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INFORMACION GENERAL
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Sábado 7 de mayo de 2011
Sociedad
Para ser feliz hay que tener dos hijas Un investigador británico entrevistó a más de 2000 familias y halló que dos niñas es el ideal para tener mucha comunicación y pocos conflictos; en las antípodas, el tipo de hogar más complicado es el compuesto por cuatro descendientes mujeres EN PRIMERA PERSONA
EVANGELINA HIMITIAN LA NACION Uno puede estar de acuerdo o no con el resultado de este estudio. Lo cierto es que todos los padres y madres que reunían estas características, al ser consultados por LA NACION, primero se rieron; después, preguntaron si era en serio y, finalmente, terminaron reconociendo que era verdad: que se consideraban una familia muy feliz. Ocurre que, según un estudio de la Universidad de Ulster, Gran Bretaña, las familias más felices son las que tienen sólo dos hijas mujeres. En las antípodas, las que muestran mayor grado de conflictividad son aquellas con cuatro hijas. Tales conclusiones sobre las familias occidentales surgen de un estudio que realizó el investigador Tony Cassidy, del Departamento de Investigaciones Psicológicas de la Universidad de Ulster, Gran Bretaña, luego de entrevistar a 2116 familias con hijos menores de 16 años. “¿Por qué los padres de dos hijas tienen los más altos índices de felicidad?”, preguntó LA NACION a Cassidy. “Hemos encontrado que las familias con hijas son más felices porque las niñas tienden a generar un debate más abierto en torno a las emociones, algo muy saludable en tiempos de crisis. En cambio, las familias con niños tienden a ser menos expresivas y, generalmente, no hacen frente a los problemas emocionales”, dijo el investigador. “Por supuesto que hay excepciones. Algunos niños son más abiertos para hablar sobre sus emociones y algunas chicas, más cerradas. Sin embargo, en general, las niñas son más propensas a crear un clima de diálogo”, apuntó. Según el trabajo, las mujeres generan en la familia un clima más abierto a la comunicación y al diálogo, algo muy positivo en momentos de conflictividad. En contrapartida, las familias con mayoría de hijos varones suelen establecer un tipo de relación más cerrada, poco permeable al diálogo y a la manifestación de las emociones. Claro que muchas mujeres juntas –cuatro, según el estudio– también puede ser un impedimento para el diálogo familiar. Los investigadores realizaron el trabajo de campo en 2009 patrocinados por el sitio británico especializado en maternidad, embarazo y crianza www.bounty.com. Los padres entrevistados debían clasificar el comportamiento de sus hijos sobre la base de una serie de categorías, como facilidad de atención, compatibilidad y comportamiento general. Así, los resultados hallaron que dos hijas “rara vez molestan”, que hacen poco ruido, ayudan en la casa, pelean poco, es fácil razonar con ellas, se complementan bien, juegan juntas, no se ignoran y se disfrutan mutuamente. Para elaborar el “ranking de felicidad” se analizaron 121 combinaciones familiares, con un mínimo de dos hijos y un máximo de cuatro. El segundo puesto fue para la tradicional familia tipo: un hijo y una hija. “Los niños se benefician al tener hermanas debido a que aprenden a comunicar sus emociones”, dijo Cassidy. (Ver aparte). “Me parece un planteo demasiado reduccionista. Los seres humanos somos complejos y no pasa por el hecho de ser mujeres u hombres, sino de ser personas”, opina la psicóloga local Eva Rotemberg, directora de la Escuela para Padres (www. escuelaparapadres.net). “Yo recibo tantas consultas de familias que tienen hijos varones como mujeres. Lo que sí puede ser cierto es que cuando se tienen sólo dos hijos, los padres pueden dedicarles más tiempo que teniendo cuatro.” Otro estudio, hecho entre madres argentinas por la consultora Centro de Economía Regional y Experimental (CERX), demuestra que tener hijos, hombres o mujeres, constituye un aporte fundamental para la felicidad. Así, si en una escala del 1 a 10, el promedio de felicidad de los argentinos es de 7,1 puntos, la felicidad de las mujeres que tuvieron hijos recientemente aumenta a 8,9 puntos. “Posiblemente, sea una felicidad dife-
Mi vida es una desopilante sitcom PABLO SIRVEN LA NACION
Mora, de tres años, y Juana, de siete meses, son pura felicidad para la familia Mistorni RICARDO PRISTUPLUK
El ranking de la familia feliz Las primeras diez combinaciones que llenan de dicha a los padres
2 niñas 1 niño y 1 niña 2 niños 3 niñas 3 niños 4 niños 2 niñas y 1 niño 2 niños y 1 niña 3 niños y 1 niña 3 niñas y 1 niño 2 niños y 2 niñas
4 niñas
Catalina y Margarita tienen embelesados a sus papás
“Se da un grado de complicidad altísimo”
rente de la que tenían antes de tener hijos, pero aún con los problemas y las preocupaciones cotidianas que genera la maternidad, declaran que eso no reduce su nivel de felicidad”, afirma la economista de CERX, Victoria Giarrizzo. Otros estudios sugieren que la felicidad matrimonial disminuye con la llegada del primer hijo. Una investigación de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Nebraska, publicada por el Journal of Advanced Nursing, tras indagar a 185 parejas, indicó que la felicidad disminuye a partir del embarazo y que permaneció baja mientras el bebe tenía entre 5 y 24 meses. Otros estudios sugieren que las parejas con dos hijos tuvieron puntuaciones de felicidad aún más bajas. Así lo sugiere un estudio de la Universidad Estatal de Ohio, que apunta que estas parejas pasan una tercera parte del tiempo juntas y a solas respecto del que pasaban antes. Otro estudio realizado por el Departamento de Estudios Económicos de la Universidad de York, por el psicólogo Nattavudh Powdthavee, indica que la felicidad humana no está relacionada con tener o no tener hijos.
