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CULTURA
I
Lunes 2 de mayo de 2011
Ernesto Sabato 1911 - 2011 OPINION
Su vida
Historia de un triste privilegio argentino JUAN CRUZ RUIZ
1984 El rey de España le entrega el Premio Miguel de Cervantes. Premio Gabriela Mistral, de la OEA. Ciudadano ilustre de Buenos Aires. Comendador de la Orden de Boyacá. Homenaje en La Sorbonne.
Con Augusto Roa Bastos, en la cancillería argentina
Condecorado por España en julio de 1980
PARA LA NACION MADRID.– En la entrega de los legajos más tristes de la Argentina, los que constituyen el informe sobre la mortífera acción de la dictadura militar, Ernesto Sabato le dice a Raúl Alfonsín que ese período había dado de sí el término “desaparecidos” que ahora circulaba por el mundo como un “triste privilegio argentino”. Ese momento marcaría para siempre la frente de Sabato, la de su pasado como escritor de ficciones (y no ficciones, o autoficciones) y la de su futuro como hombre público que enseguida ganaría en España el Premio Cervantes. Pues ya dejaría de ser, a causa de esa imagen, el autor de Sobre héroes y tumbas para ser el autor de ese prólogo espantado que luego los que rehacen la historia (e incluso el futuro) terminarían rehaciendo a su modo. “A causa de esa imagen”, no. Sabato quiso esa imagen; su trabajo en la Conadep no fue una labor tortuosa, sino en lo que significaba; lo hizo como un patriota; dejó ahí su energía para reconstruir una historia triste de la que había nacido el triste privilegio de ser el lugar común en el que se pone nombre a una figura que ya ronda la cabeza de la historia universal de la infamia: los desaparecidos. Aquella imagen no interrumpió a Sabato; lo rehizo como hombre; le dio un lugar distinto en el mundo Pasara lo que pasara, escribiera o no escribiera más, ya iba a haber dos Sabato: el que firmó aquel prólogo y el que firmó sus libros, los que tenía hasta entonces, que son los más importantes que hizo nunca. Como escritor existencialista y pesimista que fue, como autor de ficciones en las que se combinaban exterminios, túneles y muertos, nunca hubiera sido capaz de imaginar alimentos tan horribles de la realidad o de la imaginación como los que vio en esos legajos que Videla y los suyos dejaron para que fueran triste privilegio de los argentinos (y no sólo de los argentinos). Así que su obra, en su mente y en el conocimiento universal de su figura, pasaría a segundo plano, porque la realidad que él describió superaba cualquier otro adjetivo de la imaginación. Ese fue un drama para Sabato, que él aceptó con gallardía. Horacio Salas ha escrito en Clarín que muchas veces Sabato dijo, en un viaje a Europa posterior a la presentación de aquel informe, que hubiera preferido ser conocido por su obra. Pero así son las cosas. ¿Cuántos no olvidan La náusea de su admirado Sartre o El extranjero de su admirado Camus para acordarse sólo de las posiciones civiles que mantuvieron ambos titanes de la imaginación existencialista? Un día, poco después de ese viaje europeo, Sabato vino a Madrid, proveniente de Alicante, donde recibió uno de esos múltiples homenajes que se acentuaron después de aquella comparecencia pública ante Alfonsín. Lo fui a buscar al aeropuerto y lo llevé hasta la sede de la embajada argentina. Estábamos sentados en aquella atmósfera también otoñal, como la de la Argentina que habían dejado los militares, cuando Sabato se levantó súbitamente y me pidió que le acompañara hasta el jardincillo contiguo: “Pues tengo que consultarle algo muy privado”. Imaginé que entonces Sabato creería que aún habría micrófonos delatores dejados allí por antiguos moradores militaristas; pero no. En realidad, quería preguntarme, y así lo hizo, “¿Por qué me odia Rafael Conte?”. Rafael Conte era el crítico literario de El País, mi periódico, que esa mañana había escrito, me informaba el propio Sabato, “un artículo sobre escritores argentinos, y no me cita”. “¿Por qué me odia Rafael Conte?”, pues, me preguntó. Como yo mismo había leído el artículo, le pude responder enseguida: “Porque trata de escritores muertos, don Ernesto”. Sabato se tranquilizó de inmediato. Pero la anécdota se me quedó. Y ahora ha resurgido en mi memoria como un dato periférico que tiene que ver con esa ansiedad con la que Sabato fue viendo que su obra se iba en el viaje literario del olvido para dar paso a otro personaje, que era el hombre que le había puesto nombres y adjetivos (“el triste privilegio argentino”) al período más ominoso de la historia de su país. El quería ser el Sabato de sus obras (no sólo, quizá, pero sí sobre todo). Ahora que ha muerto y quedan sus obras, aunque quede sin duda la crónica de su espanto, vendría bien recordar que el viejo Sabato que reclamaba atención para sus libros tenía razones de peso para lamentar que se lo leyera como si fuera tan sólo un hombre con una dolorida, justa, inolvidable pancarta: nunca más aquel triste privilegio argentino.
