Escociabusca en las estrellas señales de su futuro político

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| Domingo 3 De agosto De 2014

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Fernando Isuani, trayectorias de la burocracia estatal Edad: 50 años Perfil: doctor en Ciencias Sociales (Flacso), investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento Su tema: organizaciones y políticas públicas

En la Argentina, las “refundaciones” que suele prometer cada nueva gestión no son únicamente discursivas, sino que tienen efectos bien concretos. Por ejemplo, en los empleados y funcionarios del Estado. “En el país, hay una tendencia a la construcción de burocracias paralelas: cuando llegan, los políticos construyen su propia burocracia.

Eso genera la desconfianza de cada gestión sobre los empleados públicos existentes”, apunta Fernando Isuani, que coordina el área Estado, Gobierno y Administración Pública del Instituto del Conurbano de la UNGS. Es uno de los aspectos que, con el equipo que dirige, están comenzando a analizar, en una investigación que buscará “caracterizar las trayectorias de la burocracia del Estado nacional desde 1983 hasta

Los rostros del trabajo joven

hoy, mirando continuidades y rupturas”, como explica Isuani, en cuya tesis doctoral trabajó sobre la construcción de la política del agua en la provincia de Buenos Aires, entre 1992 y 2011. La intención ahora es analizar el impacto local de algunas tendencias que subraya la bibliografía en la burocracia del Estado nacional. Una es la precarización del empleo público desde los 90, que en el país volvió a la estructura burocrática estatal “flexibilizada y sujeta al patronazgo”, como apunta

Título: Ser sólo un número más Autora: Paula Abal Medina Editorial: Biblos

Isuani. Otra es las reformas que en los 90 establecieron un nuevo plan de carrera para empleados estatales, y la simultánea proliferación de contratos. También, las burocracias que cada gestión crea (y deja cuando se va, en algunos casos). “El resultado es la ausencia de pensamiento estatal; los gobiernos no vienen a construir Estado, sino su propia burocracia”, dice Isuani, aunque apunta que “el Estado es un montón de cosas, con algunos organismos muy profesionalizados y otras áreas, como las sociales, más permeables a estos procesos.”ß Raquel San Martín

el mundo

Un análisis empírico y teórico de las experiencias laborales de los jóvenes en espacios como supermercados y call centers, que retrata los años del neoliberalismo y los de la posconvertibilidad, en particular, mirando las transformaciones del activismo sindical.

Retrato comparado de la Argentina Título: El país de las desmesuras Autores: Juan Llach y Martín Lagos Editorial: El Ateneo

Sobre la base de datos empíricos, y comparaciones de índices con otros países –Brasil, Uruguay, Chile, Nueva Zelanda–, los autores describen “desmesuras” varias, desde la inmigración a la inflación, el caudillismo, la inestabilidad política y la estructura sindical.

debates

Escocia busca en las estrellas señales de su futuro político

El Estado, único espejo de ciudadanía

Las campañas por el sí y el no a la independencia de Gran Bretaña sumaron a actores, escritores y músicos famosos, no siempre con el mejor resultado

Lejos de estar ausente, como se suele postular, la acción estatal conserva un poder económico y un peso simbólico que alcanzan también a la sociedad civil Gabriel Palumbo

