El Traje Nuevo Del Emperador Hermanos Grimm (Adaptación) En tiempos de Maricastaña, vivía en un país lejano un emperador que era muy presumido. Tenía un traje para cada hora del día y pasaba mucho tiempo mirándose y remirándose en todos los espejos de su magnífico palacio. Los armarios y roperos estaban llenos de calzones, camisas, capas, zapatos y sombreros de todas las medidas y todos los colores. Nunca se cansaba de probarse trajes nuevos. Un día llegaron a la ciudad dos farsantes que se hacían pasar por tejedores. Dijeron que sabían tejer la más fabulosa tela que se pudiera imaginar, una ropa prodigiosa, invisible a los ojos de los malos y los tontos. Cuando la noticia llegó a los oídos del emperador, le faltó tiempo para encargar un traje de aquella ropa maravillosa. Los dos falsos tejedores se instalaron en una estancia del palacio. Pidieron al emperador mucho dinero, finísima seda de la China e hilo de oro y plata. Lo escondieron todo en uno de sus baúles y comenzaron a hacer que tejían, aunque en el telar no había nada. Al cabo de varios días el emperador le dijo al primer ministro: -Ve a ver cómo va el trabajo de los tejedores. Estoy impaciente por estrenar el traje nuevo. El primer ministro fue y quedó pasmado cuando comprobó que no había nada en el telar. No obstante, para no quedar como malo o tonto, dijo: -¡Oh esta tela es maravillosa! ¡Magnífica! ¡Será un traje extraordinario! Se lo diré al emperador y se pondrá muy contento. A la semana siguiente, el emperador envió a un funcionario de su confianza. El funcionario que solo había visto un telar vació, dijo al emperador: -Seréis el hombre más admirado de la tierra. Llevaréis el traje más bonito que haya existido jamás. Todos quedarán boquiabiertos al veros. Por fin, el emperador se atrevió a visitar a los falsos tejedores. Fue con un grupo de distinguidos cortesanos y naturalmente nadie vio nada, pero todos exclamaron: -¡Fantástico! ¡Fastuoso! ¡Encantador! ¡Bellísimo! ¡Un trabajo magnífico! El emperador, preocupado porque no veía nada dijo:
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-Verdaderamente está tela es digna de mí. Quiero estrenar el vestido en la ceremonia del domingo. Los tejedores riéndose con malicia, dijeron que todo estaría a punto para ese día. Y el día señalado anunciaron: -¡Ya esta listo el traje nuevo del emperador! Entraron al probador e hicieron como si le mostraran las diferentes piezas del supuesto traje: -¡Ésta es la chaqueta! ¡Muy acertada! -¡Y los calzones! ¡Extraordinarios! -Mirad la capa. Es magnífica, ¿verdad? Hicieron que se desnudara y simularon que lo vestían con la ropa que habían fingido tejer y coser. El emperador miraba una y mil veces, pero no se atrevía a decir que no veía ni pliegues, ni estampados, ni lazos, ni cintas. Llegó la hora de la ceremonia. El emperador había de presidir un largo desfile. Los pajes hicieron como si cogieran la cola del vestido y comenzó la procesión. El emperador temblaba de frió, pero lo disimulaba y caminaba majestuosamente. Toda la ciudad había salido para ver el prodigioso traje y, aunque nadie veía nada, todos creían que los demás sí lo veían y disimulaban la sorpresa diciendo: -¡Magnífico! ¡Glorioso! ¡Qué traje más rico, y qué bonito! Hasta que una niña gritó: -¡Pero si el emperador va desnudo! Y un niño añadió: -¡Es verdad, no lleva traje! Entonces, todos reconocieron la verdad y el emperador, colorado como un tomate, se percató de que todo había sido un engaño. Cuando llegó al palacio con un buen resfriado, prometió que nunca más se dejaría engañar como un tonto y que no volvería a fiarse de los cortesanos que sólo le decían lo que él quería oír. Mientras tanto, los falsos tejedores ya habían huido con el dinero, la seda, el oro y la plata que les habían entregado para tejer la tela imaginaria. Y, por más que los buscaron, no los encontraron jamás.
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