1986 Gran Cruz de Oficial de Alemania.
FOTOS DE ARCHIVO
1987
Con Magdalena Ruiz Guiñazú compartió la redacción de Nunca más, el estremecedor informe que resultó del trabajo de la Conadep
Comendador de la Legión de Honor, Francia, distinción que le entrega el presidente Mitterrand.
La importancia de ser Ernesto En la Conadep, exploró los aspectos más terribles de la última dictadura MAGDALENA RUIZ GUIÑAZU PARA LA NACION Y no es un juego de palabras, aunque, en nuestra historia contemporánea, la importancia de llamarse Ernesto Sabato es innegable. Quiero referirme aquí a lo que solemos llamar testimonio de una vida, un concepto de la ética, de lo justo. En una palabra, voy a referirme a simplísimas nociones, como son las del bien y el mal. Fue una experiencia única poder comprobar qué eran la ética, la justicia, el bien y el mal, para Ernesto durante aquellos largos nueve meses en que funcionó la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep). Personalmente, creí, hasta diciembre de 1983, hasta el advenimiento de la democracia, que los periodistas teníamos una información relativamente completa sobre la desaparición de personas. Sabíamos, por supuesto, que existían campos clandestinos de detención, las torturas, la infame panoplia de herramientas que puede confeccionar la mente humana para borrar de la faz de la Tierra a otros seres de los que se discrepa y a los que se abomina. Pero nunca imaginé la experiencia que significa reunir el horror, la impunidad, el sufrimiento exasperado del cuerpo, en una apretada síntesis. Y en una situación de estas características se conoce a las personas quizá desde un ángulo irrepetible. Conozco a Ernesto Sabato desde los lejanos tiempos de mi adolescencia, cuando en Bella Vista, en la chacra de Gallardo, Ernesto nos deslumbraba con su sola presencia por ser el autor de El túnel y haber recibido una encomiosa carta de Graham Greene sobre ese libro. Durante muchos años tuvimos una buena amistad. Pero nunca imaginé (como vemos, la historia contemporánea de nuestro país parece siempre sorprendernos) que me tocaría compartir con Sabato y un grupo de personas con fervor de trabajo la experiencia terrible de preparar el informe Nunca más, que presentamos ante la Justicia.
