ENFOQUES
Domingo 4 de abril de 2010
Entrevista
I
:::: Alexander Lukashenko
“Los Bush, padre e hijo, fueron los últimos dictadores” las que tenemos que prestarles mucha atención, con las que tenemos que dialogar y comerciar. Mire usted el caso de Venezuela. Acabamos de firmar un convenio para que nos exporten 80.000 barriles de crudo diarios. A cambio, nosotros vamos a construir ciudades modelo en este país. Vamos a exportar nuestro modelo de granjas comunitarias a Venezuela.
Continuación de la Pág. 1 le causa gracia. “Una antigüedad. Hacía dos años que no escuchaba que me llamaran así”, sostiene, mientras, en lo que intenta ser un gesto de camaradería, pasa su brazo sobre el hombro de su entrevistador y lo mira fijo a los ojos. Dirá, a lo largo de la charla con Enfoques, que para seguir en la presidencia de su país se necesitan dos cosas: el amor del pueblo y la buena voluntad de Dios. “El amor del pueblo, para que me sigan votando; la buena voluntad de Dios, para que me conserve la salud”. El mandato que cumple ahora, por ejemplo, lo ganó con el 82 por ciento de los votos. Hace caso omiso de las denuncias de fraude que le endilgaron observadores de la Unión Europea. La entrevista fue filmada por el camarógrafo oficial de la comitiva bielorrusa. Un extracto de ese video apareció luego en la cadena de televisión rusa RT. Sin darle trascendencia al contenido de la charla, las imágenes del mandatario en traje de baño y atendiendo a la prensa en una playa caribeña fueron utilizadas para exaltar el costado humano del político que, distendido, otorga un reportaje poco convencional. Vestido con shorts de baño, remera y una gorrita con la bandera de Belarús sobre la cabeza, reconocerá que en su país sigue operando la KGB (el temible servicio de inteligencia soviético), inquirirá al periodista sobre las fuentes consultadas para elaborar el cuestionario al que se lo somete (“¿Quién lo preparó a usted para esta charla? Sólo me pregunta por la parte mala…”, se quejará), dirá que aunque no añora la desaparecida Unión Soviética, “la bipolaridad hacía a este mundo más previsible” y hasta tendrá tiempo para hablar del fútbol argentino. Belarús es un pequeño enclave de poco menos de 300.000 kilómetros cuadrados situado al norte de Europa y que limita con Polonia, Rusia, Lituania, Estonia y Ucrania. Su capital es Minsk, situada sobre las márgenes del río Dnieper. También conocida como “la Rusia blanca”, dicen que dentro de su territorio hay más de diez mil lagos y extensísimos bosques en los que se encuentran robles de hasta 500 años. Extrañamente (o tal vez, no tanto), Belarús es un país que, aunque consiguió su libertad en 1991, tras la caída del Muro de Berlín, aún mantiene en las calles de sus ciudades las estatuas de Lenín. Dicen los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos que, dentro de sus fronteras, la KGB todavía interviene los teléfonos. Que desde la asunción de Lukashenko prácticamente se abolió la libertad de expresión y que el propio presidente reformó la constitución nacional para permitir su reelección indefinida. Lukashenko dirá que la reforma constitucional se logró a través de un plebiscito y que en las últimas elecciones el 82 por ciento de sus coterráneos lo confirmaron al frente del poder
La KGB, como servicio de seguridad, sigue operando en todos los países de la ex Unión Soviética. ¿Sabe cuál es la única diferencia? Que en otros países le cambiaron el nombre y nosotros no
ejecutivo. “Usted tiene una visión demasiado occidental. Debería entender que nosotros somos un país joven, con apenas 15 años de historia. No podemos analizar la realidad desde el punto de vista latinoamericano”, explicará. –¿Y como debería ser ese análisis, presidente? –Ustedes, los argentinos y los países de América, tienen una larga historia política e institucional. En la mayoría de los casos, las constituciones que los rigen son más que centenarias. Nosotros, en cambio, somos un país joven, con apenas 15 años de vida, que estamos aprendiendo a construir y a respetar nuestra Constitución, a la que además tratamos de adecuar a las necesidades de los tiempos