Como madre de Juana y de Mora Mistorni, Natalia está completamente de acuerdo con el resultado del estudio que pondera que las familias más felices son las que tienen dos hijas mujeres. Pero no lo dice sólo como madre, sino también como hermana. “El grado de compañerismo y complicidad que se da en esta relación es altísimo, y es una de las relaciones más sólidas que se construyen en la vida”, asegura. Mora tiene tres años y medio, y Juana, apenas siete meses. Pero nadie hace reír tanto a esta beba como su hermana mayor. “El hecho de compartir el cuarto, heredarse la ropa, asumir el rol de hermana mayor y menor creo que tiene mucho que ver con este tipo de vínculo. Además, las nenas son muy compañeras con la madre y, a la vez, tienen embobado al padre”, asegura Natalia, que comparte con Martín la devoción por sus hijas. A Miguel Weiskind y Griselda de la Cruz les tocó convertirse de golpe en padres de dos niñas: ocurrió el 19 diciembre de 2007, cuando nacieron Catalina y Margarita, sus hijas mellizas.
Cuando LA NACION les comenta la hipótesis de la investigación, no pueden evitar sonreírse. Porque, más allá del megaoperativo que implica ser padres por dos, reconocen que la felicidad que los hace sentir afortunados cada día tiene mucho que ver con ser padres de estas dos niñas. “Hicimos un tratamiento. Cuando nos dijeron que eran dos, nos agarró pánico; pensamos que iba a ser un caos. Y después fue así, pero es buenísimo. Son reafectuosas. En cualquier situación, te pueden decir: «Papi, te quiero mucho»”, dice Miguel. No se imaginan su familia compuesta por otros integrantes y reconocen que si pudieran elegir, no cambiarían nada. “Para mí, es maravilloso. De tener más hijos, quisiera tener más mujeres. Estoy profundamente enamorado de ellas. Son muy paperas, pero también mameras, con lo cual es fantástico para los dos”, cuenta el papá. Acaban de volver de unas vacaciones con otra familia amiga que también tiene dos hijas mujeres. “Ellos coinciden. Tener hijas es lo mejor”, asegura.
Cuando nació la primera, nos juramos con mi mujer burlar el destino y hacer como que la vida seguiría igual. No arrancamos nada mal: al quinto día de haber llegado Agustina, los tres marchamos, en una fría noche invernal, a comer afuera. Pero el destino tenía reservado para nosotros una vida un tanto más intensa: detrás de Agustina vino Mariana y, al cabo de un tiempo, Julieta. El consabido –o, mejor dicho, la consabida– bonus track se llamó Paloma. Sí, definitivamente, me encantan las mujeres (especialmente crearlas, ja). Los varones no me salen, ni tampoco los echo de menos. Del abecedario prefiero la “a” a la “o”, pero considero que no hay mejor combinación de letras que “xx”. Durante varios años, nuestra vida fue una sucesión ininterrumpida de pañales y mamaderas, risas y llantos, batitas y escarpines rosas, infinidad de levantadas a la madrugada para acompañarlas al baño, disipar un mal sueño o controlar un broncoespasmo. También los balbuceos se convirtieron en palabras y llegaron los cuadernos, los actos escolares, las fiestas de cumpleaños y las materias a marzo, multiplicados por cuatro. No las pudimos ayudar mucho con las matemáticas por nuestra incurable alergia a los números, pero, al menos, se beneficiaron con mis lecturas en voz alta al irse a la cama (siempre y cuando no me quedara dormido antes que ellas frente al libro, vencido por el cansancio). Crecieron muy lindas, diferentes e interesantes por dentro y por fuera. Los juguetes y muñecos dieron paso a maquillajes, largas peroratas telefónicas, facebooks, mensajitos y salidas a bailar. Nunca imaginé que mi vida iba a transcurrir entre tantos corpiños, bombachas y tacos altos, ni que iba a demorarme tanto en mi auto esperando que mis cinco mujeres más queridas se decidieran a bajar. Confieso que cuando me enteré de este estudio me quedé bastante perplejo. Según sostiene el informe, habíamos sido de lo más felices cuando estábamos apenas al 50 por ciento de nuestra producción, pero la verdad