Fueron jornadas interminables en las que era necesario examinar detenidamente los testimonios de los sobrevivientes, tomar decisiones constantes, confeccionar las listas de los represores, extremar el rigor en controlar la veracidad de las fuentes. Diría que reinaba en aquel salón de la planta alta del Centro Cultural General San Martín, donde nos reuníamos, un clima comparable con el de un retiro espiritual. Al comenzar cada jornada, quien deseaba hacer uso de la palabra era anotado en una lista que se respetaba rigurosamente. Ese orden ni siquiera se transgredía cuando Sabato, que encabezaba la comisión, pedía hablar. La norma consistía en esperar pacientemente el turno de intervención sin interrumpir a quien tenía el uso de la palabra. Las
maba familiarmente Tata Dios. La relación de Sabato, agnóstico, con hombres de fe inquebrantable como Nevares, el obispo Gattinoni (metodista) y el rabino Marshall Meyer fue siempre respetuosa y, diría, de afectuosa consideración. Ciertos días, cuando la tarea se presentaba particularmente abrumadora, Ernesto tenía un gesto que se hizo familiar. Se quitaba los anteojos y, como limpiándose la vista con una mano, dejaba caer con la otra el expediente y no podía dejar de repetir: “[...] pero ¡qué horror! ¡Qué horror!”. Fue particularmente estricto con los plazos de entrega, por aquello de que para que un asunto no se termine nunca lo mejor es crear una comisión que lo estudie. Todos compartimos ese concepto y cuando se vio que aquel trabajo ad honórem no
“Fue una experiencia única comprobar qué eran la ética, la justicia, el bien y el mal para Ernesto durante los meses en que funcionó la Conadep” distintas secretarías trabajaban denodadamente y la comisión, luego, estudiaba punto por punto los problemas que se iban acumulando a medida que transcurría el tiempo. En muy pocas ocasiones, pero no quiero dejar de mencionarlo, fue necesario desempatar una votación y esa enorme responsabilidad recayó en Sabato, que contaba con dos votos en su carácter de responsable del organismo. Entre las opiniones de mayor peso en aquella comisión no quiero dejar de mencionar la del obispo de Neuquén, monseñor Jaime de Nevares, un personaje inolvidable al que, en mayor o menor grado, se acudía siempre para mantener un diálogo inteligente. Aun cuando se disintiera de él, su palabra abría siempre una perspectiva nueva e importante. Jaime de Nevares tenía una fe inquebrantable. Y no es una redundancia. Toda su persona traslucía una notable cercanía con esa esperanza que nos angustia y nos ilumina a muchos, pero que él lla-
podía terminarse en seis meses (todos seguíamos trabajando en nuestras respectivas tareas privadas), Sabato pidió tres meses más, pero como un plazo inamovible. Fue así. Y, por supuesto, esos últimos meses resultaron agobiantes. En dos oportunidades, nuestras oficinas fueron visitadas durante la noche por desconocidos que, con el obvio afán de presionar y amenazar, no se llevaron nada, pero dejaron los ficheros abiertos y las carpetas en un orden diferente, para demostrar que nuestro trabajo era espiado y controlado por los grupos que no aceptaban vivir en democracia. Se reforzó la vigilancia y se cuidó también la seguridad de Sabato que, por vivir en Santos Lugares, corría mayores riesgos. Finalmente, en septiembre de 1984, la Comisión Nacional entregó su informe Nunca más al entonces presidente constitucional, doctor Raúl Alfonsín. Como es lógico imaginar, fueron momentos de una gran emoción que los años no han borrado.
Aquel mismo día, la Comisión Nacional se disolvió y cada uno de los que la integramos continuó con sus tareas. Sin embargo, seguimos reuniéndonos en mi casa por esa especie de hermandad espiritual que se había formado entre nosotros. También teníamos muchas preocupaciones en común. La mención preocupante de las leyes de obediencia debida y punto final que se estaban preparando no podía dejarnos indiferentes. Nos pareció una burla a la labor desarrollada por la Conadep, una inaceptable aquiescencia a las presiones que, sin duda, existían, pero ante las cuales los gobernantes deberían saber resistirse si es que han comprendido que ejercer los mandatos de la ley a veces implica riesgos y, siempre, responsabilidad. Decidimos, entonces, emitir un comunicado firmado con nuestros nombres puesto que la Comisión Nacional se había disuelto, y Sabato redactó un texto sereno y contundente por el que nos oponíamos absolutamente a esas leyes de perdón. A punto de ser publicado, el comunicado trascendió. Y un domingo, en el que nos habíamos reunido en mi casa para almorzar, un ministro, en representación del Poder Ejecutivo, anunció su visita. Dio una larga explicación sobre la necesidad de las leyes de obediencia debida y punto final, y nos pidió que retiráramos el comunicado. Se produjo un silencio en el que esperamos que Ernesto respondiera en nombre de todos los firmantes. Lo hizo en un tono moderado, pero de fuerte contenido. “Aquí no se toca ni una línea”, terminó diciendo. Los presentes asentimos y, para suavizar el momento, invitamos al ministro en cuestión a sentarse a la mesa con nosotros. Obviamente, el ministro no se quedó a almorzar. Y si en el transcurso de una amistad hay un momento decisivo en que tomamos conciencia de la importancia que ésta tiene, en cuanto a afecto y admiración, no tengo dudas de que, en la relación entre Ernesto y yo, fue aquel instante. Supe, desde entonces, que sería, para siempre, amiga de Ernesto Sabato.
