con la plena seguridad de que el Gobierno no hará nada porque es un secuestro extorsivo y hasta que no paguen por él, no lo dejarán libre. Eso se lo aseguro; yo los conozco. Ni una palabra de esto con él, Alejandro, no quiero problemas con el Indio ni con nadie de los que están acá, ya tengo bastante con esta jodida peritonitis que me dio. -Entiendo, Comandante. -Venga, vamos a llevarle café a… ¿Cómo se llama?-, preguntó el Comandante mientras se levantaba de la silla para ir hasta el cambucho de Kike. -No sé cuál es su nombre exacto, pero le decimos Kike-, respondí. -Por último, Alejandro, debo viajar mañana para Bogotá para que me hagan unos análisis de sangre; no tendré tiempo de verme con su familia, pero si tiene cartas démelas y yo las envío por correo.
Hubiera querido tener más cartas o más cosas por contarles, pero es esto todo lo que ha pasado desde la Navidad. Los recuerdo y los quiero mucho,
Alejandro.
Luisa: Tu cuaderno fue lo que yo más anhelé cuando estaba lleno de palabras y de suspiros que no tenían más imagen que tu nombre y tu cara con ese pelo negro y largo, pero no quiero que pienses que ya no siento las mismas cosas; simplemente que esta selva duerme todo y acaba hasta con las fuerzas de sostener un lapicero. Lo que me leíste en Navidad lo escribí, tal cual como lo recuerdo; si hay algo que hubiera pasado por alto te pido que me lo rectifiques y lo escribas de nuevo en este cuaderno, que compraste solo para nosotros, pero que no deja de intimidarme con tu primera carta. Hoy quiero darte el último de mis escritos que tenía en la pequeña bolsa, antes de que el Comandante Julián parta de nuevo para Bogotá; no es un escrito tan profundo y especial como el tuyo, pero es una muestra de lo que quiero ofrecerte para cuando regrese, porque sigues siendo mi principal razón para mantenerme vivo. DE: MI VOZ PARA: VOS. El lenguaje es y será siempre una impresionante forma de enamorar, pero nunca una pasión podrá sujetar con todas sus formas de hablar, ni mucho menos logrará poderla expresar...
DE MI VOZ, surgieron y surgirán preguntas llenas de fingido sentido común, para poder instaurarme en tu vida habitual. PARA VOS, un nuevo formato de diminutas e incoherentes posibilidades de responder. DE MI VOZ, todo lo que quieras escuchar. PARA VOS, palabras sin cartas ni distancias. DE MI VOZ, vocablos sin razón. PARA VOS, una súplica sin cansancio ni temor. DE MI VOZ, compromiso incondicional, para conseguir nuestro pan y techo material. PARA VOS, innumerables formas de reposar. DE MI VOZ, lapsus lingüísticos que delaten todas mis frases de amor. PARA VOS, todas mis actuaciones al amar. DE MI VOZ, disculpas que no puedo cambiar. PARA VOS, nuevas vivencias carentes de tiempo para decir adiós. DE MI VOZ, todo lo que soy. PARA VOS, yo, mi sangre, y todo este amor. Te amo mucho: Alejito.
10. UN ADIÓS Y UN LIMBO DE TIEMPO Han pasado ya muchos días y el Comandante Julián no regresa, pero de todas formas la vida y la rutina vuelven a ser las mismas de antes: leer la Biblia, releer las cartas y escribir. Lo único que cambió la rutina, pero que me dejó muy triste, fue la partida de Kike…
Un lunes por la mañana estábamos desayunando: Kike, Tania y yo. Escuchábamos las noticias y los resultados de los partidos del domingo. Tania y Kike entablaron una buena amistad, pero sin ningún tipo de romances, porque Kike siempre le decía que él no estaba de acuerdo con las cosas que ellos hacían y le sugería que se saliera de la guerrilla, que él y su familia le ayudarían para que trabajara y estudiara, porque la vida en la guerrilla no solo acabaría con sus ideales de ser profesora, sino que cuando menos lo supiera estaría vieja y esa misma guerrilla a la que le entregó su juventud la dejaría o la mataría cuando ella ya no le sirviera más. Ella le llegó a prometer que se escaparía en un año, si él le daba la palabra de ayudarla, y así llegaron a intercambiar promesas de ayuda dos personas que el destino nunca hubiera juntado ni por equivocación, si a Kike no lo hubieran secuestrado y llevado al campamento. Después de escucharlos darse la palabra, me di cuenta de que el destino nunca se equivoca, aunque en sus hilos nos enredemos y nos atormentemos infinidad de veces con la misma pregunta a todo: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Y por qué…? Las noticias seguían como cualquier lunes: política, fútbol, orden público y farándula, hasta que llegó Peque y se dirigió a Kike: -Joven: aliste sus cosas que se va esta semana-. Como si fuera un orden, así lo dijo. Me llené de felicidad, por fin alguno de los que estábamos aquí saldría de esta selva. Lo abracé pensando que era cierto lo que él repetía de su abuela: “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Pero habíamos olvidado a alguien: Tania. Ella siempre respetó las ideas de Kike y fue consciente del mal que se le hace a una persona cuando está secuestrada; a ella le dolía el verlo en esas condiciones porque sí lo quería mucho. Sus ojos estaban inundados y apretaba con fuerza el tazón de agua de panela, para que el llanto no se le desbordara ni la delatara ante las otras personas que se iban acercando para abrazar a Kike y para comenzar a darle mensajes que querían que él llevara al momento de estar libre. Entre abrazos y razones, no nos dimos cuenta en qué momento Tania se había ido del cambucho.
-Uribe, aproveche usted también y deme cualquier carta que quiera enviarle a su familia, yo no tengo ningún problema en llevarla-. Sus palabras me tomaban por sorpresa; para mí no existía otro mensajero que no fuera el Comandante Julián, pero ante la oportunidad que nuevamente se me presentaba, no lo pensé dos veces y acepté. Kike no es un guerrillero arrepentido de sus ideales como el Comandante Julián. Él es otro secuestrado que ha vivido en carne propia este infame flagelo. Me moría de ganas por decirle que si estaba libre no era por generosidad de la guerrilla, sino porque su familia debió mover cielo y tierra para conseguir el dinero. El resto del día fue una eternidad esperando, sentados al lado de árbol, que llegaran por él para comenzar el camino a su libertad, hasta que en la tarde Kike se animó a decir: -Ya no será hoy, yo creo que es mañana. -Sí, ya está muy tarde-, le respondí, mientras me decía a mí mismo: “Tan insoportable es el primer día, como lo debe ser el día en el que por fin le digan a uno que es libre”. No dejaba de causarme rabia este pensamiento, porque ellos en ningún momento son los dueños de la libertad de nadie, ni de sus vidas, pero las circunstancias parecieran jugar a su favor y, además, es como si les tuviéramos que agradecer por dejarnos en libertad. Me fui a dormir al hotel, aunque no llegué a pegar el ojo hasta bien entrada la madrugada. Pensaba en el recibimiento por parte de su familia y de sus amigos, en lo feliz y agradable que debe ser abrazar a una persona después de pasar por todo esto y después, como por anhelo del cuerpo, me imaginé todas las cosas ricas que podría comer y lo bueno que sería volver a estar en una cama y no en un cambucho con costales, plástico y ramas de árbol. Así me quedé dormido: pensando en comida.
El martes me levanté, recogí mis cosas y sin pensarlo siquiera, me fui directo al cambucho de Kike, para saber cuándo sería su liberación. Llegué y él ya estaba sentado con su tazón de agua de panela y el radio prendido. -No dormí nada-, me dijo. -Yo tampoco-, le respondí. Las dudas frente a lo que dijo Peque empezaron a surgir; comenzábamos a pensar que tal vez Peque se equivocó y que el liberado no fuera Kike, sino otra persona, pero las dudas no llegaron a durar mucho, sólo hasta que llegó Tania. No apareció como de costumbre con su uniforme y su fusil, ni el cabello dentro de la gorra; venía con sandalias, un vestido blanco de tela muy delgada que dejaba apreciar sus atributos e incluso parte de su ropa interior y que, además, resaltaba muy bien con su color de piel; el cabello lo traía suelto con ondas que le llegaban hasta la mitad de la espalda y la cara con un maquillaje sutil que lograba resaltar unos ojos negros y vivos que la sombra de la gorra nunca deja ver muy bien; lo que más me impactó fue ver aflorar tanta feminidad que no pensé que estuviera detrás de un uniforme y un fusil. Los silbidos se escuchaban por todo el campamento, soldados, guerrilleros e incluso alguno de los otros secuestrados no fueron ajenos al desfile de Tania dirigiéndose al cambucho de Kike y llevando algo entre sus manos. -Yo creo que estoy de más acá-, dije cuando llegó Tania y se quedó parada frente a nosotros. -¡No!-, me respondieron los dos al mismo tiempo. -Paisa, usted siempre llevó mis razones, entonces no hay nada que no sepa-, me dijo Tania sin dejar de mirar a Kike. -Kike y esto es para usted, porque en media hora vienen a recogerlo-. Le entregó una carta y un muñeco hecho en madera y tallado por ella misma.