que corren. –¿Por qué cree que dicen que usted es el último dictador de Europa? –¿Sabe una cosa? Usted es un hombre de suerte… –¿Cuál sería mi suerte? –La de poder decir que fue el único periodista latinoamericano que entrevistó al último dictador del mundo. Mire, yo no creo ser un dictador. Puede haber gente que me quiera más que otra en mi país. De hecho, a usted en la Argentina le puede pasar lo mismo. Seguramente, usted o el diario para el que escribe no son amados por todos en la Argentina. –¿La de dictador, entonces, es una definición de la gente que no lo quiere? –Es algo viejo llamarme dictador. Es más, hace más de dos años que no me llegaban informaciones sobre esa definición de mi persona. Ese fue un invento, una mentira que lan-
Cuando habla de las granjas comunitarias, Lukashenko, sabe perfectamente cuál es el modelo socialista que representan. De hecho, sus comienzos en la política, que le permitieron ingresar al Soviet Supremo, tuvieron lugar tras su exitosa gestión como responsable de una de esas granjas en su país. –¿Y a la Argentina, en qué lugar la colocaría usted? –Conozco mucho de la Argentina, no se olvide que mi primer título universitario fue el de profesor de historia. Sé que su país es gobernado por una mujer llamada Cristina (no le fue fácil pronunciar el nombre en español, y el apellido no lo recordó). Una mujer intere-
Yo no modifiqué la Constitución. Fue el pueblo a través de un referéndum. No fui yo. Cualquier ciudadano de mi país puede ser presidente. La reelección es para todos. Cualquiera puede ser candidato indefinidamente
AFP
zó la anciana Madeleine Albright [Secretaria de Estado de los EE.UU. durante el segundo mandato de Bill Clinton] que en mi país ya es historia antigua. –¿Cómo se definiría, usted, entonces? –Mire, para ser un dictador, hay que tener una economía como la de los Estados Unidos. Hay que ser presidente de una potencia como los Estados Unidos. Para ser dictador hay que tener armas nucleares y entonces poder dictar algo al mundo. Si uno tiene ese poder, entonces, podrá iniciar guerras sin consultar nada con nadie. ¿Sabe usted quién es el último dictador? El anciano Bush fue el último dictador. Y cuando digo el anciano Bush, me refiero a ambos, padre e hijo. –Se dice que Belarús es el único país de la ex órbita soviética que mantiene en funcionamiento la KGB, señor presidente… –¿Y qué problema tiene usted con la KGB? ¿Alguna vez lo molestó la KGB? Si en la Argentina no opera la KGB… –No, claro, pero en su país sí opera. –La KGB, como servicio de seguridad, sigue operando en todos los países de la ex Unión Soviética. ¿Sabe cuál es la única diferencia? Que en otros países le cambiaron el nombre y nosotros no. La estructura se mantuvo en todos lados, un poco más débil, por desgracia. Además, en el caso de Belarús, debe usted saber que el 80 por ciento del trabajo de la KGB está destinado a la seguridad interna y apenas el 20 por ciento está destinado a la inteligencia. Y ahora déjeme que le haga yo a usted una pregunta: ¿quién lo preparó para esta entrevista? –No, señor presidente, nadie nos prepara para las entrevistas. Los periodistas nos preparamos solos, leyendo, investigando… –Pues parece que usted leyó sólo la parte mala, mi amigo. –Será, tal vez, porque no hay publicaciones oficiales de Belarús en español o en inglés, señor presidente. –(Piensa un instante.) Tal vez tenga razón. Pero usted tiene que venir a mi país para conocer cuál es la verdad. Yo lo invito a usted oficialmente para que recorra nuestras ciudades, para que conozca a nuestra gente. Para que compruebe con sus propios ojos y después pueda contar en la Argentina que en nuestras calles uno se siente más seguro que en cualquier otra afamada capital de Europa. [En efecto, la tasa de delitos de Belarús es una de las más bajas de Europa, según sostuvieron tres fuentes independientes consultadas por LA NACION.] –¿Presidente, usted extraña a la Unión Soviética? –(Largo silencio.) Extrañar no es el término correcto. Convengamos en que no es alegre ver cómo un país se desintegra. Cuando ocurre una cosa así, uno tiene que consolarse, pero no puedo dejar de reconocer que, tras la caída de la Unión Soviética, sólo sobrevivió una potencia: Estados Unidos. El mundo, cuando era bipolar, era más previsible. Estaba balanceado. Hoy, sin embargo, sabemos que los tiempos que corren ya no son los de ellos [por EE.UU.]. Hoy hay otras potencias emergentes, como China, la India, Brasil, o de la misma Unión Europea, a