Katrin Bennhold

PARA LA NACION

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THE NEW YORK TIMES

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LONDRES

ean Connery está por el sí; J. K. Rowling, por el no. Ni Ewan McGregor ni Emma Thompson realmente lo quieren, pero Annie Lennox y el jefe de British Airways de alguna manera sí. ¿Y Andy Murray dónde está parado? Cuando faltan casi siete semanas para el referéndum para dirimir si Escocia debería separarse de Gran Bretaña y convertirse en un país independiente, los bandos del sí y del no han redoblado sus campañas, y no sólo entre las bases, sino hacia las estrellas. En esta era que rinde culto a la celebridad y desdeña a los políticos, el apoyo de estrellas de cine, luminarias del pop y atletas globales, en resumidas cuentas, las estrellas de cualquier tipo (incluidas las imaginarias, como el hobbit Frodo Baggins, quien desde la autoridad que le confieren las páginas del Edimburg Evening News apoya la independencia escocesa), todos han sido cortejados por ambos bandos, aunque más de una vez sus pronunciamientos no hayan tenido el efecto buscado. Cuando David Bowie, que es inglés y vive en Nueva York, le pidió a la modelo Kate Moss que se pusiera su viejo atuendo de Ziggy Stardust, subiera a un escenario londinense a recibir en su nombre un premio de música y leyera una declaración con la consigna “Escocia, quedate con nosotros”, la “tuitosfera” de Escocia no tardó en responderle: “¡Volvete a Marte!”. En Bretaña, Escocia ha sido el socio minoritario de Inglaterra desde 1707. Pero tres siglos no es nada para muchos escoceses que, desde entonces y con intermitencia, han exigido su autodeterminación. Con la votación programada para el 18 de septiembre, esa perspectiva está hoy más cerca que nunca. Hasta ahora, la mayoría de las encuestas le dan ventaja al bando del “permanecer unidos”, aunque muchos sondeos también muestran al menos un 20 por ciento de indecisos. Un aporte “de color” Quién sabe cuánto arrastre puedan tener las celebridades en un debate que descansa sobre cuestiones como si con su eventual independencia Escocia podría igualmente conservar a la reina y a la libra británicas, pero deshacerse de los submarinos nucleares y la austeridad, también británicas. La mayoría de las estrellas internacionales nacidas en Escocia viven en otra parte. De hecho, cuando la campaña por el sí dio a conocer la lista de escoceses premium con cuyo apoyo contaban –incluidos Sean Connery, Brian Cox y Alan Cumming–, los opositores salieron de inmediato a señalar que en tanto no residentes en Escocia, ninguno de ellos finalmente votaría. Los votantes que viven en Escocia tienen derecho a opinar, sean o no escoceses, pero los escoceses de afuera no. “A todos nos gusta ir al cine, pero ¿qué autoridad puede tener una cele-

El comienzo de una movilización reciente en Edimburgo, por el sí. bridad en estos temas?”, se pregunta James Mitchell, profesor de políticas públicas de la Universidad de Edimburgo. “El electorado escocés no es estúpido.” Angus Robertson, director de campaña para el referéndum del Partido Nacional Escocés, dice que las celebridades son “embajadoras” de importancia: “Puede parecer esnob, pero lo cierto es que le agregan color a la campaña y hacen que la gente se interese”. Desde filósofos como Adam Smith y David Hume hasta los creadores de Peter Pan y Sherlock Holmes, los escoceses ocupan un lugar de preeminencia en el legado intelectual y cultural de Gran Bretaña. Y muchos miembros de la elite artística se han encolumnado detrás del bando del sí, por su promesa de una Escocia más al estilo escandinavo. Connery, que según dicen tiene tatuado “Scotland Forever” en un brazo y amaga con volver a Escocia si ésta se emancipa, escribió recientemente en New Statement que “la oportunidad de la independencia es demasiado buena para ser desaprovechada”. Annie Lennox, vocalista principal de la banda Eurythmics, cuya canción “Sweet Dreams” sonó mucho en las marchas independentistas, dijo que si una Escocia independiente “creaba una sociedad más igualitaria”, se convertiría en un “ejemplo maravilloso”. Pero se confesó agnóstica sobre la posibilidad de concreción de ese sueño. También ha habido apoyos inesperados: cuando empresas como Standard Life y el Royal Bank of Scotland sugirieron que moverían empleos hacia el sur de la frontera si Escocia se separaba, Willie Walsh, director ejecutivo de International Airlines Group, propietaria de British Airways, declaró a la BBC que la independencia sería buena para los negocios: el primer ministro escocés, Alex Salmond, ha prometido eliminar un impuesto a los pasajeros de aviones. Walsh dijo: “Así que si ocurre, sería algo positivo para British Airways”. De ambos lados, las estrellas confiesan tener problemas para decidirse. McGregor le dijo al Daily Mail que ama Escocia. “Pero también me gusta la idea de la Gran Bretaña, y no sé si no sería una verdadera pena tirar todo eso abajo”, confesó.