Kike recibió las cosas y las metió dentro de una bolsa donde tenía sus pocas pertenencias. Estaba feliz porque esa noche o la siguiente volvería a comer pizza; sin embargo, no dejaba de sentirse mal por saber que en las mismas condiciones en las que él estuvo ocho meses, muchos debíamos continuar; además, le incomodaban los sentimientos que Tania le manifestó hasta el último momento. Para Kike estaba muy claro que la quería y apreciaba todo lo que ella había hecho por él en el campamento, que la ayudaría si ella cumplía con su parte del pacto, pero él tenía presente que no podía retribuirle el mismo afecto de la forma que ella lo hubiera deseado. -¿Tania…?- dijo Kike, descargando todo en el suelo, para concentrarse en lo que pretendía decirle a ella. -¿Sí, paisita?-, pero de inmediato corrigió para sentirse más familiarizada con la persona que le ayudaría si ella cumplía con su parte. -Perdón: Kike. -Tania… -, Kike tomó aire para comenzar a hablar y despedirse de ella, y para mí esto iba para largo, -yo la estimo mucho por todo lo que usted ha hecho por mí en este lugar: desde el radio y las pilas que me consiguió cada vez que necesitaba, hasta los cereales que me dio en Navidad, pero yo he sido claro con usted: no puedo sentir lo mismo, porque extraño demasiado mi familia, mis cosas y mi mundo. Mis sentimientos y mis fuerzas estuvieron todo el tiempo desando mi regreso… La quiero mucho y la tendré siempre muy presente y, si usted cumple con su parte, yo le doy mi palabra que cumpliré con la mía y la ayudaré a rehacer su vida. Después… ya veremos qué puede ocurrir, pero por el momento, quiero que me entienda que lo que más deseo en este momento y desde que llegué acá, es volver a abrazar a toda mi familia. Tania había agachado la cabeza y, aunque su abundante cabellera no dejara ver su cara, era obvio que lloraba. Lloraba por lo que le decía Kike que le puede doler a cualquier enamorado rechazado o por la diferencia de vidas entre ellos o porque verdaderamente lo amaba y lo extrañaría demasiado. Las manos le temblaban sin saber dónde ocultarlas; era como si sintiera vergüenza propia de vestirse como nunca para escuchar palabras que no eran fuertes,
-desde otros puntos de vista-, pero que eran muy sinceras y que todo eso que ella planeó para esa mañana no hubiera valido la pena. Kike, sin dudar, al ver que a Tania solo le provocaba que la tierra se abriera en un enorme hueco para llevársela, le tomó las manos para que no se sintiera decepcionada y después la abrazó. Tania se veía perdida ante los enormes brazos de Kike, pero creo que por primera vez, en su vida, alguien la abrazaba sinceramente y con mucho afecto, mientras ella se despedía y continuaba diciéndole cosas. Los silbidos, los aplausos y los gritos de todo el mundo nos volvieron a forzar una risa y lograron evitarnos más lágrimas. Por último, cuando llegaron por Kike, Tania le pidió las llaves del candado y de la cadena al guerrillero que las tenía y ella misma se encargó de soltarlo. Era la primera vez que lo veía sin el candado y la cadena para irse del todo. -¿Tania…? ¿Puedo dejarle el radio a Uribe? -¡Claro que sí! Y le daré pilas las veces que necesite-, respondió ella. Cuando por fin tuvimos que despedirnos, le entregué las cartas y nos abrazamos y me dijo: -No deje de escuchar los mensajes, Uribe, porque le estaré enviando las veces que sea posible, pero estoy seguro de que nosotros nos vemos pronto. Dio vuelta y se fue con los guerrilleros que lo acompañarían, mientras Tania, los demás secuestrados y yo nos quedábamos diciéndole adiós con las manos. Diez minutos después todo era lo mismo: cuerpos en este lugar y pensamientos en otras partes. Así fue el día que Kike estuvo por última vez en el campamento. Los días volvieron a ser los mismos para mí: releer cartas, escribir y buscar en la Biblia algún capítulo, historia u hoja que ya no hubiera leído. Acostumbré el
antiguo cambucho de Kike como mi lugar, no por nostalgia, sino porque ya conocía el lugar exacto donde la señal del radio llegaba sin silbidos ni interrupciones, y las veces que Tania, nuevamente uniformada, pasaba cerca me preguntaba lo mismo: - ¿Algún mensaje de Kike? -No, ninguno. Era obvio que Kike debía estar con los suyos compartiendo todas las historias e intentando recuperar el tiempo perdido. Pensar en él y esperar sus mensajes por radio me traía a la memoria una historia que escuché en el último año de colegio en clase de Filosofía: el mito de la caverna de Platón. Era una historia, según lo que recuerdo de la clase, donde, en una caverna sin luz, los hombres llevaban cadenas al cuello y en los pies, y no podían girar la cabeza y las figuras que se veían de lejos carecían de forma exacta y de nitidez, hasta que una persona del exterior decide llevar a un cavernícola al exterior. Sus reacciones a la luz y a los colores eran de físico miedo, incluso intentando refugiarse en sombras para no quedar ciego y deseando matar a quien lo sacó para volver con los suyos a la caverna. Cuando, por fin, comienza a habituarse a todas esas nuevas cosas, a ver que hay colores y bellaza en el exterior y que, además, es bien recibido por las otras personas, quiere que todos los que están dentro de la caverna vean y descubran lo mismo que él, pero después, extasiado por todas esas nuevas cosas, se olvida por completo de los que aún quedan en la caverna… Creo que al igual que ese mito, fue lo que le pasó a Kike, además: ¿quién va a querer recordar este mierdero?
Solo unas semanas después, mientras escuchaba hablar en el programa, donde escucho los mensajes, sobre una nueva prórroga para la zona de
distensión con todos los aspectos positivos y negativos de la decisión, fue cuando recibí el primer mensaje de Kike: -Esta noche tenemos un mensaje muy especial-, indicaba el presentador, -porque es alguien que viene de estar secuestrado por ocho meses y quiere compartir con nosotros su testimonio. No diremos su nombre, por cuestiones obvias de seguridad, pero quienes estuvieron con él y nos estén escuchando en este momento no necesitarán saberlo. -Mi mensaje, inicialmente, es para el soldado Alejandro Uribe y para Tania: he entregados tus mensajes Alejandro, tu familia te sigue esperando. Yo sé que estar allá es muy duro, pero hay que conservar las esperanzas. A Tania, si no está escuchando, dile que gracias por hacer más llevadera la situación y que mi palabra sigue en pie, al igual que el muñeco. Para los demás secuestrados, también les aconsejo no perder las esperanzas. Su voz era ya más alegre y más fuerte, y me alegraba escucharlo e imaginarlo con mejor semblante, me sentía bien por él, por saber que nuevamente disfrutaba de todas esas cosas que hablábamos e imaginábamos al momento de volver a estar libres. La mañana siguiente, inmediatamente vi a Tania, le conté todo lo que había dicho Kike y la parte en la que él le agradecía por todo y hablaba del muñeco como símbolo del pacto de ellos. Se puso muy contenta, decía que se alegraba mucho por él, que lo extrañaba mucho, aunque hubiera sido tan indiferente todo el tiempo, pero que ella lo entendía.
**** Muchos días han pasado con el mismo tedio y pesadez de siempre, lo más extraño es que el Comandante Julián lleva cuatro meses sin venir y Peque no sabe qué pasó con él. Al principio imaginaba al Comandante Julián en su casa o en alguna clínica, sometido a todos esos exámenes que necesitaba para
mejorarse, pero después de tanto tiempo y tanto silencio, las cosas dejaron de gustarme. El tiempo parece burlarse de todos nosotros en este lugar, es como si se hubiera acumulado bruscamente en un solo día de varias noches, y pronto… Pronto estamos por cumplir un año en estas condiciones. ¿Quién lo creyera…?
En este momento pienso en Luisa recibiendo el cuaderno; aunque este último dudé en entregarlo y solo quería enviar la hoja en la que le respondí a su mensaje de Navidad por radio, pero como el pacto es escribirnos en el cuaderno, las veces que sea posible, entonces lo mandé con el Comandante. Esta noche es especial, quizá, la más especial de todas, desde que estoy acá porque acabo de escuchar, por radio, un mensaje que me dejó… No llegaría a identificar lo que siento en este momento, ni mucho menos lo que debe estar sintiendo Tania. Oíamos los mensajes, ya sin problemas de sensaciones por las canciones o por los mensajes a terceros, había aprendido a escucharlos sin exaltarme ni ponerme melancólico, ya solo esperaba los que fueran para mí, y si no había me dormía sin problema después. -Tenemos esta noche, entre los mensajes que los familiares han hecho llegar a la emisora, una grabación para el soldado Alejandro Uribe Jaramillo. Escuchemos-, dijo el presentador y todo esto se me hizo muy extraño, porque era la primera vez que alguien me enviaba un mensaje grabado. -Alejandro: soy la hermana de Kike, debo decirte que él desde hace ya algunos días no se encuentra con nosotros…-. Ni Tania ni yo entendíamos bien de qué hablaba su hermana, -recuerdo el día que llegó y se bajó del carro, creo que fue el momento más feliz de mi vida y de mi familia, tengo en mi mente el recuerdo de una mirada como perdida, su voz quebrada y a pesar de ser un hombre muy alto, se veía indefenso y débil como un perrito callejero. Ese fue
mi pensamiento el día que lo volví a ver después de sufrir lo más triste que pueda vivir un ser humano… “… Habló muchas veces de ti y de un compromiso que adquirió con otra persona en medio de la situación en la que estuvo. Él ahora está muerto, pero yo estoy tranquila, y aunque lo extraño mucho sé que donde está nada malo le está pasando, no tiene un arma en la cabeza todo el tiempo, ni esta amarrado como un animal a un árbol. Está muerto sí, pero no secuestrado y eso es peor”. Afortunadamente ya estaba de noche y no había problema en que dos desgraciados como nosotros nos pusiéramos a llorar, de nuevo, sin pena ni temor de ser vistos, y en medio de los suspiros Tania llegó a decirme: -¿Vio, Uribe, sí vio? Cuando uno nace para ser perro tiene que aprender a revolcarse en la mierda aunque no le guste…le juro, Uribe, que yo estaba planeando todo para irme de aquí. -Tania, no deje de planear su futuro, usted sabe que yo sólo tengo cabeza, en este lugar, para mi familia y mi novia; lo que le prometió Kike yo se lo sostengo y estoy seguro de que mi familia también. Tania estaba cansada, cansada del día y de la vida que le había tocado; cansada, además, de querer hacer un último esfuerzo en su vida por ser alguien y ver que la mano que le había ofrecido esa ayuda con el único abrazo sincero de un hombre en su vida había desaparecido. Casi exhausta, se levantó con mucha agilidad, para acercarse y sentarse a mi lado, sin tener que hablar tan fuerte mientras en la emisora seguían transmitiendo mensajes. -¿Verdad, Uribe, usted también me lo promete?- para eso se acercó: para confrontarme con lo último que yo le había dicho. -Le doy mi palabra Tania-. Le respondí mirando esos mismos ojos negros que yo tanto extraño.