es que estuvimos tan ocupados en atender por entonces a las dos primeras que ni tiempo sobró para celebrar ese supuesto estado de gracia. En cambio, con conocimiento de causa –ya que soy padre de cuatro mujeres desde hace 18 años–, puedo afirmar que la vida, en vez de convertirse en un negro Apocalipsis, se volvió una desopilante sitcom de puertas que se abren y se cierran, con preocupaciones y alegrías de todos los tamaños, inevitables estridencias y mucho, mucho perfume de mujer. No creo en la felicidad permanente, pero sí en sus frecuentes ráfagas si sabemos predisponernos a ellas, esos chispazos que aparecen en comidas y viajes compartidos, en una caminata junto al mar, en pequeñas confidencias, en los reencuentros que sobrevienen a los enojos. En fin, en el humor filoso con que nos gusta caricaturizarnos. Hoy me resulta difícil imaginar otra vida.
EN EL DISTRITO TECNOLOGICO DE LA CIUDAD
Un encuentro porteño con la elite digital Empresas locales se presentaron frente a inversores y compañías de Internet de Silicon Valley En poco más de tres minutos, siete empresas locales de tecnología digital tuvieron ayer la oportunidad de presentar sus proyectos a los Geeks on a Plane, un grupo de 40 inversores y compañías de Internet originarias de Silicon Valley, una zona situada en el norte de California, que es considerada la meca de la tecnología en los Estados Unidos. El encuentro, organizado por el Ministerio de Desarrollo Económico de la ciudad, y que tuvo lugar en el Instituto Félix Bernasconi, en el denominado Distrito Tecnológico de Parque Patricios, es parte de la gira latinoamericana que incluyó Chile y Brasil, organizada por Wenceslao Casares, el argentino creador del sitio web Patagon, que luego vendió en 750 millones de dólares, junto con Dave
McClure, uno de los más destacados y respetados inversores en tecnología de los Estados Unidos. Evan Henshaw, un californiano de 34 años que forma parte de los Geeks on a Plane, se encargó de explicar a LA NACION de qué se trata este grupo. “Somos técnicos, gente de startups [empresas que buscan nuevos modelos de negocios] e inversores de Silicon Valley que viajamos a otros países para conocer empresas que se dedican a cosas similares, conocer otras tecnologías y saber qué está pasando más allá de Silicon Valley”, contó. Es que, según reconocen quienes residen allí, esta zona de California es una gran burbuja tecnológica que, a veces, queda desconectada de algunos lugares del mundo. De remera negra, jeans y mochila
al hombro, Henshaw, que trabajó en Yahoo y fue uno de los cerebros de Twitter, señaló que en Silicon Valley lo común es ser, en primer lugar, un emprendedor, y además tiene una empresa y busca invertir en otras. Algo que define como “ecosistema”. Esa idea, que lleva por lo menos cien años de vida en el norte del estado de California, es la que se intenta movilizar en el incipiente Distrito Tecnológico de Parque Patricios. Y Augusto Chesini es uno de los presentadores locales que decidió mudar su empresa de videojuegos a la zona. “A fin del año pasado, ya nos mudamos al distrito. Fue una decisión de empresa y de familia. Es que el beneficio en la reducción de los ingresos brutos es bastante y, además, hay contacto con otras em-
presas”, señaló el joven de 29 años. En pocas palabras, Chesini explicó a LA NACION la dinámica de muchas de las firmas que hoy desarrollan contenidos en la Web: “El ciclo de vida de estas empresas suele ser de tres o cuatro años, tiempo donde vos lo creás, lo ves crecer y después lo vendés”. Por su parte, Henshaw comentó que la gran mayoría de empresas que desembarcó ayer en Buenos Aires son digitales, pero que también hay inversores de biotecnología, o de desarrollo de energías alternativas. Consultado por el nombre del grupo dijo: “¡Es que somos geeks! Cuando estuvimos con Piñera en Chile, lo primero que le queríamos preguntar era cuál era la conexión para el Wi-Fi”.
MAXIE AMENA
Empresarios norteamericanos se interiorizan de los planes del gobierno