Repercusiones en la prensa internacional
1988 Entre la letra y la sangre. Conversaciones con Carlos Catania.
1989 Premio Jerusalén. Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Murcia. Homenaje en el Centro Pompidou y muestra de su pintura, París.
Fue distinguido por la embajada de Italia en Buenos Aires
1990
Casamiento religioso con Matilde Kusminsky, que ofician los obispos Justo Laguna y Jorge Casaretto.
1992 Muestra de su pintura en el Centro Cultural de la Villa de Madrid y en París.
1993 Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Campinas, Brasil. Seminario sobre su obra en la Universidad Complutense de Madrid.
1995 Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Torino, Italia. Premio Ismael Kadaré, Albania. Se publica Sabato pintura, Seix Barral, con 35 pinturas del autor. Muere Jorge Federico, su hijo mayor, en un accidente automovilístico.
1998 Antes del fin, libro de memorias. Muerte de su esposa, Matilde.
2000 La resistencia apareció primero en Internet, caso inédito en el mundo editorial en habla hispana. La versión en papel, poco después, tiene una tirada de cien mil ejemplares.
2002 THE WASHINGTON POST ESTADOS UNIDOS
EL PAIS ESPAÑA
ABC
ESPAÑA
LA TERCERA CHILE
En el mundo destacan su trayectoria Tanto en los diarios como entre los intelectuales, se elogió la figura del escritor argentino El fallecimiento de Ernesto Sabato tuvo ayer amplia repercusión en la prensa internacional, al tiempo que escritores y dirigentes políticos elogiaron las virtudes literarias y el trabajo en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) que realizó el autor argentino. El diario estadounidense The Washington Post lo recordó en su portal de Internet como un “físico y artista” que “investigó miles de muertes por los militares en la Argentina de 1976 a 1983”. En tanto, la versión online del periódico español El País dijo que el escritor fue el “último clásico de la novela argentina” y agregó que el autor de El túnel fue un “gran
luchador contra la dictadura”. El diario ABC, de Madrid, también en su página web dijo que Sabato “fue el último gran escritor de la generación de Cortázar, Borges y Bioy Casares”. La Tercera, de Chile, calificó a Sabato “del último superviviente de los escritores de la literatura argentina”. Y El Universal, de México, ponderó: “El mundo de las letras en español perdió la madrugada de este sábado a uno de sus máximos exponentes, el escritor argentino Ernesto Sabato, quien estaba a pocas semanas de cumplir 100 años”. En tanto, la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, dijo: “Se nos ha muerto otro de
los grandes. El inmenso escritor que abandonó las matemáticas y la física por la literatura para intentar recrear la armonía de la ciencia entre los seres humanos”. Caffarel recordó que el Cervantes dedicó a Sabato la biblioteca que tiene en Budapest. El escritor uruguayo Mauricio Rosencof afirmó que Sabato le recordaba a su compatriota Mario Benedetti “por ese compromiso desde la alta literatura y la solidaridad”, y destacó “el compromiso de vida constante” de Sabato con la defensa de los derechos humanos y la “formidable batalla” que dio como presidente de la Conadep. La poetisa y escritora nicaragüense Gioconda Belli afirmó que
Recibe la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid y la Medalla de Honor de la Universidad Carlos III de Madrid.
el autor de El túnel con “sus escenarios, su imaginación desbordada, la filosofía y profundidad de las palabras con que construía sus novelas ejerció una influencia enorme sobre toda una generación de creadores latinoamericanos”. Y agregó: “Le debemos tanto a Sabato, un escritor que fue tan grande como discreto”. También el poeta Antonio Gamoneda dijo: “La poesía es un género que no tiene nombre y que impregnaba la literatura de Sabato. Su obra tenía un muy serio compromiso con la conciencia humanista. Tenía una profunda raíz existencial que se ha ido. Me entristece, pero tengo su obra para permanecer en contacto con Sabato”.
2004 Aparece el libro España en los diarios de mi vejez, editado por Seix Barral, en la Argentina, para la fecha de su cumpleaños, y en España, en septiembre.
2006 El Gobierno destina $ 500.000 para crear un museo sobre su vida y su obra.
2009 Su nombre es propuesto para el Premio Nobel de Literatura.
2011 Muere, a los 99 años, en su casa de Santos Lugares.