-¿Y si a usted también le llega a pasar algo? -Hagamos algo Tania: yo le daré la dirección de mi casa y el número de teléfono, con eso, el día que usted se decida a cambiar su vida ya sabe dónde puede llegar, con esta nota, aun si yo tampoco estoy. Saqué el primer cuaderno que me regaló el Comandante Julián, arranqué una hoja y le escribí los datos y al final una nota: “Para la reina del despeje: mujer de ojos negros y vivos, enamorada de su vida, sus sueños y de Kike, que hoy está más libre que todos nosotros”. Cuando le entregué la hoja la leyó y efusivamente me agradeció con un fuerte abrazo, después guardó el papel en el pantalón prometiéndome que cumpliría.
Por eso esta noche, en medio de estos costales, es especial: se le devolvió la esperanza a Tania que la vio perdida por un instante, y porque Kike, hoy donde esté, es el espíritu más libre del mundo. Ya no importa lo que pase o deje de pasar en este lugar, pero no quiero volver a escribir mientras no sea verdaderamente importante… Alejandro.
11. ELOGIO AL SILENCIO
Tanto tiempo ha pasado, que había olvidado lo único que escribí en la noche del cambio de milenio y solo hasta hoy lo vuelvo a leer…
ELOGIO AL SILENCIO. Hoy en noche inmemorable para toda la humanidad, solo me das muestras de tu admirable inmensidad y que solo este encierro puedes auscultar. Te busqué, aun cuando la compañía de mi vida era una instancia perfecta, lejos de este mal… Sos un silencio encantador y mediador de aquellas fuerzas que por instantes pierdo, creyendo que te encontraré en la meta de aquel fin. Me devolviste mis palabras, te convertiste en mi testigo que vigila mis hojas, mis cartas, mis palabras y esta libre razón... Hoy, en esta noche, cuando del mil pasamos al dos mil, hago un pequeño elogio a tu dedicación, que en esos días me ayudaste a escribir, pero que nunca te logro escuchar. Diciembre 31-1999 Alejandro.
****
Lo leí porque hoy he vuelto a escribir. Esta tarde mientras miraba unos pájaros pelear por comida… Sin desearlo, sin anhelarlo, y cuando ya lo daba por olvidado, y casi después de un año, volvió el Comandante. Me sentía frustrado de mi situación, no me quiero volver a ilusionar ni a vivir la libertad por medio de sus palabras, yo solo quiero regresar. Soy el único que queda de la tropa en este lugar. A Arango, el Comandante Pérez, Bustamante y Gil, se los llevaron hace más de nueves meses y no sé dónde puedan estar. Parezco otra persona cuando me miro en el reflejo del agua y encuentro un cadáver con ojos perdidos, el pelo largo con mechones blancos como los de un Cristo, mejillas pálidas que cuelgan de dos protuberantes pómulos, y cuando sonrío es como una mueca de mentira. Me siento con diez años más, siento que ya no tengo ni salud ni juventud. Todo este tiempo lo puedo simplificar en la misma y tediosa rutina: abrir los ojos, desayunar, esperar el medio día, almorzar, ya ni los mensajes ni las noticias puedo escuchar porque a Tania también la cambiaron de campamento, además, la humedad de este lugar acabó por completo con el radio. No me explico cómo no me mató también la humedad, cuando me dio paludismo. Después, en la noche, vuelvo a los costales. Por eso, cuando nuevamente lo vi, me dio rabia, se me avivaron todas las frustraciones y las impotencias: su cuerpo fortalecido, totalmente aliviado y con plena lucidez de sus movimientos y sus pensamientos, algo de lo que yo desearía una mínima parte para poder sostener mis ideas y el lapicero, porque después del paludismo me cuesta tres veces más poder hacer cualquier cosa, incluso concentrarme en una idea o en un recuerdo. Pasé días enteros con fiebres, dolores de cabeza, dolores en la espalda mezclados con ardor y vomitaba hasta el agua, pero solo hasta que me vieron delirar por la fiebre, mandaron traer, con el Indio, un enfermero de tropa que está secuestrado en otro campamento. Cuando llegó me desvistió, pidió que
me dieran ropa seca, mientras él me bañaba, con agua fría, para bajar la fiebre. El contacto con el agua me desvaneció hasta que desperté vestido y escuchaba al enfermero decirle al Indio: -Se le debe suministrar la medicina, si no se le puede desarrollar una malaria. -Solo tres dosis, hay guerrilleros más enfermos y que me importan más que este marica- respondió el Indio y después murmuró: -me importa un culo si se muere. Por fortuna y por no darle gusto al Indio me alivié. Todos esos días de sufrimiento y soledades volvieron a mi memoria con la misma envidia que respiraba por ver al Comandante regresar, como si solo hiciera unas horas que se hubiera ido. - ¿Soldado, sabe usted dónde está…?-, mientras yo continuaba, recostado a un tronco, viendo la pelea de pájaros. Ya lo había visto subir caminado y por eso tuve tiempo de acordarme de todas esas cosas y de sentir, por primera vez en mi vida, envidia de ver a alguien con mejor semblante que el mío. Tan pronto giré la cabeza para que me viera y me reconociera no tuvo más que decir: -¡Mierda!, Alejandro, ¿qué le pasó?-. Le costó mucho trabajo reconocer ese cadáver, incluso, creo que me reconoció fue por la mochila que él me trajo la primera vez. -Lo mismo que le puede pasar a cualquiera que come, vive y duerme en la mierda: ¡Enfermarse!-. Me levanté con la misma rabia que peleaban los pájaros y le agregué más preguntas a mi rabia, mejor dicho, a mi envidia; -mire un poco a su alrededor y dígame: ¿qué ve?, ¿qué mierda ve en este lugar?, ¿su jodida y estéril revolución, que no son más que una manada de narcotraficantes, haciéndole creer al mundo otro cuento?
Era más de lo que mi estado de salud me permitía ante semejante explosión física, que no era más que mi impotencia, mi silencio y el desespero por verme aún encerrado. Tuve que volver a sentarme en el tronco, mientras el Comandante Julián, con sus gestos, no dejaba sentir culpa por las cosas que le había dicho, pero que él mismo sabía y reconocía que eran ciertas. O quizá lo que sentía era lástima por mí, por ese estado deplorable que ya no se parece al del soldado Uribe que le dijo la primera vez: “… si usted quiere puede subirse a orinar desde el árbol, sin tener que pedirme permiso”, al soldado Uribe que cargaba el agua en la construcción del hotel, y lejos, muy lejos, como un recuerdo, -que ya dudo que sea mío-, como el hombre que esperaba ansiosamente, una noche frente al espejo, a su novia. Los pájaros ya no estaban, ya no tenía dónde más mirar, y el Comandante Julián continuaba esperando que yo volviera a decir algo más, pero ¿qué más quería él escuchar, o qué más hubiera podido decirle? Entonces, solo me di vuelta para volverlo a mirar. -Esto es para usted, Alejandro-. De nuevo me entregó cartas, pero… -¿Y el cuaderno de cuero que yo le di, dónde está? -A mí no me pregunte por su jodido cuaderno, porque yo aunque no hubiera estado aquí, no he dejado de intentar ayudarlo de alguna forma-. Me entregó los sobres y se fue. Con los dos sobres en las manos, y sin respuestas del cuaderno de Luisa, me quedé sentado en el tronco. Después, sin mirar el nombre que tenía escrito cada uno, abrí el primero al azar. Era el de Luisa.
**** Alejandro.
Te siento alejado. No es necesario tenerte de frente para saber cómo estás, incluso con el tiempo, y las pocas cartas, he logrado identificar tus estados de ánimo: en las primeras nos contabas con muchos detalles todo, absolutamente todo y en estas últimas cartas que hemos recibido es como si tuviéramos que buscar al verdadero Alejandro detrás de todas las palabras. Cuando leí tu carta, pensé que ya vives más para contar las historias de las otras personas en el campamento que tu propia historia. ¿Imaginación mía? Solo lo debes saber tú.