MANO A MANO No es fácil sostenerle la mirada a Alexander Lukashenko luego de preguntarle por qué se lo conoce como el último dictador de Europa. Alto, musculoso se quitará las gafas de sol y clavará su vista en el entrevistador antes de comenzar a responder. Su timbre de voz parece sonar más alto de lo normal, aunque tal vez sea esta sólo una falsa impresión debida al dejo marcial que generalmente creemos escuchar en idiomas similares al ruso. No se ríe Lukashenko. Y el cronista, a lo largo de la charla, se siente desubicado cada vez que busca un diálogo menos formal. No parece tener sentido del humor el hombre que rige el destino de Belarús. Y si lo tiene, al menos, no se parece al que suelen entender y compartir los políticos latinos. En ocasiones, mientras habla, abraza a su entrevistador, o le coloca una mano sobre el hombro, como si quisiera propiciar alguna familiaridad. Difícil es entender si es ésa una reacción natural o un gesto estudiado. Político, al fin, Lukashenko fue fiel a la imagen populista que se supo construir. Mostrarse, en una playa, como cualquier mortal es una tentación a la que no se pueden resistir, ni siquiera, aquellos a los que Dios les da salud para ser reelegidos de manera indefinida.
sante y atractiva. Me gustaría conocerla y tener una entrevista con ella. Nosotros tenemos que tener un contacto más fluido con América latina y con la parte sur del continente. La Argentina tiene una posición estratégica y es por ello que, como rechazo los poderes hegemónicos e imperialistas, apoyamos los reclamos de la Argentina sobre las islas Falkland… –Para nosotros son las Islas Malvinas, presidente. Usted las acaba de llamar por el nombre que les da Inglaterra… –Le pido disculpas, pero lo importante es que usted sabe de qué estoy hablando. Usted entendió la idea, más allá del nombre ¿verdad? –¿Hasta cuándo piensa ser presidente? –No lo sé. Para ser presidente hay que encomendarse a Dios y al pueblo. A Dios, para que me mantenga la salud y al pueblo para que me siga votando. –¿La otra opción es conseguir, como lo hizo usted, que se modifique la Constitución para permitir que lo reelijan indefinidamente? –Yo no modifiqué la Constitución. Fue el pueblo a través de un referéndum. No fui yo. Cualquier ciudadano de mi país puede ser presidente. La reelección es para todos. Cualquiera puede ser candidato indefinidamente. Lo único que tienen que hacer es presentarse a las elecciones. El mandatario ordenó luego a uno de sus guardaespaldas que se acercara con una voluminosa bolsa en la que había dos libros para regalar a su entrevistador. La charla derivó, entonces, en la producción industrial de Belarús, eminentemente agrícola. Lukashenko detalló las características de cada uno de los camiones y acoplados que producen y se detuvo, especialmente, en un inmenso carretón para el transporte de carga pesada. “Sobre estos chasis están montados todos los misiles soviéticos”, acotó. Un apretón de manos cerró la charla. Después vino el otro capítulo. El de los agentes de seguridad del presidente Hugo Chávez que durante toda una tarde abordaron al periodista para saber su nombre y apellido, el teléfono directo de su diario en Buenos Aires, su número de pasaporte, el vuelo en el que había llegado a Venezuela y el vuelo en el que pensaba partir, además del hotel y número de habitación en el que estaba alojado. Una delicia. Las playas caribeñas, claro está. © LA NACION
El presidente Alexander Lukashenko, entrevistado por LA NACION en la Isla de Margarita, Venezuela
ACLARACION En la sección “Terapia” del domingo 28 de marzo se relaciona erróneamente al Partido Nacionalista Constitucional con el ex militar carapintada Mohamed Alí Seineldín.
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