Ante el listado de escoceses premium por el sí, los opositores señalaron que ninguno de ellos votaría, porque no viven en Escocia De ambos lados, las estrellas confesaron tener problemas para decidirse

corbis

Emma Thompson, de madre escocesa, dijo entender ese “romance” con la independencia. “Inglaterra se portó horrible con Escocia”, manifestó a la televisión española, pero agregó que levantar nuevas fronteras en un mundo que se achica no tiene sentido. El mascarón de proa más célebre de los antisecesionistas ha sido Rowling, la popular autora de la saga de Harry Potter, que donó 1 millón de libras para la causa. “Más escucho la campaña por el sí, y más me preocupo por la minimización y hasta la negación de los riesgos”, escribió Rowling en su sitio web. “Mientras tanto, ambas campañas nos tiran por la cabeza cifras y predicciones diametralmente opuestas, así que ya no se sabe a quién creerle”, dijo haciéndose eco de una preocupación muy extendida en ambos bandos. “Si nos cortamos solos, por otra parte, no hay vuelta atrás.” Algunas estrellas han decidido conservar la neutralidad, y una buena razón ha sido no quedar expuesto a ataques como el sufrido por Bowie, y sus potenciales efectos sobre la venta de entradas y la conservación de los sponsors. Algo así le pasó al tenista Andy Murray, a quien cuando le preguntaron por quién hincharía durante el Mundial de fútbol respondió: “Por cualquiera que no sea Inglaterra”. “Es muy difícil manifestar una opinión en estos días, porque la mitad de la gente va a estar de acuerdo, y la otra mitad va a pensar que sos un reverendo imbécil”, dijo Murray al Daily Mail. Por su parte, los líderes del mundo, desde el primer ministro de China hasta el presidente Obama han llamado por una Gran Bretaña “unida”. Hasta el papa Francisco ha cuestionado si las razones para la secesión eran suficientemente fuertes. Estén del lado que estén, muchos escoceses no pueden menos que regodearse con toda esta atención que están recibiendo. Como dijo el dramaturgo independentista David Greig tras el episodio de Bowie: “Estoy azorado de que se haya acordado de nosotros”, dijo Greig a The Guardian. “¡Se acordó! ¡David Bowie mencionó a Escocia! ¡Existimos! ¡Somos reales! ¡Nos quiere! Y nosotros lo queremos”.ß Traducción de Jaime Arrambide

ace un tiempo, se ha instalado dentro de ámbitos académicos, periodísticos y del pensamiento la idea de que los problemas más graves de la Argentina están directamente relacionados con la ausencia del Estado. Según esta hipótesis, la incapacidad de encauzar una vida comunitaria razonablemente hospitalaria se debe fundamentalmente a una retirada, activa o pasiva, de las funciones estatales. Sin embargo, vista desde otras perspectivas, tanto materiales como simbólicas, la fortaleza de la estatalidad aparece en nuestro país tan potente y omnipresente que parece desafiar la tesis de la ausencia. En términos conceptuales, si no se tiene en cuenta la acción estatal es imposible explicar la existencia de generaciones de ciudadanos argentinos que no pueden unir la reproducción de su vida con la idea del trabajo, con la consecuente reducción a clientela que esto supone. Luego, hay datos objetivos. En un informe recientemente realizado por Ricardo López Göttig, consejero académico de Cadal, queda expuesto con claridad que un tercio de la población económicamente activa trabaja directamente en el sector público. Si se combina ese dato con la cantidad de planes sociales existentes, más de 60 programas y más de 18 millones de beneficiarios, la incidencia estatal es tan determinante que la idea de ausencia parece desvanecerse. Más allá de la opacidad en los datos, otra acción estatal por cierto, las cifras son de tal contundencia que impiden no pensar en el Estado como un mal protagonista del mundo de la economía nacional. Esos datos muestran sólo una parte. El peso simbólico del Estado es tan importante en nuestro país que la ciudadanía se construye a su imagen y semejanza, incluso en un sentido crítico. Los procesos de ciudadanización se mueven alrededor de la estatalidad y su materialización está más ligada a su reconocimiento que a cualquier otro factor. Culturalmente condicionados contra el asociacionismo, con dificultades severas para inventar una sociedad civil lo suficientemente madura y con un desapego casi visceral contra el mercado –esto no significa que los actores políticos estén alejados del dinero, sino que se apoyan en la estatalidad mientras les da fruto–, lo único que nos queda es el Estado. La Argentina tiene muchas dificultades para armar espacio de asociatividad y colaboración civil. Las formas asociativas por lo general están ligadas a la idea de resistencia y no de proactividad. No hay en la Argentina asociaciones de oyentes de radios públicas, o community gardens. En rigor, la cultura argentina carece de rutinas públicas intensas por fuera del pedido al Estado. Cuando un argentino siente vulnerados sus derechos, de cualquier tipo, su reflejo inmediato es reclamar al Estado, sobre todo al “gran Estado”, el Estado nacional. Incluso el importante en-