El escrito que yo te leí en Navidad es el mismo que escribiste, no hay ninguna palabra que hubieras olvidado al momento de escribirlo. ¿Te gustó? Cuando lo encontré me pareció muy apropiado para describir exactamente lo que se piensa y se siente mirando un reloj y esperando el regreso de alguien, es como si fuera una broma del destino o como si el tiempo se burlara a cada minuto, pero lo más cierto es en la última parte donde dice: “… y vos destino tedioso y patético ni te inmutas”. Tu descripción de ese momento nos arrancó lagrimas a todos, porque nos hiciste vivir tu asfixiante impotencia en ese lugar, y después tu mamá dijo: “es una tortura hacerle esto con los mensajes, ya es suficiente con las cartas”. Es increíble, para mí, y para todos nosotros, ver que las personas que estuvieron secuestradas en el avión de Avianca ya están libres, aunque en las noticias dijeron que uno de ellos murió en cautiverio, pero ya todos, después de casi un año, están libres. Te lo cuento, porque, según tus cartas, la última vez que hablaste con el Comandante él te lo contaba como el hecho más reciente, pero para ellos esa pesadilla ya pasó. En cambio en tu lugar y en el de nosotros es como si el mundo hubiera decidido no volver a girar. Las últimas cartas que enviaste las recibimos por correo, con una nota del Comandante donde decía: “Mi situación de salud es delicada en este momento; sin embargo, les hago llegar, por correo, cartas de Alejandro”.
Tu mamá había guardado el número de la casa de él en Bogotá, y tan pronto supo lo llamó para darle las gracias. Él le dijo que no estaría mucho tiempo, pero después, mientras le hacían los exámenes de sangre, sufrió una pancreatitis y fue cuando pude viajar, para entregarle las cartas de tus padres y esta carta que debes estar leyendo en este momento. Viajé sola, porque tu mamá ha estado pendiente de la salud de tu abuela, pero esta vez fue mi papá quien pagó mi viaje. Me instalé en el mismo hotel de la primera vez porque era lo que conocía y recordaba como un buen lugar, para verme con la mamá del Comandante, según lo acordado, por el estado de salud en el que él se encontraba. Estuve dos días sin moverme a ninguna parte, esperando la llamada para poder llevar las cartas o esperando que alguien, a nombre del Comandante, las recogiera en el hotel. Al tercer día en la mañana llamó su mamá y me dijo que si yo quería podía ir con ella al hospital, para que entregara las cartas personalmente. En el hospital, estaba el Comandante, acostado en una cama lleno de tubos y mangueras. Se veía frágil y muy distinto al que vi la primera vez. Me acerqué y le di las gracias en nombre de todos por poner, de nuevo, su vida en riesgo por las cartas. Le puse la carta de tus padres a su lado y le dije que aún no terminaba la mía, pero que en unos minutos lo haría para dejarlo descansar y para regresar yo al hotel y después a Medellín; entonces hizo un guiño con el ojo para indicarme que no había ningún problema. Me ubiqué en una mesa pequeña que había cerca de la única ventana de la habitación, y comencé a escribirte, pero mientras lo hacía la curiosidad por ver los títulos de los libros que había sobre la mesa me desconcentró, entonces su mamá me preguntó: “¿Le gusta leer?” y le respondí que solo un poco, pero que después de tu secuestro tomé la costumbre de leer mucha poesía y poemas que me ayudaran a identificar mis sentimientos y mis momentos de silencio. Entonces ella me pidió el favor de leer una parte de un libro que ella le leía al Comandante, porque que ya estaba cansada de la voz y le respondí que no tenía ningún problema en hacerlo, pero que mi voz no era la mejor.
Era un relato triste. Cuando comencé me pareció tedioso, pero a medida que avanzaba me fui sumergiendo en la historia del personaje. Era un hombre a quien estaban acusando de asesinato, pero lo paradójico era que él mismo se condenaba a muerte por no lograr su plan: matar el jefe de una dictadura de izquierda. El relato describía a un condenado que era retenido por varios policías durante su juicio, pero él seguía en pie y con la mano levantada y gritando contra la dictadura… El Comandante desde la cama le hizo un gesto a su mamá indicándole que me diera algo de tomar. La señora se levantó, salió de la habitación y fue por agua. Yo continué con la lectura, no solo porque le interesara al Comandante que no dejaba de poner cuidado a pesar de su estado, sino porque ya me sentía cautivada por la historia. Fue condenado a muerte, pero la misma dictadura que lo condenó no lo ejecutó para evitarse problemas con otros gobiernos del mundo y para no convertirlo en héroe, pero nunca supo que le habían cambiado la sentencia, y cada día lo vivía pensando que lo fusilarían. Esa historia que le leía al Comandante me llevó a pensar en tu situación como nunca lo he hecho en todo este tiempo, incluso… me cuesta trabajo escribirlo, y me castigo a mí misma por haberlo pensado, pero deseé tu muerte en algún momento, para descanso y libertad tuya, y también para enterrar esta zozobra que come como cáncer. Aunque estas palabras me las tenga que tragar algún día, prefiero que seas un secuestrado muerto, y no que te conviertas en un condenado al encierro por infinidad de tiempo sin saber qué tiempo debes pagar por antojo de unos cuantos imbéciles que se escudan con tu vida y la de los demás secuestrados en este país. Cuando volvió la señora, estaba en la parte de la historia donde el condenado, después de las torturas a las que era sometido, decidió utilizar su sangre para
escribir sus propias cartas y poesías que hacía llegar por intermedio de los guardias que lo vigilaban…
¿Cuántas veces se puede repetir la misma historia en distintas partes del mundo, sin que lo lleguemos a saber? ¿No te parece extraño, Alejandro? ¡A mí, sí! Pareciera que tu historia se repite a espaldas del mundo, con diferentes nombres, diferentes lugares, momentos, épocas y, sobre todo, con la complicidad del silencio, porque es algo que a muy pocos les está ocurriendo, y a los demás no nos importa; aunque sea pan nuestro de todos los días en las noticias, así como en este país. Esa tarde, sin darme cuenta, el tiempo fue fugaz, o sea, distinto y benévolo conmigo, y muy diferente de cuando estoy en Jericó, y mirar el reloj es como tener un ladrillo atado a la mano. Por eso, y por petición de la mamá del Comandante, y de él mismo también, prometí volver el siguiente día, para terminar el relato del preso y para terminar de escribirte esta carta. Cuando llegué al hotel me sentía bien de haber visto pasar el tiempo tan rápido, aunque fuera en la habitación de una clínica leyéndoles un libro a una anciana y a un enfermo que no dejaban de mirarme a cada instante de la lectura. Madrugué a la siguiente mañana y, tal cual como lo haces, releí lo que te escribí y agregué todo lo que pasó ayer, después almorcé y me fui para la clínica. Estaba el Comandante dormido, y su mamá, sentada en una silla, me dijo que entrara tranquila que él me estaba esperando para continuar con el libro de ayer y tan pronto me sintió levantó la mano para saludarme. Sin que nadie me lo pidiera tomé el libro y comencé de nuevo la lectura; en medio de la lectura, cuando el condenado era sometido a torturas, entró una enfermera para ponerle una inyección al Comandante y también se quedó cautivada por la historia. Éramos ya cuatro personas imaginando la historia con
los gritos de las torturas, los torturadores, el catre sin colchón donde tenían atado al preso, y a un hombre que no se cansaba de insultar a sus torturadores, aun en medio del dolor físico… A la enfermera también le pasó una hora como si hubiera sido un minuto y cayendo de nuevo en la realidad salió apresurada para ponerse al día con los otros pacientes, pero antes de eso me pidió el nombre del libro y el autor. Yo no lo había tenido presente, pero cuando se lo dije, también lo copié para comprarlo, para que me fuera igual de rápido el tiempo cuando estuviera de nuevo en Jericó. Después entró otra enfermera anunciando el fin de las visitas en media hora, entonces la mamá del Comandante me pidió que terminara la lectura para que yo pudiera finalizar la carta. No me quería ir, quería seguir yendo a pasar la tarde con el Comandante y su mamá las veces que fuera necesario, para sentir que el tiempo no fuera más una carga, o por lo menos hasta que ocurriera algo, así como ocurrió para los secuestrados del avión de Avianca. Estoy aquí, terminando todo este relato y te pido que intentes sacar fuerza de donde sea, aunque la tengas que buscar de debajo las piedras y los árboles que te rodean, para que regreses. No sé durante cuánto tiempo más deba estar el Comandante en la clínica, pero si es posible te envío otra carta para que te la adjunte con esta, aunque me gustaría volver personalmente a entregarla junto con el cuaderno que en medio de todas las carreras lo olvidé en mi casa, por eso esta carta te llegará como las primeras y no en el cuaderno como debe ser.
Te quiero mucho: Luisa.
PD: Alejo…
¿El mundo en tu lugar ha dejado de girar?
