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moda&belleza
PELUQUERO TOP. Está pasando uno de los mejores momentos
de su carrera. Atiende las cabezas de varias famosas, es superdinámico y dice que al pelo hay que saber llevarlo
Juan Manuel Cativa “para triunfar hay que ser rubia” Dolores Gil @gdolores | Fotos Marcelo Gómez
| Jueves 17 de abril de 2014
E
n las paredes pintadas de negro de Mala Peluquería hay leyendas: felicidad, innovación, actitud, look, tendencia. En uno de los puestos, un asistente le corta las puntas y le hace el brushing a Zaira Nara, una habitué de esta meca de celebrities que comanda Juan Manuel Cativa, responsable de muchos de los estilismos de las principales publicidades de moda, revistas y pasarelas. Suena música dance. Cativa está a mil, como siempre: charla con la modelo, habla por teléfono, endereza unas latitas de energizante en una heladera, da instrucciones, recibe a las clientas –entre las que se cuentan Catherine Fulop, Eugenia Suárez, Paula Chávez, Lali Expósito y Marcela Kloosterboer– con un beso y una sonrisa que deja ver su encantador tooth gap (espacio entre los dientes). “Le puse Mala porque es lo que significa mi apellido en italiano. Es una peluquería distinta: somos especialistas en color”, cuenta este estilista de 40 años, embajador de Pantene y flamante papá.
–¿Qué pasa con la cabeza de las mujeres? –En este país, para triunfar hay que ser rubia. Por más que se use el colorado, a las mujeres no les gusta. Intentamos imponerlo, pero no hay forma. La rubia más inesperada que hicimos es Lali Expósito. Y le quedó bárbaro. Pero si creo que a la clienta no le va a quedar bien, no lo hago. –¿Les vendría bien un cambio a las argentinas? –A un montón sí. El 80% lo usa largo, largo tipo promesa, digo yo, bien rubio. En Europa, después de los 30, todas usan el pelo más corto. Pero por más largo que esté, si el pelo está arruinado no queda bien. Ser cool en parte pasa por el pelo, pero hay que saber llevarlo. –¿Por qué la peluquería? –Elegí la carrera por azar, hace 20 años. Era promotor de perfumes Armani. Un día me mandaron a Alto Palermo y alguien me dijo: “Andá a Giordano que están tomando gente”. Había dos cuadras de cola y quedamos sólo dos. Empecé desde abajo: abría la puerta y saludaba. Al mes ya sabía cómo se manejaba toda la peluquería. Después armaron un concurso: el que vendía más lavados ganaba un viaje a Los Ángeles auspiciado por Sebastian, la marca de champú, y lo logré.
Sebastian me contrató. Empecé a viajar todos los años a Los Ángeles, San Francisco, Las Vegas, Hawai y a empaparme de las tendencias. –¿Qué aprendiste en estos 20 años? –Sobre todo a ser paciente, perseverante y a lidiar con la gente, que es un don. El peluquero tiene que saber interpretar lo que la mujer necesita, buscar lo que le queda bien a cada una. –¿Es difícil trabajar con mujeres? –El problema es que a veces no saben lo que quieren. Los peluqueros somos un poco como confesores. Imaginate que en una producción pasamos mucho tiempo con las modelos, convivimos 24 horas. Las mujeres vienen mucho a la peluquería cuando tienen un mal día o cuando se separan, porque quieren cambiar. Ahí hay que sentarlas, que bajen un poco, convencerlas. –¿Las emociones se ven en el pelo? –Muchas piensan que por cambiar de pelo van a cambiar de personalidad, que si se tiñen de rubias van a ser otras. ¡Pero seguís siendo la misma! Igual, cambiar les hace bien. –¿Cuál es el look que te identifica? –Depende lo que me toque y el pelo que tenga la clienta. En general me gusta el pelo espectacular, el pelazo, las melenas con ondas grandes, muy vaporosas. Me encanta la mujer con pelo sano y brillante, sin exceso de tratamientos, bien cuidado. –¿Tu mejor consejo capilar? –El pelo es el complemento de todo, hay que tenerlo bien, elegir un look que te quede lindo a la cara, que te dibuje. Si tenés un vestido divino pero el pelo un horror, no va. Y por supuesto, cuidarlo. Hay que confiar en el peluquero, que sabe lo que te conviene. Ahora todo es más natural, pero menos cuidado. Estaba buena la época en que las mujeres iban a la peluquería todos los sábados o salían con ruleros a la calle.ß
ObjetO queridO Una cuadro donde aparece su padre, que era actor y hacía el sketch de Los Polonios con Pepe Iglesias en los 80
cOLUmnisTa anfiTRiOna
Ser o no ser Felicitas Rossi @felirossi
Está instalado que debemos ser reparadas. Si nos crecen pelos, los depilamos. Si los labios son finitos, los rellenamos. Si el cabello tiene frizz, baños de queratina. Si nos salen canas, las teñimos. Si aparecen arrugas, las estiramos. Si el busto marca 80, están las siliconas. Si transpiramos, litros de desodorante que resistan 24 horas. Si hay mucha ansiedad, la droga es clonazepam. Si afloran estrías y celulitis, las opciones de tratamientos son abrumadoras. Si menstruamos aparece un producto para disminuir el sangrado. Más allá de toda interpretación freudiana parecería que tenemos un cuerpo sucio y feo que necesita ser modificado. Obviamente habrá excepciones y están las que obran por prescripción médica. Dejando estos casos de lado, ¿en qué momento compramos la idea de reparación? En septiembre de 2013 participé de un encuentro de mujeres en San Marcos Sierra, Córdoba. Me llamó la atención la belleza de esas mujeres. No usan tinturas ni se someten a tratamientos estéticos, y casi no consumen productos de belleza. No existen los trastornos de alimentación porque comen sano y no están al tanto del último hit fashionista. Son poderosamente femeninas. Al hablar con una de ellas me comentaba que después de tanto vacío interior estamos entrando en la era de la aceptación. Y ésta parece ser la palabrita mágica para desinstalar la idea de que las mujeres necesitamos ser reparadas. Por suerte, toda compra viene con ticket de cambio.ß