tramado de ONG existente mantiene algún nivel de dependencia con la instancia estatal. Los organismos de derechos humanos son una muestra ostensible de esa relación y de lo perjudicial que puede ser para el logro de sus propios objetivos. Mercado con signo negativo La idea de sociedad civil es extraña a las formas culturales argentinas. Incluso es una idea que causa cierto rechazo, al tiempo que se asimila con la persecución de intereses particulares. La idea moral de las sociedades, en nuestra versión católica latina, imagina que reunirse con el objetivo de defender un bien particular es una idea reprochable. El ejemplo más interesante es el del corralito, alrededor del cual durante la crisis de 2001 y 2002 amplios sectores calificaban de mezquina a la clase media por reclamar por sus ahorros. El mercado, el gran actor de contrapeso del Estado moderno, no goza en nuestro país de defensores importantes. Por lo general, sus defensores suelen hacer mucho más hincapié en la posibilidad de realizar ganancias extraordinarias que en tomarlo como un elemento de dinamización social y creatividad. Por otro lado, el mercado está descartado por completo en el universo discursivo y de planificación de casi la totalidad de las fuerzas políticas y tiene, en el terreno de la construcción simbólica, una fuerte carga negativa. Desde el punto de vista cultural, entonces, el Estado es el único espejo que tienen los ciudadanos argentinos cuando deciden mirarse a sí mismos. Las consecuencias de esta actitud no pueden ser peores si se lo mira desde un costado liberal. Los límites entre Estado, gobierno y partido se hacen imperceptibles y con ellos caen también las especificidades de una república. El Estado integra y resume; no sólo no está ausente, sino que lo comporta absolutamente todo. Este tópico es una constante y se impone en casi la totalidad del universo político argentino. Estos diez años de populismo han acentuado este carácter omnímodo del Estado y lo han consagrado como el elemento de salvación y redención de todos los temas. Los excesos en las nacionalizaciones y estatizaciones operan en nuestra tesis como una confirmación de la presencia del Estado. Mientras tanto, la oposición política acompaña este clima de ideas sin hacerse demasiadas preguntas. El resultado de las votaciones en el Congreso y el juego de argumentaciones no hacen otra cosa que fijar al tema del Estado en el terreno de lo cultural más que en el plano objetivo. Y aquí sí hay un verdadero problema. Tanto el tamaño del Estado, que creció desmesuradamente durante esta década, como su importancia simbólica deberían ser temas centrales para el próximo gobierno. En la misma dirección, sería muy útil considerar también su capacidad creativa para lograr ampliar otras esferas de la vida social, menos reguladas y más dinámicas. No hay manera de construir una sociedad democrática con esta proporción de personas ligadas de una u otra manera al Estado. Este esquema desmotiva la creatividad y convierte a la sociedad en un mero juego corporativo. Esta discusión no sucederá si no se consideran las consecuencias de la presencia casi absoluta del Estado. Tampoco parecerá útil tenerla si no se reconoce el alcance de sus acciones y se decreta su inexistencia por el solo hecho de no parecerse a lo que deseamos o a lo que alguna vez aprendimos que debía ser.ß El autor es sociólogo y profesor en la carrera de Ciencia Política de la UBA