**** Ya por lo menos tengo la respuesta del cuaderno. Volví a doblar la carta y a guardarla en el sobre para destapar el siguiente sobre y leer la siguiente carta… **** Alejandro: A Dios le pedí que el ángel de tus palabras regresara pronto y me envió dos. Mejor suerte, en medio de esta realidad, no hemos podido tener: el Comandante Julián y el joven Kike. El otro día estábamos viendo las noticias y mostraban a un joven alto, pero sumamente delgado que había sido entregado a la Cruz Roja y después fue entregado a su familia. Las imágenes hicieron que tu papá se levantara de la silla y se fuera. Sus familiares no dejaban de abrazarlo como si no lo hubieran visto en años, y él difícilmente se sostenía de pie por la cantidad de gente a todo su alrededor. Se veía aturdido por todo, pero feliz de volver a estar con los suyos. Cada liberación de cualquier secuestrado es una felicidad que, siendo yo muy lejana y ajena a las personas, la comparto como si fuera mía, por el descanso que esto le produce a sus familiares, y me pregunto: ¿Cuándo será que te vemos volver? Hay tantas cosas que han cambiado, Alejandro…, y eres la única persona que falta por ver todos esos cambios, pero no te angusties, yo tengo confianza en lo más importante de todo: verte volver. A la mañana siguiente, después de la noticia que te dije, llamó un joven a la casa y preguntó por tu papá, solo escuchaba que Nacho le decía: “sí, soy yo, nosotros vimos anoche las noticias…”, y después dijo: “Yo creo que a mi esposa Clara le gustaría saludarlo y hablar un poco con usted”, pasé al
teléfono sin saber de qué se trataba, mientras tu papá, tapando el teléfono, me decía que era el joven que habíamos visto en las noticias. Me temblaba la voz, porque no sabía qué decirle, pero él muy gentilmente fue hablando y contándome todo lo que vivió contigo en el campamento. No gastó ningún afán en hablar mucho tiempo, mientras yo escuchaba que llegaba y llegaba gente todo el tiempo a su casa para saludarlo, pero él seguía al teléfono conmigo respondiéndome cuanta tontería le preguntaba de ti. Sus relatos fueron todos muy breves del día a día, pero me contó que guardaba un muy buen recuerdo de un dulce de guayaba que hicieron en Navidad y de los mensajes que su familia y nosotros les enviamos ese día. También me contaba que te enseñó a manejar moto y que las cosas que le enseñaste de la finca las quería poner en práctica porque le gustaban mucho los animales. Al terminar me dijo que nos quería conocer y que después de muchas cosas vendría a la casa, pero que por el momento y por su propia seguridad solamente podía enviarnos las cartas por correo. Cuando las cartas llegaron, las leí para todo el mundo. Los abuelos dijeron que por lo menos tuviste un buen amigo en algún tiempo y que al igual que él solo esperan volverte a ver. Tu papá…, ya sabes cómo es Nacho, solo escuchaba; sin embargo, debo contarte que el 23 de diciembre que fuimos a Medellín para enviarte los mensajes desde la emisora, él se devolvió arrepentido todo el camino por no haber sido capaz de hablarte por el micrófono y decirte cuánta falta le haces, Checho y yo solo lo escuchábamos, mientras él hacía repetir, una y otra vez, la misma canción que te dedicamos y cuando llegamos a la casa se emborrachó hasta quedarse dormido todo el tiempo escuchado la misma canción. Olvidaba contarte cómo conocimos a don Antonio. Un mes después de tu secuestro, tocaron a la puerta de la casa; yo estaba escuchando las noticias y regando las flores; cuando abrí la puerta vi un señor que inmediatamente se presentó y me preguntó por ti; por no saber bien quién era le dije que estabas prestando servicio; entonces me dijo: “dígale que vino don Antonio, el señor del taxi que lo trajo el día que le dijeron que debía prestar servicio militar”. Recordé
de inmediato tu primera carta, donde contabas la historia de ese señor y para salir de dudas le pregunté cómo se llamaban su hijo y su hija. Después que me lo dijo, lo hice entrar para que se tomara un café y le conté todo lo que estaba pasando y desde ese día no deja de llamar una vez por semana y siempre nos dice lo mismo: “ánimo, hay que continuar con todo y hacer que ese muchacho vuelva a la casa”. Alejandro, hijo: las cosas que te escribo te pueden parecer desordenadas y poco importantes, pero no quiero que te preocupes por nosotros, ya es suficiente con todo lo que te ha tocado vivir solo y durante tanto tiempo. Cosas tristes han pasado, pero la que más me movió el corazón fue la muerte de tu amigo Kike, fue una de sus hermanas la que nos llamó y nos dio la noticia, pero como dice ella: “prefiero saber que está muerto y no secuestrado”. Alejandro: Luisa debe salir dentro de diez minutos para Medellín, para tomar el vuelo y llevar esta carta, que no te puede transmitir todo lo que nosotros queremos: volverte a ver y a abrazar. Con todo el amor que yo te pueda profesar: Mamá.
****
Todavía no entiendo por qué las cartas están desde hace tanto tiempo escritas, y por qué el Comandante Julián necesitó tanto tiempo para regresar al campamento. Creo que el pasó del tiempo también ha anestesiado los sentimientos de todo el mundo, tanto los míos como los de mi familia y de Luisa. De todas formas, mi palabra sigue en pie: no escribiré más cosas intrascendentes, mientras no pase nada que lo amerite. Por el momento procederé a ir a Jericó, mentalmente, como lo hacía las primeras veces hasta quedarme dormido en estos costales. Alejandro.
12. DIARIO DE INTERCAMBIO
Hoy vuelve a ser un día muy personal. Escribir nuevamente de las cosas que han pasado ya me cansa, incluso de mi segunda Navidad en este lugar, pero debo decirles que desde que el Comandante Julián volvió, el lugar cambió y tomó el mismo aspecto de organización que tenía desde el principio, incluso volvieron Peque y Tania, pero lo más importante, la razón por la cual vuelvo a tomar estas hojas es porque hoy el Comandante Julián me habló de mi liberación y todo lo que él hizo para que me vincularan como soldado de un intercambio en una negociación que hubo con el Gobierno.
La mañana siguiente, después de que el Comandante me entregara las cartas, me desperté y volví a leerlas. Una, dos, tres y cuatro veces es una costumbre que se va adquiriendo, hasta que llega el momento que se convierten en fotografías mentales y se leen de memoria, en la cabeza, sin tener que mirar el papel. Después salí del hotel para pedir mi tazón de agua de panela y sentarme en cualquier parte a ver pasar el día como de costumbre, pero me extrañé al ver nuevos guerrilleros y en más cantidad que los que había normalmente; sin embargo, no les presté atención: había visto ya tanto desfile de secuestrados y guerrilleros que lo que pasara o dejara de pasar no me importaba. En medio de ese tropel de gente, vi que venía el Comandante Julián acompañado por Peque y Tania. ¿Quién lo creyera? Me alegré mucho de volver a ver la cara de Peque y de escuchar su graciosa voz, pero más me alegré de ver a Tania: seguía igual, incluso más bonita y con mejor semblante, e inmediatamente me vio no dudó en abrazarme y saludarme efusivamente: -Paisa, paisa. ¡Qué bueno volverlo a ver!-, dijo ella; -me jode mucho todo lo que le ha tocado aguantar, Paisa, a mí me contaron que casi se muere de paludismo. Pobre paisa, carajo-, dijo después mirando al Comandante y a Peque. -Sí, yo también lo supe-, agregó el Comandante. Después, cuando estaba saludando a Peque, el Comandante Julián me propuso ir al quisco, mientras Tania y Peque hacían otras cosas que él les
ordenó. Llegamos al quisco, que ya estaba bien abandonado y a punto de caerse después de tanto lluvia que ha soportado; entramos y nos volvimos a ubicar como siempre: él mirando el campamento y yo mirándolo a él. -¿Leyó las cartas que le entregué ayer?-, me preguntó mientras nos terminábamos de acomodar en las sillas, y él servia café para los dos. -Sí. ¡Claro que las leí!- Y agregué: -además, debo pedirle disculpas por lo que le dije, pero quiero que entienda, Comandante, que yo estuve a punto de morir en este lugar, y como me lo dijo usted una vez: “en este lugar lo que normalmente nos debe sorprender es costumbre y lo que no nos debiera sorprender hace que un día cambie totalmente”. ¿Lo recuerda, Comandante? -Sí, hombre, claro que lo recuerdo-, me respondió. -Alejandro, déjeme hacerle un resumen de todo lo que ha pasado en este tiempo, desde que salí del hospital por una complicación… -Ya lo sé, Comandante-. Lo interrumpí para evitar esa parte de la historia en la clínica que me había despertado celos, cuando volví a leer la carta en la mañana, -Luisa me lo contó en la última carta. -Bueno-, respondió sorprendido, pero continuó con la historia. -En el hospital estuve un mes y medio más, después de que su novia recogiera las cartas y me hiciera la visita, y posteriormente me quedé en casa de mi madre durante una semana. Cuando estaba en recuperación me hicieron llamar para viajar a San Vicente, para una reunión en la que debía participar por ser el Comandante de este campamento. Cuando llegué me pidieron datos de los soldados y policías enfermos que estuvieran acá. Inmediatamente pensé en usted, su Comandante Pérez y sus otros tres compañeros, pero el problema se presentó cuando la orden y las condiciones eran, solamente, liberar soldados y policías rasos, que no fueran de tropas antiguerrilla, ni comandos especiales; solamente aquellos policías y soldados que no representaran
mucho. Todo esto para que la opinión pública nacional y mundial piense que la zona de distensión sí sirve, que las FARC sí tienen deseos de firmar la paz y, lo más importante, que el Gobierno de Colombia quedará bien ante todo el mundo. ¿Alejandro, entiende en qué grupo se encontraba usted, su Comandante y sus compañeros de tropa?-, me preguntó y tomó su primer sorbo de café, esperando mi respuesta. - ¿En los que no debemos ser liberados? -¡Exacto! Ellos se quieren quedar con un mínimo de cuarenta o cincuenta soldados, pero que sean Comandantes de tropas o soldados profesionales-, me aclaró sin dudar. -¿Y entonces, qué pasó? -La irónica suerte, Alejandro. Una suerte que casi lo mata de paludismo a usted y sus compañeros fue la carta bajo la manga. -No entiendo, Comandante. ¿Qué tiene que ver el paludismo? -Le voy a contar para que me entienda, Alejandro-. Terminó su primer tazón de café y ya iba para el segundo, y comenzó a aclararme lo que yo no lograba entender. -Yo estaba en un sitio que se llama “La Y”, allá se estaban haciendo las negociaciones para el intercambio de unos guerrilleros enfermos en las cárceles y de los soldados y policías enfermos en cautiverio; cuando pasé los nombres de ustedes les pusieron un signo de interrogación frente al apellido de cada uno porque sabían que eran de una tropa antiguerrilla, y dudaban en entregarlos. No podía mostrar mucho interés en ustedes, porque podrían sospechar, pero sí dije varias veces que estaban muy enfermos, lo que yo no sabía era que sus compañeros habían sido cambiados a otro campamento por orden del Indio, y que ellos y usted, por esos días, sí estaban muy enfermos. Lo supe cuando el Indio llegó a “La Y” y le pidieron que mirara la lista, para saber si los soldados que yo decía, o sea usted y los otros, sí estaban verdaderamente enfermos. No se imagina, Alejandro, lo que yo sudé mientras
el Indio miraba la lista delante de todo el mundo, hasta que dijo: “Sí, todos esos están enfermos, en especial éste, señalando su nombre en la lista, está que se muere”. En ese momento, y por encima del Indio, di la orden de llevarle un enfermero y medicina. Fue cuando le mandaron el enfermero. ¿Se da cuanta, por qué le dije, cuando le entregué las cartas, que aunque no hubiera estado aquí lo estaba ayudando? -Sí, ya entiendo todo, Comandante, pero… ¿Y entonces?- Quería que me dijera día, lugar, fecha exacta o algún dato concreto. -Usted ya está en la lista de los soldados que serán liberados, Alejandro, si eso es lo que quiere saber y todavía no ha podido entender. -¿Y cuándo, Comandante? -Yo no lo sé exactamente, pero le aseguro que usted ya pasó lo más difícil, es tan solo cuestión de algunos días restantes-. Volvía a mirarme y terminó su segundo tazón de café. Me quedé si saber qué decir o hacer, era como si la vida y las ganas de vivir que había perdido meses atrás hubieran estado caminando solas en la selva y ese día en el quisco, entre café y café con el Comandante Julián, me hubieran encontrado y se hubieran metido en mi cuerpo sin deseos de volverse a perder. Otra vez me sentía vivo y con ganas de todo aunque mi cuerpo no lo reflejara, pero sabía que los siguientes días, esperando el cuándo y el cómo, serían una eternidad como lo fueron para los demás secuestrados y también para Kike. La cabeza se me llenaba de preguntas y de construcciones imaginarias de regreso, de abrazos y encuentros con mi familia y Luisa… Creo que el amor por ella también volvió a entrar en mi cuerpo con las ganas de vivir. El Comandante seguía sentado en la silla, con una risa maliciosa que esperaba pacientemente el desborde de mis siguientes preguntas y mis comentarios.
-¿Y mi familia y mi novia, ya lo saben? - No. - ¿Cuándo podrán saberlo? -Cuando se haga oficial el comunicado y los nombres de ustedes. Creo que es mejor que lo sepan como todo el mundo, para que no generemos sospechas, ni echemos a perder todo a lo último-, ya con su tercer tazón de café mientras yo aún estaba en el primero y todavía intacto. Tenía todavía algunas preguntas que no sabía cómo decirlas, pero la malicia del Comandante las estaba esperando y por eso no dejaba de reírse a cada respuesta. -¿Comandante…?- Me sentía en una escena ya aprendida de memoria, en este lugar, entre él y yo. Un dialogo que comenzaría a extrañar. -¿Sí, Alejandro? - ¿Y usted, qué va a hacer después? -También me voy. Después que todo pase me voy, además, aparte de mi madre, tengo alguien que también me está esperando. Perdí, mostré la curiosidad y el Comandante comenzaba a jugar con eso, y yo no me estaba dando cuenta, porque los celos y la imaginación de inmediato se dispararon y me llevaron a imaginarme al Comandante con Luisa, los días que él estuvo hospitalizado. No pude más, y de nuevo tuve que ser sincero con mi siguiente pregunta. -¿A usted le gusta mi novia, Comandante? -¡Claro, hombre! Es una mujer muy linda, inteligente y atractiva, además fue muy formal conmigo y mi madre los días que me visitó en la clínica-. Ya no tenía la sonrisa maliciosa. Era una respuesta seria de hombre a hombre.
-¡Carajo!- estallé, -no se burle más de mí, Comandante. ¿Pasó algo entre usted y Luisa?-. Descansé, porque era la pregunta que tenía atravesada en la garganta y no me atrevía a decir, pero descansé. Una explosión de café sobre toda la mesa, seguida de una fuerte risa, como nunca se la había visto al Comandante, fue lo que escuché. -Sabía que usted me preguntaría eso, Alejandro, por eso lo llevé, con la conversación, hasta su pregunta y déjeme decirle que lo he disfrutado y me ha hecho reír, pero no me imaginé semejante pregunta durante todo el tiempo, y por eso mi fuerte risa-. Sacó de su bolsillo un pañuelo para limpiar el café que había sobre toda la mesa y continuó: -Solo me espera mi madre, la otra persona que le dije fue intencional, porque lo he aprendido a conocer en este tiempo, pero sí me voy con alguien. ¿Quiere saber quién? - ¿Quién, Comandante? -Tania. Ella, durante el tiempo de las conversaciones en “La Y” estuvo allá, siempre la tuve como una subalterna, pero nunca la había conocido; un día dijo que estaba cansada de semejante mentira y eso, aunque ni usted ni yo lo creamos, nos acercó, porque vimos que teníamos muchas cosas en común. También me contó lo que su amigo y usted le prometieron a ella, y eso se lo agradezco mucho, Alejandro. Por eso hice todo por usted desde “La Y” y hasta el cansancio. En cuanto a su novia-, volvió a tomar café y a reír, -fue muy amable todo el tiempo conmigo, pero solo nos leía libros a mi madre y a mí en la clínica. -Discúlpeme por la pregunta, Comandante, pero… -Yo lo entiendo, Alejandro, pero quiero aclararle una última cosa: usted ha pasado en este lugar más de dos años. Aquí no tiene una percepción exacta de la realidad, para usted el tiempo se detuvo el día que los trajeron, pero el mundo no ha dejado de girar afuera, y quizá encuentre las cosas muy distintas,
y eso le tomará tiempo volverse a adaptar, no quiero ser alarmista, pero es así la mayoría de las veces. Después entró Tania al quisco. Saludó al Comandante como lo haría cualquier pareja a la que el futuro le deparara nuevos retos y expectativas, pero que se sienten muy seguros al tenerse el uno al otro. Tania buscó otra silla y se sentó con nosotros, y aunque el Comandante había limpiado con su pañuelo el café que quedó sobre la mesa, lo primero que ella dijo, después de sentarse: -¿Qué pasó acá, por qué hay café hasta en el suelo?-. Solo nos reímos sin decirle nada. Por primera y última, vez éramos tres en la misma mesa. -Paisa, usted tiene que comer mejor, está muy delgado y no sabemos dónde lo liberen y si le toque caminar mucho-, me dijo Tania, mientras ella y el Comandante se tomaban de la mano sobre la mesa. Posteriormente él se levantó y quedamos solo ella y yo. Para mí, y por la misma razón de ver que aquí el tiempo no avanza, no lograba entender cómo había ocurrido tan rápido todo entre ella y el Comandante, pero la verdad era otra: ha pasado más de un año desde la noche que escuchamos juntos, por última vez, el mensaje en la emisora, que hizo que ella dijera: “… Cuando uno nace para ser perro tiene que aprender a revolcarse en la mierda aunque no le guste”. Sus planes ya son otros, sus sentimientos han sido sanados por el tiempo y por otra persona; entonces le pregunté: -¿Tania, estás bien con el Comandante? -Sí, paisa. Él es un hombre inteligente y yo no lo sabía, además, tenemos muy claro el mismo deseo: nos queremos ir de aquí, de esta gran mentira que se llama guerrilla y enterrar todas estas malas experiencias, en la tierra, como se hace con las papas podridas para que solo sirvan de abono. Creo que nos merecemos otra oportunidad. ¿Usted qué piensa de todo esto, paisa?
-Sí, Tania. Tienen todo el derecho a rehacer sus vidas. Usted fue muy buena con todos los secuestrados y el Comandante ha sido…-, dudé en lo que quería decirle, -también me ha ayudado mucho. -Yo lo sé, Paisa, él me lo contó todo y eso me enamoró mucho de él cuando lo supe.
Así fue como la vida me volvió al cuerpo, sufría de una ansiedad placentera todo el tiempo, imaginando solamente en abrazar a todo el mundo, en recuperar el tiempo, caminar, comer las cosas que hace más de dos años he dejado de comer, emprender los estudios de Agronomía para ponerlos en práctica en la finca, en fin… Montones de planes de los cuales decidí tomar nota y hacer una lista para irlos cumpliendo todos, y entre los primeros he puesto muchos propósitos para hacer junto a Luisa.
Junio 20/2001 Diario día a día.
En los meses que pasaron, desde que el Comandante me habló de mi libertad, me he dedicado a leer nuevamente la Biblia que me regaló Peque, para calmar la ansiedad y ocuparme en algo, también volví a cortarme el pelo y ya estoy menos delgado. Hoy, recuerdo que yo estaba leyendo un pasaje bíblico, donde dice que el sol se detuvo durante un día, y llegó el Comandante Julián acompañado de Tania. -Alejandro…-, la voz se le cortaba. Lo primero que pensé fue: algo pasó, alguien la cagó y aquí me tengo que quedar. Entonces Tania, que no carga agua en la boca para decir las cosas me dijo: -Paisa, alístese, porque en media hora se va de acá y el camino es largo. Lo van a liberar con otros soldados en zonas rurales de Antioquia. Sin decir nada, entré al hotel, tomé mis pocas pertenencias, le di una última mirada a mi cambucho, a los costales y salí. No podía dejar de sentir nostalgia, no por el lugar, sino por las personas con las que lo compartí durante tanto tiempo. Miraba el hotel y recordaba cuando ayudé a Peque a construirlo y el día que él tomaba las medidas mientras yo me reía; después miré el quisco donde tuve la mayoría de mis conversaciones con el Comandante, y por último volví a mirar al Comandante y a Tania que no se habían movido para despedirse. El resto de los soldados y policías que también serían liberados no dejaban de gritar, silbar y alistar sus cosas. -¿Y ustedes, cuándo lo harán?-, les pregunté mirándolos. -Pronto, Alejandro, muy pronto, y le aseguro que tendrá noticias de nosotros dos, desde donde estemos-, me respondió el Comandante. Descargué la mochila en el suelo y sin medir consecuencias por los otros guerrilleros, que habían llegado al campamento para llevarnos, abracé primero a Tania.
-Cuídese mucho, Tania, y cuide mucho al Comandante Julián. -Usted, también, Paisa, cuídese mucho. -Comandante… -Alejandro. ¿Usted nunca aprendió a decirme Julián? -No. ¡Nunca!-, y lo abracé fuertemente. -Muchas gracias por todo… Julián, gracias por ser quien fue durante todo este tiempo. -Paisa, lo están esperando-, decía Tania. -Gracias, solo puedo decirle gracias por todo lo que hizo por mí, y si alguna vez… -Ya lo sé, Alejandro. -Paisa, lo están esperando-, repitió Tania. Miré para atrás, como si tomara una última foto del lugar y de ellos con mis ojos, y me uní a los otros soldados y policías que dejábamos ese lugar.
Ese es el último recuerdo que tengo del Comandante Julián, de Tania y del campamento. Hemos hecho la primera pausa en la caminata, y en este momento estoy con otra gran cantidad de soldados y de policías que también serán liberados, pero no veo por ningún lado al Comandante Pérez, a Arango, ni a Bustamante y Gil.
Junio 21/2001 Otra vez estamos en un descanso de caminata que aprovecho para hacer el recuento del día a día. Ayer caminamos todo el día y cruzamos dos montañas,
después en otro campamento pasamos la noche. Esta mañana nos dieron agua de panela y pan dulce; tanto tiempo sin probar un pan dulce, pero eso indica que sí vamos por buen camino.
Junio 22/2001
Ya estamos en una parte menos selvática y podemos ver mejor el sol. Después del medio día nos encontramos por primera vez con personas de la Cruz Roja y algunos periodistas que nos tomaban fotos y hacían filmaciones. Los enfermeros de la Cruz Roja no dieron vitaminas para las caminatas y nos dijeron que ya faltaba poco. Muchos no sentimos el cansancio por la ansiedad, pero cuando nos dan la orden de detenernos para dormir en algún lugar quedamos muertos hasta el otro día. Anoche tuve un sueño en la finca corriendo con Judas y Barrabás, me brincaban todo el tiempo para saludarme y no dejaban de morderme los tobillos para que me acostara en el jardín a jugar con ellos.
Junio 23/2001 Ya caminamos en unas planicies y hemos avanzado más rápido. Hay una pregunta generalizada entre todos nosotros por estos días: ¿No será un engaño todo esto? También me daba miedo de solo pensarlo, pero tengo la certeza de todo lo que me contó el Comandante Julián y eso me tranquiliza. Por el contrario, me pregunto lo mismo todo el tiempo: ¿cómo encontraré todo, y sí me reconocerán? Cada vez son más los delegados de La Cruz Roja que encontramos a lo largo del camino. Me recuerdan esos primeros días que estuvieron en el campamento para llevar las cartas de todos los secuestrados, y hoy ya nos están ayudando a salir.
Junio 24/2001
Hemos montado, nuevamente, en bus. Cualquiera que hubiera visto las escenas hubiera podido pensar que esos buses iban a la Luna: gritaban, chiflaban, le daban besos al bus, abrazaban al conductor que era delegado de la Cruz Roja, en el camino pidieron que les pusieran música a todo volumen, pero la única emisora que captaba era una de tangos, entonces se pusieron a bailar tangos y milongas en el corredor del bus. Parecía un paseo de colegio, incluso cuando todos nos mareamos y tuvieron que parar en repetidas ocasiones para que alguno se bajara a calmar sus náuseas. Cuando se terminó el trayecto llegamos a una finca donde había una bandera de La Cruz Roja a la entrada, y en el techo de la casa también estaba pintada la insignia para ser vista desde el aire. Nos dijeron que en este lugar pasaremos los siguientes días y después nos ubicaron en un salón grande lleno de camarotes, pero por fin en dos años y siete meses volvería a dormir en una cama.
Junio 25/2001 El cansancio del largo trayecto en bus y el mareo que todavía sentía cuando llegamos me provocaron un placentero sueño, además, tuvimos la oportunidad de bañarnos con agua limpia y una comida como la que soñaba muchas veces estando en el hotel. Hoy en la mañana, después del desayuno, nos hicieron pasar a todos donde el médico. Me preguntaron todas las enfermedades que tuve durante el secuestro, me hicieron exámenes de todo e incluso radiografías de los pulmones, después me inyectaron con diferentes medicamentos. En la tarde me volví a acostar después del almuerzo y cuando desperté ya eran casi las 6:30 de la tarde.
Junio 26/2001 Anoche, después de comer, nos sentamos a ver televisión, otra de las tantas cosas que había olvidado cómo era. No podemos ver noticieros ni nada que nos informe de nosotros mismos y de la situación, pero sí podemos ver fútbol, varios canales de películas y otros culturales. Como había dormido ayer, toda la tarde, pensé que no podría dormir bien en la noche, pero no llevaba más de diez minutos viendo una película y ya se me cerraban los ojos. Hoy también tuvimos revisión médica y nos sometieron a unos test
de
resistencia física, pero cada uno de nosotros quedó muerto. No eran muy difíciles, pero, dado el estado de salud y el grado de desnutrición de todos, era como sin nos hubieran puesto a correr el mundo entero. Tengo el mismo pensamiento que se afianza cada noche: ¿Cómo será el encuentro, cómo los encontraré y cómo me mirará Luisa cuando me vea?
Junio 27/2001 ¡Mañana! Hoy nos han dicho que mañana será el día. Al igual que el día del bus, hoy también gritaban y chiflaban de la felicidad y todos terminamos abrazándonos, incluso con los delegados de la Cruz Roja. En la tarde, tuvimos una charla psicológica, donde nos hablaban del control de las emociones y después, cada uno, tuvo cita privada con los psicólogos. Me preguntó qué esperaba encontrar nuevamente. Posteriormente me dijo, palabras más palabras menos, lo mismo que el Comandante Julián me dijo alguna vez: “… el mundo no ha dejado de girar afuera y quizás encuentre las cosas muy distintas”.
Esta noche han llegado los diferentes medios de información, para instalar sus equipos para mañana y todo comienza a tomar un matiz de reinado popular por parte de los delegados del Gobierno y de la guerrilla, incluso llegan a sugerirles a los mismos periodistas las preguntas que ellos quieren que les hagan. Me siento como mercancía de trueque, pero por volver a disfrutar las mismas cosas que he vuelto a tener en estos días, cama, baño y comida, soporto escuchar, en silencio y sin decir nada, un montón de falsas respuestas de los guerrilleros en las entrevistas, con tal de no tener que volver a dormir en costales ni tener que comer lo mismo todo el tiempo.
Junio 28/2001 (jueves) Estoy despierto desde las 5:30 de la mañana. Sabemos que muchos familiares llegarán hoy hasta donde estamos y que otros esperan impacientemente en sus casas. Nos preguntaron quiénes queríamos un calmante para los nervios y la ansiedad, y la mayoría lo hemos pedido, por eso ya estoy más relajado. Abrazarlos, abrazarlos y volver es lo único que quiero, pero nos han dicho que la entrega tendrá cierto protocolo y algunas palabras de personas importantes, para la prensa. Estaremos formados para el acto y la entrega; después de las palabras y lectura del acuerdo, nos llamarán por orden alfabético para firmar el acta: primero, policías, y después, nosotros.
Junio 28/2001 (noche)
Veía el lugar donde se encontraban los familiares, solo vi centenares de personas que agitaban sus manos y otros que hacían lo mismo, pero con pañuelos blancos. Los camarógrafos no dejaban pasar ni un solo gesto de nosotros, porque muchos ya estaban llorando.
-Soldado Uribe Jaramillo Alejandro… Pasé, me temblaba el cuerpo, las luces de las cámaras y la gran cantidad de periodistas me impedían llegar a la tarima para firmar el texto, y uno de los guerrilleros gritaba todo el tiempo pidiendo orden, pero era imposible. ¡Los vi! ¡Los vi! Nacho parecía que se hubiera tinturado el cabello de blanco, pero tenía buen semblante; sin embargo, estos dos años y siete meses parece ser que pasaron por encima de todos nosotros con más fuerza que lo harían sobre cualquier persona. **** Atravesé el tropel de periodistas y caminé, mientras ellos hacían lo mismo a mi encuentro. Los abracé, lloré todo lo que no me había permitido llorar en este tiempo, aunque las cámaras y las luces las teníamos por todos lados, el momento lo viví con una especie de silencio y fragmentado, como si estuviera viendo una película sin sonido y muy lenta. Nacho no me soltaba, y su llanto desencajado y lleno de ahogos como los de un niño desataba lágrimas hasta en los periodistas extranjeros. Mamá no dejaba de pasarme sus manos por la cara y se colgaba del poco espacio que quedaba entre papá y yo. Sus cabellos también blancos, pero ese blanco plata que no es natural, ese blanco que quiso ponerse por vanidad femenina para la ocasión, y no dejaba de decir: “Salgamos ya de acá, vamos ya…”. -¿Y Checho, y Luisa? ¿Dónde están?-, pregunté después. Era obvio que faltaban dos personas de las cuatro que yo quería volver a encontrar. -Vamos, todo el mundo te está esperando en la casa de los abuelos y todos te quieren abrazar y saludar, además el alcalde de Jericó te quiere hacer un
recibimiento-, decía papá, mientras intentábamos salir del lugar, pero seguíamos rodeados de periodistas. -¿Cómo se siente después de todo lo que ha vivido?-, me preguntó uno de los periodistas con micrófono en mano. -Bien, pero solo quiero intentar recuperar el tiempo-, fue lo único que atiné a decir. -Nacho, salgamos de acá-, no dejaba de decir mamá. -Paciencia, Clara, paciencia…-, respondía él, y yo ya comenzaba a reír por ver esas escenas entre ellos que muchas veces recordaba acostado en los costales del cambucho o afuera del hotel cuando los días los pasaba reconstruyendo recuerdos. Cuando por fin pudimos encontrar un lugar donde sentarnos los tres juntos, lejos de los periodistas y de las otras escenas desgarradoras de encuentros y llantos, mamá sacó de su bolso el cuaderno negro de cuero de Luisa; entonces comenzó a llorar sin poderse controlar y me lo entregó.
13. ÚLTIMA CARTA Estábamos apartados del resto de las personas, pero no lo suficiente, como yo lo hubiera querido cuando recibí el cuaderno. El llanto ahogado de mamá, y
también de Nacho, llamaron la atención de dos médicos y dos enfermeras que pasaron al frente de la banca donde nos habíamos sentado. Mientras los médicos atendían a mamá por desmayo, y a Nacho por pérdida de la presión, yo seguía sumergido en la última carta de Luisa. Cuando mamá se desbordó al entregarme el cuaderno, temí por la vida de Luisa, pensando que algo le hubiera pasado, pero nunca me imaginé llegar a encontrarme con esa carta, aunque el mundo hubiera dejado de girar para mí, desde el 1 de noviembre de 1998.
Junio 26/2001 Alejandro: Espero que esta sea la última carta que tenga que escribir en mi vida, me hacen recordar toda tu historia y eso es algo que quiero olvidar, por fortuna ya estás libre. Ninguna carta en el mundo, como te lo dije en otra, tiene los gestos que nos hacen verdaderamente humanos; tampoco, ninguna carta me librará de culpas y recuerdos. Hoy, debo decirte, que comparto tu felicidad por saber que ya no tendrás que volver a ver el sol por en medio de las ramas de los árboles, que ya no tendrás que soportar una espera y un silencio sin fecha. Volver a disfrutar de todas esas cosas que escribiste anhelando y de las otras que no mencionaste, es todo un derecho que tienes, y que debes comenzar a disfrutar. Hoy no debo estar contigo para saludarte, abrazarte y poderte decir todo esto que estoy escribiendo. No quiere decir que no quiera, pero, tanto por tu bien, como por el mío, te lo repito: no debo estar allá. Antes que otras personas te cuenten sus historias reconstruidas, retransmitidas e imaginadas, yo te la contaré y creo que soy yo quien debe hacerlo, para responder a todos tus por qué y para tranquilidad mía. No te flageles con más preguntas ni imagines más allá de lo que leerás, ya has sufrido demasiado y
todo eso debe ser recompensado en algún momento de tu vida. Por mi parte… Yo me encargaré de mis deudas y mis diablos. La primera Navidad, en la que fui con tus padres a Medellín, para enviarte los mensajes por radio, me sentía débil, y en la siguiente era ya una muerta, con el pensamiento puesto en un campamento, donde había un “hotel”, que era una réplica de un campo de concentración; después sabía que a la salida del hotel estaban personas que pasaban sus días amarradas de un árbol, más adelante un quiosco testigo de tus entrevistas, y en esos tres puntos te imaginaba todo el tiempo. Estuve secuestrada, sin saberlo, viviendo tu rutina diaria. La vida, para todos nosotros, también se frenó y cambió. Éramos esclavos de las noticias, los periódicos, los mensajes de radio, y nos comía la rabia de ver cómo pasaban los días sin piedad, mientras continuabas secuestrado. Pero creo que eso hoy ya no te importa. Tuve que cambiar mi forma de vida, porque me estaba muriendo de una depresión, que me aflojaba lágrimas en cualquier lugar y sin ninguna razón. Así lo hice: cambié mi vida, porque siempre me gustó vivir y quiero seguir haciéndolo. Me prometí seguir pendiente de tu situación y de las veces que te pudiera enviar cartas, pero inyectándome vida, y en ese deseo de querer rescatarme me volví a enamorar. Le puede pasar a todo el mundo en cualquier momento de su vida, pero siempre, por esos juicios de felicidad que nos hemos dictaminado, no nos hemos dado cuenta de que no somos dueños de nuestros sentimientos, y cada vez que intentamos manipularlos, nos hacemos más infelices. Me pasó, me decía todas las noches que no me podía estar pasando, que no debía hacerte esto, que sufrirías mucho si lo llegabas a saber estando secuestrado, pero después mi conciencia me daba otras preguntas: ¿Y si le pasa a él? ¿Si se enamora, como le ha pasado a otros secuestrados? ¿Si ya no siente lo mismo por mí al momento de volver y todo lo que soñé y esperé se pierde?
En muchas cartas me demostrabas que tus sentimientos todavía estaban presentes, en otras era yo la que buscaba alguna muestra o cambiaba palabras escritas para tranquilidad mía, excusándote por el lugar y tus condiciones. Fueron muchas las ocasiones en las que me decía que lo que yo comenzaba a sentir por la otra persona era una búsqueda de alguien que se asemejara un poco a tu forma de ser, pero el tiempo, infalible con su paso, me demostraba lo contrario: era otro hombre, otra forma de amar y en nada se parecía a ti… Solo en algo. Al principio era fácil de ocultar, pero, después ni él ni yo quisimos seguirlo ocultando, aunque el cielo se nos viniera encima. No solo el cielo se nos vino encima: tu familia y la mía han dejado de ser familia para nosotros y lo entendemos, tanto así que el día que supe de tu liberación escribí esta carta y viajé a Jericó, para estar parada toda una tarde frente a la puerta de tu casa esperando que me abrieran y me recibieran el cuaderno. No me importaron las humillaciones ni las miradas de todos los que me reconocían esperando a la puerta, al final tu mamá abrió y cuando vio el cuaderno entendió el motivo de mi espera, haciéndome pasar para que yo terminara con esta carta. Me dijo que entrara y que cuando terminara dejara el cuaderno sobre la mesa, que ella, aunque no lo quería hacer, te lo entregaría. Tu alcoba la cambiaron totalmente, ya es solamente tuya. No hay ni un solo recuerdo ni foto de nosotros dos, y de Checho es como si nunca hubiera vivido en esa casa. Tu papá prohibió que lo volvieran a nombrar, tanto a él como a mí, por eso el día que decidimos casarnos, también decidimos irnos de Jericó. Ese día fueron muy pocas las personas que estuvieron en la Iglesia, pero nadie de tu familia y la mía. Dimos la respectiva aceptación de palabra y nos fuimos. Checho dice que tú siempre serás su hermano, aunque tú ya no seas hermano de él. Nunca lo planeamos, Alejandro, nunca hicimos nada a espaldas tuyas, todo pasó porque así debía ser.
Hoy, debo dejar este cuaderno sobre la mesa y salir sin decir nada, cuando antes entraba como si fuera mi segunda casa, pero no me importa la humillación, porque estoy feliz de saber que nuevamente serás un hombre libre. El tiempo sabrá hacer bien las cosas en tu vida, déjalo que haga su trabajo y no mires para atrás. Luisa. *** Ya habían logrado estabilizar a Nacho y a mamá, cuando terminé de leer el cuaderno. Me encuentro durmiendo de nuevo en una cama, siento miedo al cerrar los ojos porque vuelvo el hotel, en resumidas cuentas: ¿qué vida me debo imaginar? No soy tan dueño del destino que tantas veces pensé y planeé. ________________ En Colombia, el 5 de marzo del 2001, en los diálogos Gobierno-FARC, en el sitio conocido como "la Y", se especificó el acuerdo de intercambio de personas privadas de la libertad a causa
del conflicto interno. El
Gobierno, por su parte, hizo la entrega por parte del Estado colombiano de 15 guerrilleros enfermos que estaban internos en las cárceles del país, a cambio de 42 soldados y policías retenidos por las FARC. Las liberaciones tuvieron lugar el 28 de junio del 2001. Las FARC liberaron a 242 más en el municipio La Macarena (Meta) y otro grupo en zonas rurales de Antioquia. En su poder quedaron 47 oficiales y suboficiales de la Policía y el Ejército. ___ Para la familia de “Kike”… Gracias por esa dolorosa recopilación de recuerdos, para el desarrollo de esta novela.
Andrés Candela www.lacoctelera.com/andres-candela